miércoles, 2 de enero de 2013

El Amante De La Princesa Capitulo 8





—¿Y el coste de la vida?
—Es más alto en la costa, claro, pero razonablemente bajo en el interior.
—¿Hay incentivos arancelarios para los propietarios de negocios?
—Por supuesto. ¿Por qué lo preguntas?
Nick se encogió de hombros.
—Por curiosidad.

No estaría pensando irse a vivir allí, ¿no? Había mencionado algo sobre su deseo de ampliar los proyectos internacionales de su gabinete… pero no abriría un gabinete de arquitectura en Morgan Isle. Y, aunque así fuera, ella no tendría por qué verlo a diario.
Además, no debería importarle en absoluto lo que hiciera. Nick ya no era nada para ella. Al menos, eso era lo que quería creer.

—Ya hemos llegado — Miley señaló el hotel, como un centinela vigilando sobre los demás edificios.
Nick se echó hacia delante para verlo mejor, tan cerca que Miley podía sentir el calor de su piel y el sutil aroma de su colonia.
Y tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarse. E incluso más para no tocarlo, para no esconder la cara en su cuello como solía hacer…
En lugar de eso se quedó inmóvil, esperando que él no se diera cuenta.
—Había visto fotografías, pero no le hacen justicia.

—No se puede apreciar hasta que lo has visto con tus propios ojos.
Aquello era lo mejor de la visita, pensó mientras observaba la expresión de Nick. En la costa, a unos pasos de una playa privada, era desde luego un trozo de paraíso. Y él parecía genuinamente impresionado.

Pero por fin Nick se echó hacia atrás y Miley pudo respirar de nuevo.
—Arquitectura clásica, pero con un equilibrio perfecto entre el clasicismo y la modernidad. La verdad, siento cierta envidia. Me hubiera gustado diseñarlo.
—Tuvimos suerte de encontrar un edificio tan bonito en el sitio ideal. Aunque las reformas están siendo carísimas — Miley se inclinó hacia delante para hablar con el conductor—. Llévenos a la entrada de servicio —luego se volvió hacia Nick —. Desde allí puedes ver el Houghton y la parcela donde se construirá el balneario.

Poco después salían del coche y Nick se puso unas gafas de sol.
Se movía con la gracia y la confianza de un hombre que se sabía atractivo, pero sin la arrogancia tan común en los hombres guapos.

Parecía cómodo en su propia piel. Claro que siempre había dado esa impresión.
—Cómo puedes ver, aún hay mucho trabajo por delante. Fue uno de los primeros hoteles que se construyeron aquí y los Houghton han sido propietarios de la parcela durante generaciones. Sus antepasados son casi tan antiguos como la familia real.
Él asintió, quitándose las gafas de sol.

—Es un edificio precioso. En los últimos años, más de la mitad de mi trabajo ha consistido en restaurar edificios antiguos y estoy seguro de que si los Houghton lo hubiesen cuidado mejor la estructura podría haberse salvado. Pero en estas condiciones… — Nick sacudió la cabeza—. No merece la pena conservarlo.
—Los edificios históricos de la zona han recibido subvenciones oficiales para costear reformas. Desgraciadamente, los Houghton nunca las solicitaron.
—Supongo que no se puede ayudar a la gente que no quiere ayuda. Bueno, ¿por qué no me enseñas el interior del hotel?
—Sí, claro.
Entraron a través de la cocina y, aunque la hora del desayuno había terminado, los cocineros ya estaban ocupados con el almuerzo.
—Muy moderna —comentó Nick.
—Sólo lo mejor, ya ves.
—Phillip me contó que tú habías sido la responsable de las reformas en la cocina.
—En parte, sí.
—Y también me dijo que eras una gran chef.
¿También le habría dicho que eso no le parecía bien? Porque no le sorprendería en absoluto.
—Es una de mis pasiones. Estudié alta cocina en Francia.
—Recuerdo que solías ser muy apasionada —sonrió él—. Pero eso debió ser después de conocerte. Lo de estudiar alta cocina, quiero decir.
Miley asintió con la cabeza. Aunque no mucho después. Una cosa más por la que podía darle las gracias.
—¿Tus padres te dejaron ir a Francia a estudiar?
En realidad, había tenido que convencerlos.
—Digamos que llegamos a un acuerdo.

—Pues debió ser un acuerdo muy interesante.
Aunque a ella no le sirvió de nada porque cuando volvió a casa tuvo que hacerse cargo de sus obligaciones reales. Debería haber imaginado que sus padres nunca la dejarían realizarse como chef.

—Tener mi propio restaurante siempre ha sido mi gran sueño — Miley miró los modernos electrodomésticos, el mobiliario, la carta que ella misma había diseñado…
Quizá nunca tendría oportunidad de usarla, pero aquella era su cocina.
Alguien dejó caer una sartén entonces y el guardaespaldas llegó inmediatamente a su lado, pero Miley le hizo un gesto con la mano para que se apartase.
— ¿Cuántos guardaespaldas sueles llevar? —preguntó Nick.

—Depende de la ocasión. Los miembros de la familia real no pueden salir de palacio sin llevar escolta. Salvo Ethan, que se niega. Pero Maurice — Miley señaló al hombre que iba tras ellos —es uno de los más leales. ¿Verdad que sí, Maurice?
El hombre esbozó una sonrisa.

—¿No te molesta que haya alguien siguiéndote constantemente?
—Antes sí, ahora casi no me doy cuenta. Además, es necesario.
—¿por qué? ¿Has recibido amenazas?
Le sorprendió ver un brillo de inquietud en sus 0jos ¿De verdad seguía preocupado por ella después de tantos años?

—No a mí personalmente, ni a Phillip, pero hay que tener cuidado. Mi abuelo sufrió un intento de asesinato hace años. Y mi padre, el rey Frederick, tuvo que lidiar con algunas situaciones… complicadas. Era un hombre muy arrogante, debo decir, y bastante egoísta.

Los métodos e ideales de su padre eran algo que ella no aprobaba, pero Phillip había ido transformando la institución poco a poco para adaptarla al siglo XXI.
—Bueno, sigamos.

Aunque sus apariciones públicas solían causar revuelo, mientras le enseñaba el vestíbulo con su elegante cascada,  Miley notó que muchos ojos estaban clavados en Nick. ¿Y por qué no? Era el tipo de hombre al que otros hombres miraban con envidia y las mujeres con admiración. Ella no era celosa, pero en circunstancias diferentes…
Circunstancias que no tendrían lugar, se recordó a sí misma.

El Amante de La Princesa Capitulo 7




A saber lo que Cynthia, su ex, les habría contado. Pero aunque supieran que había tenido una aventura con otro hombre, daría igual. Como la mayoría de las mujeres, se apoyaban las unas a las otras.

Eso era algo que le gustaba de Miley, que iba por libre. Según ella, la mayoría de las mujeres se sentían intimidades por su título y las que no se sentían intimidadas tenían intención de aprovecharse de alguna forma.
Nick sacudió la cabeza, sonriendo.

Últimamente estaba amargado con todas las mujeres, pensó. Y seguramente Sophie sólo era un objetivo conveniente.
Se lo estaba poniendo fácil, desde luego. Pero al día siguiente empezaría la diversión de verdad. Y sabía, sin la menor duda, que ella merecía recibir una dosis de su propia medicina.


Nick estaba esperando en el vestíbulo a las nueve en punto, como habían acordado, y Miley se debatía entre la anticipación y la desilusión. En realidad, había esperado que tuviera que marcharse urgentemente para así ahorrarse el mal trago. Pero, por lo visto, al menos durante aquel día iba a tener que lidiar con ese inconveniente.

Aunque era un inconveniente muy atractivo, debía reconocer. Con un pantalón gris y una camisa de seda negra con los dos primeros botones desabrochados, dejando al descubierto un cuello increíblemente masculino, Sophie se vio perdida en los recuerdos…
¿Seguiría siendo su torso tan suave, tan bien definido? ¿Sería su piel tan cálida como antes?
Miley sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. No quería saberlo.
— ¿Has dormido bien? —le preguntó.
—Mejor que en mucho tiempo —contestó él.
En realidad, tenía un aspecto más alegre. Ella, por otro lado, había dormido fatal.
—Creo recordar que la última noche que dormí en esa cama no dormí en absoluto —dijo Nick, haciéndole un guiño—. Claro que entonces tenía compañía.

También ella lo recordaba con todo detalle. Recordaba sus besos, sus caricias… y cuando se quedaron dormidos, desnudos y abrazados como dos amantes.
El recuerdo hizo que se marease.
¿Dos semanas soportando esos recuerdos? Pues no, no le daría esa satisfacción.
—Fue hace mucho tiempo —le dijo, con expresión aburrida—. Supongo que lo había olvidado.
Nick se limitó a sonreír, como si pudiera ver lo que había detrás de esa máscara de frialdad.
—¿Nos vamos?
—Cuando digas, alteza.
¿Qué estaba haciendo, jugar con ella? A ese ritmo, iba a ser un día agotador.
Su guardaespaldas les abrió la puerta del coche y luego se sentó al lado del conductor.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Nick.
—Primero, vamos al Royal Inn. Algunas zonas del hotel siguen en obras, pero la mayoría de las reformas ya están terminadas. Comeremos en el restaurante del hotel y luego volveremos a palacio para cenar.

—¿Y mañana?
—Una visita al Museo de Historia Natural y al Centro de Investigación Científica. Luego, si tenemos tiempo, iremos a dar un paseo en coche por la costa.
—Supongo que no tendremos un momento para relajarnos.

—El miércoles tienes que jugar al golf con Phillip a las siete de la mañana y el jueves mi hermano piensa llevarte de caza, al otro lado de la isla. El sábado pasarás el día con Phillip y Hannah en el yate.

—¿Y las noches? —preguntó él, con un brillo burlón en los ojos.
Oh, por favor. ¿Podía ser menos sutil?
—Seguro que encuentras alguna forma de diversión —contestó Miley.
En lugar de mostrarse ofendido, Nick soltó una carcajada.
—Phillip mencionó un evento benéfico…
—Sí, el viernes por la noche.
—¿Tú también asistirás?
—Por supuesto.
—Entonces resérvame un baile.
Miley asintió amablemente, pensando: «ni lo sueñes».
Nick se inclinó un poco hacia ella en el interior del coche.
—Bueno, alteza, ¿qué sueles hacer normalmente?
—¿A qué te refieres?
—Si no tuvieras que enseñarme la isla, ¿qué harías un día normal?
Ella se encogió de hombros.
—Esto es lo que hago.
—¿Enseñas la isla a los invitados de tu hermano?
—Entre otras cosas. También acudo y organizo eventos benéficos, cenas oficiales… básicamente, el mío es un trabajo de Relaciones Públicas.
Nick asintió.

—Suena… interesante.
A Miley no le pasó desapercibido el sarcasmo ¿Quién era él para juzgarla?, se preguntó, enfadada. Estaba poniéndole muy difícil ser diplomática. Y sospechaba que eso era precisamente lo que quería.
Pero se negaba a darle esa satisfacción.
—¿No te parece bien?

—No, es que imaginaba que harías otras cosas… más importantes. Hace diez años tenías grandes aspiraciones.

En circunstancias normales ella sería la primera en admitir que sus deberes dejaban mucho que desear, pero frente a Nick se encontró defendiendo su puesto:
—Lo que yo hago es importante y necesario. Y no es tan banal como tú pareces creer.
—Lo sé, Miley. Sólo me preguntaba si lo sabías tú.
¿Qué?
Por primera vez desde… bueno, desde siempre, alguien la había dejado en silencio.
Pero no tardó mucho en recuperarse.
—¿Qué has querido decir con eso?

Nadie en Morgan Isle se atrevía a hablarle con tanta franqueza y, en cierto modo, le resultaba divertido. Sí, era un alivio estar con alguien que no se mostraba obsequioso sólo porque era la princesa.

—Tenía la impresión de que no te dabas cuenta de lo importante que eres. ¿Sabes que Phillip se ha referido a ti en varias ocasiones como el pegamento que une a la familia?
Y ella pensando que Phillip la consideraba una molestia… pero lo que más le sorprendía no era que su hermano pensara eso sino que se lo hubiera contado a alguien.
—Pues tiene una manera muy peculiar de demostrarlo.

—Los hermanos son así. Particularmente, los hermanos mayores. Pregúntale a mi hermana pequeña —sonrió Nick —. Más de una vez me ha acusado de meter la nariz donde no me correspondía. Pero yo lo hago con cariño, de verdad.
Miley sonrió… pero borró inmediatamente la sonrisa de su rostro. Nick estaba rompiendo sus defensas, metiéndose bajo su piel. Dentro de su corazón.
Girando la cabeza, se dedicó a mirar por la ventanilla. Estaban dejando atrás el campo para entrar en la ciudad.
—¿Ocurre algo? —preguntó él.
—No, pero… no quiero hablar de eso. No es apropiado.
—Muy bien. ¿De qué quieres hablar?
De nada. Sólo quería estar allí, en silencio. Pero una buena anfitriona no se comportaría así. No, debía ser amable y alegre. Ella solía ser como un camaleón, haciendo lo que convenía en cada momento o con cada invitado. Pero con Nick no estaba segura de quién debía ser.

Afortunadamente, en unos minutos llegarían al hotel. Situada en el mar de Irlanda, entre Inglaterra e Irlanda, Morgan Isle era una isla pequeña, pero con mucho encanto. Doscientas veinte siete millas cuadradas de costa.
—Se me había olvidado lo bonita que es la bahía —murmuró Nick —. Un paraíso.
Por fin un tema de conversación que no tenía que ver con su vida privada. Qué alivio.
—A nosotros nos gusta pensar eso.
—Han construido muchos edificios desde la última vez que estuve aquí, ¿no?
—Sí, claro, aunque más del cuarenta por ciento de la isla está dedicado a parques naturales.
—Phillip me contó que el turismo se había triplicado en los últimos años.
—Así es.
Y no era una coincidencia, además. Los cambios habían empezado tras la muerte de su padre y Phillip se había encargado de todo. Aunque al principio de manera extraoficial porque su madre, que siguió en el trono hasta su muerte, estaba gravemente enferma.
Como hermano Phillip podía ser insoportable, pero era un buen líder. Y se le ocurrió entonces que nunca le había dicho lo orgullosa que estaba de él.
—Nuestra economía está creciendo y el valor de las propiedades inmobiliarias se ha duplicado.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Feliz Año Nuevo








- “Deseo de corazón que pasen un feliz año nuevo y que todas sus metas se concreten. Recuerden que siempre habrán momentos malos en la vida, lo importante es superarlos y nunca más mirar hacia atrás. 
 

Chicas de todo corazón les deseo un Feliz Año Nuevo aunque no nos conozcamos en persona las aprecio mucho y gracias por leer el blog un Abrazo xooxo.

domingo, 30 de diciembre de 2012

De Secretaria A Esposa Capitulo 8





Según había transcurrido el tiempo, había comenzado a ver una faceta nueva de su novio, aspectos que la habían conmovido mucho más que los caros regalos que éste le hacía. Había sido un lado sensible, tal vez incluso vulnerable, lado del que se había percatado al observar el miedo de Hayden al fracaso, el miedo que sentía a que sus colegas y amigos no pensaran que era suficientemente bueno, el que le había llegado a lo más profundo de su corazón.

Su ex novio había sentido verdadero pánico a no ser capaz de mantener el éxito que había logrado. Quizá Demi se había dado cuenta de que Hayden temía las mismas cosas que ella misma había temido desde aquellos días de colegiala en los cuales se habían burlado de ella por haber sido la chica pobre de la clase, la chica a la que su madre no podía llevar de vacaciones al extranjero, ni comprarle ropa bonita, ni inscribirla en clases de baile como hacían los padres de las demás niñas.

Pero, en realidad, no había sido la carencia de todas aquellas cosas lo que había provocado que Demi fuera tan vulnerable. No. Había sido la falta de cariño por parte de su madre lo que más le había afectado. Agotada de tanto trabajar y por tantas preocupaciones, Liz Lovato había construido una dura barrera alrededor de su corazón, barrera que había mantenido a su hija apartada de ella emocionalmente.

Pero, además, como había sufrido cierto acoso en el colegio y un sentimiento de baja autoestima que tal vez había adquirido por la educación que había recibido, Demetria había sentido que su propio corazón también estaba creando una barrera para protegerse. Incluso cuando los hombres le habían dicho que la encontraban atractiva, siempre había habido una parte de ella que no les había creído y que había esperado secretamente oír la verdad; que ella no era nada parecido a las cosas deseables que le decían que era, que todavía era la niña pobre de pelo rebelde que había sido admitida en la escuela de gramática por pena y no porque fuera inteligente o mereciera estar allí.

Cuando un precioso domingo por la mañana, durante un paseo por Hyde Park, Hayden le había sorprendido con un anillo de compromiso, ella se había quedado realmente impresionada. Él le había dicho que la amaba y que apenas había podido pensar en otra cosa que no hubiera sido el casarse con ella. Kate le había prometido que lo pensaría... le había dicho que quizá era demasiado pronto para acceder a un compromiso tan importante ya que sólo se habían conocido hacía unos pocos meses. Pero Hayden había seguido insistiendo y, aunque ella no tenía sus sentimientos hacia él muy claros, tontamente había aceptado a comprometerse. Era cierto que hacía poco que había perdido a su madre y, con perspectiva, se había dado cuenta de que tal vez había estado tratando de obtener el amor y la atención que le habían sido negados durante tanto tiempo. Quizá por aquello, la proposición de Hayden y su declaración de amor le habían resultado tan atrayentes.

La noche en la cual se habían comprometido, le había entregado su virginidad a su futuro marido. Incluso había comenzado a sentirse emocionada ante la idea de casarse y formar una familia con él. Pero sólo una semana después, todos sus sueños de un futuro feliz, de un marido devoto y de unos ansiados hijos, se habían desvanecido rápidamente.

Hayden le había dicho que tenía que viajar a Ámsterdam por negocios y que cuando regresara, aquel mismo día por la tarde, pasaría a buscarla para llevarla a cenar a uno de sus restaurantes favoritos. Pero durante la mañana, mientras estaba en el trabajo, Demi había comenzado a sentir unos dolorosos calambres que habían empeorado según había transcurrido el tiempo. Cuando llegó la hora de comer, se sintió bastante enferma debido al dolor. Su jefe le dijo que se marchara a casa y que descansara.

Hayden vivía en una casa en una exclusiva zona de Chelsea y ésta estaba mucho más cerca del trabajo de Demetria que su propio piso, el cual se encontraba al norte de Londres. Él le había dado una llave de la vivienda, por si acaso alguna vez se le olvidaban las suyas dentro y se quedaba sin poder entrar, o por si ella salía antes de trabajar y quería ir a esperarlo allí.

En cuanto entró en la lujosa entrada de la casa, supo que había alguien en ésta.
Con el corazón revolucionado debido a que no sabía si la persona que estaba dentro de la vivienda era un ladrón, ya que Hayden no le había telefoneado para decirle que su reunión se hubiera cancelado, comenzó a subir con recelo las escaleras que llevaban a los dormitorios. Pero en aquel momento oyó una risa femenina. Se agarró con fuerza al pasamanos de la escalera y se forzó en continuar hasta llegar a la puerta del dormitorio principal. Entonces la abrió. Vio a su novio tumbado en la cama junto a una exuberante pelirroja que por lo menos habría tenido diez años más que ella.

Recordaba haberse quedado allí de pie diciéndose a sí misma que lo que estaba viendo no podía ser otra cosa que un estrafalario producto de su imaginación ya que no se encontraba bien. Pero al haberse dado cuenta de la dura y fría realidad, había comenzado a temblar de la cabeza a los pies como si le hubieran echado un cubo de agua helada por el cuello. Se había quedado muy impresionada y, a la vez, se había sentido extremadamente furiosa. Pero lo peor llegó después, cuando Hayden le dirigió una mirada de menosprecio y se rió.
Fue la risa más fría e inquietante que ella jamás había oído.

— ¡Pequeña mujerzuela estúpida! —Espetó él—, ¿Por qué demonios has venido aquí a esta hora?
En aquel momento, Demi descubrió que el hombre con el que iba a casarse no era el feliz y alegre trabajador poseedor de un lado sensible que ella había creído que era. Descubrió que Hayden Michaels era un mentiroso y un timador que había tenido una amante durante más de dos años, amante a la cual no pretendía renunciar. De hecho, se había puesto furioso ante el hecho de que ella lo hubiera estropeado todo al aparecer de aquella manera en su casa.

Angustiada, había sentido como se le formaba un nudo en la garganta. Había estado demasiado disgustada como para decir nada, por lo que simplemente tiró las llaves de la casa a la cama y salió de aquel lugar tan rápido como pudo.

Todo aquello había sido algo muy vergonzoso. Sentía que había hecho el ridículo al haberse creído las mentiras de Hayden y, durante mucho tiempo después, se sintió como entumecida. Cuando pocos meses más tarde le había surgido la oportunidad de marcharse a Italia y tomarse un descanso junto a una compañera con la que había trabajado, la cual se había instalado en el romántico país mediterráneo, la había aceptado encantada.

De Secretaria A Esposa Capitulo 7





— ¡No, no lo estoy! ¿Y por qué debería importarle eso a tu cliente?
— ¿No te diste cuenta de la manera en la que te miraba?
— ¡Estaba ocupada tomando notas de la reunión!
—De todas maneras... lo que me preocupa no es el interés de mi amigo en la respuesta, sino el mío. Así que, si no estás casada... ¿tienes novio?
—No tengo novio. ¿Es eso lo que pensaste? ¿Que estaba con otra persona cuando estuve contigo?
—Poco después de despertar y ver que te habías ido, sí que pensé que tal vez el haber bebido demasiado champán la noche anterior en la fiesta te había hecho perder un poco los papeles aunque estuvieras casada podríamos decirlo así. Pensé que quizá sólo estabas buscando pasar un buen rato y que, cuando surgió la oportunidad, la tomaste. Me planteé que por la mañana, al descubrir lo que habías hecho, tal vez te sentiste superada por un sentimiento de culpabilidad y decidiste marcharte de allí antes de volver a hacer alguna tontería...
Demetria se quedó muy impresionada ante aquella hipótesis.
—Bueno, pues estás equivocado. ¡No fue así en absoluto! —espetó.
Angustiada ante la idea de que Joe hubiera podido siquiera pensar que ella se había marchado aquella mañana porque estaba casada o porque tenía una relación con otra persona, se cruzó de brazos y, desesperadamente, trató de pensar con claridad. Se preguntó cómo podía él imaginarse algo así. Se planteó que tal vez ella se había imaginado la conexión que había habido entre ambos, una conexión que había creído que iba más allá de lo meramente físico.
—Entonces... ¿qué ocurrió, Demetria? Y, en esta ocasión, quizá puedas hacerme el favor de decirme la verdad sobre por qué huiste de mí aquella mañana.
  La verdad. Demi pensó que aquello parecía muy fácil. Pero, en realidad, no era sencillo. En absoluto. Era un terrible y vergonzoso error que no debía volver a repetirse.
Hasta hacía poco más de seis meses, Demi había estado comprometida en matrimonio con Hayden Michaels, un exitoso y guapo corredor de Bolsa al que había conocido mientras había estado realizando un trabajo temporal. Hayden era un prodigio dentro de la compañía para la que trabajaba, un hombre joven con grandes ambiciones que se esforzaba mucho para conseguir lo que quería..., pero que también jugaba de manera despiadada.
Aunque le había llamado la atención, ella no se había sentido muy cautivada por él al principio. Su naturaleza precavida le había advertido que no se involucrara con un hombre que parecía tratar la vida como si fuera una gran fiesta y una enorme oportunidad para obtener dinero.
Su madre, que la había criado sola, había inculcado en ella unos firmes y sólidos valores. Y el secreto de Demi, su pequeña ambición, era que deseaba conocer algún día al hombre de sus sueños, enamorarse y tener la familia que tanto anhelaba. Al haber sido hija única, siempre había deseado tener hermanos ya que frecuentemente se había sentido sola. Haber sufrido acoso en el colegio no la había ayudado a no sentirse marginada.
Siempre había sido muy consciente del esfuerzo que había tenido que realizar su madre para conseguir que la economía familiar marchara adelante, por lo que, en vez de haber ido a la universidad cuando había obtenido los resultados de los exámenes previos a ésta, había optado por realizar un curso de secretariado durante un año para después ponerse a trabajar y poder aliviar la situación financiera de su progenitora.
Durante los años había salido con varios hombres, pero nunca había encontrado la pareja con la que había soñado. Cuando había conocido al guapo y divertido Hayden Michaels, le había atraído algo de éste. Pero instintivamente había sabido que no era la clase de hombre que quería sentar la cabeza con una mujer, formar una familia y tener hijos. No cuando la ambición era lo único que lo movía.
Había decidido resistirse a su atractivo. Pero día tras día, semana tras semana, al tener que trabajar junto a él en la oficina, la encantadora sonrisa de Hayden, su perpetuo buen humor y su inagotable determinación por invitarla a salir, habían logrado persuadirla para que le diera una oportunidad. Su madre había muerto repentinamente de un infarto solamente dos meses antes de que lo hubiera conocido y ella se había sentido muy sola... aunque en realidad no había compartido con su madre una estrecha relación.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 13





Travis frunció el ceño y abrazó a la niña.
—Parece que el secuestrador no sabe nada de la niña —dijo Joseph —. Ni tampoco los padres de Demi. Ahora que Demi ha estado seis meses separada de Elizabeth, cree que es seguro que vuelva a verla —dijo Joseph, y bajó la voz—. Lo necesita, Sebastian. Todo esto ha sido muy difícil para ella.
«Ha sido difícil para todos», pensó Sebastian. «Y no parece que vaya a mejorar». Sin embargo, quejarse no serviría de nada.
—¿Ha informado a la policía de todo esto?
—No. Eso alertaría a sus padres. Y según ella, se presentarían al segundo y se llevarían al bebé a Nueva York, a vivir a la finca familiar. No les resultaría difícil, con toda la artillería legal que tienen. Demi no quiere que eso suceda.
—Yo tampoco querría —respondió Sebastian—. A menos que ésa fuera la única forma de que Elizabeth estuviera segura.
—Yo preferiría atrapar a ese canalla para no tener que preocuparme por él —dijo Joseph.
Sebastian dejó escapar un suspiro.
—Al menos, hemos encontrado un punto de acuerdo —comentó, y después hizo una pausa—. Es muy extraño que ese tipo haya estado siguiéndola durante tanto tiempo y no haya conseguido atraparla.
—Yo también lo he pensado. O está loco o es un inepto.
—Esperemos que sea un inepto. Supongo que no llevas pistola.
—Ya sabes que odio las armas —respondió Joseph.
—Sí, lo sé. Escucha, ven al Rocking D cuanto antes. Y ten cuidado. Cuando llegues, encontraremos una solución.
Joseph no respondió durante un momento. Después, carraspeó.
—Eres mucho mejor amigo de lo que me merezco.
Sebastian todavía estaba afectado por la traición de Joseph y tuvo la tentación de darle la razón, pero entonces recordó todas las historias de su infancia que su amigo le había contado. Al pensar en la crueldad que había tenido que soportar Joseph a Sebastian le resultó fácil perdonarlo.
—Siempre has sido muy duro contigo mismo, amigo —le dijo—. Ven a casa y arreglaremos las cosas.
—A casa —repitió Joseph con la voz ronca—. Así es como yo pienso también en el rancho. Escucha,  quiere preguntarte por la niña. Te la paso.
Sebastian se preparó para la conversación.
— ¿Sebastian? —la voz de Demi sonaba insegura—. ¿Cómo... cómo está?
—Bien —respondió él. Tenía un gran nudo en la garganta—. Grande. Creciendo mucho. Tiene cuatro dientes ya.
—Cuatro. Vaya.
Sebastian la oyó tragar saliva y su esfuerzo por contener las lágrimas lo conmovió.
—Debe de haber sido una pesadilla para ti —dijo suavemente.
—Sí —murmuró Demi—. Espero que me perdones por haberte hecho pasar por todo esto, pero no sabía qué hacer. Y no sabía que Joseph estaría fuera tanto tiempo.
—Ninguno lo sabíamos.
—¿De qué color tiene los ojos Elizabeth?
—Azules —respondió Sebastian. Y entonces, lo vio claramente: eran los ojos de Joseph —. Tiene un mono de peluche llamado Bruce —añadió, sin saber por qué—. Adora a ese mono.
— ¿De verdad? Ojalá... —a Demi se le escapó un sollozo—. Te paso... te paso a Joseph—dijo, y se separó del auricular.
Joseph habló con voz desgarrada por la emoción.
—Estaremos allí lo antes posible. Adiós, amigo.
—Cuídate, Joseph —dijo Sebastian.
Con el corazón encogido, colgó el teléfono y se volvió hacia el pequeño grupo que lo estaba esperando en la puerta de la cocina. Todos tenían una expresión de ansiedad, salvo Elizabeth. Ésta había dejado de lloriquear y estaba jugando alegremente con el mapache que le había llevado Travis.
Al ver al bebé, Sebastian sintió una opresión en el pecho. Él sabía que la vida no podía seguir indefinidamente así. Se había dicho, cientos de veces, que Demi volvería un día. Pero cuanto más tiempo tardaba ella, más pensaba Sebastian en que quizá pudiera desafiar su derecho a recuperar a Elizabeth. Sin embargo, en aquel momento sabía que ella se había separado de su hija por una buena razón. Se había sacrificado para proteger a su hija y él no estaba dispuesto a cuestionarle su papel como madre.
Eso significaba que sus días con Elizabeth estaban contados.
—Creo que será mejor que llamemos a Boone y a Shelby para que vengan —dijo.
Demi se acurrucó en la cama e intentó no llorar. Por mucho que lo intentara, no podía imaginarse a su hija con cuatro dientes. Cuatro. Y con los ojos azules, en vez del color gris e indefinido que tenía cuando se había visto obligada a separarse de ella.
Elizabeth había cambiado mucho, y ella se había perdido todos aquellos cambios.
Joseph colgó el teléfono y la rodeó con sus brazos.
—Todo irá bien —dijo con ternura.
—¿De veras? —Preguntó ella con los ojos llenos de lágrimas—. Ha cambiado mucho... Si alguien se cruzara conmigo por la calle con Elizabeth en brazos, seguramente yo no reconocería a la niña.
—Claro que sí. Estoy seguro de que no ha podido cambiar tanto.
Ella tenía un nudo de pena en el estómago.
—Quizá. Aunque en realidad, no es eso lo que realmente me asusta.
—Entonces ¿qué es?
—Oh, Joseph, después de todo éste tiempo... ¡es ella la que no me va a reconocer a mí!

Demi deseaba con todas sus fuerzas tomar un avión y llegar a Colorado antes del anochecer, pero para eso, tendría que usar su nombre verdadero en el mostrador de la compañía aérea y no podía correr aquel riesgo.
—Creo que tendrás que alquilar un coche —le dijo a Joseph mientras desayunaban—. Yo lo pagaré encantada...
—No se te ocurra empezar con eso —respondió él, lanzándole una mirada de dureza.
— ¿Qué?
—No quiero que asumas toda la responsabilidad.
—Pero... yo soy la que debería haber sabido el efecto que tienen los antibióticos sobre la píldora anticonceptiva —protestó ella—. Si hubiera sido más lista, esto no habría ocurrido.
—Si hubieras sido más lista, no habrías comenzado a salir conmigo, para empezar —respondió él con amargura—. Yo debería haberme sentido orgulloso de decirle a todo el mundo que tú... que te interesaba. En vez de eso, mantuve lo nuestro en secreto.
—Tú no me obligaste a nada, Joseph. Yo estuve contigo porque quise.
Demi se había dado cuenta de que ninguno de los dos usaba la palabra amor para describir lo que sentían hacia el otro.
Por su parte, ella dudaba porque no quería que él se sintiera aún más culpable. Y seguramente, Joseph lo hacía para mantener la distancia, pese a que resultaba evidente que los dos se necesitaban, al menos sexualmente. Era posible que él pensara que si afirmaba que la quería, ella comenzara a dar por hechas ciertas cosas.
—Sin embargo —insistió Joseph —, si nuestra relación hubiera sido pública, tú habrías podido pedirle consejo a alguna amiga sobre esos antibióticos.
—Pero entonces Elizabeth no existiría.
—Exacto.
— Joseph... tenemos que aclarar ciertas cosas. Yo no me arrepiento de un solo minuto de los que he pasado contigo. Fue un año fabuloso. Y sobre todo, no lamento haberme quedado embarazada. Aunque supongo que tú no estás muy contento con lo de la niña.
—Supones bien.
—Por esa razón, quiero asumir la responsabilidad en la medida de lo posible. No quiero que las necesidades de Elizabeth las cubra un hombre que reniega de su existencia.
— ¡Maldita sea, yo no he dicho eso!
Ella se puso de pie y se apretó el cinturón del albornoz.
—Sí, lo has dicho. ¿Quieres ducharte primero o me ducho yo? Tenemos que ponernos en camino.
—No hasta que hayamos resuelto esto —respondió Joseph. Apartó la bandeja del desayuno y se levantó de la silla—. Al decir que reniego de su existencia, parece que la odio, o que me resulta incómoda. Y eso no es cierto. Lo que más temo es haber traído al mundo a una niña por accidente, sin tener ninguna confianza en mis habilidades como padre.
Así que volvían a aquello... Sin embargo, las cosas habían cambiado desde la última vez que habían mantenido esa discusión.
—Si es así, ¿qué estabas haciendo en un país en guerra, cuidando huérfanos?
Él hizo un gesto de dolor y después elevó la voz.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Un Refugio Para El Amor Capitulo 13





Mientras caminaba hacia la cocina, se sintió invadido por una mezcla de alivio y alegría. La decisión de Joseph de ayudar a los huérfanos de la guerra tenía algo de sentido, dado el pasado de su amigo, pero a Sebastian le había preocupado mucho su seguridad. Todos se habían preocupado. Joseph fingía que era muy equilibrado, pero por dentro tenía muchas heridas. Y como consecuencia, se imponía pruebas que no debía, y a nadie le extrañaría que se dejara matar haciendo algo estúpido y heroico. Aunque parecía que había escapado a su destino... de nuevo.
—Dile que venga de una vez a Colorado —dijo Travis a Sebastian—. Quiero el abrigo de piel de cordero que le presté, y lo quiero antes de que empiece a nevar.
—Se lo diré —respondió Sebastian. Cuando levantó el auricular del teléfono y se lo puso en la oreja, tenía una sonrisa de oreja a oreja—. Eh, amigo, ¿por qué has estado tanto tiempo fuera? ¡Creíamos que te habías hecho nativo!
—Hola, Sebastian —respondió Joseph con voz cargada de emoción—. Me alegro de oírte.
—Yo también me alegro. Tengo ganas de verte, para echarte una buena bronca por esas vacaciones tan largas que te ha tomado. Cuando vengas al Rocking D, te sugiero que traigas una identificación. Casi se nos ha olvidado cómo eras.
—Sí, sé que ha sido mucho tiempo —dijo Joseph, con un suspiro.
A Sebastian se le borró la sonrisa de los labios. Se había esperado, al menos, una risa de su amigo. Tuvo un escalofrío de ansiedad.
— ¿Estás bien? No me digas que te han herido...
—No, no. Estoy bien, pero... Mira, Sebastian, Demi está aquí conmigo.
Sebastian estuvo a punto de soltar el auricular.
— ¿De veras? ¿Te refieres a nuestra Demi —repitió. No había asimilado por completo la idea.
—Sí. Y ese bebé suyo al que estáis cuidando también es... mío.
— ¿Tuyo? —Rugió Sebastian—. ¿A qué te refieres con eso de tuyo? ¡Tú ni siquiera estabas allí!
Matty entró en la cocina, seguida de Gwen y de Travis, que llevaba a Elizabeth en brazos. Todos se quedaron mirando a Sebastian, y Elizabeth comenzó a lloriquear.
—Sí, estuve allí la noche anterior a que llegarais —respondió Joseph —. ¿Es ella la que llora?
La noche anterior. Sebastian no podía entender que Joseph hubiera estado allí y nadie lo supiera.
— ¿Qué?
—Oigo a un bebé. ¿Es Elizabeth?
Sebastian no conseguía creerse que Joseph fuera el padre de Elizabeth. No podía ser.
—Sí, es ella. Pero no entiendo por qué piensas...
—No lo pienso. Lo sé. Después de la avalancha, comencé a salir con Demi. Tuvimos una relación durante casi un año, y...
Sebastian sintió una puñalada de dolor.
—¿Has estado saliendo con Demi un año y no me lo has contado? ¡Creía que éramos amigos!
—Lo siento. Debería haber confiado más en ti. Debería haber confiado en todos vosotros. Pero tenía miedo de que intentarais convencerme de que me comprometiera, y no creía que eso fuera a suceder, así que le pedí Demi que lo mantuviéramos en secreto.
Además de sentirse traicionado, Sebastian se había puesto furioso. Sin embargo, intentó concentrarse en la conversación y asegurarse de que estaba entendiendo lo que Joseph le contaba.
—Continúa —dijo con voz tensa.
—La semana anterior a la fiesta de la avalancha, fui a Aspen para estar con Demi antes de que llegarais todos los demás. Y una noche antes de que llegarais, Demi y yo tuvimos una fuerte discusión. Ella quería terminar con el secreto.
—Me lo imagino.
—¡Quería que nos casáramos y formáramos una familia, Sebastian! —Dijo Joseph con desesperación—. Y yo sabía que no podía hacerlo.
—Entonces deberías haber tenido un poco más de cuidado, ¿no crees?
Sebastian tenía tensos todos los músculos del cuerpo, tensos por la necesidad de negar aquella situación. Dejar que sus amigos se llevaran a Elizabeth al final de la semana no era una gran solución, pero al menos, no la perdía completamente. Sin embargo, a partir de aquel momento aquello podría suceder. Él no podía soportar mirar a Matty, y menos a Elizabeth, así que miró al suelo.
—Sí —dijo Joseph, calmadamente—. Debería haber tenido más cuidado.
—Y ahora ¿qué? —Preguntó Sebastian con desánimo—. ¿Vas a volver a recogerla? ¿Me has llamado para decirme eso?
—No. Todavía no estoy seguro de qué hacer con respecto a la niña. Por supuesto, cubriré sus necesidades económicas, pero yo no soy la persona adecuada para cuidar a un niño, como todos sabemos.
—¿Por qué no? ¡Has estado allí cuidando niños, precisamente!
—Pero ellos no tenían nada, ni a nadie. Y había mucha gente a mí alrededor, así que nunca me preocupó el que pudiera hacer algo malo. Pero no confío en mí mismo para encontrarme en mi casa a solas con mi propia hija.
—Eso es una idiotez.
—Piensa lo que quieras —dijo Joseph —. Pero yo lo veo así. Voy a llevar a Demi al Rocking D para que se reúna con la niña y allí decidiremos lo que vamos a hacer.
Sebastian luchó con todas las emociones contradictorias que le produjo aquella noticia. No podía imaginarse que ningún hombre pudiera abandonar a Elizabeth y se lo tomó como una afrenta personal. Sin embargo, tampoco quería que un hombre que no estaba dispuesto a ser el mejor padre del mundo se la llevara.
— ¿Cuándo vais a llegar?
—No estoy seguro. Quizá tengamos que tomar una ruta más larga de lo normal. Alguien está siguiendo a Demi, alguien que aparentemente, quiere secuestrarla. Ésa es la razón por la que ella dejó a la niña contigo.
—Dios Santo. ¿Y por qué iba a querer nadie secuestrar a Demi?
—¿Has oído hablar de Russell P. Demi?
—Pues claro que he oído hablar de él —en aquel momento, lo entendió todo—. Vaya, demonios...
Sebastian siempre había sospechado que Demi provenía de una familia adinerada. Quizá por su forma de agarrar el tenedor, o por su postura, o por su forma de hablar. Sin embargo, nunca se había imaginado que fuera una familia con tanto dinero.
De repente, sintió miedo por Elizabeth. La niña a la que él adoraba era la heredera de un gran imperio, y eso era potencialmente una amenaza contra su vida.
—¿La niña también está en peligro?