viernes, 30 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 26





Para cuando regresaron a casa, cargados de regalos, Miley se sentía entumecida. Quería perder de vista los malditos regalos. Representaban deseos buenos y sinceros, y ella se sentía cualquier cosa menos sincera.
—Necesito una ducha —dijo, dirigiéndose hacia las escaleras.
—Espera un minuto —Nick la rodeó la muñeca con la mano—. ¿Estás bien?
—Simplemente cansada —dijo, sin darse la vuelta.
—No suenas bien —Nick tiró de ella.

—Estoy bien —insistió Miley, deseando poder sonar más convincente.
—No lo pareces —objetó Nick, volviéndola hacia él.
—Creí que habías dicho que estaba preciosa —dijo ella, forzando una sonrisa.
—No hablo de tu belleza, y tú lo sabes —dijo Nick.
Miley se sentía como un junco, a punto de quebrarse de un soplido.
—Sería mejor que no usaras tus súper-poderes de Comando Guerrero en este momento. La cosa podría ponerse liosa, y no te gustan los líos—. Maldita sea —dijo, mirando el montón de regalos de reojo.
—¿Qué ocurre? —exigió Nick.
—Los regalos. Habrá que devolverlos.
—Yo me ocuparé de eso,

—No deberíamos haberlos abierto —dijo, con los ojos llenos de lágrimas—. Todo el mundo se alegraba de nuestra felicidad, y yo me sentí como un fraude.
—Miley, tú no eres ningún fraude. Eres la mujer más real que he conocido en mi vida.
—Pero a esa gente les importas, Nick. Me siento deshonesta —murmuró.
—Shh —la abrazó, intentando consolarla—. Anna nos pilló por sorpresa. Por eso te ha afectado tanto.

—A veces, cuando simulo estar loca por ti, no me siento como si simulara —confesó, tragando saliva—. Creo que te quiero más de lo que debería.
—Ya. Lo sé —los ojos de Nick brillaban de emoción, su voz sonó ronca—. Yo también te quiero más de lo que debería. 

Amor Desesperado Capitulo 25





Miley y Nick levantaron los ojos y vieron que, efectivamente, estaban bajo el muérdago navideño que exigía un beso. Miley sintió que se sumergía en un mundo irreal. No podía estar allí, en su fiesta de compromiso, cuando no estaba comprometida de verdad. Toda esa gente no podía estar esperando que Nick la besara. En cualquier momento, alguien chasquearía los dedos y todo desaparecería.

—Lo siento —farfulló Nick, tomándola en sus brazos.
Nick la miró a los ojos y ella vio su mirada de determinación. Él inclinó la cabeza y comenzó a besarla. Miley comprendió que se enfrentaba a la mayor actuación de su vida. Se preguntó si conseguiría soportarlo.

Nick se demoró en sus labios, como si quisiera ofrecerle consuelo y apoyo. Cuando apartó la cabeza, entrelazó los dedos con los suyos y apretó con firmeza.
—Anna, ¿cómo has conseguido mantenerlo en secreto? —preguntó Nick.
—Hice que todo el mundo jurara silencio —explicó, claramente orgullosa de su éxito. Empujó a Nick y a Miley hacia el centro de la sala, profusamente decorada con adornos navideños—. La mayoría de los invitados son del barrio, pero también hay algunas personas de tu oficina —dijo, señalando hacia Helen y su acompañante, y a Bob y Karen, que se acercaban.

—¡Enhorabuena otra vez! —dijo Helen, abrazándolos cariñosamente.
—Seguimos especulando sobre la fecha —pinchó Karen, la mujer del jefe de Nick.
—Ni siquiera vamos a pensar en fechas hasta después de navidades —dijo Miley, totalmente rígida—. Simplemente somos muy felices por haber vuelto a encontrarnos —añadió, comprendiendo que lo decía de todo corazón.
—Es verdad. No tenemos prisa —corroboró Nick, rodeando su cintura con el brazo y atrayéndola hacia sí.

Miley lo miró a los ojos y se sintió tan unida a él que se tranquilizó. Durante la hora siguiente Nick no se apartó de ella un instante, agarrándola de la mano o rodeando su cintura con un brazo. Miley intentaba recordarse a sí misma que todo era teatro, pero su cuerpo y su corazón ansiaban creer que era algo más. Simular que Nick y ella estaba verdaderamente enamorados e iban a compartir sus vidas para siempre, cada vez le parecía más real y menos teatro.

El champán y los brindis fluían libremente, mientras la asaltaban mil preguntas. ¿Cómo sería si Nick y ella estuvieran realmente comprometidos? ¿Cómo se sentiría si él la amara con todo su corazón? ¿Y si ella lo amaba de verdad?
La euforia recorrió sus venas, haciendo que fuera mucho más fácil continuar con el juego. Miley decidió no luchar. Cuando Anna apareció con un montón de regalos, Nick y ella se separaron un momento para dejarle pasó. Miley oyó a unos invitados cuchicheando al otro lado del árbol de Navidad.

—No se parece nada a las mujeres con las que suele salir —dijo una mujer—. Siempre pensé que Nick se casaría con una abogada. Así su mujer podría seguir sus casos.
Miley  frunció el ceño.
—Yo siempre creí que haría falta una auténtica lumbrera para cazarlo —dijo otra—. ¿Sabías que ella no ha empezado la universidad hasta este año?
— ¿En serio? —preguntó la primera—. No es en absoluto el tipo de mujer que suele gustarle.
—Quizá por eso se enamoró de ella —repuso la otra—. Es distinta.
—Me pregunto si durará.
¡No durará! quiso gritar Miley, aunque se le rompía el corazón al pensarlo. Todo se acabaría en menos de diez días. Nick volvería a ser el Soltero del Año. Miley lucharía para licenciarse y cada uno se iría por su lado.
La realidad se le clavó como un cuchillo. Todo era una farsa, pensó desesperada. Tenían que salir de allí.
—Hora de abrir los regalos —dijo Anna, y Miley rezó por poder disimular su tristeza.

Amor Desesperado Capitulo 24





—¿Hace falta que hable con tu padre o tu madre?
—¡No! —Miley se volvió hacia él, sobresaltada—. No. Ni con mi padre, ni con mi madre —dijo con expresión abatida—. Espero que nunca se enteren de esto.
—¿Es tan difícil simular que eres mi prometida? —preguntó él acariciándole la mejilla.
—No —contestó Miley rápidamente—. Al menos no con la gente que no conozco. Pero quiero ser honesta, especialmente con gente como Lissa Roberts y mi madre y…
—¿Lissa Roberts? —preguntó Nick.

—Sí. Hoy la llevé de compras y al cine, me hizo muchas preguntas sobre nosotros.
—¿La convenciste para que saliera? —preguntó asombrado—. Su madre dice que se niega a salir de casa excepto para ir al médico. ¿Qué has hecho? ¿Embrujarla?
—Creo que elegí el momento adecuado. Lissa empezaba a aburrirse.
—Ya estás otra vez minimizando las cosas.
—¿Minimizando? —Miley arrugó el entrecejo, como si no comprendiera.
—Siempre lo haces —dijo Nick—. Le quitas importancia al efecto que tienes sobre la gente.
—No lo hago.
—Sí lo haces.
—No. Yo…
—¿De verdad quieres discutir con un hombre que se gana la vida discutiendo? —preguntó Nick, tapándole la boca con la mano.
Miley lo miró furiosa y le mordió un dedo. Nick rió con sorpresa y la estrechó entre sus brazos.
—Dios me ayude ¡esta mujer muerde!
—Te lo mereces —barbotó ella.
—Volviendo al tema original —dijo Nick—. No te das cuenta del efecto que tienes sobre la gente. Ten cuidado de no involucrarte emocionalmente con mis clientes.
—Eso es como pedirme que no respire. No puedo imaginarme no involucrarme con alguien que se siente tan herido como Lissa —dijo con pasión y sonrió—. Menos mal que no soy abogada ¿no?
—Sí —murmuró él, pero notó que seguía incómoda por algo—. ¿Qué te preguntó Lissa? —insistió. Miley gruñó y se apartó de él.
—Preguntó por ti y por tu atracción por mí. Después mencionó… —movió la cabeza, poniéndose pálida—. Bebés.
—¿Bebés? —Nick respiró con dificultad y se aclaró la garganta, intentando controlar el tono de su voz.

—Eso mismo dije yo —comentó ella—. Después de tirarme medio helado por encima. Pude soportar lo del anillo, pero hablar de niños es un poco demasiado.
—¿Qué le dijiste? —preguntó él, hirviendo de curiosidad.
—Como no hemos hablado de niños —dijo irónica—, me inventé la respuesta. Le conté que tú querías que acabara la carrera porque es muy importante para mí, y eso hace que sea importante para ti.
—No es ninguna mentira —reflexionó Nick.
—A veces resulta difícil estar comprometida contigo sin estarlo de verdad —suspiró ella.
—Es extraño, pero sé exactamente lo que quieres decir. Tú y yo seríamos mucho más felices si no tuviéramos que estar pendientes del resto del mundo.

—Pero nos comprometimos precisamente por el resto del mundo —le recordó Miley.
—Sí —asintió Nick, pero no podía quitarse de la cabeza la imagen de Miley llevando en su vientre a un hijo suyo. La miró a los ojos y vio cómo serían los ojos del bebé. El corazón le dio un vuelco. Esperó que lo asaltara una sensación de pánico, de rechazo a la idea de tener niños. Esperó, pero la sensación de calidez persistió. Notó un zumbido de añoranza en su interior.
Eso, sí que lo puso nervioso.

La noche siguiente, Nick y Miley se vistieron para asistir a una fiesta de Navidad en casa de Anna Vincent. Como si ambos fueran conscientes de que se les acababa el tiempo, habían pasado todo el día en casa, escondiéndose del exterior y disfrutando de su intimidad. Charlaron y bromearon, y minuto a minuto Miley se sentía más vulnerable a las atenciones de Nick.

Nick la esperaba al final de la escalera. La recorrió apreciativamente con los ojos.
—Estás preciosa, pero se nota que no quieres ir.
—Se suponía que no te ibas a dar cuenta —consiguió bromear Miley, nerviosa.
—¿De que estás preciosa? —preguntó él intrigado.
—No —Miley puso los ojos en blanco—. De que no me apetece ir. Se suponía que mi belleza iba a apabullarte de tal modo que no te fijarías en nada más. Pero nooooo, claro, el señor tenía que utilizar sus súper-poderes de Comando Guerrero y adivinarme el pensamiento.

—Súper-poderes —rió él secamente—. Más bien años de experiencia tomando declaraciones y aprendiendo a leer un rostro. No hace falta que vayamos —dijo.
La intensa pasión de su mirada hizo que se sintiera mareada y respiró cuidadosamente.
—Sí tenemos que ir, o Anna Vincent te repudiará como vecino. Hoy ha llamado tres veces para asegurarse de que vamos.

—No nos quedaremos mucho tiempo —rezongó Nick, acariciándole la barbilla.
La promesa que encerraba su voz recorrió el cuerpo de Miley como un latigazo. Sería demasiado fácil acostumbrarse a estar con él, a sentir que le pertenecía. Aprendería rápidamente a esperar sus continuas atenciones.
Sería un gran error, pensó, agarrándose a su brazo para ir a casa de Anna. La entrada estaba llena de coches y la casa iluminada con luces navideñas.
—Parece que Anna tiene la casa a tope —dijo Miley. Nick pulsó el timbre.
—Así será más fácil escaparnos temprano —dijo Nick, besándola el cuello.
Anna abrió la puerta y sonrió alegremente. Se volvió con presteza.
—Son Nick y Miley —les gritó a los invitados.
—¡Sorpresa! —gritaron multitud de voces.

Inmediatamente siguió un coro de felicitaciones y enhorabuenas.
Miley tardó unos instantes en comprender la situación. Se le cayó el alma a los pies.
—Ay mamamía —musitó, juntando las palabras—. Una fiesta sorpresa por nuestro compromiso.
—Besa a la novia, Nick. Estáis bajo el muérdago —dijo Anna—. Después podemos empezar con los brindis y los regalos.

Amor Desesperado Capitulo 23




Anillo de amistad.
Cuando Nick se marchó, Miley no pudo parar quieta en toda la mañana. No quería quedarse a solas con sus dudas, que la martilleaban la cabeza como cien pelotas de ping-pong.
Acosada por pensamientos que no quería pensar y por sentimientos que no debería sentir, Miley decidió mantenerse ocupada durante el resto del día. Había terminado los exámenes y sólo le quedaba esperar a que llegaran las notas. Lissa Roberts no se le había quitado de la cabeza, así que Miley la llamó y la invitó a ir de compras o al cine.
Lissa aceptó, y Miley fue a buscarla a su casa. Cuando llegó al porche de los Roberts, volvió a mirar el anillo emocionada. Era una joya exquisita y cada vez que pensaba que Nick lo había elegido para ella se le iba la cabeza.

«¿Anillo de amistad?» Sí, eran amigos. Pero también eran amantes. Miley tamborileó con los dedos en el volante. Que Dios la ayudara, no sabía como se habían complicado tanto las cosas. ¿Qué iba a ocurrir con su corazón cuando pasaran los treinta días?
Sintió una punzada de miedo y cerró los ojos para tranquilizarse. Se dijo que era una superviviente, había hecho frente a muchas cosas en su vida, y también soportaría eso.
—Además —murmuró cuando salía del coche—. No estoy enamorada de Nick. Cerró la puerta de un golpe, para acallar la protesta de su conciencia.
Lissa salió corriendo, como un pájaro recién liberado. Llevaba gafas oscuras y un gorro, pero su sonrisa hizo que Miley se sintiera mejor.
—¿Prefieres ir de compras o al cine?
—Las dos cosas —dijo Lissa—. Fui al cine la semana pasada, estaba oscuro y fue genial. Nadie se fijó en mí. También quiero comprar regalos de Navidad para mi familia.
Entraron en el coche y Miley se volvió para mirar a Lissa.
—¿Son imaginaciones mías o las cicatrices están mucho mejor?
—Llevo maquillaje para ocultar la rojez, pero el doctor dice que quizá no sean tan profundas como pensaba —Lisa sonrió de felicidad—. Siempre tendré cicatrices, pero no tantas y seguramente no tan horribles. Lo único malo es que van a tardar una eternidad en curarse.
—¿Una eternidad?
—Hasta que acabe el instituto.
—Supongo que eso te parece un eternidad —Miley hizo una mueca—. ¿Has dejado que vengan a verte tus amigos?
—La semana pasada vino mi mejor amiga —asintió Lissa—. Yo estaba nerviosa y ella me hizo muchas preguntas, pero se alegró de verme. Está intentando convencerme de que vuelva a clase.
—¿Lo estás pensado?
—Para nada. No soporto que la gente me mire.
Miley asintió lentamente y arrancó el coche. La recuperación era lenta, pero había señales de vida en Lissa.
Primero hicieron las compras, porque el centro comercial estaba menos lleno por la mañana. Tomaron un tentempié y fueron a la primera sesión de cine. Después, Miley encontró una mesa libre en una esquina y se sentaron a tomar un helado.
Lissa miró con envidia a un grupo de adolescentes que paseaban por el centro riendo a carcajadas.
—Yo solía hacer eso con mis amigas —suspiró.
—Y volverás a hacerlo —dijo Miley—. Necesitas tiempo para que tu corazón y tu rostro se curen.
—Mi madre quiere que asista a terapia psicológica, pero no quiero hablar del accidente. Y no quiero darle lástima a nadie —dijo Lissa, con voz acalorada.
—Has pasado por una experiencia muy traumática —apuntó Miley—. Tu madre quiere que te pongas mejor.
—No necesito un psicólogo.
—Puede que no —concedió Miley, evitando una confrontación directa—. Pero podrías probarlo un par de veces —sonrió—. Como si fueras a que te hicieran la manicura.
Lissa calló, como si considerara la perspectiva de Miley. Dio un bocado al helado.
—Hay una cosa que sé con seguridad, ningún chico me pedirá que salga con él.

—Claro que sí —Miley notó que Lissa necesitaba algo de esperanza—. Saldrás con unos cuantos tontos y luego encontrarás a un chico que adore tu pelo rojizo, tus ojos y tu sonrisa. Y lo que es más importante aún, te adorará por haber sobrevivido a tus cicatrices.
—¿Es así el señor Nolan contigo? ¿Te quiere como siempre deseaste que te amaran?
Miley se mordió el labio. Se sentía como un fraude. Sobre todo en ese momento, cuando quería ser honesta con Lissa.
—Él no mira sólo las apariencias —dijo, sabiendo que eso al menos era verdad—. Esa es una de las razones por las que es tan especial.
—Tienes suerte —dijo Lissa.
Miley consiguió esbozar una sonrisa forzada. No se sentía especialmente afortunada. Tuvo que recordarse a sí misma que en realidad era una suerte tener a Nick como amigo.
—¿Pensáis tener niños en cuanto os caséis?
—¿Perdón? ¿Niños? —Miley se quedó sin respiración al imaginarse teniendo un bebé de Nick—. No tendré niños hasta que acabe la universidad.
—¿A él no le importa?

—No —Miley tragó saliva y decidió seguir adelante—. Él quiere que acabe la carrera. Sabe que es muy importante para mí. Mi madre nunca hizo nada fuera de casa porque mi padre la desanimó, y Nick no será así conmigo. Nunca.
—Debe ser agradable tener a alguien que te quiera tanto. Tienes mucha suerte.
Miley volvió a sonreír, pero le costó un esfuerzo doloroso. No sabía que le molestaba más: sentirse deshonesta por decir que Nick y ella estaban prometidos, o saber que todo lo que había dicho sobre él era cierto.
Cuando llegó a casa, después del trabajo, Nick abrió la boca para llamar a Miley, pero calló al oírla hablar por teléfono.

—Claro que iré a casa en Navidad, mamá —decía Miley, paseando descalza por la cocina—. Simplemente no iré pronto. He quedado en…, en cuidarle la casa a un amigo —dijo cruzando dos dedos— que me deja quedarme gratis el resto del mes.
Siguió un silencio.

—Supongo que tendré buenas notas —dijo Miley—. Eso no es problema. Pero me alegro de no haber buscado trabajo este semestre, porque algunas clases eran difíciles —otra pausa—. No. El dinero no es problema —dijo, cruzando más dedos y poniendo los ojos en blanco—. Sí, tengo otro apartamento apalabrado desde el uno de enero —dijo, cruzando los dedos de la otra mano —hizo una mueca de contrariedad—. Sí, me estoy manteniendo apartada de los hombres —cruzó dos dedos más y cerró los ojos—. Sí, mamá, desde luego que me voy a mudar más cerca de la universidad en enero —descruzó todos los dedos—.

 Yo también te quiero. No trabajes demasiado. Pronto nos veremos —colgó el teléfono y suspiró—. Ay, qué telarañas tejemos —murmuró—. Cuando mentimos como perros.
Nick se acercó por detrás y le tiró suavemente del pelo

jueves, 29 de noviembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 32




—¿Qué es esto? —Anthony Cadwick tomó la pila de papeles de Joseph, mirando cada pocos minutos de nuevo a la multitud de periodistas dando vueltas por el lugar de su pronto-a-ser su futuro restaurante.


—Una copia de una enmienda del consejo de división por zonas del municipio, indicando que la venta de bienes se mantendrá en un máximo de dos hectáreas para uso residencial, de acres con fines comerciales.

Aprobado en la reunión de anoche. Por unanimidad.
Cadwick pellizcó su grueso cigarro entre sus dedos, tiró de su boca.
Su mirada se deslizó a Joseph, con las cejas apretadas.
—Ya no dice. ¿Cuándo estará archivado esto?
—El lunes. —A Joseph le encantaba el olor de la derrota en la tarde—. Entra en vigor en sesenta días.
Cadwick gruñó, explorando los documentos.
—Eso es rápido.
—La gente quiere poner un freno en el crecimiento. Mantener la pintoresca comunidad. Rural. —Por supuesto que no se dieron cuenta que querían controlar el crecimiento hasta que Joseph les había señalado. Una vez que les habló de los planes de Cadwick de hipermercados y plazas de aparcamiento, la batalla había sido ganada.

—Amantes de árboles como usted. No es de extrañar lo que hay. — Empujó los papeles a Joseph, arrugándolos en su pecho.
Joseph rodó los documentos, entonces los sostuvo en su mano, la otra mano la metió en el bolsillo delantero de sus pantalones. El perdedor dolorido que Cadwick mostró sólo hizo la victoria más dulce.

—El deslizamiento de una ciudad tranquila. La gente buena. He hecho amigos. —Varios de ellos se sentaran en el consejo de división por zonas—. Sí, me gustar allí.
Cadwick empujó su cigarro entre los dientes y se volvió para mirar a los reporteros martillando al hombre de relaciones públicas con preguntas.

—Mire a ellos. Mojándose los calzoncillos sobre mi barca casi
no. Ni una sola pregunta sobre el restaurante o los otros veinte negocios que se beneficiarán con la embarcación.
Cadwick hizo su voz más alta y burlona.
—¿Cómo es, señor Cadwick, que tendrá un casino en la embarcación fluvial cuando el estado no aprueba las leyes de juego?
Él soltó un bufido.
—Idiotas. Siempre dos pasos atrás. ¿Me veo como un hombre que no tiene en cuenta todas las contingencias? ¿Piensan que llegué a donde estoy, que yo construí mi negocio por ser estúpido?

Se volvió a Joseph, y sacó el cigarro de su boca de nuevo. Entrecerró los ojos, con una sonrisa tirando de la comisura de su boca.
—¿Y usted, Jonas? ¿Cree usted que llegué a donde estoy sin pensar en el futuro? ¿Sin una planificación de las leyes estatales, los políticos y las juntas municipales de zonas de un municipio?

La mandíbula de Joseph se presionó apretando su puño con los documentos sin valor. Había tenido miedo de esto. Cadwick debió de haber conseguido la firma de la abuela. Es la única manera que podría haber golpeado el sistema. Había adquirido la venta Maldita sea, ¿cuándo lo había hecho? Joseph lo había comprobado el día de ayer.

Cadwick no sería capaz de vender las tierras, pero eso no le impedía desarrollarlas por sí mismo. Incluso si Joseph podría cerrar la brecha, sería demasiado tarde. Su bestia rugió en su cabeza, enojado, frustrado. Pero él siguió su rostro con una máscara vacía. No le dio a Cadwick la satisfacción.
Cadwick se echó a reír, mordisqueó el extremo de su cigarro.
—Al igual que en los viejos tiempos, ¿eh, Jonas? Siempre tuviste demasiado tiempo para entender las cosas. Demonios, incluso Donna se cansó de esperar a que te dieras cuenta de que estabas perdiéndola. Aunque, Dios sabe por qué estaba contigo, para empezar. No la merecías.
Con su expresión sobria, Cadwick miró sobre el río.
—Si ella me hubiera pertenecido, nunca se habría escapado.
La tensión se onduló a largo de la espalda de Joseph, tiró sus músculos en un nudo apretado. Sus manos en puños con tanta fuerza que sabía que habría medias lunas en las palmas de sus uñas. Cadwick tenía agallas de hablar con él acerca de Donna. Incluso después de todos estos años.

¿Creía él que Joseph no lo sabía?
Un gruñido retumbó en su pecho. No podía evitarlo. Cuando habló, la profunda resonancia hizo que su voz sonara mortal.
—Mi esposa nunca fue algo que se poseía o se guardara. Tal vez si... si me hubiera acordado de eso, ella todavía estaría por aquí. Ella no se habría salido.