lunes, 29 de abril de 2013

Marido De Papel Capitulo 1





El sol del verano brillaba cada vez más y por su posición, Demi Lovato imaginó que serían las once de la mañana. Pensó que eso significaba que había estado sumidad en sus pensamientos durante más de dos horas y hacía cada vez más calor.

Suspiró resignada ante el desastre cuando, al levantar su pierna derecha, vio que sus vaqueros estaban enganchados en dos trozos sueltos de alambre de púas. Tiró de su pie enredado en el alambre de púas de la valla, ya que su pierna izquierda seguía enganchada porque se había torcido el tobillo cuando se cayó.

Estaba tratando de arreglar la valla para que el ganado no pudiera salir, utilizando las herramientas de su padre para hacerlo, pero, lamentablemente, no tenía su misma fuerza. En estos momentos estaba sufriendo mucho, ya que solo hacía una semana del funeral de su padre.

Le corría el sudor por el cuello y por su camiseta de manga corta, y, algunos mechones de su cabello rubio, se habían escapado de su pulcra trenza francesa, que ahora estaba desarreglada, pensó. Despeinada y desaliñada por culpa de la caída que había la había metido en este lío. Ajenas al dilema de su dueña, su yegua castaña, Bess, estaba pastando cerca. Arriba, un halcón planeaba por el cielo sin nubes. A lo lejos se oía el ruido del tráfico de la lejana carretera que rodeaba Jacobsville para llegar al pequeño rancho de Texas donde Demi estaba enganchada en la valla de alambre.

Nadie sabía dónde estaba. Vivía sola en la desvencijada casa que había compartido con su padre. Lo habían perdido todos después de su madre los abandonara hacía siete años. Después de ese terrible golpe, su padre, que se había criado en un rancho, decidió regresar y establecerse en la antigua casa familiar. Sólo tenía un pariente, un primo en Montana.

El padre de Demi había llegado aquí con un pequeño rebaño de ganado vacuno y plantó un jardín. Era una vida humilde comparada con la que habían tenido en Dallas, donde habían estado viviendo con su acaudalada madre. Cuando, inesperadamente, Carla Lovato se había divorciado de su marido, éste había tenido que encontrar una forma rápida de ganarse la vida por sí mismo. Demi había optado por irse con él a la casa de su niñez en Jacobsville, en lugar de soportar la presencia indiferente de su madre. Ahora que su padre había muerto, se había quedado sin nada.

Había querido a su padre, y él a ella y habían sido felices juntos, a pesar del poco dinero. Pero el duro trabajo físico, había sido demasiado, para un corazón que ya estaba enfermo. Había tenido un ataque al corazón unos días antes, y murió mientras dormía. Demi se lo encontró a la mañana siguiente cuando fue a su habitación para llamarlo para desayunar.

Joe llegó inmediatamente después de la frenética llamada telefónica de Demi. No se le ocurrió pensar que debía haber llamado primero a la ambulancia, antes que a su huraño y vecino más cercano. Lo hizo solo porque él era muy capaz y siempre sabía qué hacer. Ese día también lo había sabido. Después de un rápido vistazo a su padre, llamó una ambulancia y echó a Demi fuera de la habitación. Más tarde le dijo que, inmediatamente, se había dado cuenta de que era demasiado tarde para salvar a su padre. Había estado una temporada con el ejército en el extranjero, donde había visto la muerte demasiadas veces como para equivocarse.

La mayoría de las personas lo evitaban siempre que podían. Era dueño de la tienda de alimentación y de la fábrica de piensos de la localidad, y tenía repartido su ganado en grandes extensiones de tierra alrededor de Jacobsville. Había encontrado petróleo en la misma tierra, por lo que la falta de dinero no era uno de sus problemas. Sin embargo, un fuerte temperamento, una legendaria aversión a las mujeres y una reputación de huraño, le hizo impopular en la mayoría de los sitios.

Sin embargo a Demi le gustaba. Le había parecido fascinante desde el principio, aunque no era ningún secreto que era un misógino. Sin embargo ella se sentía a salvo con él, posiblemente debido a la diferencia de edad entre ellos. Joe tenía treinta y seis años y Demi apenas veintidós. Era esbelta y de altura mediana, con pelo rubio oscuro y una cara interesante, dominada por sus grandes y oscuros ojos azules. 

Tenía una barbilla firme, redondeada y la nariz recta y una boca de labios rosados sin maquillar. Ella no era bonita, pero su figura era atractiva, incluso con vaqueros azules y una camisa a cuadros descolorida, a la que le faltaban dos botones que habían saltado cuando se cayó. Gimió porque no había tenido tiempo de buscar un sujetador de la ropa limpia esa mañana, ya que tenía mucha prisa por arreglar la valla para que no se escapara el único toro que tenía. Parecía una stripper de menores, con las firmes y cremosas curvas de sus pechos que se veían desde donde le faltaban los botones.

Protegió sus ojos del sol con una mano y echó un vistazo alrededor. No había nada más que millas y millas, Texas y más de Texas. Debería haber prestado más atención a lo que estaba haciendo, pero estaba muy triste por la repentina muerte de su padre. Había estado llorando tres días enteros, sobre todo desde que los abogados le habían comunicado la cláusula del testamente y la situación humillante en la que había quedado. No podía soportar la vergüenza de tener que decíserlo a Joe. 

Pero, ¿cómo podría evitarlo cuando hacía referencia tanto a él a ella? Papa, fuiste un miserable, ¿cómo has podido hacerme esto? ¡Podrías haberme dejado un poco el orgullo!

Se limpió las lágrimas. Llorar no la ayudaba. Su padre había muerto y su voluntad tendría que ser respetada.

Marido De Papel




Argumento:

¿Dónde está escrito que la hija de un ganadero tenga que casarse, con un tejano alto y guapo, para no perder el rancho? 

Acatando la voluntad de su padre, Demi Lovato descubrió que su pareja en este matrimonio de conveniencia no era otro que el vaquero más sexy de Texas: ¡Joe Jonas.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 22




–Quizá, deberíamos seguir cada uno nuestro camino –sugirió ella. Sabía bien que a Joseph las novias no le duraban más que un par de meses. Él estaba acostumbrado a tomar de ellas lo que quería y descartarlas cuando se cansaba.

 –¿Lo dices en serio? –inquirió él, se incorporó y la giró para que lo mirara a los ojos.
 –Mira, tú nunca tienes relaciones largas y…
 –¿Es eso lo que quieres?

 ¡Claro que sí! Pero Demi sabía lo que pasaría si lo confesaba. Dejaría de interesarse por ella. Podía hacerse la difícil, pero… ¿de veras estaba preparada para que lo suyo terminara de golpe?

 Iba a terminar, antes o después, caviló. Sin embargo, ¿por qué no iba a disfrutarlo mientras durara?
 –Déjame terminar –le reprendió ella, pensando bien lo que iba a decir–. Nosotros… esto… supongo que no es asunto zanjado.

 –¿Asunto zanjado? –le espetó él, se levantó como por un resorte y se dirigió a la ventana. Desde allí, se giró con el ceño fruncido–. ¿Para ti no soy un asunto zanjado?
 –De acuerdo, igual no lo he expresado bien… –se disculpó ella y se sentó–. Ven a la cama. Yo… yo… –balbuceó–. Tampoco quiero irme a París –admitió.
 Al escucharla, despacio, Joseph regresó a la cama con ella.

 –Pues no lo hagas. Quiero que te quedes conmigo. ¿Tú qué piensas?
 –Sí… es divertido… –titubeó ella. Pero ¿cuánto iba a durar?–. Aunque sin ataduras, claro…
Joseph no evitar sentirse incómodo, igual que cuando le había considerado un asunto no zanjado. Y no entendía por qué, pues lo que ella le estaba diciendo encajaba a la perfección con su propia filosofía.

 –No pensé que fueras la clase de chica que no busca ataduras.
Demi se quedó paralizada. Él la conocía muy bien, era cierto, pero no quería dejar que supiera lo mucho que significaba para ella. ¿Acaso estaba dispuesta a abrirle su corazón para que se lo hiciera pedazos de nuevo?

 –Eso demuestra que tienes mucho que aprender de mí –murmuró ella.
 –Entonces, ¿vas a escribir a tu trabajo? ¿Te despedirás de ellos desde aquí?
 –Iré y hablaré en persona con mi jefe –afirmó ella con firmeza.

 –No sé cuánto podré esperar a que vuelvas. Si estás hablando de meses, olvídalo. Iré allí a buscarte y a traerte a Londres –advirtió él y comenzó a acariciarle el vientre.

 –¿Siempre consigues lo que quieres con las mujeres? –preguntó ella, sin aliento, presa de nuevo del deseo, mientras él le tocaba con suavidad entre las piernas.
 Antes de perder el control de su cuerpo, Demi se incorporó sobre un codo y lo miró cara a cara. Quería hablar con él. Lo necesitaba.
 –No puedo mentirte…

 –¿Qué esperan de ti? –quiso saber ella, desconcertada.
Demi sabía muy bien lo que ella esperaba, igual que sabía que era una causa perdida.
 Las otras mujeres con las que había salido no podían haber sido tan estúpidas como para pensar que habían podido atarlo, ¿o sí? Quizá, él solo se acercaba a mujeres como él, que querían aventuras pasajeras, sin compromiso.
 –¿Qué quieres decir?

 –¿Acaso creen que vas a ofrecerles una relación duradera?
 –¿Cómo podrían? –replicó él con impaciencia–. Las mujeres con las que salgo siempre están avisadas de que no voy a llevarlas al altar. De todos modos, por qué estamos hablando de esto. Estábamos diciendo que vas a dejar tu trabajo en París y venir aquí de inmediato…
 –¿Y no les importa? –volvió a preguntar ella, ignorando su comentario.

 –Supongo que algunas veces quieren llevar las cosas más lejos –admitió él a regañadientes–. Pero, por lo que a mí respecta, cuando una mujer acepta salir conmigo, sabe cuál es el trato.
 –¿Y nunca tienes la tentación de ir más lejos?
 –Hablas demasiado.
 –Tendrás que acostumbrarte.

 –Antes, no solías hacer tantas preguntas.
 –No te hacía ninguna pregunta, no… pero ahora la situación ha cambiado, ¿no te parece?
 –Nunca me he sentido tentado, no –contestó él y se tumbó, sin mirarla. Su mente parecía estar a años luz de allí–. No sé si te acuerdas de cuando murió mi padre –dijo, de pronto–. Tenías unos… ¿quince años? Fueron unos tiempos terribles. Daisy estaba hecha pedazos.
 –Lo recuerdo. Abandonaste el año sabático que te habías tomado después de la universidad para ponerte a trabajar. Fue muy duro. Lo sé.

 –Los empleados desconfiaban y el banco también. Yo había trabajado allí antes, durante los veranos… bueno, ya lo sabes –continuó él. No solía contarle su vida a nadie pero, por alguna razón, sentía la necesidad de compartir con ella algo tan importante–. Sabía un poco de contabilidad, sin embargo, estaba muy verde. Aunque, me gustara o no, era el socio mayoritario y tenía una gran responsabilidad.

 –Al mismo tiempo, estabas de duelo por tu padre. Sé que debió de ser muy difícil, Joseph… –lo consoló ella, llena de compasión por el muchacho que él había sido entonces.
 –Fue muy… difícil. Entonces, empecé a salir con una mujer.
 –¿Saliste con una mujer?

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 21





Demi tenía el bolso en el suelo, junto a una silla. Lo abrió y buscó en un bolsillo lateral, donde todavía tenía el preservativo que había comprado para usarlo con él hacía cuatro años. Había convivido con monedas, artículos de maquillaje y paquetes de chile. Había ido pasando de un bolso a otro, como un secreto talismán y un recordatorio de su ingenuidad.
 Lo sacó de su escondite, sintiendo que ese era su destino.

 –Todavía, no –dijo él, agarrándola de la mano cuando ella iba a abrir el envoltorio–. Creo que puedo aguantar más juegos preliminares…

 La verdad era que la espalda apenas le dolía. Por eso, se incorporó sobre ella, dispuesto a saborear cada centímetro de su glorioso cuerpo con manos, lengua y labios. Sus cuerpos estaban húmedos de sudor y, cuando ya no pudo soportarlo más, ella le suplicó que la tomara.

 El preservativo que había sobrevivido el paso del tiempo iba a servir a su propósito original al fin. Cuando la penetró, ella gritó de placer. Sentirlo en su interior superaba de sobra sus expectativas. Era un hombre grande y poderoso y la llenaba por completo.
 Era como si sus cuerpos hubieran sido hechos uno para el otro.

 Demi llegó al orgasmo más fuerte que había experimentado jamás y se acurrucó contra él, llena de satisfacción. Joseph tiró el preservativo usado a la chimenea.
 –Increíble –susurró él–. Le ha hecho mucho bien a mi espalda. Creo que tendremos que practicar este método de fisioterapia más a menudo para terminar de curarme.
 Ella no se había sentido nunca tan feliz y tan completa.

 Entonces, se preguntó cuánto tiempo duraría ese tratamiento de fisioterapia. Miró por la ventana y la nieve le recordó que ese momento era fugaz como el tiempo.
 –Bastante increíble –reconoció ella, acariciándole la mejilla.

 –¿Es como lo habías soñado? –quiso saber él con tono de humor.
 –No pienso alimentar tu ego diciéndote que eres estupendo, Joseph –replicó ella y se colocó a su lado para que él pudiera acariciarle los pechos.

 –Qué mala eres –bromeó él, riendo, sin dejar de tocarle los pezones con los pulgares–. Me dan ganas de castigarte no dejándote dormir esta noche. Si por mí fuera, no te dejaría apartarte de mi lado…

 Y casi lo consiguió. Al menos, durante las siguientes cuarenta y ocho horas. Poco a poco, la nieve dejó de caer con tanta fuerza y, de vez en cuando, comenzaban a vislumbrarse pedazos de cielo azul entre las nubes.

 Demi estaba sumergida en la burbuja que se habían creado, jugando a las casitas y haciendo el amor a todas horas y en todas partes. Joseph tenía más preservativos porque, como ella imaginaba, no estaba dispuesto a correr riesgos con ninguna mujer.

 Él le repitió mil veces que no conseguía saciarse de ella y, con cada caricia y cada sonrisa Demi se fue sintiendo más enamorada. Hasta que, el tercer día, tumbada en la cama a su lado, miró por la ventana y se dio cuenta de que la nieve había desaparecido.
 –Ya no nieva –comentó ella.

 Joseph siguió su mirada para comprobar que tenía razón. Él ni siquiera se había fijado. Durante los últimos tres días, había muchas cosas en las que no se había fijado, empezando por el tiempo y terminando por su propio trabajo. La mayor parte del tiempo, ninguno de los dos se había molestado en encender sus portátiles.
 –Es muy probable que mañana amanezca con sol.

 Demi sabía que, con el final de la nieve, llegaría el principio de las preguntas que había tratado de dejar a un lado. ¿Qué pasaría a continuación? ¿Qué iban a hacer? ¿Iban a mantener una relación o solo había sido una aventura de un par de días?
 Sin embargo, no pensaba ponerse a formular esas preguntas en voz alta.
Joseph se quedó esperando que ella continuara y frunció el ceño ante su silencio.
 –No quiero que vuelvas a París –dijo él, sin pensarlo.
Demi lo miró sorprendida.

 –Bueno, no podemos quedarnos aquí para siempre como si el resto del mundo no existiera –señaló ella y se giró para mirar por la ventana. La luna llena inundaba la habitación con su luz plateada.

 Joseph estaba acostumbrado a que, llegado ese momento, las mujeres le presentaran sus exigencias. Y le irritaba que ella no hiciera amago de pedirle nada. De pronto, tuvo deseos de meterse dentro de su cabeza y averiguar lo que pensaba. Él se había puesto en evidencia al pedirle que dejara su trabajo de inmediato para estar con él. Y, como única respuesta, ella le había dicho que no podían dejar de lado al resto del mundo.

 –No digo que hagas eso –indicó él con tono cortante–. Pero tenemos que empezar a pensar en irnos de aquí… y vamos a tener que decidir qué va a pasar con nosotros.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 20




–Hazlo sin la ropa puesta. Quiero ver cada milímetro de tu cuerpo perfecto.
 Demi se puso en pie y se desnudó despacio. No tenía experiencia en quitarse la ropa bajo la atenta mirada de un hombre. Se sintió de maravilla, increíblemente deseada. La adoración que él le había mostrado, prestando atención a sus pechos, era algo nuevo para ella. Y su mirada le gritaba que la consideraba hermosa.

 Si había tenido un poco de vergüenza al principio, pronto desapareció bajo la calidez de los cumplidos de Joseph.

 De hecho, se sentía sexy y llena de confianza.
 Después de apartar la mesita de café, Demi extendió la gran manta en el centro de la habitación. Él se puso en pie y comenzó a desvestirse con calma.

 Ella se quedó sin aliento. Cuando estuvo desnudo por completo, él le hizo una seña con la mirada para que contemplara cómo se tocaba a sí mismo. Todo en aquel hombre era grande, incluida la impresionante erección que se sostenía con la mano.

 En sus fantasías, Demi nunca había imaginado lo maravilloso que sería estar allí de pie, desnuda, a punto de hacer el amor con ese hombre. Se acercó a él y le quitó la mano, sustituyéndola por la suya. Quería sentirlo latir bajo sus dedos…
 ¿Estaría haciendo lo correcto?, se preguntó ella. Nunca se había sentido tan bien, reconoció y se puso de puntillas para besarlo.

 –Tendrás que tomar las riendas… –señaló él, conduciéndola hacia la manta–. No olvides que tengo la espalda lesionada…
 –No quiero hacerte daño –replicó ella, llevándose a un pecho la mano de él–. Como tú dijiste, los problemas de espalda se curan muy mal…

 –Sería feliz de cambiar la salud de mi espalda por una hora en la cama contigo.
 Qué fácil era perderse en el deseo y deleitarse con palabras que nunca había soñado con escuchar. Sin embargo, su sentido común le dijo que debía ser precavida y no lanzarse de cabeza a una situación que podía traerle sufrimiento.

 Eso era lo que ella quería. Había esperado mucho tiempo. En realidad, se había pasado cuatro años esperando. Aunque eso no significaba que todos sus sueños fueran a hacerse realidad. La vida no funcionaba de esa manera.

 Se tumbaron en la manta y ella se acurrucó contra él, acariciándole el pelo con los dedos.
 Al mirarle a la cara, Demi vio el pasado entrelazado con el presente, el muchacho que Joseph había sido y el hombre en que se había convertido. Los sentimientos que había albergado hacia él, habían ido creciendo y madurando con el tiempo. Estar allí solos en su casa le había hecho darse cuenta de eso. Lo que sentía por él ya no era un capricho de adolescencia. Ni lo había sido hacía cuatro años. Los caprichos no duraban tanto tiempo y se olvidaban con facilidad.

Demi lo amaba y sabía, sin comprender por qué, que si le hablaba de amor, él saldría huyendo. Obligándose a tenerlo en mente, se dijo que, aun así, quería acostarse con él.
 –Eres muy hermosa –dijo él, interrumpiendo sus pensamientos.
 –No es que quiera quitarle romanticismo al momento, pero no es eso lo que me dijiste hace cuatro años –repuso ella con una triste sonrisa.

 –Hace cuatro años, eras una niña.
 –¡Tenía veintiuno!
 –Y eras muy joven –murmuró él, apartándole un mechón de pelo de la cara–. Demasiado para alguien como yo. Pero has crecido mucho en los últimos años, Demi.
 Había crecido, sí, pero seguía siendo tan vulnerable como antes, admitió ella para sus adentros. Asintiendo, lo besó y trató de no pensar en nada.

 Se colocó a horcajadas sobre él y se inclinó para que pudiera tomarle un pezón la boca. Entonces, gimió, mientras él le acariciaba entre las piernas, deslizando los dedos entre su interior húmedo y caliente.

 –No es justo –protestó ella, apretándose contra él.
Joseph rio de placer.
 –Quiero saborearte –pidió él, sosteniéndola para que se enderezara y pudiera contemplar su cuerpo espectacular una vez más.

 Sus pechos eran perfectos, igual que sus pezones, y el vello negro de su pubis era tan dulce y aromático como la miel. Agarrándola de las caderas, se la colocó sobre la boca.

 Demi apoyó las manos en sus hombros y se estremeció al sentir su lengua saboreándola. Él se tomó su tiempo, lamiendo y explorándola, llevándola una y otra vez a la cresta del clímax. Era una experiencia increíble. En múltiples ocasiones, se había preguntado cómo sería tener sexo con él. Pero nunca había sido capaz de imaginar algo así.
 –No puedo soportarlo más –gimió ella y se apartó, tumbándose a su lado.
 –Yo tampoco –confesó él con voz jadeante.

 –¿Quieres que comprobemos cuánto aguante tienes? –dijo ella con tono provocador y se tumbó en sentido inverso, para que ambos pudieran explorarse con sus bocas al mismo tiempo. Al probar su erección, dura como el acero, se estremeció, mientra él la lamía entre las piernas.

 El deseo era demasiado fuerte, cuando ella se giró para besarlo en la boca.
 –Te necesito. Ahora.
 –Yo, también –repuso ella, conteniéndose para no confesarle su amor.
 –¿Usas algún método anticonceptivo?
 –No, pero…

jueves, 25 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 19




En el salón, que estaba calentito gracias a la chimenea, James se quitó la parte de arriba. Era cierto que le dolía la espalda a rabiar con el más leve movimiento, aunque también era verdad que lo había exagerado un poco para conseguir sus fines.

 Se tumbó bocabajo en el sofá y esperó mientras ella colocaba dos cojines en el suelo, a su lado, para sentarse.
 La piel de él estaba fría al principio. Tenía una espalda firme y bronceada, anchos hombros y cintura estrecha.

 Demi no hacía más que repetirse que eran solo amigos y que nada más que eso…
 Sintió cómo el cuerpo de James se relajaba bajo sus dedos. 

Sin embargo, ella estaba nerviosa. Le latía el corazón tan rápido que apenas podía respirar. Al menos, era una suerte que él no la estuviera mirando. Si no, hubiera adivinado que estaba… excitada.
 Demi se detuvo y le informó de que iba a ver el pollo.

 –No va a estar listo todavía –opinó él y se giró–. El pollo crudo… no es nada recomendable…
 –Sí… bueno… –balbuceó ella, tratando de no posar la mirada en su pecho desnudo.
 –Ha sido agradable.

 Ella se humedeció los labios, nerviosa. La atmósfera que los rodeaba se cargó de electricidad. Joseph le mantuvo la mirada, mientras ella se sentía incapaz de apartar los ojos.
 –Siéntate –ordenó él, apartándose un poco para dejarle sitio en el sofá.
 Como una autómata, Demi obedeció, sin estar muy segura de por qué.

 Entonces, él entrelazó sus dedos con ella, sin dejar de mirarla ni un momento.
 Demi se quedó clavada al sofá y se le quedó la boca seca, notando cómo él le acariciaba la mano con el pulgar.

 –¿Qué estás haciendo? –preguntó ella al fin, cuando el silencio comenzó a hacerse insoportable. Se esforzó por no bajar la vista a sus manos entrelazadas porque eso significaría admitir que sabía muy bien lo que él estaba haciendo. Acariciarle.
 ¿Sería su manera de agradecerle el masaje?

 ¿Era él consciente de lo que su contacto le producía? ¿Sería un mero gesto de amistad?
 –Te estoy tocando –murmuró él–. ¿Quieres que pare?

 Demi tardó un rato en reaccionar. Se había pasado toda la vida fantaseando con un momento así. Durante cuatro años, había tratado de convencerse de que los sueños no se cumplían en la realidad, de que él no se sentía atraído por ella.
 –¡Sí! No… esto no es… apropiado…
 –¿Por qué no?
 –Tú sabes por qué… –rezongó Demi. Había una buena razón, seguro, aunque ella no pudiera recordarla en ese momento.

 Sin dejarle tiempo para pensar, Joseph la atrajo despacio hacia él.
 Presa de excitación, Demi se estremeció. Era como una niña dispuesta a abrir los regalos el día de Navidad, preguntándose si estaría a la altura de sus expectativas…

 Ella sabía que no era buena idea, sin embargo, los unía una fuerza magnética e irresistible. Y su curiosidad era demasiado grande.

 Cerró los ojos con un suspiro y sus bocas se tocaron. Él le tocó el pelo y la agarró de la nuca, convirtiendo lo que había sido una suave caricia en algo eróticamente apasionado.

 Demi se apretó contra él. Haciendo un esfuerzo, levantó la cabeza para decirle con voz temblorosa que no deberían estar haciendo eso… que era mejor parar… que el pollo iba a quemarse en el horno…

  Joseph se rio y le informó de que eso era lo que debían hacer exactamente.
 Entonces, deslizó la mano debajo de la blusa de ella y le acarició la espalda, subiendo hasta llegar al broche del sujetador. Sin dejar de besarla, se lo desabrochó.

 –No soy una de tus muñecas de bolsillo… –protestó ella, de pronto, avergonzada e insegura.
 –Deja de hablar –ordenó él con voz ronca–. Quiero verte.

Demi se incorporó mientras él la sujetaba. Sus generosos pechos quedaron al descubierto. Él gimió de placer al verlos.

 –Me he muerto y he subido al cielo –murmuró él con respiración entrecortada.
 Con el pelo largo y rizado y la cabeza hacia atrás, era una diosa de la sensualidad, más bella que ninguna mujer que él hubiera visto en su vida.

 En una ocasión, ella se le había ofrecido. Pero Joseph había tenido que esperar cuatro años para poder aceptar su oferta. Le tocó los pezones con los dedos, acariciándolos en círculos, y su excitación creció cuando vio que se ponían erectos como respuesta.

Demi gemía y jadeaba con suavidad, pequeños ruidos que lo incendiaban. Joseph no creía que pudiera detenerse mucho tiempo con los preámbulos, pues ansiaba poseerla cuanto antes.

 Cuando ella se inclinó un poco, la agarró de la cintura y comenzó a lamerle los pezones, deleitándose con su sabor. Él era un hombre grande con manos grandes, perfectas para cubrir pechos tan abundantes.

 El sofá era amplio, pero no era fácil encontrar una postura cómoda.
 –Este sofá no me gusta –comentó él, levantando la cabeza un momento de sus pechos.
 –Puedo extender la manta delante del fuego…