sábado, 12 de enero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 27




—Sí—respondió Joseph —. Volvamos con los demás. Ha sido una noche muy larga, y probablemente querrán marcharse a casa.
Les costó trabajo, pero finalmente Matty y Sebastian empujaron a todo el mundo hacia la puerta, incluyendo a Josh, que estaba somnoliento. Joseph se daba cuenta de que a ninguno de ellos le gustaba el hecho de separarse de Elizabeth, sabiendo que cuando volvieran, Demi habría ocupado su lugar como madre de la niña.
Finalmente, el último vehículo se alejó y los cuatro volvieron al salón.
—He pensado que vosotros dos podéis dormir en la cama doble que hay en el cuarto de Elizabeth, por el momento —dijo Matty.
Joseph se puso tenso y decidió no mirar a Demi. No quería saber qué era lo que iba a elegir. Ella le había pedido que la acompañara a ver a su hija, así que quizá quisiera que estuvieran juntos por la noche también. Él podría soportar aquello. Tener al bebé con ellos le pondría muy nervioso, pero sería valiente, si aquello le permitía estar con Demi.
Pero ella tenía que saber que si compartían una cama doble, acabarían haciendo el amor, aunque fuera muy suavemente para no despertar al bebé. Después de lo que Demi había dicho sobre sus relaciones sexuales, era decisión suya, no de Joseph.
—Es posible que estéis un poco apretados —continuó Matty, como si hubiera pensado que su silencio significaba que no estaban satisfechos con el tamaño de la cama—, pero creo que valdrá hasta que pensemos... —se interrumpió mientras buscaba las palabras más adecuadas, y miró a su marido en busca de ayuda.
—Bueno, hasta que pensemos... —intentó decir Sebastian, pero no lo hizo mucho mejor que su esposa.
—¿Es la única cama libre que queda? —preguntó Demi tímidamente.
Así que no quería dormir con él, pensó Joseph con amargura. Sin embargo, aceptó su decisión con toda la galantería que pudo, y la miró.
—Hay un sofá cama en el despacho de Sebastian. Si quieres, yo puedo dormir allí y tú en la cama de la habitación de Elizabeth.
Ella lo miró también, pero su expresión era cuidadosamente neutral.
—Te lo agradecería —dijo.
Nadie dijo nada durante un momento y finalmente, Matty reaccionó.
—Bueno, pues voy a sacar unas sábanas para el sofá cama.
—Yo las pondré —dijo Joseph. Sebastian y tú acostaos. Ya os hemos dado bastante trabajo.
—Aún mejor —dijo Sebastian—. Yo traeré las sábanas y tú te irás a dormir, Matty —dijo, y dirigió suavemente a su mujer hacia el pasillo.
—No pasa nada. Yo...
—Quiero que te acuestes, nena. Ya has estado bastante tiempo de pie. Vamos —dijo Sebastian, y le dio un beso rápido—. Nos vemos en un rato.
—Está bien. No tardes mucho.
—No tardaré.
—Bueno, yo también me voy a acostar —dijo Demi, y tomó su mochila del suelo.
—Dame —dijo Joseph, acercándose a ella—. Yo te la llevaré...
—No, no es necesario. Gracias de todos modos. Buenas noches, y gracias por todo de nuevo, Sebastian.
Y dicho eso, Demi se marchó hacia la habitación de Elizabeth.
A Joseph se le encogió el corazón. Le habría gustado ir con ella y mimarla como Sebastian mimaba a Matty, pero no se podía ser tierno con una mujer si ella no quería, pensó con tristeza.
Observó cómo recorría con pasos rápidos el pasillo, entraba en la habitación y después cerraba la puerta, y todo le pareció mal e incompleto. Él debería estar en aquella habitación con ella.
—Te traeré las sábanas —dijo Sebastian.
—Gracias.
Con la sensación de ser totalmente innecesario, Joseph se acercó a la chimenea y comenzó a recolocar los troncos con el atizador. No era especialmente necesario, pero tenía ganas de ocuparse en algo.
Agachado frente a la chimenea, miró la elegante herramienta que tenía en la mano. Boone la había hecho cinco años atrás, valiéndose de sus habilidades de herrero para crear un regalo por el trigésimo cumpleaños de Sebastian.
Cómo habían cambiado las cosas en cinco años. Sebastian estaba casado con Barbara entonces, y el marido de Matty todavía estaba vivo. Gwen también había estado en la fiesta con su marido, un tal Derek o algo así. Travis había llevado a uno de sus ligues, y Joseph también, aunque no recordaba quién era. Quizá fuera Marianne, o Tanya...
Era gracioso pensar que apenas recordaba a ninguna de las mujeres de su pasado, salvo a Demi. Hasta que la había conocido, no había creído que existieran almas gemelas. Y seguía sin creerlo, en realidad. Posiblemente, Demi fuera la mujer para él, pero él no era hombre para ella.
—Alguien nos regaló a Matty y a mí un coñac muy antiguo y caro por la boda —dijo Sebastian.
Joseph alzó la vista y lo vio junto al sofá, con las sábanas dobladas en un brazo.
—Buen regalo —dijo.
—Eso creo yo también, pero Matty odia el coñac. Además no puede beber por el embarazo, así que ya tenía ganas de probar esa botella.
—No te preocupes, Sebastian —dijo Joseph, y le lanzó una breve sonrisa—. No tienes por qué quedarte haciéndome compañía. Vete a la cama con tu mujer.
—O diciéndolo de otra forma, tú no tienes por qué quedarte haciéndome compañía a mí —replicó Sebastian, y dejó las sábanas sobre el sofá—. Voy a abrir la botella, pero si no te apetece coñac, supongo que tendré que beber solo. Lo cual sería una barbaridad, si lo piensas bien. Un hombre no ha visto a su amigo en diecisiete meses, y ese amigo prefiere irse a la cama antes que compartir un poco de coñac y una amigable conversación. ¿Te había dicho que es muy antiguo y muy caro?
Joseph sonrió y se puso en pie. Era evidente que Sebastian quería hablar, y no sería muy amable por su parte negarse, sobre todo teniendo en cuenta que no se había portado como un amigo con él últimamente.
—Sí, creo que lo has mencionado —dijo entonces, y colocó el atizador en su sitio—. Sería un tonto si rechazara una oferta como ésa.
—Entonces, ven a la cocina y te serviré un vaso. O una copa, como hacen los elegantes.
—¿Tienes copas de coñac? — Joseph no se había dado cuenta de cuánto había echado de menos el humor irónico de su amigo.
—Claro que no. Hace unos años, Barbara intentó convencerme para que comprara unas cuantas. Incluso me trajo una caja de puros habanos y una chaqueta de esmoquin.
Joseph se rió al imaginarse a Sebastian con los pantalones vaqueros, el sombrero, las botas y una chaqueta de esmoquin.
—Nunca consiguió nada contigo, ¿eh?
—Supongo que no —respondió Sebastian. Abrió un armario, sacó dos vasos y la botella de coñac y los llevó a la mesa de roble de la cocina—. ¿Sabías que tenía un lío con el marido de Matty?
Joseph se quedó petrificado en mitad de la cocina. Así que por fin, había salido a la luz aquella desagradable información.
Sebastian sirvió el coñac en los vasos antes de alzar la mirada.
—Lo sabías, ¿verdad?
—Sí.
A Joseph no le gustó admitir aquello. Se estaba ganando la reputación bien merecida de ser un misterioso. Quizá lo mejor fuera decir la verdad al completo.
—Ella me lo contó, y puede que sea mejor que sepas en qué circunstancias. Me hizo una proposición a mí también y cuando la rechacé, me dijo que no le importaba porque siempre tenía a Butch para consolarse.
Los ojos grises de Sebastian despidieron chispas de ira.
—Ahora me pregunto a quién más se le insinuó. ¿A Travis?
Joseph suspiró.


Un Refugio Para El Amor Capitulo 26




También conocieron a la madre de Travis, Luann, una mujer de unos cincuenta años, con el pelo gris, que había ido a vivir con su hijo y su nuera al hotel. Joseph siempre había pensado que la existencia de mujeriego de Travis continuaba cuando se iba a pasar todos los inviernos a Utah. Sin embargo, parecía que lo que hacía en realidad era volver a casa a cuidar a su madre viuda.
Por fin, se terminaron las presentaciones.
—Me gustaría verla ahora —dijo Demi en voz baja.
—Claro —dijo Matty, y se dirigió hacia el pasillo. Todos la siguieron, tropezándose unos con otros Demi y Joseph se quedaron al final.
Matty se volvió y alzó una mano, como si fuera un guardia de tráfico.
—Un momento. Todos no podemos entrar. De hecho, creo que es Demi la única que debería entrar a la habitación, si ella quiere.
Todos estuvieron de acuerdo y volvieron al salón.
Joseph prefería que Demi entrara primero. Quería tomarse las cosas con tiempo y afrontar la situación poco a poco.
—Me gustaría que ventrara conmigo —dijo Demi.
Parecía que no iba a ser posible. Con todos sus amigos mirándolo de aquella forma, no le quedaba más remedio que hacer lo que le había pedido Demi.
—Claro, por supuesto. Buena idea.
Todo el mundo se apartó.
—Está en la habitación de invitados, Joseph —dijo Sebastian—. La que tú usabas cuando venías de Denver. Matty la redecoró.
—Y quiero decir que fue Sebastian el que eligió la cuna de la niña —dijo Matty—. Yo quería algo más sencillo.
—Dejamos una luz suave encendida por la noche —añadió Boone—. A Josh le gusta, sobre todo cuando están juntos, porque si abre los ojos, puede ver a Elizabeth en la cuna.
—Espero que te guste el pijama, Jessica —dijo Gwen—. Travis y yo no sabíamos qué ponerle cuando la trajimos esta noche. Al final, nos decidimos por el de Winnie the Pooh.
Demi se volvió a mirarlos, sorprendida.
—¿La habéis traído vosotros? Creía que se quedaba aquí todo el tiempo.
—Oh, no —dijo Shelby, que estaba junto a Boone—. Todos hacíamos... es decir, hemos hecho turnos. Verás, todo el mundo quería... —de repente, se quedó callada y miró a su alrededor nerviosamente, como si hubiera hablado de más.
—Todo el mundo quería quedarse con la niña —terminó Sebastian con voz ronca.
¡Oh, Dios! Joseph nunca había visto a su amigo tan emocionado. Saber que él había contribuido a aquel fiasco le hacía sentirse como una rata.
Demi tragó saliva y dijo con voz temblorosa:
—No sé cómo voy a poder agradeceros y compensaros por... por...
Con la necesidad de hacer algo útil, Joseph la tomó de la mano. Estaba helada.
—Vamos —dijo suavemente.
Ella parpadeó rápidamente, tragó saliva de nuevo y asintió.
Joseph comenzó a caminar por el pasillo. Ante ellos, la puerta de la habitación de invitados estaba medio abierta, y una luz suave se escapaba por la rendija. No era algo muy corriente, pensó Joseph, que el hecho de atravesar una puerta pudiera llevarlo a uno de la ignorancia al conocimiento. Aquélla era una de esas ocasiones. Una vez que hubiera traspasado aquella puerta, nunca volvería a ser el mismo.
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Mientras Joseph empujaba la puerta con cuidado, Demi apretó su mano y se juró que no iba a llorar. Si lloraba, sólo conseguiría despertar al pequeño Josh y a Elizabeth, y los asustaría a los dos. Además, mientras Elizabeth estuviera dormida, Demi podía mantener la fantasía de que su hija iba a reconocerla.
Cuando entraron en la habitación, Demi observó unos segundos a Josh, que estaba dormido en la cama, mientras se dirigía hacia la cuna que había en un rincón. El corazón le latía con tanta fuerza que tuvo miedo de que su sonido despertara a Elizabeth.
¡Estaba tan grande! A Demi se le llenaron los ojos de lágrimas y se los enjugó rápidamente. Quería ver.
Oh, Dios. Su hija era preciosa. Demi tuvo que apretarse el puño contra la boca para ahogar el sollozo que iba a escapársele. Preciosa. El dolor de estar separada de ella se desbordó. Hasta aquel momento, se había negado a dejarle sitio en su corazón, pero al ver a Elizabeth, había conseguido derribar sus defensas y la estaba invadiendo.
Luchó por mantener el control y se recordó que aquella separación había terminado. Iban a estar juntas, y ella podría llenar el vacío que se había creado entre ella y su preciosa hija. Elizabeth estaría confundida, así que ella tendría que ser fuerte para estar a la altura del desafío.
Elizabeth estaba durmiendo boca abajo, con el trasero elevado en el aire. Demi nunca la había visto hacer aquello. Pero tampoco la había visto gatear ni sentarse, y probablemente ya sabía hacer ambas cosas. Su manita estaba sobre el rabo de un mono de peluche con los ojos negros. Según le había dicho Sebastian, aquél era su juguete favorito. A Demi se le encogió el corazón al pensar en todo lo que se había perdido.
El pelo de la niña, que antes era muy fino y de color castaño, se había convertido en abundantes rizos de color rojizo. Tenía su mismo pelo. Su hija. Sintió un fuerte sentimiento de posesividad. Suya.
Oyó un sonido débil y rítmico, y se dio cuenta de que eran sus lágrimas, que estaban cayendo en el borde de la cuna. Entonces, notó un brazo sobre los hombros y se sobresaltó.
—Soy yo —dijo Joseph —. Sólo yo.
Volvió la cabeza, sorprendida. Se había olvidado, incluso, de que él estaba en la habitación.
Joseph miraba a Elizabeth totalmente embobado. Cuando elevó los ojos hasta Demi, ni siquiera la débil luz pudo ocultar su expresión maravillada.
—¿Nosotros hicimos esto? —murmuró.
Ella asintió, incapaz de hablar.
La atención de Joseph volvió a centrarse en el bebé.
—Es asombroso.
Demi sintió esperanza. Quizá, si Joseph se había quedado tan atemorizado por aquel milagro como parecía, encontrara un modo de superar sus miedos.
—Es tan pequeña... —dijo él, en voz baja.
Demi tragó saliva.
—Yo estaba pensando en lo grande que está —susurró.
—Se parece a ti.
—Un poco. Tiene los ojos iguales a los tuyos. Y mírale los dedos. Son largos y elegantes, como los tuyos.
Él hizo un breve sonido de protesta.
—Mis dedos no son elegantes.
En aquel momento, Elizabeth se relamió y dejó escapar un suspiro.
Jessica se quedó helada, segura de que aquella conversación susurrada había despertada a la niña. Iba a tener que soportar el dolor de ver cómo Elizabeth abría los ojos y no la reconocía, y se sentía demasiado débil como para aguantar aquel golpe.
Sin embargo, los ojos de la niña permanecieron cerrados.
—Será mejor que nos vayamos —susurró Demi —, antes de que se despierte

martes, 8 de enero de 2013

Un Refugio Para EL Amor Capitulo 25





—Desde luego —dijo Joseph —. No va a poder acercarse a Demi ni a Elizabeth.
Demi se sintió reconfortada por aquellas palabras, pero mientras se aproximaban a la casa tuvo una idea terrible, una que explicaría muchas cosas.
—Ahora estoy empezando a dudar de que ese hombre no sepa de la existencia de Elizabeth —dijo, con un nudo de ansiedad en el estómago—. Seguramente, al principio no lo sabía, pero quizá lo haya averiguado. Quizá ésa sea la razón por la que ha esperado tanto tiempo, para poder atrapamos a Elizabeth y a mí a la vez. Con la hija y la nieta de los Lovato, podría conseguir cualquier cosa de mis padres.
—No importa —dijo Sebastian—, porque no va a acercarse a ninguna de vosotras dos.
—Lo sé, pero... — Demi se detuvo en los escalones del porche y recordó la agonía que había sentido al dejar allí a su hija. Aquel sacrificio le había parecido necesario, y quizá todavía lo fuera—. Puede que lo mejor sea que yo vuelva a irme —dijo suavemente—. Hasta el momento lo he tenido distraído. Quizá debería...
— ¡No! — Joseph la agarró del brazo como si pensara que iba a echar a correr hacia el bosque—. No puedes hacer eso.
—Yo tampoco creo que sea conveniente —intervino Sebastian—. Quiero a esa niña como si fuera mi propia hija, pero el hecho es que no es mi hija, y que tiene que estar con su madre —se detuvo y lanzó a Joseph una mirada significativa— y con su padre.
Antes de que Nat pudiera responder, la puerta principal se abrió y Travis salió al porche, tan guapo como siempre y con una enorme sonrisa, seguido de un enorme gran danés castaño, que empezó a jugar por el porche con Fleafarm.
—¡Me pareció que oía a alguien hablando aquí fuera! —exclamó—. Gracias por avisarnos, Sebastian, amigo. Sadie, tranquila.
—Acaban de llegar —respondió Sebastian.
—Sí, sí, claro —dijo Travis, mientras cruzaba el porche en dos zancadas—. Admite que los estabas monopolizando —abrazó a Demi y le dio un sonoro beso en la mejilla—. Así que por fin has decidido aparecer, Demi. Si no fueras tan guapa y me cayeras tan bien, te daría una azotaina.
Demi pensó que era el mismo Travis de siempre y sonrió sin poder evitarlo.
—Yo...
—No molestes a la señorita, Travis —dijo Boone mientras se acercaba a ellos, tan alto como lo recordaba Demi —. No todas las mujeres agradecen ese tipo de trato.
—No conozco ninguna que se haya quejado —respondió Travis, y soltó a Demi —. ¡Eh, Joseph! —dijo, extendiendo la mano hacia él—. Espero que no te importe que le haya dado un beso a tu novia.
Nat carraspeó.
—No es mí...
—Hola, Boone —dijo Demi. Quería evitar que Joseph negara su relación. Sebastian, Travis y Boone querrían discutírselo, y aquél no era el momento ni el lugar—. Siento mucho todos los problemas que os he causado —añadió. Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla a Boone.
Boone la abrazó.
—No te culpo —le dijo—. Estabas intentando proteger a tu hija.
—Gracias por tu comprensión.
Con aquellos cuatro hombres a su lado, su miedo se mitigó. Aquellos tipos eran un hueso duro de roer para cualquiera. Por eso Demi había dejado a su hija con ellos.
—Todo va a salir bien —dijo Boone, y sonrió para darle confianza. Después se volvió hacia Joseph —. Me alegro de que hayas vuelto a casa, amigo —dijo, y le estrechó la mano.
—Yo también me alegro.
—Estoy seguro de que sí te alegras —intervino Travis—. Parece que por allí estaban cortos de peluqueros.
—Estaban cortos de muchas cosas —respondió Joseph —. Y a los peluqueros...
—Bueno, yo quiero decir dos cosas —interrumpió Boone—. La primera, quiero que sepas que estoy muy orgulloso de lo que has hecho al ir a ayudar a esos niños. Y lo largo que tengas el pelo me importa un comino.
—Gracias —dijo Joseph.
—Quería decirte eso primero —añadió Boone—, porque lo segundo es lo que más me preocupa. Si no intentas ser un verdadero padre para Elizabeth, te patearé el trasero hasta Nuevo México.
Demi se quedó asombrada de que alguien con unos modales tan afables como Boone profiriera semejante amenaza. Decidió intervenir.
—No creo que se deba obligar a nadie a...
—Mira, Demi —dijo Travis—, Boone y yo teníamos un par de cosas que decirle a nuestro amigo Joseph, así que no intentes que se libre de la charla. De hecho, les hemos pedido a nuestras esposas que esperaran dentro para poder aclarar unas cosas con él antes de que vea a la niña. Supongo que ya podemos entrar, siempre y cuando Joseph entienda cuál es nuestra posición en esto del bebé.
—Oh, la entiendo —admitió Joseph —. Pero me temo que me habéis puesto las cosas un poco difíciles. He intentado explicarle a Sebastian que yo...
—Eh —dijo Boone, y le puso la mano sobre el hombro a Joseph —. Escucha, yo no hablo mucho de ello, pero mi padre también me pegaba.
—Sí —dijo Joseph —, pero me apuesto lo que quieras a que no era lo mismo.
—Seguro que no —dijo Travis—. Probablemente, Boone superó la estatura de su padre cuando tenía diez años.
—No importa que fuera lo mismo o no —insistió Boone obstinadamente—. Él todavía podría ganarnos, pero yo no soy como mi padre, y tú tampoco eres como el tuyo, Joseph. Así que no te rindas tan rápidamente, incluso antes de ver a Elizabeth.
—Sí —añadió Travis—. Te va a robar el corazón, Joseph.
—Eso está claro —dijo Sebastian.
Joseph miró a sus amigos con incertidumbre.
Demi posó la mano en su brazo para darle ánimos y cuando él la miró, le sonrió, pese a que tenía un cosquilleo de inseguridad en el estómago.
—Vamos a ver a nuestra hija —murmuró ella.
Joseph sacó toda la fuerza que pudo de la mirada de Demi. Ojalá pudiera abrazarla durante un minuto antes de entrar en la casa, pero eso no era posible.
Miró una vez más a sus amigos y se dio cuenta de que los tres esperaban demasiado de él. Sin embargo, no podía decírselo. Ya se sentía un fracasado por haber dejado embarazada a Demi y haber permitido que se enfrentara sola a aquella experiencia.
—Lo haré lo mejor que pueda —dijo.
—En ese caso —dijo Sebastian—, todo saldrá bien. Y ahora, entremos a disfrutar del fuego de la chimenea.
Cuando todos entraron en la casa que Joseph había llegado a considerar como un segundo hogar, Matty los saludó a Demi y a él con la confianza de ser la señora de la casa. Y lo era, con su embarazo y todo. Mientras Matty les tomaba los abrigos y comenzaban las presentaciones, Joseph notó la tensión de Demi mientras esperaba al momento de ver a la niña. La hija a la que ellos habían engendrado. Su propia hija. Joseph no había conseguido asimilar aquella realidad.
Antes de que pudieran recorrer el pasillo hasta la habitación de Elizabeth, debían conocer y saludar a las mujeres que habían ayudado a criar al bebé durante seis meses. Conocieron a la mujer de Travis, Gwen, una chica morena y alta a la que él recordaba vagamente como una de las mejores amigas de Matty, y a Shelby McFarland, la mujer rubia y delgada de Boone. Supieron que Shelby y Boone acababan de adoptar al sobrino de tres años de Shelby, Josh, y que el niño estaba dormido en la habitación con Elizabeth.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 24





—Creo que nos ha seguido hasta aquí —dijo.
Joseph se puso muy tenso y se volvió a mirar por el cristal trasero del coche.
—No se dejará ver.
—Ese tipo es un psicópata —farfulló Joseph, y continuó escrutando la oscuridad. Después miró a Demi y dijo—: ¿Y sabes qué? Me alegro de que nos haya seguido. Ahora que estamos aquí, se nos ocurrirá un buen modo de atrapar a ese miserable.
Ella tuvo un sentimiento de gratitud hacia su defensor. Además, en el Rocking D no tendría sólo uno, sino cuatro. Hasta el momento en el que había notado que el secuestrador los estaba vigilando, había tenido miedo de entrar en la casa y verse cara a cara con Sebastian, Boone y Travis. Sin embargo, en aquel instante quería estar cerca de todos aquellos protectores.
—Entremos —dijo ella.
Cuando salieron del coche, Demi detectó un movimiento en el camino que conducía al establo.
— Joseph.
— ¿Qué?
—Allí —dijo Demi y señaló el establo—. Se acerca alguien.
—Ya lo veo —respondió Joseph, y dejó escapar una exhalación de alivio—. Son Sebastian y su perra, Fleafarm. Vamos hacia él. No me importaría romper el hielo hablando primero con Sebastian.
—Buena idea.
La sensación de sentirse vigilada había comenzado a desvanecerse. Demi confiaba en el instinto que había desarrollado durante esos últimos meses y comprendió que el secuestrador se había retirado por el momento. Entonces percibió más detalles del lugar en el que se encontraba: el olor de los árboles y del humo de la chimenea y el sonido de la música y de las risas que provenían de la casa.
—Creo que el tipo se ha ido, Joseph.
— ¿Tienes tanta conexión con él?
—Después de seis meses, esto se ha convertido en un hábito. Vayamos a saludar a Sebastian.
Sebastian los vio y apresuró el paso.
— ¿Joseph? ¿Demi? Me pareció que oía acercarse un coche.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó Joseph mientras él se acercaba—. ¿Te ha echado Matty al establo?
—Te agradeceré que no digas eso delante de ella y que no le des ideas —respondió Sebastian, y su sonrisa brilló en la oscuridad de la noche.
Fleafarm se acercó a ellos ladrando de alegría y moviendo la cola.
—Hola, Fleafarm —dijo Joseph, y se inclinó a acariciarla—. Me sorprende que todavía te acuerdes de mí.
—A mí me sorprende acordarme de ti —dijo Sebastian cuando llegó hasta ellos. Agarró la mano que Joseph le tendía y le dio un abrazo—. ¿Qué tal estás?
—He sobrevivido —dijo Joseph con una sonrisa.
—Eso ya es algo —Sebastian lo miró con seriedad y después se volvió a Demi —. ¿Qué tal estás tú, pequeña?
A Demi se le había olvidado que él la llamaba así, y la expresión de cariño hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
—Estoy bien, Sebastian. Pero me temo que he causado un buen jaleo por aquí.
—Bueno, más o menos —respondió él—. Pero aun así, me alegro mucho de verte, Demi —añadió. Después se acercó a ella y le dio un abrazo de amigo, como en los viejos tiempos.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Demi ante aquella bienvenida sencilla y generosa.
—Siento haberos hecho pasar por todo esto —murmuró mientras le devolvía el abrazo—. No tenía ni idea de que todos hubierais pensado que Elizabeth podía ser hija vuestra.
—¿De veras? —preguntó él, mirándola confusamente—. Por la forma en que la dejaste aquí y nos pediste que fuéramos sus padrinos, pensé que habías querido decirnos que era responsabilidad de alguno de nosotros.
—Oh, Dios, no. Eso habría sido muy retorcido por mi parte. Yo nunca hubiera hecho que creyerais eso mientras mantenía en secreto el nombre del verdadero padre. ¿De verdad pensasteis que era capaz de algo tan perverso?
—Bueno, no... Pero tampoco pensaba que Joseph pudiera haber tenido una relación durante un año y no me lo hubiera dicho.
Nat irguió los hombros, listo para cargar con las culpas que pudieran caerle encima.
—Como ya te dije por teléfono, me equivoqué al ocultártelo.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —preguntó Sebastian con una mirada de dolor.
—Porque soy un cobarde —respondió Joseph, mirando a Demi y después a su amigo.
—Bueno, yo no te describiría así —dijo Demi, para apoyarlo con todo su corazón. Si aquel momento era difícil para ella, tenía que serlo mucho más para Joseph. Que ella supiera, a los hombres no les gustaba admitir sus debilidades y errores frente a otros hombres.
—No lo sé. A mí me parece que es bastante preciso —dijo Sebastian, sin alterarse.
—No vas a pasar nada por alto, ¿verdad, Sebastian?
—No puedo, tengo que pensar en la niña que está ahí dentro.
Demi percibió claramente la advertencia mientras los dos amigos se miraban fijamente. O Joseph asumía la responsabilidad de Elizabeth, o Sebastian, Travis y Boone harían el trabajo por él. Pero ella no quería que obligaran a Nat a cumplir su deber. Todos saldrían perdiendo.
Demi respiró profundamente.
— ¿Está despierta Elizabeth?
—Probablemente no —respondió Sebastian—. Normalmente, la acostamos a las ocho.
Demi no podía soportar un minuto más de separación.
—Quiero verla —dijo—. Prometo que no la despertaré.
—Ya sabía que querrías verla. Además, deberíamos entrar antes de que Matty organice una expedición de búsqueda.
—¿Por qué habías ido al establo? —Preguntó Joseph mientras los tres se encaminaban hacia la casa—. No nos lo has dicho.
—Estaba un poco inquieto. Desde que llamaste, he estado muy nervioso pensando en el tipo del que me hablaste. Posiblemente, sólo eran imaginaciones mías, pero hace veinte minutos sentí el impulso de salir a hacer una ronda. No es que viera ni oyera nada, estoy seguro de que sólo han sido los nervios.
—Yo no estoy tan segura —respondió Demi. Yo creo que ese tipo está por aquí.
Sebastian se detuvo y la miró.
—¿Por qué piensas eso?
—Después de todos estos meses, he desarrollado un sexto sentido que me avisa de cuándo está cerca y cuándo no. Cuando hemos llegado, he tenido la sensación de que nos estaba vigilando.
—¿Y ahora? —le preguntó Sebastian, mirando a su alrededor.
—Ahora creo que se ha marchado de nuevo, pero supongo que sabe que estoy aquí.
—¿Y estás segura de que no sabe nada del bebé? —preguntó Sebastian con preocupación.
—Sí.
—Bueno —dijo Sebastian, y comenzó a caminar de nuevo por el camino—. De todas formas, tiene los días contados.

Un Refugio Para EL Amor Capitulo 23





Su decisión de que no hicieran más el amor era muy poco firme, y los dos lo sabían, pero por orgullo, Joseph no estaba dispuesto a pedirle que lo reconsiderara. No tenía totalmente claro qué era lo que tenía que ocurrir antes de que él pudiera llevársela a la cama de nuevo, pero se imaginaba que dependía sobre todo de su actitud hacia Elizabeth.
Y una proposición de matrimonio seguramente allanaría el camino, también.
Demi se quedaría asombrada si supiera cuántas veces había pensado en pedirle que se casara con él, y lo cerca que había estado de hacerlo hasta que había sabido lo del bebé. En algún momento, mientras sobrevolaba el Atlántico, había planeado pedirle que se casaran y sugerirle que adoptaran a uno de aquellos huérfanos como primer paso.
Aquel proceso les llevaría algún tiempo, tiempo que él necesitaba a toda costa para adaptarse a la idea de ser padre. Si conseguía hacerlo bien con un niño huérfano, entonces podría pensar en tener un hijo biológico. Había pensado cuidadosamente en los términos de aquel compromiso y creía que podría cumplirlo.
Sin embargo, cuando había conocido la existencia de Elizabeth, todo se había desmoronado.
Él no estaba preparado. No sabía si lo estaría algún día y no podía permitirse el lujo de pasar más tiempo averiguándolo. Era como si le hubieran dicho que tenía que hacer un examen que sabía que iba a suspender de antemano. Peor aún, fracasaría ante sus tres mejores amigos, unos hombres cuyo respeto deseaba.
Ellos le llevaban ventaja en aquel asunto de los bebés. Durante el tiempo que había pasado trabajando en el campo de refugiados, se había mantenido alejado de los más pequeños, dejándoselos a las voluntarias, y se había concentrado en los que andaban y hablaban.
La vulnerabilidad de un bebé lo aterrorizaba. Sabía perfectamente que si su madre no hubiera estado con él durante los tres primeros años de su vida, su padre lo habría matado por algo tan inocente como llorar. Luego había conseguido otros dos años de ventaja mientras su padre ahogaba las penas en la botella.
Para cuando Hank Grady había mirado a su alrededor y se había dado cuenta de que tenía un hijo en el que descargar su rabia y su frustración, Joseph era lo suficientemente mayor como para correr y esconderse la mayoría de las veces. Un niño espabilado podía evitar gran parte del maltrato, pero un bebé no podía defenderse en absoluto.
Mientras se acercaban al rancho, Joseph respiró profundamente y rogó al cielo que todo saliera bien para todo el mundo.
Entre los árboles se distinguía la casa iluminada. Él había conducido hasta allí muchas veces, y la primera visión de la casa de madera con su enorme porche, las ventanas altas y la chimenea de piedra era una bienvenida en las noches frías. Sin embargo, aquella noche Joseph se sintió intimidado al verla. Parecía que todas aquellas luces que brillaban por las ventanas anunciaran el día del juicio final.
— Joseph, tengo miedo —dijo Demi.
—Yo también.
—¿Por qué hay tantas camionetas aquí aparcadas a estas horas? —preguntó—. Parece como si estuvieran dando una fiesta o algo así.
—Matty me lo advirtió —respondió él mientras observaba los coches de sus amigos.
—¿Qué te advirtió?
Él apagó el motor del coche y la miró.
—Matty me dijo que todo el mundo estaría aquí. Los chicos y sus esposas. Supongo que todos se sienten responsables hacia Elizabeth, y no... Bueno, no están demasiado ansiosos por cederla.
—¡Pues es una lástima! —Exclamó ella con una nota frenética en la voz—. Yo soy su madre y...
—Tranquila, Demi —dijo él, y le puso una mano sobre el hombro—. Yo no he dicho que no vayan a hacerlo. Pero si lo piensas, ellos han pasado más tiempo que tú con la niña desde que nació. Estoy seguro de que cuando todo el mundo asimile la idea de que estás lista para recogerla, no tendrán ningún problema.
Demi miró hacia la casa. La barbilla le tembló ligeramente.
—Esta demostración de fuerza no indica que vayan a ceder tranquilamente. Podrían llevarme a juicio, Joseph. Podrían acusarme de haberla abandonado, y tendrían pruebas.
—No van a hacer nada de eso. Entrar será lo más difícil. Vamos a terminar con ello.
Demi se volvió hacia él.
— Joseph, ya te he dicho esto, pero quiero decírtelo de nuevo. Pase lo que pase ahí dentro, aunque esto se estropee, quiero que sepas que no lamento haberme quedado embarazada. No lamento que tú y yo trajéramos a la niña al mundo. Sé que he causado muchos problemas a mucha gente, pero volvería a hacer lo mismo con tal de tener a Elizabeth.
En aquel momento, él la quería tanto que casi le dolía.
—Eso es lo que tendrían que oír los que están ahí dentro —dijo con voz ronca—. Y ahora, vamos a afrontar la situación.

Cuando Demi puso la mano sobre el tirador de la puerta del coche, notó un cosquilleo familiar en la nuca y supo que alguien los estaba vigilando. Odiaba aquella sensación, pero también agradecía que aquel aviso la hiciera menos vulnerable.

Un Refugio Para EL Amor Capitulo 22





—Antes de que te cuente lo que ocurrió aquella noche en Aspen, ¿por qué no me cuentas tú con quiénes se han casado los chicos? Me muero de curiosidad.
—Sebastian se casó con su vecina, Matty Lang. El marido de Matty murió hace unos años en un accidente de helicóptero y ella ha llevado el rancho sola durante Éste tiempo. Ahora que lo pienso, es la mujer perfecta para Sebastian. Pero supongo que ahora ya no me venderá nunca su rancho. Probablemente, se quedará a vivir allí.
—¿Querías comprar un rancho? No me lo habías contado.
—Es una propiedad espléndida —dijo él, y estiró los brazos contra el volante, haciendo pequeños giros con los hombros para relajar la tensión—. Algún día podría venderla y obtener un buen beneficio, aunque ésa no era mi motivación. No estoy seguro de cuál era mi motivación, en realidad.
—Tú creciste en un rancho. Quizá sea porque te gustaría volver a esa clase de vida.
Él sacudió la cabeza.
—Probablemente no.
—Quizá te gustaría dirigir un rancho para niños que no tienen familia ni un lugar donde vivir —sugirió ella, con tacto.
Joseph la miró con sorpresa. Después, fijó su atención de nuevo en la carretera.
—Está claro que siempre consigues meterte en mi cabeza, Demi Yo no lo había pensado todavía, pero es posible que tengas razón. Los huérfanos del campamento de refugiados no son los únicos niños que no tienen un hogar. Pero ese campamento, al menos, era un lugar donde empezar.
«Qué sueños tan nobles», pensó Demi. Y cómo le gustaría formar parte de ellos. Pero ella tenía una niña. Qué irónico era que él quisiera salvar a todos los niños de mundo salvo a una. Al principio, se había irritado mucho por eso, pero había empezado a comprender, poco a poco, la lógica de Joseph. Ya no le parecía tan contradictoria.
— ¿Con quién se ha casado Travis?
—Con Gwen Hawthorne. Tiene un pequeño hotel en Huérfano, el pueblecito que hay en la carretera hacia Rocking D.
—Sé dónde está —dijo ella. Sólo con oír el nombre del pueblo y del rancho, había revivido el dolor que sintió la noche en que tuvo que abandonar a su hija.
— ¿No te llama la atención que ese pueblo se llame así?
—Sí. Supongo que ésa es una de las razones por las que comenzó a gustarte esta zona, al principio. Quizá sea el destino el que te ha impulsado a empezar algo así cerca de un pueblo llamado Huérfano.
—Si realmente decido hacerlo, tendré que encontrar un rancho cerca del Rocking D.
—Supongo que sí —dijo Demi, intentando que sonara como si no le importara dónde terminara viviendo él. En realidad, era lo que más le importaba del mundo. Si finalmente Joseph no lograba superar sus miedos y aceptar a su hija, ella se iría a vivir muy lejos de allí—. Bueno, ¿y Boone?
—Boone se ha casado con una mujer llamada Shelby McFarland. La conoció cuando iba de camino al Rocking D desde casa de sus padres, en Nuevo México.
— ¿Quieres decir que Sebastian y Boone se casaron después de que yo dejara a Elizabeth en el rancho? Eso sí que es raro.
—Y Travis también. Parece que la niña fue la que unió a las tres parejas, en cierto modo.
—¡Vaya! —exclamó Demi. Ella nunca hubiera creído que iba a provocar tales estragos, aunque fueran muy positivos—. Y todos pensaban que podían ser el padre de Elizabeth... Eso sí que no lo entiendo, no se me ocurrió que pudieran creer algo así. Yo sólo quería que Elizabeth estuviera rodeada de gente que pudiera cuidarla. Y sabía que podía confiar en ellos.
—¿Y qué fue lo que ocurrió aquella noche? —preguntó Joseph, intentando fingir que sólo tenía un poco de curiosidad.
Ella sonrió.
—Tus amigos se reunieron en el bar del hotel y se emborracharon.
—Me lo imagino. ¿Y después?
—Habían reservado la misma cabaña en la que os habíais alojado la noche anterior. Está a tres kilómetros del hotel, ¿te acuerdas? Fuera hacía muy mal tiempo y no me atrevía a dejarles conducir, así que yo misma los llevé a la cabaña.
—¿Tú no habías bebido?
—Alguien tenía que permanecer sobrio y evitar que se metieran en jaleos —respondió Demi.
No quería admitir que tenía el corazón destrozado y que no quería beber para no perder el control y comenzar a sollozar en mitad de lo que se suponía que era una celebración. No debería haber seguido sintiendo que tenía la obligación de mantener su relación con Joseph en secreto, pero lo había hecho. Durante todo aquel tiempo.
—¿Así que los llevaste a casa y ya está?
—No, claro que no. Sabía que se sentirían fatal al día siguiente por la mañana, así que les preparé una bebida con vitaminas C y B. Intenté que se tomaran una manzanilla con miel, pero no quisieron ni oír hablar de ello. Dijeron que era una cursilada y que ellos eran vaqueros que aguantaban el alcohol, por Dios.
Joseph se rió.
—Bien hecho.
—No me sorprende que digas eso, teniendo en cuenta cómo reaccionas siempre que intento guiarte hacia algún tipo de remedio natural.
—¡Querías que bebiera cosas hechas con hierbajos!
—Esos hierbajos, como tú los llamas, están cargados de nutrientes. La gente no tiene ni idea de la cosecha tan rica que tiene en sus jardines. Si lo supieran...
—Creo que ya he oído este discurso unas cuantas veces, Demi.
—Y no ha tenido ningún efecto.
—Si te prometo que me beberé la próxima taza de hierbajos que me des, ¿terminarás de contarme la historia?
—No hay mucho más que contar. Les ayudé a quitarse las camisas y los pantalones y los acosté.
—¿Intentó besarte alguno de ellos?
—Claro que sí. ¿Y qué?
Él apretó la mandíbula.
—Voy a estrangularlos.
— ¡ Joseph, ellos no sabían nada de lo nuestro! Estaban borrachos y hacían el tonto —explicó ella, y después hizo una pausa—. Aunque nunca se me habría ocurrido que ninguno de ellos fuera a pensar que había hecho algo más que intentar besarme. ¿Acaso eso es posible? ¿Hacer el amor con alguien y no recordar nada al día siguiente?
—A mí nunca me ha ocurrido, pero supongo que sí es posible —respondió Joseph. Dejó escapar un largo suspiro y la miró—. Si yo hubiera estado allí aquella noche, nada de eso habría sucedido. Pero yo creía que te estaba haciendo un favor al marcharme.
—¿Un favor? ¿Alejándote de mi vida por completo? ¿Marchándote a un país desconocido al otro lado del océano, sin teléfono ni servicio de correos? ¿Y cómo se suponía que me estabas haciendo el favor?
—Creía que si desaparecía, encontrarías a otro.
A ella se le encogió el estómago.
—¿Y es eso lo que quieres?
—Demonios, ¡claro que no! Me pone enfermo pensar que mis amigos se te hayan insinuado, aunque sepa que fue algo totalmente inocente. No me atrevo a imaginarte en la cama con otro hombre. Me volvería loco.
—Yo tampoco me lo puedo imaginar —dijo ella, calmadamente.
Él soltó un gruñido.
—Me encanta oír eso, y no debería encantarme. Debería querer que salieras y encontraras a un buen tipo que quisiera casarse y tener hijos contigo —dijo, y le dio una palmada al volante—. Soy el peor de los egoístas por quererte para mí, cuando no soy capaz de darte lo que necesitas.
Una sensación de calidez invadió a Demi y ésta supo con seguridad que él se equivocaba al juzgarse con tanta dureza. No tenía ni idea de todo lo que sería capaz de hacer si se lo proponía.
—¿Pero me deseas?
—Cada minuto del día.
Ella reprimió el impulso de acariciarlo, aunque deseaba hacerlo con todas sus fuerzas.
—No des por perdido lo nuestro todavía —murmuró.
Él respondió con el silencio y aunque a Demi le hubiera gustado obtener ánimos, se quedó satisfecha con el hecho de que él no contradijera sus palabras.
Muchas horas después, Joseph tomó la carretera que llevaba al Rocking D. Hacía mucho tiempo que se había puesto el sol. Cuanto más se acercaban al rancho, más nervioso se ponía. Mientras estaba al otro lado del océano, se había imaginado muchas veces que el reencuentro con sus amigos sería una bienvenida a casa, pero el anuncio que había hecho Demi había cambiado todo aquello. Él necesitaba desesperadamente la sensación de seguridad que le proporcionaba hacer el amor con ella, pero se veía privado de aquello también.