miércoles, 28 de noviembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 29






Has sido mordida. —La abuelita se levantó de la cama cerrando la puerta de su habitación detrás de Demi. Su mano arrugada tembló, señalando a Demi para que se acercara.
Demi sacudió su sorpresa y entró en la habitación. Ella tomó su mano.
—Estoy bien, abuela. Es sólo un rasguño. Tú eres la que me preocupa. Siento mucho no haber estado aquí cuando te llevaron al hospital.
—¡Bah! Eso no importa. El hospital tiene el mejor bizcocho los jueves por la noche.
—Abuela...
—¿Qué pasó? ¿Por qué? ¿Me lo explicarás todo? El libro dice que la primera vez es más difícil. —Demi abrió sus ojos como platos, con la espalda recta. La nabuelita estaba lo más lúcida que había visto en años, y ella no tenía ni idea de lo que estaba hablando—.Te dolerá, ya sabes, la primera vez.—¿Qué dolerá? ¿Explicar el qué?
—Lo de... Demi, querida, ¿dónde está?
—¿Quién?
Joseph Jonas, por supuesto. No conozco a ningún otro lobo, ¿no? —Su tono de voz dejó claro que era una broma, pero cuando Demi no contestó, la abuelita llegó a sus propias conclusiones.
Las voces en la sala atrajeron la atención de Demi. Joder, ¿por qué hablan tan fuerte? Oía hablar a la enfermera con el Sr. Peterman en el pasillo, como si estuvieran en la sala. ¿Y quién estaba tocando el piano? ¿Habían colocado un micrófono dentro del piano? Por supuesto que habían puesto un micrófono en el piano para ser escuchado y sartenes que se estrellaban en la cocina. Dios, ¿por qué es tan ruidosa la Clínica hoy? ¿Cómo puede pensar alguien?
—Así que has conocido a toda la familia, entonces —dijo la abuelita, ajustando el edredón de flores de la cintura para abajo.
—¿Qué? —Demi volvió su atención a su abuela.
—La familia de Jonas —dijo—. La Sra. Joy es muy agradable y los gemelos son corteses, pero no puedo decir que Lynn me agrade demasiado. Siempre tratando de entrar en los asuntos de Joseph. Es viuda, por amor de Dios, y su cuñada.

—¿Lo sabías? ¿Acerca de todos ellos? ¿Durante todo este tiempo? —Alguien limpiaba un tocador, el sonido de un inodoro, el sonido de agua se hacía eco en la cabeza de Demi.
—¿Por qué? Sí, querida. Tú también. Te he hablado sobre mi hermoso lobo de plata cientos de veces. —Con la frente arrugada, su voz adquirió ese tono cuidadoso usado con niños pequeños y mentalmente inestables—. ¿Cómo pensabas que llevaba las violetas al florero y limpiaba todo?
Alguien gritó "bingo". Demi miró a través de la habitación buscando un altavoz.
No había nada, a pesar de que varias personas expresaran sus felicitaciones a Millie.
—Yo... Pensé que eras...
—¿Una vieja tímida con una carga completa?
—Sí. —Aunque ahora se preguntaba lo mismo sobre sí misma—. Quiero decir, yo pensaba que era uno de tus encantos.
Demi se derrumbó en la silla de noche, resistiendo el impulso de ahuecar sus manos sobre sus oídos.
¿Qué estaba pasando? El dolor encrespó su estómago, la hacía cruzar los brazos sobre su vientre, agarrando con fuerza. Era el primer calambre desde la ducha, pero parecía hacerle más daño. Hizo una mueca, dejó el dolor, esperando que se calmara.

—Está comenzando ya —dijo la abuelita con la cabeza en el vientre de Demi.
—¿Qué? —Demi se retorció en su asiento. El dolor la entorpeció, pero aún no había desaparecido por completo —El cambio. El cambio está empezando. Mierda, ¿en realidad él no te explicó nada?
—Abuela…
—Bueno, querida, lo siento. Pero no debiste dejarlo sin hacerle algunas preguntas.
No saltarías a la cama sin descubrir en primer lugar las cosas más importantes acerca de un hombre, ¿verdad?
¿Cosas importantes como que él la había culpado por la muerte de su esposa y él era lo que ella había despreciado durante toda su vida? Al parecer.
—¿Cómo supiste que había sido mordida? —Un cambio astuto. Demi esperaba que la abuelita no la llevara a admitir todas las cosas descuidadas que había hecho la noche anterior.
—Puedo verlo en tus ojos. —La abuelita se inclinó hacia Demi, mirándole los ojos, pero no dentro de ellos—. Ellos tienen esa mirada salvaje. Las pupilas dilatadas, con los ojos más grandes, como si lo vieras todo. —Demi no estaba segura de eso. En ese momento estaba demasiado ocupada notando cómo el dolor sordo en su estómago se había extendido a las piernas y los brazos. Le dolían los músculos como si hubieran sido por exceso de trabajo. Y el ruido se estaba convirtiendo en un maldito sonido ensordecedor—. Hueles a él también.
—¿Qué?
—Debes de haberlo notado. Es un olor maravilloso, como la tierra y los árboles y el viento. Hueles como él ahora. Pero eso es normal para los hombres lobo.
—Hombres lobo... —Demi todavía no podía envolver su cerebro alrededor de eso—. Abuela, ¿Cómo sabes todo esto?
La abuelita abrió el cajón de su mesita de noche y sacó un libro viejo de cuero. Se lo entregó a Demi.
Joseph me lo dio hace años cuando tu abuelo murió. Él se ofreció a llevarme a su manada. Me lo contó todo. No puedo creer que, por lo menos, no te hubiera advertido sobre el primer cambio.
—No fue Joseph.
— ¿Qué? Entonces, ¿Quién? ¿Qué pasó? —La cara de la abuela palideció.
—No te preocupes. Estoy segura de que Joseph se encargará de ello. Cuidó de mí. Pero entonces se distrajo. Estaba demasiado ocupado, malditamente ciego para decirme que había sido convertida en un hombre lobo. Y entonces yo sólo... yo no me quedé allí.
—Bueno, no puedo imaginar lo que podría distraerlo de algo tan importante.
¿Qué...? —Sus mejillas se enrojecieron—. Oh. Sí, bueno... un carácter muy amoroso también es normal.
—¿Te creíste lo que pone aquí? —Demi leyó la tapa—. La Maldición del Lobo, por Gervasio de Tilbury, en el año de nuestro Señor 1214.
—Parte de ello es mentira, por supuesto.
—Abuela. —La mujer casi juró que nunca había hecho las ocasiones más raras, más sorprendentes.
—Tenía miedo de mi propia sombra en aquel entonces. Y no es una maldición. Es un virus. Te desplomas por la enfermedad en primer lugar, como la varicela, antes de que tu cuerpo cree anticuerpos para tu control. Después puedes cambiar una y otra vez a tu voluntad. El resto del libro es bastante exacto, según me dijeron. La ley de la manada, el instinto, la tradición. Deberías leerlo antes de que el cambio avance demasiado.
—Genial. —Se sentía como una mierda, dolor en el estómago, estaba abrumada por toda clase de ruidos, y ahora ella la estaba preparando. Demi se estremeció, con un hormigueo en la piel. Revisó su brazo para asegurarse de que sólo sentía las hormigas encima de ella—. Tengo que irme a casa.
—Sí, querida. Estoy totalmente de acuerdo. Lee el libro o busca a Joseph. Es tu elección, Caperucita.
Algo le dijo que la hora de la verdad se había acabado.
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Seductoramente Tuya Capitulo 11






Joseph retrocedió sin responder. Demi entró en el coche, arrancó y se puso en marcha. Solo miró una vez por el retrovisor. Lo justo para ver que Joseph seguía de pie... mirándola.
Todavía sentía sus dedos en el cuello. Sentía el calor de su cuerpo casi pegado al de él. Aún había el eco de su risa ronca, como una pluma acariciándole.
Trevor dio un trago de bourbon y dejó la copa. Estaba acostumbrado a descansar a solas en el salón de su casa, totalmente a oscuras, mucho después de haber acostado a los niños. A menudo resistía el impulso de servirse otra copa... y entristecerse pensando en Melanie, recordando la satisfactoria, aunque poco emocionante relación que él creía que habían compartido; lamentando la pérdida de la mujer a la que había amado y que lo había traicionado; afrontando un futuro que apenas se parecía al que había previsto al casarse con ella.
Esa noche, sin embargo, no podía dejar de pensar en Demi.
Todavía le costaba creer lo cerca que había estado de comportarse como un chiquillo sin responsabilidades. Era un hombre adulto, viudo, padre de dos hijos; pero a Demi le había bastado con un roce de sus dedos y aquella risa tan sexy y seductora para perturbar su juicio.
Demi siempre lo había afectado de un modo muy particular. Creía haberlo superado.
Pero, al parecer, no lo había hecho.
Prácticamente todos los habitantes de Honoria iban al Café de Cora de tanto en tanto. Situado en la parte antigua de la ciudad, estaba a un paseo del centro, la comisaría, el banco y diversos negocios pequeños.
Demi sintió una oleada de nostalgia cuando entró a comer con su contable el viernes siguiente a la cena con los Jonas. El café seguía igual que hacía quince años, pensó mientras miraba las mesas abarrotadas, con sus hules rojiblancos ajedrezados. Los mismos cuadros colgando de las paredes y la misma vieja y ruidosa caja registradora.
Mindy Hooper la saludó en la puerta. Había empezado a trabajar para Cora nada más terminar el instituto, hacía unos veinticinco años, y no se había movido de allí desde entonces.
—Hola, Demi. Me preguntaba cuándo vendrías a vernos.
—Ya tenía ganas de pasarme por aquí. ¿Cora sigue haciendo el mejor bizcocho de chocolate del país?
—El mejor bizcocho de chocolate del mundo aseguró Mindy, dándose una palmada en sus anchas caderas. Soy la prueba viviente, Demi rió.
— ¿Está Clark Foster por aquí? He quedado con él para comer.
—No, todavía no. Ve pasando y toma una mesa. Yo le diré dónde estás cuando llegue.
Demi se dirigió a una de las pocas mesas libres del local. Vio a muchas personas conocidas y, cómo no, se detuvo a saludarlas. Al igual que el supermercado, el Café de Cora no era el mejor lugar para pasar inadvertida, pensó Demi cuando por fin logró sentarse.
—Perdón por el retraso se disculpó un hombre de treinta y muchos al cabo de unos minutos—. ¡No veas qué atasco he pillado!
— ¿Atasco?, ¿en Honoria?
—Está bien, ha sido la señora Tucker  reconoció él. Me ha obligado a ir a diez por hora por el medio de la avenida principal.
— ¿En esa tartana que tiene? Demi rió.
—Sí. Tiene el coche desde antes que tú y yo naciéramos dijo él mientras agarraba un menú. No has pedido todavía, ¿verdad?
—No, he llegado hace nada. Solo un té helado... mira, aquí está  Demi sonrió a Mindy, la cual colocó dos vasos llenos de té helado frente a ellos.
— ¿Qué vais a querer? les preguntó.
— ¿Cuál es el menú del día? quiso saber Clark.
—El mismo de todos los viernes: pollo con patatas y judías o pescadilla con ensalada de tomate.
—Entonces pollo con patatas y judías  decidió Clark.
—Una elección sanísima lo provocó Jamie, la cual lo había oído protestar en más de una ocasión sobre sus dificultades para perder peso.
—Tienes razón Clark suspiró. Ponme también una ensalada, ¿de acuerdo, Mindy?
Demi rió y negó con la cabeza.
—A mí ponme la pescadilla.
Cuando se hubieron quedado a solas, Clark entrelazó los dedos, apoyó las manos sobre la mesa y trató de adoptar una actitud profesional.
—He repasado tu contabilidad y todo parece en regla la informó. Por cierto, la semana que viene tienes que presentar la declaración de este trimestre. Tengo tus papeles en el maletín. Te los daré después de comer añadió, apuntando hacia el maletín que tenía a los pies.
—Te lo agradezco, Clark. Estaba convencida de que todo estaba bien, pero me siento más segura teniendo la opinión de un profesional. Es un engorro tener a mi contable en Nueva York mientras estoy viviendo en Honoria.
—Tu contabilidad no es complicada, pero estoy de acuerdo en que necesitas ayuda profesional para hacer bien todos los papeleos. Has invertido con mucho criterio mientras estabas en Nueva York. No deberías tener que preocuparte por la jubilación.

Jamie sintió una gran satisfacción al oír estas palabras. Clark no podía saber lo importante que era para ella tener cierta seguridad económica. La de actriz no era una profesión segura, pero había ahorrado y había trabajado haciendo suplencias como profesora de teatro entre interpretación e interpretación. Si bien no era práctica en otras cuestiones, Demi no hacía el tonto con el dinero. No tenía intención de acabar como sus padres, un par de alcohólicos que vivían de limosnas estatales.

Había sido Clark quien le había sugerido que se reunieran para comer, argumentando que era una manera agradable y desenfadada de iniciar su relación laboral. Jamie no había dudado en aceptar, pues no tenía mucho que hacer durante las vacaciones de verano. Como sabía que estaba en medio de un proceso de divorcio, no quiso preguntarle por su esposa, pero sí se interesó por sus dos hijos.

Seductoramente Tuya Capitulo 10






—Déjame un poco de oreja, preciosa dijo Demi, desenredando los dedos de Abbie. Puede que la necesite alguna vez.
—Quizá sea mejor que la tenga yo se ofreció Joseph.
—Cálmate, Joe Demi le frunció el ceño. Abbie y yo nos llevamos muy bien, gracias.
Abbie rió, como si las palabras de Demi le pareciesen graciosísimas. Joseph se quedó en silencio.
Sam tiró a Demi de un brazo, celoso porque su hermana hubiese acaparado toda la atención:
—Tengo unas zapatillas nuevas dijo, apuntando hacia ellas. Las otras se me habían quedado pequeñas.
— ¿Sí? Demi trató de sonar impresionada— ¡Qué rápidamente estás creciendo!
—Papá dice que me va a poner un ladrillo encima de la cabeza  comentó Sam con una risilla. Le dije que era una tontería. Aun así, seguiría creciendo.
—Cierto. Y estarías muy raro paseando con un ladrillo en la cabeza todo el tiempo, ¿verdad?
Sam rió de nuevo y se acercó un centímetro más a Demi.
Claire, que había estado dormida en un cochecito a los pies de Wade, empezó a lloriquear.
—Será mejor que nos vayamos dijo Emily, poniéndose de pie. A pesar de lo agradable que ha sido la velada, va siendo hora de que bañemos y acostemos a los niños.
Clay no pareció muy entusiasmado, pero obedeció sin rechistar y fue junto a sus padres mientras los mayores se despedían. Demi los saludó desde el sofá, todavía con Abbie en brazos.
—Por mucho que me guste sujetar a esta niña, creo que ya es hora de irme yo también a casa anunció Demi minutos después de que los Davenport se hubieran ido. Le dio un besito a Abbie y se la entregó a Joseph antes de ponerse de pie y dirigirse a Bobbie. Muchas gracias por invitarme a cenar, señóla... quiero decir, Bobbie.
—Ha sido un placer, cielo Bobbie se levantó. Sé que quieres que dejemos de darte la lata, pero necesito darte las gracias una última vez por lo que hiciste en la piscina. Ninguno de nosotros lo olvidará jamás.
Consciente de que Joseph y Sam estaban de pie tras ella, Demi murmuró algo apropiado para la ocasión y se giró hacia Caleb.
—Buenas noches, Demi le dijo él, dándole una palmada en un brazo paternalmente. Ven a vernos cuando quieras.
—Encantada. Gracias.
—Joseph, acompaña a Demi hasta el coche. Yo me quedó con Abbie  Bobbie agarró a la niña, dando por sentado que sus instrucciones serían obedecidas, como solía ocurrir.
—Yo voy también dijo Sam.
—No, cariño, quédate conmigo y con el abuelo Bobbie detuvo a su nieto. Despídete de la señorita Lovato. Ya la verás otro día.
—Buenos días, señorita Lovato dijo Sam, desilusionado, extendiendo una mano como había visto hacer a los mayores.
—Buenas noches, Sam Demi le estrechó la mano. Ya nos veremos, ¿de acuerdo?
—Eso espero.
Joseph avanzó hacia la puerta del salón:
—Después de usted, señorita Lovato  dijo con marcada cortesía.
—Vaya, muchas gracias, señor Jonas Demi sonrió. Buenas noches de nuevo a todos.
Luego, disimuladamente, miró a Bobbie mientras acompañaba a Joseph fuera del salón. La mirada de la mujer la dejó dubitativa: ¿qué había sido aquello exactamente?, ¿una cena de agradecimiento... o una cita enmascarada?
—Mi madre no es la persona más sutil  murmuró Joseph mientras salían a la calle.
A fin de esquivar sus ojos, Demi se concentró en admirar las estrellas del cielo.
—Es muy agradable dijo en tono ausente.
—Sí, pero también puede ser muy testaruda cuando se le mete una idea en la cabeza.
Como prefería no andarse con rodeos, Demi se apoyó contra su coche y miró a Joseph a la cara:
— ¿Y a qué idea te refieres?
—Seguro que te has dado cuenta de que ha tratado de que estuviéramos juntos toda la noche.
—Teniendo en cuenta que éramos los únicos solteros, supongo que es natural, ¿no? Demi se encogió de hombros.
—Puede. Pero en caso de que tenga algo más en mente, espero que no te resulte embarazoso.
—No es fácil que hagan que me ruborice dijo ella, sonriente.
— ¿Por qué no me sorprende esto que dices?
En ocasiones, Demi no podía contenerse. Estiró un brazo para acariciar con un dedo la barbilla de Joseph.
— ¿Y tú, Joseph?, ¿te ruborizas con facilidad?
—Normalmente no murmuró él.
Impulsada aún por el mismo impulso incontenible, Demi deslizó ambas manos por el pecho de Joseph, hasta detenerlas sobre sus hombros.
— ¿Y qué necesitas para ruborizarte?
Joseph esbozó una leve sonrisa al responder:
—No me ruborizo desde el instituto.
— ¿Y cuál fue la causa entonces? Demi jugueteó con el cuello de su camisa y lo acarició suavemente con un dedo.
—Creó que fue una sugerencia que me hiciste.
Demi rió por el tono tan seco de la respuesta.
— ¿Y aprovechaste el ofrecimiento?
—No. Dejé pasar la oportunidad...
Sus bocas estaban a escasos centímetros. Demi deseó que su sonrisa relajada disimulara el frenético ritmo de su corazón:
— ¿Y ahora? le preguntó con voz ronca.
—Ahora... Joseph notaba el aliento de Demi en los labios. Vaciló un segundo y, finalmente, se retiró. Creo que la volveré a dejar pasar.
—Lástima murmuró Demi.
Joseph le abrió la puerta del coche:
—Conduce con cuidado. Y vigila la velocidad.
—Tranquilo contestó ella. Me parece que ya he puesto a prueba mis límites demasiado por esta noche.

Seductoramente Tuya Capitulo 9





—Y no cantaba un carajo murmuró Caleb. Sonaba como un gato al que le pillan el rabo con una puerta. Si aguanté hasta el final fue porque Bobbie me estaba agarrando por el brazo.
—La señora Lynch elegía a los chicos de las familias más ricas cuando yo iba al instituto convino Joseph. Todos sabíamos quiénes se llevarían los mejores papeles... y rara vez eran los más cualificados.
—A mí nunca me dio un buen papel  se sumó Demi. Como mucho me daba un par de líneas, aunque la señora Lynch me decía a menudo que tenía talento.
—Si pensaba que tenías talento preguntó Wade, que había llegado a Honoria solo un par de años atrás, ¿cómo justificaba que no te diera mejores papeles?
—Decía que suscitaría controversia si intentaba burlar el sistema establecido Demi se encogió de hombros, y Joseph sospechó que había un mundo repleto de sentimientos oculto tras el tono desenfadado que imprimía a sus palabras. Le daba miedo que disminuyeran las contribuciones y sabía que la gente no protestaría porque me relegaran a papeles menores.
—Suena como si hiciera tiempo que debiera haberse jubilado comentó Wade.
—Lo hacía lo mejor que podía a defendió Botíbie. Ya sabes lo difícil que puede ser desafiar el orden establecido, Wade. Tú mismo has recibido algunas críticas por negarte a hacer la vista gorda cuando alguno de los ciudadanos ricos infringe alguna ley.
—Las leyes son iguales para ricos y para pobres sentenció Wade.
—He oído que tienes pensado montar Grease para primavera le dijo Emily a Demi. Ya sabes que Joannie McQuade te exigirá hacer de Sandy, ¿verdad? —añadió, refiriéndose a la hija del alcalde.
—Ninguno de mis estudiantes me exigirá un papel. Harán una prueba aseguró Jessie. Si son buenos, participarán. Si tienen potencial, trabajaré con ellos hasta que estén preparados. Si no tienen ni el menor destello de talento, les dejaré que sean figurantes o les asignaré otras responsabilidades. Hay muchos trabajos interesantes en el teatro aparte de actuar: iluminación, decoración, sonido, vestuario...
— ¿Vas a poner a Joannie McQuade de figurante? Preguntó Emily, incrédula. Su madre irá al instituto para que te expulsen antes de que termines el primer ensayo.
—He estado siete años trabajando en Nueva York. Puedo manejar a Charlotte McQuade replicó Demi, nada intimidada.
—Estoy seguro de que sabrá arreglárselas dijo Joseph.
Jamie le lanzó una mirada fugaz con la que le expresaba su agradecimiento... ¿y cierta sorpresa?
—Voy a ir al colegio le anunció Sam a Demi.
—En otoño, ¿verdad? preguntó esta. ¿Te hace ilusión?
—Me asusta un poco reconoció el niño.
Joseph estaba asombrado. Sam no solía compartir sus sentimientos, menos aún con personas a las que no conocía bien. Claro que tampoco solía aceptar a la gente con la rapidez con que había aceptado a Demi.
—No debes tener miedo del colegio lo alentó Demi. Casi todo es divertido. ¿Por qué si no iba a querer volver como profesora?
— ¿Serás mi profesora? Demi sonrió y acarició el pelo del niño.
—No hasta dentro de unos años, Sammy. Pero tengas a quien tengas de profesor, seguro que pasarás un año estupendo.
Joseph miró resignado mientras su hijo se enamoraba un poco más de Demi Lovato

Más tarde, esa misma noche, los adultos estaban sentados en el salón, tomando café y charlando mientras los chicos competían por llamar la atención. De nuevo sentada en el sofá, junto a Joseph, Demi sonrió a Abbie, la cual la sorprendió estirando los bracitos hacia ella.
— ¿Echas de menos Nueva York? le preguntó Emily mientras Demi acogía a Abbie en su regazo.
—Echo de menos a los amigos que he hecho, por supuesto. Echo de menos el teatro. Y que allí siempre había algo que hacer y algún sitio adonde ir. Ah... y la comida Demi suspiró nostálgicamente. No me vuelve loca lo de cocinar para mí sola y echo de menos la variedad de restaurantes con comida para llevar de Nueva York. En Honoria ni siquiera hay un restaurante chino.
—Tenemos pizza le recordó Clay. Mamá me deja pedir pizza de vez en cuando para cenar.
—Me gusta la pizza, pero me acaba cansando si la como demasiado a menudo.
—A mí no me pillas viviendo en un sitio así enfatizó Bobbie. ¡Con tanta violencia y contaminación! De verdad, no le veo el atractivo.
Demi reprimió las ganas de reírse ante aquel estereotipo en el que Bobbie parecía creer a pies juntillas.
—En realidad no está tan mal murmuró aquella. Yo siempre me he sentido segura. Basta con usar el sentido común.
Abbie, atraída por los pendientes de Demi, alzó las manos para alcanzarle una de las orejas. Tanto esta como Joseph fueron a impedírsele, de manera que sus manos se chocaron.
Demi notó que los músculos del estómago se le contraían. La piel de Joseph estaba especialmente cálida al contacto con la de ella.
Entonces, de pronto, los dos separaron las manos, permitiendo que Abbie alcanzara el pendiente. Demi puso una mueca de dolor cuando el bebé le pegó un tirón.

Seductoramente Tuya Capitulo 8





Demi se giró hacia Joseph, que estaba acariciando el pelo enmarañado de Abbie. La naturalidad de sus movimientos evidenciaban su experiencia y le permitían verlo como un padre responsable de dos hijos muy pequeños y muy vulnerables. De él dependía que comieran, se bañaran y tuvieran ropa, llevarlos al médico y al dentista, arroparlos en la cama, secarles las lágrimas y aplacar sus miedos. Demi, que nunca había tenido que cuidar más que de sí misma, apenas podía imaginar una responsabilidad tan grande.
De nuevo, se preguntó por la madre de los hijos, que había muerto lamentablemente joven. La mujer de Joseph. ¿Seguiría llorando por ella? ¿Habría regresado a Honoria para que su madre lo ayudara con los niños, o para escapar del doloroso recuerdo de su esposa y el hogar que habían compartido en Washington? ¿Quizá las dos cosas?
Cuando se preguntó si podría volver a enamorarse alguna vez, cambió el rumbo de sus pensamientos de golpe y se dirigió a Wade:
—He oído que Lucas reapareció hace un par de años comentó Demi en alusión a un hermano de Emily. Los chismosos se pondrían las botas.
—Volvió en navidades y se quedó para asistir a nuestra boda en Nochebuena, hace año y medio dijo Wade tras asentir con la cabeza. Y, sí, los chismosos le dieron bien a la lengua cuando se presentó después de estar fuera quince años. Más de la mitad de la ciudad creía que había asesinado a Roger Jennings cuando se marchó y no estaban muy contentos con su vuelta.
—Tengo entendido que se ha ganado el favor de todos ahora que se sabe que fue el tío de Roger quien lo mató en realidad. No podía creérmelo cuando me enteré: ¡Sam Jennings fue mi dentista de niña! ¿Quién iba a imaginarse que ya había matado a dos personas y que volvería a hacerlo?
—La inocencia de Lucas cambió el concepto que la gente tenía de él, por supuesto apuntó Joseph. Pero creo que influyó más el hecho de que se había hecho rico en el sector informático durante su estancia fuera, en California.
—Me lo creo murmuró Demi, recordando las veces que la habían despreciado en Honoria por la familia de que procedía. Hija única de dos alcohólicos cuyas batallas maritales conocía toda la ciudad, sabía de sobra lo que era crecer en aquella sociedad tan clasista y estirada. Me alegro de que le hayan ido bien las cosas. Creo que se casó con Rachel Jennings y están viviendo en California, ¿no?
—Parecen muy felices confirmó Caleb. Lucas necesitaba a alguien como Rachel para tranquilizarlo. Esta misma semana nos han anunciado que están esperando un bebé. Será curioso ver qué tal padre sale Lucas.
—Tu familia está creciendo rápidamente comentó Demi.
Caleb asintió, visiblemente satisfecho. Era el único miembro vivo de su generación y debía de complacerlo que el apellido Jonas siguiera propagándose.
—Tío Lucas diseñó este juego apuntó Clay, demostrando que había estado atendiendo a la conversación de los adultos aunque pareciera absorto en su partida. Está guay.
—Tienes que enseñármelo después de cenar repuso Demi. Tengo debilidad por las maquinitas.
—Yo también tengo .una añadió Sam. Me la regalaron por mi cumpleaños. Puedes verla si vienes a mi casa.
—Puede que algún día contestó ella, sonriendo a su joven admirador. No miró a Joseph al hablar, aunque se preguntó qué tal le habría sentado que su hijo la hubiese invitado a su casa. Bueno, ya solo me falta preguntar por Savannah. Sé que se casó con Christopher Pace, el escritor, y que dividen su tiempo entre Los Ángeles y Georgia. ¿Le va bien?
Caleb asintió a la mención sobre la hija única de su difunto hermano.
—Parece muy contenta. Su marido es un buen tipo, a pesar de que se junta con esa gente de Hollywood.
— ¿Y sus gemelos? preguntó Demi, sonriente.
—Ya son adolescentes. Buenos chicos, los dos. Y están locos por Kit. Los adoptó legalmente. A mí no me gustó nada que renunciaran al apellido de la familia, pero parece que eso los hace sentirse más unidos, así que supongo que tomaron la decisión correcta.
Demi no había olvidado el escándalo que se armó cuando Savannah Jonas, ganadora del concurso de belleza de Honoria, quedó embarazada de gemelos con solo dieciséis años. Demi era menor que ella, pero recordaba la polémica que se había desatado cuando Savannah había nombrado a Vince Hankins como el padre... acusación que este había rechazado por completo. Se alegraba de que Savannah y sus hijos hubieran salido adelante felizmente.
Los Jonas llevaban dando pábulo a los chismosos de Honoria desde hacía años, pensó Jamie. Lo cual la había hecho sentir cierta afinidad y simpatía hacia ellos, pues también ella había sido víctima de murmuraciones en su adolescencia.
— ¿Y tu familia? Se interesó Caleb entonces ¿Cómo está tu madre?
—Bien repuso Demi sin efusión. Está viviendo en Birmingham, cerca de su hermana.
— ¿Y tu padre?
—Lo último que oí es que estaba en Montana contestó ella, súbitamente tensa—. No estamos casi en contacto.
—Entiendo.
Sobrevino un breve e incómodo silencio, hasta que Abbie balbuceó algo, Claire empezó a llorar y Bobbie entró en el salón para anunciar que la cena estaba servida. Aliviada por que la atención dejara de recaer en ella, Demi alzó la barbilla, sonrió y se levantó para acompañar a los demás al comedor.
Ya estaban terminando el primer plato cuando Joseph llegó a la conclusión de que su hijo estaba como hechizado. Sam no había despegado los ojos de Demi desde que esta había llegado. Por desgracia, Joseph tenía un problema similar.
Demi no podía ser más diferente, en apariencia al menos, de su difunta esposa, Melanie, una mujer tranquila, noble y elegante siempre como la porcelana. Si alguien las pusiera juntas, podría comparar a Demi con el sol, brillante, caliente y llena de vida, y a Melanie con la luna, pálida, fría y serena. Como la luna, Melanie había ocultado su cara oscura incluso a su marido.
Abbie interrumpió la ensoñación de Joseph con un golpe de cuchara sobre la bandeja de su silla alta. Chilló encantada por el sonido y volvió a golpear la bandeja.
—No, Abbie. Come Joseph dirigió la atención de la niña hacia el plato irrompible del bebé.
—Papi dijo la niña, sonriente.
—Cómete la cena insistió Joseph con ternura, al tiempo que le acercaba un trocito de plátano a la boca.
Como sucedía con frecuencia, Bobbie dominó la conversación de la cena. Joseph quería mucho a su madre y sabía que era muy generosa y tenía buen corazón; pero no por ello dejaba de ver lo autoritaria que podía ser. Si bien había algunas personas que no la soportaban, la mayoría pasaba por alto sus defectos, debido a sus muchas virtudes. Había dado clases en el colegio desde antes de que él naciera y pocos se atrevían a cuestionar su competencia.
—Hablé ayer con Arnette Lynch dijo Bobbie mirando a Demi, en alusión a la antigua profesora de teatro.
— ¿Cómo está su marido?
—Me temo que sigue muy débil por la quimioterapia; pero Arnette dice que se encuentra un poco mejor. Está segura de que ha hecho bien jubilándose.
—Por supuesto.
—Y me alegro mucho de que estuvieras libre para ocupar su puesto. Los estudiantes están encantados de tener a una verdadera actriz enseñándolos.
—Me gusta trabajar con actores jóvenes contestó Demi. Son muy activos y tienen muchísima ilusión. Algunos tienen bastante talento.
— ¿Qué tiene que ver el talento con las obras del instituto? Preguntó Emily con acritud. La señora Lynch siempre les daba el papel protagonista a los estudiantes que provenían de las familias más prominentes, con independencia de que supieran cantar o actuar.
—No es muy amable por tu parte, Emily Bobbie frunció el ceño.
—Pero es verdad, tía Bobbie. Vi la representación de West Side Story del pasado otoño, ¿recuerdas? La hija del alcalde interpretó a la protagonista y no tenía ni idea de actuar.

martes, 27 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 22




A la mañana siguiente, el despertador de Nick los despertó bruscamente. Él dio un manotazo al botón y la alcanzó cuando ella se iba hacia un lado de la cama.
—Oh, no, nada de eso —masculló, acercándola hacia sí—. Creo que hoy iré tarde.
—Me apuesto que no has llegado tarde un sólo día de tu vida —rió ella retorciéndose en sus brazos.
—¿Por qué estás tan segura? —preguntó, irritado porque era cierto.
—Porque eres un hombre superior —replicó ella, burlándose y tentándolo al mismo tiempo—. No te rebajarías a hacer algo tan mediocre.
—Superior ¿eh?

—Sí, pero no te hace ninguna falta que yo te lo diga —lo empujó—. A decir verdad, me pregunto cómo consigues ser tan creído. ¿Cómo lo haces? —preguntó, parpadeando con inocencia.
—¿Siempre estás de tan mal humor por la mañana? ¿O es sólo porque voy a marcharme pronto y no podrás abusar de mi tierno cuerpo hasta que vuelva a casa?
Miley le golpeó el brazo, hundió la cabeza en su pecho y gruñó con desesperación. Él disfrutó de la vibrante sensación de sus labios sobre la piel.

—¿No contestas? ¿Ya te estás acogiendo a la quinta enmienda?
—No pienso discutir con un hombre que lo hace para ganarse la vida.
—Eso no te ha parado antes. Creo —dijo— que voy a ir tarde para enterarme de cómo vive el resto de la gente. Puede que ser ligeramente humano no sea tan terrible después de todo.
—¿Es la primera vez? —preguntó ella recelosa.
—Nunca he tenido una buena razón antes —dijo, anticipándose a la mirada inquieta que conocía tan bien. Con lo que había planeado para ella, Nick estaba seguro de que su nerviosismo iba a aumentar, más que disminuir. Era justo, se dijo, si se tenía en cuenta que ella lo había vuelto del revés. Jugueteando con el tirante del diminuto camisón rosa, sonrió al recordar que lo había sacado de un cajón lleno de camisones de franela, cuando ella insistió en ponerse algo para dormir.

—Tengo algo para ti —dijo con tono casual.
— ¿Qué? —preguntó ella curiosa.
—Algo que quería que tuvieras —respondió, sentándose sobre la cama.
—Eso suena muy vago —dijo.
—Cierra los ojos —ordenó.
—Quiero…
—Creí que no ibas a discutir conmigo.
Le tapó los ojos con la mano y sacó una pequeña caja de terciopelo del cajón de la mesilla. Intentando no pensar que podría rechazar su regalo, sacó el anillo de rubíes y diamantes de la caja. Ella consiguió entreabrir sus dedos.
— ¡Es un anillo! —exclamó.

—Sí, lo es —sonrió él al oír la mezcla de asombro y felicidad en su voz.
—Es precioso —balbuceó—. Rubíes y diamantes. Dios mío, Nick, ¡es precioso! —acercó la mano e inmediatamente la retiró como si se hubiera quemado—. No puedes… —comenzó, sacudiendo la cabeza—. No puedo…, nosotros…
—Puedo —corrigió, intentando calmar su pánico antes de que se le escapara de las manos—. Puedo y lo he hecho. Sólo es un anillo, Miley —dijo, quitándole importancia, pues quería que lo aceptara.

—Sólo un anillo —bufó ella, apartándose el flequillo de un soplido—. No has sacado esto de una máquina de chicles.
—No es un anillo de compromiso —le aseguró—. Pero cuando la gente te pregunte por el anillo, puedes enseñárselo.
—Nick, no vamos a estar comprometidos mucho más. Mis treinta días están a punto de acabar —dijo, mirándolo muy seria.
—Ya lo sé. Por eso he dicho que no es un anillo de compromiso —dijo Nick, intentando ignorar que sus palabras habían sido como una puñalada.
—¿Entonces qué es? —Miley movió la cabeza con incredulidad.

Él calló. Lo había pillado por sorpresa. Algo raro en él. Había supuesto que le iba a costar convencerla de que aceptara el anillo, pero no había calculado que llegaría a este punto. Cualquier otra mujer ya lo llevaría puesto, masculló para sí.
—El anillo es un regalo, maldita sea. Sin obligaciones. Quiero que lo lleves todo el tiempo —dijo—. Incluso cuando ya no estemos prometidos.
—Pero…

—Pero nada —espetó, cada vez más frustrado—. Es un anillo de amistad. Está muy claro —dijo. Los rubíes y diamantes, que le recordaban su fuego y su brillantez, parecían burlarse de él—. Te aseguro que nunca he tenido una amiga como tú, Miley, y nunca la tendré. Si quiero regalarte el maldito diamante Hope, estoy en mi derecho. No hay ley que me lo impida. ¿Vas a dejar de discutir y probarte el maldito anillo?
Miley parpadeó, movió la cabeza y sonrió. Se puso el anillo.

Por un momento me has preocupado, Nick. Podría haber llegado a pensar que esto era un gesto romántico. Pero me has devuelto a la tierra cuando has empezado a quejarte —se volvió hacia él y lo rodeó con sus brazos—. Gracias, Nick —dijo con suavidad—. Quiero ser tu amiga para siempre.
Nick la estrechó con fuerza. Se había puesto el anillo y estaba entre sus brazos, pero él quería más que eso.