Voy a casa —dijo tranquila—. Sabemos que esto fue un error. Puedes
pedir el divorcio cuando quieras.
El testamento solo requería un certificado de
matrimonio. La propiedad ahora es mía y te prometo que no voy a vendérsela a
cualquiera que pueda amenazar a tus caballos.
No estaba preparado para esa respuesta. La miró con sentimientos
encontrados.
—La casa es bastante grande —dijo, sin saber que más que decirle.
—Tilly y tú no me echaréis de menos. Ella estará ocupada con las
faenas domésticas y tú, de todos modos, nunca estás aquí —
no quiso mirarlo a
los ojos mientras se lo decía, porque no quería que se diera cuenta del dolor
que le habían producido sus frecuentes ausencias—. Creo que me compraré un
perro.
Joe sonrió con frialdad.
—¿Para reemplazar a un marido?
—¡No será difícil reemplazar a un marido que ni siquiera duerme
conmigo…! —Se quedó helada cuando se dio cuenta de que la puerta estaba abierta
y Betty estaba allí, escuchando.
El hecho de que la conversación se terminara de forma tan
brusca, hizo que él también se diera la vuelta.
Betty ni siquiera simuló estar avergonzada y sonrió victoriosa.
—Estaba buscando el cuarto de baño. Lo siento si he interrumpido
algo.
—Hay un cuarto de baño en la planta baja y como sin duda ya
sabes es la tercera puerta a la derecha —dijo Joe brevemente.
—Gracias, cariño —sus ojos se fijaron en las maletas y en la
palidez de la cara de data y, sonriendo de nuevo, los dejó a solas.
La cara de Joe no expresaba absolutamente nada.
Demi recogió su maleta y dijo:
—Me llevo sólo esto. Si no te importa, ¿podrías enviar a alguno
de tus hombres con el resto de mis cosas? Mi coche está todavía en el garaje, ¿no?
—Todavía está allí.
—Gracias.
Pasó por su lado y él la agarró el brazo, notando su rigidez y
su tensión. Ella notó su cálida respiración.
—No te vayas —le dijo entre dientes.
Ella no podía permitirse el lujo de ser débil y formar parte de
un trío. Betty lo quería y él siempre la había querido y no lo ocultaba. Demi estaba
de más en su vida y no encajaba allí.
Levantó sus ojos azul oscuro hacía los marrones que tanto amaba.
—La compasión no es una buena razón para casarse. Ni lo es para cumplir
un testamento. Tú no me amas, pero yo sí te quiero a tí, —añadió, hablando
entre dientes, porque ella siempre lo había querido. Bajó los ojos y le dijo—: No
quiero quedarme aquí.
Él la soltó como si tuviera la peste.
—¡Vete, entonces, si eso es lo que quieres! Nunca me hubiera
casado contigo, si no hubiera sido porque me daba lastima de tí.
Su rostro palideció más aún.
—Además está lo que todavía sientes por tu ex esposa, —añadió ella.
Él miró burlándose de ella.
—Sí, está Betty.