—Sí, también intentó algo con Travis. Barbara era muy
promiscua, y ninguno de nosotros sabía cómo decírtelo. Tengo la sensación de
que también fue por Boone, pero él no mencionaría algo así ni aunque lo
torturaran.
—Entiendo que no me lo contarais. A ningún hombre le gusta
oír algo así sobre la mujer con la que se ha casado. En vez de abrirme los
ojos, eso se habría interpuesto entre Travis, tú y yo.
—Eso pensamos nosotros. Por eso no te dijimos nada.
Sebastian tomó uno de los vasos y se lo dio a Joseph. Después tomó el suyo y lo levantó para
hacer un brindis.
—Por la amistad.
—Por el mejor amigo que conozco —respondió Joseph.
Sebastian le dio un trago al coñac y sonrió.
—No está mal. No está nada mal.
Joseph tenía que admitir que el líquido oscuro le sentaba bien. Tomó
otro trago y notó que comenzaba a relajarse.
—Esto está buenísimo. ¿Y lo has conseguido sólo por casarte?
—Eso es todo lo que tuve que hacer. Vamos, deja que te
rellene el vaso.
—¿Por qué no?
Sebastian le llenó el vaso casi hasta el borde y dejó la
botella en la mesa.
—Puede que esto te afecte al lapicero.
—Ése es un problema que no tengo. Puedo tener cualquier otro
problema que se te ocurra, pero la falta de interés en el sexo no es uno de
ellos.
Sebastian lo miró.
—Yo sólo estaba haciéndome el listo, pero ya que estamos con
éste tema, ¿cómo van las cosas entre Demi y tú?
—Me imaginaba que me lo preguntarías.
Sin el efecto relajante del coñac, Joseph
habría estado más a la defensiva, pero cuanto más se relajaba, más le
apetecía hablar. Por supuesto, Sebastian lo había planeado de antemano.
—Cómo te llevas con Demi es muy importante —dijo Sebastian—. Si os
peleáis, Elizabeth lo notará inmediatamente. Y eso no es bueno para una niña.
—No nos peleamos. Al menos, no como tú piensas. Hemos tenido
alguna discusión acalorada, pero en realidad, lo que pasa es que necesito
tiempo para acostumbrarme a esta situación, y eso es lo que le he dicho a ella.
En éste momento, no puedo hacer promesas. Así que ella ha decidido que no nos
acostemos juntos.
Sebastian asintió.
—Es bastante lógico.
—Oh, es muy lógico, claro que sí. Pero la lógica no me impide
desearla.
Eso hizo sonreír a Sebastian. Tomó otro trago de coñac y dejó
el vaso en la mesa.
—Has salido con ella durante un año, ¿no? Eso es mucho tiempo
para un espíritu libre como tú.
Joseph sintió otra oleada de remordimiento.
—Sí, y debería habéroslo contado a todos.
Sebastian se encogió de hombros y se apoyó en el respaldo de
su silla.
—Eh, olvídalo. Eso es agua pasada. Ya hemos asumido que eres
un tarado en los asuntos sentimentales —dijo su amigo, aunque sonrió para
quitarle hierro a sus palabras—. Además, pensaste que interferiríamos, y tenías
razón. Todos te habríamos dicho que te casaras con esa mujer de cuya compañía
has disfrutado durante un año. Has tenido suerte de que te den otra
oportunidad.
—¿Sabes? Cuando volvía a casa, había decidido pedirle que se
casara conmigo. Me imaginé que si estropeaba las cosas en los primeros meses y
me convertía en alguien como mi padre, entonces ella podría divorciarse —dijo.
La idea de divorciarse de Demi hizo que se le encogiera el corazón. Tomó
otro trago de coñac y continuó—. Pero ahora, con la niña, todo es más
complicado. Y no quiero que la niña corra ningún riesgo.
—¿Por tu parte?
—Sí, por mi parte.
—Eso es...
—No me digas que es una idiotez. He visto lo que puede
ocurrirle a la gente cuando se siente presionada. Hacen cosas que no harían de
otro modo.
—¿Cómo fueron las cosas por allí?
—Muy duras. Un infierno. Pero también, en cierto modo, era
parecido al cielo. A las personas que viven y trabajan en un campamento de
refugiados no se las mide por su educación ni por el tamaño de su cuenta
corriente. Era todo cuestión de carácter.
—Y tú te sentías bien allí.
—Supongo que sí, en ese sentido. Por primera vez en la vida,
tuve la sensación de que tengo valor. Estoy desarrollando un proyecto para
conseguir adopciones de los niños huérfanos del campamento, pero eso es algo a
corto plazo. De camino hacia aquí, Demi sugirió que montara un rancho para niños
sin familia. Creo que me gusta la idea.
A Sebastian le interesó mucho aquello.
Animado, Joseph continuó.
—Podría seguir con el negocio inmobiliario para financiarlo y
valerme de mis conocimientos sobre ventas para conseguir algunos
patrocinadores. ¿Qué te parece?
—Creo que si no te emparejas con una mujer que es capaz de
saber con tanta exactitud lo que necesitas, serás el idiota más grande que se
haya sentado en esta cocina —dijo Sebastian, y se rió—. Y eso es decir mucho,
porque yo no soy Einstein precisamente, en lo que concierne a las relaciones. Bueno,
ahora vámonos a la cama. Ya he averiguado lo que quería.
Joseph se rió también.
— ¿Qué era?
—Que estás enamorado como un burro de la madre de tu hija. Si
tenemos eso para empezar a trabajar, todo saldrá bien.