Según había transcurrido el
tiempo, había comenzado a ver una faceta nueva de su novio, aspectos que la
habían conmovido mucho más que los caros regalos que éste le hacía. Había sido
un lado sensible, tal vez incluso vulnerable, lado del que se había percatado
al observar el miedo de Hayden al fracaso, el miedo que sentía a que sus
colegas y amigos no pensaran que era suficientemente bueno, el que le había
llegado a lo más profundo de su corazón.
Su ex novio había sentido
verdadero pánico a no ser capaz de mantener el éxito que había logrado. Quizá Demi se había dado cuenta de que Hayden temía las
mismas cosas que ella misma había temido desde aquellos días de colegiala en
los cuales se habían burlado de ella por haber sido la chica pobre de la clase,
la chica a la que su madre no podía llevar de vacaciones al extranjero, ni
comprarle ropa bonita, ni inscribirla en clases de baile como hacían los padres
de las demás niñas.
Pero, en realidad, no había sido
la carencia de todas aquellas cosas lo que había provocado que Demi fuera tan vulnerable. No. Había sido la falta
de cariño por parte de su madre lo que más le había afectado. Agotada de tanto
trabajar y por tantas preocupaciones, Liz Lovato había
construido una dura barrera alrededor de su corazón, barrera que había
mantenido a su hija apartada de ella emocionalmente.
Pero, además, como había sufrido
cierto acoso en el colegio y un sentimiento de baja autoestima que tal vez
había adquirido por la educación que había recibido, Demetria
había sentido que su propio corazón también estaba creando una barrera
para protegerse. Incluso cuando los hombres le habían dicho que la encontraban
atractiva, siempre había habido una parte de ella que no les había creído y que
había esperado secretamente oír la verdad; que ella no era nada parecido a las
cosas deseables que le decían que era, que todavía era la niña pobre de pelo
rebelde que había sido admitida en la escuela de gramática por pena y no porque
fuera inteligente o mereciera estar allí.
Cuando un precioso domingo por la
mañana, durante un paseo por Hyde Park, Hayden le había sorprendido con un
anillo de compromiso, ella se había quedado realmente impresionada. Él le había
dicho que la amaba y que apenas había podido pensar en otra cosa que no hubiera
sido el casarse con ella. Kate le había prometido que lo pensaría... le había
dicho que quizá era demasiado pronto para acceder a un compromiso tan
importante ya que sólo se habían conocido hacía unos pocos meses. Pero Hayden
había seguido insistiendo y, aunque ella no tenía sus sentimientos hacia él muy
claros, tontamente había aceptado a comprometerse. Era cierto que hacía poco
que había perdido a su madre y, con perspectiva, se había dado cuenta de que
tal vez había estado tratando de obtener el amor y la atención que le habían
sido negados durante tanto tiempo. Quizá por aquello, la proposición de Hayden
y su declaración de amor le habían resultado tan atrayentes.
La noche en la cual se habían
comprometido, le había entregado su virginidad a su futuro marido. Incluso
había comenzado a sentirse emocionada ante la idea de casarse y formar una
familia con él. Pero sólo una semana después, todos sus sueños de un futuro
feliz, de un marido devoto y de unos ansiados hijos, se habían desvanecido
rápidamente.
Hayden le había dicho que tenía
que viajar a Ámsterdam por negocios y que cuando regresara, aquel mismo día por
la tarde, pasaría a buscarla para llevarla a cenar a uno de sus restaurantes
favoritos. Pero durante la mañana, mientras estaba en el trabajo, Demi había comenzado a sentir unos dolorosos
calambres que habían empeorado según había transcurrido el tiempo. Cuando llegó
la hora de comer, se sintió bastante enferma debido al dolor. Su jefe le dijo
que se marchara a casa y que descansara.
Hayden vivía en una casa en una
exclusiva zona de Chelsea y ésta estaba mucho más cerca del trabajo de Demetria que su propio piso, el cual se encontraba
al norte de Londres. Él le había dado una llave de la vivienda, por si acaso
alguna vez se le olvidaban las suyas dentro y se quedaba sin poder entrar, o
por si ella salía antes de trabajar y quería ir a esperarlo allí.
En cuanto entró en la lujosa
entrada de la casa, supo que había alguien en ésta.
Con el corazón revolucionado
debido a que no sabía si la persona que estaba dentro de la vivienda era un
ladrón, ya que Hayden no le había telefoneado para decirle que su reunión se
hubiera cancelado, comenzó a subir con recelo las escaleras que llevaban a los
dormitorios. Pero en aquel momento oyó una risa femenina. Se agarró con fuerza
al pasamanos de la escalera y se forzó en continuar hasta llegar a la puerta
del dormitorio principal. Entonces la abrió. Vio a su novio tumbado en la cama
junto a una exuberante pelirroja que por lo menos habría tenido diez años más
que ella.
Recordaba haberse quedado allí de
pie diciéndose a sí misma que lo que estaba viendo no podía ser otra cosa que
un estrafalario producto de su imaginación ya que no se encontraba bien. Pero
al haberse dado cuenta de la dura y fría realidad, había comenzado a temblar de
la cabeza a los pies como si le hubieran echado un cubo de agua helada por el
cuello. Se había quedado muy impresionada y, a la vez, se había sentido
extremadamente furiosa. Pero lo peor llegó después, cuando Hayden le dirigió
una mirada de menosprecio y se rió.
Fue la risa más fría e
inquietante que ella jamás había oído.
— ¡Pequeña mujerzuela estúpida! —Espetó
él—, ¿Por qué demonios has venido aquí a esta hora?
En aquel momento, Demi descubrió que el hombre con el que iba a
casarse no era el feliz y alegre trabajador poseedor de un lado sensible que ella
había creído que era. Descubrió que Hayden Michaels era un mentiroso y un
timador que había tenido una amante durante más de dos años, amante a la cual
no pretendía renunciar. De hecho, se había puesto furioso ante el hecho de que
ella lo hubiera estropeado todo al aparecer de aquella manera en su casa.
Angustiada, había sentido como se
le formaba un nudo en la garganta. Había estado demasiado disgustada como para
decir nada, por lo que simplemente tiró las llaves de la casa a la cama y salió
de aquel lugar tan rápido como pudo.
Todo aquello había sido algo muy
vergonzoso. Sentía que había hecho el ridículo al haberse creído las mentiras
de Hayden y, durante mucho tiempo después, se sintió como entumecida. Cuando
pocos meses más tarde le había surgido la oportunidad de marcharse a Italia y
tomarse un descanso junto a una compañera con la que había trabajado, la cual
se había instalado en el romántico país mediterráneo, la había aceptado
encantada.