El
sol del verano brillaba cada vez más y por su posición, Demi Lovato imaginó que
serían las once de la mañana. Pensó que eso significaba que había estado
sumidad en sus pensamientos durante más de dos horas y hacía cada vez más
calor.
Suspiró
resignada ante el desastre cuando, al levantar su pierna derecha, vio que sus
vaqueros estaban enganchados en dos trozos sueltos de alambre de púas. Tiró de
su pie enredado en el alambre de púas de la valla, ya que su pierna izquierda
seguía enganchada porque se había torcido el tobillo cuando se cayó.
Estaba
tratando de arreglar la valla para que el ganado no pudiera salir, utilizando
las herramientas de su padre para hacerlo, pero, lamentablemente, no tenía su
misma fuerza. En estos momentos estaba sufriendo mucho, ya que solo hacía una
semana del funeral de su padre.
Le
corría el sudor por el cuello y por su camiseta de manga corta, y, algunos
mechones de su cabello rubio, se habían escapado de su pulcra trenza francesa,
que ahora estaba desarreglada, pensó. Despeinada y desaliñada por culpa de la
caída que había la había metido en este lío. Ajenas al dilema de su dueña, su
yegua castaña, Bess, estaba pastando cerca. Arriba, un halcón planeaba por el
cielo sin nubes. A lo lejos se oía el ruido del tráfico de la lejana carretera
que rodeaba Jacobsville para llegar al pequeño rancho de Texas donde Demi estaba
enganchada en la valla de alambre.
Nadie
sabía dónde estaba. Vivía sola en la desvencijada casa que había compartido con
su padre. Lo habían perdido todos después de su madre los abandonara hacía
siete años. Después de ese terrible golpe, su padre, que se había criado en un
rancho, decidió regresar y establecerse en la antigua casa familiar. Sólo tenía
un pariente, un primo en Montana.
El
padre de Demi había llegado aquí con un pequeño rebaño de ganado vacuno y
plantó un jardín. Era una vida humilde comparada con la que habían tenido en
Dallas, donde habían estado viviendo con su acaudalada madre. Cuando,
inesperadamente, Carla Lovato se había divorciado de su marido, éste había
tenido que encontrar una forma rápida de ganarse la vida por sí mismo. Demi
había optado por irse con él a la casa de su niñez en Jacobsville, en lugar de
soportar la presencia indiferente de su madre. Ahora que su padre había muerto,
se había quedado sin nada.
Había
querido a su padre, y él a ella y habían sido felices juntos, a pesar del poco
dinero. Pero el duro trabajo físico, había sido demasiado, para un corazón que
ya estaba enfermo. Había tenido un ataque al corazón unos días antes, y murió
mientras dormía. Demi se lo encontró a la mañana siguiente cuando fue a su
habitación para llamarlo para desayunar.
Joe
llegó inmediatamente después de la frenética llamada telefónica de Demi. No se
le ocurrió pensar que debía haber llamado primero a la ambulancia, antes que a
su huraño y vecino más cercano. Lo hizo solo porque él era muy capaz y siempre
sabía qué hacer. Ese día también lo había sabido. Después de un rápido vistazo
a su padre, llamó una ambulancia y echó a Demi fuera de la habitación. Más
tarde le dijo que, inmediatamente, se había dado cuenta de que era demasiado
tarde para salvar a su padre. Había estado una temporada con el ejército en el
extranjero, donde había visto la muerte demasiadas veces como para equivocarse.
La
mayoría de las personas lo evitaban siempre que podían. Era dueño de la tienda
de alimentación y de la fábrica de piensos de la localidad, y tenía repartido
su ganado en grandes extensiones de tierra alrededor de Jacobsville. Había
encontrado petróleo en la misma tierra, por lo que la falta de dinero no era
uno de sus problemas. Sin embargo, un fuerte temperamento, una legendaria aversión
a las mujeres y una reputación de huraño, le hizo impopular en la mayoría de
los sitios.
Sin
embargo a Demi le gustaba. Le había parecido fascinante desde el principio,
aunque no era ningún secreto que era un misógino. Sin embargo ella se sentía a
salvo con él, posiblemente debido a la diferencia de edad entre ellos. Joe
tenía treinta y seis años y Demi apenas veintidós. Era esbelta y de altura
mediana, con pelo rubio oscuro y una cara interesante, dominada por sus grandes
y oscuros ojos azules.
Tenía una barbilla firme, redondeada y la nariz recta y
una boca de labios rosados sin maquillar. Ella no era bonita, pero su figura
era atractiva, incluso con vaqueros azules y una camisa a cuadros descolorida,
a la que le faltaban dos botones que habían saltado cuando se cayó. Gimió
porque no había tenido tiempo de buscar un sujetador de la ropa limpia esa
mañana, ya que tenía mucha prisa por arreglar la valla para que no se escapara
el único toro que tenía. Parecía una stripper de menores, con las firmes y cremosas
curvas de sus pechos que se veían desde donde le faltaban los botones.
Protegió
sus ojos del sol con una mano y echó un vistazo alrededor. No había nada más
que millas y millas, Texas y más de Texas. Debería haber prestado más atención
a lo que estaba haciendo, pero estaba muy triste por la repentina muerte de su
padre. Había estado llorando tres días enteros, sobre todo desde que los
abogados le habían comunicado la cláusula del testamente y la situación humillante
en la que había quedado. No podía soportar la vergüenza de tener que decíserlo
a Joe.
Pero, ¿cómo podría evitarlo cuando hacía referencia tanto a él a ella?
Papa, fuiste un miserable, ¿cómo has podido hacerme esto? ¡Podrías haberme
dejado un poco el orgullo!
Se
limpió las lágrimas. Llorar no la ayudaba. Su padre había muerto y su voluntad
tendría que ser respetada.