El bebé nació a las dos de la mañana. Tilly se sentó en la sala
de urgencias con su bata y sus zapatillas, los rulos en el pelo, mirando
furiosa al hombre desaliñado y pálido sentado frente a ella, que se estaba
incorporando para darle las gracias al médico por haber ayudado a nacer a su
hijo.
— ¡Es un niño! —Exclamó cuando el médico salió de la sala—. ¡Y Demi
está bien! Puedo verla tan pronto como la traigan de la sala de recuperación!
—Ya la has visto, —le dijo ella entre dientes, alzando una ceja
de su cara enrojecida—. Justo antes de que te desmayaras…
— ¡Yo no me he desmayado! —dijo—. Tropecé con esa maldita bata
que llevaba en la sala de partos!
—¿La que solo te llegaba a las rodillas? —le preguntó, aunque ya
lo sabía—. Demi se estaba riendo tan fuerte, que ni siquiera tuvo que empujar.
El bebé nació justo en ese momento.
—Ha sido una noche movida, —comenzó a la defensiva.
—Claro, negando las contracciones hasta que rompió aguas. “son simplemente
falsas alarmas, cariño, estás sólo ocho meses y tres semanas” le dijiste. Y
allí fuimos, ¡corriendo al hospital porque temíamos que la ambulancia no
llegara a tiempo, ¡y yo en camisón! Y entonces, cuando llegamos a la sala de
partos, antes de entrar en la habitación, ¡te has desmayado cuando has visto
salir al bebé!
Él Le miró furioso.
— ¡No me he desmayado, he tropezado…!
Ella abrió su boca para seguir discutiendo, cuando una enfermera
se asomó a la puerta.
—Sr. Jonas, su esposa pregunta por usted.
—Voy enseguida.
—¿Está mejor ahora? —le preguntó la enfermera.
—He tropezado, —dijo con firmeza.
La enfermera y Tilly intercambiaron una divertida mirada, sin
que él las viera.
—Sí, señor, ya se lo que pasó, pero, en un hospital, no podemos
pasar por alto ninguna caída.
—Claro que sí. Ya lo sé.
Él siguió a la enfermera por el pasillo hasta que se detuvo en
una habitación privada y se puso de lado a dejarle entrar.
Demi estaba sentada en la cama, con su hijo en sus brazos, llorando
de alegría mientras veía como la enfermera le ponía a Joe, una bata y
mascarilla.
—Normal del hospital, —farfulló.
—Sí, señor, pero todo es para la protección del bebé, y sabemos
que a usted no le importa, —le respondió, con una sonrisa.
Él se rió entre dientes.
—Por supuesto que no.
Ella ató la última cinta y lo dejó con su nueva familia.
— ¿Estás bien? —preguntó.
Ella asintió.
—Sólo un poco cansada, y no me desmayado, —agregó.
—Por supuesto que no, querida, —dijo dándole la razón.
—Ven a ver lo que tengo.
Ella abrió la manta y apareció un niño perfecto. Sus ojos no se
habían abierto todavía, y se veía muy pequeño.
—Crecerá ¿no? —preguntó Joe preocupado.
— ¡Por supuesto que sí!
Él tocó en la diminuta cabeza, fascinado. El bebé era más
pequeño de lo que había esperado, tan frágil, tan tierna. Las lágrimas le
picaban en los ojos cuando miró a su hijo.
Segundos después, el pequeño abrió la boca y empezó a llorar. Demi
se río entre dientes mientras intentaba abrirse el camisón y dejó al aire un
hombro, exponiendo un pecho firme e hinchado. Mientras Joe miraba, totalmente
hipnotizado, dirigió el pezón hacia la boquita del bebé que lo cogió y empezó a
mamar.
Orgullosa, miró a su marido y vio una expresión maravillada en su
cara.
—Sé que hablamos sobre alimentarlo con biberón… —comenzó.
—Olvídate de eso —respondió, mirándola con sus ojos tan llenos
de amor que brillaban—. Espero que puede hacerlo que durante un año o así, ya
que me encanta veros.
Ella se río con timidez.
—Me encanta esta sensación —confesó, acariciando la pequeña
cabeza—. ¡Oh, Joe, tenemos un bebé, —dijo extasiada—. ¡Un bebé de verdad, vivo
y saludable! Él asintió. Casi no podía hablar por el nudo que tenía en la
garganta.
—Te amo.
Tomó una bocanada de aire.
—Te quiero, cariño, —respondió. Sus ojos buscaron hambriento de
ella—. Con todo mi corazón.
—Yo también, mi marido de papel, —ella murmuró.
—¿Estás recordando? —se burló él—. Yo también. Pero me siento
bastante carne y hueso en este momento.
—Ya se nota, también —lo atrajo hacia ella y lo besó a través de
la máscara—. ¿Se te ha olvidado que día es hoy?
Él frunció el ceño.
—Bueno, con toda esta emoción…
—¡Es tu cumpleaños!
Arqueó las cejas.
—¿Estás segura?
—Sí, lo estoy —le dijo ella—. ¿Te gusta mi regalo? —agregó, bajando
la cabeza hacia para ver como el bebé seguía mamando.
—Me encanta, —contestó—. ¿Puedo uno de estos cada año? —se burló
él.
—No prometerte nada, pero lo intentaré.
—Eso es un trato.
Tilly se reunió con ellos, un poco más tarde, todavía con la
bata y los rulos en el pelo.
—Buen Dios, ¿todavía no has ido a casa? —le pregunto Joe, horrorizado.
Ella le sonrió divertida.
— ¿Cómo?
—Usted puede… —frunció los labios—. No tenías dinero para un
taxi, y no sabes conducir.
—Cierto.
La miró avergonzado.
—Ahora voy a llevar a Tilly a casa —dijo inclinándose para besar
a Demi y al niño—. En cuanto deje a Tilly volveré. ¿Necesitas que te traiga
algo?
Ella asintió.
—Helado de fresa.
—¡Voy a estar de vuelta en un abrir y cerrar de ojos!
Y así fue. Durante muchos años después, el personal del pequeño
hospital, seguía hablando del día en que nació el pequeño Donald Mandel Jonas, y
cómo su orgulloso papá satisfizo el deseo de helado de fresa de Demi, trayendo
hasta el hospital, un camión cargado con el helado más exquisito que encontró. Demi
dijo que es una lástima que su bebé fuera demasiado pequeño para disfrutar de
él, pero Joe le prometió que no habría ningún problema, ya que había comprado
una empresa de helados, ¡y estaba, como loco, esperando que llegara el primer
cumpleaños de su hijo!
Fin