viernes, 2 de noviembre de 2012

Durmiendo Con su Riva Capitulo 20



-Todavía no hemos acabado el uno con el otro, Joe.
Demi le deslizó la mano por el torso y luego apretó el pulgar contra su ombligo. La respiración de Joe se hizo más agitada mientras se le tensa­ban todos los músculos abdominales. Ella lo miró a los ojos y vio en ellos reflejos dorados mientras jugueteaba con sus calzoncillos, introduciendo los dedos en la goma elástica.
-Estoy muy excitado -reconoció Joe con voz ronca.
-Lo sé. Yo también -respondió Demi ayudán­dole a sacarse los calzoncillos.
-Demi... -susurró él rodando sobre la cama mien­tras ella se quitaba a toda prisa la ropa interior.
Joe utilizó los dientes, la lengua, toda la boca para excitarla. Le dejó marcas por todo el cuerpo, succionándole el cuello y mordiéndole los hom­bros. Demi podía sentir los círculos de calor, los anillos de fuego.

No eran capaces de hacer el amor sin volverse locos, y ella se dejó llevar por aquella locura. Demi entró en él, esta vez colocada encima, y lo cabalgó.
Joe se agarró al cabecero mientras ella lo mon­taba, moviéndose arriba y abajo, embistiéndolo, fundiéndolo.
Se miraron a los ojos, y sus miradas se queda­ron enganchadas mientras sus caderas hacían lo mismo. Entonces, Joe soltó el cabecero para abrazarla, para que ambos alcanzaran el climax en los brazos uno del otro.
Y cuando eso ocurrió, Demi se dejó llevar, sa­biendo que ella también era adicta a Joe.
Más tarde, aquella misma noche, Joe llevó a Demi a casa. No se había atrevido a pedirle que se quedara, que durmiera a su lado. Aquello le pare­cía demasiado tierno, demasiado amoroso. Dema­siado comprometido.
Pero ahora que estaba aparcado frente a la casa de piedra, no quería dejarla marchar. Y eso le daba muchísimo miedo.

-Vamos, te acompañaré a la puerta —dijo apa­gando el motor del coche.
-Gracias. ¿Quieres entrar a tomar algo?
Joe dudó unos instantes, sin saber muy bien qué decir. ¿Qué ocurriría si acababa quedándose a dormir con ella? Entonces, quedaría atrapado por la intimidad que había estado tratando de evitar.
«Dile que no», le advirtió una voz interior.
-De acuerdo -se escuchó decir a sí mismo.
Una copa no le haría ningún daño. Se la toma­ría rápido.
Ambos se acercaron a la puerta de la casa de piedra y Demi abrió con sus llaves.
-Gracias a Dios, los reporteros se han mar­chado.
-Sí. Ya hemos tenido suficiente por un día.

Joe estaba deseando abrazarla, y, para evitarlo, se metió las manos en los bolsillos del abrigo.
Entraron en la casa y subieron las escaleras. Todo el edificio estaba en silencio, por lo que Joe dio por hecho que las hermanas de Demi ya se ha­bían acostado.
Su apartamento estaba oscuro, y cuando ella encendió una luz, Joe se quedó inmóvil como una estatua.
De pronto, deseaba dormir en su cama, desper­tarse a su lado por la mañana, hacer el amor al alba y tomarse un café con cruasanes antes de vol­ver a hacerlo en la ducha.
Joe casi podía sentir el calor del agua, el vaho, el...
-¿Cerveza?
-Lo siento, ¿cómo dices?
-Que si quieres una cerveza.
-¿Tienes algo más fuerte?
-Mira tú mismo en el mueble bar -respondió  Demi quitándose la chaqueta antes de colocarla en el respaldo de una silla.
-Me tomaré un tequila -dijo Joe tras echar un vistazo a las bebidas.
Quería tomarse algo de un plumazo, algo que apartara su mente de una cama caliente. Y de una mujer aún más caliente.
Yo iré a la cocina a servirme un vaso de leche y algo de comer -dijo Demi-. Mi úlcera me lo pide. ¿Tú tienes hambre?
-Yo no, gracias -respondió él-. Pero sí me to­maré otra copa.
Joe se sirvió otro tequila, preguntándose por qué lo hacía. ¿Acaso estaba esperando a que lo in­vitaran a quedarse a pasar la noche?

Sí. Aquello era exactamente lo que esperaba. Joe trató de sacudirse su sentimiento de culpa. No era ningún delito. Después de todo, eran amantes. Y Demi se había mostrado conforme con seguir adelante con la relación al menos hasta la fiesta, en la que todo terminaría. 
Mientras la esperaba, le echó un vistazo a su co­lección de películas de vídeo. A Demi le gustaban los clásicos de Hollywood, en los que aparecían da­mas y gángsteres. Joe le alababa el gusto, pero cuando se encontró inesperadamente con una cinta de serie B del oeste, rodada a finales de los sesenta, se le formó un nudo en la garganta.
No quería pasar por aquello. Al menos no esa noche.
Invadido por un dolor repentino, Joe terminó su bebida y contempló fijamente la carátula de la película. Conocía a fondo aquel film. Antes se sen­tía muy orgulloso de él, pero desde hacía algún tiempo le provocaba dolor.

Demi regresó al salón con un sandwich a medio morder, un vaso de leche y una servilleta en una bandeja que dejó sobre la mesa.
-No sabía que tuvieras una de las películas de mi madre -comentó él tratando de aparentar nor­malidad.
-Iba a contártelo. La compré hace tiempo, nada más conocerte -reconoció Demi agarrando su sandwich-. Sentía curiosidad por ella.
-¿Por qué? -preguntó él girando la película, fingiendo todavía indiferencia.
-Porque es tu madre, y quería ver si os parecíais -respondió Demi sentándose en el sofá-. Te pare­ces muchísimo a ella, Joe. No sólo físicamente, sino también en los gestos. Y en la sonrisa. Tenía mucho encanto. Siento que la perdieras, Joe.
-Yo era sólo un bebé —respondió él, apretando con fuerza los dientes para tratar de contener su emoción.
-Es muy triste -comentó Demi dándole un sorbo a su vaso de leche-. Para tu padre tuvo que ser muy duro perder a su mujer nada más nacer su hijo.

Durante un instante, Joe sintió la tentación de contarle la verdad a Demi. Quería confiar en ella, revelarle toda la historia, tan dolorosa. Pero el tor­mento que sufría su corazón le impedía admitir lo que su madre había hecho.
-La muerte nunca es fácil -respondió des­viando la mirada-. Pero mi padre encontró a otra persona y volvió a casarse.
-Te he puesto triste, ¿verdad? -preguntó Demi captando por fin el dolor que desvelaban los ges­tos de Joe.
-No pasa nada -contestó él, que lo último que deseaba era su compasión-. ¿Qué me dices de ti? ¿Tienes mejor el estómago?
Demi asintió con la cabeza y le dedicó una son­risa cargada de dulzura. Joe resistió la tentación de tomarla en brazos y llevarla a la cama para aco­modarse dentro de ella. No le parecía bien acos­tarse con Demi sólo para calmar su dolor.

-Será mejor que me vaya -dijo entonces.
-Si te quieres quedar aquí, eres bienvenido —contestó ella.
-Creo que no es una buena idea. Se está ha­ciendo tarde, y mañana tenemos que madrugar los dos.
-¿Estás seguro, Joe? -insistió Demi mientras lo acompañaba a la puerta.
-Si, lo estoy.
Joe la besó fugazmente en la frente y se mar­chó a su casa con el corazón lleno de congoja.

Durmiendo con su Rival Capitulo 19





En cuanto Joe apartó su cuerpo del suyo, Demi comenzó ya a echarlo de menos. Deseaba tenerlo cerca.
-¿Estás bien? -preguntó él.
¿Parecía acaso tan confusa como se sentía? Demi nunca había comprendido que hubiera mu­jeres que se quedaran prendadas de los hombres después de practicar el sexo, y ahora era ella la que luchaba contra aquella sensación.
-Estoy perfectamente.
-Entonces, ¿no te he hecho daño? -preguntó Joe acariciándole la mejilla.
-No —respondió ella incorporándose y abrazán­dolo-. No me has hecho daño.
Demi se rindió ante sus emociones. Necesitaba acunarse entre sus brazos, hundirse en él.
Le acarició la espalda, levemente bañada por el sudor. Joe era fuerte y musculoso, y desprendía un poderío que le aceleraba el corazón.

«No te enamores de él», se advirtió a sí misma. «No te enganches».
Demi exhaló un profundo suspiro, se apartó lentamente y levantó sus braguitas del suelo. Se las puso y comenzó a buscar su sujetador.
Joe siguió su ejemplo y se puso los calzonci­llos, pero eso fue todo lo lejos que llegaron. Antes de que Demi pudiera ponerse la blusa, él la tomó de la mano.
-¿Tienes hambre? -le preguntó-. Podemos pre­pararnos algo y meternos un ratito en la cama.
-Suena perfecto -respondió Demi, incapaz de resistirse a su sonrisa y a aquella sugerencia tan provocadora.
Vestidos únicamente en ropa interior, fueron a la cocina y prepararon una bandeja con queso, pan francés y un par de cervezas. Demi abrió tam­bién una lata de macedonia de frutas y vació su contenido en dos cuencos.

Cuando subieron por la escalera de caracol y entraron en el dormitorio principal, ella sintió que un escalofrío le recorría los brazos. La habita­ción de Joe era prácticamente igual a la suya. Y aunque iba sobre aviso, el impacto de verlo con sus propios ojos fue estremecedor.
Aunque duro sólo un instante. Joe dejó la ban­deja en la mesilla de noche, guió a Demi hacia la cama, en la que ella se colocó en una posición có­moda para disfrutar del calor de después del sexo.
-Deberíamos ultimar los detalles de nuestra pe­lea final -sugirió Joe poniendo en su boca una porción de queso.
-¿Nuestra pelea final?
 -El final público de nuestra relación.
 Demi sintió una punzada de dolor en el pecho. ¿Lo había hecho adrede? ¿Estaba Joe tratando de estropear su intimidad, de recordarle que nada de aquello era real?

-Eso es cosa tuya —respondió, tratando de no apa­recer tan afectada como estaba-. Tú eres el asesor.
-Creo que podría ocurrir en la fiesta estilo años veinte que celebra mi madrastra todos los años. Me aseguraré de que vaya la prensa -aseguró Joe estudiando su cerveza-. Mejor aún: comenzaré a extender el rumor de que Tara podría aparecer. Eso hará que la prensa muera por una invitación.
-¿No arruinará eso la fiesta de tu madrastra? -preguntó Demi, completamente estupefacta.
-¿Estás de broma? La convertirá en el aconteci­miento del año.
Los celos se apoderaron de ella rápida y certe­ramente. ¿Por qué no invitaba directamente a Tara y convertía el rumor en realidad?

-Simularemos una pelea en la fiesta -continuó Joe—. Entonces podrías terminar conmigo. Estoy seguro de que se te ocurrirá más de una buena ra­zón para hacerlo.
-Sí -admitió Demi-. Estoy segura de que sí.
Joe  permaneció en silencio un instante. Luego le dio otro sorbo a su cerveza.
-¿Quieres pensar en lo que vas a decir?
-No hay nada que pensar. Eres un imbécil su­perficial que se niega a sentar la cabeza. Con eso será suficiente.
Joe tuvo la caradura de parecer herido.
-No soy superficial. Y sí tengo pensado sentar la cabeza, aunque no con alguien como tú.
-¿Alguien como yo? —preguntó ella entornando los ojos.
-Una mujer concentrada en su carrera profe­sional.
Si la cama se hubiera abierto en ese momento y se la hubiera tragado, Demi no se hubiera sorpren­dido más.
-Esa es la observación más machista que he escuchado en mi vida -aseguró ella, incapaz aún de creer que aquello hubiera salido de boca de Joe-. Tengo intención de casarme y tener hijos algún día. Pero eso no significa que deba sacrificar mi carrera.

-Esa es una actitud muy egoísta, ¿no te parece?
-Abre los ojos a la realidad, Joe. Estamos en el siglo veintiuno.
Él puso los ojos en blanco y Demi dejó la comida en la bandeja. No tenía ninguna intención de pasar ni un minuto más en su compañía. Pero cuando trató de levantarse, Joe la sujetó por el brazo.
-¿Dónde diablos crees que vas?
-A casa -respondió ella tratando de zafarse.
-De eso nada -dijo Joe tirando de ella.
Demi fue a caer encima de él, que estaba tum­bado en la cama.
Ella deseaba golpearlo con los puños, arran­carle esa maldita sonrisa del rostro. Pero Joe le golpeó suavemente la barbilla en gesto juguetón, y Demi supo que ambos habían perdido la batalla. Ella quería estar en sus brazos tanto como él.

-Quédate conmigo, Demi -susurró Joe suje­tándole con cariño el brazo para calmarla.
Ella cerró los ojos, asustada por lo que Joe es­taba haciendo con ella, por el deseo y la necesidad que despertaba en su interior.
-Tenemos ideas muy distintas. No estamos de acuerdo en nada. No nos convenimos el uno al otro.
-Lo sé -respondió Joe recorriéndole la espina dorsal con un dedo-. Pero no se trata de que esto dure para siempre.
-Me estás pidiendo sexo sin compromiso. Todo el sexo que puedas conseguir.
-No puedo evitarlo —reconoció él con la voz ronca-. Eres como una adicción. Una droga. Un deseo que no puedo controlar.
Aquel reconocimiento atravesó la conciencia de Demi como si fuera una flecha ardiendo. Abrió los ojos y aspiró el aroma de Joe. Podía sentir su pulso sobre el suyo, demasiado rápido como para no prestarle atención.
-Voy a romper contigo en la fiesta.
-Lo sé -respondió Joe colocándola a su lado en la cama-. Pero, hasta entonces, ¿qué me dices?
-Estaré contigo. Y luego, cuando se acabe, se acabó. No lo prolongaremos.
Él la besó en la frente con delicadeza, pero cuando habló, su voz seguía siendo ronca.
-Ojalá pudiera ser de otra manera.
-No importa —respondió Demi.
No quería perder el tiempo con sueños imposi­bles. Ambos sabían que lo suyo no podía ser.
-¿Sigues pensando que soy un superficial?

-¿Y tú sigues pensando que yo soy una estirada? -contraatacó ella.
-Yo te llamaba para mis adentros la princesa de hielo, pero ahora no estoy muy seguro de que ese término vaya contigo. Todavía no te tengo muy ca­lada.
-Yo a ti tampoco, la verdad.
No podía comprender por qué Joe no quería casarse con una mujer que trabajara. Parecía un hombre moderno, pero aquella actitud la descon­certaba.
-Voy a echarte de menos, Demi -dijo él esti­rando el brazo para acariciarle un mechón de ca­bello.
Ella también lo iba a echar mucho de menos. Desesperadamente.

Durmiendo con Su Rival Capitulo 18




Joe sacó las llaves y hurgó en la cerradura. Consiguió hacer contacto, y la puerta se abrió.
Entraron juntos en el vestíbulo, entrelazados el uno en el otro. Él cerró la puerta con la pierna.
Y entonces los asaltó un momento de lucidez. La interpretación había terminado. Nadie podía verlos en aquel momento.
Joe dio un paso atrás y se pasó la mano por el cabello. Demi trató de concentrarse en su casa, pero sólo distinguió un conjunto de antigüedades y un laberinto de color.
-Dime que deseas lo mismo que yo, Demi -susu­rró Joe mirándola con tal intensidad que ella se quedó sin respiración-. Dime que no soy yo solo.
Demi sintió un escalofrío.
-Dímelo -suplicó él con la voz entrecortada por el deseo.
-No eres tú solo, Joe. Yo deseo lo que tú de­seas.
Lo deseaba desesperadamente. Lo deseaba tanto que le dolía.
-Y ahora, dime que después no importará lo que haya ocurrido -continuó él acercándose más-. Que no lo utilizarás en mí contra.

-Te lo prometo -respondió Demi, deseando de corazón no implicarse emocionalmente, no sentir después la necesidad de seguir con él.
Joe acortó la escasa distancia que los separaba y ella cayó en sus brazos. El la abrazó en silencio durante un instante, luego se miraron a los ojos y perdieron el control.
Joe le desabrochó de un plumazo la blusa, arrancándole de cuajo los botones. Ella le sacó la camisa y le bajó la cremallera. Él le desabrochó el sujetador, ella le bajó los pantalones.
Luego, ambos se quitaron los zapatos y estuvie­ron a punto de caerse por la premura con que lo hicieron. Y en medio de todo aquello, se las arre­glaron para seguir besándose con las bocas enlaza­das, las lenguas bailando, los pulmones implo­rando un soplo de aire.
Cuando Demi estuvo desnuda, Joe inclinó la cabeza y le saboreó los pezones, llevándose pri­mero uno y luego otro a la boca, succionándolos, llenándola de placer con su calor.
Y luego se deslizó hacia abajo. Y más abajo todavía.

Finalmente, Joe se puso de rodillas y la miró. Demi le devolvió la mirada, cautivada por su belleza, por el brillo dorado que desprendían sus ojos.
Ella le acarició la mejilla, sintiendo aquel inicio de barba que le confería sombras a su rostro, otorgándole un aire misterioso a cada una de sus oscu­ras facciones.
Demi recorrió con un dedo la línea masculina de sus labios. Pero cuando él le mordisqueó el dedo, sintió una repentina sensación de peligro.
Se suponía que aquel no era un romance verda­dero. Se suponía que aquello no tenía que ocurrir.
-Demasiado tarde -musitó Joe, como si le hu­biera leído el pensamiento.
-Lo sé -respondió ella hundiéndole las manos en el cabello.
Tenía ganas de él. Lo necesitaba con urgencia.
Él introdujo la lengua entre sus piernas y Demi se excitó. Y se humedeció. Y se sintió en la gloria.
Joe la tenía sujeta por las caderas, inmovili­zada. Pero ella luchó contra la inmovilidad y se re­volvió en busca de la boca de su amante.

La boca de su amante. El solo hecho de pensar en aquellas palabras la hacía estremecerse.
Los besos de Joe eran salvajes y apasionados. Él seguía saboreándola, y Demi supo que estaba tan excitado como ella.
El deseo que Joe tenía de que ella llegara al climax era casi tan poderoso como la sensación que él le provocaba. Era un estremecimiento sen­sual que le recorría la espina dorsal, llenándole el estómago de mariposas que aleteaban.
Joe... -susurró Demi.
Él intensificó la presión de sus besos, aumen­tando la intensidad de la temperatura, de la exci­tación, del poderío sexual que estaba desplegando sobre ella.
Demi pensó que aquel hombre sería su perdición. Que le robaría la voluntad, haciéndola de­sear más y más de él.

Emitió una plegaria silenciosa, pidiéndole al cielo que le mantuviera la cordura. Pero un segundo más tarde sintió la fuerza de un orgasmo atravesándola, y arrancándole el último atisbo de control.
Cuando terminó, Demi estaba derretida en una piscina de seda.
Joe se puso de pie. Lo único que deseaba era a Demi, la mujer que le confundía las emociones, le hacía perder los nervios y lo obligaba a sentirse como un depredador.
-Puede que esto vaya rápido -dijo Joe-. Tal vez no pueda contenerme.
Pero no dejes de tocarme -respondió Demi in­clinándose hacia él-. Por favor, no te pares.
-No lo haré.

«No pararé nunca», pensó, dándose cuenta de la locura de aquella idea. Cuando hicieran pú­blico el final de su romance, la dejaría marchar.
Joe deslizó las manos por su cintura hacia sus caderas, atrayéndola hacia sí. Era extraordinaria­mente bella, esbelta y sin embargo llena de curvas. El ángel que él le había regalado le colgaba entre los pechos, y los diamantes brillaban sobre su piel dorada. Los pezones, rosados y erectos por sus ca­ricias, parecían dos perlas.
Joe la besó, y sus lenguas se encontraron. Demi soltó un suspiro de rendición. Parecía agotada, su­mergida en el remanso posterior a un orgasmo de los que hacían época.
Joe sonrió, complacido por haber sido él el causante de aquella sensación.
-¿Lo que veo reflejado en tu cara es orgullo masculino? -preguntó Demi.
-No lo dudes.

Joe la llevó hacia una mesa que había en el vestíbulo. Tumbarse sobre ella en el duro suelo de madera estaba fuera de toda cuestión, pero no creía que pudiera aguantarse hasta el dormito­rio. Ni siquiera hasta el salón, donde al menos una alfombra les proporcionaría algo de comodi­dad.
La colocó sobre la mesa y le abrió las piernas. Aquella pieza antigua y pulida tenía encima un ja­rrón de flores que la doncella de Joe cambiaba cada semana, y su fragancia le entró por las fosas nasales como si fuera un afrodisíaco.
Joe sintió en el pecho una punzada de culpa­bilidad. A las mujeres les gustaban las camas sua­ves y mullidas. Les gustaba el romanticismo: velas, bombones y ramos de rosas. Desde luego, los ja­rrones de flores decorativos no contaban.

Demi se mordió el labio inferior y lo miró. Joe entró en ella y ella se enroscó a su alrededor, cá­lida y húmeda. Él gimió y luego se quedó parali­zado, maldiciendo su premura. Al instante si­guiente la embistió con tanta fuerza que la hizo gritar, pero Joe sintió que ella no quería que ba­jara el ritmo. Demi apretó las piernas a su alrede­dor y lo abrazó con ellas como si le fuera la vida. Inclinó la cabeza hacia atrás, y, con su cabello en­tre las manos, Joe evocó la imagen de Eva ten­tando a Adán con una manzana, la imagen de una mujer que ponía a un hombre de rodillas.

«Pero yo ya me he puesto de rodillas», pensó Joe. Ya le había dado placer a ella. Ahora era el momento de tomar lo que Demi estaba dispuesta a ofrecerle.
El peligro. La tentación. Sexo caliente y tó­rrido.
Ella lo acarició mientras Joe se movía, mien­tras hundía su cuerpo ardiente en el suyo. Le aca­rició los hombros y le pasó las manos por el torso. Las yemas de sus dedos danzaron sobre los múscu­los de su estómago.

No dejaban de mirarse a los ojos, y Joe luchó contra el deseo que sentía de vaciarse dentro de ella. Quería unos minutos más, unos segundos más antes de llegar al éxtasis.
La mesa se movía bajo la presión de su acto amoroso. El jarrón de flores se tambaleaba. Joe se deslizaba de sensación en sensación, ciego a todo. A todo excepto a su deseo.
Demi le clavó las uñas en la espalda, y él recibió con alegría aquella muestra de pasión. De alguna manera, sabía que ella nunca le había hecho eso a ningún hombre. Demi nunca se había sentido así de liberada, así de salvaje.

Joe empujó con más fuerza, más profunda­mente, hasta que su cuerpo se puso rígido y se convulsionó entre los brazos de Demi. Ella hundió la cara en su cuello y emitió un sonido sensual, pero él estaba demasiado abstraído como para sa­ber si Demi había alcanzado el éxtasis con él.
Joe sólo era consciente de su deseo desparra­mado sobre ella, tan cálido y fluido como el cli­max que le recorría las venas.

Durmiendo Con su Rival Capitulo 17




Varias horas más tarde, Joe circulaba entre el tráfico con Demi sentada a su lado. Llevaba el col­gante al cuello. Sabía que era una tontería emo­cionarse con aquel regalo, pero no podía evitarlo.
Qué hombre tan complejo era aquel. Exigente, divertido, romántico incluso, pensó Demi mientras agarraba con fuerza el querubín.
-Adivina quién está detrás de nosotros -dijo Joe mirando por el espejo retrovisor.
-El fotógrafo pesado -respondió Demi sin si­quiera plantearse otra posibilidad.
-El mismo que viste y calza. Qué hombre tan persistente...
-¿Te imaginabas que sería así? -preguntó ella-. ¿Pensabas que la prensa iba a ser tan acosadora?
-Sí. Ya he pasado por esto antes.
-Claro. Con Tara -respondió Demi sin poder evitar nombrar a la actriz-. No hacen más que compararme con ella.
-Lo sé -contestó Joe mirando de nuevo por el retrovisor-. ¿Quieres que intente perder de vista a ese tipo?
Demi se cruzó de brazos. Qué fácil le resultaba a Joe cambiar de tema cuando hablaban de Tara.
-Estoy empezando a hartarme de esto -dijo.
-Yo también. Lleva varios días pisándonos los talones.
-Me refería a Tara.

-Ella es una estrella de cine -respondió Joe re­volviéndose en el asiento-. A la prensa le fascina.
-¿Y eso qué significa? ¿Que sabías que la mete­rían en nuestra historia?
-No hasta este punto, pero sabía que aparece­ría su nombre.
Demi estudió su perfil. Joe conducía con los ojos clavados en la circulación.
-¿Has sabido algo de ella? -preguntó Demi.
-No.
-¿Y esperas que aparezca?
-No -volvió a responder él.
Tratar de sacarle información a Joe era como intentar arrancarle un diente a un dinosaurio.
-¿Crees que estará enfadada? Después de todo, están diciendo que ella y yo podríamos pelearnos por ti.
-Dudo mucho que los rumores le importen. Se crece con la publicidad.
-Es una mujer casada, Joe.

-¿Y qué? Su marido también es famoso. Y su ca­rrera no está precisamente en su mejor momento. En este negocio, a veces es preferible ser blanco de los comentarios negativos de la prensa a que no hablen de ti.
Demi no estaba de acuerdo, pero, ¿qué sabía ella de Hollywood ni de la clase de hombre con el que se había casado Tara?
-¿Y qué me dices de ti? -le preguntó a Joe-. ¿Te creces con la publicidad?
-Por supuesto que no -respondió él dirigién­dole una mirada cargada de frustración-. He orga­nizado este montaje porque sabía que funciona­ría. Y eso forma parte de mi trabajo, Demi. Organizar escándalos para entretener a la prensa.

Ella exhaló un suspiro y Demi hizo lo mismo. Se mantuvieron en silencio durante unos instantes. Joe seguía mirando de vez en cuando por el re­trovisor, y Joe entendió que el fotógrafo aún les seguía la pista.
-¿Estás enfadada conmigo? -preguntó él final­mente-. Me siento muy atraído por ti, Demi. Esa parte del montaje es verdadera.
-Lo sé -respondió ella acariciando el ángel-. Para mí también.
-Entonces, ¿por qué estamos siempre peleándonos?
-Porque eres muy pesado -le dijo ella.
-¿Ah, sí? -respondió Joe con una sonrisa-. Muy bien, pues tú también.
Demi quería besarlo, poner la boca sobre aquella sonrisa seductora, sobre aquellos labios curvados.
Joe se metió por una calle flanqueada de ár­boles, en la que abundaban las grandes mansio­nes entre la abundante vegetación. La mayoría de las construcciones eran de ladrillo, con lar­gos y bien cuidados senderos. El vecindario te­nía un aire distinguido, pero desprendía tam­bién calor.
-Estoy llevando al fotógrafo a la puerta misma de mi casa -dijo Joe-. Debo estar loco.
Ella también debía estar loca por desear besar a Joe.

Él accedió a la entrada de una mansión impresio­nante. Las ventanas eran vidrieras, y la piedra con la que estaban construidas las dos plantas le otorgaba a la casa el encanto de tiempos pasados. Aquel edifi­cio histórico había sido remodelado para reflejar un estilo artístico y a la vez tradicional.
Joe aparcó el Corvette en una esquina.
-Tal vez deberíamos darle a ese tipo una buena foto. Ya sabes, algo jugoso.
Demi miró por el espejo lateral. Una furgoneta azul se había detenido en la calle, ocultándose bajo la enorme copa de un árbol. Al parecer, el conductor no se había dado cuenta de que lo ha­bían descubierto.
-¿Vamos a hacerle un favor a ese imbécil?
-¿Por qué no? Está alimentando nuestro escán­dalo. ¿Te das cuenta de que los periódicos apenas han mencionado el asunto de la pimienta? A na­die parece importarle ya lo más mínimo. La gente está más interesada en otros asuntos picantes, los que se cuecen entre las sábanas —aseguró Joe con una de sus típicas sonrisas-. Y ahí estamos noso­tros, nena. Tú y yo.
-Entonces, ¿qué propones? ¿Que montemos un número en el coche?
-No. En el porche. Así tendrá mejor perspec­tiva.

-Parece un buen plan -respondió Demi mien­tras notaba cómo se le aceleraba el corazón.
Bajaron del coche y subieron hasta el porche, tomándose el pelo el uno al otro. En el fondo, Demi sabía que aquello era más que una puesta en escena para la foto. Quería sentir a Joe, y él que­ría sentirla a ella.
El se puso las llaves en el bolsillo del pantalón.
-Te apuesto lo que quieras a que no puedes quitármelas.
-Y yo te apuesto a que sí -respondió Demi mi­rándole los vaqueros.
-Entonces, adelante.
Ella estiró el brazo, pero Joe le sujetó la mu­ñeca. Forcejearon como dos niños, apretándose contra la barandilla del porche y riéndose. Demi se las arregló para soltarse la mano y metérsela en el bolsillo. Y cuando agarró las llaves, Joe le sujetó la otra mano y se la apretó contra la bragueta.
El corazón de Demi se aceleró hasta límites in­sospechados.
Jugueteó con su bragueta, y Joe le desabrochó los primeros botones de la blusa, los suficientes para permitir que la brisa de marzo le acariciara la piel.

De pronto, la besó. La besó con furia, con po­derío, con una urgencia que ninguno de los dos podía negar.
Se levantó algo más de viento, que revolvió el cabello de Demi y le abombó a él la camisa. Joe inclinó la boca hacia abajo, pero no lo suficiente. Ella quería que le lamiera los pezones, que aca­bara con aquel deseo, pero se lo impedía la ropa. La de ambos.
Demi comenzó a desabrocharle el cinturón, y entonces cayó en la cuenta de lo que estaba ha­ciendo. Allí fuera había un fotógrafo inmortali­zando su actuación.
-Tenemos que parar.
-Sólo un beso más -pidió Joe.
Demi puso los dedos en su cinturón. Un solo beso más.
La barba incipiente de Joe le añoraba la man­díbula. El calor de su respiración le calentaba la mejilla. Un beso llevó a otro, y Demi se apretó con­tra él, demasiado mareada como para hablar.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Durmiendo Con Su Rival Capitulo 16




Joe era grande y fuerte, y en aquellos momen­tos ella lo necesitaba.
-¿Te quedarás un poquito?
-Si eso es lo que quieres... -contestó él acari­ciándole la cabeza.
-Lo es.
Demi se quedó dormida casi al instante, encan­tada de estar entre los brazos protectores de su ri­val.
Joe se levantó algo más tarde aquella noche. Se había quedado dormido en la cama de Demi. Encendió la luz de la lamparita de la mesilla de noche y parpadeó para aclararse la visión.

Demi estaba tendida a su lado con los ojos cerra­dos y el cabello revuelto alrededor del rostro. Te­nía un aspecto pálido y vulnerable, completa­mente distinto al de la mujer que había jugado con él en la discoteca. Joe sintió deseos de volver a abrazarla, y se inclinó sobre ella, pero luego se apartó. Estaba confundido.
Necesitaba salir de allí cuanto antes, irse a su casa y poner su cabeza en orden.
La vida de Demi se salió completamente de ma­dre a lo largo de los dos siguientes días. La gente de la calle le pedía autógrafos, y los reporteros vi­gilaban todos sus movimientos. Esperaban cada mañana a la puerta de su casa para pillarla yendo al trabajo, le disparaban con sus cámaras, le me­tían los micrófonos en la cara y le hacían pregun­tas indiscretas.

Preguntas sobre Joe. Y sobre-Tara Shaw. Al pa­recer, Tara y su actual marido tenían problemas, lo que, según la prensa, significaba que ella iría tras Joe en busca de consuelo. Y de sexo.
Los periodistas querían saber qué pensaba ha­cer Demi al respecto. ¿Se enfrentaría a Tara por Joe? ¿Pelearían como dos gatas por él? Demi se giró para mirar a Joe. Caminaban de la mano por una tienda de antigüedades, dándole a Boston y al resto del país motivos para hablar.
Él le acariciaba el cuello cada vez que se dete­nían a contemplar una mesa o un escritorio orna­mental. Y Demi, por supuesto, le devolvía la caricia.

Ella interpretaba su papel, aunque sentía de­seos de gritar. Todo aquel misterio respecto a Tara Shaw la estaba volviendo loca, y la prensa no hacía más que avivar el fuego, obligando a Demi a pre­guntarse qué estaría escondiendo Joe.
-Vamos a mirar esto -dijo él guiándola hacia un collar antiguo antes de mirar por encima de su hombro.
-¿Está aquí nuestra sombra? -preguntó Demi, sabiendo que Joe estaba comprobando si los se­guía el fotógrafo local.
-Sí.
Ella suspiró. Aquel reportero estaba siendo un auténtico incordio, una cola que no se despegaba de ellos.
-¿Qué tipo de fotografía espera tomar? Des­pués de todo, estamos en un sitio público.
-Tal vez espere que vayamos a hacerlo aquí mismo -respondió Joe con una mueca-, delante de todo el mundo.

-Muy gracioso -respondió Demi tratando de aparentar indiferencia.
Pero no podía sacarse a Tara de la cabeza. ¿Qué ocurriría si la otra mujer aparecía de veras en busca de Joe? ¿Y si aplastaba aquellos inmensos pechos que tenía contra su torso y le lloraba en el hombro? Tal vez la actriz tuviera veintiún años más que él, pero había madurado como el bueno vino. Segura­mente habría contado con algo de ayuda, algún re­toque por aquí, alguna operación por allá, porque en Beverly Hills abundaban los cirujanos plásticos, y Tara podía permitirse el mejor.
Demi se acercó más a Joe para asegurarse de que nadie los escuchaba.
-¿Te he contado que me han llamado de una revista masculina?
-¿De veras? ¿Quieren hacerte una entrevista?

-No. Me han preguntado si quería hacer un po­sado. Un desnudo.
También la habían informado de que Tara Shaw había aparecido en su número de julio de 1975 posando con un chaqueta de flecos abierta y zapatos de plataforma.
Durante un instante, Joe permaneció en silen­cio.
-Guau -dijo finalmente.
¿Guau? ¿Qué se suponía que significaba aque­llo? ¿Que no era lo suficientemente sexy?
-Les dije que lo pensaría.
—Estás de broma... —aseguró él componiendo una mueca.
Demi sintió deseos de golpearlo, pero en su lu­gar se apartó un mechón de rizos de los hombros. Se había acostumbrado a llevar el cabello suelto, al menos durante sus apariciones públicas. ¿Y por qué no habría de hacerlo? La prensa la había bau­tizado con el sobrenombre de «Belleza bohemia de larga melena», y Demi había decidido no estro­pear su nueva y misteriosa imagen.
-Podría hacerlo si quisiera.

-No lo he dudado ni por un momento
-¿Así que crees que sería una buena modelo de desnudo? -preguntó Demi mirándolo a los ojos, sorprendida por su reacción.
-Por supuesto que sí.
Joe se apretó contra ella y, al ver que Demi no se apartaba, la besó.
La señora que estaba a cargo del mostrador de joyería carraspeó, pero a Demi no le importó. Des­lizó la lengua dentro de la boca de Joe y saboreó su deseo.

Un deseo que parecía demasiado real como para ser fingido.
Cuando dejaron de besarse, Gina mantuvo los brazos alrededor de él, a pesar de la mirada de de­saprobación que les dedicó una pareja de ancia­nos. El fotógrafo se preparó para el siguiente dis­paro, encuadrando la escena para hacer otra foto.
-¿Sabes qué es lo último que se rumorea? -pre­guntó Joe.
-No, ¿de qué se trata?

-Dicen que hemos hecho un vídeo pornográ­fico.
-¿Cómo? -preguntó Demi sintiendo cómo se le aceleraba la respiración.
-Una grabación privada de nosotros dos ha­ciendo el amor -aclaró él.
-¿Cómo sabes que andan diciendo eso?

-Tengo mis contactos -respondió Joe con su sonrisa de asesor.
Demi estudió aquella sonrisa, y mantuvo el tono de voz en un susurro. El fotógrafo pensaría proba­blemente que le estaba suplicando a Joe que la llevara a casa para hacerlo... y grabarlo.
-No serías tú el que se inventó el rumor, ¿ver­dad?
-¿Yo? Ni hablar. Simplemente lo he escuchado, eso es todo.
Demi ladeó la cabeza. En lo que se refería a Joe, no estaba muy segura de qué creer.
-¿Me estás diciendo la verdad?

Joe se mostró evasivo, dio por zanjado el tema y se giró hacia el mostrador de joyería.
Mientras él observaba las gemas de colores que había tras el cristal, Demi se metió las manos en los bolsillos y trató de no pensar en cómo iba a afec­tarle aquel escándalo durante el resto de su vida.
Ella no era una estrella de cine como Tara Shaw. Ella era sencillamente una chica italiana de Bos­ton que había tenido la suerte de nacer en una fa­milia rica. Una chica rica con una úlcera y un pelo rebelde. ¿Qué tenía aquello de glamouroso?

Demi se dio la vuelta y se encontró con al menos cincuenta pares de ojos observándola con curiosi­dad alrededor del mostrador, esperando que ocu­rriera algo excitante.
-¿Podría ver ese? -preguntó Joe señalando una de las vitrinas.
-Por supuesto -aseguró la vendedora abriendo la vitrina con llave y mostrándole el collar que ha­bía dentro.
-Me lo llevo -dijo Joe tras observarlo durante unos instantes y comprobar la astronómica cifra que tenía marcada en el precio-. Para ti, mi dama.
Demi miró el regalo que él le había puesto en­tre las manos. Era un querubín de platino y dia­mantes que brillaba al final de una reluciente ca­dena. Joe le había comprado un ángel.


Durmiendo con su rival Capitulo 15




Demi no sólo le despertaba la libido, sino que apelaba a su necesidad de sentirse seguro emocionalmente.
-Esto es muy divertido -dijo Demi con una son­risa seductora.
-¿El qué? ¿Enrollarse en público? -preguntó él atrayéndola más hacia sí.
-No. Torturarte.
Maldita fuera. Joe tenía que haberlo su­puesto. Aquella bruja sólo quería hacerle sufrir. Había convertido su mutua atracción en un juego sin corazón. Tal vez Gina sólo tenía hielo en las venas.
-Creo que voy a tomarme otra copa -dijo ella levantándose.
Muy bien. La dejaría emborracharse. ¿Qué más le daba a él? Aquel falso romance terminaría pronto, y Joe se buscaría entonces una mujer para reemplazarla. Alguien sincero. Alguien cá­lido. Alguien que consiguiera arrancarle a Demi Lovato de la cabeza.
El jueves por la tarde, Demi escuchó el sonido del teléfono, soltó un gemido y descolgó el apa­rato.
-¿Diga?

-¿Por qué no has ido hoy a trabajar?
-Porque estoy enferma -contestó al reconocer la voz áspera de Joe.
-Llevas cuatro días enferma. Te estás cargando nuestro plan. Sal de la cama y arréglate. Voy a ir a buscarte.
-Déjame en paz -contestó Demi llevándose las rodillas al pecho.
El estómago le ardía como una estufa.
-A nadie le dura tanto tiempo la resaca -insistió Joe-. Lo que te pasa es que te da miedo enfren­tarse a la prensa.
—No es verdad.
Demi le echó un vistazo a las revistas que tenía en la mesilla de noche. Le había demi pedido a su secre­taria que se las llevara. Las fotos de la sesión eró­tica habían salido el día anterior, provocando un auténtico escándalo. Su reputación no volvería a ser nunca la misma.
-Necesito tiempo para recuperarme. Ya te he dicho que estoy enferma.
-Y yo te he dicho que te levantes de la cama.

Demi miró fijamente al teléfono. Joe había es­tado llamando todos los días, y había conseguido gravar su enfermedad. Su insistencia sólo había servido para provocarle más estrés.
Y ella ya tenía suficientes problemas. Nada más publicarse las fotos, la habían llamado todos los miembros de su familia. Todos excepto su padre. Su madre le había dejado un mensaje diciéndole que su padre no estaba nada contento. Pensaba que había ido demasiado lejos.
No importaba que ella lo hubiera hecho por Lovato, que hubiera sacrificado su reputación personal para salvar la compañía. Su padre nunca le había dado ningún crédito como profesional, nunca la había tratado como a una igual en el tra­bajo.
-¿Sigues ahí? -preguntó Joe-. Pues levántate y arréglate. Tenemos que dejarnos ver, Demi. Hacer una aparición pública.
-Ya te he dicho que no. Voy a colgar.
-No irás a...
Ella cumplió su amenaza y apretó la tecla co­rrespondiente del inalámbrico. Cuando el telé­fono volvió a sonar, no contestó. Estaba agotada, así que se dio media vuelta en la cama y se dur­mió.
Una hora más tarde, se despertó sobresaltada. Creía estar soñando, y se frotó los ojos para borrar aquella visión.

Joe estaba a los pies de su cama, y parecía el hombre del saco. Llevaba una gabardina larga, y tenía las facciones duras, los pómulos afilados como cuchillos y el pelo revuelto por el viento.
Cielo Santo. Una pesadilla. Demi volvió a cerrar los ojos hasta que escuchó el sonido de su voz.
-Tienes un aspecto horrible.
Ella se sentó sobre la cama y estrechó la almohada contra su pecho. Aquello era real. De­masiado real.
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Tengo llave, ¿recuerdas?
-Eso no te da derecho a invadir mi intimidad.
-Tengo derecho a saber qué te pasa, a compro­bar que estás bien.
-Si te cuento el problema, ¿te marcharás? -pre­guntó Demi poniendo los ojos en blanco.
-No. Pero seguro que un hombre más conven­cional sí que lo haría. ¿Qué te pasa?
Demi sabía que él no se iría de allí hasta que le contara por qué llevaba casi toda la semana me­tida en la cama.

-Tengo una úlcera, Joe. Pero mantén la boca cerrada. No quiero que mi familia lo sepa.
-¿Te está sangrando? -preguntó él alzando las cejas.
-No, sólo estoy pagando las consecuencias de todo el alcohol que me tomé. Y de la comida pi­cante.
-¿Desde cuándo te pasa? -dijo Joe quitándose el abrigo y colocándolo sobre una silla.
-Desde hace años. Tiende a curarse, pero se me abre con el estrés o cuando como algo que no me sienta bien.
-Tendrías que habérmelo dicho antes -pro­testó Joe poniéndose en pie-. No te habría de­jado comer ni beber todo aquello. Voy a traerte algo de leche. Eso ayuda, ¿no?
-Sí -respondió ella casi sonriendo.

Luego volvió a tumbarse y esperó a verlo apare­cer con una taza de leche humeante. Demi aceptó la bebida y se la fue bebiendo a sorbos, sintiendo cómo le disminuía el ardor.
-Puedes volver a dormirte si quieres -dijo Joe colocándole la taza en la mesilla cuando hubo ter­minado.
-Tal vez luego -contestó Demi girándose para observar mejor su pelo alborotado y la camisa mal colocada-. Parece como si te hubieran dado una paliza...
-He tenido que luchar para entrar en tu casa. La prensa ha copado la entrada -dijo Joe apar­tándole un mechón de la cara-. Creo que en ade­lante deberíamos pasar más tiempo en mi casa. No es justo que tus hermanas tengan que pasar por esto.

-Me parece bien —aseguró Demi antes de com­poner una mueca-. ¿Qué te parece nuestro debut?
-Creo que estamos muy sexys -respondió Joe agarrando una de las revistas en la que aparecían ambos en la portada, con Demi de rodillas-. Tene­mos que seguir con esto, pero no quiero presio­narte. Tómate el tiempo que necesites hasta que te encuentres mejor.
-Tienes que prometerme que no se lo contarás a mi familia.
-Pero ellos deberían saber lo que te pasa. Ade­más, ¿no tienes una hermana enfermera?
-Piensan que tengo la gripe. Por favor, Joe, prométemelo -imploró Demi.
-De acuerdo. Lo prometo.
-Gracias -dijo ella cerrando los ojos y apoyán­dose contra su pecho.