Joe sabía que se estaba comportando como un idiota, pero no
podía evitarlo. Sin decir nada, sacó una venda del botiquín, vendó con ella a
Jim y luego lo ayudó a ponerse en pie sobre su pierna buena.
—No nos va a quedar más remedio que ir juntos en el caballo —dijo—.
¿Crees que podrás sostenerte en la silla, Jim?
Con los labios blancos a causa del dolor, el joven vaquero
asintió.
—Lo intentaré.
—Puede venir conmigo —ofreció demi.
Joe negó con la cabeza.
—Va a necesitar apoyarse, y tú no eres lo suficientemente
fuerte.
—Soy más fuerte de lo que parezco.
—No seas ridícula…
—Si no os importa —interrumpió Jim—, querría que me viera un
doctor antes de que se me caiga la pierna.
—Trae aquí los caballos, Demi —dijo Joe, avergonzado. Jim
necesitaba atención médica urgente y todo lo que se le ocurría hacer era
discutir con ella.
Cuando los caballos estuvieron a su lado, volvió a colocar las
alforjas y ayudó a Jim a montar. Luego montó tras él. Al notar que el cuerpo
del joven se relajaba por completo lo sujetó con ambas manos.
—Aguanta —murmuró, a pesar de saber que había perdido el
conocimiento—. Whiskers nos espera en el arroyo.
Media hora más tarde respiró aliviado al ver a Whiskers y a Ryan
esperándolos con una de las camionetas abiertas del rancho.
—He puesto unas mantas en la parte trasera para que Jim pueda ir
tumbado —dijo el viejo cocinero—. ¿Cuánto tiempo lleva desmayado?
—Desde que hemos salido del cañón —Joe condujo su caballo hasta
la parte trasera de la camioneta, desmontó sobre la plataforma y luego tumbó a
Jim sobre las mantas—. Además de una pierna rota, creo que se ha roto un par de
costillas y está parcialmente deshidratado.
— ¿Se va a poner bien, papá? —preguntó Ryan con voz temblorosa.
Joe saltó de la parte trasera de la camioneta y tomó a su hijo
en brazos.
—Claro que sí. Vamos a llevarlo al hospital de Amarillo y allí
lo dejarán como nuevo.
—No me gustan los hospitales —dijo el niño, lloroso—. La gente
que entra en ellos nunca sale.
El corazón de Joe se encogió al ver el miedo que reflejaban los
ojos de su hijo. Desde que su madre había muerto, le aterrorizaban los
hospitales. Lo abrazó y trató de tranquilizarlo.
—En los hospitales también se cura mucha gente.
Demi desmontó y se acercó a ellos.
—Ryan, ¿quieres volver a casa conmigo mientras tu padre y
Whiskers llevan a Jim al hospital? Así, podríamos terminar nuestra partida de
cartas.
El niño miró a Joe con gesto esperanzado.
— ¿Puedo, papá?
Joe miró a Demi. Su tranquilizadora sonrisa le hizo sonreír a su
vez.
—Claro. Si a ella no le importa.
—Por supuesto que no me importa —Demi tomó a Ryan en brazos y lo
sentó en el caballo—. Tú lleva a Jim al hospital. Te estaremos esperando en
casa.
Joe la miró un momento más antes de subir a la parte trasera de
la camioneta. Trató de ignorar la reacción que le habían producido sus
palabras, los sentimientos que habían evocado. Pero saber que lo estaría
esperando a su regreso hizo que su corazón latiera más deprisa.
Demi estaba sentada en el balancín del porche con Ryan dormido
en su regazó. Siempre había querido tener hijos y, si las cosas hubieran salido
como las había planeado, en aquellos momentos tendría uno de aproximadamente la
misma edad. Un niño o una niña de pelo rubio y ojos verdes como los de su
padre.
Por primera vez en seis años se permitió recordar libremente al
joven con el que había planeado casarse. Pero la imagen de su rostro ya no era
tan intensa y clara como lo había sido. El paso del tiempo había sanado en gran
parte el dolor de perderlo, y también había situado a Dan en un cómodo lugar del
pasado.
Un pasado con el que había aprendido a vivir, pero que no
olvidaría nunca.
Durante largo tiempo había esperado que alguien la despertara,
que le dijera que todo había sido una terrible pesadilla, que Dan no se había
ido. Pero así había sido, y nada en el mundo podía cambiar esa realidad.
Ahora volvía a esperar. A saber cómo estaba Jim. A Joe.
Su pulso se aceleró al ver que se acercaban las luces de un
vehículo. La espera había terminado. Joe estaba en casa.
— ¿Cómo está Jim? —preguntó en cuanto Joe y Whiskers subieron al
porche.
—Se va a poner bien —dijo Whiskers, y a continuación bostezó
aparatosamente—. Me estoy haciendo demasiado viejo para estos trajines. Nos
vemos por la mañana.