Sebastian Daniels se puso a gatas para que su mujer, Matty, pudiera colocarle a Elizabeth en la
espalda.
— ¡Arre, caballo! —dijo Matty.
Elizabeth se rió y botó cuando Sebastian relinchó y comenzó a
caminar por la habitación. Matty iba a su
lado para sujetar al bebé y asegurarse de que no se cayera.
Sebastian detestaba el hecho de tener sólo una semana de cada
tres para estar con Elizabeth, pero era el único arreglo justo, y él valoraba
la justicia. Cuando Demi lo había nombrado
padrino del bebé, había concedido también aquel honor a Travis Evans y a Boone Connor. Eso les había hecho pensar que
cualquiera de los tres podría ser el padre de Elizabeth. Los tres se habían
emborrachado la noche de la fiesta de la avalancha, en la que habían celebrado
su salvación, y todos recordaban vagamente haberse insinuado a Demi, que había permanecido sobria y los había
llevado de vuelta a su cabaña.
Desde que Demi había
dejado a Elizabeth en la puerta de la casa de Sebastian, ocho meses atrás, los
hombres habían discutido acaloradamente sobre la paternidad del bebé.
Finalmente, se habían sometido a la prueba de paternidad y habían descubierto
que ninguno de ellos era el padre. El problema era que tanto sus esposas como
ellos se habían encariñado mucho con la pequeña. Hasta que apareciera el padre
real, o Demi volviera para aclarar el
misterio, habían acordado hacer turnos para cuidar de Elizabeth.
La entrega semanal del bebé se realizaba los sábados por la
mañana y siempre que recogía a Elizabeth, Sebastian estaba entusiasmado. Sin
embargo, el sábado siguiente, que resultaba ser aquel mismo día, era algo
distinto. Tanto Matty como él intentaban que
su tristeza no afectase a Elizabeth.
Además de tener que enfrentarse a la marcha de la niña, Matty
estaba muy hormonal en su quinto mes de embarazo, y podía ponerse a llorar en
cualquier momento. Aquella mañana, Sebastian se había dado cuenta de que se
estaba enjugando las lágrimas cuando pensaba que él no la veía.
Ojalá Travis y Gwen
llegaran tarde aquel día.
Pero no fue así. El timbre sonó a las once, justo a la hora
prevista.
—Serán ellos —dijo Matty, y levantó al bebé de la espalda de
Sebastian y se lo puso en la cadera. Después se encaminó a la puerta.
—Déjamela —dijo Sebastian mientras la seguía
apresuradamente—. Tú no deberías levantar peso.
—No pasa nada. Quiero tenerla un poco más —respondió Matty
con voz un poco temblorosa, y Sebastian se retiró.
Travis y Gwen entraron en casa sonriendo porque estaban a
punto de marcharse con Elizabeth. Gwen iba vestida con una chaqueta de flecos
para subrayar su ascendencia cheyenne y llevaba una larga trenza negra.
Sebastian ya la había visto así vestida más veces, pero aquel día, por algún
motivo, parecía distinta.
Travis era el mismo de siempre, afable y desenvuelto, y entró
con la mano detrás de la espalda.
— ¡Eh, Lizzie! —dijo—. ¡Mira! —Sacó la mano y agitó el
peluche de un mapache delante de la niña—. Hola, señorita Lizzie —dijo con voz
de falsete—. ¿Quieres venir conmigo?
Elizabeth dio un gritito de alegría y se retorció con
impaciencia y con los dos brazos extendidos hacia el muñeco. Matty se la
entregó a Travis.
Sebastian siempre había tenido celos de la capacidad de
Travis para engatusar a un bebé en dos segundos.
—Engreído —farfulló.
Travis movió la cabeza del peluche hacia Sebastian.
—Aguafiestas —dijo, en falsete.
—Bueno, vosotros dos —intervino Gwen—. Ya está bien.
—Sí, es verdad —respondió Sebastian, y se dirigió a ella—.
Dime, ¿te has maquillado de una manera distinta hoy, o algo así?
—No —respondió Gwen, asombrada.
— ¿Por qué lo preguntas? —dijo Matty, riéndose—. Tú eres el
último hombre de la tierra que esperaba que se fijara en algo así.
—No sé. Me parece que Gwen está distinta de otros días. He
pensado que podría ser su barra de labios, o algo así.
—¿De verdad te parece que estoy diferente? —preguntó Gwen.
—Bueno, serán cosas mías.
Travis miró con cariño a su esposa.
—Pues a mí me parece que no.
—Entonces sí hay algo diferente... —confirmó Sebastian.
Gwen miró a su marido y sonrió.
—Por decirlo de algún modo.
Matty se lo imaginó antes que Sebastian. Soltó una
exclamación de alegría y le dio un abrazo a Gwen.
—¿Desde cuándo lo sabéis?
—Desde hace media hora —respondió Gwen, devolviéndole el
abrazo—. Queríamos que fuerais los primeros en enteraros.
Sebastian miró a Travis e intentó fingir una gran seriedad.
Sin embargo, por dentro estaba saltando de alegría. A su modo de ver, cuantos
más bebés hubiera por allí, mejor.
—Esto es tan maravilloso —dijo Matty—. ¿Lo sabe tu madre,
Travis?
—Todavía no. Como ha dicho Gwen, vosotros dos sois los
primeros en conocer la noticia.
—Luann se va a poner muy contenta —dijo Matty—. Me encantaría
verle la cara cuando... —se interrumpió al oír el sonido del teléfono—.
Disculpadme un momento —les pidió, y se encaminó hacia la cocina—. Puede que
sea el veterinario. Quedaos hasta que vuelva, ¿de acuerdo?
—Bueno, ¿alguien quiere un café? —Preguntó Sebastian—.
Tenemos descafeinado también, Gwen, así que puedes tomarte una taza sin
problemas.
—Gracias, pero en cuanto Matty termine con el teléfono,
Travis y yo deberíamos marcharnos. Tenemos cientos de cosas que hacer y además,
Luann está deseando ver a Elizabeth.
—Lo entiendo perfectamente —dijo Sebastian—. Yo...
— ¿Sebastian? —Matty volvía de la cocina con una enorme
sonrisa—. ¡Es Nat! ¡Está en Nueva York!
— ¿Ha vuelto?
Matty asintió.
—Aleluya —murmuró Travis.
—Ya era hora —dijo Sebastian—. Éste va a ser un día
memorable.