Chicas les Deseo una Feliz Navidad Espero que la pasen con todo sus seres queridos y persona cercanas y gracias por leer siempre en mi blob las tkm xoxoxo.
lunes, 24 de diciembre de 2012
Feliz Navida
Chicas les Deseo una Feliz Navidad Espero que la pasen con todo sus seres queridos y persona cercanas y gracias por leer siempre en mi blob las tkm xoxoxo.
domingo, 23 de diciembre de 2012
Un Refugio para El Amor Capitulo 10
Sin poder evitarlo, Demi notó
que el control de la situación se le escapaba de las manos, y se abandonó al
deseo. Llamar al Rocking D aquella misma noche, no iba a acercarla a su hija
más rápidamente de todas formas Joseph.
necesitaba dormir antes de ir a ningún sitio.
Sin embargo, no parecía que dormir fuera una de sus
prioridades. Demi observó cómo se quitaba la
ropa, y recordó todas las noches solitarias en las que había soñado con su
cuerpo viril moviéndose al mismo ritmo que el de ella. Lo deseaba tanto como él
pudiera desearla a ella. Lo necesitaba. Necesitaba saborear una muestra de
aquello por lo que estaba luchando.
Paseó la mirada hambrienta por su cuerpo. A ella siempre le
había encantado verlo desnudo. Quizá fuera por su larga ausencia, pero le
pareció incluso más bello en aquel momento, más fibroso, más fuerte. Tenía los
músculos del pecho y de los brazos más definidos. Con aquella barba espesa, Demi no pudo evitar pensar en un dios nórdico, con
un haz de rayos en cada mano.
Cuando él puso la rodilla sobre el colchón y apoyó las manos
a cada lado de Demi, ella alargó los brazos
para acariciarle el pecho. Los músculos que sintió bajo las palmas eran de
hierro.
Demi miró con fijeza sus intensos ojos azules.
—Debes de haber trabajado mucho en ese país.
—Cavé muchas zanjas —respondió Joseph,
y se inclinó hacia ella. La besó y le mordisqueó el labio inferior—. Trabajé
hasta que estaba tan cansado que no podía mantenerme en pie. Y ni siquiera así
podía dormir de lo mucho que te necesitaba.
Demi notó que la barba le hacía cosquillas. Con ansia, se abandonó
al goce sensual de sus besos, mientras él le sacaba las mangas del albornoz.
Después, con movimientos suaves, Joseph se
tumbó sobre ella, Demi sintió la presión de su
pecho y su vello áspero sobre la piel. Oh, sí. Adoraba la sensación de su peso,
y él la necesitaba. Lo miró, y él le tomó la cara entre las manos para
devolverle la mirada. Se quedó inmóvil durante un instante.
—¿Qué ocurre? —le preguntó ella, suavemente.
—No puedo creerme que esté aquí contigo. Tengo miedo de que
todo sea un sueño. No quiero despertarme.
—Yo tampoco —respondió Demi,
y le acarició la mejilla—. Hazme el amor, Joseph,
antes de que los dos nos despertemos.
Él bajó la cabeza y la besó. Fue un beso profundo y sensual,
y como siempre ocurría en los sueños de Demi, ella se arqueó contra él, rogando que no fuera
una ilusión. Mientras hacía el beso más y más penetrante, Joseph pasó la mano entre sus piernas. Demi también había soñado con aquello.
Incluso
cuando él deslizó los dedos en su canal húmedo y la acarició hasta que ella
comenzó a gemir de placer, no estaba segura de que todo eso no fuera más que un
fragmento de su imaginación.
Pero durante todas las noches en las que había fantaseado con
que él la amara, nunca había soñado con el suave roce de su barba contra la
piel. Y como si aquél fuera el único detalle que podía convencerla de que Joseph no iba a desvanecerse como si fuera de
humo, Demi metió los dedos entre aquel vello
áspero y brillante.
—Debería haberme afeitado —murmuró él.
—No... No...
Oh, sus dedos masculinos eran mágicos, conseguían que ella se
pusiera cada vez más y más tensa.
—Me... gusta.
—Debe de ser como hacer el amor con un animal peludo.
Como si quisiera ilustrar aquella idea, Joseph le regó de mordisquitos el cuello,
descendiendo hacia su pecho, mientras le hacía cosquillas con la barba.
—Mmm, mmm.
Entonces, él le acarició deliberadamente el pecho con la
punta de la barba.
—O a un cavernícola.
Ella cerró los ojos de placer.
—Mmm, mmm.
—¿Y esto te gusta? —preguntó él con voz ronca mientras le
pasaba la barba por los pezones.
—Mmm.
Joseph emitió una risa suave de excitación.
—Eres uria pervertida, Demi.
—Y a ti te encanta.
—Desde luego que sí.
Él le humedeció ambos pezones con la lengua y después se los
secó con la barba. Repitió el proceso mientras seguía excitándola con el
movimiento rítmico de los dedos.
El efecto fue increíble. Ella alcanzó el climax y dejó
escapar un grito salvaje, arqueándose en el colchón mientras él enterraba el
rostro entre sus pechos. Y no había hecho más que empezar...
Mientras ella estaba tumbada jadeando sin poder contenerse
del primer asalto, él recorrió su cuerpo tembloroso regándolo de besos hasta
que se detuvo entre sus muslos.
—Oh, Joseph.
Aquello no era un sueño. Durante un millón de noches pobladas
de fantasías, ella nunca se hubiera imaginado la deliciosa sensación que le
producía su bigote mientras le acariciaba el interior de los muslos con la
barba, y mientras su lengua... Para aquello no había palabras, sólo sonidos. Y Demi llenó la habitación con sus gemidos de
deleite.
Él le regaló otro éxtasis abrumador antes de volver a
recorrer el camino hacia su boca. Cuando la besó de nuevo, ella habría hecho
cualquier cosa por él, si tuviera algo de fuerza para hacerlo.
—Y yo que pensaba que la barba sólo servía para mantenerme la
cara protegida del frío del invierno —susurró Joseph.
Ella apenas podía moverse, ni hablar. Pero quería que él
también sintiera aquella euforia. Era lo justo.
— ¿Y tú?
Él levantó la cabeza y la miró con los ojos brillantes.
—Ahora voy a resolver eso —le dijo, y le besó la punta de la
nariz con ternura—. Pero ya sabes cómo son los hombres cuando han estado tanto
tiempo frustrados. La primera vez será rápida y furiosa. Necesitabas un
adelanto.
—Mmm —murmuró ella. Ya se lo había dado. Dos veces.
—No te muevas —dijo él. Se estiró hacia la mesilla y abrió el
cajón.
Ella volvió la cabeza y observó cómo se colocaba el
preservativo, lo cual resultó ser algo muy excitante. Después de que Joseph la hubiera amado de una manera tan
minuciosa, estaba asombrada de que todavía fuera capaz de excitarse.
Él nunca se había puesto un preservativo para hacer el amor
con ella, y Demi se preguntó si notaría la
diferencia.
Los dos habían confiado en la píldora anticonceptiva, que
finalmente, les había fallado. Pero ella no lamentaba haberse quedado
embarazada. Aunque Elizabeth terminara separándolos, no podía lamentarlo.
Él se tumbó a su lado, de costado, y la miró a los ojos. Ella
se sintió inquieta de deseo, pero el dolor era más profundo en aquella ocasión.
Ya no sentía una necesidad loca de liberación. En aquel momento, deseaba
conectarse con él.
Sin dejar de mirarla a los ojos, él le tomó la barbilla, y
después, lentamente, le acarició el cuello y pasó sobre su clavícula y sobre la
colina de su pecho. Parecía que con sus caricias quería recorrer la forma de su
cuerpo.
Deslizó la palma de la mano por la cadera y el muslo de Demi. Aunque él también estaba ansioso de deseo,
se tomó su tiempo y se incorporó apoyado sobre una mano para poder llegar hasta
el tobillo de Demi.
Un Refugio para El Amor Capitulo 9
—He cambiado. Y ahora, dímelo.
—¿Y por qué iba a hacerlo?
—Para empezar —dijo Joseph, y le agarró la otra mano también—, eres la madre
de mi hija.
Al decirlo, se estremeció, pero aquel hecho le concedía
ciertos derechos.
—Siempre he puesto a Elizabeth por encima de todo —respondió Jessica, echando chispas por los ojos—. Me
aseguraré de que esté a salvo, aunque a mí me pase algo.
—Ella te necesita — Joseph le
apretó las muñecas aún más—. Y maldita sea, yo también.
— ¡No, tú no! —Exclamó Demi,
con los ojos llenos de lágrimas de frustración—. ¡Tú sólo me necesitas para el
sexo!
Joseph tenía la garganta oprimida de remordimiento. Ella tenía
razones para pensar aquello.
—Claro que te necesito por el sexo, por supuesto que sí. De
una forma que tú no sabes. Pero eso sólo es la punta del iceberg, cariño.
—No te creo. Suéltame.
—No. Dime por qué estás en peligro. Tengo derecho a saberlo.
Dímelo por el bien de Elizabeth —decir el nombre del bebé, reconocer que era
una persona, le costó otro gran esfuerzo, pero Joseph
pensó que aquello terminaría de convencer a Demi.
Y así fue. A ella se le hundieron los hombros.
—Alguien está intentando secuestrarme.
—Dios mío...
Joseph le soltó las muñecas y la abrazó con fuerza. Escondió la cara
en su pelo mientras le susurraba al oído:
—Ay, Dios, Demi.
— ¡Es exactamente lo que predijo mi padre! —Dijo ella entre
sollozos, abrazándose a Joseph—. En Aspen,
me pareció que alguien me estaba siguiendo. Luego un coche intentó sacarme de
la carretera. Gracias a Dios, Elizabeth no estaba conmigo. Yo conseguí escapar,
pero en otra ocasión vi que me estaba siguiendo el mismo coche, y entonces lo
supe con certeza. Alguien ha averiguado quién soy y han decidido secuestrar a
la heredera del imperio Lovato.
Con un horror cada vez más intenso, Joseph
escuchó la historia que Demi continuó
contándole. Ella había cambiado de coche, había tomado a la niña y se la había
llevado al Rocking D para dejarla allí, a salvo. Llevaba seis meses huyendo.
Pero había sido una huida creativa.
Había usado distintos disfraces y medios de transporte para
intentar engañar a su perseguidor. Pero justo cuando creía que lo había
conseguido, un hombre la había seguido por una calle abarrotada, lo
suficientemente lejos como para que ella no pudiera identificarlo, pero lo
suficientemente cerca como para que Demi sospechara
que se trataba del mismo hombre. Sin embargo, esa vez también había conseguido
eludirlo.
Cuando terminó de contarle lo que había estado ocurriendo, Joseph se quedó en silencio durante un instante.
Después suspiró.
—Vamos a llamar a la policía.
— ¡No! —Exclamó ella, y se apartó de Joseph
—. En cuanto lo hagas, mis padres se enterarán y tomarán cartas en el
asunto. Después, mi vida tal y como la conocía habrá terminado.
—Tu vida tal y como la conocías ya ha terminado. ¡Está totalmente
destrozada!
—No, no es cierto.
—Claro que sí. Te está persiguiendo un secuestrador y no
puedes estar con tu hija.
—Ahora que tú has vuelto a casa, puedo arriesgarme.
—No, espera un segundo. Por muy halagador que me resulte, no
puedo permitir que pienses que soy un guardaespaldas.
—Acabas de decir que has cambiado. Y yo también me doy
cuenta. Eres más agresivo que hace diecisiete meses.
—Yo no soy un guardaespaldas entrenado, y tus padres son
exactamente las personas que podrían...
—Oh, vaya, mira qué hora es —lo interrumpió ella, mirándose
la muñeca desnuda. Después se dirigió rápidamente hacia el baño—. Tengo que
darme prisa.
—Demonios —farfulló él. La agarró por el hombro para evitar
que ella se encerrara allí y suspiró—. ¿Me estás diciendo que si llamo a tus
padres, tú te largarás y me dejarás a mí tratando con ellos?
A Joseph no le seducía la
idea de encararse a solas con Lovato P. Russell y anunciarle que había dejado
embarazada a su hija.
—Supongo que eso es exactamente lo que quiero decirte, Joseph Adams Jonas.
—Eso es chantaje, Demi Devonne
Lovato.
—Lo sé.
—Y también estás chantajeando a tus padres. Tu padre quiere
contratar a un detective privado para encontrarte, pero tu madre no se lo
permite, porque cree que tú te marcharás para siempre si lo hace.
—Y tiene razón.
— Demi, ¿y si ese
secuestrador consigue lo que se propone? ¿Y si decide, después de conseguir el
dinero del rescate, que lo mejor es matarte? ¿Lo has pensado?
Demi asintió.
—Por eso necesitaba hablar contigo y contarte lo de Elizabeth.
Para que la niña esté bien.
La idea de que a Demi pudiera
pasarle algo tenía el poder de dejarlo paralizado, así que Joseph no se paró a pensarlo.
—Dejando a un lado el asunto de cómo podría afectarnos eso a
los demás, tengo que decirte que la niña no estaría bien si a ti te ocurriera
algo. Yo soy un candidato nefasto para padre, y lo sabes.
—No lo sé, pero si llamas a mis padres, nunca tendremos la
oportunidad de averiguarlo. Encerrarán a Elizabeth entre los muros de Lovato Hall antes de que cante un gallo.
—A mí me parece un buen plan.
De ese modo no tendría que preocuparse por la niña. Él tenía
un negocio en Colorado, después de todo. Podría pagar la manutención del bebé,
aunque posiblemente los Demi se rieran de la
asignación que el juez le pediría.
—Y yo tendría que ir con ella —dijo
Demi, suavemente.
Aquello era algo distinto. La mujer a la que él quería
estaría a salvo, pero no sería feliz. Y él estaría... perdido. Perdido sin
posibilidad de redención.
—Verás, tiene que ser a mi manera si tú y yo queremos tener
una oportunidad. Y Elizabeth, también.
Al mirarla a los ojos y ver en ellos una chispa de esperanza,
el sentimiento de pánico y de ineptitud de Joseph amenazó
con ahogarlo.
—Yo no sería un buen padre para Elizabeth, Demi. He
pasado por muchas cosas, y sabes lo que pienso sobre tener hijos.
Admito que en
el vuelo hacia aquí, comencé a pensar que quizá algún día pudiera adoptar a un
huérfano del campo de refugiados. Pero eso sería diferente. El niño no tendría
demasiadas opciones, e incluso tenerme a mí cómo padre sería mejor que nada.
—Oh, Joseph — Demi se
acercó a él y le acarició el pelo. Después, le tomó el rostro entre las manos—.
Yo no conocí a tu padre —dijo—, pero sé que tú no eres como él. Tú nunca
pegarías a un niño como él te pegó a ti, ni lo despreciarías hasta que se
sintiera una basura, como lo hizo él.
—Eso no puedes saberlo. Es lo que viví durante dieciocho
años. Cabe la posibilidad de que su comportamiento esté también en mí, latente,
esperando el momento en el que yo tenga un hijo, y automáticamente, actúe igual
que él.
Demi lo miró a los ojos.
—¿Ni siquiera quieres verla? —preguntó suavemente.
A él se le encogió el estómago al pensarlo, pero sí, tenía
que admitir que sentía cierta curiosidad.
—Quizá, desde una distancia prudencial.
Demi sonrió.
—¿A cuánta distancia sería?
—A través de conferencia telefónica estaría bien.
Ella mantuvo su mirada.
—Creo que tiene tus ojos.
Aquello lo desconcertó. Durante todo el tiempo se la había
imaginado con los ojos marrones, como los niños del campo de refugiados.
— ¿Azules?
—Probablemente, sí. Todavía no tenía el color definido
cuando... cuando la dejé en el rancho —explicó, y los ojos comenzaron a
brillarle de nostalgia—. Oh, Joseph, por
favor. Vamos a llamar al rancho. Quiero decirles que vamos a ir. Hace una
eternidad que no la veo. Por favor. Allí son sólo las diez. No se habrán
acostado aún. Vamos a llamar ahora.
—Está bien. Sí. Lo haremos.
—¡Oh, gracias! —le rodeó el cuello con los brazos y le dio un
beso.
Es posible que ella quisiera tener un gesto amistoso, y que
aquel beso no fuera una invitación, pero no importó. El cuerpo de Joseph reaccionó involuntariamente mientras la
abrazaba con fuerza y la besaba.
Con un suave gemido de placer, ella se moldeó contra su
cuerpo de un modo como sólo Demi podía
hacerlo. Era cálida y flexible.
Joseph tiró
del cinturón de su albornoz y el grueso tejido se abrió sobre la suave curva de
sus pechos. Al instante, él experimentó la alegría de acariciarle la piel
sedosa y ella jadeó contra su boca.
Demi siempre
había sido tan sensible a sus caricias que hacía que se sintiera como un Dios
cuando estaban haciendo el amor.
Esa noche, su reacción le pareció incluso más sensible, y
sutilmente distinta. O quizá sólo fueran imaginaciones suyas. Antes, él pensaba
que conocía todos los detalles sobre ella, incluso los más íntimos.
Sin
embargo, en su ausencia ella había dado a luz a una hija, y el hecho de saber
aquello hacía que su cuerpo le resultara misterioso y exótico. Necesitaba
reconectarse con ella o al menos, convencerse a sí mismo de que todavía podía
conocerla, que todavía estaba a su alcance.
La miró fijamente a los ojos y lentamente, le abrió por
completo el albornoz. Le tomó un pecho con la mano y se inclinó, con el corazón
acelerado, para lamerle el pezón. Demi tenía
un sabor celestial. Él cerró los ojos, extasiado.
Ella suspiró su nombre y le enterró los dedos en el pelo para
sostenerlo contra su pecho.
—Voy a llevarte a la cama —murmuró él, tenso de deseo.
— ¿Y esa... llamada de teléfono? —suspiró Demi.
—Por la mañana —respondió él.
viernes, 21 de diciembre de 2012
Un Refugio Para El Amor Capitulo 8
Joseph la miró con el estómago encogido.
—No —susurró.
—Sí. Siento habértelo dicho de esta forma. No lo había
planeado así, pero llevo tanto tiempo guardando éste secreto que...
— ¡No! — Joseph se puso de
pie, como si alejándose de ella pudiera cambiar la noticia que Demi estaba intentando darle. La señaló con un
dedo acusatorio—. ¡Estabas tomando la píldora!
Demi se sentó sobre la cama, se cerró el albornoz y se ató el
cinturón con una gran dignidad.
—Sí, pero...
— ¿Dejaste de hacerlo? —El miedo que sentía explotó en forma
de acusaciones—. Dejaste de hacerlo sin decírmelo, ¿verdad? Pensaste que si no
podías atraparme de una forma, lo mejor era intentar otra cosa...
— ¡Cómo te atreves! —ella se levantó de un salto de la cama,
rígida de ira.
— ¿Y qué otra cosa voy a pensar?
Oh, Dios, Joseph recordó
cómo ella le había pedido que se comprometieran. Sus súplicas podían haber
provenido de la desesperación, al saber que estaba embarazada de él.
Ella apretó los puños y lo miró con los ojos oscurecidos de
furia por su traición.
—Podrías intentar pensar que fue un accidente. Yo tuve un
resfriado aquel fin de semana, ¿no te acuerdas?
—Sí, me acuerdo.
Ella había sugerido que no se vieran porque no quería que Joseph se contagiara, pero él la había convencido
diciéndole que tenía un gran sistema inmunológico. Le había dicho que pasarían
el fin de semana en la cama, lo cual habían hecho. Y aquel resfriado había
hecho que su última discusión fuera mucho más triste, porque ella había estado
llorando, tosiendo y sonándose todo el rato. Él se había sentido el peor de los
canallas, pero era ella la que lo había presionado. Y luego se había escapado.
Demi continuó hablando con amargura.
—Estaba tan preocupada por que tú te contagiaras que decidí
pedirle al médico una receta para antibióticos, con la esperanza de que así
habría menos posibilidades de que te pusieras enfermo.
—También me acuerdo de eso. Pero, ¿qué tiene que ver con...?
— ¿Lo ves? ¡Tú tampoco lo sabes! ¡Los antibióticos anulan el
efecto de la píldora anticonceptiva!
Así que era cierto. Joseph se
quedó helado. Una hija. Tenía una hija.
— ¿Dónde está?
La actitud desafiante de Demi se
desvaneció y su expresión se volvió muy triste.
—En Colorado —le dijo ella, en voz baja—. En el Rocking D.
— ¿Con Sebastian? — Joseph se
sintió alarmado—. ¡Sebastian no sabe absolutamente nada de bebés! ¿Cuánto...?
—Quizá sea mejor que nos sentemos —dijo ella, señalando una
mesa con dos sillas que había junto a la ventana—. Tenemos varias cosas de las
que hablar.
A él no se le ocurrió un plan mejor. Era un lugar tan bueno
como cualquier otro para que Demi le lanzara
una granada de información tras otra. Se acercó a la ventana y descorrió las
cortinas. Las había cerrado mientras ella estaba en la ducha, como parte de su
plan para seducirla. En aquel momento, sin embargo, necesitaba sensación de
espacio.
Cuando estuvieron el uno frente al otro, Demi comenzó a hablar.
—Entiendo que estés agitado. De veras, tenía la esperanza de
poder contarte esto más gradualmente, pero antes de que hable más, necesito
saber si podemos mantener esto entre nosotros o si tienes alguna obligación de
ponerte en contacto con mis padres.
Joseph recordó la preocupación grabada en el rostro de Adele y el
brillo de desesperación que había en los ojos de Russell.
—Están muertos de ansiedad por ti. Me dijeron que estabas
viajando... —entonces Joseph se interrumpió
y la miró fijamente—. ¿Has estado llevando a esa niña por todo el país?
—Se llama Elizabeth, y no, no he hecho semejante cosa. Como
ya te he dicho, la dejé en el Rocking D.
Elizabeth. Su nombre la hacía más real, lo cual no era nada
bueno.
— ¿Desde cuándo?
—Desde marzo.
— ¡Cielo Santo! ¿Está bien? ¿Sebastian está...?
—La niña está bien. Yo llamo a menudo por teléfono —dijo Jessica. Tenía los nudillos blancos de apretarse
las manos sobre el regazo—. Tuve que hacerlo, Joseph.
Pero primero, tengo que saberlo. ¿Vas a llamar a mis padres y a contarles todo?
— ¿No te parece que se merecen saberlo? ¡Por Dios, es su
nieta, Jess!
—Lo sé — Demi tragó
saliva—. Pero querrían hacerse cargo de la situación y protegerme y en esta
ocasión, también atraparían a Elizabeth en su red. Ella se convertiría en una
pequeña prisionera, como yo. En cuanto sepan la historia completa, es posible
que incluso pidan una orden judicial para tener el derecho a hacerlo.
Poco a poco, Joseph comenzó
a encajar las piezas del rompecabezas. Su disfraz, su separación del bebé, sus
viajes...
— ¿Qué ocurre, Demi?
—Necesito que me des tu palabra de que no llamarás a mis
padres.
—No te la voy a dar. Quizá eso sea lo que hay que hacer.
Ella se puso frenética.
— ¡No, no! No permitiré que mi hija tenga que crecer de esa
manera. Por favor, Joseph. Prométeme que no
los meterás en esto.
Él sacudió la cabeza.
—No. Entiendo que tengas miedo. He visto Demi Hall y estoy seguro de que te sentiste muy
sola allí. Pero hay cosas peores que sentirse solo. Tienes que confiar en mí.
No me pondría en contacto con ellos a menos que creyera que es absolutamente
necesario, pero si son tu mejor alternativa y tú eres tan cabezota como para no
verlo, entonces...
—Tú nunca has vivido allí —dijo
Demi. Se levantó bruscamente de la
silla y se dirigió hacia el baño—. Está bien. Mi objetivo principal era
contarte que habías tenido una hija, y ya lo he cumplido. Lo único que te pido
es que si me ocurre algo, cuides de ella.
Demi iba a encerrarse en el baño, pero él había cruzado la
habitación y la alcanzó antes de que pudiera hacerlo.
—Espera un momento —preguntó con el corazón en la garganta—.
¿Qué quieres decir con eso de que te puede ocurrir algo?
Ella lo miró fijamente.
—Nadie tiene garantías en esta vida, ¿no? Y ahora, si me
disculpas, quiero vestirme y desaparecer de tu camino.
—Y un cuerno —respondió él.
Diecisiete meses antes no habría hecho nada por impedirlo,
pero eso era antes de que hubiera vivido en una zona de guerra, donde la vida
podía perderse a cada instante. La tomó por la muñeca y la arrastró de nuevo a
la habitación.
—Es evidente que corres algún tipo de peligro, y por Dios que
vas a explicármelo.
Ella se resistió e intentó zafarse. Estaba roja de ira y
tenía la respiración entrecortada.
—Éste comportamiento machista no es propio de ti.
Un Refugio Para El Amor Capitulo 7
— ¿Sí? —Al instante, unos pasos se acercaron al baño—. ¿Estás
bien? ¿Quieres que llame a un médico?
—No, gracias. Estoy perfectamente —respondió ella—. Pero me
gustaría pedirte un favor. ¿Te importaría que me pusiera el albornoz del hotel,
que está colgado en el armario? Mi ropa está... bueno, no está... Es que yo...
—Toma —dijo Joseph,
mientras por la rendija asomaba una prenda blanca—. Que lo disfrutes.
—Gracias —respondió ella, y abrió un poco más la puerta para
tomar el albornoz. Oh, sí. Algodón egipcio. Se sintió como si estuviera en el
cielo cuando se lo puso y se ató el cinturón. Por primera vez, desde hacía
meses, se sentía ella misma.
Y en ese momento, tenía que enfrentarse a Joseph. Pensó en arreglarse el pelo y pintarse los
labios, pero ¿para qué? Posiblemente, Joseph
ya no la quería. Su aspecto no tenía importancia. Lo único que importaba en
todo aquel lío era Elizabeth.
— ¿Demi? — Joseph dio unos golpecitos en la puerta—. ¿Seguro
que estás bien?
—Sí.
—Entonces ¿por qué tardas tanto?
—Estaba... eh... pensando.
—Bueno, ¿y no podrías pensar aquí fuera? Tenemos que hablar.
—Sí, es cierto —respondió Demi.
Inspiró profundamente, dejó escapar en aire y abrió la puerta del baño. Se
encontró frente a la pechera de la camisa de Joseph.
Él estaba en el umbral, invadiendo su espacio vital.
—Tengo que preguntarte algo —dijo él sin rodeos.
Ella lo miró asombrada.
— ¿Qué?
— ¿Hay alguien más?
Demi sintió una intensa alegría. Aleluya. Él todavía la deseaba.
No. Nadie.
Con un sonoro suspiro, Joseph
la abrazó.
—Disculpa la barba —murmuró.
Luego la besó.
Aunque Demi estaba
rebosante de alegría al saber que él todavía tenía interés por ella, al
principio la barba la distrajo. Besarlo era como besar a un animal disecado.
Pero entonces... entonces él la persuadió para que abriera la boca.
Ella olvidó
la barba mientras redescubría por qué el hecho de besar a Joseph había
sido una de las emociones más grandes que había experimentado en la vida. Podía
transmitir más sensualidad en un beso que cualquier hombre en una hora de sexo.
Se acurrucó contra él, intentando pegarse aún más a su cuerpo.
Joseph cambió el ángulo de su boca y tiró del cinturón del albornoz
mientras murmuraba algo que sonaba como «no puedo resistirme».
Bueno, ella tampoco podía. Comenzó a desabotonarle la camisa.
Pero... en aquel momento se dio cuenta de que aquello no era lo que había
planeado.
—Te necesito —murmuró él empujándola hacia la cama mientras
continuaba besándola hasta hacerle perder el sentido.
—Espera —dijo ella, jadeando.
—No puedo —él le abrió el albornoz y tomó uno de sus pechos
en la mano con un suave gruñido.
— Joseph...
Demi quería decirle que ya no estaba tomando la píldora, pero él
continuó besándola. Sintió que la parte trasera de sus rodillas tocaba el borde
de la cama. Demi sobre contra la colcha y
él, encima de ella.
Jadeando, Demi blo intentó
de nuevo.
—No...
Él la silenció una vez más. Oh, Dios. Cuántas veces había
fantaseado con aquello. Lo abrazó con fuerza, se arqueó para recibir sus
caricias y gimió.
—Dios, te necesito —gruñó él.
—Yo también... —pero un bebé sin planear era más que
suficiente. Demi se obligó a pronunciar las
palabras—. Pero ya no estoy tomando la píldora. No podemos...
—Sí podemos —dijo él, y recorrió el cuello de Demi con los labios, hasta su boca.
Al principio, ella creyó que se refería a que no le
importaría que ella quedara embarazada.
— ¿Podemos?
—Sí —respondió él, y le cubrió la cara con un millón de
besos—. Podemos. Quiero estar dentro de ti Demi.
¿Le estaba diciendo que había cambiado de opinión en cuanto a
los hijos? Su corazón se llenó de gozo al pensarlo.
— ¿Por qué podemos?
—Le pedí al servicio de habitaciones que dejara preservativos
en la habitación. No te preocupes —él le besó las mejillas, los párpados, la
nariz—. No te dejaré embarazada.
Ella se quedó inmóvil.
— ¿Y eso sería tan terrible?
Él se detuvo y la miró a los ojos. Aunque con un gran
esfuerzo, controló su deseo y respiró profundamente.
—No quiero empezar con una pelea,
Demi.
—Yo tampoco, pero necesito saberlo. ¿Sería tan terrible que
me dejaras embarazada?
— ¿Quieres decir en éste momento? Sí. Tenemos mucho de lo que
hablar, y ésa es una de las cosas que tenemos que tratar, pero no querría hacer
un movimiento como ése sin tener en cuenta todo lo demás.
Estoy dispuesto a
pensarlo. Mucho más dispuesto que cuando me marché. Quizá... No estoy diciendo
que vaya a ocurrir, aunque quizá algún día... Pero no ahora.
La esperanza que Demi había
sentido se desvaneció.
Aquel hombre era imposible. Ella había querido encontrar
una forma de darle la noticia con suavidad, pero de repente, ya no quería ser
suave con ese nombre tan increíblemente sexy y tan frustrantemente obstinado.
Quería darle un golpe entre las cejas.
—Es demasiado tarde para hablar de ello, Joseph —dijo—. Hace ocho meses tuve una hija.
Un Refugio para El Amor Capitulo 6
Su voz la llenó de melancolía. Lo quería. No importaba cuánto
hubiera intentado ahogar esos sentimientos. El sonido de su voz desencadenó una
riada de recuerdos tiernos, lujuriosos, explosivos. El corazón comenzó a
latirle desbocadamente cuando las puertas del taxi se abrieron y la luz del
techo se encendió. Si cualquiera de los dos miraba hacia atrás, la vería.
Pero no lo hicieron. El motor se puso en marcha y Demi descubrió otra cosa muy desagradable. Desde
allí, percibía todo el olor del humo del coche. Maravilloso. Era posible que se
asfixiara.
El taxi comenzó a moverse y se puso en camino. A los pocos
minutos, el taxista y Joseph empezaron a
conversar y ella alzó un poco la cabeza para mirar por la ventanilla y saber
cuándo llegaban a la ciudad. Tenía muchas ganas de llegar porque el humo la
estaba mareando.
—Ahí está la Lovato Tower
—dijo el taxista—. Dicen que la oficina de Lovato ocupa todo el último piso.
Por lo visto, es un despacho enorme con una vista de trescientos sesenta grados
sobre Manhattan.
Ella conocía aquel despacho. Demi
cerró los ojos y agudizó los sentidos para concentrarse en la
conversación del taxista. Quizá el hombre consiguiera que Joseph dijera algo que a ella pudiera interesarle.
—Ya he oído hablar de ese despacho.
Le había oído hablar a ella. Joseph
bera la única persona que conocía su pasado y cuando la había abandonado, Demi había perdido mucho más que un amante. Había
perdido a la única persona con la que podía hablar sin tener que cuidar cada
una de las palabras que pronunciaba.
—Ese Demi debe de ser un
trapichero —dijo el taxista, que evidentemente estaba intentando sacarle algún
chismorreo—. Y supongo que también será un hueso duro de roer.
«No lo sabe usted bien», pensó
Demi. «Intente tener una opinión
distinta a la suya y verá lo que le ocurre».
—Alguien me había dicho que es difícil llevarse bien con Demi —dijo Joseph —, pero a mí me ha parecido un hombre
razonable.
Demi abrió los ojos de golpe. ¿Joseph
pensaba que su padre era razonable? ¿Qué especie de chaquetero era? Sintió que
su dolor de cabeza se intensificaba.
—Entonces ¿ustedes dos se han entendido bien? —preguntó el
taxista.
—Eso creo —respondió Joseph —. Alguien con tanto poder como él le puede caer
mal a la gente, pero a mí me ha parecido un hombre decente que intenta hacer lo
que está bien.
Demi no sabía qué era peor, el humo del coche o el hecho de que Joseph alabara a su padre. Las dos cosas la
estaban poniendo enferma.
—Y también creo que la persona que me dijo que era difícil
llevarse bien con él probablemente tenía algunos problemas de autoridad que
resolver —añadió Joseph.
¿«Problemas de autoridad»? ¿Qué demonios sabía él de eso? Demi emitió automáticamente un sonido de protesta,
antes de recordar que debía permanecer callada y escondida en el asiento
trasero. Se tapó la boca con la mano, pero era demasiado tarde.
— ¡Dios Santo! —Exclamó el taxista—. ¡Hay alguien ahí!
— ¡Usted siga atento a la carretera! ¡Yo me encargaré! —dijo Joseph. Se
pasó al asiento trasero y agarró a Demi por
las solapas de la chaqueta.
Ella estaba demasiado asombrada como para hablar.
Joseph tiró de ella hasta conseguir que se sentara en el suelo y a Demi se le cayeron las gafas del disfraz. Volvió a
ponérselas e intentó no vomitar. El humo había hecho que se mareara de verdad.
—Dios Santo, es una mujer —dijo
Joseph, estupefacto.
— ¿Y qué hace una mujer en mi taxi? —Preguntó el conductor
con histerismo—. ¿Va armada?
—No lo sé —dijo Joseph con
la respiración entrecortada—. ¿Está armada?
Ella sacudió la cabeza.
—No —dijo él al taxista. Mientras su respiración se calmaba,
la observó atentamente, como si estuviera intentando descifrar un acertijo.
—Voy hacia la comisaría más cercana —dijo el taxista.
—No, aún no —respondió Joseph
con más tranquilidad—. Déjeme ver si averiguo qué está haciendo aquí —dijo, y
miró a Demi —. ¿De dónde ha salido usted?
Ella no confiaba en que pudiera abrir la boca para hablar sin
vomitar, así que se quitó las gafas y lo miró.
Él la miró también, fijamente. Entonces, sin apartar sus ojos
de ella, subió el brazo libre y encendió la luz del techo del vehículo.
Demi parpadeó, deslumbrada, pero cuando lo miró de nuevo, se dio
cuenta de que él la había reconocido.
— ¿Demi? —susurró Joseph.
Ella asintió. Después se subió al asiento, bajó la ventanilla
y vomitó.
Un interminable y humillante rato después, Demi estaba finalmente encerrada en el cuarto de
baño de la habitación de hotel de Joseph. Farfullando
imprecaciones, se desnudó, se quitó la peluca y se metió en la ducha. De todas
las formas de reencontrarse con Joseph que hubiera podido imaginar, ninguna incluía una
vomitona.
Afortunadamente, sólo había manchado un lateral del taxi y la
manga de su propio abrigo. Y en el barullo que había seguido a aquel incidente, Demi se había
sentido demasiado avergonzada como para pararse a averiguar si Joseph estaba contento de verla o no.
En el baño, se tomó tiempo para deleitarse con el lujoso
jabón y champú del hotel, y después se extendió loción hidratante por el
cuerpo. Hacía tiempo que no disfrutaba de un tratamiento de cinco estrellas
como aquel. En su huida, había intentando no tocar su fondo fiduciario en
absoluto, pero al verse obligada a dejar su trabajo, había tenido que sacar
algo de dinero de aquella cuenta. Había gastado con rabia aquellos dólares,
porque eran de su padre.
Así que no se podía decir que sus alojamientos de los últimos
meses hubieran sido de primera clase. Más bien, de quinta o sexta.
Conociendo a Joseph y su
falta de pretensiones, lo normal habría sido que se alojara en un hotel de
precio medio, pero por razones desconocidas para
Demi, le había pedido al taxista que los llevara al Waldorf. Quizá lo
hubiera hecho por ella.
Después de aquella ducha tan reconfortante, pensó que no
quería ponerse algo arrugado y con olor a moho de lo que llevaba en la mochila.
Se imaginó saliendo del baño para hablar con Joseph
con un jersey enorme de cuello alto, deformado y viejo, y se imaginó
teniendo la misma conversación con Joseph,
pero llevando el albornoz blanco del hotel. Aquella conversación ya iba a ser lo
suficientemente difícil sin tener mal aspecto, así que se envolvió en una
toalla y abrió una rendija de la puerta.
— ¿Joseph?
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Seductoramente Tuya Capitulo 13
—Podemos acercarnos a Atlanta propuso
Joseph, adivinando en parte los recelos de Demi. Así no tendremos que preocuparnos por que
Martha Godwin o cualquiera de esas cotillas puedan vernos juntos.
—Buena idea aceptó ella, aliviada
por aquella sugerencia.
—¿Te recojo a las siete?
— ¿Recogerme? Demi decidió emplear una actitud bromista para ocultar
sus verdaderos sentimientos—. ¿No deberíamos encontrarnos en algún callejón a
oscuras?
—No. Pero llevaré un disfraz si te
parece bien —repuso Joseph con ironía.
—¿Cómo te reconoceré?
—Me pondré una rosa en la solapa.
—¿Una rosa? —Demi rio—. Con eso solo ya tienes disfraz
suficiente, dada tu imagen ultra conservadora.
—Entonces, perfecto. Si alguien nos
ve, pensará que soy alguno de tus excéntricos amigos del teatro.
—¿Qué te hace pensar que mis amigos
del teatro son excéntricos?
—Digamos que es una intuición. Nos
vemos mañana por la noche entonces. Buenas noches, Demi.
Esta colgó el teléfono y miró hacia
la pared que estaba pintando. Lo mejor sería limpiar las brochas. Dudaba mucho
que fuera a concentrarse en lo que quedaba de noche.
Joseph
combatía un penoso sentimiento de culpabilidad mientras aparcaba frente a la
casa de Demi el sábado por la tarde. Por
mucho que a sus hijos les gustara quedarse con los abuelos, se sentía mal por
dejarlos el fin de semana después de haber pasado tantas horas fuera trabajando
durante la semana. No le había resultado fácil pedirle a Bobbie que cuidara de
ellos; sobre todo, ya que había tenido que explicarle la razón de que
necesitase su ayuda. Sorprendentemente, su madre se había limitado a decirle
que lo pasara bien en la cena.
Aunque no lo hubiera dicho, sabía
que su madre estaba contenta. Llevaba cinco ó seis meses animándolo a que
saliera más. Le había dicho que no era normal que un hombre joven como él
pasara tanto tiempo solo. Cuando le había recordado que tenía que criar a dos
hijos, Bobbie había respondido que lo consideraba muy buen padre; pero que, aun
así, necesitaba tener una vida propia. Melanie no habría querido que pasara el
resto de su vida de luto.
Se preguntó que habría dicho Bobbie
si le hubiera contado que sospechaba que Melanie habría disfrutado mucho
viéndolo siempre pesaroso. Todavía no le había contado a nadie toda la verdad
concerniente a la muerte de su mujer; de modo que Bobbie no podía saber que no
era solo pesar lo que había tenido que soportar en los meses posteriores al
accidente.
No había tardado en comprender que
Washington n
o era el lugar adecuado para asimilar lo que había sucedido... ni
para sacar adelante a los niños. Había sentido que necesitaba el apoyo de la
familia, un cambio de escenario, estar acompañado de personas que apenas había
conocido a Melanie y que ignoraban los rumores que se habían propagado como la
pólvora por Washington. Y había encontrado todo eso en Honoria.
Pero no había esperado encontrar a Demi Lova
o, ni sentirse tan atraída hacia ella
como en el pasado. En esa ocasión, sin embargo, no había tantas razones para
resistirse a ella. Mientras tuviera cuidado de no involucrarse demasiado,
mientras se asegurara de que sus hijos no se vieran afectados, no había motivo
alguno para no aceptar algunas de las cosas que Demi
parecía estar ofreciéndole. Cosas que, deseaba con fervor.
Los dos eran jóvenes, estaban sin
pareja y habían regresado recientemente a Honoria. No creía que a Demi. le interesase un compromiso a largo plazo
con un padre viudo, lo que no lo molestaba, ya que él tampoco buscaba eso. En
ese momento, no tenía intención de volver a casarse, de confiar su corazón y
sus hijos a otra mujer. Además, dudaba mucho que Demi
acabara el curso escolar allí. Seguramente, no tardaría en aceptar el primer
papel que le ofrecieran. Eso o se aburriría de la vida de una pequeña ciudad y
volvería a la Gran
Manzana en busca de emociones.
Pero mientras tanto...
Apartó el coche y agarró la rosa
que le había comprado, llevado por un impulso.
Joseph
consideraba tener muchas habilidades sociales. En Washington, se había mezclado
con políticos, famosos y grandes empresarios. Había pasado casi tanto tiempo
con esmoquin que con ropa deportiva y rara vez no había encontrado algo que
comentar. Pero cuando Demi Lovato abrió la
puerta con aquel vestido amarillo tan ceñido, que dejaba al descubierto los
hombros y buena parte de las piernas, se le olvidó hasta cómo se llamaba.
—Hola, Joe.
Bonita corbata —lo saludó ella.
Como no sabía si hablaba en serio o
se estaba burlando de su estilo clásico, optó por un sencillo:
—Gracias. Estás... muy bien.
—¡Vaya, gracias! —Demi le lanzó una mirada con la que dejó claro que
se estaba riendo de él.
—Iba a ponérmela, pero no pegaba
con la camisa —dijo Joe, ofreciéndole la
rosa que le había comprado.
—Gracias de nuevo. Es preciosa. Voy
a ponerla en un jarrón con agua —Demi aceptó
la flor con una sonrisa—. Me la pondría, pero no pega con mi pelo.
—¿Cuándo te volviste pelirroja?
—El año pasado, después de mi fase
de morena, .que vino tras la etapa rubia. Me canso con facilidad.
Lo cual confirmaba lo que había
estado pensando.
—El rojo debe de estar de moda. Mi
hermana se ha teñido el pelo de ese color también. Me costó un poco acostumbrarme,
pero ahora me gusta.
—¿Tara se ha teñido el pelo? —Demi pareció sorprendida—. No puedo imaginármela
más que rubia.
—Está bien de cualquier manera.
—Seguro. Tara siempre ha sido
guapa. ¿Te apetece una copa antes de marcharnos? —le ofreció Demi mientras ponía la rosa en un jarrón.
Tomar una copa significaba pasar
más tiempo con ella en su casa. A solas. Con ese vestido tan ajustado. Era
demasiado arriesgado.
—No. Mejor nos vamos, si estás
lista.
Joseph no
tuvo que preocuparse por dar conversación a Demi
durante el viaje de una hora hasta el restaurante que había seleccionado en
Atlanta. Ella se encargó de hablar todo el tiempo: le habló de los papeles que
había interpretado en Nueva York, así como de algunos de los famosos a los que
había conocido. Parecía que intentaba llenar cualquier posible silencio entre
los dos.
A él no le importaba su plática.
Tratar de seguir sus extravíos conversacionales le impedía centrarse
exclusivamente en el modo en que la falda se le había subido hasta los muslos,
o en la manera en que el cinturón de seguridad le marcaba los pechos.
Cambió de postura en el asiento,
enojado consigo mismo por dejar que las hormonas se hicieran cargo de él. Que
no se hubiera acostado con una mujer en un año no significaba que no pudiera
controlarse.
El monólogo de Demi se prolongó durante la excelente cena que les
sirvieron en una mesa retirada de una esquina tranquila de un elegante
restaurante. Demi parecía tan cómoda en
aquel lujoso ambiente como acurrucada en el sofá de su casa.
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