domingo, 30 de diciembre de 2012

De Secretaria A Esposa Capitulo 8





Según había transcurrido el tiempo, había comenzado a ver una faceta nueva de su novio, aspectos que la habían conmovido mucho más que los caros regalos que éste le hacía. Había sido un lado sensible, tal vez incluso vulnerable, lado del que se había percatado al observar el miedo de Hayden al fracaso, el miedo que sentía a que sus colegas y amigos no pensaran que era suficientemente bueno, el que le había llegado a lo más profundo de su corazón.

Su ex novio había sentido verdadero pánico a no ser capaz de mantener el éxito que había logrado. Quizá Demi se había dado cuenta de que Hayden temía las mismas cosas que ella misma había temido desde aquellos días de colegiala en los cuales se habían burlado de ella por haber sido la chica pobre de la clase, la chica a la que su madre no podía llevar de vacaciones al extranjero, ni comprarle ropa bonita, ni inscribirla en clases de baile como hacían los padres de las demás niñas.

Pero, en realidad, no había sido la carencia de todas aquellas cosas lo que había provocado que Demi fuera tan vulnerable. No. Había sido la falta de cariño por parte de su madre lo que más le había afectado. Agotada de tanto trabajar y por tantas preocupaciones, Liz Lovato había construido una dura barrera alrededor de su corazón, barrera que había mantenido a su hija apartada de ella emocionalmente.

Pero, además, como había sufrido cierto acoso en el colegio y un sentimiento de baja autoestima que tal vez había adquirido por la educación que había recibido, Demetria había sentido que su propio corazón también estaba creando una barrera para protegerse. Incluso cuando los hombres le habían dicho que la encontraban atractiva, siempre había habido una parte de ella que no les había creído y que había esperado secretamente oír la verdad; que ella no era nada parecido a las cosas deseables que le decían que era, que todavía era la niña pobre de pelo rebelde que había sido admitida en la escuela de gramática por pena y no porque fuera inteligente o mereciera estar allí.

Cuando un precioso domingo por la mañana, durante un paseo por Hyde Park, Hayden le había sorprendido con un anillo de compromiso, ella se había quedado realmente impresionada. Él le había dicho que la amaba y que apenas había podido pensar en otra cosa que no hubiera sido el casarse con ella. Kate le había prometido que lo pensaría... le había dicho que quizá era demasiado pronto para acceder a un compromiso tan importante ya que sólo se habían conocido hacía unos pocos meses. Pero Hayden había seguido insistiendo y, aunque ella no tenía sus sentimientos hacia él muy claros, tontamente había aceptado a comprometerse. Era cierto que hacía poco que había perdido a su madre y, con perspectiva, se había dado cuenta de que tal vez había estado tratando de obtener el amor y la atención que le habían sido negados durante tanto tiempo. Quizá por aquello, la proposición de Hayden y su declaración de amor le habían resultado tan atrayentes.

La noche en la cual se habían comprometido, le había entregado su virginidad a su futuro marido. Incluso había comenzado a sentirse emocionada ante la idea de casarse y formar una familia con él. Pero sólo una semana después, todos sus sueños de un futuro feliz, de un marido devoto y de unos ansiados hijos, se habían desvanecido rápidamente.

Hayden le había dicho que tenía que viajar a Ámsterdam por negocios y que cuando regresara, aquel mismo día por la tarde, pasaría a buscarla para llevarla a cenar a uno de sus restaurantes favoritos. Pero durante la mañana, mientras estaba en el trabajo, Demi había comenzado a sentir unos dolorosos calambres que habían empeorado según había transcurrido el tiempo. Cuando llegó la hora de comer, se sintió bastante enferma debido al dolor. Su jefe le dijo que se marchara a casa y que descansara.

Hayden vivía en una casa en una exclusiva zona de Chelsea y ésta estaba mucho más cerca del trabajo de Demetria que su propio piso, el cual se encontraba al norte de Londres. Él le había dado una llave de la vivienda, por si acaso alguna vez se le olvidaban las suyas dentro y se quedaba sin poder entrar, o por si ella salía antes de trabajar y quería ir a esperarlo allí.

En cuanto entró en la lujosa entrada de la casa, supo que había alguien en ésta.
Con el corazón revolucionado debido a que no sabía si la persona que estaba dentro de la vivienda era un ladrón, ya que Hayden no le había telefoneado para decirle que su reunión se hubiera cancelado, comenzó a subir con recelo las escaleras que llevaban a los dormitorios. Pero en aquel momento oyó una risa femenina. Se agarró con fuerza al pasamanos de la escalera y se forzó en continuar hasta llegar a la puerta del dormitorio principal. Entonces la abrió. Vio a su novio tumbado en la cama junto a una exuberante pelirroja que por lo menos habría tenido diez años más que ella.

Recordaba haberse quedado allí de pie diciéndose a sí misma que lo que estaba viendo no podía ser otra cosa que un estrafalario producto de su imaginación ya que no se encontraba bien. Pero al haberse dado cuenta de la dura y fría realidad, había comenzado a temblar de la cabeza a los pies como si le hubieran echado un cubo de agua helada por el cuello. Se había quedado muy impresionada y, a la vez, se había sentido extremadamente furiosa. Pero lo peor llegó después, cuando Hayden le dirigió una mirada de menosprecio y se rió.
Fue la risa más fría e inquietante que ella jamás había oído.

— ¡Pequeña mujerzuela estúpida! —Espetó él—, ¿Por qué demonios has venido aquí a esta hora?
En aquel momento, Demi descubrió que el hombre con el que iba a casarse no era el feliz y alegre trabajador poseedor de un lado sensible que ella había creído que era. Descubrió que Hayden Michaels era un mentiroso y un timador que había tenido una amante durante más de dos años, amante a la cual no pretendía renunciar. De hecho, se había puesto furioso ante el hecho de que ella lo hubiera estropeado todo al aparecer de aquella manera en su casa.

Angustiada, había sentido como se le formaba un nudo en la garganta. Había estado demasiado disgustada como para decir nada, por lo que simplemente tiró las llaves de la casa a la cama y salió de aquel lugar tan rápido como pudo.

Todo aquello había sido algo muy vergonzoso. Sentía que había hecho el ridículo al haberse creído las mentiras de Hayden y, durante mucho tiempo después, se sintió como entumecida. Cuando pocos meses más tarde le había surgido la oportunidad de marcharse a Italia y tomarse un descanso junto a una compañera con la que había trabajado, la cual se había instalado en el romántico país mediterráneo, la había aceptado encantada.

De Secretaria A Esposa Capitulo 7





— ¡No, no lo estoy! ¿Y por qué debería importarle eso a tu cliente?
— ¿No te diste cuenta de la manera en la que te miraba?
— ¡Estaba ocupada tomando notas de la reunión!
—De todas maneras... lo que me preocupa no es el interés de mi amigo en la respuesta, sino el mío. Así que, si no estás casada... ¿tienes novio?
—No tengo novio. ¿Es eso lo que pensaste? ¿Que estaba con otra persona cuando estuve contigo?
—Poco después de despertar y ver que te habías ido, sí que pensé que tal vez el haber bebido demasiado champán la noche anterior en la fiesta te había hecho perder un poco los papeles aunque estuvieras casada podríamos decirlo así. Pensé que quizá sólo estabas buscando pasar un buen rato y que, cuando surgió la oportunidad, la tomaste. Me planteé que por la mañana, al descubrir lo que habías hecho, tal vez te sentiste superada por un sentimiento de culpabilidad y decidiste marcharte de allí antes de volver a hacer alguna tontería...
Demetria se quedó muy impresionada ante aquella hipótesis.
—Bueno, pues estás equivocado. ¡No fue así en absoluto! —espetó.
Angustiada ante la idea de que Joe hubiera podido siquiera pensar que ella se había marchado aquella mañana porque estaba casada o porque tenía una relación con otra persona, se cruzó de brazos y, desesperadamente, trató de pensar con claridad. Se preguntó cómo podía él imaginarse algo así. Se planteó que tal vez ella se había imaginado la conexión que había habido entre ambos, una conexión que había creído que iba más allá de lo meramente físico.
—Entonces... ¿qué ocurrió, Demetria? Y, en esta ocasión, quizá puedas hacerme el favor de decirme la verdad sobre por qué huiste de mí aquella mañana.
  La verdad. Demi pensó que aquello parecía muy fácil. Pero, en realidad, no era sencillo. En absoluto. Era un terrible y vergonzoso error que no debía volver a repetirse.
Hasta hacía poco más de seis meses, Demi había estado comprometida en matrimonio con Hayden Michaels, un exitoso y guapo corredor de Bolsa al que había conocido mientras había estado realizando un trabajo temporal. Hayden era un prodigio dentro de la compañía para la que trabajaba, un hombre joven con grandes ambiciones que se esforzaba mucho para conseguir lo que quería..., pero que también jugaba de manera despiadada.
Aunque le había llamado la atención, ella no se había sentido muy cautivada por él al principio. Su naturaleza precavida le había advertido que no se involucrara con un hombre que parecía tratar la vida como si fuera una gran fiesta y una enorme oportunidad para obtener dinero.
Su madre, que la había criado sola, había inculcado en ella unos firmes y sólidos valores. Y el secreto de Demi, su pequeña ambición, era que deseaba conocer algún día al hombre de sus sueños, enamorarse y tener la familia que tanto anhelaba. Al haber sido hija única, siempre había deseado tener hermanos ya que frecuentemente se había sentido sola. Haber sufrido acoso en el colegio no la había ayudado a no sentirse marginada.
Siempre había sido muy consciente del esfuerzo que había tenido que realizar su madre para conseguir que la economía familiar marchara adelante, por lo que, en vez de haber ido a la universidad cuando había obtenido los resultados de los exámenes previos a ésta, había optado por realizar un curso de secretariado durante un año para después ponerse a trabajar y poder aliviar la situación financiera de su progenitora.
Durante los años había salido con varios hombres, pero nunca había encontrado la pareja con la que había soñado. Cuando había conocido al guapo y divertido Hayden Michaels, le había atraído algo de éste. Pero instintivamente había sabido que no era la clase de hombre que quería sentar la cabeza con una mujer, formar una familia y tener hijos. No cuando la ambición era lo único que lo movía.
Había decidido resistirse a su atractivo. Pero día tras día, semana tras semana, al tener que trabajar junto a él en la oficina, la encantadora sonrisa de Hayden, su perpetuo buen humor y su inagotable determinación por invitarla a salir, habían logrado persuadirla para que le diera una oportunidad. Su madre había muerto repentinamente de un infarto solamente dos meses antes de que lo hubiera conocido y ella se había sentido muy sola... aunque en realidad no había compartido con su madre una estrecha relación.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 13





Travis frunció el ceño y abrazó a la niña.
—Parece que el secuestrador no sabe nada de la niña —dijo Joseph —. Ni tampoco los padres de Demi. Ahora que Demi ha estado seis meses separada de Elizabeth, cree que es seguro que vuelva a verla —dijo Joseph, y bajó la voz—. Lo necesita, Sebastian. Todo esto ha sido muy difícil para ella.
«Ha sido difícil para todos», pensó Sebastian. «Y no parece que vaya a mejorar». Sin embargo, quejarse no serviría de nada.
—¿Ha informado a la policía de todo esto?
—No. Eso alertaría a sus padres. Y según ella, se presentarían al segundo y se llevarían al bebé a Nueva York, a vivir a la finca familiar. No les resultaría difícil, con toda la artillería legal que tienen. Demi no quiere que eso suceda.
—Yo tampoco querría —respondió Sebastian—. A menos que ésa fuera la única forma de que Elizabeth estuviera segura.
—Yo preferiría atrapar a ese canalla para no tener que preocuparme por él —dijo Joseph.
Sebastian dejó escapar un suspiro.
—Al menos, hemos encontrado un punto de acuerdo —comentó, y después hizo una pausa—. Es muy extraño que ese tipo haya estado siguiéndola durante tanto tiempo y no haya conseguido atraparla.
—Yo también lo he pensado. O está loco o es un inepto.
—Esperemos que sea un inepto. Supongo que no llevas pistola.
—Ya sabes que odio las armas —respondió Joseph.
—Sí, lo sé. Escucha, ven al Rocking D cuanto antes. Y ten cuidado. Cuando llegues, encontraremos una solución.
Joseph no respondió durante un momento. Después, carraspeó.
—Eres mucho mejor amigo de lo que me merezco.
Sebastian todavía estaba afectado por la traición de Joseph y tuvo la tentación de darle la razón, pero entonces recordó todas las historias de su infancia que su amigo le había contado. Al pensar en la crueldad que había tenido que soportar Joseph a Sebastian le resultó fácil perdonarlo.
—Siempre has sido muy duro contigo mismo, amigo —le dijo—. Ven a casa y arreglaremos las cosas.
—A casa —repitió Joseph con la voz ronca—. Así es como yo pienso también en el rancho. Escucha,  quiere preguntarte por la niña. Te la paso.
Sebastian se preparó para la conversación.
— ¿Sebastian? —la voz de Demi sonaba insegura—. ¿Cómo... cómo está?
—Bien —respondió él. Tenía un gran nudo en la garganta—. Grande. Creciendo mucho. Tiene cuatro dientes ya.
—Cuatro. Vaya.
Sebastian la oyó tragar saliva y su esfuerzo por contener las lágrimas lo conmovió.
—Debe de haber sido una pesadilla para ti —dijo suavemente.
—Sí —murmuró Demi—. Espero que me perdones por haberte hecho pasar por todo esto, pero no sabía qué hacer. Y no sabía que Joseph estaría fuera tanto tiempo.
—Ninguno lo sabíamos.
—¿De qué color tiene los ojos Elizabeth?
—Azules —respondió Sebastian. Y entonces, lo vio claramente: eran los ojos de Joseph —. Tiene un mono de peluche llamado Bruce —añadió, sin saber por qué—. Adora a ese mono.
— ¿De verdad? Ojalá... —a Demi se le escapó un sollozo—. Te paso... te paso a Joseph—dijo, y se separó del auricular.
Joseph habló con voz desgarrada por la emoción.
—Estaremos allí lo antes posible. Adiós, amigo.
—Cuídate, Joseph —dijo Sebastian.
Con el corazón encogido, colgó el teléfono y se volvió hacia el pequeño grupo que lo estaba esperando en la puerta de la cocina. Todos tenían una expresión de ansiedad, salvo Elizabeth. Ésta había dejado de lloriquear y estaba jugando alegremente con el mapache que le había llevado Travis.
Al ver al bebé, Sebastian sintió una opresión en el pecho. Él sabía que la vida no podía seguir indefinidamente así. Se había dicho, cientos de veces, que Demi volvería un día. Pero cuanto más tiempo tardaba ella, más pensaba Sebastian en que quizá pudiera desafiar su derecho a recuperar a Elizabeth. Sin embargo, en aquel momento sabía que ella se había separado de su hija por una buena razón. Se había sacrificado para proteger a su hija y él no estaba dispuesto a cuestionarle su papel como madre.
Eso significaba que sus días con Elizabeth estaban contados.
—Creo que será mejor que llamemos a Boone y a Shelby para que vengan —dijo.
Demi se acurrucó en la cama e intentó no llorar. Por mucho que lo intentara, no podía imaginarse a su hija con cuatro dientes. Cuatro. Y con los ojos azules, en vez del color gris e indefinido que tenía cuando se había visto obligada a separarse de ella.
Elizabeth había cambiado mucho, y ella se había perdido todos aquellos cambios.
Joseph colgó el teléfono y la rodeó con sus brazos.
—Todo irá bien —dijo con ternura.
—¿De veras? —Preguntó ella con los ojos llenos de lágrimas—. Ha cambiado mucho... Si alguien se cruzara conmigo por la calle con Elizabeth en brazos, seguramente yo no reconocería a la niña.
—Claro que sí. Estoy seguro de que no ha podido cambiar tanto.
Ella tenía un nudo de pena en el estómago.
—Quizá. Aunque en realidad, no es eso lo que realmente me asusta.
—Entonces ¿qué es?
—Oh, Joseph, después de todo éste tiempo... ¡es ella la que no me va a reconocer a mí!

Demi deseaba con todas sus fuerzas tomar un avión y llegar a Colorado antes del anochecer, pero para eso, tendría que usar su nombre verdadero en el mostrador de la compañía aérea y no podía correr aquel riesgo.
—Creo que tendrás que alquilar un coche —le dijo a Joseph mientras desayunaban—. Yo lo pagaré encantada...
—No se te ocurra empezar con eso —respondió él, lanzándole una mirada de dureza.
— ¿Qué?
—No quiero que asumas toda la responsabilidad.
—Pero... yo soy la que debería haber sabido el efecto que tienen los antibióticos sobre la píldora anticonceptiva —protestó ella—. Si hubiera sido más lista, esto no habría ocurrido.
—Si hubieras sido más lista, no habrías comenzado a salir conmigo, para empezar —respondió él con amargura—. Yo debería haberme sentido orgulloso de decirle a todo el mundo que tú... que te interesaba. En vez de eso, mantuve lo nuestro en secreto.
—Tú no me obligaste a nada, Joseph. Yo estuve contigo porque quise.
Demi se había dado cuenta de que ninguno de los dos usaba la palabra amor para describir lo que sentían hacia el otro.
Por su parte, ella dudaba porque no quería que él se sintiera aún más culpable. Y seguramente, Joseph lo hacía para mantener la distancia, pese a que resultaba evidente que los dos se necesitaban, al menos sexualmente. Era posible que él pensara que si afirmaba que la quería, ella comenzara a dar por hechas ciertas cosas.
—Sin embargo —insistió Joseph —, si nuestra relación hubiera sido pública, tú habrías podido pedirle consejo a alguna amiga sobre esos antibióticos.
—Pero entonces Elizabeth no existiría.
—Exacto.
— Joseph... tenemos que aclarar ciertas cosas. Yo no me arrepiento de un solo minuto de los que he pasado contigo. Fue un año fabuloso. Y sobre todo, no lamento haberme quedado embarazada. Aunque supongo que tú no estás muy contento con lo de la niña.
—Supones bien.
—Por esa razón, quiero asumir la responsabilidad en la medida de lo posible. No quiero que las necesidades de Elizabeth las cubra un hombre que reniega de su existencia.
— ¡Maldita sea, yo no he dicho eso!
Ella se puso de pie y se apretó el cinturón del albornoz.
—Sí, lo has dicho. ¿Quieres ducharte primero o me ducho yo? Tenemos que ponernos en camino.
—No hasta que hayamos resuelto esto —respondió Joseph. Apartó la bandeja del desayuno y se levantó de la silla—. Al decir que reniego de su existencia, parece que la odio, o que me resulta incómoda. Y eso no es cierto. Lo que más temo es haber traído al mundo a una niña por accidente, sin tener ninguna confianza en mis habilidades como padre.
Así que volvían a aquello... Sin embargo, las cosas habían cambiado desde la última vez que habían mantenido esa discusión.
—Si es así, ¿qué estabas haciendo en un país en guerra, cuidando huérfanos?
Él hizo un gesto de dolor y después elevó la voz.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Un Refugio Para El Amor Capitulo 13





Mientras caminaba hacia la cocina, se sintió invadido por una mezcla de alivio y alegría. La decisión de Joseph de ayudar a los huérfanos de la guerra tenía algo de sentido, dado el pasado de su amigo, pero a Sebastian le había preocupado mucho su seguridad. Todos se habían preocupado. Joseph fingía que era muy equilibrado, pero por dentro tenía muchas heridas. Y como consecuencia, se imponía pruebas que no debía, y a nadie le extrañaría que se dejara matar haciendo algo estúpido y heroico. Aunque parecía que había escapado a su destino... de nuevo.
—Dile que venga de una vez a Colorado —dijo Travis a Sebastian—. Quiero el abrigo de piel de cordero que le presté, y lo quiero antes de que empiece a nevar.
—Se lo diré —respondió Sebastian. Cuando levantó el auricular del teléfono y se lo puso en la oreja, tenía una sonrisa de oreja a oreja—. Eh, amigo, ¿por qué has estado tanto tiempo fuera? ¡Creíamos que te habías hecho nativo!
—Hola, Sebastian —respondió Joseph con voz cargada de emoción—. Me alegro de oírte.
—Yo también me alegro. Tengo ganas de verte, para echarte una buena bronca por esas vacaciones tan largas que te ha tomado. Cuando vengas al Rocking D, te sugiero que traigas una identificación. Casi se nos ha olvidado cómo eras.
—Sí, sé que ha sido mucho tiempo —dijo Joseph, con un suspiro.
A Sebastian se le borró la sonrisa de los labios. Se había esperado, al menos, una risa de su amigo. Tuvo un escalofrío de ansiedad.
— ¿Estás bien? No me digas que te han herido...
—No, no. Estoy bien, pero... Mira, Sebastian, Demi está aquí conmigo.
Sebastian estuvo a punto de soltar el auricular.
— ¿De veras? ¿Te refieres a nuestra Demi —repitió. No había asimilado por completo la idea.
—Sí. Y ese bebé suyo al que estáis cuidando también es... mío.
— ¿Tuyo? —Rugió Sebastian—. ¿A qué te refieres con eso de tuyo? ¡Tú ni siquiera estabas allí!
Matty entró en la cocina, seguida de Gwen y de Travis, que llevaba a Elizabeth en brazos. Todos se quedaron mirando a Sebastian, y Elizabeth comenzó a lloriquear.
—Sí, estuve allí la noche anterior a que llegarais —respondió Joseph —. ¿Es ella la que llora?
La noche anterior. Sebastian no podía entender que Joseph hubiera estado allí y nadie lo supiera.
— ¿Qué?
—Oigo a un bebé. ¿Es Elizabeth?
Sebastian no conseguía creerse que Joseph fuera el padre de Elizabeth. No podía ser.
—Sí, es ella. Pero no entiendo por qué piensas...
—No lo pienso. Lo sé. Después de la avalancha, comencé a salir con Demi. Tuvimos una relación durante casi un año, y...
Sebastian sintió una puñalada de dolor.
—¿Has estado saliendo con Demi un año y no me lo has contado? ¡Creía que éramos amigos!
—Lo siento. Debería haber confiado más en ti. Debería haber confiado en todos vosotros. Pero tenía miedo de que intentarais convencerme de que me comprometiera, y no creía que eso fuera a suceder, así que le pedí Demi que lo mantuviéramos en secreto.
Además de sentirse traicionado, Sebastian se había puesto furioso. Sin embargo, intentó concentrarse en la conversación y asegurarse de que estaba entendiendo lo que Joseph le contaba.
—Continúa —dijo con voz tensa.
—La semana anterior a la fiesta de la avalancha, fui a Aspen para estar con Demi antes de que llegarais todos los demás. Y una noche antes de que llegarais, Demi y yo tuvimos una fuerte discusión. Ella quería terminar con el secreto.
—Me lo imagino.
—¡Quería que nos casáramos y formáramos una familia, Sebastian! —Dijo Joseph con desesperación—. Y yo sabía que no podía hacerlo.
—Entonces deberías haber tenido un poco más de cuidado, ¿no crees?
Sebastian tenía tensos todos los músculos del cuerpo, tensos por la necesidad de negar aquella situación. Dejar que sus amigos se llevaran a Elizabeth al final de la semana no era una gran solución, pero al menos, no la perdía completamente. Sin embargo, a partir de aquel momento aquello podría suceder. Él no podía soportar mirar a Matty, y menos a Elizabeth, así que miró al suelo.
—Sí —dijo Joseph, calmadamente—. Debería haber tenido más cuidado.
—Y ahora ¿qué? —Preguntó Sebastian con desánimo—. ¿Vas a volver a recogerla? ¿Me has llamado para decirme eso?
—No. Todavía no estoy seguro de qué hacer con respecto a la niña. Por supuesto, cubriré sus necesidades económicas, pero yo no soy la persona adecuada para cuidar a un niño, como todos sabemos.
—¿Por qué no? ¡Has estado allí cuidando niños, precisamente!
—Pero ellos no tenían nada, ni a nadie. Y había mucha gente a mí alrededor, así que nunca me preocupó el que pudiera hacer algo malo. Pero no confío en mí mismo para encontrarme en mi casa a solas con mi propia hija.
—Eso es una idiotez.
—Piensa lo que quieras —dijo Joseph —. Pero yo lo veo así. Voy a llevar a Demi al Rocking D para que se reúna con la niña y allí decidiremos lo que vamos a hacer.
Sebastian luchó con todas las emociones contradictorias que le produjo aquella noticia. No podía imaginarse que ningún hombre pudiera abandonar a Elizabeth y se lo tomó como una afrenta personal. Sin embargo, tampoco quería que un hombre que no estaba dispuesto a ser el mejor padre del mundo se la llevara.
— ¿Cuándo vais a llegar?
—No estoy seguro. Quizá tengamos que tomar una ruta más larga de lo normal. Alguien está siguiendo a Demi, alguien que aparentemente, quiere secuestrarla. Ésa es la razón por la que ella dejó a la niña contigo.
—Dios Santo. ¿Y por qué iba a querer nadie secuestrar a Demi?
—¿Has oído hablar de Russell P. Demi?
—Pues claro que he oído hablar de él —en aquel momento, lo entendió todo—. Vaya, demonios...
Sebastian siempre había sospechado que Demi provenía de una familia adinerada. Quizá por su forma de agarrar el tenedor, o por su postura, o por su forma de hablar. Sin embargo, nunca se había imaginado que fuera una familia con tanto dinero.
De repente, sintió miedo por Elizabeth. La niña a la que él adoraba era la heredera de un gran imperio, y eso era potencialmente una amenaza contra su vida.
—¿La niña también está en peligro?

Un Refugio Para El Amor Capitulo 12





Sebastian Daniels se puso a gatas para que su mujer, Matty, pudiera colocarle a Elizabeth en la espalda.
— ¡Arre, caballo! —dijo Matty.
Elizabeth se rió y botó cuando Sebastian relinchó y comenzó a caminar por la habitación. Matty iba a su lado para sujetar al bebé y asegurarse de que no se cayera.
Sebastian detestaba el hecho de tener sólo una semana de cada tres para estar con Elizabeth, pero era el único arreglo justo, y él valoraba la justicia. Cuando Demi lo había nombrado padrino del bebé, había concedido también aquel honor a Travis Evans y a Boone Connor. Eso les había hecho pensar que cualquiera de los tres podría ser el padre de Elizabeth. Los tres se habían emborrachado la noche de la fiesta de la avalancha, en la que habían celebrado su salvación, y todos recordaban vagamente haberse insinuado a Demi, que había permanecido sobria y los había llevado de vuelta a su cabaña.
Desde que Demi había dejado a Elizabeth en la puerta de la casa de Sebastian, ocho meses atrás, los hombres habían discutido acaloradamente sobre la paternidad del bebé. Finalmente, se habían sometido a la prueba de paternidad y habían descubierto que ninguno de ellos era el padre. El problema era que tanto sus esposas como ellos se habían encariñado mucho con la pequeña. Hasta que apareciera el padre real, o Demi volviera para aclarar el misterio, habían acordado hacer turnos para cuidar de Elizabeth.
La entrega semanal del bebé se realizaba los sábados por la mañana y siempre que recogía a Elizabeth, Sebastian estaba entusiasmado. Sin embargo, el sábado siguiente, que resultaba ser aquel mismo día, era algo distinto. Tanto Matty como él intentaban que su tristeza no afectase a Elizabeth.
Además de tener que enfrentarse a la marcha de la niña, Matty estaba muy hormonal en su quinto mes de embarazo, y podía ponerse a llorar en cualquier momento. Aquella mañana, Sebastian se había dado cuenta de que se estaba enjugando las lágrimas cuando pensaba que él no la veía.
Ojalá Travis y Gwen llegaran tarde aquel día.
Pero no fue así. El timbre sonó a las once, justo a la hora prevista.
—Serán ellos —dijo Matty, y levantó al bebé de la espalda de Sebastian y se lo puso en la cadera. Después se encaminó a la puerta.
—Déjamela —dijo Sebastian mientras la seguía apresuradamente—. Tú no deberías levantar peso.
—No pasa nada. Quiero tenerla un poco más —respondió Matty con voz un poco temblorosa, y Sebastian se retiró.
Travis y Gwen entraron en casa sonriendo porque estaban a punto de marcharse con Elizabeth. Gwen iba vestida con una chaqueta de flecos para subrayar su ascendencia cheyenne y llevaba una larga trenza negra. Sebastian ya la había visto así vestida más veces, pero aquel día, por algún motivo, parecía distinta.
Travis era el mismo de siempre, afable y desenvuelto, y entró con la mano detrás de la espalda.
— ¡Eh, Lizzie! —dijo—. ¡Mira! —Sacó la mano y agitó el peluche de un mapache delante de la niña—. Hola, señorita Lizzie —dijo con voz de falsete—. ¿Quieres venir conmigo?
Elizabeth dio un gritito de alegría y se retorció con impaciencia y con los dos brazos extendidos hacia el muñeco. Matty se la entregó a Travis.
Sebastian siempre había tenido celos de la capacidad de Travis para engatusar a un bebé en dos segundos.
—Engreído —farfulló.
Travis movió la cabeza del peluche hacia Sebastian.
—Aguafiestas —dijo, en falsete.
—Bueno, vosotros dos —intervino Gwen—. Ya está bien.
—Sí, es verdad —respondió Sebastian, y se dirigió a ella—. Dime, ¿te has maquillado de una manera distinta hoy, o algo así?
—No —respondió Gwen, asombrada.
— ¿Por qué lo preguntas? —dijo Matty, riéndose—. Tú eres el último hombre de la tierra que esperaba que se fijara en algo así.
—No sé. Me parece que Gwen está distinta de otros días. He pensado que podría ser su barra de labios, o algo así.
—¿De verdad te parece que estoy diferente? —preguntó Gwen.
—Bueno, serán cosas mías.
Travis miró con cariño a su esposa.
—Pues a mí me parece que no.
—Entonces sí hay algo diferente... —confirmó Sebastian.
Gwen miró a su marido y sonrió.
—Por decirlo de algún modo.
Matty se lo imaginó antes que Sebastian. Soltó una exclamación de alegría y le dio un abrazo a Gwen.
—¿Desde cuándo lo sabéis?
—Desde hace media hora —respondió Gwen, devolviéndole el abrazo—. Queríamos que fuerais los primeros en enteraros.
Sebastian miró a Travis e intentó fingir una gran seriedad. Sin embargo, por dentro estaba saltando de alegría. A su modo de ver, cuantos más bebés hubiera por allí, mejor.
—Esto es tan maravilloso —dijo Matty—. ¿Lo sabe tu madre, Travis?
—Todavía no. Como ha dicho Gwen, vosotros dos sois los primeros en conocer la noticia.
—Luann se va a poner muy contenta —dijo Matty—. Me encantaría verle la cara cuando... —se interrumpió al oír el sonido del teléfono—. Disculpadme un momento —les pidió, y se encaminó hacia la cocina—. Puede que sea el veterinario. Quedaos hasta que vuelva, ¿de acuerdo?
—Bueno, ¿alguien quiere un café? —Preguntó Sebastian—. Tenemos descafeinado también, Gwen, así que puedes tomarte una taza sin problemas.
—Gracias, pero en cuanto Matty termine con el teléfono, Travis y yo deberíamos marcharnos. Tenemos cientos de cosas que hacer y además, Luann está deseando ver a Elizabeth.
—Lo entiendo perfectamente —dijo Sebastian—. Yo...
— ¿Sebastian? —Matty volvía de la cocina con una enorme sonrisa—. ¡Es Nat! ¡Está en Nueva York!
— ¿Ha vuelto?
Matty asintió.
—Aleluya —murmuró Travis.
—Ya era hora —dijo Sebastian—. Éste va a ser un día memorable.


Un Refugio Para El Amor Capitulo 11





Ella nunca había visto tanta intensidad en sus ojos. Bajo aquel escrutinio, se sintió azorada. No había adelgazado todos los kilos que había ganado durante el embarazo de Elizabeth, y la mayoría de los días, aquellos kilos de más hacían que se sintiera más mujer. Le gustaba. Sin embargo, en aquel momento ya no estaba tan segura.
—Supongo que... no soy la misma que antes...
A él le tembló ligeramente la voz.
—Eres perfecta. Y después de cómo te traté hace diecisiete meses, e incluso ahora mismo, cuando te he acusado de intentar obligarme a que me casara contigo, deberías haberme prohibido acariciarte.
A ella se le encogió el corazón. Joseph era muy duro consigo mismo, más de lo que ella habría podido ser jamás.
—Joseph no...
—Pero tú me dejas que te acaricie y que te haga el amor, porque tienes un corazón generoso —le dijo, y se colocó sobre ella sin apartar la mirada de sus ojos—. Y por ese motivo, te estaré eternamente agradecido.
—Sería incapaz de rechazarte —susurró Demi.
—Deberías hacerlo — Joseph entró en su cuerpo y cerró los ojos—. Dios sabe que deberías.
—No puedo —respondió Demi, y le agarró las nalgas—. Deseo esto tanto como tú.
Él abrió los ojos.
—Entonces, además de ser demasiado generosa, eres una tonta, una tonta más grande que yo. Y me voy a aprovechar de eso, Demi. Una vez más —dijo. Empujó con ímpetu y cerró de nuevo los ojos—. Qué dulce. Oh, Demi.
Demi hundió los dedos en su carne y lo mantuvo dentro de ella. Sí, el preservativo hacía que las cosas fueran distintas, los separaba de una manera injusta. Ella lo quería carne contra carne, tan cerca como habían estado antes. Pero no podía tener aquello, y lo que sí podía tener era verdaderamente bueno, también. Joseph llenaba el vacío que la había torturado desde que él se había marchado.
Él abrió los ojos, ardientes de deseo. Su voz estaba llena de pasión contenida.
—Cuando estoy dentro de ti, me parece que soy el dueño del mundo.
Ella deslizó las manos hacia arriba y acariciándole los músculos tensos de la espalda, llegó hasta sus hombros, su cuello y su rostro.
—Y yo —respondió, con una sonrisa temblorosa—. Creía que esto iba a ser rápido y furioso.
—Lo será en cuanto me mueva. Sólo quería saborear esta parte, la primera vez que empujo profundamente y estoy inclinado sobre ti así, mirándote a los ojos, observando cómo se te oscurecen y brillan, y cómo se te sonrojan las mejillas. Y cómo tus pecas comienzan a resaltar.
—¿Mis pecas resaltan?
—Sí, y yo lo he echado mucho de menos. He echado de menos todo lo tuyo, Demi. Tus infusiones de hierbas, lo mandona que eres....
—No soy mandona.
Él se rió.
—Sí lo eres.
—Yo he añorado tu risa.
—Y yo tus suaves gemidos de felicidad —respondió Joseph, y se apoyó en los codos, para rozarle los pechos con el torso—. Enlaza tus dedos con los míos —murmuró—, como lo hacíamos antes.
Ella sabía exactamente lo que quería. Aquél había sido su modo favorito de hacer el amor. Demi deslizó las manos bajo las de Joseph, de forma que estuvieran palma con palma, entrelazadas. Él la agarró con fuerza.
—He echado de menos cómo abres la boca, sólo un poco, sin darte cuenta, cuando yo comienzo a embestir —él se echó hacia atrás y volvió a empujar—. Como si quisieras estar abierta por completo —dijo, y comenzó a moverse rítmicamente.
—Yo he echado de menos tu mirada cuando estás cerca del orgasmo —susurró ella, sin aliento—. Pareces un guerrero fiero.
Él se movía cada vez más vigorosamente, y tenía la voz ronca.
—Entonces ahora debo de parecer muy fiero.
—Sí. Magnífico.
Él le estaba agarrando las manos con tanta fuerza que casi le hacía daño, pero a Demi no le importaba. Su deseo frenético la conducía al borde del precipicio, con él.
—Oh, Demi... —él tomó aliento mientras se hundía en ella, una y otra vez—. ¿Puedes?
—Estoy contigo, Nat. Ámame. Ámame con fuerza.
Él gruñó.
—Oh, Demi.
Alcanzaron juntos el éxtasis, aferrándose el uno al otro desbocadamente, mientras perdían el control.
Cuando se quedaron quietos, jadeantes y lánguidos, ella le acarició la espalda empapada de sudor.
—Bienvenido a casa —murmuró.
La gente había acusado a Steven Pruitt de ser un listo. Pero en aquel momento, se sentía orgulloso de la etiqueta. De hecho, estaba seguro de que esa cualidad era la llave para convertirse en un hombre muy rico. Algún día, sería él quien se alojaría en el Waldorf. Justo bajo las narices de Russell P. Lovato.
Mientras, tenía que ser paciente. Seguir a Demi no era muy diferente a otros encargos que había tenido. Él nunca había necesitado dormir demasiado, y echar cabezaditas en el banco desde el cual estaba vigilando la entrada del hotel era más incómodo, pero soportable.
A algunos podía parecerles que perseguir a una persona durante seis meses para secuestrarla era demasiado tiempo. Pero ésos no entendían la emoción que producía la caza. Él tampoco lo entendía hasta que había comenzado a seguir a Demi. Cuando había descubierto las sensaciones que podía producirle aquella persecución, había decidido disfrutar de ella tanto como le durara el dinero. Probablemente, nunca más en la vida tendría oportunidad de sentirse como James Bond.
Podría seguir así uno o dos meses más. Qué sensación de poder le provocaba hacerla huir. Había llegado a conocerla bien, probablemente mejor que el tipo con el que había subido a la habitación del Waldorf.
Aquel tipo era algo inesperado, pero Steven no lo consideraba un obstáculo importante. Quizá pudiera resultarle de ayuda, incluso. Era evidente que Demi y él tenían algo, y no había nada como hacer travesuras para que la gente se volviera despreocupada. Eso era todo lo que Steven necesitaba para hacer realidad sus sueños: un momento de despreocupación.
Joseh se despertó al oír que alguien llamaba a la puerta. Se levantó, tambaleándose de la cama, sin saber con seguridad dónde estaba.
—Servicio de habitaciones —respondió una mujer a través de la puerta cerrada.
Entonces lo recordó todo y miró a la cama para ver si Demi  todavía estaba allí, pero la cama estaba vacía. Le entró un ataque de pánico. Después de todo, ella lo había dejado. No había confiado en su palabra, a pesar de que le había dicho que no llamaría a sus padres para decirles dónde estaba.
—¡Vuelva más tarde! —dijo a la camarera.
Después, oyó el agua corriendo en el lavabo y entró en el baño sin llamar. Se encontró a Demi lavándose los dientes tranquilamente. Desnuda.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella.
—Creía que te habías marchado —respondió Joseph.
Sin esperar su respuesta, la abrazó y la besó, con pasta de dientes incluida. Comenzó a acariciarle los pechos y murmuró contra su boca:
—Vuelve a la cama conmigo.
—Tenemos que llamar al rancho —dijo ella.
—Lo haremos. Pero antes necesito un refuerzo.
—¿Pero llamaremos inmediatamente después? —preguntó ella, excitada.
—Te lo prometo. Por favor, Demi, ven conmigo.
Hicieron de nuevo el amor y cuando terminaron, ella le rodeó la cintura con el brazo y apoyó la mejilla contra su pecho.
—Y ahora que hemos arreglado esto, ¿podemos llamar al rancho?
Él sabía que había llegado el momento. Aunque no estaba precisamente entusiasmado ante la idea de hablar con Sebastian sobre aquello, no podían posponerlo más.
—Está bien.
—Antes de que llames, tengo que decirte una cosa.
A él se le encogió el estómago.
—¿Qué?
—Quería asegurarme de que fuera yo la que te contara lo de Elizabeth, así que no le dije a Sebastian que tú eres el padre. Cuando llames, él se enterará de la noticia.
Joseph hizo un gesto de dolor. Si de antemano ya temía aquella llamada, en aquel momento odiaba la idea de tener que hacerla.