—Tienes toda la razón, cariño. Sólo tú, yo y Bruce.
— ¿Hay sitio para uno más?
Al oír la voz de Joseph desde la
puerta, a Demi
se le aceleró el corazón. Sujetó a Elizabeth con una mano y miró hacia atrás
por encima de su hombro.
Joseph estaba apoyado en el quicio de la puerta, mirándola
fijamente. Se había comprado una camisa azul para la fiesta que intensificaba
el brillo de sus ojos. Estaba como para comérselo.
—¿Es la primera vez que te quedas a solas con ella? —preguntó
Joseph.
—Sí —respondió Demi. Miró a Elizabeth y se dio cuenta de que
la niña estaba observando a su padre con gran curiosidad, pero no con miedo.
—Entonces será mejor que no entre.
Animada por el triunfo con la niña, Demi fue valiente.
—Me encantaría que entraras —dijo.
No habían vuelto a estar solos los tres desde el primer día,
cuando habían entrado a la habitación de Elizabeth para mirarla mientras
dormía. Ella aún recordaba la magia de aquel momento, y quería experimentarlo
de nuevo.
—Puedo quedarme aquí, para no arriesgarnos.
—¿Sabes una cosa? Estoy harta de que no nos arriesguemos.
Él sonrió con timidez.
—¿De verdad?
—Sí.
Él entró lentamente a la habitación mientras paseaba la
mirada por la ropa que llevaba Demi. Era un vestido verde de punto que había
comprado durante un rápido viaje al pueblo con Matty y Sebastian. Y para ser
sincera consigo misma, tenía que admitir que al comprarlo esperaba despertar la
lujuria que estaba percibiendo en la mirada de Joseph.
—¿Por eso llevas ese vestido? —preguntó él—. ¿Por qué estás
cansada de no arriesgarte y quieres ponerme al límite?
—Quizá —respondió ella. Se le aceleró el pulso al sentir el
ardor que desprendían los ojos de Joseph. De
repente, no supo si había intentado abarcar más de lo que podía. Volvió a fijar
su atención en Elizabeth y tomó un vestidito de volantes que había colgado en
el cambiador.
—¿He oído de verdad que decías «quizá»? —murmuró él, y se
acercó a su lado—. Eso está bastante lejos de una negativa. ¿Te das cuenta?
—Sí. No. Oh, Joseph, no sé
qué pensar. Salvo que te echo mucho de menos.
—Vaya, pues eso es una buena señal —dijo Joseph con voz ronca de emoción.
Elizabeth agitó su mono en el aire.
— ¡Pa, pa!
Joseph se quedó inmóvil.
— ¿Ha dicho lo que yo creo que ha dicho?
Demi lo miró. No tuvo la valentía de decirle
que probablemente, Elizabeth no sabía lo que estaba diciendo, y que ya había
pronunciado aquellas sílabas más veces, cuando no había ningún hombre presente.
Daba la casualidad de que era uno de los sonidos que había exclamado más veces,
pero no significaba que lo estuviera etiquetando a él. De todos modos, tampoco
sabía aquello con seguridad...
Él miró a la niña con el alma en los ojos.
—¿Sabes quién soy, Elizabeth? ¿Papá?
Ella agitó el mono de nuevo y sonrió.
—¡Pa, pa!
—Dios mío...
Joseph estaba atónito. Y orgulloso, como si le hubieran concedido
el primer premio de una competición.
Demi atesoró aquel momento en la memoria.
Salieran como salieran las cosas, siempre recordaría la
expresión de Joseph mirando a su hija en
aquel momento. Ella deseaba con todas sus fuerzas cerrar la puerta de la
habitación y prolongar la intimidad de aquel momento para siempre.
Pero no sería posible. La fiesta iba a empezar muy pronto.
—Será mejor que le pongamos la ropa —dijo suavemente—.
Siéntala y mantenía erguida mientras le pongo el vestido, ¿de acuerdo?
—¿No se enfadará?
—¿Por qué iba a enfadarse? Después de todo, tú eres su «pa,
pa».
—Tengo las manos muy frías —dijo. Se las frotó con fuerza y
se las puso en las mejillas—. No, todavía están frías.
—Está bien. Yo la sostendré mientras tú le metes el vestido
por la cabeza —dijo. Le entregó el vestidito y sentó a Elizabeth sobre el
cambiador.
—Pero a ella le gusta jugar al escondite cuando le pones algo
por la cabeza —respondió él, como si esa fuera una tarea que estaba más allá de
su capacidad.
—Estoy segura de que tú sabes jugar al escondite.
—No sé si...
Joseph —dijo ella mirándolo a los ojos—. No sé mucho de tu
experiencia con niños, pero sí sé que eres un amante tierno, sensible y
creativo. Estoy segura de que podrás jugar al escondite con una niña pequeña.
La mirada se volvió apasionada.
—Estás coqueteando conmigo, Demi.
Ella sonrió y señaló el vestido con la cabeza.
—Ponle el vestido a la niña.
—Sí —respondió Joseph. Y
sin previo aviso, agarró a Demi por la nuca y la besó con fuerza,
buscando su lengua con movimientos descarados y agresivos. Era un gesto de
posesión, de mareaje. Y entonces, con la misma rapidez, la soltó.
Ella se quedó temblorosa, con un cosquilleo en la boca,
incapaz de decir una palabra. Si hubiera podido hacerlo, le hubiera pedido más.
Joseph le dedicó una sonrisa perezosa y sensual antes de volverse
hacia el bebé.
—Bueno, Elizabeth, ¿estás preparada? —Con cuidado, Joseph le puso el vestido sobre la cabeza de forma
que la abertura se deslizara suavemente hacia abajo sin hacerle daño a la
niña—. ¿Dónde está Elizabeth? —preguntó—. ¿Dónde está? —abrió el cuello del
vestido y se lo metió—. ¡Aquí está!
Elizabeth se rió alegremente, enseñando los dientes.
—¡Te pillé! —le dijo Joseph.
—¡Pa, pa! —respondió Elizabeth, con una sonrisa espléndida.
—Claro que sí —dijo Joseph
en voz baja.
—Claro que sí —repitió Demi, mirándolo.
Él la miró también, con los ojos brillantes de felicidad.
— Demi, yo...
—Bueno, ¿qué tal marcha todo por aquí? —preguntó Sebastian
mientras entraba en el dormitorio—. Parece que casi tenéis vestida a la pequeñaja.
Pero esos lacitos del pelo son difíciles de poner. Pensé que quizá necesitarais
ayuda.
Por mucho que Demi quisiera a su buen amigo Sebastian, en
ese momento le habría dado un puñetazo.
La expresión alegre de Joseph
se desvaneció mientras se apartaba del cambiador.
—Quizá tú deberías encargarte del resto. Yo voy a ver si
Matty necesita ayuda en la cocina.
hola chicas como estas ya estoy de regreso espero que les gusten los capitulos de las novelas que les subi saludos