miércoles, 19 de diciembre de 2012

Seductoramente Tuya Capitulo 12






Casi habían terminado de comer cuando Joseph entró en el café con su padre.
—Hola, Demi la saludó Caleb tras acercarse a su mesa—. Clark, ¿cómo te va?
—Bastante bien, Caleb. ¿Y a ti?
—Voy tirando.
Demi miró a Joseph y vio que este la observaba con el ceño fruncido. En seguida suavizó su expresión, pero ella se preguntó a qué habría venido el gesto inicial. No imaginaba qué podía haber hecho para enfadarlo.

—Hola, Demi dijo Joseph con formalidad. Clark añadió en tono gélido.
—Joseph contestó el contable con similar frialdad.
Sorprendida por el obvio antagonismo entre ambos, Demi conjeturó qué podría haberlos enfrentado. Que ella supiera, los Jonas nunca habían tenido problemas con la familia de Clark. Debía de ser algo personal.
— ¿Qué tal los niños, Joseph? preguntó ella, tratando de distender la tensión un poco.
—Bien, gracias.
— ¿Has encontrado ya a una nueva niñera?
—Sí, tengo a una a prueba de momento.
—Espero que te salga bien.

—Gracias. Papá, será mejor que elijamos mesa antes de que estén todas ocupadas.
—Tienes razón contestó Caleb. Me alegro de verte, Demi. A ti también, Clark.
—Igualmente respondió este con una sonrisa forzada.
Joseph se marchó con solo un vago gesto de asentimiento hacia Demi.
— ¿No hace frío de pronto? preguntó ella, simulando un escalofrío.
—Joseph y yo hemos tenemos ciertas diferencias últimamente.
—Vaya, jamás se me habría ocurrido.
—Representa a mi esposa en el divorcio reconoció Clark. Creo que está llevando una línea demasiado agresiva. Pero él dice que se limita a hacer el trabajo por el que lo han contratado.
—Lo siento. No lo sabía.

—Siempre me había caído bien, aunque no lo conocía mucho. Pero eso era antes de ver su faceta de abogado sin escrúpulos.
—Joseph siempre ha sido muy ambicioso. Seguro que trata de conseguir lo máximo posible para su cliente.
—Sí, pues estoy empezando a tomármelo como algo personal. Valerie y yo estábamos llevando las cosas civilizadamente hasta que los abogados se metieron por medio... sobre todo, Joseph.
—Siempre es una lástima que se rompa un matrimonio.
—Y más cuando hay niños Clark suspiró. Lo van a pasar mal y lo llevo fatal.
—Lo siento, Clark repitió Demi.
— ¿Quieres postre? Dijo él, cambiando de tema. Cora sigue haciendo esos merengues tan maravillosos.
—Con todo lo que me gustan, me temo que voy a pasar. Estoy demasiado llena. Pero pide tú si te apetece.
—Supongo que será mejor que me abstenga m
urmuró él a regañadientes, mirando hacia su plato, relucientemente vacío. Ya he excedido mi límite por hoy.
Diez minutos después, Demi salió del café, con sus papeles bajo el brazo. No miró hacia la mesa de Joseph, pero tuvo la sensación de que la estaban mirando mientras salía con Clark del restaurante.
Estaba pintando cuando el teléfono sonó aquella noche. Sin soltar la brocha, agarró el inalámbrico con la mano izquierda y contestó:
— ¿Diga?
—Soy Joseph.
—Hola —lo saludó Demi, disimulando su sorpresa. ¿Qué pasa?
—Yo... nada, solo llamaba para charlar un rato. Supongo que he estado un tanto cortante en el restaurante.
—Te tomas tu trabajo a pecho, ¿eh? Demi se sentó en el taburete. Era como si estuvieras examinando al pobre Clark en el juzgado, en vez de en el Café de Cora.
—¿El pobre Clark? No creo que se merezca ese apelativo.

—No sé los pormenores de su divorcio, y preferiría no enterarme de ellos. Clark es mi contable y los detalles de su vida privada no me conciernen se adelantó Demi, recordando el lío en el que se había metido la última vez que había ofrecido consuelo a un actor amigo suyo, en proceso de divorcio.
—Tú solo ten cuidado. No es como pretende aparentar.
—¿Me estás diciendo que no debería fiarme de mi contable?
—No contestó Joseph tras dudar unos segundos. No tengo motivos para cuestionar su trabajo.
—Pues eso es lo único que importa, ¿no? El resto me da igual.
—Entonces, ¿la comida de hoy ha sido estrictamente profesional?
—Sí convino ella con frialdad. Aunque eso es asunto mío.
—Mira no quería entremeterme dijo Joseph. Es que... bueno, no hace mucho que has vuelto a Honoria y probablemente no seas consciente de ciertas cosas.
—Honoria no ha cambiado mucho desde que me fui. Y puedo hacer frente a los chismosos le aseguró Demi. ¿Me llamabas para eso nada más?
—No... Quiero que cenes conmigo mañana por la noche.
Casi se le cayó la brocha. Tuvo que recurrir a sus dotes interpretativas para responder a su ruda invitación:
—¿Ha sido una petición... o una orden?
—Una petición —contestó él en tono arrepentido—. Siento haber sido tan brusco. Me temo que estoy desentrenado en este tipo de cosas. Hace unos cuantos años que no invito a cenar a una mujer.
¿Cómo?, ¿acaso no había tenido una sola cita desde la muerte de su mujer? Demi, que no sabía qué sentir al respecto, consideró la invitación unos segundos.
Fuera cual fuera la razón por la que la invitaba, solo se trataba de una cena, se recordó. Por otra parte, empezaba a sentirse cómoda en Honoria y no quería arriesgarse a que los cotillas empezaran a murmurar por un experimento que probablemente no acabaría yendo a ninguna parte.

Ella había regresado para descansar, a enseñar, a enterrar recuerdos dolorosos y a decidir qué hacer con el resto de su vida una vez que había decidido que su carrera de actriz había llegado tan lejos como estaba dispuesta a llevarla. Y había tratado de convencerse de que era una mera coincidencia que hubiese aceptado el puesto de profesora al poco de enterarse de que Joseph Jonas había vuelto a Honoria.

Pasion Peligrosa Capitulo 12







Demi no estaba segura si debía considerar ese dato como una bendición o una condena.
La habitación en la que se encontraba Demi había sido originariamente la cocina. Los fregaderos y los armarios estaban reformados, recubiertos de acero inoxidable, pero casi todo lo demás había desaparecido. Ahora se utilizaba en calidad de recepción y era el punto de entrada de los cuerpos al depósito. Había carteles en toda la habitación que proclamaban que la estancia cumplía todos los requisitos federales y estatales de higiene. Pese a que no era una habitación habilitada para los cuerpos, Demi pudo oler un desinfectante que le revolvió el estómago.

Había varias puertas en la recepción, la mayoría claramente señalizadas. La sala de embalsamar estaba de frente. A la derecha, junto a ella, estaba el crematorio. A su izquierda estaban los depósitos. Más a su derecha había una puerta que seguramente conducía a las otras dependencias de la funeraria.

Apenas llevaría unos minutos a los empleados y al policía dejar el cuerpo en una de las neveras y regresar a la recepción. El policía seguramente se quedaría de guardia toda la noche, pero Demi confió en que regresaría a su coche patrulla. Si decidía quedarse en la recepción, junto al depósito, Demi tendría un serio problema. Pero no le parecía muy probable. La mayoría de los habitantes de Moriah's Landing eran bastante supersticiosos y eso incluía al departamento de policía.

Tan solo necesitaba encontrar un escondite hasta que el camino se despejara. Estudió sus alternativas una vez más. Finalmente se decidió por la puerta que carecía de indicación. Un pasillo estrecho se abrió ante ella. Vaciló en el umbral de la puerta mientras trataba de orientarse. Pero aquello no tenía sentido. El pasillo no tenía ventanas y la circulación se antojaba precaria. Demi odiaba la idea de encender la linterna, pero no tenía más remedio si no quería tropezar en la oscuridad y arriesgarse a que la descubrieran. Apretó el interruptor y dirigió el haz de luz hacia el pasillo.

Si podía localizar el vestíbulo o la capilla se sentiría segura. Podría encontrar un banco y sentarse a esperar. Y meditar acerca de la situación en la que se encontraría si Joe llegaba a descubrirla. Quizá llegara a amenazarla con… funestas repercusiones. Por un momento, dejó volar su imaginación sobre las posibles consecuencias. Pero enseguida se sacudió esas fantasías. Eran pensamientos pervertidos de una chica, una mujer, que apenas había sido besada.

Aguantó un suspiro justo en el instante en que vio una luz al final del pasillo y escuchó pasos. Alguien se acercaba por las escaleras. Su corazón comenzó a latir con una fuerza inusitada. Había una puerta frente a ella y se precipitó hacia allí. Las diversas capas del vestido rozaban entre sí con estrépito. Apagó la linterna y se coló en la habitación en el momento en que los pasos se acercaban.

Se acercaron más. Todavía más cerca. Y entonces aminoraron la marcha.
Demi contuvo la respiración. Miró alrededor, presa del pánico, en busca de un escondite. Pero no podía ver nada en la oscuridad de la habitación y no se atrevía a encender la linterna. La puerta se abrió y Demi se pegó a la pared, detrás de la puerta, rezando para que los múltiples pliegues de su falda no la delataran.

Por un momento, su suerte quedó en suspenso. No ocurrió nada. Nada se movió. Demi ni siquiera se atrevía a respirar. Se quedó paralizada, el pulso arrebatado en su garganta, mientras rezaba para que se marchase quienquiera que estuviera al otro lado de la puerta.
Entonces se encendió la luz y Demi parpadeó, convencida de que la habían descubierto. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz cegadora, miró en torno a ella. Quienquiera que estuviera en la puerta no había entrado en la habitación, pero Demi no estaba sola. A menos de dos metros de dónde estaba descansaba en un ataúd satinado una mujer que no conocía.
—Buenas noches, señorita Presco —susurró una voz desde el pasillo.
Treinta minutos más tarde, Demi salió de su escondite y se asomó al pasillo. La luz al final del corredor estaba apagada. El señor Krauter había desaparecido escaleras arriba y la impresión de Demi era que tenía el camino despejado.

Antes, había permanecido en la sala de visitas con la señorita Presco el tiempo necesario para dar tiempo al señor Krauter a que desapareciera y se encaminara a la recepción para aguardar la llegada de los restos mortales de Bethany. Mientras aguardaba, estrujada contra la puerta en la sala de visitas, había procurado convencerse de que el hecho de que el señor Krauter hablara con los muertos no tenía nada de raro. Era, incluso, bastante amable.

Pero en su mente comenzaron a formarse extrañas imágenes, visiones que la sumergieron en un sudor frío. No le habría dado tiempo al señor Krauter para llegar a la recepción, pero abrió la puerta de la sala de visitas y salió al pasillo. Después, encontró un nuevo escondite en el que esperar a que el señor Krauter deshiciera el camino y regresara a su mansión en el piso de arriba.

Satisfecha ante el hecho de que el señor Krauter no hubiera regresado por el pasillo, consciente de que los empleados ya se habían marchado y de que el policía estaría haciendo la guardia en algún lugar en el exterior, Demi decidió que ya había llegado la hora de dar el paso.

Se detuvo en medio del pasillo, atenta al silencio del depósito. Al igual que cualquier otro edificio Victoriano, la casa tenía su propia variedad de crujidos y ruidos. Pero nada que fuera realmente demasiado alarmante.

Aun así, no se encontraba muy a gusto. Se tapó con el chal y caminó de puntillas hacia la recepción. Habían dejado encendida una luz sobre uno de los fregaderos y pudo comprobar que la habitación estaba vacía. Sintió la tentación de entreabrir la puerta trasera para establecer con exactitud la posición del agente de policía. Pero si estaba de pie en la entrada, se delataría. Sería mejor seguir con el plan y asumir que estaría cómodamente arrellanado en el coche patrulla. Puede que incluso estuviera roncando a esas alturas de la noche.

Antes de que perdiera el valor o recuperase el sentido común, Elizabeth se apresuró hacia la puerta del depósito, la abrió y entró. La puerta se cerró tras ella con un leve chasquido y Demi refrenó el impulso de girar el pomo para asegurarse de que no se había quedado encerrada dentro. Si se había quedado atrapada, prefería prolongar la ignorancia de este hecho.

La habitación estaba completamente a oscuras. Demi avanzó a tientas, pegada a la pared, en busca del interruptor de la luz. Al no encontrarlo, comprendió que lo más probable era que estuviera en el exterior, junto a la puerta. Era razonable que los empleados de la funeraria desearan encender la luz antes de entrar en el depósito. Decidió utilizar la linterna. La habitación se iluminó lentamente al tiempo que el círculo de luz desvelaba unas instalaciones de acero inoxidable y un aparato bastante tortuoso, suspendido en el techo, que Demi presumió que se utilizaría para levantar y bajar los cuerpos. Recordó que había leído que las lesiones de espalda estaban muy extendidas entre los empleados de las funerarias.

Pasion Peligrosa Capitulo 11






Un coche de la policía, sin luces y con la sirena apagada, seguía al coche fúnebre. Demi se agachó en su asiento, aunque estaba casi segura de que Joe se había quedado en la mansión. Tenía por delante un montón de entrevistas, además de recorrer la finca en busca de huellas, pero lo hubiera abandonado todo al instante si hubiera tenido la menor sospecha de lo que Joe estaba a punto de hacer.

De pronto la asaltaron algunas dudas. Sabía que lo que tenía planeado no era precisamente muy inteligente. Seguramente no fuera una buena idea. Iba a interferir con una investigación policial en curso. Recibiría una sanción, e incluso podría pasar un tiempo entre rejas si la sorprendían, pero no veía otra opción. Cuando había solicitado a Joe, en un segundo intento, que le permitiera examinar el cadáver, él se había mostrado taxativo. Por nada del mundo le daría permiso.
—Concédeme tan solo un minuto, Joe. Es todo lo que te pido. Necesito ver el cuerpo una vez más. Creo que he visto algo…
— ¿Qué has visto?
—Yo… no estoy segura.

Se pasó la mano por el pelo negro, un gesto tan familiar como atrayente, de no haber sido porque Demi estaba profundamente enojada con él. Un sentimiento que, a todas luces, era mutuo.
—No tengo tiempo para esto, Demi.

— ¿Por qué eres tan cabezota? ¿No puedes admitir que quizá necesites mi ayuda?
— ¿Para qué?
—La investigación, ¡por todos los santos!
Joe miró a Demi durante un instante eterno, henchido de tensión. Sus ojos grises parecían fríos y distantes. Y cautivadores.
— ¿Acaso no conoces el refrán, Demi? Los que pueden hacerlo, lo hacen. Y los que no pueden hacerlo, lo enseñan.
Eso había dolido. Demi  le dedicó una mirada de desprecio.
— ¿Tienes miedo de enseñarme el cuerpo, Joe?
— ¿Por qué iba a tener miedo?
—Quizá pienses que puedo encontrar algo que tú pasarías por alto.
La expresión de Joe se endureció y Demi comprendió que había ido demasiado lejos, una vez más. Lo había presionado más de la cuenta hasta enfurecerlo. Quizá hasta despertar su desprecio.

—Mantente fuera de mi camino, ¿de acuerdo? Y procura que no te descubra jugando a ser Nancy Drew en este caso. Te lo advierto, Demi…

¡Nancy Drew! Demi echaba pestes, arrebujada en su asiento de cuero, al pensar en la osadía de Joe al compararla con Nancy Drew. ¿Acaso ella se había doctorado en Criminología? ¿Había mantenido una correspondencia fluida con uno de los más famosos analistas del comportamiento de Quántico? ¿Acaso tenía un coeficiente intelectual de…?
Demi dejó de mortificarse en silencio. Era cierto que nunca había sabido cuándo era el momento de abandonar, pero siempre había considerado la perseverancia una virtud, nunca un vicio. Y estaba segura de que podía ayudar a Joe a resolver el caso si le daba una oportunidad.

Pero estaba obsesionado con su edad, igual que el resto. Si fuera un hombre, si hubiera empleado el tiempo normal para completar su carrera y sus prácticas, nadie habría cuestionado su pericia. Nadie lo habría pensado dos veces antes de solicitar su colaboración en el caso.

Pero tan solo tenía veinte años, aparentaba menos edad y, por esa razón, Joe le estaba cerrando todas las puertas. Una vocecilla interior empezó a burlarse de ella. ¿Se sentía ofendida porque Joe no le permitía cooperar en la investigación o porque aún la consideraba una estudiante inmadura? Una persona por la que nunca podría sentir nunca el menor interés, desde un punto de vista romántico o… sexual.

Demi suspiró. Podía ser un cerebro sin cuerpo si tenía en cuenta la atención que suscitaba entre los hombres. A excepción del Doctor Paul Portier, profesor de Biología en Heathrow, al que no podía considerar seriamente una conquista a tenor de su reputación en lo referente al sexo contrario.

Además, no estaba segura de que no hubiera hecho la vista gorda con ella. Tenía fiebre muy alta cuando se acercó a ella unas semanas atrás en una reunión del claustro de profesores. Era perfectamente posible que hubiera malinterpretado sus gestos y sus palabras. En todo caso, había algo en aquel tipo que le ponía la carne de gallina. El modo en que su mirada había recorrido todo su cuerpo cuando la miraba. El modo en que se le había erizado la piel cuando él la había tocado.

Estremecida, se incorporó en su asiento y miró por la ventana. Las ruedas silbaron sobre el pavimento mojado cuando el coche fúnebre y el coche de policía giraron en la entrada del edificio de tres plantas que albergaba, además de la funeraria y el crematorio, la residencia privada de Ned Krauter, propietario de ambos negocios.

Quizá por respeto a los muertos, o en virtud de la hora, las puertas se cerraron con sigilo cuando los empleados salieron del coche fúnebre, y el agente de policía se deslizó fuera de su coche. Los tres hombres intercambiaron unas palabras y Demi dejó vagar su mirada hacia la funeraria. Las ventanas de la segunda planta, que era la vivienda del señor Krauter, estaban iluminadas. También había luz en la planta baja, donde estaba instalado el servicio de pompas fúnebres.

La tercera planta se había convertido en un apartamento para alquiler. A pesar de toda la actividad que se llevaba a cabo en la entrada, las luces permanecían apagadas. Demi no podía imaginar qué clase de persona alquilaría un apartamento encima de una funeraria y un crematorio. Pero su preocupación no pasaba por el inquilino del señor Krauter, sino por el mismo señor Krauter. Todavía no sabía cómo lograría colarse en el edificio sin que su propietario se diera cuenta. Era una apuesta arriesgada, pero necesitaba desesperadamente examinar de cerca el cuerpo de Bethany. Una vez efectuada la autopsia sería demasiado tarde. Y se perdería para siempre la prueba que tanto la había perturbado.

Después de un momento de conversación, los empleados abrieron las puertas traseras del furgón y sacaron el cuerpo en una camilla. Una sábana, mecida por el viento, cubría el cadáver. Empujaron la camilla hasta la entrada posterior del depósito. Una vez que, acompañados del policía, desaparecieron por la puerta, Demi bajó de su coche, cruzó la calle a la carrera y se apostó contra la pared del depósito, arropada con su mantón de terciopelo. Ahora que la tormenta había pasado la temperatura había descendido drásticamente y podía sentir cómo el frío calaba en sus huesos.

Tal y como había esperado, la entrada posterior estaba temporalmente abierta. Demi entreabrió la puerta con cautela y atisbo en el interior. No había nadie a la vista y Demi entró como un animal furtivo. Nunca había estado en esa ala del depósito, pero la distribución del edificio era muy parecida a la de docenas de casas en Moriah’s Landing.

De Secretaria A Esposa Capitulo 7





Joe hizo una pausa en la conversación que estaba manteniendo con su amigo Hassan acerca del nuevo y espectacular moderno hotel que estaban construyendo para éste en Dubai. Aunque Joe era el responsable del diseño original, dos colegas suyos más habían estado implicados en el proyecto inicial e iban a supervisar las obras en la ciudad saudí. En aquel momento ambos estaban fuera del país hasta el fin de semana, por lo que naturalmente Hassan quería tratar con el jefe de los arquitectos, que a la vez era su amigo.
Quería tratar con Joe.

Este había hecho una pausa en lo que estaba diciendo ya que su amigo estaba mirando descaradamente a la mujer que estaba sentada en el extremo opuesto de la mesa de la sala de reuniones mientras tomaba notas. Al observar el indudable interés que Hassan tenía en Demetria, se sintió invadido por los celos.

 Pero se dijo que no podía culpar a su amigo por mirar a su asistente personal con aquella abierta fascinación. Durante tres interminables meses, él mismo se había sentido frustrado y provocado por el recuerdo del exquisito cuerpo de ella. Había tenido que reconocer que había habido algo más acerca de aquella mujer, algo más profundo aparte de la inolvidable cara que tenía y de las facciones que hacían que todos los hombres desearan conocerla y poseerla. 

Pero no se había permitido a sí mismo indagar mucho sobre ello. Todo lo que sabía en aquel momento era que ninguna otra mujer podría cautivar a nadie tan intensamente como lo hacía ella yendo simplemente vestida con un sencillo vestido y una chaqueta, llevando el mínimo de maquillaje en la cara y sin ninguna joya que adornara su cuerpo. Pero admitir aquello no le hizo estar de mejor humor. Se había sentido muy frustrado desde el momento en el que Demetria había entrado en su despacho y, aunque el deseo que sentía parecía ser algo independiente a su voluntad, estaba preocupado ya que no quería que ella se riera de él una segunda vez.

Carraspeó y Hassan volvió a mirarlo. Este estaba completamente tranquilo y en absoluto avergonzado ante el hecho de que su amigo se hubiera percatado de que había estado comiéndose con los ojos a su asistente personal.
— ¿Qué estabas diciendo, Joe? —preguntó, sonriendo.

Joe miró brevemente a Demetria para reprenderla silenciosamente, como si fuera culpa de ella que el otro hombre hubiera estado mirándola tan abiertamente. Entonces continuó explicándole a su amigo sus planes. Pero tuvo que controlar con todas sus fuerzas el casi irresistible deseo que sintió de que la reunión terminara para así poder llevar de nuevo a Demetria  a su oficina. Pensó que allí por lo menos podría estar de nuevo a solas con ella. 

Consciente de que estaba siendo muy posesivo, debería haberse despreciado a sí mismo por ser tan débil, por sentir algo que sabía que no podía acarrearle otra cosa que no fuera más dolor del que ya le había acompañado durante demasiado tiempo. Pero su ego le impulsaba a no permitir que Demetria lo abandonara una segunda vez, no antes de que obtuviera alguna clase de compensación por la manera en la que ésta se había marchado aquella mañana...

Una hora después, cuando la reunión por fin hubo terminado y Joe había contestado a todas las preguntas de Hassan acerca del nuevo hotel, éste le apartó a un lado en el elegante hall del hotel.

—Joe... tengo que preguntártelo. Tu asistente personal... ¿está soltera? —quiso saber, mirando por encima de su hombro a Demetria.
Ella estaba esperando de pie pacientemente cerca de la entrada.
—No vi que llevara alianza —añadió.

Durante un momento, Joe pensó algo que le intranquilizaba mucho. Ya lo había considerado con anterioridad, desde luego, pero en aquel momento se vio forzado a hacerlo de nuevo. Se planteó si la razón por la cual Demetria se había marchado de aquella manera en Milán sería porque estaba casada. 

Tal vez aquello explicara que no le hubiera dejado ningún número de teléfono ni dirección donde poder encontrarla. Quizá se había arrepentido del adulterio que había cometido y, agobiada por el sentimiento de culpa, se había marchado a toda prisa antes de que él hubiera podido descubrir cualquier detalle personal de su vida con el que haber podido incriminarla.

Frunció el ceño y sintió como la tensión se apoderaba de su estómago.

—No —contestó, esperando fervientemente que fuera la verdad—. No está casada.
—Entonces... ¿sabes si hay algún hombre en su vida? Me refiero a si tiene alguna relación seria.

Sintiendo como le daba un vuelco el estómago, Joe mantuvo la expresión de su cara tan impasible como le fue posible.

—Creo que Demetria no se está viendo con nadie, amigo mío, pero lo que sí sé es que ella y yo tenemos... por decirlo de alguna manera... algunos negocios por resolver. ¿Responde eso a tu pregunta?

Al árabe se le quedaron los ojos como platos. Se encogió de hombros y sonrió.
— ¡Eres un enigma, amigo mío! ¡Pero no me sorprende tu interés en ella! ¿Quién podría culparte por estar con tal belleza?

Al mismo tiempo, ambos hombres dirigieron sus miradas hacia Demetria. De nuevo celoso, Joe se percató de que la delgada pero a la vez contoneada figura de ella, así como sus preciosos ojos y su oscuro y brillante pelo, estaban atrayendo otras miradas aparte de las suyas.

—Yo daría lo que fuera por estar sólo una noche con una mujer como ésa —dijo Hassan, dándole una palmadita a su amigo en la espalda—. Pero lo digo sin ánimo de ofender, amigo mío —se apresuró en añadir al darse cuenta de que el italiano había esbozado una mueca de desaprobación—. Eres un hombre con mucha, mucha suerte.

Mirando a Demetria, Joe pensó que aquello era cuestión de opinión.

—Dejando ese tema a un lado... —continuó Hassan alegremente— me gustará mucho verte esta noche en la pequeña fiesta que tan amablemente vas a celebrar en tu casa para mis socios de Riyadh y para mí. Todos tienen muchas ganas de hablar contigo acerca del increíble trabajo que realizas y, si no estoy equivocado y las cosas marchan bien, al finalizar la tarde tendrás otra valiosa comisión.

Incapaz de ignorar durante un segundo más el hambre que estaba sintiendo, y habiéndose olvidado de tomar las galletitas que se había acostumbrado a llevar en su bolso, Demi llamó con delicadeza a la puerta abierta que separaba el despacho de Joe del suyo para captar la atención de éste.
— ¿Qué ocurre?

La poca cordial respuesta de él tal vez le habría podido resultar intimidatoria si Demi no hubiera estado ya comenzando a acostumbrarse a ello. Entró en el despacho de su jefe y observó que éste estaba colocando en su enorme escritorio unos planos. Se percató de que se había aflojado la corbata y de que tenía el pelo levemente alborotado. Pensó que Joe trabajaba mucho; eran ya las dos y media de la tarde y no había indicación alguna de que fuera a parar para comer o, ni siquiera, para tomarse un café.

Frunció el ceño.
—Me estaba preguntando si podría salir para comer un sándwich. Esta mañana no he desayunado y no sé tú, pero yo tengo bastante hambre. ¿Quieres que te traiga algo a ti?

Él se quedó mirándola... durante largo rato. El silencio que se apoderó de la sala fue casi ensordecedor y ella sintió como si los pies se le hubieran quedado pegados al suelo bajo el perturbador escrutinio de Joe.

— ¿Has oído lo que te he dicho? —insistió, sintiendo como se le formaba un nudo en la garganta debido a la tensión que se había apoderado de la situación.
—Mi amigo Hassan me preguntó si estabas casada —comentó él, arrastrando las palabras. Miró de arriba abajo con sus azules ojos el cuerpo de Demi.

La sensación de hambre que había estado sintiendo ella desapareció instantáneamente. En vez de ello, un hambre de un tipo muy distinto se apoderó de su cuerpo. La lasciva mirada de Joe le hizo sentir como si éste estuviera físicamente tocándola y provocó que, invadida por el deseo, se estremeciera. Pero entonces se percató de la trascendencia de lo que había dicho su nuevo jefe y se sintió profundamente impresionada.
— ¿Estás casada, Demetria? —preguntó él.

De Secretaria A Esposa Capitulo 6




Repentinamente, sintió miedo de que Joe pudiera de alguna manera intuir lo que estaba pensando y apenas se atrevió a mirarlo a los ojos... aunque parecía que la perturbadora mirada azul de él no vacilaba al analizarla detenidamente.

—Mi amigo Hassan se ha puesto en contacto conmigo y estoy a punto de salir para encontrarme con él. Me alegra ver que llevas una chaqueta arreglada sobre tu vestido y que el largo de éste es adecuado ya que necesito que me acompañes —comentó Joe, dándole vueltas repetidamente al bolígrafo dorado que tenía en las manos. Parecía que tenía demasiada energía corriéndole por las venas como para contenerla—. 

Aunque Hassan es un saudí bastante occidentalizado, las primeras impresiones lo son todo y mi asistente personal debe reflejar la profesionalidad y la cordialidad de la que nos enorgullecemos en esta empresa.
Demi se sintió indignada al percatarse de que obviamente Joe había sentido la necesidad de enfatizar algo que ella daba por sentado... y con algo muy parecido al desprecio reflejado en la mirada.

— ¡Conozco la cultura saudí! —Contestó acaloradamente—, Una vez trabajé para una compañía petrolera en Dubai durante seis meses, ¡por lo tanto sé lo que se espera! Aparte de eso, innatamente sé cómo comportarme de manera profesional cuando se trata de relacionarme con los clientes de mi jefe. ¡No habría durado tanto en mis cargos como asistente personal si no lo hubiera sabido!
Él levantó una ceja de manera burlona.

—Estás llena de sorpresas, Demetria. Me doy cuenta de que no puedo dar nada por sentado en lo que a ti se refiere. Pero eso ya lo he sufrido en mis propias carnes... ¿no es así?

— ¿Querías algo más? —respondió ella, mordiéndose la lengua para no contestar otra cosa. Se recordó a sí misma que debía mantener el control y la calma.

Pensó que, aunque aparentemente Joe obtuviera un perverso placer al mortificarla de aquella manera, aunque creyera que ella no merecía otra cosa que su desprecio, lo que no iba a hacer era empeorar la situación cayendo en su juego.

Todavía tenían que hablar de lo más importante, de algo que estaba cerniéndose sobre su cabeza como una avalancha a la espera de causar unos resultados devastadores. Antes o después, iba a tener que reunir todo su coraje y confesarle su secreto.

—Sí —contestó él—. Tal vez quieras retocarte el maquillaje un poco y arreglarte el pelo antes de que nos marchemos. No me gustaría que esa rebelde y sedosa melena fuera a distraer a mi cliente cuando discutamos asuntos importantes.
Demi se quedó mirando a Joe con la incredulidad reflejada en la cara. Parecía que éste pensaba que ella llevaba el pelo suelto con la intención de provocar y atraer a los hombres. Comprendió que aquel atractivo italiano iba a aprovechar cada oportunidad que tuviera para denigrarla y mofarse de ella durante las siguientes dos semanas. Pero el hecho de que la atacara de manera personal le pareció demasiado. Era cierto que le era difícil controlar las rebeldes ondas de su pelo, pero siempre lo llevaba muy bien cortado en una melena a la altura de los hombros, así como limpio y brillante.

Pero desafortunadamente el comentario de él había provocado que ella recordara una mala experiencia que había tenido de niña. En ocasiones, algunos desagradables compañeros que había tenido en la escuela de gramática a la que había asistido se habían burlado de ella llamándola «pequeña gitanilla desaliñada». Y sólo lo habían hecho porque había vivido en un piso de protección oficial y no en alguna de las bonitas calles en las cuales muchos de ellos vivían en acomodadas viviendas.

Podía decirse que siempre le había acompañado la sensación de no ser suficientemente buena, sensación que había comenzado a sentir debido a su negativa experiencia en la escuela. Pero no iba a permitir que aquel arrogante y privilegiado hombre volviera a hacerle sentir de nuevo como aquella niña insegura que había sido de pequeña. No iba a permitir que el rencor que Luca sentía hacia ella hiciera aún más mella en su autoestima.

Agarró su bloc de notas con fuerza y se sentó muy erguida en la silla. Se sintió invadida por el enfado, enfado que superó al dolor que todavía sentía.

—No me parece que comentarios tales sobre mi pelo sean adecuados. ¡Y, sea cual sea el tiempo durante el cual trabaje para esta empresa, será mejor que te reserves para ti mismo la opinión que te merece mi aspecto físico! Para que lo sepas, he sido asistente personal durante casi ocho años y durante todo ese tiempo jamás nadie se ha quejado de la manera en la que me peino o de mi aspecto.
— ¡No lo dudo! —Contestó Joe—, Pero supongo que la mayoría de tus jefes han sido hombres, ¿no es así?
— ¿Qué estás sugiriendo exactamente?
Él se echó hacia delante en la lujosa silla de cuero de su escritorio.

—No necesitas que te lo explique, ¿verdad, Demetria? —Dijo, mirando a su nueva asistente personal de manera perturbadora—, ¡Por supuesto que ningún hombre heterosexual con sangre en las venas se quejaría de tu aspecto! Seguramente les pareciera un reto tener alrededor a una chica con tales... atractivos. Tras decir aquello, Luca hizo una pausa. —Doy por hecho que comprendes que lo digo como un cumplido y no como un insulto —añadió.

Demi no quería que él le hiciera cumplidos... no cuando éstos estaban impregnados de un obvio resentimiento hacia ella.
—Entonces... ¿cuándo salimos? —preguntó, levantándose.

Le sorprendió ver que Joe hizo lo mismo. De nuevo se sintió en desventaja al observar la imponente altura de éste, así como al sentir la arrogante mirada que le dirigió, mirada que seguramente estaba destinada a hacerle sentir aún más inferior.
—Mi coche estará en la puerta del edificio dentro de diez minutos —contestó él, mirándola de manera casi insolente de arriba abajo.

Aquel día ella se había puesto el vestido y la chaqueta más elegantes que tenía. Pero se percató de que Joe se habría dado cuenta de inmediato de que no eran de la misma calidad que su traje de diseño. Aunque, en realidad, la mirada de éste era perturbadora por otra razón. Fue consciente de que él conocía su cuerpo de manera íntima y se sintió muy vulnerable en su compañía.

Sintió un cosquilleo por los pechos y, tímida, se los cubrió con la chaqueta, como si el escote de su vestido fuera demasiado abierto... lo que no era el caso.
—Pues entonces será mejor que vaya a prepararme.
Justo cuando había llegado a la puerta de su despacho, Joe volvió a dirigirse a ella.
—No te hagas nada en el pelo —dijo—. He cambiado de idea. Voy a tomar los planos necesarios y nos veremos fuera.
Tras decir aquello, él tomó el teléfono y espetó una impaciente orden a la pobre y desprevenida recepcionista de la entrada principal.