Miley empezó
a despertar lentamente y, por la tenue luz de la habitación, se dio cuenta de
que la noche había dado paso al amanecer.
Muy pronto
sintió el dolor de las numerosas contusiones y se convenció de que cualquier
movimiento brusco no iba a ser una buena idea.
La cama, la
habitación... no eran las suyas. Entonces recordó y deseó no haberlo hecho.
Lentamente
giró la cabeza y se encontró con la mirada oscura de Nick. Estaba recostado de
lado y la miraba. «Mejor que anoche», pensó al tiempo que le despejaba un
mechón de la mejilla.
Sus ojos se
entornaron al ver la delgada
línea en la
base del cuello. Muy pronto la herida cerraría y después de un tiempo la
cicatriz desaparecería.
-¿Quieres
hablar de lo ocurrido?
-Los hechos
están en el informe oficial -Miley intentó decir con ligereza, pero no lo
logró.
Él ya había
leído y asimilado ese informe.
-No
obedeciste las reglas de la empresa.
Nick todavía
se moría al pensar en lo que pudo haber sucedido.
-¿Te
preocupas por mi bienestar. Nick?
-¿Y eso te
sorprende?
Era un
germen de esperanza.
-Con
respecto a atracos, los bancarios, comerciantes de gemas y joyeros son profesionales
de alto riesgo.
Era cierto.
Pero a los empleados se les adiestraba para responder pasivamente y no atacar o
actuar agresivamente en situaciones de robos.
-Me has dado
un tremendo susto -dijo al tiempo que le delineaba la boca con un dedo-. La próxima
vez no actúes como una heroína, ¿de acuerdo? -dijo con suavidad.
-¿Qué
habrías hecho en una situación similar?
Los ojos de Nick
se entornaron. En su adolescencia había conocido las calles, había vivido en
ellas durante un tiempo y las había trabajado. Había corrido riesgos que lo
habían llevado muy cerca de conflictos con la ley, pero nunca los suficientes
como para que lo atraparan. Había llevado un cuchillo, pero nunca una pistola.
Había estudiado y practicado técnicas orientales de combate y defensa propia.
Técnicas que podrían matar a un hombre tras un golpe bien dado con la mano o el
pie.
Como
respuesta a la pregunta de Miley, habría examinado las ventajas y habría
corrido un riesgo calculado. Como ella lo había hecho.
-Verás...
-Si vas a
decirme que está bien para un hombre pero no para una mujer, tendré que pegarte
–dijo ella con tranquila vehemencia.
-Podría ser
interesante -replicó, divertido.
Bajo
la superficie había mucho más de lo que él dejaba ver. Nadie, ni siquiera los
periodistas más diligentes habían podido descubrir mucho de su pasado.
Ella
se preguntó si esas sombras ocultaban algo inconfesable. Tal vez eso lo había
convertido en la persona que era en la actualidad.
-¿Tienes
hambre?
-Primero una
ducha y después el desayuno -dijo ella antes de levantarse y dirigirse al
cuarto de baño.
Miley entró
al cubículo de mármol y cristal reservado a la ducha y empezó a lavarse el
pelo.
Tenía
necesidad de limpiar la piel de su cuerpo del contacto de las manos del
agresor. Odiaba el recuerdo de sus manos, su expresión casi maníaca y el sonido
de su voz. Pudo haber sido peor, mucho peor, y temblaba al pensarlo.
-Déjame
ayudarte.
Miley contuvo
el aliento.
-Puedo
hacerlo sola.
-No lo dudo
-replicó Nick mientras masajeaba su cabeza con movimientos lentos y circulares.
Entonces
miró las contusiones en el tórax y los moretones de los brazos. Habría querido
besar cada una de esas marcas, pero no era el momento.
«Cielo
santo», pensó Miley. Quedarse así era una bendición, algo mágico. Cerró los
ojos y dejó que los dedos relajaran la tensión de la cabeza, del cuello y de
los hombros.
Luego empezó
a enjabonarla. Él tenía la habilidad de dejar su cuerpo sin fuerzas, blando,
como si careciera de huesos.
Cuando hubo
terminado, la abrazó suavemente y acarició la curva del cuello.
Nick la
sintió temblar en sus brazos y la besó tan suavemente que ella sintió deseos de
llorar.
¿Habría
visto sus ojos empañados?, se preguntó ella, con el deseo de rodearle el cuello
con los brazos. La tentación fue tan grande que tuvo que hacer un gran esfuerzo
para no responder intensamente al beso de Nick.
Muy a
desgana separó la boca de los labios masculinos y apoyó la mejilla contra su
pecho.
Era tan
agradable estar así con él y aceptar el alivio que le ofrecía.
-Y ahora
vamos a comer algo, ¿verdad? –dijo mientras la envolvía en una toalla.
Luego ella
fue al dormitorio, sacó del bolso unos vaqueros y una camisa suelta, se vistió
y se cepilló la melena.
Nick entró
cuando terminaba de sujetarse el pelo y su mirada se desvió hacia la imagen
reflejada en el espejo. Entonces contempló hipnotizada la atlética figura
vestida con vaqueros y un polo.
Sus miradas
se encontraron. Durante un instante todo se oscureció, sólo quedó el hombre y
una intensa tensión eléctrica en la habitación.
Miley sentía como si su espíritu se hubiera unido al
de él formando un todo primitivo, incandescente.
Casi sin
respirar, se quedó inmóvil, como una imagen congelada en el tiempo.
Más tarde,
el hechizo se rompió y ella fue hacia la puerta con las manos en los bolsillos
del pantalón.
¿Habría
sentido Nick el hechizo también? ¿O eran fantasías suyas?
Café.
Necesitaba un café caliente, fuerte y dulce.
Miley bajó
las escaleras y fue a la cocina, consciente de que Nick la seguía.
-Ve a la
terraza. Yo prepararé el desayuno.
Muy pronto
el aroma del café impregnó el aire. Minutos más tarde Nick puso dos platos en
la mesa.
El sol
prometía una mañana cálida. No había brisa y la vista desde la piscina hasta el
puerto era tranquilizadora.
Para su
propia sorpresa, Miley comió con apetito.
-¿Más café?
-dijo Nick al tiempo que volvía a llenar ambas tazas.
Ella se
sentía en paz, tranquila después de las emociones del día anterior.
-Llamaré un
taxi.
La expresión
de Nick permaneció inalterable, pero bajo la superficie se adivinaba algo peligroso.
-¿Dónde
quieres ir? -preguntó en un tono demasiado suave.
-A mi
apartamento. ¿A qué otra parte podría ir?
-No -dijo
colocando la taza en el platillo.
-¿Qué
significa esa negativa?
-Es una
palabra muy simple y fácil de comprender.
Ella lo miró
atentamente.
-No quiero
discutir contigo.
-Una
elección muy sabía.
-Pero...
-¿Es que
tiene que haber un pero?
Era tiempo
de respirar a fondo, pero como le dolían las costillas se contentó con una leve
aspiración de aire.
-Gracias
por... cuidarme. Fue muy amable de tu parte.
Él se
mantuvo en silencio durante unos segundos.
-¿Has
terminado?
-Sí. Por
ahora.
-Me alivia
escucharlo.
Miley se
levantó y puso los platos en una bandeja, pero Nick se la quitó de las manos.
Sin decir
nada, ella se dirigió a la planta superior.
No le llevó
mucho tiempo poner sus pertenencias en el neceser de viaje y más tarde empezó a
arcar el número de una empresa de taxis.
En ese mismo
instante Nick entró en el dormitorio y cortó la comunicación.
-¿Cómo te
atreves? -preguntó, indignada.
-Fácilmente.
-No tienes
derecho.
-Escúchame.
Ayer te diste de alta en contra de la opinión de los médicos. Tu hermano está
en Melboume y, a menos que me equivoque, no sabe nada de tu escapada del
hospital. Vives sola –dijo con la mirada oscurecida por el enfado-. ¿Quieres
que continúe?
-No necesito
un guardián.
-Lo quieras
o no, tienes uno... por lo menos durante otras veinticuatro horas.