lunes, 24 de septiembre de 2012

The Duff Capitulo 26 Jemi



Miley sólo se quedó ahí, mirando al plato de ensalada con grandes ojos tristes. Parecía muy pequeña entonces, muy débil y tímida. En ese momento, yo no pensé en ella como guapa. O incluso linda. Sólo frágil y asustada. Igual que un ratón. —Date prisa, Miley —una de las otras animadoras la llamó desde la mesa, sonando irritada—. No vamos a guardarte el sitio para siempre. Jesús. Yo pude sentir a Selena mirándome, y supe lo que quería. Y, mirando a Miley, no podía pretender no saber exactamente por qué. Si alguien necesitaba una mano de Selena Salva el Día, era esta chica. Además, ella no se parecía en nada a su hermano. 

Eso hizo que mi decisión fuera un poco más fácil. Suspiré, y dije en voz alta: —Oye, Miley. Ella saltó y se giró para mirarme, y la expresión temerosa de su cara casi rompió mi corazón. —Ven, siéntate con nosotras —no era una pregunta. Ni siquiera una oferta. Era mucho más que una orden. No quería darle elección. Incluso pensé, que si era sensata, nos elegiría a nosotras. Entonces, Miley se apresuró hacia nosotras, las animadoras mayores se enfadaron y Selena estaba radiante. Y eso fue todo. Fin de la historia. Aunque ahora no parecía tanto como en el pasado, vi el apuro de la de primer año en el puesto de comida. Podía ver que los vaqueros le quedaban mal —no tenía suficientes curvas para vaqueros de talle bajo— y sus hombros caídos le hacían parecer extrañamente desequilibrada. 

Todas esas cosas la separaban de sus mandonas amigas. Era el eco andante de Miley mucho tiempo atrás. Sólo que ahora tenía una nueva palabra para eso. Para esa chica. Duff. No había forma de evitarlo. La estudiante de primer año era definitivamente Duff en comparación con las pequeñas zorras que la rodeaban. No es que fuera poco atractiva, y definitivamente no era gorda, pero de las cuatro ella era la última en la que alguien se fijaría. Y no podía dejar de preguntarme si esa era la cuestión, si ellas la usaban para algo más que la diligencia. ¿Estaba ahí para que ellas se vieran mejor? Miré de nuevo a Miley, recordando lo pequeña y débil que parecía esa día. 

No parecía ni linda ni guapa. Sólo patética. Duff. Ahora, ella era guapa, voluptuosa y adorable y… bueno, sexy. Todos los chicos —excepto Harrison, desafortunadamente— la querían. Pero lo extraño era, que ella no veía la diferencia. No en la superficie, al menos. Había sido voluptuosa y rubia entonces. Así que, ¿qué había cambiado? ¿Cómo podía una de las chicas más hermosas que había conocido haber sido Duff? ¿Era lógico? Era como Joseph llamándome Duffy y sexy al mismo tiempo. Simplemente, no tenía sentido.
¿Era posible no ser gorda o no ser fea y ser Duff? Creo que Joseph lo había dicho esa noche en el Nest. Duff era una comparación. ¿Quería decir eso que incluso las chicas más atractivas podían ser Duffs?
¿Debíamos ayudarla? Me quedé sorprendida por un segundo, y un poco confusa. Me di cuenta de que Miley estaba mirando a la de primer año hacer su camino por la primera fila. Y tuve un horrible pensamiento. Uno que me hizo oficialmente la zorra más grande que había existido jamás. Pensé en ir y tomar a la estudiante de primer año como una de las nuestras, de modo que tal vez, sólo tal vez, no sería más Duff. 

Podía oír la voz de Joseph en mi cabeza “la mayoría de la gente no hace nada por evitar ser Duff”. Me dije que yo no era la mayoría de la gente, pero, ¿qué era? ¿Era yo igual que esas animadoras, graduadas hacía ya tiempo, que habían maltratado a Miley, o como esas tres chicas de perfectas colas de caballo de las gradas? Antes de que pudiera tomar una decisión, pensé en la de ayudar a la de primer año —ya fuera por razones correctas o incorrectas— el timbre sonó sobre nuestras cabezas. A nuestro alrededor, la multitud estaba de pie vitoreando, bloqueando mi punto de vista de la pequeña figura de pelo oscuro. Ella se había ido y así fue como perdí mi oportunidad de salvarla o lo que pudiera haber hecho. El partido había terminado. Las Panteras habían ganado. Y yo todavía era la Duff. 

The Duff Capitulo 25 Jemi



a Joseph y sólo pensaba en ir directa a la habitación, por encima de todo lo demás. Pero esa noche, en lo alto de la escalera, Joseph mencionó la mesa de billar y empezó a jactarse de que era un genio con el palo de billar. Por alguna razón, provocó una vena competitiva en mí, no veía la hora de limpiar el suelo con él y borrarle esa sonrisa arrogante de la cara. Sólo estaba empezando a lamentar mi decisión de desafiarlo en este juego porque, como se vio después, él no estaba muy lejos de la verdad. Yo tampoco era mala en el billar, pero él podía patearme el culo. Y no había nada que pudiera hacer para salir de esta. —Quédate ahí —susurró él. Sus labios acariciaron detrás de mis orejas, poniéndose detrás de mí. Sus manos se colocaron en mis caderas y sus dedos jugaron con el dobladillo de mi camisa. —Céntrate, Duffy

¿Te estás concentrando? Él estaba intentando distraerme. Y, mierda, estaba funcionando. Me aparté de él, intentando empujarlo con la parte trasera de mi palo. Por supuesto él me esquivó, y yo sólo logré golpear la bola blanca en dirección opuesta a la que había querido, enviándola a la derecha de uno de los agujeros de las esquinas. —Cero —anunció Joseph. — ¡Maldita sea! —me di la vuelta para mirarlo—. ¡Eso no debe contar! —Pero cuenta —él sacó la bola blanca del agujero y la envió cuidadosamente al final de la mesa. —Todo vale en el amor y en el billar. —Guerra —corregí.

—Es lo mismo —él echó el palo hacia atrás, mirando hacia delante, antes de disparar de nuevo. Medio segundo después, la bola navegó hacia el hoyo. Fue ganadora. —Idiota —susurré. —No seas mala perdedora —dijo él, apoyando el palo contra la pared—. ¿Qué esperabas? Obviamente, soy increíble en todo —sonrió—. Pero oye, no puedes estar en mi contra, ¿de acuerdo? No podemos dejar de ser como Dios nos hizo. —Eres un arrogante tramposo —arrojé mi palo de billar a un lado, dejándolo en el suelo estrepitosamente. —Los malos ganadores son peor que los malos perdedores. ¡Y no he ganado porque me distrajiste! No podías mantener tus jodidas manos lo suficientemente lejos de mí para hacer un disparo decente. Y por otra cosa… Sin avisar, Joseph  me subió en la mesa de billar. Sus manos se movieron en mis hombros, y un segundo más tarde, estaba tumbada mirando como sonreía.

 Él se subió a la mesa también, inclinándose sobre mí, con su cara a pocos centímetros de la mía. —¿En la mesa de billar? —dije, estrechando mis ojos—. ¿En serio? —No puedo resistirme —dijo—. ¿Sabes? Estás muy sexy cuando te enfadas conmigo, Duffy. En primer lugar, me llamó la atención la ironía de esa declaración. Quiero decir, usó: sexy y duffy, -que implicaba que era gorda y fea-, en la misma frase. El contraste era casi cómico. Casi. Lo que realmente me extrañaba, sin embargo, era que nadie, ni siquiera Sterling Gaither, me había llamado alguna vez sexy. Joseph fue el primero. Y la verdad era que estando con él me sentía atractiva. La forma en que me tocaba. La forma en que me besaba. Podía decir que su cuerpo me quería. Vale. Vale. Así era Joseph

Su cuerpo quería a todo el mundo. Pero hasta entonces, era un sentimiento que no había experimentado. Bueno, nunca había experimentado nada. Era extraño. Pero nada de eso podía borrar la punzada de dolor de la última palabra de su declaración. Joseph había sido el primero en llamarme sexy, pero también el primero en llamarme Duff. Esa palabra me había estado rondando, persiguiéndome, durante semanas. Y era por su culpa. Así que, ¿cómo podía él verme sexy y duff al mismo tiempo? Pregunta mejor: ¿por qué me importaba? Antes de que pudiera pensar alguna respuesta decente, empezó a besarme y sus dedos ya habían localizado los botones y las cremalleras de mi ropa. Nos convertimos en una maraña de labios, manos y rodillas y la cuestión se fue completamente de mi cabeza. Por el momento, al menos. — ¡Vamos Panteras! —gritó Selena y unos pocos miembros de la Brigada de Skinny hicieron volteretas a lo largo del margen.

 A mi lado, Miley agitaba uno de los pompones de dos dólares azul y naranja, con el rostro radiante de entusiasmo. Sterling y Tiffany estaban cenando con los padres de Tiffany esa noche, lo que significaba que debía pasar un par de horas con ella, incluso si ese par de horas era en un estúpido evento deportivo. La verdad era que yo odiaba todo lo que requiriera espíritu escolar, porque, obviamente, no tenía ninguno. Odiaba Hamilton High. Odiaba el horrible brillo de los colores del colegio, la increíble mascota, y por lo menos, al noventa por ciento de los estudiantes. Eso era por lo que no podía esperar a dejar el colegio. —Tú lo odias todo —me había dicho Selena temprano, el día que le expliqué que no tenía ningún deseo de asistir al partido de baloncesto. —Eso no es verdad. —Sí, lo es. Tú lo odias todo. Pero te quiero.

 Y Miley también. Es por eso que te voy a pedir, como tu mejor amiga, que vengas traigas al partido. Cuando Miley me había dicho que quería salir esa noche, mi primer instinto fue ir a mi casa y ver una película. Por eso la obligación de Selena como animadora del partido había interferido. Eso no podía ser un gran plan —Miley y yo podríamos haber visto una película— pero Selena tuvo que hacerlo muy complicado. 

Ella quería ver a Miley, también. Y quería que la viéramos animar, incluso si iba en contra de todo lo que representaba. —Vamos, D —dijo, sonando irritada—. Sólo es un juego. Ella había estado irritada estos días, especialmente conmigo. Y yo no estaba de humor para discutir con ella. Y así era como había acabado aquí, en una grada incómoda, aburriendo mi mente, con los vítores y gritos de la gente provocándome una migraña de mierda. Absolutamente maravilloso. Había acabado de decidir que conduciría a donde Joseph después del partido cuando Miley me dio un codazo en el costado. Por un segundo, creí que era un accidente, que había llegado un poco emocionado agitando su pom pom, pero entonces sentí un tirón en la muñeca. —Demi.

— ¿Humm? —giré mi cabeza hacia su cara, pero ella no me estaba mirando. Su mirada estaba centrada en unas pocas personas en las gradas de abajo- tres alta y guapas chicas — junior, pensé— estaban sentada en primera fila, recostadas en sus asientos y con las piernas cruzadas. Tres perfectas colas de caballo. Tres vaqueros de talle bajo. Y luego, por el pasillo, se dirigía la cuarta. Era más pequeña y pálida, con el pelo corto y negro. Era evidente que era estudiante de primer año.

 Llevaba varias botellas de agua y unos perritos calientes en las manos, como si acabara de volver del puesto de comida. Vi como la sonriente estudiante de primer año pasaba las botellas y la comida. Vi como cada junior la cogía. Vi como apreciaban menos su aspecto. Ella tomó asiento al final de la pequeña fila, y ninguna de las chicas mayores parecía hablar con ella, sólo con algunas de las de atrás. Vi como ella intentaba saltar en sus conversaciones, su pequeña boca abriéndose y cerrándose otra vez cuando alguna de las junior la interrumpía, ignorándola por completo. 
Hasta que, después de un momento, una la miró, habló rápidamente, y miró hacia atrás de sus amigas. La de primer año se puso de pie otra vez, y se fue, sin dejar de sonreír. Rehaciendo sus pasos, bajó las gradas y fue al puesto de comida. Volviendo a obedecer sus órdenes. Cuando miré a Miley de nuevo, sus ojos estaban oscuros y...

 tristes. O tal vez enfadados. Era difícil de decir de ella porque no mostraban ninguna de esas emociones muy a menudo. De cualquier manera, la entendía. Miley había sido como esa estudiante de primer año una vez. Así es como Casey y yo la encontramos. Dos chicas mayores, animadoras como Selena con el—total estereotipo de porristas: perras, rubias y parecían tontas —habían estado alardeando sobre alguna tonta estudiante de segundo año que mantenían como una “mascota”, y más de una vez Selena las había visto hablarle con desdén—Vamos a hacer algo con eso, D —había dicho ella instantáneamente—. No podemos dejar que la traten de esa manera. Selena pensaba que tenía que salvar a todo el mundo. Al igual que me había salvado en el patio hacía tantos años. Yo estaba acostumbrada a eso. Sólo una vez, ella había necesitado de mi ayuda. Normalmente, yo habría estado de acuerdo porque Selena sólo estaba preguntando. Pero Miley Gaither era una chica a la que yo no deseaba conocer, que se salvara sola. No es que no tuviera corazón. Yo sólo no quería conocer a la hermana de Sterling Gaither. No después de lo que me había hecho. No después del drama que había atravesado el año antes. Y me las arreglé para mantenerme firme... hasta ese día en la cafetería. —Dios, Miley, ¿tu cerebro está muerto o qué? Selena yo giramos las cabezas para ver a una de las flacas animadoras humillando a Miley, que era por lo menos una cabeza más baja que ella. O tal vez fue que Miley se había desplomado, acobardada. —Te pedí que hicieras una cosa simple —escupió la animadora, golpeando con el dedo el plato que Miley llevaba—. Una cosa estúpidamente simple. No echar mierda en mi ensalada. ¿Tan difícil es eso? —Así es como viene la ensalada, Mía —masculló Miley, con las mejillas brillantemente rosas—. Yo no hice… —Tú eres una idiota —la animadora se giró y se fue, moviendo la cola de caballo detrás de ella.

sábado, 22 de septiembre de 2012

The Duff Capitulo 24 Jemi


Todo mi cuerpo parecía ser consciente de sus ojos en mí otra vez. Antes de que el pudiera decir nada, me paré y camine a la puerta del cuarto. —Escucha, —digo, girando el pomo de la puerta—. Me tengo que ir, pero estaba pensando que deberíamos hacerlo de nuevo—. Como una aventura, tal vez. Puramente físico. ¿Sin ataduras? — No puedes tener suficiente de mí, ¿verdad? —Preguntó Joseph, se extendió sobre la espalda de nuevo con una sonrisa—. Eso suena muy bien para mí, pero si soy tan fantástico, deberías correr la voz con tus amigas. Dices que las adoras, por lo que deberías permitirles experimentar el mismo placer alucinante... tal vez al mismo tiempo. 

Es lo correcto. Le fruncí el ceño—. Cuando pienso que tal vez tienes alma, dices mierdas como esa. — La puerta dio un vuelco a la pared cuando la abrí. Me marché por la escalera y grité—, ¡Saldré por mi propia cuenta! — ¡Nos vemos pronto Duffy! Que pendejo. Mi padre no parecía darse cuenta de lo que la rodeaba. Creo que su modo de padre sospechoso estaba defectuoso o algo, porque apenas me interrogó cuando me salí de la casa para ir a ver a Joseph más y más esa semana. Y cualquier papa cuerdo se hubiese alertado cuando su hija usara la excusa de “trabajando en un artículo” dos veces seguidas, ¿pero cuatro veces en una semana? ¿Realmente pensaba que me tomaría tanto tiempo escribir ese estúpido ensayo? ¿No estaba preocupado de que estuviese haciendo exactamente lo que estaba haciendo? Aparentemente no. Cada vez que salía de la casa, el solo decía—, Pásala bien, abejorro. Pero creo que el despiste debe haber estado en el aire.

 Hasta Selena, quien me ha estado observando como un halcón desde que Sterling llegó a la ciudad, no había captado nada entre Joseph y yo. Nada más que sus bromas usuales acerca de mi pasión secreta por él, eso es todo. Por supuesto, estaba haciendo todo lo posible para ocultar la evidencia, pero más de una vez, estaba segura que me iba a agarrar. Como el sábado en la tarde cuando estábamos en mi cuarto arreglándonos para ir a Nest. En realidad, Selena era la única que se estaba arreglando. La mayoría del tiempo yo estaba sentada en mi cama simplemente y veía como ella posaba en frente al espejo. Habíamos hecho eso un montón de veces, pero con Miley todavía aferrada a su hermano cada sencillo momento, el cuarto se sentía raramente vació. Casi extraño. 

Miley era muy diferente de nosotras dos. Me refiero, Selena y yo éramos opuestas pero Miley era de un planeta totalmente diferente. Ella era un constante rayo de luz. El vaso medio lleno. Ella mantenía nuestro balance con una gran sonrisa y una cándida inocencia que siempre nos asombraba. Mientras algunas veces se sentía como que Sel y yo

habíamos visto mucho del mundo, Miley era, de muchas maneras, una niña. Virginal. Siempre llena de preguntas. Ella era nuestro sol y Selena y yo estábamos en una especie de oscuridad sin ella. Me preguntaba cuantos días mas estaría Sterling en la ciudad cuando Selena se volteó a verme, aparentemente decidiendo si le gustaba sus apretados jeans purpuras después de todo. (Estoy feliz de que lo hiciera porque yo pensaba que eran horribles.)— Sabes, D, estas lidiando con todo esta cuestión de Sterling mucho mejor de lo que esperaba, —dijo ella. 

—Gracias… creo. ―Bien, supuse que cuando Sterling volviera a Hamilton con su prometida, estarías espantada. Yo apostaba por lágrimas, llamadas de medianoche y algunas crisis nerviosas de las viejas. Pero en su lugar, has estado totalmente normal.. O, tú sabes, tan normal como Demetria Lovato puede estar. —Me retracto de las gracias. —De verdad—. Ella cruzó el cuarto y se sentó cerca de mí—. ¿Estas lidiando bien con esto? Te has quejado muy poco, lo cual es preocupante porque tú te quejas de todo. —No lo hago, —protesté. —Lo que tú digas. Puse los ojos en blanco—. 

Para tu información, he encontrado una manera de sacármelo de la cabeza, pero se arruina cuando sigues hablando de eso, Selena—. Le di un codazo—. Estoy empezando a creer quieres que llore. —Eso al menos me probaría que no lo estas reteniendo. Selena, —clamé. 

—No estoy jugando D, —dijo ella—. Ese tipo de verdad te arruinó. Estabas llorando, gimoteando, en un desastre de pánico después de lo que hizo, y se que es difícil porque hemos tenido que ocultarlo de Miley, pero necesitas manejarlo de algún modo. No quiero pasar por esa mierda otra vez. Selena, estoy bien, —le aseguré—. Realmente he encontrado una manera de liberar el estrés, ¿bien? — ¿Qué cosa? Oh, mierda. ―¿Que cosa de que?  

Selena me vió con el ceño fruncido―. Obvio. Tu manera de liberar el estress. ¿Qué estas hacienda? ―Um… simplemente cosas. ―¿Has estado ejercitándote? ―pregunta ella―. No te avergüences si es así. Mi mamá hace cardios cuando esta molesta. Ella dice que ayuda a canalizar su energía negativa…lo que sea que eso signifique. ¿Entonces que estas haciendo? ¿Te estas ejercitando? —Um… se podría decir. Maldición. Mis mejillas definitivamente estaban ardiendo. Me aparte de lla, examinando los vellos detrás de mi brazo.

 —¿Cardio? — Mmm… ujum. Pero milgarosamente, ella no notó que mi cara estaba en llamas. —Genial. Sabes, estos pantalones son una talla mayor de los que compro usualmente. Tal vez deberíamos ejercitar juntas. Podría ser divertido. —No lo creo. —Antes de que pudiera discutirlo o ver el color escarlata de mis mejillas, me puse de pie y dije—, tengo que ir a cepillarme los dientes otra vez. Luego me iré, ¿bien? Y Salí del cuarto. Cuando regrese unos minutos después, estuve forzada a mentir otra vez. — ¿Quieres quedarte aquí esta noche? —Preguntó Demi mientras escrespaba su pelo corto en el espejo—. Mamá dice que va a ir a una despedida de soltera de una compañera de trabajo, así que solo seriamos nosotras… y un poco de las películas de James McAvoy si quieres. Miley estará triste si se lo pierde, pero… —No puedo esta noche, Selena. 

— ¿Por qué no? —ella sonó dolida. La verdad era que tenía planes de ver a Joseph cerca de las once esa noche, pero obviamente no podía ser honesta. Pero no podía mentir tampoco. Me refiero, las mentiras eran siempre jodidamente transparentes. Asi que hice en lo que me estaba convirtiendo cada vez y cada vez mejor en estos días. Lo oculte. —Tengo planes. — ¿Después de que salgamos de Nest? —Sí, Lo siento. Selena  se volteo del espejo y me quedo viendo por un largo momento. Finalmente, me dijo—, has estado muy ocupada últimamente, sabes. Ya no quieres hacer muchas cosas conmigo. —Voy a salir contigo esta noche, ¿no? —pregunté. —Si, supongo, pero… no lo se—.

 Ella se volteó y examinó su reflejo una última vez—. Olvidalo. Vamonos. Dios, odio ser deshonesta con Selena. Especialmente porque ella claramente sabia que sucedía algo, incluso aunque ella no lo adivinara todavía. Pero iba a hacer todo lo que estuviera en mi poder para mantener el asunto de Joseph es secreto. Y, por supuesto, Joseph actuaba totalmente casual acerca de todo. En público, nos tratamos el uno al otro con la sarcástica indiferencia de 

siempre. Lo insultaba, le daba miradas asesinas, y lo maldecía en secreto cuando actuaba como un cerdo (no es que tenga que actuar). Nadie habría adivinado que éramos diferentes detrás de puertas cerradas. Nadie podría decir que estaba contando los minutos hasta que nos encontramos en las escaleras de su porche. Nadie excepto Robert. ―El te gusta, ―el barman bromeó cuando Joseph, después de soportar una diatriba verbal de su servidora, se fue a bailar con una atractiva cabeza hueca—.

 Y creo que también le gustas. Ustedes tienen algo. —Estas demente, —dije, sorbiendo mi refresco de cereza. —Te lo he dicho un millón de veces, Demi, y te lo diré otra vez. Eres una mala mentirosa. — ¡Yo no tocaría a ese cretino ni con un palo de tres metros! — ¿Mi voz transmitía suficiente disgusto?— ¿Realmente piensas que soy tan idiota Robert? El es arrogante, y duerme con todo lo que pueda tener sus sucias manos. La mayoría del tiempo, quisiera sacarle los ojos. ¿Cómo podría gustarme? El es un asno. —Y las mujeres aman los asnos. Esa es la razón por la que no consigo una cita. Soy demasiado bueno.

 —O muy peludo, —ofrecí—. Tome mi último sorbo de mi refresco de cereza y empujé el vaso hacia él—. Aféitate esa barba de Moisés y quizás tengas mejor suerte. Las mujeres no quieren besar alfombras, sabes. —Estas tratando de cambiar la conversación, —señaló Robert—. Eso solo prueba que tu y el Sr. Asno tienen algo. —Cállate. Solo cállate, Robert. — ¿Entonces tengo razón? —No, —dije—. Solo que realmente, realmente me estas sacando de quicio. Bien, definitivamente tenia que encontrar una manera de evitar el Nest por unas pocas semanas… o, mejor todavía, para siempre.

The Duff Capitulo 23 Jemi



Tenía el cabello hecho un desastre. Me vi en el gran espejo y trate de aplacar el desastre de ondas caoba mientras Joseph se ponía su ropa detrás de mí. Definitivamente una situación en la que nunca me imagine estar. —Estoy perfectamente de acuerdo con ser usado, —dijo él mientras tiraba dentro de su apretada franela negra. Su cabello era bastante incriminatorio también—. Pero me gustaría saber para qué estoy siendo usado. —Distracción. —Eso ya lo deduje. —El colchón crujió cuando se dejó caer sobre su espalda y se metió los brazos detrás de su cabeza—. ¿De qué se supone que te estoy distrayendo? Hay una posibilidad de que, si lo sé, podría hacer mi trabajo más eficientemente. —Lo estás haciendo bien ya—. 

Pase los dedos a través de mi cabello, pero estaba lo mejor que podría lograr. Suspirando, me aleje del espejo y le di la cara a Joseph. Para mi sorpresa, el me estaba viendo con verdadero interés—. ¿Realmente te importa? —Claro—. El se sentó y dio unas palmaditas en un lugar junto a él—. Hay más en este increíble cuerpo que abdominales impresionantes. Tengo un par de oídos también, y ellos funcionan muy bien. Pongo en blanco los ojos y me siento a su lado, poniendo mis pies sobre la cama—. Bien, digo, envolviendo mis brazos alrededor de las rodillas—. No es que importe, pero supe que mi exnovio vuelve a la ciudad por una semana esta mañana. Es estúpido, pero entré en pánico. Me refiero, la última vez que nos vimos… no fue muy bien. Es por eso que te arrastré hasta el armario en la escuela. — ¿Qué pasó

—Tú estabas allí. No me hagas revivirlo. —Me refiero con tu ex-novio, —dijo Joseph—. Tengo curiosidad. ¿Qué clase de miseria pudo causar a una persona odiosa como tú correr a mis brazos musculosos? ¿O es él el que puso la capa de hielo alrededor de tú corazón? —sus palabras sonaron chistosas, pero su sonrisa sonaba sincera, no la desequilibrada que él usa cuando piensa que está siendo inteligente. —Comenzamos a salir durante mi primer año, —comienzo a decir de mala gana—. El era un estudiante de último año, y sabía que mis padres nunca me dejarían verlo si ellos supieran cuantos años tenia. 

Así que mantuvimos todo en secreto para todo el mundo. El nunca me presentó a sus amigos o me llevó a ningún lugar o me habló en la escuela, y simplemente asumí que era para protegernos. Bien, por supuesto, estaba totalmente equivocada. Sentía hormigueo en mi piel mientras los ojos de Joseph me veían. Dios, eso me molestaba. El quizás me estaba viendo con pena. Pobre Duffy. Mis hombres se tensaron, y mire mis medias, negándome a ver su reacción de mi historia. Una historia que no le había contado a nadie sino a Selena. 

—Así que lo vi compartiendo con una chica algunas veces en la escuela, —continúe—. Cada vez que le preguntaba, el solo me decía que eran amigos y que no me preocupara. Así que no lo hice. Es decir, el me dijo que me amaba. Tenía toda la razón de creerle. ¿Cierto? Joseph no respondió. —Entonces ella se enteró. La chica con la que lo estaba viendo me rastreó un día en la escuela, y me dijo que dejara de follar con su novio. Pensé que era un error, así que le pregunté a el… —No era un error, —adivinó Joseph. —Nop. Su nombre era Tiffany, y ellos habían estado juntos desde séptimo año. Yo era la otra mujer… o chica, técnicamente. Lentamente, miré hacia arriba y vi a Joseph haciendo una mueca—. Que hijo de puta, — dijo él. — No puedes hablar. Eres el más grande playboy que hay. —Es verdad, —admite—. Pero no hago promesas. El te dijo que te amaba. El hizo un compromiso. Yo no haría eso nunca. Una chica puede creer lo que quiera creer, pero no digo nada que no sienta. Lo que el hizo es la marca de un verdadero hijo de puta. 

—En fin, el esta de vuelta en la ciudad esta semana con Tiffany… su prometida. Joseph dejó escapar un silbido bajo—. Ah, eso es embarazoso. — ¿Tu crees? Hubo una larga pausa. Finalmente, Joseph habló, —Bien, ¿Quién es el? ¿Lo podría recordar? —No lo se. Quizás. Su nombre es Sterling Geither. —Sterling Geither. —La cara de Joseph se tornó en horror—. ¿Sterling Geither? ¿Te refieres a ese extraño chico? El chiflado con acné y nariz de garfio? —sus ojos se abrieron como platos sorprendido—. ¿Dime como demonios él tenia dos chicas? ¿Por qué alguien saldría con el? ¿Por qué saliste con el? El era una bestia. Sentí que mis ojos se contrajeron—. Gracias, —murmuré—. 

¿No crees que tal vez eso es lo mejor que una Duff puede lograr? La expresión de Sterling se cayó. El miró más allá de mi, examinando nuestro reflejo en el espejo de la habitación. Después de unos momentos de incomodo silencio, el dijo— Sabes, Demi, no eres tan inatractiva. Si tienes cierto potencial. Tal vez si te la pasaras con diferentes amigas…

 —Detente, —digo—. Mira, ya me he acostado contigo dos veces. No tienes que alagarme. Además, amo mucho a mis amigas como para cambiarlas por el bien de lucir más atractiva. — ¿De verdad? —Si. Me refiero, Selena ha sido mi mejor amiga, desde, siempre, y ella es la persona más leal que he conocido. Y Miley… buen, ella no tiene idea de su hermano y yo. No éramos amigas en ese entonces. 

En realidad, no quería conocerla después de que Sterling y yo rompimos, pero Selena dijo que seria bueno para mí y ella tenia razón… como siempre. Miley puede ser un poco histérica, pero es la más dulce e inocente persona que conozco. Nunca podría dejarlas solo por lucir bien. Eso me haría una verdadera idiota. —Entonces tienen suerte de tenerte. —Te dije que no halagaras… —Solo estoy siendo honesto. —Joseph frunció el ceño mirando al espejo—. Solo tengo un amigo… un verdadero amigo. Harrison es el único tipo con que se me verá, y eso es porque no estamos tratando de atraer a la misma audiencia, si sabes a lo que me refiero—. Una pequeña sonrisa se expandió en sus labios cuando volteó a verme. 

—La mayoría de las personas harían lo que fuese para evitar estar con la Duff. —Bueno, creo que no soy la mayoría—. El me miró seriamente—. ¿La palabra ni siquiera te incomoda? —preguntó. —No. —Sabía que era una mentira en el segundo en que la respuesta pasó por mis labios. Si me molestaba, pero no admitiría eso. Especialmente no a él. 

Pasion Peligrosa Capitulo 1




Cinco años después…

Demi aguzó la vista a través del parabrisas salpicado de una intensa lluvia para adivinar el trazado de la carretera llena de curvas mientras conducía hacia la mansión iluminada. En pleno mes de febrero, las ramas desnudas de los robles se cernían sobre la estrecha calzada hasta entrecruzarse y formar una suerte de armadura natural que apenas permitía el paso de la luz. Era noche cerrada.

La finca de la familia Pierce, que constaba de más de cien acres de tierra y que permanecía oculta a los curiosos gracias a un muro de piedra cubierto de hiedra de más de dos metros y medio y una hilera de encinas, era una obra maestra de diseño y privacidad. El centro neurálgico era una espléndida mansión de estilo colonial, propiedad de William y Maureen Pierce, que eran los ciudadanos más destacados de la ciudad.

Un antepasado de la familia Pierce había fundado Moriah's Landing en 1652 y sus descendientes habían vivido allí desde entonces. La familia mantenía una presencia activa en varios frentes, en especial en la política y las ciencias. Los rumores señalaban que el baile de disfraces que ofrecía el matrimonio Pierce en su lujosa mansión esa noche no respondía tan solo al hecho de continuar la tradición iniciada en Año Nuevo para conmemorar el trescientos cincuenta aniversario de la fundación de la ciudad, sino también para ayudar financieramente a la primera campaña política de su primogénito.

A Demi le gustaba Drew Pierce y estaba convencida de que sería un buen alcalde, sobre todo si pensaba en lo poco que le importaba Frederick Thane, que ocupaba el cargo por el momento. Pero a pesar de los chismorreos que circulaban entre los asistentes, Demi no estaba demasiado emocionada con el baile. Nunca se había sentido muy a gusto en esa clase de acontecimientos y un baile de máscaras era algo que le resultaba bastante ajeno. Pero había decidido que disfrazarse y aparentar ser otra persona distinta a ella podría no ser tan malo. Una aristócrata del siglo XVII, vestida con un deslumbrante vestido dorado y un atrevido escote, tal vez sabría cómo manejar la situación y aprovechar sus oportunidades, si se presentaba alguna. Algo que nunca habría podido acometer Demi Douglas. Se miró el escote, desconcertada por la amplitud del mismo, y suspiró.
Un relámpago repentino la cegó por un momento y redujo la marcha de su coche. Nubes negras y plomizas ensombrecían la línea del horizonte y podía escucharse, por encima del ruido del motor, el terrible sonido de los truenos.
A última hora de la tarde, cuando las primeras gotas golpearon el techo de su acogedor chalé, había abierto la ventana comprendiendo, mientras un escalofrío recorría su cuerpo, que esa noche habría tormenta. Siempre estallaba una tormenta en Moriah's Landing en los momentos más trascendentales. Así había ocurrido, tal y como le habían contado, veinte años atrás la noche en que asesinaron a la madre de Miley Ridgemont. Y así también había ocurrido quince años después la noche en que Taylor Cavendish desapareció dentro de la cripta embrujada.
Encontraron a Taylor vagando por el cementerio al cabo de varios días. Tenía el cuerpo magullado y estaba tan trastornada que se mostró incapaz de relatar lo sucedido. Fue internada en un hospital psiquiátrico, ciento cincuenta kilómetros al oeste de Moriah’s Landing. Cada vez que Demi había acudido a visitarla su sentido de la culpabilidad se había agudizado.

Sabía que ese comportamiento no era racional. Ella no habría podido hacer nada para salvar a Taylor aquella noche. Ni ella ni el resto de las chicas habían visto quién se había llevado a Taylor. Hasta ese día, las autoridades no habían podido desentrañar el misterio. Nadie comprendía cómo el asaltante había logrado entrar en el mausoleo, reducir a Taylor y llevársela sin ser visto. Al principio, las chicas habían resultado sospechosas. La ceremonia de iniciación para entrar en la fraternidad podría haber derivado en algo terrible. Pero todas se habían mostrado tan destrozadas, tan aterrorizadas, que la policía había terminado por aceptar su versión.
La sola idea de que cualquiera de ellas hubiera podido hacer algo semejante a la pobre Taylor era sencillamente…
El coche tomó una curva cerrada a la derecha y, por un momento, Demi se situó en dirección este. En la distancia atisbo The Bluffs, un castillo de piedra sobre un acantilado muy escarpado que terminaba en el mar. Fue en aquel lugar, sobre las rocas abruptas que rodeaban el castillo, donde Ashley Pierce había encontrado su fatal destino, apenas un mes después de que hubiera aparecido Taylor. También había ocurrido en una noche tormentosa.
Primero había sido Taylor y después Ashley.

Tan solo quedaban tres con vida. Miley, Selena y ella. Y la pobre Selena no había gozado de una vida especialmente dichosa. Había tenido que abandonar la universidad después de quedarse embarazada. Y desde entonces había luchado a brazo partido para sacar adelante a su hijo, que nunca había conocido a su padre, y cuidar de su madre enferma. Demi frunció el ceño. A veces no podía evitar pensar que aquella noche había desatado algo terrible, un poder maligno. Y a veces se preguntaba si ella y Miley no serían las siguientes en la lista.
Pero entonces pensó que Miley ya había sufrido. Su madre había sido asesinada cuando ella tenía tan solo tres años y nunca habían detenido al responsable. Eso dejaba a Demi como única víctima posible.
Los rayos resplandecieron sobre el cielo negro y, por un segundo, la silueta del castillo se recortó contra la noche oscura. Se encontraba a varios kilómetros de distancia, pero Demi habría jurado que había visto una figura acechante sobre una de las torres. Estremecida, pensó en David Bryson. El hombre que quizá había asesinado a su amiga Ashley.

Detuvo el coche frente a la mansión de los Pierce y esperó a que dos sirvientes acudieran a su encuentro. Uno de ellos llevaba un paraguas para protegerla de la lluvia mientras bajaba del coche. El otro subió al asiento del conductor para aparcarle su nuevo y flamante Audi. Demi hizo una mueca de disgusto al escuchar el chirrido de las ruedas contra el pavimento mojado, pero no se volvió. Al contrario, se envolvió en su chal de terciopelo y subió los escalones de granito. Las enormes puertas de madera de roble se abrieron a su paso y Demi hizo su entrada en el vestíbulo. Alguien le quitó el chal de los hombros a la entrada. Demi se tomó un momento para arreglar los pliegues dorados de su vestido. Al levantar la vista se quedó sin aire.
Había estado en la mansión en el pasado, antes de la muerte de Ashley. Demi había olvidado la elegancia y la opulencia del lugar.

Unos escalones de mármol con incrustaciones daban paso a un inmenso vestíbulo, a un nivel más bajo que la entrada, presidido por un suelo de tablero de ajedrez. Justo al otro lado, una magnífica escalera conducía al piso superior y estaba coronada por una inmensa vidriera que, durante el día, filtraría los rayos del sol. Esa noche, sin embargo, solo se escuchaba el golpeo constante de la lluvia contra el cristal. Bajo la vidriera, la escalera se dividía en dos brazos que desembocaban en una amplia galería, profusamente iluminada con candelabros de pared y lámparas de araña.

A la izquierda del vestíbulo otra puerta de doble hoja se abría al salón de baile. Demi echó un vistazo. Apreció el murmullo del roce de los vestidos mientras los cuerpos livianos giraban en el aire igual que si estuvieran flotando. Demi tuvo la impresión de adentrarse en otra época. Las mujeres Lucían joyas y vestidos de seda sacados de otra época, de otro siglo. Y los hombres estaban engalanados de las más variadas formas, desde los uniformes militares hasta las togas de magistrados, incluidas las pelucas.
¡Y qué decir de las flores! Seguramente habían vaciado todas las floristerías y todos los invernaderos desde Moriah's Landing hasta Boston para preparar unos arreglos tan suntuosos. Casi todos los adornos florales estaban hechos en blanco y rojo, en honor al Día de San Valentín, aunque la celebración no tuviera mucho que ver con el baile. Había ciclámenes rojos y rosas que sobrevolaban como mariposas una fuente, dispuesta con mucho colorido junto a las mesas del bufé. Velas en forma de corazón flotaban en el agua entre pétalos de rosa y capullos de gardenia.
Demi no podía pensar en un entorno más romántico, pero había acudido sola.
Mientras permanecía de pie en el vestíbulo, reacia a sumarse a la multitud, una mujer vestida con un deslumbrante vestido azul y una máscara elaborada a partir de plumas de pavo real emergió de entre la muchedumbre y acudió a su encuentro. La mujer se quitó la máscara y Demi sonrió, contenta al reconocer una cara amiga.
Aunque no la conocía demasiado, se habían encontrado en Threads, la tienda de ropa de diseño regentada por Rebecca Smith, donde había ido a buscar su vestido. Becca, amable pero muy firme, la había alejado de los diseños más austeros, hacia los que se había dirigido de forma automática. Muy al contrario, la convenció para que eligiera un vestido de fantasía, bordado en oro, compuesto por un corpiño ajustado en la espalda y una falda larga hasta los tobillos.
Demi se quitó su máscara de cisne e hizo una reverencia ante Becca.
— ¿Y bien? —preguntó—. ¿Qué tal estoy?

—Deslumbrante —respondió una voz masculina que surgió tras ella.
Demi se giró y su mirada se posó directamente sobre el hombre que estaba en lo alto de los escalones de la entrada. Acababa de entrar y los hombros de su capa negra brillaban debido a la lluvia atrapada en la tela. Se deshizo de la esclavina y se la tendió al mayordomo sin mirarlo, con la vista fija en las dos mujeres que aguardaban en el vestíbulo. Vestía todo de negro, igual que un fantasma, y la máscara dorada que le tapaba la mitad del rostro resultaba a un tiempo terrorífica y atractiva.
Descendió lentamente los escalones y Demi tuvo que reprimir el impulso de alejarse de él. Había algo sobre ese hombre que…
—Mi nombre es Lucian LeCroix —se presentó con una voz tan lúgubre como la noche, y antes de que Demi pudiera reaccionar, tomó su mano y la besó.
— ¿Profesor LeCroix? —Acertó a balbucear finalmente.
—Sí, en efecto —y arqueó la ceja que no ocultaba la máscara—. ¿Nos conocemos? Estoy convencido de que la recordaría.
—No, no nos conocemos —aseguró Demi—. Pero sabía que vendría esta noche. Lo hemos estado esperando.
— ¿Quiénes? —preguntó, desconcertado.
—El equipo del Instituto Heathrow. Ha venido a sustituir al Doctor Vinter, ¿verdad?
Ernst Vinter, director del Departamento de Inglés, había fallecido repentinamente de un infarto hacía varias semanas. En vez de nombrar a alguno de los adjuntos, el Profesor Barloft, director del Instituto, había contratado al protegido de un antiguo amigo de la familia. El Profesor LeCroix traía unas referencias inmejorables, pero Demi no pudo evitar sentir un cierto resentimiento hacia él. Tenía amigos entre los profesores de la facultad que habrían merecido ese puesto.
El Profesor LeCroix todavía sostenía su mano y Demi la retiró. Levantó ligeramente la barbilla antes de hablar.
—Me llamo Demi Douglas. Soy profesora de Criminología en Heathrow.
—Doctora Douglas —añadió Becca.
Si lo sorprendió el título y la edad de Demi, el Profesor LeCroix lo ocultó.
—Entonces seguro de que esta es mi noche de suerte. Confiaba en coincidir con algún colega esta noche y resulta que usted es la primera persona que me encuentro. Si pudiera convencerla para que se apiadara de mí y me enseñara el campus mañana, entonces sería un hombre afortunado.
Demi vaciló un momento y el profesor se apresuró a tomar la delantera.

—Siempre que esté libre, por supuesto —añadió—. Creo que he sido un poco presuntuoso, pero he llegado hoy mismo desde Boston y todavía no he tenido tiempo para orientarme.
Demi todavía dudaba. No quería destinar toda la jornada del sábado a un perfecto desconocido, si bien la cortesía profesional la obligaba a cumplir con un colega. Además, ¿acaso tenía algo mejor que hacer ese fin de semana? Tendría que poner la lavadora y corregir exámenes.
Y Demi tenía que admitir que Lucian LeCroix, a tenor de lo que dejaba ver la máscara, era un hombre muy atractivo. Aparentaba unos treinta años, diez más que ella, y era moreno. Sus ojos eran negros y muy penetrantes.

Decidió que no sería tan mala idea recorrer el campus en compañía de un hombre tan apuesto. Quizá de ese modo sus alumnos dejarían de llamarla «Hermana Demi», una referencia a su falta de experiencia en el campo de los placeres terrenales más que a sus cualidades de santa. Para Demi era un misterio el modo en que las adolescentes podían calar con tanta precisión a sus profesores.
Pero la verdad era que gran parte de la vida seguía siendo un misterio para Demi.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Pasion Peligrosa Jemi




El cielo había estado despejado todo el día. Pero, a medida que caía la tarde, llegaron desde la costa grandes nubes de tormenta que ocultaron la luz de la luna y extendieron sus sombras amenazadoras sobre un paisaje inhóspito e inquietante. También se había levantado el viento, que arrastraba las hojas caídas sobre el cementerio.
Demi Douglas sintió un escalofrío. Había algo extraño en el aire, algo diabólico. Miró la esfera luminosa de su reloj. Era casi medianoche. La hora en que los espíritus salían de sus refugios…
Acurrucada al lado de sus amigas junto a la tapia del cementerio observaron las extrañas formas de las lápidas y los mausoleos, en un estado de extrema agitación. Recortadas contra la oscuridad de la noche se erigían las figuras esculpidas en bronce de los ángeles custodios, las cabezas bajas y las alas recogidas, centinelas celestiales tan fríos y callados como las tumbas que vigilaban.
Demi no quería estar allí. Hubiera preferido encontrarse en cualquier otro sitio. La idea de pasar la noche en el Cementerio de St. John formaba parte de las pruebas de iniciación para entrar en la fraternidad. Pero, además de tratarse de una auténtica locura, iba contra las reglas. Se meterían en un buen lío si la escuela se enteraba de lo que estaban haciendo.
— ¿Crees que veremos al fantasma de Leary esta noche? —preguntó Taylor Cavendish con voz trémula.
Era una chica muy pálida, delgada y estaba todavía más asustada que Demi ante la noche que se avecinaba. Un golpe de viento agitó las grandes puertas de hierro forjado. El sonido metálico, sordo y carente de eco hizo que Taylor diera un brinco.
—Dicen que aparece cada cinco años —añadió.
— ¡Vamos, por favor! —Se burló Miley Ridgemont—. No creerás en serio todas esas historias de brujas y fantasmas, ¿verdad? No es más que una invención para atraer a los turistas. No hay nada de cierto en todo eso.
— ¿Y qué me dices de esas mujeres que murieron asesinadas en Moriah's Landing hace quince años? —indicó Taylor en tono desafiante—. ¿También se inventaron eso?
— ¡Taylor! —Le reprendió en voz baja Selena Dudley.
— ¡Oh, Dios mío, Miley! —Taylor se llevó la mano a la boca—. Lo siento mucho. Lo había olvidado.
—No te preocupes —Miley le quitó importancia—. Yo misma lo olvido algunas veces.
Pero Demi no creía que eso fuera verdad. La madre de Miley había sido la primera víctima de un asesino en serie que había aterrorizado a la población de Moriah's Landing quince años atrás. Antes de que su reino de terror finalizara, el asesino había acabado con la vida de tres mujeres más. Demi sabía que, aunque Miley fingiera indiferencia, la obsesionaba el recuerdo de la muerte de su madre. Los asesinatos todavía angustiaban al pueblo porque el asesino nunca había sido detenido.
Demi sintió cómo se le erizaba el pelo de la nuca. Deseaba creer con todas sus fuerzas que no tenían nada que temer, ni por parte del asesino ni por parte del espíritu de Leary, pero no lograba librarse de la congoja que la atenazaba.
A sus quince años, era la más pequeña del grupo. El resto de las chicas ya habían cumplido los dieciocho y Demi era consciente en todo momento de la diferencia de edad. No tenía intención de ser la primera en proponer que dieran media vuelta.
— ¿Demi?
Parpadeó al recibir el haz de luz de una linterna sobre los ojos.
— ¿Estás bien? —Preguntó Selena con cierta preocupación—. Estás más callada que un muerto. No has dicho una palabra desde que hemos llegado.
—Solo estaba pensando —contestó Demi.
— ¿Pensabas en McFarland Leary? —La atormentó Miley, que la miraba por encima del hombro.
— ¿Y en quién si no? —replicó en un tono ligeramente defensivo.
—Tú también crees en los fantasmas, ¿verdad? —Le susurró al oído Taylor.
Demi tenía muchas dudas. No estaba muy segura de sus propias creencias. Pero tenía la absoluta certeza de que ocurrían cosas en el mundo que no tenían explicación.
— ¡Mirad! —Dijo Ashley Pierce en un susurro ahogado—. ¡Ahí está!
Ashley y Miley iban a la cabeza del grupo. Se pararon en seco y Ashley iluminó con su linterna la tumba de Leary. El paso del tiempo y el clima habían limado la superficie de la lápida. Apenas se apreciaba la huella de las letras talladas sobre la piedra, pero todas sabían que se trataba de la tumba de Leary.
Los rayos centelleaban sobre sus cabezas y el viento racheado barría el cementerio. Ashley, con las manos temblorosas, se recogió la melena rubia con una pinza.
—Será mejor que nos pongamos manos a la obra antes de que estalle la tormenta —dijo.
Las chicas se arrodillaron y formaron un círculo alrededor de la lápida. Ashley colocó su linterna en el centro. Después sacó una caja de madera de su mochila y la sostuvo en alto sobre la luz.
—Dentro de esta caja hay cinco rollos de papel —entonó solemnemente elevando su voz sobre el viento—. Todos están en blanco excepto uno. Quien elija la imagen de McFarland Leary deberá entrar en el mausoleo encantado. Sola.
Demi era la última y no tuvo elección. El resto había aguardado por ella y ahora todas se disponían a desenrollar los rollos de papel que habían seleccionado.
A su lado, Taylor lanzó aullido de terror. Sostuvo en alto la tira de papel frente al resto de las chicas para que todas pudieran ver el grabado de McFarland Leary.
De todas ellas, Taylor era la que estaba menos pre—parada para entrar sola en la cripta embrujada. Era la más sensible y la más asustadiza.
—Yo iré en tu lugar, Taylor —se ofreció Demi haciendo acopio de todo su valor.
—No —intervino Selena—. Eres la más joven, Demi. No voy a permitir que vayas sola a ninguna parte. Iré yo.
—Yo lo haré —apuntó Ashley, que arrugó su papel y lo guardó en el bolsillo—. Este cementerio está habitado por todos mis antepasados. Ellos me protegerán.
—Ninguna de nosotras irá —dijo Miley, cerró la caja de madera y miró al resto de las chicas. El viento le azotaba el rostro y le apartaba el pelo negro de la cara hasta conferirle un aspecto sobrenatural—. No pueden obligarnos a hacerlo. Las novatadas son propias de la Edad Media.
Hubo murmullos de asentimiento entre las chicas, pero Taylor sacudió la cabeza y se puso en pie.
—No se trata realmente de una novatada. Al menos, no en el mal sentido. Es una tradición. Además, no quiero que nos expulsen de la fraternidad por mi culpa.
— ¿Y a quién demonios le importa…? —apuntó Miley con enojo.
—A mí —afirmó Taylor en voz baja—. Puedo hacerlo. Tengo que hacerlo. Estaré bien.
Ignorando las quejas del grupo, Taylor tomó su linterna y avanzó hacia el viejo mausoleo. Cada vez que un rayo iluminaba el cielo Demi podía ver el perfil de una cruz rota recortado contra un cielo de tormenta.
Lentamente, Taylor subió los escalones de piedra, empujó la puerta y, tras girarse una sola vez hacia el grupo, se adentró en la oscuridad. Por un momento, sus amigas pudieron seguir con la mirada el haz de luz de la linterna rebotado contra las paredes. Pero, de súbito, la puerta se cerró a su espalda con un chasquido.
—Voy a ir a buscarla —dijo Miley.
Hizo intención de levantarse, pero Ashley la sujetó de la mano.
—No, espera. Quizá sea algo que realmente quiera hacer por sí misma. Además, estaremos aquí por si nos necesita.
—Entonces tenemos que llevar a cabo nuestra parte —señaló Selena—. ¿Estamos todas de acuerdo?
—De acuerdo —susurró Demi.
Pero se sentía culpable porque, si bien estaba muy asustada por Taylor, también se sentía muy aliviada por no encontrarse en su lugar.
—Una vez que juntemos nuestras manos, el círculo no debe romperse —advirtió Ashley—. Ni física ni mentalmente.
Demi cerró los ojos con fuerza mientras las chicas se daban las manos y cerraban el círculo. Dispuestas de ese modo convocaron a las fuerzas de la Naturaleza para que protegieran a Taylor del espíritu de McFarland Leary o de cualquier criatura maligna que vagara por la noche.
Pero, durante una fracción de segundo, la mente de Demi rompió la promesa y acudió a su mente la imagen de Joseph Jonas, un chico del que había estado enamorada durante años. Debido a sus problemas con la justicia, había dejado la escuela el año anterior y había abandonado el pueblo en medio de la noche. Demi no tenía la menor idea de adonde habría ido ni si lo volvería a ver. Pero rezó para que, allá donde estuviera, también se encontrara a salvo.
Y en el instante preciso en que su concentración se había debilitado y el círculo se había roto, un trueno estalló sobre sus cabezas y un grito rasgó la noche.
¡Taylor!
Las chicas se levantaron atropelladamente y corrieron hacia la cripta. La puerta parecía atrancada, pero Miley consiguió abrirla de un empujón. La luz de su linterna alejó las sombras y despidió destellos de las telarañas, suspendidas sobre el techo. El olor a muerte y decadencia impregnaba el aire, pero no había señal de Taylor.
El corazón de Demi empezó a latir con fuerza, presa de una terrible sospecha. Sabía lo que había ocurrido. El círculo protector se había roto cuando ella había pensado en Joe. Ella había abierto la puerta al Mal y ahora Taylor había desaparecido.
Y ella había tenido la culpa.