—Ahí mwap mwap mwap sabes, Demi.
Demi sólo podía entender la mitad de lo que estaba diciendo Gray
debajo de la toalla mientras él le secaba el cabello. Ella definitivamente,
podría acostumbrarse a esta clase de atenciones. Sin mencionar el servicio que
le acababa de brindar en la ducha. De hecho…
Ella dejó caer la toalla que había estado usando para secarse el
cuerpo y le agarro las manos, dándose la vuelta para quedar cara a cara con él.
Sus pensamientos debieron haberse reflejado en su rostro. En el momento que sus
ojos se encontraron, él dejo que los últimos mechones de su cabello se
escaparan por debajo de la toalla que el sostenía, olvidados, su mirada vagaba hacia sus pechos
desnudos y más abajo.
Podrían pensar que nunca la ha visto desnuda por la forma en que la
miró. Labios entreabiertos, mirada intensa, músculos tensos. Ella se sentía
hermosa, sensual.
—Necesitamos hablar, Demi. Lo digo en serio. —Había un indicio de
culpabilidad en su voz, por no decir en su mirada. ¿Por que? ¿Era porque él
había robado el relicario de su madre? ¿Que más? Tal vez se había dado cuenta.
Pero ella no quería arruinar el momento con explicaciones o escusas. El
relicario de su madre era en lo último que ella tendría en su mente en un
momento como este.
Su mirada no se había movido de su pecho, y la mirada que había en
sus ojos no era la mirada de un hombre en
busca de una conversación estimulante. Ella se acerco más, las manos de ella agarraron la toalla que él llevaba
enganchada alrededor de sus caderas. Ella
tiró de la toalla y el suave y cálido material se partió para luego deslizase al suelo.
Su pene duro se levanto a su encuentro. Sí, él esta interesado en
sólo platicar. Ella envolvió sus dedos alrededor de su duro miembro, amando lo
grueso que era.
Más pequeño que un rodillo, más grueso que el mango de un bate, lo
suficiente para llenarla pero no para lastimarla.
Oh Dios, ella quería saber que se sentiría tenerlo en su interior.
El sólo pensarlo envió una ola de placer húmedo atreves de su sexo. Ella lo acarició,
sintiendo las crestas aterciopeladas del pene, los labios suaves de la cabeza,
y nuevamente bajó. Ella arqueó la espalda para que la punta de su pene duro
hiciera presión en su vientre cuando lo acariciara.
El gruñó, el sonido vibrante emanando de su pecho. Sus caderas se
sacudieron junto con las de ella, persuadiéndola a continuar, a ir más rápido.
Ella lo apretó y siguió a un ritmo más rápido, y se encontró a sí misma
acariciando su sexo contra su pierna. La mano de ella en su cadera, tratando de
recordar no clavarle las uñas muy profundamente. Ella se acercó para besar los
duros músculos de su pecho.
Pequeños hilos de agua corrían bajo su pecho desde su cabello
mojado, humedeciendo los labios de ella. Su piel estaba caliente, con un
hermoso bronceado y tan suave que ella tenía que sentirlo en su lengua. Él
estaba limpio por la ducha, pero el más leve brillo de sudor comenzaba a
formarse. Salado, terrenal y sutilmente dulce, tal y como olía él.
Ella encontró su pezón con sus labios, la arrugada carne de color
rosa oscuro, con un pequeño pezón erecto, excitado. Ella jugaba con su lengua
sobre de él, encendió, succionó, beso, y mordió. El aliento de Joseph escapó
como un silbido, una corriente de escalofríos viajaba por su piel. Su pene
latía en las manos de ella.
Él agarro sus brazos, e hizo sus caderas hacia atrás los suficiente
para que ella lo dejara ir.
—Jesuus, cómo me distraes.
—Esto es algo bueno. —Ella se acerco a él, pero él la mantuvo lejos.
Él rio, divertido, genuino.
—Es algo muy bueno, pero quiero hablar.
Ella suspiró, lo más dramáticamente que pudo.
—¿Siempre se va a hacer todo lo que tú quieres? —Se permitió una
sonrisa caprichosa en la comisura de su boca.
—¿Qué? No. Yo… —El pobre hombre se había venido completamente. Su erección
era tan fuerte que probablemente ella podría mamarlo desde el otro lado de la
habitación. Era una excitación. Pero ella haría que valiera la pena si tan solo
él dejara de hablar insensateces.
Él alcanzó a ver su sonrisa, frunció el ceño, un determinado gesto
oscureciendo su rostro.
—Absolutamente.
Joseph la agarró, sosteniéndola contra su pecho cálido, e
irrumpieron del baño a la cama de él. Su cuerpo musculoso prácticamente vibraba
con el poder. Estaba sano, excitado. Ella deliberadamente había jugado con su
lujuria, lo había retado.
¿Podría ella manejar las consecuencias?
Como si hubiera sentido su preocupación, él se detuvo a un lado de
la cama y la miró. Sonrío, y beso su frente tan tiernamente que todas sus
preocupaciones desaparecieron.
—¿Estas bien?
Ella asintió, retorciéndose en sus brazos, con su mano cubriendo la
parte posterior de la cabeza para halarlo hasta su boca. Los labios de él eran
firmes y tomaron el control del beso en un instante. Su lengua daba trazos
largos en los labios de su boca y ella la abrió para él. Él entro en su boca mientras
la tumbaba en la cama, yaciendo con la mitad de su cuerpo en la cama y la otra
mitad encima de ella.
Su pesada pierna cubrió las de ella, mientras su pie trataba de
separarle las piernas. Ella impulsaba sus caderas, presionando contra los
vellos gruesos de la pierna de él. Dios mío, estaba tan caliente que cualquier
parte de él serviría.
Apoyándose sobre un codo, él la beso, tomó primero sus labios,
buscando sacar a jugar su lengua, hasta llegar a explorar su boca. Su mano
libre viajó por el cuello de ella hasta su pecho. Ella se arqueo para él, mientras
él abría su mano lo más que podía para apretar sus pechos, masajeándolos. Sus
dedos rozaron el arrugado pezón, pinchándolo, y una corriente de dolor y placer
recorrió su cuerpo, haciéndola jadear. Su mano se alargó para tomar la de él,
para sostenerla justo ahí, y ayudarle a apretar.
Joseph miró hacía sus pechos y guió la mano de ella para que se
masturbara a si misma. Se quedo observando, sus carderas presionaban el duro
pene contra su piel, su piel estaba caliente al igual que la de ella,
meciéndose al ritmo que la hacía responder a los toques que ella misma le daba
a su cuerpo. Ella apretó con fuerza, ofreciéndole su pezón a él. El lo tomo con
ansias, el sofocante calor de su boca la inundó. Su brazo la rodeó por la
cintura, volteándola, halándola hacia su pene para que éste quedase contra su
vientre.
—Joseph… por favor… —La sensación de su dureza era una exquisita
tortura. Ella lo
quería dentro, lo quería en todas partes. El calor la inundó,
humedeciendo su sexo, haciéndole difícil el poder respirar, el poder pensar. Su
cuerpo ardía, su piel hormigueaba, y su mente estaba mareada por el deseo.
El aligeró su apretón, deslizando su mano sobre su vientre, a través
de los rizos de su pubis. Cálidas gotas se escurrían entre los labios de su
sexo hasta mojar sus muslos. El deslizó sus dedos entre sus pliegues de manera
suave y natural.
—Diablos, Demi, estás tan húmeda. —Su rica voz vibraba contra el
pecho de ella, él aun sostenía su pezón en la boca—. ¿Es sólo por mí? Dime que
toda esta crema es sólo por mí.
—Es por ti. —Ella trató de no jadear, de no chillar en lo que sus
dedos se hundieron
dentro suyo, doblándose instantáneamente para acariciar su punto G—.
Tú me hiciste esto.
Sus caderas se sacudieron contra su mano cuando un segundo dedo la
lleno y un tercero apenas logró hacerlo. Demi tomó su muñeca, ayudándole a su
mano a joder su coño con más fuerza, y más velocidad.
—Jeesús… —Él jadeó, cambiando su peso, su boca se dirigió a su
cuello mientras empujaba sus caderas entre los muslos de ella—. Tengo que
sentir esa crema
caliente en mi pene. Quiero enterrarlo hasta mis bolas.
Sus dedos salieron de ella y por medio segundo casi no pudo respirar
por la pérdida. Luego la suave cabeza gorda de su pene presionó contra ella
y el mundo se volvió una llama blanca detrás de sus ojos.
Ella empujó su cabeza hacia atrás contra la almohada, y levantó su
cintura tratando de coaccionarlo a ir más profundo. Pero él saco su pene y un
gemido de protesta salió de ella por sólo un reflejo.
Joseph empujó hacia arriba, balanceándose sobre sus rodillas y un
brazo. Ella abrió
los ojos para mirarlo observándose tomar su pene, y atormentarla
pasando la cabeza de su miembro por su pelvis. Su sonrisa era malvada y sexi
como el infierno, su mano frotaba la cabeza entre sus húmedos pliegues, desde
su clítoris hasta lo más profundo.
Ella sostuvo su aliento cuando él presiono ahí, sus músculos
pulsaron ante una fresca ola de calor, humedeciéndola aun más. Su pene,
brillando gracias a su crema, resbaladizo y húmedo, casi se deslizó dentro. Una
parte de ella deseaba eso. Realmente lo deseaba. Pero ella deseaba aun más que
llenarse de su miembro.
—Joseph…
Ella no tuvo que pedirlo dos veces. Un solido empuje y su rígido
miembro se,condujo profundo dentro de su concha, llenándola rápido, robándole
el pensamiento y el aliento. Ella abrió su boca para gritar, pero ningún sonido
salió, medio latido después sus pulmones jadearon en busca de aire.
Joseph la sostuvo detrás de sus rodillas, presionando sus piernas
hacia atrás. Esa posición colocaba su concha hacia arriba y él se acercó sobre
sus rodillas para introducir todo su pene tan profundo dentro de ella como su
cuerpo se la permitiera.
—Oh… sí… —El sentirlo tan profundo, tocando lugares dentro de ella
que no habían sido tocados en… no podía recordar cuanto tiempo había
pasado. Una dulce satisfacción creció en
el centro de su cuerpo. Con los ojos cerrados, sus manos lo buscaron a ciegas, encontrando sus rodillas a los lados,
subiendo hasta sus muslos y apretó.
Las caderas de él bombearon, fallándola rápido, entrando
profundamente hasta que sus bolas golpearan contra el trasero de ella.
—Eres tan estrecha. Puedo sentirte apretando mi pene.
Ella flexionó los músculos en la base de su pelvis.
Joseph silbó.
—Jeesús. —El apisonó su pene profundamente una y otra vez—. Tócate,
Demi.
Muéstrame lo que te gusta.
Demi no se lo pensó dos veces. Ella nunca había estado tan caliente,
nunca había necesitado tanto, nada era demasiado personal, no existían las inhibiciones.
Lo único que ella deseaba era saciar esta hambre, y todo lo que ellos hacían
realmente se sentía inexplicablemente bien y la hacia desear con más
intensidad, con más urgencia.
Él gruñó, observándola, su excitación hacía que se pusiera cada vez
más duro, que jodiera su cuerpo más rápido. Demi quería mantener los ojos
abiertos para ver su hermoso rostro tomado por la pasión. Pero ella apenas
podía pensar más allá de la sensación de él dentro de ella, más allá del zumbido
de su piel, el trueno de su corazón, y la deliciosa fricción de su sexo.
La mente de ella se envolvió a sí misma en las vertiginosas
sensaciones. El duro pene presionando a través de las sensibles paredes dentro,
cada envestida llenándola a la perfección, construyendo una exquisita presión,
cada fibra de su cuerpo deseaba más.
Su corazón latía con fuerza, sus músculos ordeñaban su cuerpo, y sus
dedos jugaban con su clítoris, creando otro torbellino de presión necesitada
que aumentaba la primera y provocaba que sus músculos se apretaran.
—Síiii… —El ritmo de Joseph se duplicó, la fuerza detrás de sus
embestidas hizo que
la cama se moviese.
La respiración de Joseph se detuvo, su cabeza presionó hacia tras, y
sus caderas se corcovearon contra las de él, frenética, mientras la presión
llenó a su máximo, para luego derramarse a borbollones por todo su cuerpo como
llama líquida, sin aliento y húmeda. Ella gritó, doblando los dedos de sus
pies, empujando su cadera fuerte contra la de él, y con los músculos pulsando.
Joseph empujó hacia ella, dejó que pasara su orgasmo y comenzó a
buscar el suyo.
Su pene aún estaba duro y tieso como el acero, su ritmo egoísta,
impaciente e imperfecto. En segundos, la presión se había reconstruido dentro
de ella, su concha tan sensible y lista. Ella podía sentir cómo se aproximaba
su orgasmo, la manera en que su pene la llenaba, empuñado en lo profundo de
ella, rápido y hambriento, justo cuando él los había llevado a la cúspide del
placer, él se salió de ella.
Tomando su miembro, comenzó a masturbarse como loco, mientras su
otra mano trabajaba para que ella llegara al orgasmo. El jadeo que salió de
ella por el shock era mas bien un grito y lo vio llegar al clímax, llevándose a
sí misma a uno igual medio segundo después. La escena erótica de su mano
bombeando su rígido pene, de su crema cayendo a chorros sobre su cálido
vientre, era todo lo que ella necesitaba para enviarla en espiral a su orgasmo. Ella se recostó en la almohada completamente relajada, desecha,
cabalgando sobre las olas de placer que la embargaban. Joseph colapsó a su
lado. Luego de pasar un minuto tratando de recuperar el aliento, el tomó un
pedazo de papel para limpiar el vientre de ella. Ella sonrío.
—Por cierto. Estoy tomando la píldora.
—Mierda. Lo olvidé.
—¿Que quieres decir?
Él besó la parte trasera de su cuello.
—Nada. No tiene importancia.
Ella recordó haber ronroneado cuando él la recogió, cuando sintió el
calor de su cuerpo, la fuerza en sus brazos. No pudo luchar contra la espesa
manta de sueño que se apoderó de ella. De hecho, ni siquiera lo intentó.