—Déjalo ya, Demi. No me convences —dijo Joe mientras dedicaba
una mirada severa a la mujer que estaba sentada al otro lado del escritorio. Demi
le había argumentado muy razonablemente por qué debería permitirle echar una
mano en las tareas del rancho, pero él no estaba dispuesto a ceder. No quería
correr el riesgo de que resultara herida.
—No seas testarudo, Jonas —replicó ella—. Necesitas ayuda y yo
tengo tiempo para ofrecértela.
—No.
—Puedo comprobar el estado de los molinos y los pozos, puedo
informar sobre el ganado enfermo o herido…
—He dicho que no. Trabajar sola puede ser peligroso.
—Podría formar equipo con uno de tus hombres.
Aquello era lo último que quería Joe.
—No conoces la zona.
—Eso es una tontería, y lo sabes. Estaría trabajando con alguien
que la conoce. Además, ayer recorrí el área que va de aquí al Cañón del Diablo.
—Mantente alejada del Cañón del Diablo —ordenó Joe.
Demi se levantó rápidamente para salir.
—No hay problema.
Joe iba a decir que aquello no significaba que hubiera
consentido, pero en ese momento sonó el teléfono y Demi aprovechó para irse.
Dos horas más tarde Joe y Ryan cabalgaban por el cuadrante sur
del rancho. Joe se dijo que el hecho de que demi estuviera trabajando con Tom
Davison no tenía nada que ver con la dirección que había elegido. Simplemente
estaban dando el paseo que le había prometido a su hijo unos días atrás.
Pero lo cierto era que, tras hablar con Brad, no había podido
ensillar su caballo tan deprisa como le habría gustado. Tom tenía fama de
donjuán, y a Joe le irritaba la idea de que Demi estuviera sola con él.
—Mira papá —dijo Ryan, y señaló el rebaño de vacas que había
ante ellos—. Ahí están Demi y Tom.
Joe sintió que el corazón se le subía a la garganta al ver que Demi
estaba a punto de lazar un novillo de gran tamaño para marcarlo. La acción fue
rápida y efectiva y, a pesar del miedo que le produjo, no le quedó más remedio
que admirar la habilidad con que la llevó a cabo.
Contempló cómo ambos desmontaban después de haberlo tumbado, lo
marcaban y luego intercambiaban una palmada antes de recoger sus lazos. Para
cuando los alcanzaron, Joe podría haber partido en dos un clavo con los
dientes.
—Puedes venir a echarme una mano cuando quieras, cariño —dijo
Tom. Luego se volvió hacia Joe y sonrió—. ¿Has visto…?
—Demi, llévate a Ryan a casa —ordenó Joe—. Ya has tenido
bastante por hoy.
—Pero no he terminado…
—Ya me has oído. Vuelve a la casa.
Demi dudó un momento. Luego montó su caballo y se acercó al de
Ryan.
— ¿Qué problema tienes, Jonas?
Joe no apartó la mirada del otro vaquero.
—Necesito hablar de algo con Tom.
Tom le devolvió la mirada.
—Haz lo que dice. Al parecer, el jefe quiere desahogarse.
Una vez que Demi y Ryan se hubieron alejado, Joe apoyó una mano
en el pomo de la silla.
—Llevas suficiente tiempo trabajando en esto como para saber lo
que puede pasar cuando se tumba a un novillo como lo habéis hecho. Sobre todo
si el que laza no es un experto.
—Demi me ha dicho que ya lo había hecho antes —dijo Tom, tenso—.
Y tal como ha lazado al novillo…
—Podría haber resultado herida o muerta —interrumpió Joe—. Si
quieres seguir trabajando en el Rocking M, más vale que no se te ocurra volver
a ponerla en peligro —sabía que se estaba comportando como un auténtico
estúpido, pero no podía remediarlo—. Y ya que estamos en ello, la señorita Lovato
es territorio prohibido. Está aquí para realizar un trabajo y no quiero que se
distraiga.
Tom lo miró atentamente un momento.
— ¿Es ese el verdadero motivo, o la está reivindicando como
suya, jefe?
Sin pararse a pensarlo dos veces, Joe asintió.
—Yo ya te he advertido
—¿Te gustan los perros, Demi? —preguntó Ryan.
—Claro. ¿Por qué?
—Quiero un cachorro.
Joe detuvo su caballo junto a un álamo y oyó la excitada voz de
su hijo. Sonrió mientras desmontaba. Estaban sentados a la orilla de un arroyo,
y parecía que el niño había convencido a Demi para salir a pescar después de
haber regresado al rancho.
Con el ánimo ligero, se encaminó hacia ellos. Había pensado
mucho desde que dejó a Tom en el pasto norte, y había llegado a varias
conclusiones. Durante los días pasados había estado evitando a Demi, pensando
que así se aplacaría la atracción que sentía por ella, pero lo cierto era que
solo había servido para alentarla.
Sonrió, satisfecho. Había notado que ella tampoco era totalmente
inmune a él, de manera que, ¿por qué no aprovechar el tiempo que iban a estar
juntos?
Lo único que le quedaba por hacer era convencerla.
—El otro día querías un gatito —dijo cuando estuvo junto a ellos—.
Si tuvieras un cachorro, ¿quién lo cuidaría?
— ¡Yo! —Ryan dejó su caña a un lado y se puso en pie de un salto—.
¿Puedo tener uno?
Joe rio mientras lo tomaba en brazos.
—Sí, pero tienes que prometer que cuidarás de él.
— ¡Lo prometo, papi, lo prometo! ¿Cuándo podemos ir a buscarlo?
¿Hoy?
Joe guiñó un ojo a demi y dejó al niño en el suelo.
—Podríamos ir a Amarillo esta tarde, pero, ¿qué me dices de la
pesca?
Demi sintió que los latidos de su corazón se aceleraban cuando Joe
le dedicó su devastadora sonrisa.
—Ya no quieres pescar más, ¿verdad, Demi? —preguntó Ryan,
esperanzado.
—No, supongo que no.
Al ver que Joe se agachaba, Demi supuso que iba a recoger la
caña de Ryan, pero lo que hizo fue apoyar una de sus grandes manos en las de
ella. Se miraron y sintió que una intensa calidez llegaba hasta el fondo de su
alma. Cuando tiró de ella con suavidad para que se levantara, su corazón dio un
vuelco.
Retiró su mano con tal rapidez de la de Joe que perdió el
equilibrio y experimentó de inmediato la extraña sensación de volar. Un
instante después, el agua del riachuelo se cerraba sobre su cabeza y su trasero
golpeaba contra el mullido lecho del fondo. Un gran objeto cayó a su lado y,
cuando logró erguirse y apartar su pelo empapado del rostro vio el sombrero de Joe
flotando a su lado. Al parecer, también le había hecho perder el equilibrio a
él.
Ryan rio.
—Cuidado, Demi.
Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, unos fuertes
brazos la rodearon por las piernas y volvió a caer. Cuando logró ponerse en pie
y vio a Joe a su lado, le salpicó el rostro con agua.
—Eso ha sido tu perdición —dijo él, y su profunda risa resonó
cálidamente en el cuerpo de Demi.
Cuando vio que empezaba a avanzar hacia ella, trató de alcanzar
la orilla, pero la corriente le impidió moverse todo lo rápido que habría
querido y Joe la atrapó por la cintura.
Ella luchó por liberarse.
—Seguro que no quieres hacerlo, Jonas.
— ¿Por qué no?
—No me gusta que me hagan ahogadillas.
El rio y volvió a llevarla hasta el centro del riachuelo.
—A mí tampoco me ha gustado que me tiraras al agua ni que me
salpicaras, querida.
Riendo, Demi no sonó tan convincente como le habría gustado.
—No lo he hecho queriendo. En serio.
—Y yo tampoco voy a hacer esto queriendo —dijo Joe, y volvió a
arrojarla al agua.
Demi logró tomar una bocanada de aire antes de sumergirse y,
moviéndose bajo la superficie, logró colocarse tras él. El acertado empujón que
dio a la parte trasera de sus rodillas logró el resultado deseado. Joe cayó al
agua como un saco de ladrillos.
Cuando salió, estrechó a Demi contra su sólido cuerpo.
— ¿Tregua?
—Tre… tregua —asintió ella con voz ronca. La proximidad de Joe
hacía estragos en sus sentidos, y se sorprendió rodeándolo por el cuello con
los brazos.
— ¿Vais a salir de una vez del agua para que podamos ir a
comprar mi cachorro? —preguntó Ryan, claramente impaciente con los dos adultos.
—Por supuesto —contestó Joe sin apartar la mirada de Demi—.
Tengo una idea. ¿Por qué no recoges las cañas y las llevas a casa? Nosotros
iremos enseguida.
Cuando el niño tomó las cañas y se alejó hacia la casa, Demi vio
que una lenta sonrisa curvaba los labios de Joe mientras la llevaba hacia la
orilla. Se traía algo entre manos, y estaba segura de que no tenía nada que ver
con la compra del perro.
Si hubiera tenido algo de sentido común, habría salido corriendo
y no habría parado hasta la frontera con Oklahoma. Pero cuando Joe la dejó en
el suelo, su traicionero cuerpo se negó a moverse del sitio.
Empapado, con la camisa y los pantalones pegados al cuerpo y
marcando claramente cada músculo y cada parte de su anatomía, resultaba
realmente difícil resistirse al varonil atractivo de Joe.