Había estado a punto de cancelar
la cita. ¡Había tenido que hacer un esfuerzo para vestirse con esas ropas que tan
poco tenían que ver con su estado de ánimo!
Demi se forzó a devolverle la sonrisa
y llegó a la mesa con el estómago encogido.
Se sentó delante de él y, cuando el camarero
iba a servirle vino, negó con la cabeza y pidió zumo de naranja.
–Estás preciosa –afirmó él, sin quitarle los
ojos de encima–. Estoy deseando quitarte ese vestido dentro de un par de horas…
–Siento… siento llegar tarde –murmuró ella en
voz baja, jugueteando con su chal.
–¡El tráfico es horrible! –exclamó él con
gesto de frustración. Al mismo tiempo, empezaba a notar algo extraño en el
ambiente, una especie de tensión que no podía identificar.
–La verdad es que el tráfico estaba bien. Lo
que pasa es que… he salido… de casa después de lo previsto.
–Las mujeres tenéis esa prerrogativa.
–Yo nunca llego tarde, Joseph. Lo odio.
–Bueno, ya estás aquí. Al menos, no has
cancelado la cita diciéndome que tu compañera de piso se encontraba deprimida y
necesitaba un hombro en el que llorar.
Demi se sonrojó. No
había modo de que Joseph supiera que las veces que había cancelado sus
citas había sido con excusas inventadas. Su instinto de conservación la había
impulsado a mantener las distancias. Y, en ese momento, se alegraba de ello.
Entonces, ella hizo algunos comentarios
corteses sobre el restaurante, le dijo que no hacía falta que la llevara a
sitios tan caros.
–Nunca he salido con una mujer a la que no le
gustara salir a cenar a un sitio lujoso.
–No me impresiona lo que puedes comprar con el
dinero, Joseph. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? –replicó ella con tono irritado.
–¿Es que vamos a pelearnos? –preguntó él,
frunciendo el ceño. Se cruzó de brazos–. Que sepas que yo no pienso discutir.
Ya que lo mencionaba, una pelea era justo lo
que Jennifer quería. Necesitaba algo que liberara la tensión que había estado
creciendo en ella durante las horas anteriores. Una discusión sería un buen
punto de partida para lo que tenía que comunicarle.
–No quiero pelear. Solo te digo que no me
impresiona… esto. Es otra de las cosas que demuestra lo distintos que somos tú
y yo.
–¿Otra vez con esas? –protestó él y se inclinó
hacia delante con gesto severo–. Pensé que te gustaría que te llevara a cenar a
un sitio elegante.
No me había dado cuenta de que ibas a tomártelo como un
ataque contra tu código moral. Ni sospeché que fueras a acusarme de… ¿De qué me
acusas?
–No te acuso de nada. Solo digo que no es la
clase de sitio que yo hubiera elegido para comer. Los camareros nos hacen
reverencias, la comida no parece comida…
–Bien. Pues nos vamos –decidió él. Cuando iba
a levantarse, ella lo agarró para detenerlo.
–No seas tonto.
–Dime qué te pasa.
–Nada. No me pasa nada. Bueno…