sábado, 4 de mayo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 27



Había estado a punto de cancelar la cita. ¡Había tenido que hacer un esfuerzo para vestirse con esas ropas que tan poco tenían que ver con su estado de ánimo!

 Demi se forzó a devolverle la sonrisa y llegó a la mesa con el estómago encogido.
 Se sentó delante de él y, cuando el camarero iba a servirle vino, negó con la cabeza y pidió zumo de naranja.

 –Estás preciosa –afirmó él, sin quitarle los ojos de encima–. Estoy deseando quitarte ese vestido dentro de un par de horas…

 –Siento… siento llegar tarde –murmuró ella en voz baja, jugueteando con su chal.
 –¡El tráfico es horrible! –exclamó él con gesto de frustración. Al mismo tiempo, empezaba a notar algo extraño en el ambiente, una especie de tensión que no podía identificar.

 –La verdad es que el tráfico estaba bien. Lo que pasa es que… he salido… de casa después de lo previsto.
 –Las mujeres tenéis esa prerrogativa.
 –Yo nunca llego tarde, Joseph. Lo odio.

 –Bueno, ya estás aquí. Al menos, no has cancelado la cita diciéndome que tu compañera de piso se encontraba deprimida y necesitaba un hombro en el que llorar.

Demi se sonrojó. No había modo de que Joseph supiera que las veces que había cancelado sus citas había sido con excusas inventadas. Su instinto de conservación la había impulsado a mantener las distancias. Y, en ese momento, se alegraba de ello.

 Entonces, ella hizo algunos comentarios corteses sobre el restaurante, le dijo que no hacía falta que la llevara a sitios tan caros.

 –Nunca he salido con una mujer a la que no le gustara salir a cenar a un sitio lujoso.
 –No me impresiona lo que puedes comprar con el dinero, Joseph. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? –replicó ella con tono irritado.

 –¿Es que vamos a pelearnos? –preguntó él, frunciendo el ceño. Se cruzó de brazos–. Que sepas que yo no pienso discutir.

 Ya que lo mencionaba, una pelea era justo lo que Jennifer quería. Necesitaba algo que liberara la tensión que había estado creciendo en ella durante las horas anteriores. Una discusión sería un buen punto de partida para lo que tenía que comunicarle.

 –No quiero pelear. Solo te digo que no me impresiona… esto. Es otra de las cosas que demuestra lo distintos que somos tú y yo.

 –¿Otra vez con esas? –protestó él y se inclinó hacia delante con gesto severo–. Pensé que te gustaría que te llevara a cenar a un sitio elegante. 

No me había dado cuenta de que ibas a tomártelo como un ataque contra tu código moral. Ni sospeché que fueras a acusarme de… ¿De qué me acusas?

 –No te acuso de nada. Solo digo que no es la clase de sitio que yo hubiera elegido para comer. Los camareros nos hacen reverencias, la comida no parece comida…

 –Bien. Pues nos vamos –decidió él. Cuando iba a levantarse, ella lo agarró para detenerlo.
 –No seas tonto.
 –Dime qué te pasa.

 –Nada. No me pasa nada. Bueno…

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 26





Joseph se miró el reloj por tercera vez en diez minutos. Demi llegaba tarde, lo que era inusual en ella. Pero no le importaba. 

Por primera vez en tres meses y medio, había sido ella quien había tomado la iniciativa al pedirle que se vieran. En cuanto lo había llamado, él había reservado mesa en uno de los restaurantes más lujoso de la ciudad.

 Por otra parte, a pesar de que siempre había detestado a las mujeres que querían tenerlo todo planificado con él con días de antelación, le molestaba que Demi fuera justo al contrario.
 Ella no tenía intención de impresionarlo. Ni de manipularlo. Había rechazado sus regalos. Y era muy huidiza.

 En dos ocasiones, había rechazado sus invitaciones al teatro, diciéndole que estaba muy ocupada. ¿Con qué? 

Otra vez, se había excusado diciendo que estaba cansada. Era cierto que él la había llamado un poco tarde, a las once de la noche, pero después de un agotador día de reuniones de trabajo no había querido ver a nadie más que a ella. No había podido dejar de imaginarla tumbada desnuda en la cama.

 Tampoco podía decirse que Demi estuviera haciéndose la difícil. Cuando estaban juntos, se entregaba a él por completo. Le hacía reír, lo excitaba, discutía si no estaba de acuerdo con algo. No era manipuladora. Era directa con todo lo que hacía y decía.

 Además, nunca hablaba del futuro. Lo hacía todo con vistas al presente y, poco a poco, Joseph llegó a la frustrante sensación de que, por muy sexy y agradable que fuera, no había manera de avanzar con ella.

Demi no tenía pensado comprometerse con él. Eso era bueno, se decía a sí mismo. Sin embargo, al pensarlo, no podía evitar ponerse furioso.

 Un camarero se acercó para rellenarle la copa de vino y le preguntó si necesitaba algo, mientras esperaba a su acompañante. El chef podía prepararle algunos aperitivos ligeros y deliciosos…

Joseph rechazó su oferta y encendió su iPad. Le dio un trago a su bebida, mientras ojeaba las fotos de una casa. Era una casa a las afueras de Londres, bien comunicada con la oficina. 

No era pretenciosa, ni tenía un portero sentado delante de una mesa de mármol, ni opulentas plantas artificiales en la entrada…

 Formaba parte de las propiedades de su compañía, aunque no podía competir con los ultramodernos alojamientos para ejecutivos que también tenía. 

Uno de sus agentes le había hablado de ella hacía poco, preguntándole si le parecía bien venderla. Él había ido a verla en persona y había decidido seguir manteniéndola.

Después de ponerle muebles nuevos, quedaría perfecta, había pensado Joseph. Y Demi estaría entusiasmada de poder mudarse a su propia casa, con un pequeño jardín, una panadería, una carnicería y una tienda de velas aromáticas en la misma calle.

 Había contratado decoradores para que la arreglaran y modernizaran, conservando su estilo original. Y había quedado estupenda.

 Era una suerte que no la hubiera vendido, se dijo Joseph, se recostó en su silla e imaginó con satisfacción lo mucho que ella se emocionaría cuando le diera la noticia.

 Se aseguraría de cobrarle un alquiler más bajo que el que estuviera pagando. De hecho, estaría dispuesto a dejársela gratis, pero sabía que Demi no aceptaría, pues era obcecada y orgullosa.

 Sin duda, Demi se alegraría, pensó. Y él ya no tendría que ir de puntillas cada vez que iba a visitarla, para no despertar a Ellie, su compañera de piso, ni andarse con cuidado para no abrir una cerveza que fuera del novio de Ellie.

 Cuando levantó la vista, la vio en la entrada, buscándolo con la mirada. Él cerró el portátil y lo colocó en la mesa de al lado.

 Cielos, estaba guapísima. Joseph le había avisado de que se arreglara, pues era uno de los restaurantes más exclusivos de Londres. Y ella lo había hecho. Se había puesto un vestido ajustado color granate y un chal sobre los hombros. El cuerpo de él reaccionó al ver sus curvas, su escote y su manera de caminar.

 Por primera vez, al sentir la mirada de apreciación de Joseph, Demi no se sintió cómoda, sino más nerviosa.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 25




–No los dejas en la estacada –protestó él–. Tus razones son muy comprensibles. Tu padre se está haciendo mayor… el accidente de tu casa ha demostrado que, cada vez, harás más falta aquí… 

Te ha salido una oferta de trabajo y tienes que aprovechar la oportunidad mientras dure… Vas a entrenar a tu sustituta durante un tiempo. ¿Por qué crees que estás dejándolos en la estacada?

 –Porque así es.
 –Pues no entiendo tu lógica.
Demi chasqueó la lengua y suspiró. Para él, todo era blanco y negro nada más.

 –Desde mi punto de vista, has actuado de una forma práctica e inteligente –aseguró él.
 –Bueno, pues entonces, no quiero que me distraigas de lo que tengo que hacer en París.
 –Pero ya sabes que puede ser una distracción muy divertida… –susurró él con tono provocativo.

 –Estaré allí dos semanas. O, tal vez, tres. No mucho más. Lo justo para recoger mis cosas, guardar en cajas las cosas que tengo en mi piso, salir con mis amigos…

 Eso último era lo que más molestaba a Joseph, que no pudo evitar hacer una mueca. No quería ni pensar en que, en honor a las despedidas, ella acabara haciendo el amor una última vez con su amiguito francés… 

Solo de pensarlo, se ponía enfermo. Aunque no debía darle más vueltas. ¡Ella no era la clase de mujer que se acostaba con un amigo por los viejos tiempos!

 Demi se dio cuenta de su cambio de expresión y sonrió porque, aunque sabía que no podía esperar nada serio de él, su posesividad le resultaba halagadora.

 –A ver si lo entiendo. No quieres que vaya contigo a París y no quieres que le contemos lo nuestro a nuestros padres… –comenzó a decir él, apretando los dientes.

 –Bueno, ya te he explicado por qué no es buena idea contárselo a mi padre y a Daisy –repuso Demi

Su padre sabría de inmediato que ella estaba enamorada de pies a cabeza. Le haría preguntas y, al final, ella no iba a ser capaz de ocultarle la verdad.
 –Y yo te he explicado que no lo entiendo.

 –Solo soy práctica –afirmó ella y comenzó a enumerar una lista de razones. Al mismo tiempo, su mente traviesa le recordó lo maravilloso que sería poder gritar al mundo su amor–. Los dos somos… sabemos que esto no durará.

 ¿Así que por qué meter a nadie más en el asunto? –añadió y se imaginó a Daisy planeando su boda, contándoselo a los amigos y familiares…–. Solo empeoraría las cosas cuando decidiéramos separarnos.

 –Vaya. Ya estás pensando en terminar cuando ni siquiera hemos empezado.
 –Estas son tus reglas, Joseph. Tú no quieres nada serio.

Joseph no podía discutírselo. Era la mujer perfecta para él. Era inteligente y le encantaba acostarse con ella.
 De hecho, no podían haber sido más compatibles.

 Además, Demi respetaba sus límites. No le había insinuado que era importante hacer planes a largo plazo, ni había hecho comentarios censuradores sobre su forma de entender las relaciones después de lo que le había pasado con Anita. 

Tampoco le había dado sermones sobre dejar atrás el pasado. Era perfecta en todos los sentidos.
 Sin embargo, por alguna razón incomprensible, no se sentía satisfecho.

 –Además… los dos estamos de acuerdo en que ni yo soy tu tipo, ni tú el mío –continuó ella.
 La noche anterior, cuando la conversación había recaído en Patric, a pesar de que Demi le había repetido que ya no salía con él, Joseph había parecido obsesionado. 

La única explicación que ella le había encontrado había sido que quería tenerla solo para él, sin distracciones por parte de nadie, ni siquiera de un exnovio.

 –No estoy tratando de sabotear lo nuestro –aseguró ella–. Los dos sabemos que solo se trata de atracción física. Pronto, pasará y seguiremos con nuestras vidas. ¿Por qué implicar a más gente cuando no es necesario?

 –Es verdad –gruñó él.
 –Disfrutemos del momento. Sin complicaciones…

martes, 30 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 24




–Siento que te haya ofendido. Siempre me he preguntado…
 –No tienes por qué decirlo, Demi. Yo también me lo he preguntado.
 –¿Ah, sí?

 –Soy humano. Claro que sí. Después de lo que pasó hace cuatro años, estuve teniendo sueños eróticos contigo durante mucho tiempo.
 –¿Y qué hacía en esos sueños?

 –Cuando vuelvas a Londres y tengamos una cama con un cabecero de hierro forjado y una cuerda, te lo demostraré…

 Como Demi había predicho, la temperatura subió al día siguiente y la nieve empezó a derretirse.
 La carretera ya no era peligrosa y, aunque Joseph no tenía la espalda curada del todo, podía manejarse.

 Al día siguiente, él se fue a buscar el coche y lo llevó a casa de ella.
 En aquellos pocos días juntos, Demi se había dado cuenta de que nunca había olvidado a Joseph. Su vida en París le parecía como un paréntesis en el que había estado esperando volverlo a ver.

Joseph quería que dejara su trabajo y se quedara en Londres. Sin embargo, su propuesta no incluía promesas de futuro. Serían amantes, nada más.
 Él se lo había dejado claro desde el principio, igual que con todas las mujeres con las que había salido.

 Antes de irse, Demi habló con la compañía de seguros y con su padre, y le dejó una lista con las cosas que iban a necesitar reparación cuando volviera.

 Mientras Joseph conducía, alejándose de la casa, ella miró hacia atrás y le pareció que todo había sido un sueño. Se preguntó cómo iba a poder enfrentarse al mundo real y, como si le hubiera leído la mente, él le agarró la mano.

 –He estado pensando que igual debería acompañarte a París. Hace mucho que no tengo vacaciones…

 Demi había tenido tiempo de pensar en todo. Desde su perspectiva, se había dado de bruces con su pasado y había descubierto que nunca había conseguido dejarlo atrás.

 Había comprendido lo fácil que era convertir un enamoramiento de adolescencia en un desesperado amor adulto. Ella no tenía armas con las que protegerse el corazón del hombre que se lo había robado.

 No obstante, no era ninguna estúpida. Sabía que a Joseph le gustaba. Él adoraba su cuerpo. Pero no había más.

 Él le había avisado que no esperara más que sexo y ella lo había convencido de que era de la misma opinión.

 Aunque no había tenido el suficiente sentido común como para apartarse de él, había sido capaz de no confesarle lo que sentía, para poder separarse de él con la cabeza bien alta, cuando llegara el momento.

 –¿Venir conmigo a París? Joseph… no van a ser vacaciones para mí.
 –Me doy cuenta de que tú tendrás que trabajar, pero yo podría arreglármelas para conseguir una semana libre.

 Sería maravilloso, pensó Demi, poder ir a la oficina, sabiendo que él la estaría esperando a la salida, poder enseñarle sus cafés y restaurantes favoritos, mostrarle esa panadería donde preparaban deliciosos bollos y su mercado de verduras preferido. Podría presentárselo a sus amigos y, después, irse a la cama con él y hacer el amor…

 Sin embargo, su sueño se hizo pedazos al estrellarse con la realidad. Demi sabía, sin sombra de duda, que si le seguía el juego no haría más que hundirse en un pozo del que no iba a poder salir con facilidad.

 –Llevas varios días sin ir a la oficina. ¿Cómo vas a poder escaparte una semana a París?
 Él sonrió con satisfacción.

 –Porque soy el jefe. Yo mando. Es una de las cosas buenas del trabajo. Además, tengo personas de confianza en las que puedo delegar. Están deseando demostrarme lo capaces de que son de cubrirme en mi ausencia.

 –Bueno, lo siento, pero no creo que fuera muy buena idea.
 –¿Por qué no? –quiso saber él, deslizando las manos entre las piernas de ella.
 Al instante, a Demi e le humedeció la ropa interior.

 Joseph volvió a poner la mano en el volante. No podía dejar de tocarla y sabía que a ella le pasaba lo mismo. Había veces que, con solo mirarla, podía adivinar que estaba mojada y caliente, lista para él. Entonces, ¿qué tenía de malo aprovechar el tiempo que pudieran estar juntos?
 –Me siento muy culpable por dejarlos en la estacada.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 23




–Lo dices como si te hubiera confesado que soy extraterrestre –repuso él con tono seco. Aquello era algo nuevo para él. Siempre había mantenido esa parte de su vida en secreto. Nadie, ni siquiera su madre, conocía la historia.

 Y nunca había querido compartirla con las mujeres con las que había salido, a pesar de que ellas lo habían presionado para sonsacarle detalles de su vida privada, como si así hubieran podido acercarse más a él.
Demi esperó a que continuara.

 –La razón por la que te lo cuento a ti, a parte de porque nos conocemos hace mucho, es porque quiero que comprendas las decisiones que he tomado en lo que respecta a las mujeres.

 Ella estaba tratando de adivinar a qué mujer se refería. Recordaba ese tiempo con claridad, aunque habían pasado muchos años. Él había perdido su buen humor y se había convertido en un hombre controlado y enfocado en su objetivo. Por primera vez desde que se habían conocido, apenas lo había visto por aquel entonces.

 –Pensé que estabas por completo dedicado a la empresa –señaló ella, mirándolo–. ¿Tenías tiempo para salir a relacionarte? Mi padre y yo te apodamos El hombre invisible, porque sabíamos que estabas, pero nunca te veíamos.
 –Bueno, yo no salía a relacionarme. Fue ella quien me buscó a mí.
 –¿Qué quieres decir?

 –Anita Hayward era directora de contabilidad. Parecía modelo de alta costura. Tenía largas piernas, pelo largo y me miraba entornando las pestañas cada vez que pasaba por mi despacho. Mostraba la combinación justa de comprensión y ánimos. Era un soplo de aire fresco, después de soportar que todo el mundo me mirara con pena. Me pareció que era lo que necesitaba en ese momento. Además, se ocupaba de informarme de todo lo que pasaba en la oficina. Poco a poco, empezamos a salir a cenar después de trabajar.

 –Tu madre siempre decía que estabas trabajando hasta altas horas de la noche… pero no estabas en la oficina…

 –No. Me estaba dejando engatusar.
 –¿Qué quieres decir?

 Joseph se quedó callado, tumbado con los ojos puestos en el techo. Estaba a punto de revelarle algo que no había contado a nadie.
 –Debería haber estado en casa, acompañando a mi madre. Pero no. Me dejé seducir por Anita Hayward, su largo cabello pelirrojo y sus ojos verdes.
 –Y te sientes culpable…

 –Eres una lince.
 –Sin embargo, es normal que la gente se equivoque, sobre todo, cuando está sometida a mucho estrés. ¿Qué… qué pasó al final?

 –Al final, descubrí que Anita solo quería un ascenso. Tan sencillo como eso. Me había utilizado una mujer ambiciosa que solo quería escalar puestos. Encima, ella tenía novio. Los sorprendí en uno de los despachos cuando regresé a la oficina sin avisar porque me había olvidado algo. No sé si su novio estaba metido en el ajo o si era solo un pobre idiota al que ella estaba utilizando también. El resultado fue que, en aquel momento tan delicado de mi vida, metí la pata hasta el fondo.

Joseph se giró hacia ella y le tocó un pecho. Ella le sujetó la mano.
 –No utilices el sexo como sustituto de hablar –le reprendió ella y sonrió.
 –Es que tú hablas demasiado.

 –Entonces… por una experiencia desafortunada… decidiste… ¿qué?
 –Me gusta cómo lo describes como experiencia desafortunada. Bueno, pues a causa de eso tomé la decisión de apartarme de todo lo que exigiera compromiso emocional.

 Demi comprendió, entonces, que hubiera salido siempre con rubias cabezas huecas. Se había enamorado de una mujer inteligente, hermosa y madura y había acabado siendo manipulado cuando había estado más vulnerable. Como resultado, había levantado una fortaleza a su alrededor para protegerse. Por eso, solo salía con mujeres que pudiera desechar. Y eso terminaría haciendo con ella.

 En realidad, era probable que su historia durara más porque se conocían hacía mucho tiempo y había entre ellos más que sexo. Pero, al final, terminaría siendo prescindible, caviló ella.

 –¿Qué pasó con Anita?
 –La despedí. No de inmediato, ni de forma directa. No, fui cambiándola a puestos de menos responsabilidad. Ella no se daba cuenta de que yo no iba a perdonarla. A pesar de que los había sorprendido teniendo sexo sobre la mesa, esperaba poder volver a salir conmigo. 

Cuando se dio cuenta de que en mi empresa nunca iba a ascender, puso las cartas sobre la mesa. No solo me había utilizado, también me había engañado, pues no había tenido veinticuatro años, sino treinta y tres, y la mayoría de su currículum había sido falso.
 –Lo siento –murmuró ella.

 –¿Por qué? Todos necesitamos aprender de los errores.
 Acurrucada a su lado, Demi pensó que ella no había aprendido nada de su error. Él la había rechazado una vez y allí estaba, entre sus brazos, repitiendo el mismo camino que le rompería el corazón.

 –Y me lo has contado porque… quieres advertirme de que no aspire a nada serio contigo –adivinó ella, pensativa–. No tienes que preocuparte por eso.
 –¿Porque para ti solo soy un asunto no zanjado?

lunes, 29 de abril de 2013

Marido De Papel Capitulo 2





Un sonido llamó su atención. En la quietud del campo, era muy fuerte y rítmico. Después de un minuto, supo por qué sonaba familiar. Era el paso de un semental de pura raza. Y ella sabía exactamente a quién pertenecía el caballo.

Por supuesto, un minuto después, un jinete alto apareció ante su vista. Con su sombrero de ala ancha echado sobre su frente, la cara oscurecida por su sombrero y su impecable forma de montar, Joe Jonas era bastante fácil de identificar incluso desde la distancia. Y si no hubiera sido por el jinete hubiera sido por el caballo, Cappy. Cappy era un palomino con un linaje impecable que le había producido grandes beneficios. Era un caballo muy tranquilo, aunque a veces se ponía nervioso y que no permitía que lo montara nadie más que Joe.

Como Joe frenó al caballo justo a su lado, pudo ver la burla indulgente en sus ojos, antes escuchar en su voz profunda.
— ¿Otra vez? —preguntó con resignación, obviamente recordando las otras ocasiones en las que había tenido que rescatarla.

—Es la valla, —dijo beligerante, soplando un mechón de pelo rubio de su boca—. ¡Y esa estúpida cerca necesita las manos de un luchador para manejar las herramientas!
—Claro que si, cariño, —dijo él arrastrando las palabras y cruzando los brazos sobre la silla—. Las vallas no saben nada sobre el movimiento de liberación de las mujeres.
—No irás a empezar otra vez, ¿verdad?, —murmuró ella.
Una sonrisa se dibujó en su boca.

—Creo que no estás en la mejor situación para lanzar desafíos —murmuró secamente, y sus ojos oscuros la miraron de arriba a abajo. Solo por un momento, su mirada descansó en las curvas de sus pechos.
Ella se removió incómoda.

—Vamos, Joe, suéltame, —le pidió ella levantándose—. He estado pegada a esto desde nueve de la mañana y me estoy muriendo por beber algo. Hace mucho calor.
—Está bien, chico —se bajó de la silla y echó las riendas sobre el cuello de Cappy, dejándolo que pastara cerca, para ocuparse de su pierna atrapada.

Sus gastados vaqueros que se apretaban sobre la poderosa musculatura de sus piernas le hicieron rechinar los dientes ante el placer que le proporcionaba sólo mirarlo. Joe era muy atractivo. Tenía ese tipo de atractivo masculino que hacía que todas las mujeres, independientemente de su edad, suspiraran cuando lo veían. Tenía una gracia innata y un aspecto elegante. 

Su cara le hubiera encantado a cualquier publicista. Pero él era totalmente ajeno a su propio atractivo. Su esposa lo había abandonado diez años antes, y nunca más quiso volver a casarse desde el divorcio.

Era bien conocido, en su entorno, que Joe usaba a las mujeres para una sola cosa. Era discreto y callado sobre sus aventuras y parecía que solo Demi sabía que existían. Fue muy sincero con ella. De hecho, le dijo cosas que no había contado a nadie más.
Estudio los daños, con la boca fuertemente apretada, antes de empezar a desenredar el alambre con los guantes. Joe era metódico en todo lo que hacía. Nunca tomaba una decisión precipitada. Es otro rasgo que no pasaba desapercibido.

—No puedo desengancharlo —murmuró mientras metía la mano en su bolsillo—. Voy a tener que cortar los pantalones para soltarte, cariño. Lo siento. Te compraré otros.
Ella se sonrojó.

—¡Todavía no estoy en las últimas!
Miró hacia abajo, con sus ojos azul oscuro y vió que se había puesto colorada.
—Eres muy orgulloso, Demi. Que pidas ayuda, no significa que estés muerta de hambre —se dio la vuelta para un cuchillo de su bolsillo—. Supongo que es la razón por la que nos llevamos tan bien. Somos muy parecidos.

—Eres más alto que yo, y tienes el pelo negro y yo rubio, —puntualizó ella.
El sonrió abiertamente, tal como ella sabía que lo haría, a pesar de que no le sonreía mucho a los demás. Le encantaba como brillaban sus ojos cuando sonreía.

—No estaba hablando de las diferencias físicas, —explicó innecesariamente. Cortó los vaqueros y fue un acierto que llevara guantes, ya que la valla era muy resistente y te podías hacer alguna herida—. ¿Por qué no utilizas una de las modernas vallas electrificadas que usan los ganaderos?

—Porque no me lo puedo permitir, Joe —dijo simplemente.
Haciendo una mueca, cortó el último trozo y tiró de ella para que se sentara, lo que los colocó en una situación muy íntima. Su blusa abierta se abrió por delante cuando ella cayó contra él y, como cualquier hombre con sangre en las venas, se dio un festín viendo sus cremosos pechos con los pezones y duros contra la suave piel rosada de sus montículos. Se le aceleró la respiración.

Avergonzada, agarró los bordes de la camisa y los juntó ruborizada. No podía mirarlo, pero era muy consciente de su intensa mirada, el olor a cuero y el aroma a colonia que emanaba de su piel, el olor a limpio de su camisa de manga larga. Sus ojos miraron el cuello abierto de la camisa, donde se veía el espeso vello negro. Nunca había visto a Joe sin camisa, pero le gustaría.

Le pasó el dorso de la mano sobre la suave mejilla y se le sujetó la barbilla con el pulgar. Sus ojos buscaron su mirada tímida.