miércoles, 16 de enero de 2013

El Amante de la Princesa Capitulon10





Por primera vez desde que había llegado, Nick vio un breve pero evidente brillo de vulnerabilidad en los ojos de Miley. Y casi se sintió culpable por manipularla.
Casi.
No había llegado tan lejos en la vida siendo blando. Desgraciadamente, tampoco lo había hecho ella. Por eso pensó que un par de copas harían que se relajase un poco.
Pero tenía la impresión de que estaba a punto de ir demasiado lejos, así que intentó una nueva estrategia: la compasión. Cuando todo lo demás fallaba, las mujeres no podían resistirse ante un hombre que se mostraba vulnerable.

—Phillip está fuera y la verdad es que no me apetece pasar solo el resto de la tarde.
Enseguida vio que la flecha había dado en la diana. La expresión de Sophie se suavizó perceptiblemente.
Y cuando la oyó suspirar, supo que la tenía.
—Yo había pensado ir a dar un paseo por el jardín. Podrías ir conmigo, supongo. Pero después tengo cosas que hacer.
Debería haber imaginado que sugeriría algo intermedio. De esa forma estaba aceptando la sugerencia sin darle el control.
Era lista, desde luego. Pero él era mucho más taimado.
—Trato hecho, alteza.
Cuando salió del coche, Nick lo hizo tras ella. El sol estaba alto en el cielo, sus rayos tan intensos como por la mañana. Era un día para estar a la sombra más que para dar un paseo, pero Nick no estaba en posición de discutir.
El guardaespaldas miró de uno a otro antes de preguntar:
— ¿Va a necesitarme, alteza?
¿Qué pensaba que Nick iba a hacer, secuestrarla? ¿Sacarla del palacio a rastras?
—No, ya puedes marcharte.
Nick la siguió hasta la puerta, hipnotizado por la gracia de su paso, el movimiento de sus caderas. Llevaba un vestido que se ajustaba a su figura en los sitios adecuados y el deseo que eso provocó era tan innegable como intenso.
El mayordomo abrió la puerta.

—Alteza —dijo Wilson, inclinando ligeramente la cabeza.
Nick podría jurar que el hombre lo miraba con gesto de desaprobación. Evidentemente, el servicio era muy protector con la princesa y tenía la impresión de que su preocupación era tan profesional como personal. Lo cual hizo que se preguntase… si Miley seguía siendo tan caprichosa y manipuladora como solía serlo diez años antes, ¿por qué la trataban con tanto cariño?
O quizá se reservaba ese comportamiento para sus amantes.
—Wilson, ¿te importa acompañar a mi invitado al estudio y servirle una copa?
—Claro que no.
—Yo tengo que cambiarme. Bajaré en cinco minutos.
—Tómate tu tiempo —dijo Nick, viéndola subir la escalera casi flotando, tan ligera como una pluma. Era tan sexy, pensó. Estaba deseando tocarla otra vez, ver cuánto había cambiado en esos diez años.
—Señor Rutledge —dijo el mayordomo, con una clara nota de desaprobación en su tono—. Si no le importa acompañarme al estudio…
—Por supuesto.
—¿Qué quiere tomar?
—Agua mineral, por favor.
Wilson se acercó al bar mientras Nick se ponía cómodo en el sofá.
—¿Lleva mucho tiempo trabajando para la princesa?
—Llevo cuarenta años con la familia real, señor Rutledge.
—Eso es mucho tiempo.
—Sí, señor.
—Y usted cuida de Miley.
—Sí, señor. Y no es una tarea que uno deba tomarse a la ligera.
Nick tenía la sensación de estar siendo juzgado no un mayordomo sino por un padre estudiando a un posible yerno, y como él estaba acostumbrado a enfrentarse de cara con sus adversarios le espetó con toda sinceridad:
—No confía en mí, ¿verdad?
Wilson se acercó con el vaso de agua.
—He descubierto, señor Rutledge, que cuando alguien tiene algo que esconder a menudo se muestra paranoico.
Oh, vaya, un golpe directo. Si fuera un hombre más débil podría haber dado marcha atrás. Pero no lo era. Aunque algunos lo considerasen temerario, Jonah en particular, él nunca se amilanaba frente a un reto. Incluso cuando las probabilidades no estaban a su favor.
—¿Y qué cree usted que estoy escondiendo?
—No sabría decirlo, pero es evidente que tiene usted algo entre manos.
—¿Y siente usted la necesidad de proteger a la princesa de mí?
Wilson sonrió, con un brillo de burla en los ojos.
—No, señor. Su alteza no necesita que la protejan ni de usted ni de nadie. Y si usted cree que es así, ésa será su perdición.
Eso ya lo verían, ¿no?
Antes de que pudiera replicar, Miley apareció en el estudio. Se había puesto unos pantalones cortos, camiseta y zapatillas de deporte y llevaba el pelo sujeto en una coleta.
Y aun así seguía pareciendo una princesa.
—¿Vas al gimnasio? —preguntó Nick.
—No, a dar un paseo. Suelo caminar rápidamente a esta hora de la tarde.
—Yo tenía pensado un paseo más… convencional.
—Pues no vengas conmigo.
Había más de treinta grados fuera y, vestido como iba, se arriesgaba a sufrir una lipotimia. Por no hablar de que iba a estropear sus carísimos mocasines de ante. Pero no podía echarse atrás ahora y no se molestó en pedirle que lo esperase mientras se cambiaba de ropa porque sabía cuál sería la respuesta.
Wilson se aclaró la garganta.
—Si no necesita nada más, alteza, voy a comprobar cómo va la cena.
—Gracias —dijo ella.
El mayordomo estaba sonriendo amablemente, pero cuando miró a Nick sus ojos decían claramente: «ya se lo advertí».
Miley se colocó detrás del bar y tomó dos botellas de agua de la nevera.
—Me parece que una no será suficiente —murmuró, mirando a Nick de arriba abajo antes de sacar otra botella.
Y seguramente tenía razón.
—¿Estás listo?
Alex sabía que debía estarlo. Y Wilson tenía razón: la había subestimado.
Pero ése era un error que no pensaba volver a cometer.
A pesar del calor y del inapropiado atuendo, Miley debía admitir que Nick lograba seguirle el paso. Aunque también él tenía calor y estaba sudando Ya se había tomado una botella de agua y estaba empezando la segunda.

Pues bien, eso le pasaba por hacerse el listo. Como había oído que le advertía Wilson: no debería haberla subestimado. Era listo, pero también ella tenía un par de trucos en la manga.
De modo que iba caminando a pleno sol, aunque en un día normal hubiera tomado algún camino bajo los árboles para aprovechar la sombra.
Pero alguien ahí arriba debía estar cuidándolo porque una nube oscureció el cielo poco después, ocultando el ardiente sol.
—Parece que va a llover —comentó Nick, mirando el cielo. Luego volvió a mirar hacia la residencia, a casi un kilómetro de donde estaban—. Quizá deberíamos volver.
—¿Por qué? ¿Temes derretirte?
—Ya me estoy derritiendo —contestó él—. Pero no quiero estar aquí cuando empiece la tormenta.
—Normalmente no llueve en esta época del año. Seguramente las nubes se alejarán enseguida.
Aunque las nubes tenían un aspecto más bien amenazador, debía admitir.
—Pues a mí me parece que va a llover.
—Por favor, no seas tan flojo —suspiró Miley.
—No sé a ti, pero a mí no me apetece que me caiga un rayo.
—Aunque lloviera, sería un chaparrón rápido. Estamos a salvo, no te preocupes —insistió ella.
Pero, por si acaso, alteró la dirección para dirigirse a su residencia.
Apenas habían dado diez pasos cuando una enorme gota de agua fría cayó sobre su cara. Y luego otra en su antebrazo.
—¿Lo ves? —dijo Nick —. Está lloviendo.
—Un poco de lluvia no mata a nadie. De hecho, a ti te vendría bien… para refrescarte un poco.
Él abrió la boca para replicar justo cuando un relámpago iluminó el cielo y un ensordecedor trueno retumbó sobre sus cabezas.
Los dos se agacharon, por instinto. Y un segundo después empezó a llover. Enormes gotas que los dejaron calados en cuestión de segundos.
—¡Corre hacia los árboles! —gritó Miley.

Probablemente no era el mejor sitio para resguardarse durante una tormenta, pero si no encontraban refugio pronto se arriesgaban a acabar empapados.
En treinta segundos llegaron al circunstancial refugio de los árboles.
—Creo que estoy oficialmente refrescado —bromeó Nick, echándose el pelo hacia atrás. Estaba mojado, gotas de lluvia resbalando por su cara, la ropa pegada a su cuerpo como una segunda piel…
Y qué piel. Los músculos de su torso y sus bíceps daban casi al descubierto bajo la camisa. Era más grande que cuando estaba en la universidad. Y más perfecto, si eso era posible.

De repente, Miley ya no sentía el frío de la lluvia. De pronto, sentía un calor dentro de ella que no tenía nada que ver con el tiempo y sí con el hombre que estaba a su lado. «Contrólate».
—Así que no iba a llover —bromeó Nick.
—Sí, bueno… — Miley se escurrió el agua de la coleta—. Has sido tú quien ha insistido en venir conmigo.
—Pero no puedo dejar de pensar que lo has hecho a propósito.
— ¿Crees que puedo controlar el tiempo? Soy buena, Nick, pero no tanto. Beso
Sólo después de haber dicho esas palabras, cuando Nick clavó sus ojos en ella, profundos, penetrantes y llenos de deseo, se dio cuenta de cómo sonaba esa frase. Pero era demasiado tarde para retirarla. Y ni siquiera estaba segura de querer hacerlo.
—No es así como yo lo recuerdo —dijo él, con voz ronca, bajando la mirada.
Y Miley supo sin la menor duda que sus pezones se marcaban claramente bajo la camiseta. Pero no pudo dejar de notar que también él parecía tener frío. Por arriba, al menos. Por abajo podría jurar que… aquella cosa se notaba más bajo el pantalón.
Cuando levantó los ojos Miley tuvo que controlar un escalofrío. Y cuando dio un paso adelante, todas las células de su cuerpo se pusieron en alerta roja.

Una gota de lluvia rodó por su mejilla y Nick la apartó con un dedo. Era como si hubiera pasado ese dedo entre sus muslos porque fue allí donde lo sintió.
No tenía duda de que el resultado de aquello sería un beso. Era inevitable. Y lo único peor que besarlo sería dejar que él diera el primer paso, dejar que llevase el control.
De modo que no se lo permitió. Agarrándolo por la camisa, tiró de él y buscó sus labios sin esperar más.
Si Nick se había quedado sorprendido no tardó mucho en recuperarse porque enredó los dedos en su pelo para apretarla contra él. Miley abrió los labios, invitándolo, y cuando sintió el roce de su lengua se le doblaron las rodillas.
Se devoraron el uno al otro, pero no era suficiente. Lo quería más cerca aún. Era como si hubiera estado marchitándose durante los rilamos diez años y lo único que pudiera devolverle la vida fuera tocarlo. Y esa necesidad pareció anular lo que le quedaba de pensamiento racional.
Sin pensar, abrió su camisa de un tirón porque necesitaba tocar su piel desnuda, pasar las manos por su torso. Notó que saltaban algunos botones y oyó que se rasgaba la tela, pero le daba igual. Tenía la piel caliente, húmeda… y podía sentir los latidos de su corazón bajo la palma de la mano.

Nick la apoyó sobre el tronco del árbol más cercano aplastándola con su cuerpo contra la dura corteza Miley dejó escapar un gemido de placer. Por primera vez en muchos años se sentía viva y eso la asustaba. Era como la primera vez. Apasionados hasta el punto de parecer desesperados, con un anhelo profundo de conectar…
Estaba empezando a excitarse como nunca cuando Nick se apartó, jadeando.
—Escucha…
¿Se acercaba alguien? Miley aguzó el oído, pero sólo percibía los sonidos de la naturaleza.
—¿Qué?
—Ha dejado de llover.
Había dejado de llover. ¿Y qué?
—Deberíamos volver.
¿Volver? ¿Lo decía en serio?
Miley estaba demasiado atónita como para decir nada. Evidentemente, Nick deseaba aquello tanto como lo deseaba ella; lo había estado buscando desde el primer día. ¿Por qué cambiaba de opinión de repente?

Entonces entendió lo que estaba pasando. Aquello sólo era un juego para él, lo había planeado desde el principio. Debería haberlo imaginado. Nick obtenía una perversa satisfacción al verla excitada para dejarla luego con la miel en los labios…
Debería avergonzarse de haber caído en tan estúpida trampa.
Pero no volvería a pasar, de eso estaba absolutamente segura.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 32




—Desgraciadamente, sí —respondió Demi mirando a su hija con un nudo en la garganta—. Tal y como yo lo veo, puedo hacer dos cosas: o llamar a mis padres y pedirles protección o... suponiendo que ese tipo no sepa de la existencia de Elizabeth, marcharme de nuevo antes de que lo averigüe.
Matty se volvió hacia ella, y la miró atentamente.
—Y entonces ¿qué? ¿La dejarías con nosotros indefinidamente?
A Demi no se le escapó el entusiasmo inconsciente de la voz de Matty. No la culpaba por no preocuparse de qué le ocurriría a ella en aquella situación. Matty estaba preocupada, principalmente, por el bienestar de Elizabeth, y así debía ser.
—En ese caso, la dejaría con vosotros para siempre —murmuró Demi, sintiendo una agudo dolor en el pecho—. Si vuelvo a marcharme, no regresaría por ella. Eso no sería justo para nadie, y menos para la niña.
Matty tragó saliva, pero no dijo nada. Luego dejó la cuchara y tomó un paño húmedo que había junto al plato de compota. Lentamente, con ternura, le limpió la carita a Elizabeth mientras la niña intentaba agarrar el trapo y gorgojeaba.
Sin soltar el trapo, Matty miró a Demi. Tenía los ojos brillantes de emoción.
—Por supuesto que a mí me gustaría quedarme con esta niña para siempre. Sebastian sería completamente feliz. Y todo el mundo. Travis, Gwen, Boone, Shelby, Luann y el pequeño Josh —dijo. Carraspeó y continuó hablando—. Antes de quedarme embarazada, es posible que no hubiera entendido el sacrificio que sugieres. Pero ahora sí lo entiendo, y no puedo permitir que hagas algo así.
Demi contuvo sus propias lágrimas.
—Si es lo mejor para Elizabeth...
—No lo es —respondió Matty con firmeza—. ¿Solías cantarle a Elizabeth?
— ¿Cantarle? ¿Por qué?
—Puede ser una buena forma de acercarse a ella.
—Oh... — Demi nunca había conocido a una mujer tan buena como Matty Daniels. Cualquiera se daría cuenta de lo unida que estaba a Elizabeth, y la idea de perder a la niña tenía que ser muy dolorosa. Y de todos modos, Matty estaba intentando ayudarla a conectar de nuevo con su hija—. Sí, yo le cantaba.
—Me lo imaginaba. La mayoría de nosotros lo hace, supongo que instintivamente. ¿Por qué no intentas cantarle ahora? —sugirió.
—¿Aquí?
—Sí. Ahora acaba de comer y está muy contenta —dijo Matty—. Como yo estoy aquí, ella no se siente amenazada porque tú también estés. Y nadie más la va a distraer. ¿Qué te parece?
—Bien —respondió Demi, y sonrió tímidamente a Matty—. Pero me siento como si estuviera actuando en un club de Las Vegas.
Matty le devolvió la sonrisa.
—Te prometo que seré una buena espectadora.
Demi respiró profundamente y azorada, comenzó a cantar.
Elizabeth la miró inmediatamente. Con dos dedos metidos en la boca, se concentró en el rostro de Demi.
Demi continuó cantando y poco a poco, se olvidó de que Matty estaba allí, mientras buscaba en la expresión del bebé la más mínima señal de reconocimiento.
Elizabeth estaba fascinada con la canción, pero quizá se sintiera fascinada cada vez que alguien le cantaba.
—Continúa cantando y cámbiate de sitio conmigo —le dijo Matty.
Cuando Demi y Matty se levantaron, Elizabeth se alarmó. Miró rápidamente de una a la otra mientras se cambiaban de silla, lo cual hizo que Matty se quedara más lejos de ella y Demi, justo enfrente.
Demi tuvo un momento de pánico cuando vio que la carita del bebé se arrugaba como si fuera a empezar a llorar. Entonces Matty, que obviamente ya había escuchado suficiente de la canción como para poder seguir la melodía, comenzó a tararear con Demi. Desafinaba mucho, pero a Demi no le importó. El truco sirvió para que Elizabeth no llorara.
La atención de la niña alternaba entre las dos mujeres mientras el improvisado dueto continuaba, y su mirada de asombro casi consiguió que Demi se echara a reír. Pero continuó cantando. Debía de haber comenzado a sonreír sin darse cuenta, porque ocurrió un milagro. Elizabeth la miró y sonrió también.
A Demi se le hizo un nudo en la garganta y no pudo cantar más. Pero, cuando la sonrisa de Elizabeth se desvaneció y comenzó a fruncir el ceño de nuevo, Demi hizo un esfuerzo sobrehumano y comenzó a cantar de nuevo, sonriendo.
Matty comenzó a añadir palabras a su tarareo, pero no era la letra de la canción.
—Lo estamos haciendo muy bien —canturreó—. ¿Qué te parece si...?
El sonido de los casos de los caballos les llegó desde fuera.
Matty saltó de la silla y miró por la ventana de la cocina.
—Ya han vuelto —dijo con un suspiro de alivio.
Demi se levantó también y se acercó a la ventana, casi atemorizada por lo que podía ver.
—Están bien —dijo.
—Eso parece —Matty salió de la cocina para desconectar la alarma y después volvió a asomarse por la ventana—. No veo sangre.
—Yo tampoco — Demi no podía dejar de admirar la soltura con la que Joseph montaba a caballo. Siempre se le olvidaba que se había criado en un rancho y que era un verdadero vaquero. Y en aquel momento, verdaderamente estaba en su papel.
Elizabeth empezó a dar golpes en su mesa con las dos manos.
Matty miró al bebé.
—Creo que alguien echa de menos el espectáculo.
Demi siguió su mirada y se sintió gratificada al darse cuenta de que Elizabeth estaba muy alegre.
—¿Crees que hemos hecho algún progreso?
—Estoy segura. Creo que cantar es un buen método de acercamiento. Podrías seguir con eso. Siento haber estropeado tu canción con mis maullidos, a propósito.
A Demi la habían educado para ser reservada con las personas hasta que las conociera bien, pero en aquel momento, le pareció la cosa más natural del mundo darle un abrazo a Matty.
—¿Estás de broma? —le preguntó con una risa—. Tus coros me han salvado.
Matty se rió.
—Asegúrate de decirle eso a Sebastian —dijo, mientras se abría la puerta de la cocina y éste hacía su aparición—. Se ha ofrecido a pagarme con tal de que no cante.
—No, lo has entendido mal —dijo él. Con el rifle en la mano, se acercó a su mujer y le dijo un beso—. Yo he dicho que te pagaría para que bailaras en vez de cantar. Creo que todos deberíamos dedicarnos a aquello para lo que tenemos más talento, y claramente, tu talento está en el baile —aseguró. Después, salió de la cocina para colocar el rifle en su armario.
—¡Espera un segundo! —Dijo Matty—. ¿Habéis averiguado algo allí arriba?
—Pregúntale a Travis —respondió Sebastian desde el pasillo.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 31





—Matty, ven aquí, y cuando yo salga por la puerta, enciende la alarma.
Matty se acercó a él al instante y lo tomó por el brazo.
—No creo que debáis subir allí sin un plan.
—Tengo un plan. Voy a llevar mi rifle.
Se separó de ella y pasó por delante de Joseph hacia el salón.
—Vigila a la niña, Joseph —le dijo Matty mientras iba tras Sebastian—. Escucha, vaquero, ¡no podéis ir allí como si fuerais los tres mosqueteros!
La voz de Sebastian llegó hasta la cocina desde el pasillo y desde su habitación.
—No discutas conmigo, Matty. No podemos perder el tiempo si queremos atraparlo.
— ¡Podría ser él el que os atrapara a vosotros!
Joseph miró a Elizabeth, que estaba sentada en su trona con la boca chorreando cereales. La niña lo estaba mirando con los ojos muy abiertos. Y él reconoció perfectamente el color de aquellos ojos. Lo veía todas las mañanas en el espejo. Entonces, la carita de Elizabeth se arrugó como si alguien la estuviera estrujando, y dejó escapar un grito de protesta.
—Uy, no hagas eso —rogó Joseph —. Matty va a volver ahora mismo.
Elizabeth gritó con más fuerza y escupió los cereales que tenía en la boca.
A Joseph le entró pánico. Que él supiera, la niña podía ahogarse o algo así, si continuaba llorando de aquella manera. Él oía que Matty y Sebastian todavía estaban discutiendo en su dormitorio, y allí estaba aquella cría, corriendo un grave peligro.
— ¡Matty! —gritó.
Y con sólo eso, Elizabeth dejó de llorar. Sin embargo, la expresión de su cara no fue ninguna mejoría. Estaba petrificada. Por su culpa. A Joseph se le encogió el estómago al recordar cómo se sentía él cada vez que su padre gritaba así. Y allí estaba él, asustando a su hija de la misma manera.
—Lo siento —murmuró—. Lo siento, pequeña.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—No volveré a gritarte —prometió mirando aquellos enormes ojos azules. Oh, Dios, lo estaba atrapando. Notó que se le hacía un nudo en la garganta. Aquella carita, aquella carita húmeda de lágrimas, llena de cereales, lo estaba atrapando.
—Vamos —dijo Sebastian, que entró en la cocina con una chaqueta y un rifle.
Aliviado, Joseph se volvió hacia él.
— ¡Sois unos idiotas! —dijo Matty, que iba detrás—. Deberíamos llamar al comisario.
—Para cuando llegue, el tipo que persigue a Demi ya se habrá marchado —replicó Sebastian—. Y ahora, cuando salga, conecta la alarma, y si no hemos vuelto en una hora, entonces podrás llamar al comisario.
—Maravilloso —respondió—. ¿Le pido que traiga bolsas para cadáveres?
—Déjalo. No va a pasar nada —dijo Sebastian. Miró a Joseph y le preguntó—: ¿Preparado?
—Preparado —respondió él. Mientras salían de la cocina, miró una vez más al bebé. La niña lo estaba observando todavía—. Hasta luego, Elizabeth —dijo con dulzura.

Demi casi había terminado de ducharse cuando oyó que Matty y Sebastian se acercaban por el pasillo, discutiendo sobre algo. Con su constante sentimiento de culpabilidad, no pudo evitar preguntarse si la discusión tendría algo que ver con ella.
Se secó rápidamente, se puso unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca de manga larga y se cepilló el pelo. Cuando salía del baño, oyó cerrarse la puerta de la casa.
— ¡Hombres! —dijo Matty. Por su tono de voz, estaba disgustada—. De verdad, Elizabeth, algunos hombres no tienen cerebro.
Demi se acercó cautelosamente a la puerta de la cocina.
—¿Matty? —dijo, antes de asomarse—. ¿Crees que debería entrar?
—Por supuesto —respondió Matty—. Elizabeth y yo necesitamos refuerzos, ¿verdad, cariño? Los chicos acaban de irse a hacer una tontería.
—¡Ga! —respondió Elizabeth, encantada.
A Demi se le aceleró el corazón mientras entraba a la cocina. Desde su silla de madera, Elizabeth la miró y Demi se preparó para más lágrimas. En vez de eso, casi pareció que la niña se encogía de hombros mientras fijaba de nuevo su atención en la cuchara de compota de manzana que le estaba ofreciendo Matty.
La indiferencia era mejor que el miedo, se dijo.
— ¿A qué te referías con lo de los chicos? —Preguntó a Matty—. ¿Adonde han ido?
— Joseph cree que ha visto al tipo que te sigue en la colina.
Demi se puso una mano en la boca para ahogar un jadeo, que seguramente, asustaría a Elizabeth.
—Travis llegó cuando Joseph volvía a casa a contárnoslo y los tres se han ido a buscarlo a caballo. Sebastian se ha llevado el rifle —explicó Matty. Seguía dándole el desayuno a Elizabeth, pero tenía la espalda muy rígida.
—Oh, vaya.
—He conectado el sistema de alarma, así que sabremos si ese tipo se acerca a la casa, pero creo que deberíamos haber llamado al comisario. Los chicos no han querido.
Demi se desesperó. Llamar al comisario significaría que la policía se pondría en contacto con sus padres, pero no podía seguir evitándolo si estaba poniendo a más gente en peligro.
—Quizá debiera llamar a mis padres y terminar con todo esto. No puedo dejar que os arriesguéis así.
Matty miró a Demi mientras le metía a Elizabeth la cuchara en la boca.
—Creo que un buen modo de que éste pequeño gremlin comenzara a acostumbrarse a ti sería que te acercaras a la mesa lentamente. Luego podrías contarme la situación con tus padres.
—Está bien —respondió Demi.
Elizabeth la observó con desconfianza mientras se acercaba y se sentaba a medio metro de la niña.
—Elizabeth —canturreó Matty—. Toma otro poco de compota, cariño.
El bebé se volvió hacia la cuchara y dio unas palmadas en su mesa.
—Supongo que tus padres no saben nada del bebé ni del secuestrador —dijo Matty mientras seguía dando de comer a la niña.
—Exacto. Yo quiero evitar que Elizabeth crezca del modo en que crecí yo. Fui siempre una prisionera, porque mi padre tenía miedo de que alguien me secuestrara para pedir un rescate.
—Parece que tenía algo de razón —dijo Matty.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 30




— Joseph, no debería haber dicho esto. Éste es mi problema. Yo soy la que se quedó embarazada, y yo soy la que pensó que podría mantener mi identidad en secreto.
—Y yo debería haberme alejado de ti en cuanto te conocí. Lo sabía. Pero fui débil, y me engañé diciéndome que si todo lo manteníamos en secreto, contenido, no se complicaría.
—Se ha complicado.
—Ya me he dado cuenta. Y todo ha sido culpa mía.
—No, Joseph, no es cierto...
—No intentes negarlo, Demi. Todo el mundo sabe que los anticonceptivos fallan de vez en cuando. Yo te hice el amor... muchas veces. No debería haberme marchado del país sin asegurarme de que estabas bien. Si lo hubiera hecho, nada de esto habría sucedido.
—De todos modos, a mí me estaría persiguiendo éste loco.
El sacudió la cabeza.
—No.
—¿No?
—Yo me habría deshecho de él hace mucho tiempo.
Demi suspiró.
—Eres un buen hombre, Joseph. Gracias por haber venido a consolarme. Creo que me siento mejor.
—Me alegro —respondió él. De repente, su atención se desvió del rostro de Demi, y se dio cuenta de que no llevaba sujetador bajo el camisón. Joseph  tragó saliva y la miró a los ojos—. ¿Has dormido bien?
—No.
Él la abrazó con más fuerza aún.
Demi...
—No —dijo ella, aunque su mirada la estaba excitando.
—Me estoy volviendo loco.
Y ella también. Notó que su firmeza se tambaleaba un poco ante la fuerza de su deseo.
— Joseph, estamos en el baño, por Dios.
—Podrías apoyarte en esa encimera —murmuró él, y la tomó por las nalgas para apretarla contra su erección—. Soy un hombre desesperado, Jess. Dame cinco minutos. Sé que podemos hacerlo en cinco minutos. Una vez lo hicimos en cuatro, ¿te acuerdas?
Ella se acordaba bien, pero aquellos recuerdos no la estaban ayudando a ser fuerte.
—Te necesito. Necesito estar dentro de ti —dijo él, intentando seducirla con un tono de voz ronco que nunca le había fallado.
Y ella lo deseaba, también, pero sacudió la cabeza.
—No es una buena idea —dijo, aunque tenía la respiración entrecortada—. Además, no tienes preservativos.
—Eso es lo que tú te crees. Supongo que se te ha olvidado que fui boy scout.
— ¿De verdad tienes...?
—Los tengo y los tendré. Siempre, por si acaso cambias de opinión —la acarició por última vez y la soltó—. Nos vemos en el desayuno.
Afortunadamente para Joseph, cuando salió del baño no había nadie en el pasillo. Fue hacia el despacho de Sebastian, donde había pasado una noche espantosa pensando en Demi y preocupándose por Elizabeth. Después de respirar profundamente unas cuantas veces para controlar sus hormonas, se puso las botas, tomó la chaqueta y el sombrero y salió.
El salón estaba vacío, pero oía a Matty, a Sebastian y a Elizabeth en la cocina. Silbó para llamar a Fleafarm y a Sadie y las dos perras acudieron a su llamada.
—Voy a sacar a las perras a dar una vuelta —dijo en voz alta y sin esperar respuesta, salió por la puerta principal. Necesitaba estar un rato a solas antes de ver de nuevo al bebé. Y a Demi.
Atravesó el porche y bajó los escalones, mientras las perras jugaban ante él como un par de cachorrillas. Se detuvo en el camino y se llenó los pulmones con el aire fresco de la montaña. Nada podía comparársele al aire perfumado de pino de Colorado.
Demonios, había echado de menos aquel lugar. Y cómo lo adoraba en octubre, con el cielo color cobalto y las montañas teñidas de oro por los árboles en otoño. Mientras había estado viviendo entre los refugiados, no había echado de menos su lujoso piso de Denver, ni su exitosa agencia inmobiliaria, ni tratar con los clientes. Había echado de menos el Rocking D. Y aunque no quería convertirse en ranchero, quería poseer una tierra como aquella, quizá no tan grande, pero lo suficientemente espaciosa como para tener un establo, algunos caballos y un perro.
Esperaba que a Demi también le gustara la idea, porque se la imaginaba con él. Su sugerencia de abrir un rancho para huérfanos lo atraía, pero no sabía si ella tendría interés en formar parte de algo así. Y también estaba el asunto de la niña.
Mientras seguía caminando hacia las colinas que había frente al rancho, sintió la brisa en el rostro. Las perras se pararon a olisquear el aire en el mismo momento en que Joseph detectó un movimiento más adelante, más arriba en la ladera de la montaña. Las perras ladraron y echaron a correr en aquella dirección. Al principio, Joseph pensó que podía ser un ciervo, pero luego el sol hizo brillar algo metálico.
— ¡Fleafarm! ¡Sadie! ¡Venid aquí! —las llamó con el estómago encogido—. ¡Venid aquí! —Repitió, y afortunadamente, las perras se dieron la vuelta y volvieron a su lado, aunque de mala gana—. ¡Buenas chicas! —les hizo unas caricias entusiastas en el lomo mientras seguía mirando el punto donde había detectado el movimiento.
En aquel momento, todo se había quedado inmóvil. Aunque había tenido una premonición, no sabía quién podía estar allí arriba. Podía ser un cazador que había traspasado los límites del Rocking D, o un observador de pájaros cuyos prismáticos habían brillado al sol. O podía ser el acosador de Demi. Él debía poner a salvo a las perras y después alertar a Sebastian. Si volvían allí con un par de caballos, podrían echar un vistazo por la zona.
Volvió a la casa, mirando de cuando en cuando hacia atrás para ver si notaba algo más en la ladera de la colina. Nada. Si no hubiera sido por la reacción de las perras cuando habían percibido el olor extraño, él se estaría preguntando si no se lo habría imaginado todo.
Entonces, oyó el ruido del motor de un coche que se acercaba por el camino y antes de llegar a la carretera de la casa, Travis apareció en su todo terreno negro.
Bajó del coche y se acercó sonriendo a Joseph.
— ¿Has salido a dar un paseo matutino, vaquero? ¿Se te ha olvidado montar a caballo o qué? —Su sonrisa se desvaneció al ver a Joseph de cerca—. ¿Hay algún problema? ¿Le ocurre algo a Elizabeth?
—La niña está bien, pero yo tengo que llevar a las perras a casa y avisar a Sebastian. Creo que he visto a ese tipo en aquella colina. Si subimos a caballo, es posible que tengamos suerte.
— ¿Sabe él que lo has visto?
—No lo sé con certeza. Quizá. Pero debemos intentarlo.
—Pos supuesto. Tú avisa a Sebastian y yo ensillaré los caballos —dijo. Subió a su todoterreno y enfiló hacia el establo.
Joseph oyó la ducha corriendo cuando entró por la puerta. Fue a la cocina, donde encontró a Sebastian dándole a Elizabeth sus cereales y a Matty preparando café. Joseph vio los ojos azules del bebé y notó que se le derretía el corazón. Rápidamente, desvió la vista. No tenía tiempo para aquello.
—¿Está Demi en la ducha?
—Eso creo —respondió Matty—. No ha venido a la cocina, y creo que tiene miedo de hacerlo. Me estaba preguntando si tú podrías convencerla para que...
—No puedo —dijo Joseph y miró a Sebastian—. Nuestro hombre debe de estar escondido en las colinas. Travis está ensillando los caballos.
—Bien.
Sebastian dejó la cuchara en el cuenco de cereales de la niña y se levantó.

Un Refugio Para el Amor Capitulo 29




Demi no quería dormir. Sólo quería mirar a Elizabeth y escuchar su respiración.
Estaba en la cama, pensando cómo iba a acercarse a la niña cuando se despertara. Era evidente que debía tomarse las cosas con calma hasta que la niña volviera a acostumbrarse a ella. El hecho de saber que Elizabeth había convivido con tres familias le daba confianza en que su hija no sería tan inflexible como hubiera sido si hubiera vivido únicamente con Sebastian y Matty en el Rocking D. De todos modos, Jessica no se engañaba pensando que la transición sería fácil.
Por el momento, sin embargo, se conformaba con estar en la misma habitación que su hija. Joseph no se había quedado muy satisfecho con la idea de dormir en otro lugar, pero ella sabía que dormir en la misma cama que él sobrecargaría los circuitos.
Para empezar, no habría podido concentrarse en su hija y en aquel momento, eso era lo más importante. Por otro lado, creía de veras que no debía hacer el amor con él. Y si compartían la cama, acabarían haciéndolo sin remedio.
Aunque podría haber jurado que no había dormido en absoluto, abrió los ojos y se dio cuenta de que la habitación estaba iluminada con la suave luz del amanecer.
—Ba —decía una suave voz—. Ba, ba.
A ella se le aceleró el pulso. Elizabeth estaba despierta. Con cautela, Demi apartó el edredón para poder ver la cuna.
Elizabeth estaba a gatas frente a ella. Oh, sí, tenía los ojos azules de Joseph y su pelo cobrizo. Tenía las mejillas rosadas del sueño. Podría haberse quedado mirándola para siempre.
—Ba, ba —repitió Elizabeth, y babeó. Con la atención fija en lo que estaba viendo sobre la cama, se agarró a las barras de la cuna y se levantó. Se puso de pie.
Demi se quedó inmóvil, observándola, fascinada por los avances que había hecho la niña en su ausencia. Tragó saliva para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta. Habían ocurrido muchas cosas mientras ella estaba fuera. Demasiadas.
Agarrada con fuerza a los barrotes, Elizabeth comenzó a sacudir la cuna.
—¡Ba! —gritó, y enseñó sus nuevos dientes mientras seguía sacudiendo la cuna.
—Hola, pequeñina —murmuró Demi. Al ver aquellos dientecitos, se le llenaron los ojos de lágrimas. Su hijita había crecido mucho.
Elizabeth dejó de moverse y la miró fijamente.
—Soy yo, tu mamá —dijo Demi, suavemente.
Elizabeth no estaba asustada. La miraba con curiosidad.
—Eres una niña preciosa —dijo Demi. Moviéndose con lentitud, se apoyó sobre un codo en la cama—. ¿Te acuerdas de mí?
Una chispa de preocupación se encendió en los ojos azules.
—No pasa nada —dijo Demi en voz baja mientras se incorporaba y se sentaba sobre la cama—. Te acostumbrarás de nuevo a mí. Te...
El grito de miedo de Elizabeth le heló la sangre.
—No te voy a hacer daño, cariño —dijo en tono suplicante a la niña, mientras Elizabeth comenzaba a lloriquear. El instinto hizo que Demi saliera de la cama y se acercara a la cuna—. No tengas miedo —susurró, y alargó los brazos para tomarla—. Por favor, no tengas miedo. Soy yo. Tu mamá.
Con un grito más alto aún, Elizabeth se echó hacia atrás para escapar de Demi y se dio un golpe en la cabeza con la cuna. Entonces, comenzó a llorar desconsoladamente.
—Oh, no — Demi descorrió el cerrojo de la barandilla y se inclinó hacia ella—. Oh, cariño... por favor, déjame...
—Yo la tomaré —dijo Matty, que entró a toda prisa en la habitación. Levantó a Elizabeth y la alejó de Demi como si fuera una amenaza.
Demi sabía que Matty no lo había hecho intencionadamente, pero así parecía de todos modos. Las lágrimas cayeron por sus mejillas.
—Se ha dado un golpe en la cabeza —dijo—. Por favor, comprueba que esté bien —rogó a Matty. El hecho de no poder consolar a su propia hija era el peor dolor que había soportado en su vida—. No quería asustarla. No quería.
—Pues claro que no —dijo Matty, y le pasó la mano por la cabeza a Elizabeth—. Y ella está bien. Vamos, vamos, pequeñina —Matty apoyó al bebé en su hombro y le acarició la espalda—. Vamos, estás bien.
—¿Qué ha ocurrido? —Sebastian apareció en el umbral de la puerta abrochándose los pantalones vaqueros.
—Yo... — Demi descubrió que no era capaz de contárselo. Se le había hecho un nudo de vergüenza y de pena en la garganta. Su hija no la quería.
Entonces Joseph apareció detrás de Sebastian. Él también llevaba unos vaqueros y una camiseta.
—¿Estáis bien?
—Creo que Elizabeth se ha asustado un poco al ver a Demi por primera vez —dijo Sebastian.
—No pasa nada —murmuró Matty mientras continuaba acariciando a Elizabeth—. Tendremos que hacer las cosas más despacio, eso es todo.
—Oh, Demi —dijo Joseph —. Lo siento.
Ella no lo sentía. Estaba destrozada. Y no podía soportar quedarse en aquella habitación ni un minuto más. Se las arregló para darles cualquier excusa y se fue al baño.
Una vez que estuvo allí, tomó una toalla y enterró la cara en ella mientras sollozaba. Elizabeth ya no la quería.
Poco a poco, las lágrimas cesaron, pero Demi no creía que se le fuera a pasar el dolor que sentía. Había perdido a su hija por culpa de aquel hombre horrible que la perseguía, y estaba dispuesta a buscarlo y matarlo con sus propias manos. Él le había robado a su hija.
Alguien llamó a la puerta con suavidad, y después, Demi oyó la voz de Joseph.
— ¿Demi? ¿Puedo entrar?
—No.
—Eso es lo que me pasa por preguntar —murmuró él, y abrió la puerta.
Ella se dio la vuelta y fingió que estaba colgando la toalla en el toallero y colocándola perfectamente.
—No sé qué ha ocurrido con el concepto de intimidad.
Él entró y cerró la puerta.
—En éste momento no necesitas intimidad —dijo. La tomó por los hombros, la abrazó e hizo que apoyara la cabeza en su pecho.
—¿Cómo sabes que no la necesito?
—Lo sé porque te he visto la cara cuando has venido a esconderte aquí. Lo que de verdad necesitas es que alguien te abrace.
Joseph tenía toda la razón. Ella lo había abrazado también, automáticamente, y se había quedado colgada de su cuello.
—¿Y eres un experto en la materia?
Joseph apoyó la mejilla en su cabeza.
—Pues sí.
Pensándolo bien, seguramente sí lo era. Habría tenido que consolar a mucha gente que vivía en el campo de refugiados. Y su propio conocimiento del dolor provenía de su infancia.
—No sé mucho de bebés —dijo Joseph —, pero Matty me ha dicho que Elizabeth lo superará, y seguro que Matty sabe de lo que está hablando. Se siente culpable por haber hecho que durmierais juntas la primera noche. Ella no pensó en cómo iba a reaccionar la niña cuando se despertara y viera a una ext... a alguien a la que no está acostumbrada en la habitación.
—Soy su madre —lloriqueó Demi—, y ella me tiene miedo.
—Se acordará de ti —dijo Joseph suavemente mientras le acariciaba la espalda como Matty había acariciado a Elizabeth.
—Quizá no. Quizá tenga que empezar desde cero, y todo será como si la hubiera adoptado. Oh, Joseph, ¿por qué no volviste antes a casa?
—Ojalá lo hubiera hecho. Oh Demi. Voy a tardar cien vidas en compensarte por todo el dolor que te he causado. Y que todavía puedo causarte, maldita sea.
Inmediatamente, ella lamentó haberlo usado como chivo expiatorio.