lunes, 11 de febrero de 2013

El Amante de la Princesa capitulo 17




A Miley se le puso el corazón en la garganta. Deseaba eso más de lo que Nick podía imaginar. Se sentía feliz cuando estaba con él. Se sentía… normal. Era el único hombre que parecía entenderla de verdad y, sobre todo, que no intentaba controlarla. Nick respetaba su independencia y…

Fue entonces cuando se dio cuenta de que, aunque había jurado que no iba a pasar, se había enamorado de él.
—¿Una aventura pasajera?

—Creo que ninguno de los dos está buscando un compromiso —contestó él.
Esa respuesta fue una sorprendente desilusión. ¿Pero qué había esperado?
—Sí, claro. He llegado a la conclusión de que soy demasiado independiente como para estar atada —le dijo. Tenía que convencerse a sí misma de eso.

No podía dejarse atrapar por un hombre que no quería ser atrapado.

Nick salió de la ducha y, después de secarse con la toalla, entró en la habitación para mirar la hora. Debía encontrarse con Miley abajo en diez minutos para dar un paseo y si no se daba prisa llegaría tarde.

Volvería a casa en unos días, a Estados Unidos, a su nueva vida como hombre libre con la que había soñado desde el día que pronunció el «sí, quiero» cuando debería haber dicho: «no, no quiero». Entonces, ¿por qué pensar en marcharse de Morgan Isle lo dejaba con una sensación de vacío en el estómago?

La idea de seguir allí lo atraía más que volver a Nueva York. Con el proyecto del balneario estaría muy ocupado y la posibilidad de conseguir encargos en Europa había sido siempre el objetivo de su padre. Y el suyo.

Pero marcharse de Morgan Isle significaba algo más: había llegado el momento de romper con Miley. Sabía que estaba enamorada de él y lo único que quedaba por hacer era dejarla y romperle el corazón. Todo muy sencillo, pero no encontraba el momento adecuado.

Aunque estaba seguro de que, tarde o temprano, se presentaría la ocasión.
Su móvil sonó entonces y cuando miró la pantalla comprobó que era Jonah. Tenía la sensación de que habían pasado meses desde la última vez que habló con él.

—Siento no haberte llamado antes —se disculpó su amigo—. Ha sido una semana agotadora. Sólo quería decirte que Cynthia ya ha recogido todas sus cosas.
Se había olvidado de eso por completo. Una semana antes lo temía, pero ahora ya no le parecía importante. Se sentía… como ajeno a su antigua vida.
—¿Intentó alguna de sus maniobras?

—No, nada para lo que no estuviéramos preparados.
Nick puso el altavoz del móvil para poder vestirse mientras hablaba con su amigo.
—¿Qué quieres decir?

—No se llevó nada que no fuera suyo. Y lo mejor de todo es que nunca tendrás que volver a hablar con ella.

A su familia no le haría gracia. Seguían esperando que cambiase de opinión y se reconciliara con Cynthia a pesar de haberles dicho muchas veces que eso no iba a pasar.

Hasta ese momento siempre había tomado sus decisiones pensando en otra persona, pero a partir de aquel momento haría sólo lo que él quisiera hacer. Tuviera la bendición de su familia o no.

—Parece que lo estás pasando bien en Morgan Isle —dijo Jonah.
—¿Qué quieres decir?

—Te has convertido en una celebridad.
—No te entiendo. Su amigo soltó una carcajada.
—No lo sabes, ¿verdad?
—¿Saber qué?

—Todas las revistas han publicado fotografías tuyas llevando a la princesa en brazos.
—¿En serio? — Nick había estado demasiado ocupado como para leer los periódicos o poner la televisión.

—Y se especula sobre si vas a ser un nuevo miembro de la familia real.
No, imposible. Aunque esas especulaciones harían que su inevitable traición doliese mucho más. Y eso debería ser una fuente de satisfacción, pero…

—Supongo que no tengo que preguntar cómo va tu plan de venganza. Parece que la tienes comiendo en la palma de tu mano.

—Como había planeado —asintió Nick.
¿Por qué esa idea lo dejaba tan… vacío?

—Bueno, pues entonces supongo que debes estar contento.
Nick oyó un ruido y, al girar la cabeza, vio a Miley en la puerta. Y supo por su expresión que llevaba allí un rato, de modo que debía haberlo oído todo…
Había estado buscando el momento adecuado y allí estaba.

El Amante de la Princesa capitulo 16




Claro que estaba seguro. Miley necesitaba que la cuidasen y quería ser él quien lo hiciera. Aunque sabía que no podría hacer mucho más.

Y veía una larga ducha fría en su inmediato futuro.
—¿Quieres que pidamos una silla de ruedas? —preguntó Hannah.
—No hace falta, yo puedo llevarla —sonrió Nick.
Cinco minutos después subían al coche, bajo una lluvia de fogonazos, escoltados por su guardaespaldas.
—Ha sido muy emocionante —bromeó él.
—¿Tú crees? —Sonrió Miley, dirigiéndose luego al conductor—. Al palacio,por favor.
—¿No quieres ir a tu casa?
—Sería mejor que fuéramos a tu suite.

¿Estaba sugiriendo que pasaran la noche juntos?
Miley empezó a quitarse las horquillas del pelo, dejando que la melena cayera sobre sus hombros como una cascada.
—Pensé que querrías irte a la cama inmediatamente.
—Pues claro —sonrió ella.
—A tu propia cama. A descansar.
—No estoy cansada.
—¿Y el tobillo?
—¿Qué pasa con mi tobillo?
—¿No te duele?

Miley giró el pie a un lado y a otro y luego lo apoyó en el suelo del coche.
—Vaya, parece que ya está mucho mejor.

—Un momento… ¿no me digas que has estado fingiendo?
—¿Y cómo si no íbamos a salir del baile?

—¿Cómo lo has hecho? ¿Has roto el tacón en el lavabo?
Miley se limitó a sonreír.

Debería haberlo imaginado. Debería haber imaginado que un tacón roto era muy conveniente. Y él preocupándose por su orgullo herido…
—Ha sido una treta muy sucia —le dijo, cruzándose de brazos.

—He hecho cosas peores, te lo aseguro. Y te lo habría contado, pero tenía que parecer convincente — Miley puso una mano sobre su pierna—. ¿Estás enfadado conmigo?
—Mucho.
—¿De verdad?
—Sí, claro —riendo, Nick la envolvió en sus brazos—. De hecho, en cuanto estemos solos pienso castigarte severamente.

Si un castigo para Nick significaba satisfacer a una mujer hasta que no podía más, entonces había cumplido su amenaza.

Estaba tumbada a su lado, brazos y piernas enredados, la cabeza apoyada en su pecho. Y sabía ya que eso de «una sola noche» era absurdo. Quería cien noches con Nick, mil noches.

Pero tendría que conformarse con el tiempo que les quedase.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
—Supongo que eso depende de la pregunta.
—¿Cómo era tu mujer?

—Ah, ese tipo de pregunta. Y yo que estaba pasándolo tan bien…
—Vamos, no podía ser tan horrible.

—Lo era… — Nick dejó escapar un suspiro—. Era muy ambiciosa.
—¿Trabajaba?

—Oh, no. Se conformaba con gastarse mi dinero. Cuando digo ambiciosa me refiero a… lo que quería era mezclarse con eso que se llama «la buena sociedad». Era socia de los mejores clubs, tenía el coche que correspondía a su status y vivía en una mansión. Incluso tenía una aventura con su entrenador de tenis. Todo socialmente aceptable.

Miley arrugó el ceño.
—No lo sabía. Lo siento.
—Yo no. Fue una liberación para mí que tuviese una aventura.
—¿No te importó?

—Sé que suena raro, pero así fue. Lo único que sentí fue alivio. Era como si por fin tuviera una excusa para dejarla.
—¿Por qué necesitabas una excusa?
—Cuando lo sepa te lo diré.

Era mejor quedarse soltero, pensó Miley. Casar se con una persona que no te importaba… como el matrimonio de sus padres y probablemente el de sus abuelos. Y ella pensando que eso sólo ocurría en las familias reales.

—Pero debiste sentirte muy solo estando casado con una mujer a la que no querías.
Alex se encogió de hombros.

—Vivíamos vidas separadas. Durante el último año apenas nos vimos.
Sophie se apoyó en un codo para mirarlo.
—¿Tú la engañaste alguna vez?
La pregunta pareció pillarlo por sorpresa.

—No voy a mentirte, tuve la tentación muchas veces. Pero mi abogado me aconsejó que no le diera munición alguna. Así que le fui fiel hasta que nos separamos.
En la misma situación, ella no estaba segura de haber hecho lo mismo. 

Claro que ella no se hubiera casado con un hombre del que no estaba enamorada.
—¿Sabes una cosa? Tu acento siempre me ha parecido increíblemente sexy.
Miley sonrió.

—Perdona, pero en este país eres tú quien tiene acento.
—Eres preciosa — Nick acarició su mejilla y ella cerró los ojos.
—Esto me gusta mucho. Tú y yo…

—A mí también. Imagino que mientras esté diseñando el balneario vendré por aquí a menudo.
—Imagino que sí.
—Así tendremos oportunidad de estar juntos.

El Amante de la princesa capitulo 15




Nick deslizó una mano por su espalda y la sintió temblar.
—No hagas eso —le advirtió ella.
Pero aunque sus labios decían que no, sus ojos decían que sí.
—Admítelo, alteza, me deseas.
—Ya te he tenido —replicó Miley.
—Sí, pero los dos sabemos que una noche no será suficiente —sonrió Nick, besando su cuello—. ¿Por qué resistirse entonces?
—Ah, muy bien, tiene que haber algún armario espacioso por aquí… o a lo mejor deberíamos buscar una habitación.

Él se limitó a sonreír porque, de broma o no, podrían acabar así. Cuánto la deseaba, pensó, acariciando su espalda desnuda con la yema de los dedos. Le gustaría quitarle aquel vestido y besar cada centímetro de su piel…
—Una noche más, alteza. Haré que merezca la pena.
—No veo cómo.
—Piensa en orgasmos múltiples. Muchos.
Miley tuvo que disimular una sonrisa y, en ese momento, Nick supo que era suya.
—No sé tú, pero yo empiezo a sentirme tenso de nuevo.
—¿De verdad?
—Sí…
—Pues ya sabes lo que eso significa — Miley  miró alrededor para comprobar si alguien los estaba vigilando y luego se inclinó hacia delante para hablarle al oído—. Ésta va a ser una noche muy larga.

Miley no estaba de broma cuando dijo que iba a ser una noche muy larga. Y se aseguró de ello torturándolo a conciencia; frotándose contra él en la pista de baile cuando nadie los miraba, metiendo una pierna entre las suyas o poniendo una mano sobre su mulso durante la cena. Y todo esto con los miembros de la familia real sentados a la mesa.

Cuando llegó el segundo plato Nick estaba tan excitado que no sabía qué hacer.
Después de cenar Miley se excusó para ir un momento al lavabo y Nick fue directamente a la barra a pedir una copa. Con un montón de hielo que seguramente acabaría echándose en el pantalón.

Sólo eran las ocho y, según Miley, no saldrían de allí antes de medianoche. Posiblemente más tarde. Y luego estaba el problema de entrar en su residencia sin que nadie los viera…
Aunque, con un poco de suerte, ella iría a su cuarto de nuevo.
El camarero le sirvió un whisky doble y Nick tomó un largo trago.
—¿Me concedes este baile?

Miley estaba a su lado, con un brillo provocativo en los ojos.
—¿Para seguir torturándome?
—Has empezado tú —sonrió ella.

Sí, era verdad. Y seguramente estaba recibiendo lo que merecía. Aunque, francamente, le encantaba. No sólo era excitante sino… divertido.
—¿Quieres volverme loco?

—No, en serio. Prometo comportarme.
Aunque albergaba serias dudas sobre esa promesa, Nick dejó que lo llevase a la pista de baile. Pero si Miley había planeado hacer algo no tuvo oportunidad porque, de repente, tropezó y si él no hubiera estado sujetándola seguramente habría caído al suelo.
—¿Qué ha pasado?
—Me he torcido el tobillo.
—¿Te has hecho daño?
Ella hizo una mueca.
—Sí, mucho. Se me ha caído el zapato… ¿lo ves por algún lado?
Nick lo encontró a un metro de ellos y enseguida descubrió qué había provocado el accidente.
—Se ha roto el tacón.
—¿Qué?
—El tacón… se ha roto.
A su alrededor las parejas habían dejado de bailar y los miraban con curiosidad. Aquello tenía que ser muy embarazoso para ella porque siempre se mostraba muy segura de sí misma. Ese era el tipo de incidente que la haría sentir incómoda.
—¿Puedes apoyar el pie?

—No lo sé — Miley intentó apoyarlo pero, al hacerlo, dejó escapar un gemido de dolor—. ¡No puedo!
—Vamos a la mesa.
—No puedo caminar.

Sin decir una palabra más Nick la tomó en bazos y atravesó la pista de baile, con la gente apartándose como las aguas del Mar Rojo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Hannah, preocupada.
—Se ha roto el tacón de mi zapato y creo que me he hecho un esguince en el tobillo.
—¿Quieres que llame a un médico? —preguntó su hermano.
—No, no, sólo es un esguince.

—Seguramente la pista estaba demasiado resbaladiza. A mí me pasó lo mismo hace poco —suspiró su cuñada.

—Pues entonces deberíamos denunciar al propietario por negligencia —dijo Miley —. Ah, pero los propietarios somos nosotros —añadió, riendo.
Hannah se inclinó para examinar el tobillo, pero ella hizo un gesto de dolor.
—Se está hinchando, así que tendrás que ponerte hielo. Y seguramente debería verte un médico.
—Yo la llevaré a casa —intervino Phillip.
—¿Qué? Tú no puedes marcharte —protestó Miley —. Llevadme al coche, no pasa nada.
—No pienso dejarte ir sola a casa.
Si había algún momento para intervenir era aquél, pensó Nick.
—Yo la llevaré.
—¿Estás seguro?

viernes, 8 de febrero de 2013

El Amante De la Princesa Capitulo 14




A las cinco de la madrugada, antes de que Se levantasen Phillip o Hannah, y con apenas una hora de sueño, Miley salió del dormitorio de Nick y bajó la escalera de puntillas. Sólo quedaban doce pasos para llegar a la puerta cuando Hannah salió de la cocina, con Frederick riendo alegremente en sus brazos.
—¡Vaya, qué temprano te has levantado! —sonrió su cuñada.
—Sí, es verdad — Miley intentó disimular su turbación—. Parece que el niño se encuentra mejor.
—Ya no tiene fiebre —suspiró Hannah—. ¿Y sabes una cosa? Has tenido suerte.
—¿Por qué?
—Phillip suele darle el primer biberón de la mañana.
—¿Ah, sí?
—Si no quieres que sepa nada sobre lo que hay entre Nick y tú, seguramente no deberías quedarte a pasar la noche en palacio.
—Sí, bueno… debería irme a casa, es verdad.
—Me gusta Nick, Miley. Y sé que intentas hacerte la dura, pero me preocupa que te haga daño.
Era temprano, apenas había pegado ojo y no estaba de humor para un sermón. Por no decir que también ella estaba preocupada. Había ocurrido algo esa noche, algo especial. Lo que supuestamente sólo era una noche de sexo había terminado siendo algo más. Al menos, para ella. ¿Pero qué sentiría Alex?
Mejor no saberlo. Habían pasado una noche juntos y lo dejarían así, como habían planeado.
—No te preocupes —sonrió, besando la mejilla del niño—. Nos vemos esta noche, en el baile.
—Espero que sepas lo que estás haciendo —dijo su cuñada.
También ella lo esperaba. Porque no podía arriesgarse a hacer la única cosa que había jurado no hacer…
Enamorarse de él.
Nick no dejaba de mirar a Miley en el baile del Royal Inn. Llevaba un vestido largo y el pelo sujeto en un complicado moño que dejaba al descubierto su largo cuello y sus bronceados hombros.
Iba de grupo en grupo, hablando con todo el mundo casi al ritmo de la orquesta. Tenía un aspecto elegante, refinado y sexy al mismo tiempo.
Y, aparentemente, había sido justo lo que necesitaba porque no podía recordar la última vez que había dormido tan bien. Hacía tiempo que no despertaba sin sentir una nube negra sobre su cabeza, una sensación de angustia en el pecho. Se sentía… en paz.
Pero lo que debería experimentar era una sensación de triunfo o de satisfacción. Había ido allí decidido a seducir a Miley y lo había conseguido. Mejor aún, había sido ella quien había dado el primer paso.
Lo único que tenía que hacer ahora era abandonarla porque sabía que le había robado el corazón La noche anterior había visto en sus ojos que seguía amándolo.
Pero en su plan había un fallo: Miley no era la mujer que él esperaba que fuera. Y su plan de venganza empezaba a parecerle infantil y mezquino.
Mientras iban al hotel, con Phillip y Hannah en el coche, Miley había disimulado a las mil maravillas. Se había mostrado tan amable con él como se mostraría con cualquier invitado de su hermano.
Pero cuando llegaron al Royal Inn, donde tendría lugar el baile benéfico, le quedó claro de inmediato la carga que suponía el título para cada miembro de la familia. Fueron acosados por la prensa en cuanto salieron del coche y, una vez dentro, un ejército de empleados e invitados los monopolizaron durante horas.
Nick estaba en el bar, observándola. De vez en cuando sus miradas se encontraban y compartían una sonrisa secreta, pero no podía dejar de pensar que ella intentaba mantener las distancias a propósito.
—Me parece que no nos conocemos.
Una atractiva morena acababa de sentarse en un taburete, a su lado. Llevaba un vestido rojo de sirena con un escote de vértigo… que llenaba por completo.
—Soy Nick Rutledge.
—Madeline Grenaugh —dijo ella, apretando su mano de manera sugerente—. Es usted norteamericano.
—Así es.
—¿De la Costa Este?
—Nueva York. Es usted muy perceptiva.
—Señor Rutledge, no tiene usted ni idea —sonrió la morena. No intentaba disimular en absoluto. ¿Por qué no le daba la llave de su habitación o le hacía un mapa para llegar a su casa?
—¿Qué le trae a nuestro país?
—Soy invitado de la familia real. Fui a la universidad con el rey Phillip.
—Ah, entonces tenemos algo en común. Mis padres también son amigos de la familia real.
—¡ Nick, ahí estás!
Él se volvió al oír la voz de Miley.
—Hola.
—Siento mucho no haber podido atenderte. Ah, hola, Miley, no te había visto.
Nick tenía la impresión de que Madeline era precisamente la razón por la que Miley se había acercado a hablar con él.
—Hola, Miley.
No se dirigía a ella usando el título, algo que parecía un error intencionado. La tensión entre las dos mujeres era evidente.
—Veo que ya conoces a nuestro invitado —dijo Miley entonces, poniendo una mano en su brazo.
—Así es. Y creo que estaba a punto de pedirme que bailásemos.
¿Ah, sí? ¿Para que pudiera clavarle sus garras? No, de eso nada. Sexy o no, lo último que necesitaba era otra mujer manipuladora. Aunque sólo fuera un baile de cinco minutos.
—Lo siento, Madeline, pero le prometí a la princesa el primer baile —se disculpó, levantándose—. Encantado de conocerte.
Si las miradas matasen…
La sonrisa de la morena era puro hielo y la de Miley … bueno, la de Miley no era muy caritativa.
—Menos mal que me has salvado.
—Madeline es una vampira. Y tiene sus ojos puestos en la corona desde que era pequeña.
—¿Ah, sí?
—Intentó conquistar a Phillip y cuando se dio cuenta de que eso era imposible se dedicó a manipular a unos y a otros para conseguir lo que quería. Ningún hombre inteligente saldría con ella. Pero al verte ha debido olisquear sangre fresca…
—Ah, sangre fresca —repitió Nick, burlón, tomándola por la cintura al llegar a la pista de baile—. Y supongo que tu reacción no tiene nada que ver con los celos.
—Ya te gustaría.
Sé que estabas celosa.
—Tu arrogancia nunca dejará de asombrarme.

El Amante de la Princesa Capitulo 13





Nick se negaba a llamarla por su nombre… pero se sentía tan bien en aquel momento que le daba igual cómo la llamase. Estaba demasiado exhausta como para moverse, incluso para abrir los ojos.
—No me había pasado nunca.
—¿Qué parte no te había pasado nunca? —preguntó Nick.
—La parte… múltiple.
—¿De verdad? —había una nota de incredulidad y orgullo en su voz.
—Pues sí. Yo intento tener mis orgasmos de uno en uno.
—¿Por qué?
—Porque no quiero poner el listón demasiado alto. Así me ahorro una decepción —contestó Miley. Aunque, de hecho, seguramente a partir de aquel momento, y por culpa de Nick, estaría para siempre demasiado alto.
Estaba tan relajada, tan saciada, que podría haberse quedado así durante horas, pero se dio cuenta entonces de que estaba siendo egoísta. Ella estaba satisfecha, pero Nick ni siquiera se había quitado la ropa.
De modo que le echó los brazos al cuello.
—Te toca desnudarte.
—¿Quién lo dice?
—Yo —contestó Miley —. Ahora mismo.
Sin molestarse en discutir Nick sacó la cartera del bolsillo del pantalón y la dejó sobre la mesilla antes de empezar a desnudarse. Los calzoncillos fueron lo último en desaparecer y cuando se los quitó Sophie dejó escapar un suspiro de satisfacción. Creía recordarlo todo sobre él, pero su memoria no le hacía justicia.
—Túmbate —le ordenó—. Ahora me toca mirarte a mí.
Nick era tan implacable que Miley se sorprendió cuando la dejó colocarse a horcajadas sobre él. Y, durante unos segundos, deslizó la mirada por su cuerpo, memorizándolo para que aquella vez, cuando se fuera, no pudiese olvidar nada. Aunque siempre lo recordaría, por muy poco tiempo que estuvieran juntos.
Su cuerpo era tan perfecto… tan hermoso. Más aún por el hombre que había dentro. Y aquella noche era todo suyo.
Casi lamentaba que la aventura no pudiese durar más, aunque sabía que era mejor así.
Cuando sólo mirarlo no fue suficiente, recorrió su cuerpo con las manos. Acarició sus brazos, su torso, su estómago… al llegar a su erección se detuvo un momento antes de rodear el miembro con la mano, apretándolo suavemente.
Nick suspiró, cerrando los ojos.
—Eres precioso —murmuró—. ¿Está bien decir que un hombre es precioso? No quiero acomplejarte.
—Sigue tocándome así y puedes llamarme lo que quieras.
Miley lo acarició de arriba abajo…
—¿Así?
La respuesta fue un suspiro.
Nada le gustaba más que experimentar con el cuerpo masculino, aprender todos los trucos, saber qué lo excitaba, qué lo hacía perder la cabeza. Y durante un rato eso fue lo que hizo: acariciarlo con las manos y la boca. Pero después Nick tomó su cara entre las manos.
—Aunque eso me encanta, quiero estar dentro de ti.
—Espero que lleves preservativos —murmuró Miley. Sería una pena llegar tan lejos para después tener que parar.
—En la cartera —dijo él, señalando la mesilla.
Ah, un hombre que iba preparado. Y dentro de su cartera había no sólo un preservativo, sino varios.
Miley reconoció el paquete como norteamericano, de modo que lo había llevado con él. Lo cual no significaba necesariamente que hubiese planeado aquello. ¿Qué hombre soltero no llevaba preservativos en la cartera?
Después de sacar uno tomó un segundo, por si acaso, y luego tiró la cartera sobre la mesilla. Sonriendo, rasgó el envoltorio con los dientes y le preguntó:
—¿Quieres que haga los honores?
Nick sonrió.
—Haz lo que quieras.
Miley se lo puso, muy despacio, sabiendo por su expresión que lo estaba volviendo loco. Y eso era exactamente lo que quería.
—Hazme el amor —musitó.
No quería que supiera lo real que era esa frase para ella. No quería que supiera que era mucho más que sexo. Como le había dicho diez años antes, cuando creía tener toda la vida por delante.
Nick la sujetó por las caderas para guiarla y Miley, aún húmeda, lo recibió saboreando la sensación de tenerlo dentro.
Mientras se movía acariciaba sus pechos, pellizcando suavemente los pezones, haciéndola temblar. Y después buscó su boca para darle uno de esos besos profundos, apasionados, que casi la mareaban. Pero enseguida se dio cuenta de que no estaba mareada… no, Nick estaba tumbándola de espaldas sin interrumpir el ritmo de sus caricias. Y, de repente, estaba debajo de él.
A la porra con hacer el amor. Quería aquello. Quería dejarse ir, perder el control. Enredando las piernas en su cintura, clavó las uñas en su espalda, gimiendo de placer. No podía parar.
Perdió la noción del tiempo después de eso. Todo lo que oía, veía o respiraba era él. Y cuando creyó que no podría soportarlo más, cuando se sentía más vulnerable, Nick ún la llevó más lejos.
Miley, mírame.
En cuanto sus ojos se encontraron explotó, llevándola con él. Miley sintió que se vaciaba en su interior y seguía temblando cuando se tumbó a su lado, los dos respirando agitadamente, sus corazones latiendo con fuerza.
—No sé tú, pero yo ya no estoy tenso.
No, tampoco ella. Al contrario, estaba tan relajada que casi tenía que hacer un esfuerzo para abrir los ojos.
—Parece que ha funcionado.
Pero, de repente, hacerlo sólo una vez no parecía ya tan buena idea. La idea de tocarlo, de hacer el amor con él de nuevo era demasiado tentadora.
Quizá en lugar de una sola vez deberían limitarse a una sola noche. Y como ninguno de los tenía nada mejor que hacer…
Miley se puso de lado, pasando una pierna sobre su cadera y jugando con el suave vello de su torso.
—¿ Nick?
—¿Sí?
—Tengo un problema.
—¿Qué problema?
—Me siento tensa otra vez.
Él sonrió.
—Bueno, alteza, entonces tendremos que solucionarlo.

Un Refugio para el Amor Capitulo 43




A Steven Pruitt se le estaba acabando el dinero. Acosar a Demi durante seis meses había sido lo más divertido que había hecho en su vida, pero se le habían terminado los ahorros, lo cual significaba que tenía que atrapar a Demi y a su hija y ponerse en contacto con Russell P. Y tendría que hacerlo mientras estaban en la cabaña. No iba a encontrar una oportunidad mejor.
Había ideado el plan minuciosamente. Tras descubrir dónde estaba la maldita cabaña, había pasado un día entero buscando una cueva apropiada para fijar el campamento, a unas dos horas a caballo del lugar donde iba a secuestrar a Demi y a la niña. 
Cuando lo hubiera hecho, las llevaría a través de varias zonas graníticas, para no arriesgarse por el bosque, y atravesaría algunos riachuelos para borrar el rastro.
La cueva estaba muy aislada y cumplía el requisito más importante: a una media hora, había una línea de teléfono a la que él podría conectar su ordenador portátil para enviarle una correo electrónico a Lovato, pidiéndole el rescate.
Por fin, una mañana despejada, se sintió preparado para acercarse a caballo a la cabaña y establecer la vigilancia. Demi sólo tenía a un hombre que la protegiera allí y por la ley de la media, no podía ser tan inteligente como él. No había mucha gente que fuera tan inteligente como Steven Pruitt. Más tarde o más temprano, llegaría su oportunidad y se haría rico.



Demi durmió, pero no hasta el amanecer, cuando Joseph y ella se rindieron al agotamiento. Pegada al cuerpo de Joseph, durmió tan profundamente que ni siquiera el balbuceo de Elizabeth consiguió penetrar en su mente, al principio. Cuando por fin lo consiguió, comenzó a salir de la cama.
—Yo iré —murmuró Joseph.
Demi se dio la vuelta en sus brazos para mirarlo a la cara y desearle buenos días con una sonrisa.
—Está bien. Sería muy agradable.
Él le apartó el pelo de los ojos.
—A mí se me ocurre algo más agradable, pero supongo que tendremos que comportarnos como buenos padres hasta la hora de la siesta.
A ella le gustó mucho cómo sonaba aquello. Con una sonrisa de felicidad, observó cómo Joseph se ponía los pantalones. Después, él se acercó y le dio un beso.
—Voy a cambiarle el pañal a Elizabeth —dijo, y rodeó el biombo.
«El cielo», pensó Demi. «Estoy en el cielo».
Entonces Elizabeth empezó a llorar.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella mientras se levantaba. Comenzó a buscar por el suelo su camisa para ponérsela.
—¡Demonios, no lo sé! —por su tono de voz, parecía que Joseph estaba asustado y frustrado—. Estoy haciendo todo lo que tú me has enseñado —dijo. Después, comenzó a hablar en un tono más persuasivo—. Vamos, Elizabeth. Sólo quiero quitarte el pijama.
El llanto del bebé se intensificó.
—Ahora mismo voy —dijo Demi metiéndose apresuradamente las mangas de la camisa por los brazos.
Después, rodeó el biombo y vio a Joseph junto a la cuna, de espaldas, con los hombros hundidos y los brazos colgando. Parecía que estaba emocionalmente destrozado. Elizabeth había gateado al otro extremo de la cuna con el pijama medio desabrochado y estaba gritando con todas sus fuerzas.
—Vamos, Elizabeth —dijo Demi con suavidad—. ¿Qué te pasa, pequeñina?
—Me odia —dijo Joseph débilmente.
—Eso no es cierto —respondió Demi. Tomó a la niña en brazos y la sacó de la cuna—. Vamos, vamos, cariño, no llores. Todo va bien.
—No, no todo va bien —dijo Joseph —. ¿Cómo voy a ser un buen padre para la niña si cuando la toco comienza a llorar? Me odia, estoy seguro.
Demi meció al bebé y miró a Joseph por encima de la cabeza de Elizabeth.
— Joseph por favor, no digas eso. Sólo tiene que acostumbrarse a ti...
—No. Ya ha tenido tiempo para acostumbrarse. No puedo enfrentarme a esto, Demi. Voy a hacer café —dijo, y se alejó de ellas.
Con un suspiro, Demi puso a Elizabeth en la cuna de nuevo y comenzó a cambiarla mientras oía los golpes de los cacharros en la cocina.
—Tu papá está haciendo mucho ruido —murmuró a la niña—, y me temo que has herido sus sentimientos.
La niña gimoteó y se frotó la nariz.
—Sé que no querías hacerlo —dijo Demi. Tomó un pañuelo de papel y le limpió la nariz a Elizabeth—. Pero las cosas mejorarían si fueras más simpática la próxima vez —dijo. Demi estaba decidida a que hubiera una próxima vez, y pronto. Terminó de vestir a Elizabeth y la llevó a la zona de la cocina.
Joseph se había puesto las botas y una camisa. Estaba sentado a la mesa con una taza de café frente a él. Ella se colocó a la niña en la cadera y le dio una galleta. Elizabeth comenzó a mordisquearla alegremente. Con la esperanza de que se le hubiera pasado el ataque de llanto, la dejó en el suelo, junto a la mesa.
— Joseph ¿te importaría vigilarla mientras me visto? —preguntó Demi.
Él alzó la vista y la miró.
—No sé si es buena idea.
—Claro que sí. Sólo será un minuto.
Demi, el problema real no ha sido que la niña llorara —dijo él, con la voz muy tensa—. Ha sido cómo me he sentido yo mientras ella lloraba. Me enfadé con ella por ponerse a llorar cuando pensaba que ya estaría acostumbrada a mí. He tenido ganas de sacudirla por los hombros.
—Bueno, es normal —dijo Demi. Se sentía como si estuviera atravesando un campo minado—. Lo entiendo.
—No, no lo entiendes. Me enfadé. ¿No entiendes lo que significa eso? —preguntó, alzando la voz—. Soy como mi padre.
Elizabeth comenzó a gimotear de nuevo.
—Tú no eres como tu padre — Demi recogió a la niña del suelo para que no comenzara a llorar de nuevo—. Querías sacudirla por los hombros, pero no lo has hecho. Ésa es la diferencia, Joseph. Todos nos enfadamos con nuestros hijos de vez en cuando. Pero no les pegamos. Y tú tampoco lo harás.
—Eso no lo sabes —dijo Joseph. Apartó la silla con brusquedad y se puso de pie—. No tienes ni idea de lo que hubiera ocurrido si no hubieras estado aquí. Quién sabe lo que habría hecho.
— ¡Yo lo sé! —exclamó ella, y Elizabeth comenzó a llorar.
— ¿Lo ves? —Dijo Joseph, y señaló a la niña—. Nada más verme, se pone a llorar. Es una niña muy lista.
—Se ha puesto a llorar porque estamos discutiendo, Joseph. Vamos a dejarlo. Ahora, ¿te importaría vigilarla durante un par de minutos?