Las palabras asesinato, accidente
y escritora, se repetían en su mente con una tentadora insistencia. En todo el
camino a ese apartamento, había planeado más de mil maneras de hacerla pagar
por su atrevimiento.
¡Su auto! Si algo le ocurría a su Lexus Dios la salve, Joseph no tendría consideraciones.
No estaba exagerando, ese era el
primer auto que había comprado con dinero ganado por el sudor de su frente.
Era
su automóvil, su pequeño, su orgullo, lo quería más que a su padre, más que su
perro (si tuviese uno) más que…Bueno, lo quería con un demonio.
Ella no tenía
derecho a sacarlo de su cómodo garaje, ella no tenía derecho a tocar su
tapicería de cuero semi—anilina, su tablero de alta gama provisto de la más
fina tecnología para la navegación.
Y su motor… aquel motor calibrado a su
gusto, ese que podía pasar de cero a cien en no más de diez segundos.
—Dios mi pobre auto…—musito
clavando la vista en el taxímetro que avanzaba a cuenta gotas.
Joseph quería llorar, su Lexus estaba
en manos de una mujer. Moriría mil veces, antes de ponerlos en las garras de
una impertinente y poco intuitiva mujer.
Ese auto no estaba hecho para ser
conducido por alguien del sexo femenino, ese Lexus expedía testosterona, era un
tributo a la masculinidad.
¡Era insultante que ella lo hubiese tomado! Podría
haberlo castrado y hubiese obtenido el mismo efecto, sin su auto Joseph se sentía incompleto. No menos
hombre, pero si…incompleto.
— ¿Quiere apurarse? —Le urgió al
taxista, éste lo observo por el retrovisor. Ah…su auto también tiene uno de
esos.
—Voy tan rápido como
puedo—masculló el hombre sin hacerle mucho caso.
Joseph se removió incomodo en el
asiento, cada minuto que pasaba aumentaba las posibilidades de que su pequeño
sufriese un accidente.
Cerró los ojos, ni siquiera se atrevía a concebir esa
idea, afortunadamente el taxista lo obligo a salir de su letanía con lo que él
llamaría a partir de ese día, la nueva palabra mágica.
—Llegamos.
………
Un baño y una taza de té después,
Demi ya se sentía más en sintonía con su cuerpo. Al menos ya no
apestaba a Joseph, pero es que
era de no creerse, los hombres no debían oler tan bien.
Y ella estaba casi
segura que si embotellaba la esencia de éste en particular, podría revenderla
como un auténtico Dolce & Gabbana.
—Maldito—murmuró mientras se
obligaba a tragar su infusión de hierbas.
Había logrado no pensar en él
durante su baño, pero esa traicionera idea sobre su aroma le echo todo el
trabajo a la basura. No iba a concentrarse en idiotas con trasero de concurso,
no, no más Joseph, no más
hombres.
Si volvía a pensar en él de una manera poco ortodoxa, se obligaría a
ser lesbiana.
Estaba cansada, Fiona tenía razón
debía dormir. Con unas buenas horas de sueño, ella limpiaría su mente y ya…
— ¿¡Demi!?—Pegó un brinco en su asiento
al sentir ese llamado. No era su amiga, al menos que estuviese manifestando a
su hombre interior— ¡Demi! ¡Abre la puerta!
Fue tan confiada como para
obedecer sin poner pegas, a pesar de lo cabreada que se oía la voz que le
reclamaba del otro lado. Pero ¿Por qué? ¿Por qué fue tan dócilmente? Pues era
igual que preguntarle a una vaca, porque entraba en un matadero. El efecto de
la simple y a veces mortal, inocencia.
— ¿Qué…?—No llego a formular el
resto de su pregunta, él entró en su apartamento como un torbellino, casi
tumbándola en el proceso.
Cuando ella logro conectar su
mente con el presente, vislumbro a Joseph
de pie en medio de su vestíbulo, con las manos presionadas en fuertes puños y
la respiración completamente acelerada.
Por un segundo tuvo la impresión de
estar viendo a un tigre enjaulado y hambriento, es mas era como si no lo
hubiesen alimentado por meses con el simple propósito de cabrearlo más.
Demi dio un paso atrás, él estaba
demasiado molesto para su gusto. Y no era nada parecido a la molestia que había
tenido esa vez que lo reporto desaparecido, esto parecía mucho peor.
— ¿Joseph…?
— ¿¡Dónde está!?—La interrumpió
alzando el volumen de su voz, hasta volverla amenazadoramente aterradora—
¡Dónde está!—repitió. Ella se encogió en su misma ¿respondía o llamaba a la
policía?
— ¿¡Qué!?—exclamó a su vez, ya
decidida a que si firmaba su sentencia mejor entregarse en cuerpo y alma. Joseph presiono los ojos en finas
líneas y de haber sido capaz, la habría fusilado con la mirada, luego
resucitado y luego vuelto a fusilar.
— ¡No te hagas las
estúpida!—masculló colérico, ella abrió los ojos como plato incapaz de
argumentar palabra ¿Le había dicho estúpida? ¡Ja! Hablando de ironías —
¡Mi
auto! ¿Dónde está mi auto? ¡Si le hiciste algo…!—Y mientras le soltaba toda esa
retahíla de gritos, se encargaba de avanzar hacia ella apuntándola con su dedo
acusadoramente— ¡Te juro que no vas a ver otro día!