viernes, 4 de enero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 15




—Quizá me estuviera poniendo a prueba. Puede que quisiera comprobar si sentía el impulso de usar la violencia contra esos niños.
Ella sabía que había muchas más cosas en su trabajo con los refugiados, pero no iba a discutir con él sobre aquello.
—¿Y te pusiste violento?
—No.
—Entonces has debido averiguar que lo harás bien.
—¡No, no lo sé! Habría que ser un monstruo para ponerles la mano encima a esos niños. Ellos han pasado por tantas cosas, que tener paciencia al tratarlos resulta fácil. Algunos, sobre todo los chicos, intentan ser duros, pero uno se da cuenta de que por dentro están aterrorizados.
«Como tú lo estabas de pequeño». Al observar su expresión de ansiedad, Demi se imaginó al niño asustado que debía haber sido Joseph. Quiso abrazarlo y decirle que nunca tendría motivo para estar tan asustado, pero no se atrevió a traspasar el campo minado que él había establecido a su alrededor.
—Debió de ser terrible —murmuró.
—Sí —respondió él, y miró hacia la calle por el ventanal.
Demi pensó que Joseph había visto, con toda seguridad, su propia experiencia reflejada en los rostros de aquellos niños. Él había sido casi un huérfano, sin madre y totalmente a merced de un padre violento que no sabía querer. Vivir con un padre como Hank Grady no debía de ser muy distinto de vivir en zona de guerra.
—No tendrás que preocuparte de ser violento con Elizabeth —le dijo, suavemente—. Yo estaré ahí.
—No sé cómo hacer esto, Demi. Con los niños del campo de refugiados era fácil. Sólo hay que conseguirles ropa, comida y una cama. Hay que gestionar las donaciones que llegan y conseguirles también algún juguete al que puedan aferrarse.
Al imaginárselo haciendo todo aquello, Demi  se emocionó.
—¿Y los abrazabas cuando tenían miedo?
—Sí, bueno, claro, pero...
—Y cuando estaban tristes, ¿les contabas chistes para hacerles reír?
—Cuando aprendí su idioma sí, pero...
—Y si hacían algo maravilloso, si eran buenos, valientes y generosos, ¿no les decías que eran estupendos?
—Pues claro.
— Joseph eso es lo que hay que hacer, tanto con un niño refugiado de guerra como con Elizabeth. Eso es todo lo que tienes que hacer.
—¡Sabes que eso no es cierto! ¿Y si cometen alguna estupidez? ¿Cómo se consigue que no hagan tonterías?
— Joseph, yo creo, que dentro de lo razonable, hay que permitir que hagan tonterías y dejar que cometan sus propios errores.
Él soltó una carcajada seca.
—Sí, para que se maten, o quizá maten a alguien con esos errores.
Dijo aquellas palabras automáticamente, como si fuera una lección que había aprendido de memoria.
—¿Era esa la forma que tenía tu padre de justificar las palizas que te daba? ¿Que estaba impidiendo que te mataras?
—Algunas veces —respondió él—. Otras veces, creo que sólo lo hacía por divertirse.
«Un verdadero monstruo», pensó Demi.
—Tú tienes que saber que no eres como él.
Joseph no respondió.
— ¡Joseph, tú no eres como él! Estoy segura.
—Será mejor que vayas a ducharte.
En aquel momento, Demi se dio cuenta de que él había levantado su acostumbrado muro defensivo. Y sabía, que una vez que aquello sucedía, no tenía ni la más mínima oportunidad de llegar a él. Pero al menos, Joseph no había visto aún a Elizabeth. Demi se aferró a la esperanza de que la niña, su hija, sería la que derribara aquella barrera.
—Está bien —respondió—. Llamaré para alquilar un coche y no quiero oír nada de que vas a pagar tú.
Demi titubeó. El hecho de permitirle que pagara era casi como si le estuviera proporcionando una forma fácil de librarse de lo importante. Ella no quería su dinero. Quería que formara parte de la vida de Elizabeth, o no quería nada.
—Por favor, J Demi —rogó Joseph. Sus defensas se resquebrajaron un poco—. Es lo que puedo hacer por el momento. Por favor, acéptalo.
Ella tomó aire y asintió.
—Está bien. Por el momento.
—Bien. Llamaré y alquilaré un coche.
Mientras él se dirigía hacia el teléfono, ella entró en el baño y abrió el grifo de la ducha.
Era muy probable que Joseph le rompiera el corazón de nuevo, pensó mientras se metía bajo el chorro de agua caliente. Ella quería creer, con todas sus fuerzas, que cuando él viera a Elizabeth y se enamorara del bebé, estaría dispuesto a reconsiderar lo que pensaba sobre el matrimonio y los hijos.
Pero era posible que eso no ocurriera. Él ya la había dejado una vez, y si el bebé lo asustaba, la dejaría de nuevo. Y teniendo en cuenta esa posibilidad, Demi pensó que no debía seguir acostándose con él. Si se acostumbraba de nuevo a sus caricias, todo sería peor al final. En caso de que él no pudiera adorar a Elizabeth como ella la adoraba, tendría que decirle adiós.
Pero sería mejor que le dijera que no harían más el amor. Tenía que decírselo antes de ponerse en camino hacia Colorado. Tenía que establecer una distancia entre ellos, y estaba segura de que Joseph entendería que ella sólo quería protegerlos a los dos de un posible sufrimiento.
Cerró el grifo, sacó la mano de la ducha y tomó la toalla que había en el toallero. Mientras se secaba entre el vapor, comenzó a oír el ruido de unas tijeras. Se envolvió en la toalla y salió de la ducha. Joseph estaba frente al espejo, vestido sólo con sus vaqueros. Había puesto la papelera sobre la encimera del lavabo y se estaba cortando la barba.
Parecía que ya había terminado con aquella tarea, porque dejó la papelera en el suelo y tomó la cuchilla de afeitar. El olor de la espuma hizo que Demi Lovato recordara otras muchas veces en las que ella había observado cómo realizaba aquella tarea. A menudo, él terminaba la sesión de afeitado haciendo el amor con ella y frotándole la barbilla suave por todo el cuerpo.
Sin embargo, Demi ya echaba de menos la barba. Entonces recordó el voto de abstinencia que acababa de hacer. Que tuviera o no tuviera barba no debía significar nada para ella.
—Ya veo que te estás afeitando.
—Sí. Quiero salir de aquí con un aspecto distinto al que tenía cuando entré, por si acaso tu amigo nos ha visto juntos.
—Buena idea —dijo ella, y siguió observándolo.
Él hizo una pausa y clavó la mirada en el reflejo del rostro de Demi, con los ojos más azules que nunca.
—Si sigues ahí con esa cara, no vas a tener la toalla encima durante mucho más tiempo.
Ella notó una sensación familiar de deseo. Respetar el voto de castidad no iba a ser nada fácil.
—Tenemos que hablar de eso.
Él siguió mirándola en el espejo mientras se afeitaba.
—No estaba pensando en mantener una conversación.
—Teniendo en cuenta nuestra situación, quizá sería mejor que no volviéramos a hacer el amor.
Él se detuvo y entrecerró los ojos.
—¿Nunca?
—Bueno, por lo menos, hasta que... hasta que sepamos cómo es nuestra relación, y tu relación con la niña, y todo eso.

miércoles, 2 de enero de 2013

De Secretaria a Esposa Capitulo 8






Subyacente a su pesimista especulación de los hechos, se encontraba en su deseo de ahondar más profundamente en su herida psique y descubrir la verdad. Aunque, en realidad, le aterrorizaba lo que pudiera encontrarse. Suspirando, se restregó la barbilla con una mano. Pero entonces decidió, casi enloquecido, que la sensación de afecto que podía embargar a un hombre tras haber hecho el amor satisfactoriamente con una mujer ya no le era desconocida. Y se planteó si, en realidad, todo lo que había ocurrido con Demetria había sido precisamente aquello... que había sentido afecto hacia ella.

La puerta se abrió tras él y Demi entró de nuevo en su despacho. La cara de ésta, aunque seguía estando pálida, no estaba tan alarmantemente blanca como lo había estado cuando había salido de la sala.
Joe sintió como un sincero sentimiento de alivio se apoderaba de su ser.
—Lo siento —se disculpó ella, acariciándose un brazo como si tuviera frío—. Repentinamente no me encontré muy bien. Ahora estoy mejor, pero sinceramente creo que debo comer algo. Voy a bajar a la charcutería que hay enfrente para comprarme un sándwich.
— ¡No! Lo que deberías hacer ahora es sentarte y descansar durante un rato. Pediré que suban algo de comida a mi despacho.
—No tienes por qué hacer eso.
Con el teléfono ya en la mano, Joe le dirigió a Demetria una dura mirada, mirada que normalmente empleaba en sus reuniones de negocios cuando alguien se comportaba de manera particularmente perturbadora.

— ¡Sí, sí que tengo que hacerlo! Está bastante claro que necesitas comer algo y descansar, por lo que voy a hacer lo que he dicho. ¿Capisce?
Momentos después, Demetria pensó que la selección de refrescos y aperitivos que el gerente del catering había subido personalmente al despacho de Joe era algo más adecuado para una importante visita que para una asistente personal temporal. Habían colocado la comida en la bonita y brillante mesa que utilizaban para las reuniones.

Tanto Joe como ella se sentaron tímidamente a la mesa para comer. Tras darle varios pequeños bocados a un delicioso sándwich de jamón cocido y mostaza, Demi sintió como desaparecía la sensación de mareo que se había apoderado de su delicado estómago. Pero entonces se percató de que Joe no estaba comiendo en absoluto. Parecía que éste estaba mucho más ocupado mirándola fijamente.
Limpiándose delicadamente la comisura de los labios con la servilleta de lino que tenía delante, frunció el ceño.

— ¿Qué ocurre? ¿No tienes hambre?
—En un momento comeré —contestó él, encogiéndose de hombros.
Como Joe tenía la corbata aflojada, involuntariamente ella pudo ver una línea de vello oscuro bajo la fuerte y bronceada garganta de éste. Sintió como en respuesta a aquel casi tentador detalle se le ponía la carne de gallina.
—Me alegra ver que lo angustiada que has estado antes no ha afectado a tu apetito —comentó él.
—Afortunadamente, soy una de esas personas que normalmente tienen un estómago muy fuerte —bromeó Demi—, ¡Me temo que no muchas cosas me hacen perder el apetito!

—No te disculpes por disfrutar de la comida —respondió Joe, esbozando una sincera sonrisa—. Es un cambio muy agradable ver a una mujer que no considera la comida como su enemigo.

La sonrisa que esbozó Demi fue más vacilante que la de él... y tenía una buena razón para ello. Consciente de que había logrado evitar un desastre al continuar manteniendo a Joe en la ignorancia acerca de su verdadero estado a pesar de su inesperada necesidad de utilizar el cuarto de baño, se sintió temporalmente aliviada al no tener que explicar las cosas más detalladamente. Pero al mismo tiempo se sintió culpable de seguir ocultando algo tan importante. Por una parte deseaba decírselo en aquel mismo momento, deseaba confesarle la verdadera causa de su angustia... aunque no se sentía preparada ni lo bastante valiente como para hacerlo. Además, se preguntó a sí misma si era un error querer disfrutar de la preciosa sonrisa de Joe durante un poco más de tiempo antes de provocar su desdén.


Las seis menos cuarto de la tarde, Demi llamó a la puerta del despacho de Joe, la todavía inquietantemente abierta puerta entre los despachos de ambos, y se armó de valor para preguntarle si había pasado el día de prueba.
Pensó que, a juzgar por la manera en la que había marchado el trabajo, las cosas habían salido muy bien ya que no había habido ninguna complicación. Pero simplemente no podía saber cuál sería la decisión de Joe. Sin duda, éste todavía estaba superando la impresión que le había causado volver a verla y que ella quisiera formar parte de su plantilla. Tras el atento detalle que había tenido al suministrarle aquella deliciosa comida, él se había centrado en el trabajo y apenas le había hablado. Sólo lo había hecho cuando había sido estrictamente necesario, como, por ejemplo, cuando le había dado las gracias de manera distraída al llevarle ella un café.
— ¡Pasa! —contestó Joe.

Impresionada al ver que él estaba poniéndose la elegante chaqueta que había estado en el respaldo de su silla, claramente preparándose para marcharse, sintió como se le aceleraba el pulso.
— ¿Te vas a marchar? —le preguntó.
— ¿No te parece que ya he trabajado bastante por hoy? —contestó Joe, esbozando una irónica sonrisa.
Demi se ruborizó.
—No he querido decir que no deberías marcharte —dijo con torpeza—. Sólo quería preguntarte si he pasado el periodo de prueba.
— ¿El qué?

—Dijiste que ibas a ponerme a prueba durante un día... supongo que para comprobar si podía hacer bien el trabajo.
—Oh, eso —respondió él, encogiéndose de hombros de manera desdeñosa como si se hubiera olvidado de todo aquello. Entonces miró a Demetria con seriedad—. ¡Desde luego que debes quedarte! No es ideal, desde luego, pero ya es demasiado tarde para que manden a otra persona que trate de atar cabos. Además... necesito que actúes como mi anfitriona esta noche, en la fiesta que voy a celebrar en mi casa.

La tranquila afirmación de Joe, como si ya hubiera asumido que Demi accedería, la ofendió levemente.

Por muy extraño que fuera, ella quería mantener aquel trabajo, pero había estado deseando secretamente darse un baño de agua caliente que la ayudara a relajarse tras todas las sorpresas que le había deparado aquel día. Por no hablar de que quería tener tiempo para decidir cuándo y cómo iba a confesarle a su nuevo jefe el secreto que estaba guardando...

De Secretaria A Esposa Capitulo 7





Aquella noche en la fiesta a la que no había querido asistir, la noche en la que había visto a Joe por primera vez, se había sentido profundamente impresionada ante las intensas ansias que había sentido por estar con un completo extraño. Abrumada por él y por el deseo que Joe parecía sentir a su vez por ella, y todavía dolida por la amarga experiencia con su ex, se había permitido sucumbir ante la experta y maravillosa seducción del italiano. Pero por la mañana había visto las cosas con más calma y, diciéndose a sí misma que probablemente había vuelto a cometer un colosal error con otro hombre, se había marchado apresuradamente sin darse la oportunidad de hablar con Joe ni de pensar con claridad...

—Yo estaba... estaba superando una ruptura que había ocurrido antes de haber viajado a Italia —dijo.
El aire acondicionado que había en la sala provocó que los escalofríos que estaba sintiendo al recordar todo aquello se hicieran aún más intensos.
—Así que te acostaste conmigo por despecho, ¿no es eso lo que estás diciendo? —preguntó él, empleando un amargo tono de voz.

— ¡No! ¡No estoy diciendo eso en absoluto! ¡No me acosté contigo por despecho!
—Entonces tal vez yo fui una especie de premio de consolación porque tu novio te había rechazado.

Tras escuchar la opinión que se había formado Joe de lo que había ocurrido en Milán, Demi intentó tranquilizarse y hacerle entender la verdadera situación.
—Por favor, préstame atención —le pidió, acercándose al enorme escritorio que la separaba de él, el cual estaba sentado al otro lado de éste—. Mi ex novio no me rechazó... por lo menos no lo hizo de la manera que tú piensas. Acabábamos de comprometernos en matrimonio cuando lo encontré en la cama con otra mujer... con su amante.

Parte de la tensión que había reflejado la cara de Luca pareció desaparecer, aunque sus cautivadores ojos azules seguían reflejando a su vez demasiada sospecha.
— ¿Tu ex novio era un hombre rico?—preguntó.
—Era un exitoso corredor de Bolsa.
—Muchos hombres ricos tienen amantes. Tal vez no sea algo tan impactante como piensas. Demetria.

Ella se preguntó qué era exactamente lo que le estaba diciendo Joe. Pensó que tal vez le estaba dando a entender que él mismo también tenía una amante. Repentinamente no pudo soportar el sufrimiento que aquella posibilidad le causó. Se planteó que quizá debía recibir algún tipo de terapia para evitar elegir a aquel tipo de hombres. Entonces suspiró profundamente y se preguntó si la situación podría mejorar.

—Bueno, pues a mí me parece muy impactante —declaró acaloradamente—. Si no puedes confiar en la persona con la que pretendes pasar el resto de tu vida, entonces... ¿en quién puedes hacerlo? Hayden me mintió. Me hizo creer que era una clase de hombre muy distinta a la que en realidad era. ¡Yo jamás podría mantener una relación con alguien que necesitara tener a otra mujer a su lado! La idea me parece detestable... y lo sería para la mayoría de las mujeres normales, estoy segura.

—Ésa es tu opinión. Pero... ¿por qué te marchaste de mi cama a la mañana siguiente sin decirme que pretendías irte? Es algo que todavía no comprendo.
—Tenía miedo —contestó Joe, encogiéndose de hombros. Se le revolucionó el corazón y se sintió levemente mareada. Sintió náuseas y una necesidad imperiosa de ir al cuarto de baño más cercano.
— ¿De qué? —quiso saber Joe.

— ¿No puedes imaginártelo? ¡De volver a hacer el ridículo de nuevo con un hombre! Lo siento... ¡pero tengo que ir al cuarto de baño!
Dándose la vuelta apresuradamente, ella apenas fue consciente de la dirección que tomaron sus pies. Se sintió muy desorientada y le fue difícil centrarse.
— ¿Demetria?

La preocupación que reflejó la voz de Joe le sorprendió. Pero estaba demasiado decidida a llegar al cuarto de baño más cercano antes de hacer el ridículo de una manera que no quería ni imaginarse. Abrió la puerta del despacho de Joe y salió a un pasillo enmoquetado. Sin vacilar ni un segundo, se dirigió al servicio de señoritas que había al final de éste.

Alarmado al haberse percatado de lo rápido que la cara de Demetria había palidecido, Joe se levantó de la silla de cuero de su escritorio y la siguió al servicio de señoritas. Abrió la puerta y, preocupado, oyó el sonido de unas arcadas que provenía de dentro de uno de los cubículos.
— ¡Demetria! —La llamó, siguiendo la dirección del sonido—, ¿Estás enferma? ¿Qué te ocurre? ¡Dímelo!

—Por favor... —contestó una débil voz— simplemente déjame en paz. Estaré bien en un momento.
— ¿Necesitas ayuda? Tenemos una doctora en el edificio. Voy a ir a buscarla...
— ¡No! ¡Por favor, no lo hagas! Ya te lo he dicho; en unos minutos estaré bien. Simplemente permíteme que me recomponga.

Sin confiar en que aquello fuera lo más inteligente, Joe se percató de que no tenía otra opción más que darle a Demetria unos pocos minutos para que pudiera recuperarse de lo que fuera que la había puesto enferma y desear que no tuviera nada serio.

Regresó a su despacho de mala gana y estuvo dando vueltas por éste durante unos momentos. Se sintió muy intranquilo al no saber qué le ocurría a Demi. Mientras la esperaba, pensó en lo que ésta le había contado de su ex novio y en que lo había encontrado en la cama con otra mujer.

Su amigo Hassan había descrito a Demetria como una mujer inocente. Él estuvo de acuerdo en que aquélla era la impresión que la dulce cara y la delicada voz de ella tan cautivadoramente transmitían, pero al mismo tiempo sabía que era una mujer capaz de entregar la clase de pasión que provocaba que el corazón de un hombre latiera tan rápido que éste se olvidara hasta de su propio nombre cuando estaba en sus brazos.

Sintió como un vertiginoso e intenso calor se apoderaba de su cuerpo al recordar la noche que había compartido con Demi...

Se preguntó si lo que le había contado acerca de su ex novio y de la amante de éste sería verdad. Si era cierto y ella realmente había amado a aquel hombre, podía comprender el gran daño que le habría causado una traición de tal envergadura. Pero no conocía a Demetria suficientemente bien como para saber si estaba diciendo la verdad o no.

Todo lo que sabía era que su inesperada y repentina marcha antes de que él se hubiera despertado aquella mañana en Milán le había confundido y molestado, así como también había provocado que se cuestionara su propio juicio.

Si ella hubiera intentado ponerse en contacto con él poco después para disculparse o para explicarle qué había ocurrido, tal vez... sólo tal vez... la habría perdonado. Pero durante aquellos tres meses sólo había obtenido un sepulcral silencio por parte de Demetria y en aquel momento, en realidad, no conocía las intenciones de ésta.

Ella era la primera mujer desde hacía más de tres años, desde el fallecimiento de Sophia, que había captado su atención, pero el comportamiento que había tenido tras la noche que habían pasado juntos había sido más que lamentable.

Él había sentido una asombrosa conexión entre ambos y no sólo a nivel físico. Demetria tenía algo que le había hecho revivir unos sentimientos que había creído que estarían dormidos para siempre. Había estado durante mucho tiempo viviendo una vida casi insensible, pero entonces la había visto a ella al otro lado de aquella abarrotada sala y... ¡con sólo verla se le había revolucionado la sangre en las venas! No sabía cómo explicar algo tan misterioso. Tal vez la verdad era que en aquel momento había estado débil y vulnerable emocionalmente y que había fantaseado con que la conexión entre ambos era mucho más significativa de lo que en realidad había sido. 

Pasion Peligrosa Capitulo 15





¿Sería posible que los demonios que habían dirigido su voluntad en su juventud todavía marcaran su comportamiento? ¿Se habría convertido en policía para intentar tener bajo control esos malignos impulsos?

Demi se estremeció ante esa idea y ante su cercanía. En respuesta, Joe acercó la mano a los mandos de la calefacción y los golpeó con el puño.
—Lo lamento —se disculpó—. No funciona todo lo bien que debería.
Pero había mucho calor concentrado en el coche. Al menos, existía el potencial.
—Estoy bien —señaló Demi.
— ¿De qué has dicho que ibas disfrazada? —la mirada de Joe se posó sobre el mantón de terciopelo.

—Una mujer de la nobleza —murmuró—. Siglo XVII.
Atravesaban la calle principal y estaban a punto de llegar al giro que conducía directamente a la finca de los Pierce. Había dejado de llover y una neblina se había instalado sobre la ciudad, igual que un fantasma que reptara por las aceras adoquinadas. Todos los negocios, muchos de ellos establecidos en viejas casas de más de un siglo de antigüedad, se sucedían en hilera a ambos lados. Los escaparates estaban en penumbra y las puertas eran bocas negras.

Al igual que en Salem, muchos de los establecimientos habían centrado sus negocios en la historia de Moriah's Landing. Las veletas de algunas casas perfilaban contra el cielo la figura de una bruja en una escoba. Y había gatos de metal negro con ojos verdes de mármol que acechaban sobre las chimeneas. Una tienda de recuerdos, enclavada entre una farmacia envejecida y un anticuario, vendía toda clase de artículos, desde libros de encantamiento hasta camisetas con la imagen de McFarland Leary, acorde con la imaginación del artista. Otra tienda ofrecía recorridos fantasmales a medianoche.
Era una explotación del pasado de la ciudad bastante inocente, en especial cuando se acercaban las celebraciones de Halloween. La gente estaba orgullosa de su herencia. Y si bien la mayoría era muy supersticiosa, no les importaba aprovecharse de su leyenda negra para ganar un buen dinero. Todo era bastante inofensivo…

Pero Demi nunca había podido participar del espíritu de esas celebraciones, a pesar de la historia de su ciudad y de su encanto único. Siempre había percibido, desde muy temprana edad, la oscuridad en los callejones, acechando detrás de las puertas. Una presencia maligna que huía de la luz y acosaba a los inocentes. Se había quedado en la ciudad por culpa de su familia. Y también porque la oscuridad la repelía tanto como la atraía. Estremecida, apartó los ojos de las puertas de las tiendas.
Ahora atravesaban una zona ajardinada, un área bastante frondosa en la que, según el saber popular, habían sido colgados de un viejo roble los acusados de brujería a principios del siglo XVII. Una placa conmemoraba la efeméride y muchos ciudadanos habían llegado a considerar aquella zona sagrada.

Demi desconocía si la leyenda era cierta. Pero de todos los lugares de Moriah's Landing era esa zona, y en especial el viejo roble que aún seguía en pie, la que provocaba en el ánimo de Demi una sensación más fuerte. Un inexplicable sentimiento de que el Mal estaba rondando por allí cerca. Y qué vigilaba cada movimiento. Y qué si no era muy cautelosa, ella podría ser la próxima víctima.

Apretó los puños y cerró los ojos con fuerza cuando pasaron junto al viejo roble. Pero en su cabeza pudo ver una multitud arremolinada junto a la plaza, vestidos con ropas oscuras y las miradas sombrías elevadas al cielo. La imaginación de Demi siguió esas miradas lúgubres. Pudo ver unos pies balanceándose entre las hojas. Al levantar los ojos, reconoció el rostro pálido de Bethany Peters clavado en el suyo.

Abrió los ojos para alejar aquella visión terrible. Su imaginación la estaba engañando, pero no tenía sentido alarmarse por una superchería después de lo que había vivido aquella noche. Y aun así…

No podía desprenderse de la incómoda sensación de que algo la vigilaba y la acechaba. Y de que aquello que hubiera acabado con la vida de Bethany estaba de algún modo relacionado con ella. Primero había sido Taylor, después Ashley.
Y ahora una de las estudiantes de Demi.
Sintió que una voz tétrica le susurraba al oído: Tú serás la próxima.


A medida que se alejaban del parque la respiración de Demi se volvió más acompasada.
El Instituto Heathrow emergía a pocos metros, en el horizonte. Era una institución privada, protegida por un muro alto de piedra y cuya única entrada era una puerta de hierro controlada electrónicamente y vigilada por cámaras de seguridad las veinticuatro horas del día. Aquellos padres que estaban dispuestos a pagar la elevada cantidad que suponía la matrícula no se conformaban tan solo con una buena educación para sus hijas.

Querían tener la absoluta seguridad que sus hijas estarían a salvo, alejadas del mundo real y protegidas por los más avanzados equipos de seguridad. Algunas de las chicas se rebelaban contra las estrictas normas del instituto y se citaban después del toque de queda. Eso mismo había hecho una vez la propia Demi durante su etapa en el internado. Pero, por alguna razón, nunca había considerado aquel lugar como una cárcel. Quizá fuera por ella había solicitado su ingreso en Heathrow, ya en su época de estudiante.
Más tarde comprendió que aquella elección había sido, en realidad, una necesidad. Buscó su independencia. Huyó de la velada decepción que leía en la mirada de sus padres cada vez que se enfrentaba a ellos.

 Aquellas expresiones parecían reprocharle que hubiera errado el camino y hubiera desaprovechado su enorme potencial. Siempre había sido consciente de que estaba destinada a seguir los pasos de sus padres. Marión y Edward Douglas eran muy inteligentes, científicos de reconocido prestigio que habían alcanzado la fama antes de cumplir los treinta. Su madre había destacado en Genética y su padre en el campo de la biología molecular.

Se habían conocido en Harvard. Se habían enamorado, se habían casado y habían tenido un bebé en menos de un año. Era algo que nunca le había cuadrado a Demi. Le resultaba imposible imaginarse a sus padres, tan serios y cerrados, en su juventud, alegres y despreocupados. Desde que tenía memoria siempre los había visto volcados en su trabajo. Y nunca su hipotética historia de amor y mucho menos su hija habían podido interferir en sus investigaciones.

Ambos abandonaron Harvard para entrar a trabajar en un laboratorio privado en Boston, al que se desplazaban un mínimo de cinco días a la semana, e incluso a veces los siete días. 

Pasion Peligrosa Capitulo 14





—Salgamos de aquí —dijo Joe y la arrastró del brazo.
— ¿Qué? Espera un minuto —intentó zafarse—. ¿No has oído lo que he dicho? El asesino podría seguir escondido en la funeraria. Tenemos que buscarlo y…
—No tenemos que hacer nada, ¡maldita sea! —dijo entre dientes—. No puedo creerlo, Demi. ¿En qué diablos estabas pensando? ¿No te das cuenta de que podrías haber alterado las pruebas?

Estaban junto a la puerta. Joe abrió y condujo a Demi a través de la recepción hasta la puerta trasera. El aire helado penetró las ropas de ella mientras se apresuraban. Había un coche patrulla junto a la entrada y un agente sentado al volante. Al reconocer al detective Jonas, el oficial abrió la puerta y salió del coche.
—¿Todo en orden, detective Jonas?

—Quizá haya un merodeador en la funeraria, Dewey —dijo mientras sujetaba a Demi por el codo—. Da la vuelta y vigila la entrada principal. Yo echaré un vistazo por aquí.
El oficial Dewey miró brevemente a Demi, asintió y fue a cubrir la entrada principal. Joe abrió la puerta trasera del coche patrulla y empujó dentro a Demi. Ella trató de resistirse, pero su disfraz le impedía moverse con libertad. Joe no tuvo dificultades en hacerse con el control. Se inclinó sobre la ventanilla y dirigió a Demi una mirada amenazadora.

—Me ocuparé de ti más tarde. De momento, voy a encerrarte en el coche.
—No puedes hacer eso…—protestó con su dignidad herida.
Pero la puerta se cerró con violencia y Joe desapareció por la puerta de la funeraria. Demi buscó la manilla para abrir la puerta, pero no había. Una pantalla metálica separaba los asientos delanteros de la parte de atrás. De pronto comprendió hasta qué punto se sentirían indefensos los detenidos, atrapados y sin salida. Pero había una diferencia sustancial entre ellos y su persona. Ella era inocente. Solo había intentado ayudar y esa era la recompensa que recibía.

Las luces de la residencia de Ned Krauter, en la segunda planta, se encendieron. Después, una a una, se iluminaron las ventanas de la planta principal mientras Joe y el oficial Dewey recorrían el edificio. El tercer piso permaneció a oscuras y ese dato le resultó ominoso a Demi.

Pasaron varios minutos hasta que Joe reapareció. Demi estaba congelada. Estaba acurrucada en el asiento, temblorosa, mientras miraba cómo Joe y el oficial Dewey hablaban en voz baja junto al coche. Pegó la oreja a la ventanilla, pero no pudo escuchar una sola palabra de lo que decían. Sospechó que Joe se había olvidado de ella y pensó en arañar el cristal para llamar su atención. Joe, que parecía que hubiera presentido sus intenciones, se volvió y le dio la espalda deliberadamente. Demi se recostó en el asiento hecha un basilisco. Finalmente la puerta se abrió y Joe asomó la cabeza.
— ¿Estás bien ahí dentro?

—Muy bien —y le dirigió una mirada hosca—. ¿Has encontrado algo?
—No.
— ¿Y qué hay del tercer piso?
—Krauter dice que lo tiene alquilado a un marinero llamado Cross. Al parecer, su barco salió a faenar hace varios días. No podemos entrar sin una orden de registro. Y no tenemos razones de peso para despertar a un juez y solicitar una a estas horas. Pero la puerta estaba cerrada con llave. El intruso no ha podido entrar.
— ¿Y la planta baja? En la capilla…

—Hemos registrado todo de arriba abajo, ¿de acuerdo? Si había alguien ahí dentro, ha escapado —indicó con hastío.
—Un momento —Demi lo cortó de cuajo—. ¿Acaso dudas de mi palabra? Había alguien en el depósito. Yo lo vi.
— ¿Lo reconociste? ¿Puedes describírmelo?
—Pues, no…
— ¿Por qué no?
—Bueno, no llegué a verlo —admitió Demi—. Estaba escondido debajo de una sábana, en una camilla. Al ver cómo se movía la sábana, me asusté y se me cayó la linterna al suelo. La luz se apagó y no pude ver de quién se trataba. Pero quizá encuentres huellas dactilares en el tubo de ensayo. O quizá en el ataúd. Lo lanzó contra mí.
—Pareces muy segura de que se trataba de un hombre.
—No sé de quién se trataba —levantó la mano en un gesto de impotencia—.Tú me crees, ¿verdad?

—Estoy seguro de que creíste ver a alguien —comentó con cautela.
—No me lo estoy inventando —gritó enfurecida e indignada—. ¿Por qué razón iba a mentir en algo así?

—No te estoy acusando de mentir —se llevó la mano al pelo, erizado como el de un animal, y su aliento se congeló en la noche helada—. Escucha, estabas sola en un depósito de cadáveres junto a un cuerpo. Si lo consideramos fríamente es normal que tuvieras miedo.

—Yo nunca he dicho que estuviera asustada. ¿Y qué consideraciones son esas?
—Eres joven e impresionable. Y después de encontrar el cuerpo esta noche…
—Pero el tubo de ensayo no ha sido una invención, ¿verdad? —preguntó, roja de ira—.Ya te lo he dicho. Había alguien más en el depósito.
—Y eso nos lleva de nuevo a la cuestión principal —dijo Joe y su mirada se endureció—. ¿Qué estabas haciendo ahí?

Demi se sentó muy rígida, la mirada al frente, ajena a su presencia.
—Ya te dije antes que quería examinar el cuerpo de cerca —contestó.
—Y yo te ordené que te quedaras al margen. Podría encerrarte por obstaculizar una investigación de la policía. E incluso acusarte de obstrucción ante el juez.
—No lo harías —y lo miró de reojo.

—Esta vez, no —se encogió de hombros—. Pero te lo advierto. Estás agotando mi paciencia. No quiero que el culpable, una vez que lo arreste, pueda escaparse gracias a alguna argucia legal por un tema de procedimiento. ¿Lo entiendes?
—Sí, lo entiendo —procuró recuperar la calma—. Ya sé que no confías en mi capacidad. Lo has dejado muy claro. Pero no soy una simple… aficionada. Tengo mucha práctica, Joe. Podría ayudarte a resolver este caso si me dejaras.
—Y yo te he dicho que si alguna vez necesito tu ayuda, acudiré a ti —replicó Joe—. Pero todavía no lo he hecho, ¿verdad?

Ella levantó la barbilla y se negó a contestar. Joe insistió.
—No —accedió finalmente ella de mala gana—. Pero sostengo lo que dije. Observé algo extraño en el cuerpo. No sé lo que era, pero algo llamó mi atención. Y mi intuición raras veces se equivoca.
— ¿Tú intuición?
—Sí. Ya sabes…
—Ahórrame la definición técnica. Ya sé lo que significa, pero no acostumbro a confiar en las corazonadas.
—¿Acaso no tienes instintos? ¿Nunca te has guiado por tus sentidos en algún caso?
—Algunas veces —admitió Joe—. Pero mis intuiciones están basadas en años de entrenamiento y experiencia. Nunca se deben a un capricho pasajero.
—No puedes aceptarlo, ¿verdad? —sacudió la cabeza.
— ¿Qué?

—Que yo pueda estar a tu mismo nivel y que posea tanta experiencia como tú.
—Una conferencia en un aula es muy diferente a una investigación criminal. El día en que hayas pateado las calles tanto como yo, hablaremos —se estiró—. Por el momento voy a llevarte a tu casa.
Joe le tendió la mano para ayudarla, pero Demi ignoró su ofrecimiento. Se enredó con los pliegues de su falda, pero logró arrastrarse fuera del coche con precario equilibrio.
—No necesito que me lleves a casa —dijo fríamente—.Tengo mi propio coche.
—Quizá no lo necesites, pero te acompañaré de todos modos —tomó su brazo y tiró de ella hasta un Sedan negro aparcado detrás del coche patrulla—.Te llevaré en mi propio coche para asegurarme de que te vas.
— ¿Y qué pasa con mi coche?

—Puedes pasar a buscarlo mañana.
Demi quiso protestar ante el hecho de verse obligada a dejar su flamante coche nuevo aparcado en la calle. Pero después de todo lo que había presenciado aquella noche le resultó un tanto infantil preocuparse por los posibles desperfectos.
Condujeron varios minutos en silencio. Después, Joe le dirigió una mirada confusa.
—Por cierto, llevo toda la noche queriendo preguntarte algo. ¿Qué demonios es esa especie de capa que llevas puesta sobre el vestido?
— ¿Esto? —Demi levantó entre sus dedos la tela de terciopelo—.Es un mantón. Forma parte del disfraz.
— ¿Y de qué vas disfrazada?

Abrió la boca para contestar, pero al volverse para mirarlo a los ojos, la respuesta se congeló en sus labios. En la penumbra los rasgos de Joe se habían vuelto sombríos, indistintos. Vestido completamente de negro, su figura le recordaba la de un ángel caído, un héroe en la sombra, un hombre complejo con motivaciones igualmente complejas. De pronto asumió que sabía muy poco de Joe Jonas. Siempre se había sentido atraída por él, pero la verdad era que apenas lo conocía ni tenía idea de las cosas que lo fastidiaban.
Pero sí sabía algunas cosas de él. Había crecido en los muelles y se había metido en líos en su adolescencia. Su padre murió después de que Joe se marchase a Boston, y no creía que tuviera más familia en Moriah's Landing. Entonces, ¿qué razón lo había impulsado a regresar? ¿Por qué había vuelto a un lugar en el que nunca lo habían tratado bien?

La única certeza que tenía Demi era que Joe abandonó la ciudad siendo un delincuente juvenil y que regresó como policía. Un detective con oscuros secretos y un pasado tormentoso. ¿Qué habría ocurrido en esos seis años para que hubiera cambiado tanto? ¿Acaso había cambiado?