sábado, 17 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 10 Niley






—Tienes un color de pelo inusual. Un precioso rubio rojizo —comentó Miley, acercándose—. Yo solía ser peluquera, así que me fijo mucho en el pelo. ¿Hace mucho que no te lo cortas?
—Mi padre lo tiene del mismo color —farfulló la voz tras un instante—. No me lo he cortado… —titubeó—. No me lo he cortado desde el accidente.
El tono plano e inexpresivo de la chica le removió las entrañas a Miley.
— ¿Unos tres meses?
—Sí —respondió la chica, sorprendida. Levantó la cara un poco—. ¿Como lo has sabido?
—Sé mucho de pelo —dijo Miley—, Pero lo que me haría falta saber es Análisis.
— ¿Vas a la universidad? —preguntó la chica.
—Sí —sonrió Miley—. Tengo veintiséis años y estoy en primer curso.
— ¿No fuiste cuando acabaste el instituto?

—No —Miley dudó. Ese miedo ya era cosa del pasado, no iba a pasar nada por admitirlo—. Creía que no era lo suficientemente lista.
La chica levantó la cabeza unos centímetros más, y Miley vio las rojas señales de cicatrices en su rostro. Esa visión la entristeció pero, al mismo tiempo, comenzó a hacerse preguntas. ¿Cómo había ocurrido aquello? ¿Qué tipo de accidente la había marcado así?

—Este es mi penúltimo año de instituto, pero no se si podré ponerme al día dijo, moviendo el brazo derecho, escayolado—. Soy diestra.
—Qué mala pata. Seguro que echas de menos a tus amigos.
—Hace tiempo que no los veo —asintió la chica.
— ¿No han ido a visitarte?
—No. Yo no…, no he querido que vieran las cicatrices. Son terribles.
Miley sabía que debería estar estudiando análisis, si quería llegar a entender las ecuaciones algún día.

«Y dejar que esta niña triste y solitaria siga sintiéndose así.»
No habría podido perdonarse abandonar la cocina. El Análisis podía esperar un rato. En cualquier caso, no lo entendía. Miley suspiró y se sentó junto a ella.
—Yo no tengo cicatrices. Tengo una marca de nacimiento justo en mitad de la frente. Es de color morado, del tamaño de una moneda grande. Mi madre me dijo que era un «mordisco de cigüeña», normalmente desaparecen con el tiempo, pero la mía no.
La niña levantó la cabeza, para mirar a Miley.
—No la veo.

—La magia del maquillaje —sonrió Miley, quitándose el maquillaje con la mano.
—Los médicos no saben qué pasará con mis cicatrices. Sólo dicen que tardarán tiempo en curar.
Miley vio las marcas rojas que cruzaban su rostro y tomó un sorbo de zumo para disimular las emociones que la inundaron. Pena. Enfado. Compasión. Intentó imaginarse cómo se habría sentido si eso le hubiera pasado a ella en la adolescencia. Intentó imaginarse qué palabras la habrían reconfortado, y no se le ocurrió ninguna.
— ¿Qué ocurrió? —preguntó.
—Un accidente de coche. El que me atropello estaba borracho. Él está bien.
—Bien hasta que Nick lo atrape. Y lo hará —dijo, sintiendo amargura ante tanta injusticia.
—Sí —la chica la miró y Miley creyó ver un destello de enfado en sus ojos.
— ¿Cómo te llamas?

—Lissa —respondió—. Lissa Roberts.
—Bueno, Lissa. Tengo algo de tiempo libre. ¿Qué te parecería un corte de pelo?
Treinta minutos después, Nick encontró a su clienta en el dormitorio de Miley. En la radio se escuchaba la voz de Fiona Apple. Los zapatos de Miley estaban bajo una silla. En la mesilla había un platillo con migas y una galleta solitaria. Sobre una revista había dos vasos de refresco a medias.

¿Una merienda? se preguntó, echando otra ojeada. El pelo de Lissa parecía distinto y notó, con sorpresa, que estaba hablando. Si creyera en la magia, habría pensado que Miley había embrujado a la chica.
Las dos estaban en el suelo, rodeadas de botes de maquillaje, pintalabios y sombras de ojos. Sentada con las piernas cruzadas, Miley pasaba algo que parecía un pincel por el rostro de Lissa Roberts.
—No será perfecto. No las cubrirá por completo —dijo, mientras disimulaba las cicatrices de Lissa—. Pero si te hartas de la rojez puedes usarlo. Siempre será mejor que intentar respirar a través del pañuelo que probamos antes.
Lissa emitió un sonido que parecía casi una risa. ¿Más magia? se preguntó Nick, mirándolas.
—Quizás debería irme a Turquía —dijo la chica—. Allí siempre van tapadas con un velo ¿no?
Miley  vio a Nick, y le sonrió de medio lado.

— ¡Hola! ¿Qué te parece el pelo de Lissa? Me ha dejado que se lo cortara.
—Está muy bien. Nunca me había dado cuenta del color tan bonito que tiene —dijo, pensando que nunca había visto a Lissa sin que tuviera la cabeza agachada. Su pelo siempre le había parecido apagado y descuidado.
—Estás son mis gafas de sol favoritas, estilo Audrey Hepburn —le dijo Miley a Lissa, colocándoselas sobre la nariz—. Para cuando te atrevas a salir a tomar un helado. O a ir al cine —añadió sonriente. Se volvió hacia Nick—. ¿Has acabado ya con la consulta?
—Sí, la señora Roberts está esperando en el estudio.
—Gracias, Miley —dijo Lissa.

—Ha sido un placer —replicó Olivia—. Me salvaste de estudiar análisis.
La madre de Lissa admiró su corte de pelo, le dio las gracias efusivamente a Olivia y se marcharon. Miley las observó desde la puerta.
— ¿Ganarás este caso? —le preguntó, sin mirarlo. Él notó la tensión de su cuerpo y la emoción de su voz.
—No hay garantías, pero es probable que consiga negociar una buena indemnización para Lissa.
Eso suena como el tipo de respuesta que tienes que darle a tus clientes —espetó ella, cruzándose de brazos y mirándolo a los ojos—. Quiero saber qué opinas de verdad.
El fuego de su mirada hizo eco en él. Estaba enfadada por el sufrimiento de Lissa. Él también, sólo que no dejaba que ese sentimiento lo controlara.
— ¿Quieres saber si voy a machacar a esa mala imitación de ser humano que casi mata a Lissa? Sí, voy a machacarlo.

—Bien —dijo Miley e hizo una pausa, moviendo la cabeza como si estuviera reconsiderando algo—. Después de la escenita de esta mañana en el porche, he intentado convencerme de que eras un cerdo insensible sin un ápice de ternura, romanticismo, o de cualquier otro rasgo positivo.
—¿Y ahora? —preguntó él, desconcertado por su declaración, pero aún así curioso.
—Sigo pensando que puedes ser insensible, y que si tienes un ápice de ternura o romanticismo lo escondes muy bien.

Pasion Peligrosa Capitulo 6





Demi pensó en voz baja que Joe tenía veinticuatro años y que la edad era un término relativo. Ella lo sabía mejor que nadie.
Si Joe hubiera permanecido en el Departamento de Policía de Boston, seguramente habría tardado varios años en optar al puesto de detective. Pero en Moriah's Landing la experiencia de la gran ciudad te catapultaba de forma inmediata a los puestos de mayor rango. La mayor parte del personal, incluido el Jefe de Policía Redfern, apenas tenía experiencia y su entrenamiento era casi nulo con referencia a los requisitos exigidos por la Commonwealth. Tanto si le gustaba a William Pierce como si no, la ciudad tenía suerte de contar con Joe.

—Sé lo que me hago —dijo con frialdad.
—Eso espero —señaló William con un indefinible tono de crispación.
¿Acaso su recelo se debía a la juventud de Joe o estaba relacionado con su pasado? Antes de su partida, Joe había tenido más de un enfrentamiento con las autoridades locales. Los cargos nunca habían sido demasiado serios. La mayoría de las veces lo habían acusado de vandalismo o de robar coches. Pero nunca se pudo probar nada y las denuncias se archivaron. La gente nunca dudó de la culpabilidad de Joe. Y siempre sospechó que aquellos delitos menores eran el preludio de algo más serio, potencialmente más letal.

¿Acaso William Pierce albergaba dudas acerca de la milagrosa transformación de Joe como tantos otros en la ciudad?
No era el caso de Demi. Siempre había sabido que Joe tenía un lado bueno. Solo que nunca lo hicieron público. ¿Qué era lo que Becca le había dicho antes? Demi recordó que su amiga la había acusado de utilizar esa actitud distante e incluso su inteligencia como una suerte de santuario. Un refugio para su verdadera personalidad en el que nadie pudiera herirla.
Demi se preguntó si Joe había utilizado la delincuencia juvenil como una suerte de santuario.
Joe la estaba mirando fijamente y Demi sintió que le faltaba el aire. ¿Es que nunca superaría esa atracción? ¿Ese terrible anhelo que provocaba que cada terminación nerviosa de su cuerpo se estremeciera y le encogiera el estómago con tan solo una mirada suya?

— ¿Tú encontraste el cuerpo? —preguntó Demi.
—Sí, en el solario —asintió tras una pausa para armarse de valor—. Su nombre es Bethany Peters.
— ¿La conocías? —arqueó una ceja oscura.
—Era una estudiante del Instituto Heathrow. Acudió a mis clases sobre Teorías del Comportamiento Criminal el semestre pasado —afirmó sin la menor ironía.
— ¿Estaba invitada a la fiesta? —preguntó dirigiéndose a William Pierce.
—No, ninguno de nosotros la había visto antes de esta noche —afirmó.
— ¿Qué estabas haciendo en el solario? —preguntó a Demi.
—El salón de baile estaba abarrotado —dudó un instante—. Tan solo quería respirar un poco de aire fresco.

¿Acaso pensaría Joe que se había pasado la noche bailando en vez de haber asistido como mera espectadora desde una esquina apartada? ¿Qué no había hecho otra cosa que soñar despierta con él? En eso confiaba Demi.
— ¿Por qué decidiste venir al solario?

—Tiene esta maravillosa cúpula acristalada. Quería disfrutar un poco de la tormenta —dijo, cada vez más nerviosa ante la intensa mirada de Joe, y se llevó la mano a la garganta mientras continuaba su explicación—. Se trata de una masa de aire tormentosa antes que de un sistema organizado. Quería observar el desarrollo del nuevo núcleo derivado de los restos de la explosión precedente.
Quería dejar de hablar, pero no podía detener su incesante parloteo.
—Pero el núcleo tormentoso se había disipado para entonces —concluyó sin convicción.
Joe se pasó la mano por el pelo corto, de punta.

—Ya veo. ¿Tienes idea de la hora en qué abandonaste la sala de baile?
—Era medianoche. Escuché el carillón del reloj del vestíbulo.
Demi apretó los labios para impedir que de su boca salieran más datos irrelevantes. Tenía la mala costumbre de relatar todo lo trivial siempre que se ponía nerviosa y siempre se había puesto nerviosa en presencia de Joe.
— ¿Viste a alguien más en el vestíbulo? ¿En el pasillo de camino hacia aquí? ¿Viste a alguien merodeando por el jardín?
—No. Es posible. No estoy segura —recordó la puertaventana abierta y el destello amarillo más allá del patio—. Puede que no fuera nada más que un reflejo. No puedo estar segura. No puedo asegurar que fuera una persona.
—Si se trataba de una persona —dijo Joe con gravedad—, no encontraremos huellas con este temporal.

Demi cerró los dedos con fuerza sobre el chal.
—No creo que sea una posibilidad, pero supongo que no podemos descartar que hubiera alguien en la habitación cuando entré y que saliera por esa puerta —señaló Demi—. No encendí ninguna luz.

Pasion Peligrosa Capitulo 5






— ¿Quién encontró el cuerpo?
La pregunta, seca y directa, interrumpió los caóticos pensamientos de Demi, que aguardaba junto al solario en compañía de los Pierce. Levantó la vista, convencida de ver a alguno de los agentes uniformados que habían llegado a la escena minutos después de que William Pierce hubiera avisado a la policía o incluso al propio jefe de policía. Sin embargo su mirada se cruzó con la de Joe Jonas.
Su corazón casi dejó de latir en ese instante.
No había estado tan cerca de él desde que había regresado a Moriah's Landing algunos meses antes. Demi creía que había logrado, de una vez por todas, dominar sus sentimientos hacia él. Pero entonces él había hecho algo inimaginable e inesperado. Se había convertido en un ciudadano respetable.

Demi era nuevamente presa de la confusión. Dirigió a Joe una mirada indefensa.
Su pelo, negro y corto, brillaba a causa de la lluvia. Y sus ojos, grises como un cielo de invierno, reflejaban serenidad. No era excesivamente alto, alrededor de metro ochenta, pero se movía con una confianza y altivez que siempre lo habían hecho parecer más alto. Vestía de oscuro, con vaqueros negros, un jersey negro de cuello de pico y un abrigo largo y pesado. Demi no podía apartar los ojos de él. Era muy apuesto.
Y había una joven mujer muerta.
Demi no podía olvidar la razón por la que Joe estaba allí. Trató de convencerse a sí misma de que su reacción ante su presencia se debía a su estado de conmoción, no tan solo por el hecho de haber encontrado el cadáver sino por la identidad de la víctima. Y había sido una verdadera conmoción.

Después de encender la luz del solario había reconocido casi de inmediato el rostro pálido, el pelo lacio y oscuro. Los rasgos delicados y cautivadores incluso tras la muerte. Y tras el reconocimiento habían empezado los temblores y los escalofríos. Había comenzado a temblar violentamente y no había sido capaz de controlarse. Alguien había ido a buscar su chal de terciopelo y ahora se aferraba a él como a una cuerda de salvamento. Abrió la boca para responder a Joe, pero le castañeteaban los dientes de tal modo que fue incapaz de articular palabra. William acudió en su ayuda.
—Demi encontró a la pobre chica —indicó—. Como usted comprenderá, ha sido muy traumático para todos nosotros.

Cuando Demi había informado a William y Drew de su espantoso hallazgo, habían procurado abandonar el baile de un modo discreto para no levantar sospechas ni alarmar a sus invitados. Afortunadamente el alcalde Thane ya se había marchado. De lo contrario se habría involucrado en el asunto para conseguir la máxima publicidad para su campaña y, del mismo modo, generar tanta mala prensa como le fuera posible para su rival. Pero no habían podido evitar que Zachary, el hermano menor de Drew, los siguiera hasta el solario al contemplar la expresión amarga de su padre. Y que algunos minutos después apareciera Geoffrey Pierce, el hermano de William. Con la policía en el lugar, la noticia no tardaría en extenderse entre los invitados, si no lo había hecho en ese momento.
William dio un paso al frente y tendió la mano a Joe.
—Por cierto, me llamo William Pierce.

—Sí, sé quién es usted —admitió Cullen sin mayor énfasis y le dio la mano—.Yo soy el detective Jonas.
— ¿Dónde está el Jefe Redfern? —Preguntó William—. ¿No debería estar aquí?
—Está fuera de la ciudad, pero lo han informado. Las carreteras de acceso están cortadas a causa de la tormenta. Quizá tarde varias horas en llegar.
— ¿Tendremos que esperar a que llegue? —dijo con el ceño fruncido.
—Me temo que no podemos esperar —dijo Joe—. El deterioro del cuerpo podría arruinar posibles huellas del ADN. Tendremos que tomar muestras de los tejidos tan pronto como llegue el Doctor Vogel.
—¿Y qué ocurre con la policía del Estado?
—Esta es nuestra jurisdicción.

—Entiendo —asintió William, que no parecía muy convencido—.Todo eso suena muy bien, pero llevas muy poco tiempo en el cuerpo. ¿Estás seguro de que tienes la experiencia necesaria para un caso como este?
La irritación asomó en la expresión seria del detective.
—Agradezco su preocupación, señor Pierce, pero le aseguro que estoy preparado.
—Sí, bueno, lamento ser tan franco —aseguró el anfitrión—. Pero parece usted demasiado joven para ser detective.

Pasion Peligrosa Capitulo 4





—No nos conocemos hasta el punto de contarnos esas intimidades.
—No se trata de eso tampoco —dijo Demi—. Siento como si te conociera y espero que podamos ser amigas. Pero nunca me he sentido a gusto compartiendo confidencias, ni siquiera con mis amigas más íntimas.
—Lo entiendo. Todos tenemos secretos que no deseamos compartir —una sombra oscureció los rasgos de Becca y Demi se preguntó qué secretos escondería ella, pero enseguida una sonrisa iluminó su rostro de nuevo—. Bueno, ya casi es medianoche. Quizá debería seguir mis propios consejos y mezclarme con el resto de invitados antes de convertirme en una calabaza.

Demi no creía posible que eso fuera a pasar. Conocía muy poco de Becca antes de que llegara a Moriah's Landing, pero parecía obvio que era una mujer que sabía desenvolverse en sociedad. Demi observó con cierta envidia cómo su nueva amiga se perdía entre la multitud con absoluta confianza. Parecía a sus anchas rodeada de toda aquella gente a la que apenas conocía.

Demi, por su parte, se había criado en Moriah's Landing. Y aunque sus padres no habían tenido tanto dinero como los Pierce, había gozado de una vida privilegiada. Tendría que ser ella quien se sintiera como en casa en la fiesta, pero no era así. Deseaba regresar a su casa y acurrucarse en su cama con un buen libro. Era así como pasaba casi todas las noches. Si no tenía cuidado, podría terminar como una cautiva. Igual que David Bryson.
El reloj del vestíbulo dio las doce justo en el momento en que Demi salía del baile. Habría querido refugiarse en la biblioteca, al otro lado del pasillo, pero se dirigió a la parte posterior de la mansión en la que un solario con techo de cristal abovedado le ofrecería una impresionante visión de la tormenta.

Abrió la puerta y entró. La estancia estaba oscura, muy fría, y perfumada con el aroma de capullos de flores exóticas. Demi no encendió la luz y aprovechó los relámpagos para avanzar a tientas hasta la parte posterior del solario, donde había una fila de puertaventanas que daban paso a un patio enlosado y un jardín.

Se frotó los brazos desnudos con las palmas de las manos y echó en falta el mantón de terciopelo que había traído. Estaba segura de que un frío tan intenso no podía ser bueno para las variedades de flores exóticas y helechos que crecían tras el cristal. Mientras avanzaba hacia el fondo del solario, comprendió qué había provocado un descenso tan acusado de la temperatura allí dentro. Una de las puertaventanas se había abierto y ráfagas de viento y lluvia se colaban por el hueco. Se apresuró a cerrarla, pero su empeño no dio resultado. Mientras forcejeaba con el cerrojo, algo se movió más allá del patío. Fue un destello de color, nada más. Un fulgor amarillo que se desvaneció en la oscuridad.

De pronto, el viento empujó la puertaventana con tanta rabia que Demi tuvo que retroceder de un salto para que no le aplastara la mano. Resbaló sobre el suelo húmedo y perdió el equilibrio. Cayó de espaldas sobre una de las hileras de macetas de vidrio que, con un gran estrépito, se hicieron añicos contra el suelo de baldosas. Intentó sentarse, pero la estructura de la falda no le permitía mantener el equilibrio.
— ¡Maldita sea! —murmuró, estremecida de dolor, al sentir cómo un cascote se le clavaba en la mano.

Levantó la mano para comprobar si la herida era profunda y si sangraba, pero por alguna razón su mirada se dirigió hacia las alturas. Entre las hojas colgantes de una parra exuberante había algo que pendía del techo, balanceándose. Demi se apoyó en los codos y miró fijamente al techo. ¿Qué podía ser aquello?
En el destello de un rayo vio un rostro pálido que la miraba.
¡Un fantasma! Ese fue su primer pensamiento y su corazón empezó a latir con tanta fuerza que sintió que le iba a estallar el pecho.
Pero entonces, un instante después, vio la soga.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Seductoramente Tuya Capitulo 7





—Si no estuviera casado, seguiría teniendo el doble de edad que tú.
—Yo no estoy casado aseguró Sam, mirando a Demi con seriedad.
Todos rieron salvo Joseph y Demi, que no querían herir los sentimientos del niño.
— ¿Intentas ligar conmigo? Dijo ella, dirigiéndose a Sam. Normal en un joven tan atractivo como tú.
Aunque no pareció entender del todo el comentario de Demi, el niño pareció contentarse con haber captado la atención de Demi, la cual se dispuso a saludar al resto. No la extrañó ver al jefe de policía, Wade Davenport y a su esposa, Emily, que era sobrina de Caleb y había ido un curso por detrás de Demi en el colegio.
— ¿Qué tal, Emily? le preguntó.

—Muy bien, gracias Emily sujetaba un bebé de unos pocos meses en los brazos y parecía radiante de felicidad. Ya conoces a mi marido, Wade, ¿verdad?
Demi miró al atractivo y fortachón policía de unos treinta años.
—Hola, ¿algún delincuente peligroso últimamente?
—No desde que te detuve por exceso de velocidad la semana pasada replicó él, sonriente.
—Solo rebasé el límite cinco kilómetros Demi puso cara de puchero.
—Ibas a sesenta en una zona de cuarenta y cinco, y lo sabes repuso Wade. Te perdoné diez kilómetros para que la multa no fuera tan grande. La próxima vez no seré tan generoso.
—Wade, que acaba de salvar la vida de mi nieto terció Caleb. ¿Te parece necesario amenazarla precisamente esta noche?
—No era una amenaza... solo una advertencia.
—Advertencia captada Demi sonrió y le tendió una mano al policía. Controlaré la velocidad a partir de ahora. Sin rencores.
—Por supuesto Wade le estrechó la mano y luego apuntó a un chaval pelirrojo que estaba jugando con una Gameboy en el sofá. Este es mi hijo, Clay. Hijo, recuerda tus modales y saluda a la señorita Lovato.

Clay Davenport, al que Demi le calculó unos catorce años, se levantó a regañadientes por tener que dejar la partida a medias:
—Hola, señorita Lovato dijo estrechando la mano de Demi con solemnidad.
—Encantada de conocerte, Clay contestó ella. Dirigió entonces la vista a Claire, la niña de Emily, cuando Bobbie irrumpió en el salón.
—Hola, Demi. Me alegra que hayas podido venir. La cena está casi lista. Solo tengo que poner la mesa. Dame cinco minutos. Trevor, creo que he oído a Abbie llorar dijo sin apenas respirar.
—Iba a ir ahora a ver cómo estaba respondió Joseph.
—Te ayudo a servir la cena, tía Bobbie se ofreció Emily, al tiempo que le entregaba el bebé a su esposo.
— ¿Puedo hacer algo? preguntó Demi.

—Gracias, cielo, pero esta noche eres nuestra invitada Bobbie negó con la cabeza. Quédate con los hombres un rato y os llamaremos cuando esté todo preparado.
De modo que Demi se quedó en el salón con Caleb, Sam, Wade, Clay y la pequeña Claire. Sam seguía de pie junto a ella, mirándola fijamente.

—Ponte cómoda, Demi Caleb apuntó hacia el sofá. ¿Quieres beber algo antes de la cena?
—No, gracias Demi se sentó en un extremo de un mullido y cómodo sofá. Sam se colocó a su lado. Caleb se hundió en una butaca y Wade optó por una mecedora para él y su hija. Clay se tiró al suelo, totalmente concentrado en la Gameboy.
— ¿Cómo están Tara y Trent, señor Jonas? preguntó Demi, incómoda con el silencio que se había formado—. Hace años que no los veo.

Caleb pareció alegrarse de que le preguntaran por sus otros dos hijos.
—Tara y una socia han abierto un bufete de abogados en Atlanta. Tara se ha casado con un detective privado muy poco ortodoxo, Blake Fox, y esperan su primer hijo pronto.
Aunque Tara había ido varios cursos por delante de ella en el instituto y no se habían llegado a conocer bien, a Jamie no la extrañó enterarse de que se había convertido en una abogada prestigiosa. Siempre había sido ambiciosa, como su hermano, pensó
Demi justo cuando Joseph volvía con Abbie en los brazos. Se sentó en el extremo opuesto del sofá, junto a Sam, balanceando a la niña sobre una rodilla.

—Trent prosiguió Caleb se licenció en la Academia del Aire. Ahora mismo está destinado en California, pero espera que lo manden a Italia pronto.
—No creo que a su madre le haga mucha ilusión.
—Tienes razón Caleb rió. A menudo se queja de que todos sus hijos se hayan ido de Honoria nada más acabar el instituto. Está encantada con la vuelta de Joseph, por supuesto. Así puede ver a los nietos tanto como quiera.

Seductoramente Tuya Capitulo 6





—Eso parece.
— ¿Me cuidarás?
—Encantada le aseguró Demi.
—Está claro que le gustas terció Bobbie. Suele ser muy tímido con los desconocidos.
—Sam y yo somos amigos, ¿verdad, Sammy?
Este asintió y Demi sintió la satisfacción de verlo esbozar una sonrisa. Quizá lograra oírlo reír antes de que la cena terminase.
— ¡Muu! exclamó Abbie alegremente, para que no se olvidaran de ella mucho tiempo.
Bobbie empujó el carrito y le pidió a Sam que la siguiera a las cajas. Lo cual hizo, pero sin dejar de mirar hacia atrás en dirección a Demi
—Un chico extraño murmuró esta. Claro que los Jonas siempre habían sido una familia muy particular...
Esperaba que Bobbie le abriera la puerta, razón por la cual la sorprendió encontrarse frente a Joseph. Se repuso en seguida y le lanzó una sonrisa de difícil interpretación:
—Hola, guapetón.

Siempre le había gustado ponerlo nervioso, lo cual explicaba por qué intentaba hacerlo tanto como fuera posible. Era una buena manera de impedir que Joseph se diera cuenta de lo nerviosa que él la ponía a ella.
Había estado perdidamente enamorada de él durante la adolescencia; enamoramiento que le habría gustado que Joseph compartiese. No le había ocultado que se sentía atraída hacia él. Al contrario, había hecho todo lo posible por llamar su atención. Y la noche anterior a la graduación, Joseph había acabado con sus sueños al decirle que no volvería a verla. Porque eran demasiado diferentes y no tenía sentido perseverar en una relación que no podía ir a ninguna parte. Joseph se había marchado de Honoria después de graduarse y, terminada la carrera de Derecho, se había establecido en Washington y se había casado con una mujer de familia aristocrática.

Lo cierto  era que no sabía con precisión lo que sentía por él en esos momentos, aunque notara un revoloteo en el estómago bajo esa mirada tan seria y penetrante.
Las cosas habían cambiado mucho desde la última vez que se habían visto. Los tres años de diferencia ya no suponían una barrera importante y las dispares profesiones que habían elegido los habían devuelto al mismo sitio.
Buenas noches, Demi respondió él con formalidad. Pasa, .por favor. Mi madre está en la cocina terminando de preparar la cena, pero en seguida saldrá.
Demi entró, elevando de más la falda de su corto vestido... solo por si Joseph le estaba mirando las piernas. Oyó varias voces en el salón.
—Tu madre ha sido muy amable invitándome a cenar le dijo Demi antes de entrar.
— ¿Estás de broma? Eres la heroína de la familia. Mi madre te habría preparado un desfile en tu honor, pero se ha conformado con una cena de celebración.
—Intenté decirle que no hacía falta darle tanta importancia a esto. De verdad, no hice nada tan espectacular.

—Salvaste a mi hijo dijo Joseph con suavidad. Si mi madre hubiera insistido en lo del desfile, la habría apoyado encantado.
De haber sido propensa a ruborizarse, se habría puesto roja como un tomate. No siendo el caso, echó mano de su sentido del humor para responder:
— ¿Y habrías dirigido la orquesta? Seguro que habrías estado monísimo con un uniforme y un tambor.
—Por muy agradecido que esté, hay ciertos límites.

Demi rió, satisfecha por haber provocado una reacción más natural de Joseph. No le apetecía nada que se pasaran la noche tratándola como si fuera una heroína. Y menos Joseph.
Así que tendría que hacer lo posible por lograr que la mirara de otra forma, decidió.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 22





—Ahí mwap mwap mwap sabes, Demi.
Demi sólo podía entender la mitad de lo que estaba diciendo Gray debajo de la toalla mientras él le secaba el cabello. Ella definitivamente, podría acostumbrarse a esta clase de atenciones. Sin mencionar el servicio que le acababa de brindar en la ducha. De hecho
Ella dejó caer la toalla que había estado usando para secarse el cuerpo y le agarro las manos, dándose la vuelta para quedar cara a cara con él. Sus pensamientos debieron haberse reflejado en su rostro. En el momento que sus ojos se encontraron, él dejo que los últimos mechones de su cabello se escaparan por debajo de la toalla que el sostenía, olvidados, su mirada vagaba hacia sus pechos desnudos y más abajo.

Podrían pensar que nunca la ha visto desnuda por la forma en que la miró. Labios entreabiertos, mirada intensa, músculos tensos. Ella se sentía hermosa, sensual.
—Necesitamos hablar, Demi. Lo digo en serio. —Había un indicio de culpabilidad en su voz, por no decir en su mirada. ¿Por que? ¿Era porque él había robado el relicario de su madre? ¿Que más? Tal vez se había dado cuenta. Pero ella no quería arruinar el momento con explicaciones o escusas. El relicario de su madre era en lo último que ella tendría en su mente en un momento como este.

Su mirada no se había movido de su pecho, y la mirada que había en sus ojos no era la mirada de un hombre en busca de una conversación estimulante. Ella se acerco más, las manos de ella agarraron la toalla que él llevaba enganchada alrededor de sus caderas. Ella tiró de la toalla y el suave y cálido material se partió para luego deslizase al suelo.
Su pene duro se levanto a su encuentro. Sí, él esta interesado en sólo platicar. Ella envolvió sus dedos alrededor de su duro miembro, amando lo grueso que era.
Más pequeño que un rodillo, más grueso que el mango de un bate, lo suficiente para llenarla pero no para lastimarla.

Oh Dios, ella quería saber que se sentiría tenerlo en su interior. El sólo pensarlo envió una ola de placer húmedo atreves de su sexo. Ella lo acarició, sintiendo las crestas aterciopeladas del pene, los labios suaves de la cabeza, y nuevamente bajó. Ella arqueó la espalda para que la punta de su pene duro hiciera presión en su vientre cuando lo acariciara.

El gruñó, el sonido vibrante emanando de su pecho. Sus caderas se sacudieron junto con las de ella, persuadiéndola a continuar, a ir más rápido. Ella lo apretó y siguió a un ritmo más rápido, y se encontró a sí misma acariciando su sexo contra su pierna. La mano de ella en su cadera, tratando de recordar no clavarle las uñas muy profundamente. Ella se acercó para besar los duros músculos de su pecho.

Pequeños hilos de agua corrían bajo su pecho desde su cabello mojado, humedeciendo los labios de ella. Su piel estaba caliente, con un hermoso bronceado y tan suave que ella tenía que sentirlo en su lengua. Él estaba limpio por la ducha, pero el más leve brillo de sudor comenzaba a formarse. Salado, terrenal y sutilmente dulce, tal y como olía él.
Ella encontró su pezón con sus labios, la arrugada carne de color rosa oscuro, con un pequeño pezón erecto, excitado. Ella jugaba con su lengua sobre de él, encendió, succionó, beso, y mordió. El aliento de Joseph escapó como un silbido, una corriente de escalofríos viajaba por su piel. Su pene latía en las manos de ella.
Él agarro sus brazos, e hizo sus caderas hacia atrás los suficiente para que ella lo dejara ir.
—Jesuus, cómo me distraes.
—Esto es algo bueno. —Ella se acerco a él, pero él la mantuvo lejos.
Él rio, divertido, genuino.
—Es algo muy bueno, pero quiero hablar.
Ella suspiró, lo más dramáticamente que pudo.
—¿Siempre se va a hacer todo lo que tú quieres? —Se permitió una sonrisa caprichosa en la comisura de su boca.
—¿Qué? No. Yo… —El pobre hombre se había venido completamente. Su erección era tan fuerte que probablemente ella podría mamarlo desde el otro lado de la habitación. Era una excitación. Pero ella haría que valiera la pena si tan solo él dejara de hablar insensateces.
Él alcanzó a ver su sonrisa, frunció el ceño, un determinado gesto oscureciendo su rostro.
—Absolutamente.

Joseph la agarró, sosteniéndola contra su pecho cálido, e irrumpieron del baño a la cama de él. Su cuerpo musculoso prácticamente vibraba con el poder. Estaba sano, excitado. Ella deliberadamente había jugado con su lujuria, lo había retado.
¿Podría ella manejar las consecuencias?
Como si hubiera sentido su preocupación, él se detuvo a un lado de la cama y la miró. Sonrío, y beso su frente tan tiernamente que todas sus preocupaciones desaparecieron.
—¿Estas bien?
Ella asintió, retorciéndose en sus brazos, con su mano cubriendo la parte posterior de la cabeza para halarlo hasta su boca. Los labios de él eran firmes y tomaron el control del beso en un instante. Su lengua daba trazos largos en los labios de su boca y ella la abrió para él. Él entro en su boca mientras la tumbaba en la cama, yaciendo con la mitad de su cuerpo en la cama y la otra mitad encima de ella.

Su pesada pierna cubrió las de ella, mientras su pie trataba de separarle las piernas. Ella impulsaba sus caderas, presionando contra los vellos gruesos de la pierna de él. Dios mío, estaba tan caliente que cualquier parte de él serviría.
Apoyándose sobre un codo, él la beso, tomó primero sus labios, buscando sacar a jugar su lengua, hasta llegar a explorar su boca. Su mano libre viajó por el cuello de ella hasta su pecho. Ella se arqueo para él, mientras él abría su mano lo más que podía para apretar sus pechos, masajeándolos. Sus dedos rozaron el arrugado pezón, pinchándolo, y una corriente de dolor y placer recorrió su cuerpo, haciéndola jadear. Su mano se alargó para tomar la de él, para sostenerla justo ahí, y ayudarle a apretar.

Joseph miró hacía sus pechos y guió la mano de ella para que se masturbara a si misma. Se quedo observando, sus carderas presionaban el duro pene contra su piel, su piel estaba caliente al igual que la de ella, meciéndose al ritmo que la hacía responder a los toques que ella misma le daba a su cuerpo. Ella apretó con fuerza, ofreciéndole su pezón a él. El lo tomo con ansias, el sofocante calor de su boca la inundó. Su brazo la rodeó por la cintura, volteándola, halándola hacia su pene para que éste quedase contra su vientre.
—Joseph… por favor… —La sensación de su dureza era una exquisita tortura. Ella lo
quería dentro, lo quería en todas partes. El calor la inundó, humedeciendo su sexo, haciéndole difícil el poder respirar, el poder pensar. Su cuerpo ardía, su piel hormigueaba, y su mente estaba mareada por el deseo.

El aligeró su apretón, deslizando su mano sobre su vientre, a través de los rizos de su pubis. Cálidas gotas se escurrían entre los labios de su sexo hasta mojar sus muslos. El deslizó sus dedos entre sus pliegues de manera suave y natural.
—Diablos, Demi, estás tan húmeda. —Su rica voz vibraba contra el pecho de ella, él aun sostenía su pezón en la boca—. ¿Es sólo por mí? Dime que toda esta crema es sólo por mí.
—Es por ti. —Ella trató de no jadear, de no chillar en lo que sus dedos se hundieron
dentro suyo, doblándose instantáneamente para acariciar su punto G—. Tú me hiciste esto.
Sus caderas se sacudieron contra su mano cuando un segundo dedo la lleno y un tercero apenas logró hacerlo. Demi tomó su muñeca, ayudándole a su mano a joder su coño con más fuerza, y más velocidad.
—Jeesús… —Él jadeó, cambiando su peso, su boca se dirigió a su cuello mientras empujaba sus caderas entre los muslos de ella—. Tengo que sentir esa crema
caliente en mi pene. Quiero enterrarlo hasta mis bolas.
Sus dedos salieron de ella y por medio segundo casi no pudo respirar por la pérdida. Luego la suave cabeza gorda de su pene presionó contra ella y el mundo se volvió una llama blanca detrás de sus ojos.

Ella empujó su cabeza hacia atrás contra la almohada, y levantó su cintura tratando de coaccionarlo a ir más profundo. Pero él saco su pene y un gemido de protesta salió de ella por sólo un reflejo.
Joseph empujó hacia arriba, balanceándose sobre sus rodillas y un brazo. Ella abrió
los ojos para mirarlo observándose tomar su pene, y atormentarla pasando la cabeza de su miembro por su pelvis. Su sonrisa era malvada y sexi como el infierno, su mano frotaba la cabeza entre sus húmedos pliegues, desde su clítoris hasta lo más profundo.
Ella sostuvo su aliento cuando él presiono ahí, sus músculos pulsaron ante una fresca ola de calor, humedeciéndola aun más. Su pene, brillando gracias a su crema, resbaladizo y húmedo, casi se deslizó dentro. Una parte de ella deseaba eso. Realmente lo deseaba. Pero ella deseaba aun más que llenarse de su miembro.
—Joseph…

Ella no tuvo que pedirlo dos veces. Un solido empuje y su rígido miembro se,condujo profundo dentro de su concha, llenándola rápido, robándole el pensamiento y el aliento. Ella abrió su boca para gritar, pero ningún sonido salió, medio latido después sus pulmones jadearon en busca de aire.
Joseph la sostuvo detrás de sus rodillas, presionando sus piernas hacia atrás. Esa posición colocaba su concha hacia arriba y él se acercó sobre sus rodillas para introducir todo su pene tan profundo dentro de ella como su cuerpo se la permitiera.
—Oh… sí… —El sentirlo tan profundo, tocando lugares dentro de ella que no habían sido tocados en… no podía recordar cuanto tiempo había pasado. Una dulce satisfacción creció en el centro de su cuerpo. Con los ojos cerrados, sus manos lo buscaron a ciegas, encontrando sus rodillas a los lados, subiendo hasta sus muslos y apretó.
Las caderas de él bombearon, fallándola rápido, entrando profundamente hasta que sus bolas golpearan contra el trasero de ella.
—Eres tan estrecha. Puedo sentirte apretando mi pene.
Ella flexionó los músculos en la base de su pelvis.
Joseph silbó.
—Jeesús. —El apisonó su pene profundamente una y otra vez—. Tócate, Demi.
Muéstrame lo que te gusta.
Demi no se lo pensó dos veces. Ella nunca había estado tan caliente, nunca había necesitado tanto, nada era demasiado personal, no existían las inhibiciones. Lo único que ella deseaba era saciar esta hambre, y todo lo que ellos hacían realmente se sentía inexplicablemente bien y la hacia desear con más intensidad, con más urgencia.
Él gruñó, observándola, su excitación hacía que se pusiera cada vez más duro, que jodiera su cuerpo más rápido. Demi quería mantener los ojos abiertos para ver su hermoso rostro tomado por la pasión. Pero ella apenas podía pensar más allá de la sensación de él dentro de ella, más allá del zumbido de su piel, el trueno de su corazón, y la deliciosa fricción de su sexo.

La mente de ella se envolvió a sí misma en las vertiginosas sensaciones. El duro pene presionando a través de las sensibles paredes dentro, cada envestida llenándola a la perfección, construyendo una exquisita presión, cada fibra de su cuerpo deseaba más.
Su corazón latía con fuerza, sus músculos ordeñaban su cuerpo, y sus dedos jugaban con su clítoris, creando otro torbellino de presión necesitada que aumentaba la primera y provocaba que sus músculos se apretaran.
—Síiii… —El ritmo de Joseph se duplicó, la fuerza detrás de sus embestidas hizo que
la cama se moviese.
La respiración de Joseph se detuvo, su cabeza presionó hacia tras, y sus caderas se corcovearon contra las de él, frenética, mientras la presión llenó a su máximo, para luego derramarse a borbollones por todo su cuerpo como llama líquida, sin aliento y húmeda. Ella gritó, doblando los dedos de sus pies, empujando su cadera fuerte contra la de él, y con los músculos pulsando.

Joseph empujó hacia ella, dejó que pasara su orgasmo y comenzó a buscar el suyo.
Su pene aún estaba duro y tieso como el acero, su ritmo egoísta, impaciente e imperfecto. En segundos, la presión se había reconstruido dentro de ella, su concha tan sensible y lista. Ella podía sentir cómo se aproximaba su orgasmo, la manera en que su pene la llenaba, empuñado en lo profundo de ella, rápido y hambriento, justo cuando él los había llevado a la cúspide del placer, él se salió de ella.

Tomando su miembro, comenzó a masturbarse como loco, mientras su otra mano trabajaba para que ella llegara al orgasmo. El jadeo que salió de ella por el shock era mas bien un grito y lo vio llegar al clímax, llevándose a sí misma a uno igual medio segundo después. La escena erótica de su mano bombeando su rígido pene, de su crema cayendo a chorros sobre su cálido vientre, era todo lo que ella necesitaba para enviarla en espiral a su orgasmo. Ella se recostó en la almohada completamente relajada, desecha, cabalgando sobre las olas de placer que la embargaban. Joseph colapsó a su lado. Luego de pasar un minuto tratando de recuperar el aliento, el tomó un pedazo de papel para limpiar el vientre de ella. Ella sonrío.
—Por cierto. Estoy tomando la píldora.
—Mierda. Lo olvidé.
—¿Que quieres decir?
Él besó la parte trasera de su cuello.
—Nada. No tiene importancia.
Ella recordó haber ronroneado cuando él la recogió, cuando sintió el calor de su cuerpo, la fuerza en sus brazos. No pudo luchar contra la espesa manta de sueño que se apoderó de ella. De hecho, ni siquiera lo intentó.