Puse los ojos en blanco. Esto sí que iba a
resultar un castigo. Más que un jardinero o algo así, Joseph parecía ser la mascota de la familia.
Supongo que es una suerte que mi madre le diera permiso para dormir en el
sillón y que no le haya dicho ―¿Por qué no vas
arriba y te recuestas en la cama de Demi?
Ella también está durmiendo la siesta‖ Menos mal que no bajé envuelta en una toalla o que…
― Caramba ― dijo Joseph de repente ― Estás distinta.
Baje la vista para mirar mi vestido de baile consciente que por
primera vez de lo que llevaba puesto.
― Oh, yo…yo…no
acostumbro a pasearme así por la casa. Fue solo que…
― Se te ve estupenda ― declaró Joseph se acerco al pie de
la escalera ― Ven aquí.
― Solo estaba…― volví a empezar, pero Joseph extendió la mano para tomar la mía y me hizo
bajar los escalones que faltaban para llegar al vestíbulo del frente.
― No bromeo, se te ve
estupenda-insistió, inclinando la cabeza a un costado ― El negro te sienta bien.
Lo miré escéptica, esperando que empezara a burlarse de mí.
-¿Debido a mi…personalidad resplandeciente?-pregunté con
sarcasmo.
-No –dijo lentamente-supongo que se debe a que tu pelo es
brillante…No vas a llevarlo recogido ¿no?
Demasiado consciente de mí misma, me toque el pelo sujeto con
las horquillas.
― Pensé…
― No, es absolutamente
necesario que lo lleves suelto
― Espera ― Saqué las tres horquillas. ― ¿Ves? Ahora es
demasiado.
― De ninguna manera ― dijo Joseph ― Ahora está mejor.
Extendió la mano y la deslizó por las puntas de mi cabello. Sus
dedos rozaron mis hombros desnudos y se detuvieron allí de forma casi
imperceptible.
De golpe, me quedé sin aliento. Había permanecido igualmente
cerca de Joseph aquel día en el
laboratorio, pero esto era diferente. El aire que había entre nosotros estaba
electrizado. De alguna manera, resultaba maravilloso y perfecto estar de pie
junto a él, con mi vestido para el Baile de Otoño, sintiendo su contacto ligero
y cálido en los hombros.
― Oye ― dijo Joseph con suavidad ― ¿Cómo haces para que se te formen esos tirabuzones en el pelo?
― Hmmm… ¿Esto? ― dije yo ― Me lo enrosco en un dedo.
Joseph hizo un bucle con su propio dedo y mi pelo,
y luego lo soltó, mientras miraba como se deshacía.
― Claro…Así ― dijo.
Levanté la vista y me encontré con su mirada.
Olí el sol y el viento en su pelo y su ropa. Era un olor bueno,
limpio. Me hizo pensar en el otoño y en las hojas y en manzanas asadas y en la
Noche de Brujas y en fogatas y en pilas de heno, y en otras cosas que no
recordaba desde hacía años.
Durante un momento, pareció que toda mi infancia
estaba incluida en el aroma de Joseph Conner, mientras el permanecía cerca de mí al pie de la
escalera en esa tarde de otoño, con la brillante luz del sol que entraba por las
ventanas.
Joseph todavía me miraba, sonriendo con tanta
dulzura que supe que, si le decía lo que pensaba en esos momentos él
contestaría ―Se con exactitud a qué te refieres‖ Su expresión era tan distinta a la de constante vanidad que le
era propia, que bajé los ojos confundida.
Su frente tocó la mía. Nuestras narices chocaron con algo de
sorpresa. Pensé que iba a besarme pero ni siquiera pensé en detenerlo. Sus
labios rozaron apenas los míos.
Luego él se aparto y me miró, sus ojos verdes estaban llenos de
esa inquietud que sólo le había visto unas pocas veces, sólo que ahora estaban
más penetrantes, y mucho más tiernos. Cerré los ojos y Joseph volvió a besarme con más urgencia esta vez.
Sus manos se hundieron en mi pelo para sostenerme la cabeza.
Mi mente se nubló. O no, el mundo se estaba nublando Joseph me sostenía con la adorable presión de sus
manos en mi nuca. Apoyé las palmas de mis propias manos en su pecho y me
estremecí sorprendida. Él temblaba.
Me hizo apoyar de espaldas en la baranda de la escalera. Las
barras de madera se me clavaron en los hombros, pero no me importó. Puse la
mano en su nuca. Su pelo era tan suave como imaginaba. Y desee que no dejara de
besarme nunca.
La puerta de la calle se abrió de golpe y papá entró como una
tromba, seguido de mi madre, que llevaba a Debbie sobre la cadera.
Grité con lo cual probablemente destrocé el tímpano de Joseph, y nos separamos de un salto.
― Por Dios, ¿Qué
sucede? ― dijo mamá
― Nada ― Me toqué la nuca con gesto nervioso. Tenía la piel húmeda ― Me asustaron eso es todo.
― Lo siento querida ― dijo ella ― ¿Durmieron una linda
siesta?
Mi madre comenzó a desatar los lazos del pelo de Debbie.
― ¿Joseph? ¿Demi?
Pero nosotros no respondimos. Estábamos demasiado ocupados
mirándonos fijo, con la clase de sonrisa prolongada, lenta e intima que en
general se asocia a parejas que se han visto separadas por la guerra o alguna
calamidad, y luego vuelven a reunirse.
― Hola, ¿Qué tal? ― dijo Joseph con suavidad.
― Hola ― le conteste en un susurro.
Era domingo, un día después de nuestro beso, y Joseph había venido a lustrar el auto. Pero en
lugar de ponerse enseguida a trabajar, me sorprendió en la cocina. Yo le había
dado la mitad de mi sándwich tostado de queso, y ahora estábamos sentados a la
mesa, limitándonos a mirarnos fijo.
No podía creer lo bien que me sentía allí con él ¿De veras era
ese el chico al que tanto había odiado durante el primer mes de clases? Está
bien, tal vez no fuera exactamente odio. Pero el me había vuelto loca al
hacerme sentir tan aburrida, tan estirada, tan… hija del director.
Sentada con él en esa mañana soleada, mirándolo mientras tomaba
un largo sorbo de agua, observándolo mientras él me observaba a mí, que
terminaba el sándwich de queso, me sentía cualquier cosa menos aburrida.
Joseph xtendió la mano y me apartó unos rizos de la
frente.
― El pelo te brilla
bajo el sol. No pensé que el pelo castaño pudiera ser tan reluciente.
Me sonroje.
― Hmmm reluciente.
Nadie nunca uso esa palabra para describir mi pelo.
― Es una buena
cualidad para el pelo ― dijo él ―. En especial si
brilla bajo el sol y tiene esas cositas que parecen tirabuzones.
Por un instante más nos miramos el pelo, los ojos, la piel.
Luego me sentí vagamente consciente de los familiares sonidos otoñales que
provenían del jardín. Anne que saltaba sobre una gran pila de hojas, mamá
diciéndole que dejara de hacerlo porque las hojas rastrilladas había que
ponerlas en bolsas.
― Será mejor que te
pongas a trabajar ― le dije a Joseph con suavidad ―. Mis padres pueden
comenzar a preguntarse qué está pasando.
Joseph levanto una ceja.
― ¿De veras quieres
que me ponga a trabajar?
Me encogí de hombros.
― Bueno, no, no quiero exactamente que tú…
― Piensas demasiado en
lo que debería hacer la gente Demi ― dijo él con dulzura.
― No es verdad ― me defendí.
El me sonrió.
― ¿Ah, no? ¿Entonces
por qué es tan importante que lustre el auto y embolse algunas hojas? Ni
siquiera tus padres parecen demasiado severos al respecto.
― Escucha ― dije, poniéndome rígida ―, sólo porque pienso
que, si estás en la casa de alguien para trabajar como castigo por meter
semillas de marihuana en el macetero de una profesora sería de veras bueno que
hicieras algo de trabajo, no quiere decir que yo sea una aburrida, mojigata y
pesada hija de director, con nada mejor que hacer que…
― Demi, Demi ― Joseph me apretó las manos
entre las suyas. ― ¿Quién dijo que eras aburrida o mojigata o
cualquier otra cosa?
―Tú‖, quise contestarle, al recordar de golpe todo lo que había oído
decirle a Marty Richards aquel día en el baño. Está bien, tal vez no haya dicho
exactamente que yo era aburrida o mojigata, pero podía muy bien haberlo hecho.
― Bueno… tú… hace unas
dos semanas… yo oí…
Pero no pude terminar de hablar Joseph me había rodeado la cara con sus manos. Sus
penetrantes ojos verdes estaban fijos en los míos.
― No eres aburrida en
absoluto, Demi ― susurró con voz ronca.
Volví a abrir la boca, pero no logré encontrar mi voz.
Él sacudió la cabeza y sonrió.
― Sabes, me gustaría
haberme atrevido a pedírtelo.
― ¿A pedirme qué?
― Que me acompañaras
al baile.
Sentí que el corazón se me agrandaba.
― ¿Pensaste en
invitarme a ir contigo al Baile de Otoño?
El asintió.
― Pero creí que no
aceptarías. Parecías odiarme tanto.
― ¡Odiarte! ― dije, riéndome.
Me miró con expresión irónica.
― Es difícil de creer ¿eh? ¿De dónde pude haber sacado esa idea?
Me sonrojé. Me sentí un millón de veces mejor que unos minutos
antes. ¿Por qué había sido tan susceptible? Joseph sólo me hacía bromas. Y aquella conversación
escuchada en el baño… bueno, probablemente la había interpretado mal.
Le dí un puntapié juguetón por debajo de la mesa.
― Bueno, ¿y qué es
Swiss Kriss? ¿Tú segunda elección?
Joseph se encogió de hombros.
― Oh, fue ella quien
me invitó. No iba a decirle que no. Además, ¿había otra manera mejor de darte
celos?
― ¿Quieres decirme que
aceptaste llevar al baile a la chica más linda del colegio sólo para darme
celos? ― pregunté.
― Acepté llevar a la
chica a quien algunos consideran la más linda para darte celos ― contestó ―. ¿Funcionó?
― ¡Oh no! ― Le dije, mientras hacía un gesto de rechazo con la mano ―. Casi no pensé en eso hasta ahora.
Media hora más tarde,
Joseph y yo seguíamos
hablando con toda naturalidad cuando oí que Anne subía por la escalera. Había
decidido no decir nada más acerca del trabajo en el jardín.
Tal vez él tuviera
razón, tal vez, en efecto, me tomaba las cosas demasiado a pecho algunas veces.
Después de todo, ¿qué me importaba si lustraba o no el auto? Todo lo que
deseaba era mirar fijo los ojos de Joseph.