viernes, 21 de diciembre de 2012

Un Refugio Para El Amor Capitulo 7





— ¿Sí? —Al instante, unos pasos se acercaron al baño—. ¿Estás bien? ¿Quieres que llame a un médico?
—No, gracias. Estoy perfectamente —respondió ella—. Pero me gustaría pedirte un favor. ¿Te importaría que me pusiera el albornoz del hotel, que está colgado en el armario? Mi ropa está... bueno, no está... Es que yo...
—Toma —dijo Joseph, mientras por la rendija asomaba una prenda blanca—. Que lo disfrutes.

—Gracias —respondió ella, y abrió un poco más la puerta para tomar el albornoz. Oh, sí. Algodón egipcio. Se sintió como si estuviera en el cielo cuando se lo puso y se ató el cinturón. Por primera vez, desde hacía meses, se sentía ella misma.

 Y en ese momento, tenía que enfrentarse a Joseph. Pensó en arreglarse el pelo y pintarse los labios, pero ¿para qué? Posiblemente, Joseph ya no la quería. Su aspecto no tenía importancia. Lo único que importaba en todo aquel lío era Elizabeth.
— ¿Demi? — Joseph dio unos golpecitos en la puerta—. ¿Seguro que estás bien?
—Sí.
—Entonces ¿por qué tardas tanto?
—Estaba... eh... pensando.
—Bueno, ¿y no podrías pensar aquí fuera? Tenemos que hablar.
—Sí, es cierto —respondió Demi. Inspiró profundamente, dejó escapar en aire y abrió la puerta del baño. Se encontró frente a la pechera de la camisa de Joseph. Él estaba en el umbral, invadiendo su espacio vital.
—Tengo que preguntarte algo —dijo él sin rodeos.
Ella lo miró asombrada.
— ¿Qué?
— ¿Hay alguien más?
Demi sintió una intensa alegría. Aleluya. Él todavía la deseaba.
No. Nadie.
Con un sonoro suspiro, Joseph la abrazó.
—Disculpa la barba —murmuró.
Luego la besó.
Aunque Demi estaba rebosante de alegría al saber que él todavía tenía interés por ella, al principio la barba la distrajo. Besarlo era como besar a un animal disecado. Pero entonces... entonces él la persuadió para que abriera la boca.

 Ella olvidó la barba mientras redescubría por qué el hecho de besar a Joseph había sido una de las emociones más grandes que había experimentado en la vida. Podía transmitir más sensualidad en un beso que cualquier hombre en una hora de sexo. Se acurrucó contra él, intentando pegarse aún más a su cuerpo.

Joseph cambió el ángulo de su boca y tiró del cinturón del albornoz mientras murmuraba algo que sonaba como «no puedo resistirme».
Bueno, ella tampoco podía. Comenzó a desabotonarle la camisa. Pero... en aquel momento se dio cuenta de que aquello no era lo que había planeado.
—Te necesito —murmuró él empujándola hacia la cama mientras continuaba besándola hasta hacerle perder el sentido.
—Espera —dijo ella, jadeando.
—No puedo —él le abrió el albornoz y tomó uno de sus pechos en la mano con un suave gruñido.
— Joseph...
Demi quería decirle que ya no estaba tomando la píldora, pero él continuó besándola. Sintió que la parte trasera de sus rodillas tocaba el borde de la cama. Demi sobre contra la colcha y él, encima de ella.
Jadeando, Demi blo intentó de nuevo.
—No...
Él la silenció una vez más. Oh, Dios. Cuántas veces había fantaseado con aquello. Lo abrazó con fuerza, se arqueó para recibir sus caricias y gimió.
—Dios, te necesito —gruñó él.
—Yo también... —pero un bebé sin planear era más que suficiente. Demi se obligó a pronunciar las palabras—. Pero ya no estoy tomando la píldora. No podemos...
—Sí podemos —dijo él, y recorrió el cuello de Demi con los labios, hasta su boca.
Al principio, ella creyó que se refería a que no le importaría que ella quedara embarazada.
— ¿Podemos?
—Sí —respondió él, y le cubrió la cara con un millón de besos—. Podemos. Quiero estar dentro de ti Demi.
¿Le estaba diciendo que había cambiado de opinión en cuanto a los hijos? Su corazón se llenó de gozo al pensarlo.
— ¿Por qué podemos?
—Le pedí al servicio de habitaciones que dejara preservativos en la habitación. No te preocupes —él le besó las mejillas, los párpados, la nariz—. No te dejaré embarazada.
Ella se quedó inmóvil.
— ¿Y eso sería tan terrible?
Él se detuvo y la miró a los ojos. Aunque con un gran esfuerzo, controló su deseo y respiró profundamente.
—No quiero empezar con una pelea, Demi.
—Yo tampoco, pero necesito saberlo. ¿Sería tan terrible que me dejaras embarazada?
— ¿Quieres decir en éste momento? Sí. Tenemos mucho de lo que hablar, y ésa es una de las cosas que tenemos que tratar, pero no querría hacer un movimiento como ése sin tener en cuenta todo lo demás.

 Estoy dispuesto a pensarlo. Mucho más dispuesto que cuando me marché. Quizá... No estoy diciendo que vaya a ocurrir, aunque quizá algún día... Pero no ahora.
La esperanza que Demi había sentido se desvaneció. 

Aquel hombre era imposible. Ella había querido encontrar una forma de darle la noticia con suavidad, pero de repente, ya no quería ser suave con ese nombre tan increíblemente sexy y tan frustrantemente obstinado. Quería darle un golpe entre las cejas.
—Es demasiado tarde para hablar de ello, Joseph —dijo—. Hace ocho meses tuve una hija.

Un Refugio para El Amor Capitulo 6






Su voz la llenó de melancolía. Lo quería. No importaba cuánto hubiera intentado ahogar esos sentimientos. El sonido de su voz desencadenó una riada de recuerdos tiernos, lujuriosos, explosivos. El corazón comenzó a latirle desbocadamente cuando las puertas del taxi se abrieron y la luz del techo se encendió. Si cualquiera de los dos miraba hacia atrás, la vería.

Pero no lo hicieron. El motor se puso en marcha y Demi descubrió otra cosa muy desagradable. Desde allí, percibía todo el olor del humo del coche. Maravilloso. Era posible que se asfixiara.

El taxi comenzó a moverse y se puso en camino. A los pocos minutos, el taxista y Joseph empezaron a conversar y ella alzó un poco la cabeza para mirar por la ventanilla y saber cuándo llegaban a la ciudad. Tenía muchas ganas de llegar porque el humo la estaba mareando.

—Ahí está la Lovato Tower —dijo el taxista—. Dicen que la oficina de Lovato ocupa todo el último piso. Por lo visto, es un despacho enorme con una vista de trescientos sesenta grados sobre Manhattan.

Ella conocía aquel despacho. Demi cerró los ojos y agudizó los sentidos para concentrarse en la conversación del taxista. Quizá el hombre consiguiera que Joseph dijera algo que a ella pudiera interesarle.
—Ya he oído hablar de ese despacho.

Le había oído hablar a ella. Joseph bera la única persona que conocía su pasado y cuando la había abandonado, Demi había perdido mucho más que un amante. Había perdido a la única persona con la que podía hablar sin tener que cuidar cada una de las palabras que pronunciaba.
—Ese Demi debe de ser un trapichero —dijo el taxista, que evidentemente estaba intentando sacarle algún chismorreo—. Y supongo que también será un hueso duro de roer.
«No lo sabe usted bien», pensó Demi. «Intente tener una opinión distinta a la suya y verá lo que le ocurre».
—Alguien me había dicho que es difícil llevarse bien con Demi —dijo Joseph —, pero a mí me ha parecido un hombre razonable.

Demi abrió los ojos de golpe. ¿Joseph pensaba que su padre era razonable? ¿Qué especie de chaquetero era? Sintió que su dolor de cabeza se intensificaba.
—Entonces ¿ustedes dos se han entendido bien? —preguntó el taxista.

—Eso creo —respondió Joseph —. Alguien con tanto poder como él le puede caer mal a la gente, pero a mí me ha parecido un hombre decente que intenta hacer lo que está bien.
Demi no sabía qué era peor, el humo del coche o el hecho de que Joseph alabara a su padre. Las dos cosas la estaban poniendo enferma.

—Y también creo que la persona que me dijo que era difícil llevarse bien con él probablemente tenía algunos problemas de autoridad que resolver —añadió Joseph.
¿«Problemas de autoridad»? ¿Qué demonios sabía él de eso? Demi emitió automáticamente un sonido de protesta, antes de recordar que debía permanecer callada y escondida en el asiento trasero. Se tapó la boca con la mano, pero era demasiado tarde.
— ¡Dios Santo! —Exclamó el taxista—. ¡Hay alguien ahí!
— ¡Usted siga atento a la carretera! ¡Yo me encargaré! —dijo Joseph. Se pasó al asiento trasero y agarró a Demi por las solapas de la chaqueta.
Ella estaba demasiado asombrada como para hablar.
Joseph tiró de ella hasta conseguir que se sentara en el suelo y a Demi se le cayeron las gafas del disfraz. Volvió a ponérselas e intentó no vomitar. El humo había hecho que se mareara de verdad.
—Dios Santo, es una mujer —dijo Joseph, estupefacto.
— ¿Y qué hace una mujer en mi taxi? —Preguntó el conductor con histerismo—. ¿Va armada?
—No lo sé —dijo Joseph con la respiración entrecortada—. ¿Está armada?
Ella sacudió la cabeza.
—No —dijo él al taxista. Mientras su respiración se calmaba, la observó atentamente, como si estuviera intentando descifrar un acertijo.
—Voy hacia la comisaría más cercana —dijo el taxista.
—No, aún no —respondió Joseph con más tranquilidad—. Déjeme ver si averiguo qué está haciendo aquí —dijo, y miró a Demi —. ¿De dónde ha salido usted?
Ella no confiaba en que pudiera abrir la boca para hablar sin vomitar, así que se quitó las gafas y lo miró.
Él la miró también, fijamente. Entonces, sin apartar sus ojos de ella, subió el brazo libre y encendió la luz del techo del vehículo.
Demi parpadeó, deslumbrada, pero cuando lo miró de nuevo, se dio cuenta de que él la había reconocido.
— ¿Demi? —susurró Joseph.
Ella asintió. Después se subió al asiento, bajó la ventanilla y vomitó.

Un interminable y humillante rato después, Demi estaba finalmente encerrada en el cuarto de baño de la habitación de hotel de Joseph. Farfullando imprecaciones, se desnudó, se quitó la peluca y se metió en la ducha. De todas las formas de reencontrarse con Joseph que hubiera podido imaginar, ninguna incluía una vomitona.

Afortunadamente, sólo había manchado un lateral del taxi y la manga de su propio abrigo. Y en el barullo que había seguido a aquel incidente, Demi se había sentido demasiado avergonzada como para pararse a averiguar si Joseph estaba contento de verla o no.

En el baño, se tomó tiempo para deleitarse con el lujoso jabón y champú del hotel, y después se extendió loción hidratante por el cuerpo. Hacía tiempo que no disfrutaba de un tratamiento de cinco estrellas como aquel. En su huida, había intentando no tocar su fondo fiduciario en absoluto, pero al verse obligada a dejar su trabajo, había tenido que sacar algo de dinero de aquella cuenta. Había gastado con rabia aquellos dólares, porque eran de su padre.

Así que no se podía decir que sus alojamientos de los últimos meses hubieran sido de primera clase. Más bien, de quinta o sexta.

Conociendo a Joseph y su falta de pretensiones, lo normal habría sido que se alojara en un hotel de precio medio, pero por razones desconocidas para Demi, le había pedido al taxista que los llevara al Waldorf. Quizá lo hubiera hecho por ella.

Después de aquella ducha tan reconfortante, pensó que no quería ponerse algo arrugado y con olor a moho de lo que llevaba en la mochila. Se imaginó saliendo del baño para hablar con Joseph con un jersey enorme de cuello alto, deformado y viejo, y se imaginó teniendo la misma conversación con Joseph, pero llevando el albornoz blanco del hotel. Aquella conversación ya iba a ser lo suficientemente difícil sin tener mal aspecto, así que se envolvió en una toalla y abrió una rendija de la puerta.
— ¿Joseph?

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Seductoramente Tuya Capitulo 13





—Podemos acercarnos a Atlanta propuso Joseph, adivinando en parte los recelos de Demi. Así no tendremos que preocuparnos por que Martha Godwin o cualquiera de esas cotillas puedan vernos juntos.
—Buena idea aceptó ella, aliviada por aquella sugerencia.
—¿Te recojo a las siete?
— ¿Recogerme? Demi decidió emplear una actitud bromista para ocultar sus verdaderos sentimientos—. ¿No deberíamos encontrarnos en algún callejón a oscuras?
—No. Pero llevaré un disfraz si te parece bien —repuso Joseph con ironía.
—¿Cómo te reconoceré?
—Me pondré una rosa en la solapa.
—¿Una rosa? —Demi rio—. Con eso solo ya tienes disfraz suficiente, dada tu imagen ultra conservadora.
—Entonces, perfecto. Si alguien nos ve, pensará que soy alguno de tus excéntricos amigos del teatro.
—¿Qué te hace pensar que mis amigos del teatro son excéntricos?
—Digamos que es una intuición. Nos vemos mañana por la noche entonces. Buenas noches, Demi.
Esta colgó el teléfono y miró hacia la pared que estaba pintando. Lo mejor sería limpiar las brochas. Dudaba mucho que fuera a concentrarse en lo que quedaba de noche.

Joseph combatía un penoso sentimiento de culpabilidad mientras aparcaba frente a la casa de Demi el sábado por la tarde. Por mucho que a sus hijos les gustara quedarse con los abuelos, se sentía mal por dejarlos el fin de semana después de haber pasado tantas horas fuera trabajando durante la semana. No le había resultado fácil pedirle a Bobbie que cuidara de ellos; sobre todo, ya que había tenido que explicarle la razón de que necesitase su ayuda. Sorprendentemente, su madre se había limitado a decirle que lo pasara bien en la cena.

Aunque no lo hubiera dicho, sabía que su madre estaba contenta. Llevaba cinco ó seis meses animándolo a que saliera más. Le había dicho que no era normal que un hombre joven como él pasara tanto tiempo solo. Cuando le había recordado que tenía que criar a dos hijos, Bobbie había respondido que lo consideraba muy buen padre; pero que, aun así, necesitaba tener una vida propia. Melanie no habría querido que pasara el resto de su vida de luto.

Se preguntó que habría dicho Bobbie si le hubiera contado que sospechaba que Melanie habría disfrutado mucho viéndolo siempre pesaroso. Todavía no le había contado a nadie toda la verdad concerniente a la muerte de su mujer; de modo que Bobbie no podía saber que no era solo pesar lo que había tenido que soportar en los meses posteriores al accidente.
No había tardado en comprender que Washington n
o era el lugar adecuado para asimilar lo que había sucedido... ni para sacar adelante a los niños. Había sentido que necesitaba el apoyo de la familia, un cambio de escenario, estar acompañado de personas que apenas había conocido a Melanie y que ignoraban los rumores que se habían propagado como la pólvora por Washington. Y había encontrado todo eso en Honoria.
Pero no había esperado encontrar a Demi Lova
o, ni sentirse tan atraída hacia ella como en el pasado. En esa ocasión, sin embargo, no había tantas razones para resistirse a ella. Mientras tuviera cuidado de no involucrarse demasiado, mientras se asegurara de que sus hijos no se vieran afectados, no había motivo alguno para no aceptar algunas de las cosas que Demi parecía estar ofreciéndole. Cosas que, deseaba con fervor.

Los dos eran jóvenes, estaban sin pareja y habían regresado recientemente a Honoria. No creía que a Demi. le interesase un compromiso a largo plazo con un padre viudo, lo que no lo molestaba, ya que él tampoco buscaba eso. En ese momento, no tenía intención de volver a casarse, de confiar su corazón y sus hijos a otra mujer. Además, dudaba mucho que Demi acabara el curso escolar allí. Seguramente, no tardaría en aceptar el primer papel que le ofrecieran. Eso o se aburriría de la vida de una pequeña ciudad y volvería a la Gran Manzana en busca de emociones.
Pero mientras tanto...
Apartó el coche y agarró la rosa que le había comprado, llevado por un impulso.
Joseph consideraba tener muchas habilidades sociales. En Washington, se había mezclado con políticos, famosos y grandes empresarios. Había pasado casi tanto tiempo con esmoquin que con ropa deportiva y rara vez no había encontrado algo que comentar. Pero cuando Demi Lovato abrió la puerta con aquel vestido amarillo tan ceñido, que dejaba al descubierto los hombros y buena parte de las piernas, se le olvidó hasta cómo se llamaba.
—Hola, Joe. Bonita corbata —lo saludó ella.
Como no sabía si hablaba en serio o se estaba burlando de su estilo clásico, optó por un sencillo:
—Gracias. Estás... muy bien.
—¡Vaya, gracias! —Demi le lanzó una mirada con la que dejó claro que se estaba riendo de él.
—Iba a ponérmela, pero no pegaba con la camisa —dijo Joe, ofreciéndole la rosa que le había comprado. 
—Gracias de nuevo. Es preciosa. Voy a ponerla en un jarrón con agua —Demi aceptó la flor con una sonrisa—. Me la pondría, pero no pega con mi pelo.
—¿Cuándo te volviste pelirroja?
—El año pasado, después de mi fase de morena, .que vino tras la etapa rubia. Me canso con facilidad.
Lo cual confirmaba lo que había estado pensando.
—El rojo debe de estar de moda. Mi hermana se ha teñido el pelo de ese color también. Me costó un poco acostumbrarme, pero ahora me gusta.
—¿Tara se ha teñido el pelo? —Demi pareció sorprendida—. No puedo imaginármela más que rubia.
—Está bien de cualquier manera.
—Seguro. Tara siempre ha sido guapa. ¿Te apetece una copa antes de marcharnos? —le ofreció Demi mientras ponía la rosa en un jarrón.
Tomar una copa significaba pasar más tiempo con ella en su casa. A solas. Con ese vestido tan ajustado. Era demasiado arriesgado.
—No. Mejor nos vamos, si estás lista.
Joseph no tuvo que preocuparse por dar conversación a Demi durante el viaje de una hora hasta el restaurante que había seleccionado en Atlanta. Ella se encargó de hablar todo el tiempo: le habló de los papeles que había interpretado en Nueva York, así como de algunos de los famosos a los que había conocido. Parecía que intentaba llenar cualquier posible silencio entre los dos.

A él no le importaba su plática. Tratar de seguir sus extravíos conversacionales le impedía centrarse exclusivamente en el modo en que la falda se le había subido hasta los muslos, o en la manera en que el cinturón de seguridad le marcaba los pechos.

Cambió de postura en el asiento, enojado consigo mismo por dejar que las hormonas se hicieran cargo de él. Que no se hubiera acostado con una mujer en un año no significaba que no pudiera controlarse.

El monólogo de Demi se prolongó durante la excelente cena que les sirvieron en una mesa retirada de una esquina tranquila de un elegante restaurante. Demi parecía tan cómoda en aquel lujoso ambiente como acurrucada en el sofá de su casa.

Seductoramente Tuya Capitulo 12






Casi habían terminado de comer cuando Joseph entró en el café con su padre.
—Hola, Demi la saludó Caleb tras acercarse a su mesa—. Clark, ¿cómo te va?
—Bastante bien, Caleb. ¿Y a ti?
—Voy tirando.
Demi miró a Joseph y vio que este la observaba con el ceño fruncido. En seguida suavizó su expresión, pero ella se preguntó a qué habría venido el gesto inicial. No imaginaba qué podía haber hecho para enfadarlo.

—Hola, Demi dijo Joseph con formalidad. Clark añadió en tono gélido.
—Joseph contestó el contable con similar frialdad.
Sorprendida por el obvio antagonismo entre ambos, Demi conjeturó qué podría haberlos enfrentado. Que ella supiera, los Jonas nunca habían tenido problemas con la familia de Clark. Debía de ser algo personal.
— ¿Qué tal los niños, Joseph? preguntó ella, tratando de distender la tensión un poco.
—Bien, gracias.
— ¿Has encontrado ya a una nueva niñera?
—Sí, tengo a una a prueba de momento.
—Espero que te salga bien.

—Gracias. Papá, será mejor que elijamos mesa antes de que estén todas ocupadas.
—Tienes razón contestó Caleb. Me alegro de verte, Demi. A ti también, Clark.
—Igualmente respondió este con una sonrisa forzada.
Joseph se marchó con solo un vago gesto de asentimiento hacia Demi.
— ¿No hace frío de pronto? preguntó ella, simulando un escalofrío.
—Joseph y yo hemos tenemos ciertas diferencias últimamente.
—Vaya, jamás se me habría ocurrido.
—Representa a mi esposa en el divorcio reconoció Clark. Creo que está llevando una línea demasiado agresiva. Pero él dice que se limita a hacer el trabajo por el que lo han contratado.
—Lo siento. No lo sabía.

—Siempre me había caído bien, aunque no lo conocía mucho. Pero eso era antes de ver su faceta de abogado sin escrúpulos.
—Joseph siempre ha sido muy ambicioso. Seguro que trata de conseguir lo máximo posible para su cliente.
—Sí, pues estoy empezando a tomármelo como algo personal. Valerie y yo estábamos llevando las cosas civilizadamente hasta que los abogados se metieron por medio... sobre todo, Joseph.
—Siempre es una lástima que se rompa un matrimonio.
—Y más cuando hay niños Clark suspiró. Lo van a pasar mal y lo llevo fatal.
—Lo siento, Clark repitió Demi.
— ¿Quieres postre? Dijo él, cambiando de tema. Cora sigue haciendo esos merengues tan maravillosos.
—Con todo lo que me gustan, me temo que voy a pasar. Estoy demasiado llena. Pero pide tú si te apetece.
—Supongo que será mejor que me abstenga m
urmuró él a regañadientes, mirando hacia su plato, relucientemente vacío. Ya he excedido mi límite por hoy.
Diez minutos después, Demi salió del café, con sus papeles bajo el brazo. No miró hacia la mesa de Joseph, pero tuvo la sensación de que la estaban mirando mientras salía con Clark del restaurante.
Estaba pintando cuando el teléfono sonó aquella noche. Sin soltar la brocha, agarró el inalámbrico con la mano izquierda y contestó:
— ¿Diga?
—Soy Joseph.
—Hola —lo saludó Demi, disimulando su sorpresa. ¿Qué pasa?
—Yo... nada, solo llamaba para charlar un rato. Supongo que he estado un tanto cortante en el restaurante.
—Te tomas tu trabajo a pecho, ¿eh? Demi se sentó en el taburete. Era como si estuvieras examinando al pobre Clark en el juzgado, en vez de en el Café de Cora.
—¿El pobre Clark? No creo que se merezca ese apelativo.

—No sé los pormenores de su divorcio, y preferiría no enterarme de ellos. Clark es mi contable y los detalles de su vida privada no me conciernen se adelantó Demi, recordando el lío en el que se había metido la última vez que había ofrecido consuelo a un actor amigo suyo, en proceso de divorcio.
—Tú solo ten cuidado. No es como pretende aparentar.
—¿Me estás diciendo que no debería fiarme de mi contable?
—No contestó Joseph tras dudar unos segundos. No tengo motivos para cuestionar su trabajo.
—Pues eso es lo único que importa, ¿no? El resto me da igual.
—Entonces, ¿la comida de hoy ha sido estrictamente profesional?
—Sí convino ella con frialdad. Aunque eso es asunto mío.
—Mira no quería entremeterme dijo Joseph. Es que... bueno, no hace mucho que has vuelto a Honoria y probablemente no seas consciente de ciertas cosas.
—Honoria no ha cambiado mucho desde que me fui. Y puedo hacer frente a los chismosos le aseguró Demi. ¿Me llamabas para eso nada más?
—No... Quiero que cenes conmigo mañana por la noche.
Casi se le cayó la brocha. Tuvo que recurrir a sus dotes interpretativas para responder a su ruda invitación:
—¿Ha sido una petición... o una orden?
—Una petición —contestó él en tono arrepentido—. Siento haber sido tan brusco. Me temo que estoy desentrenado en este tipo de cosas. Hace unos cuantos años que no invito a cenar a una mujer.
¿Cómo?, ¿acaso no había tenido una sola cita desde la muerte de su mujer? Demi, que no sabía qué sentir al respecto, consideró la invitación unos segundos.
Fuera cual fuera la razón por la que la invitaba, solo se trataba de una cena, se recordó. Por otra parte, empezaba a sentirse cómoda en Honoria y no quería arriesgarse a que los cotillas empezaran a murmurar por un experimento que probablemente no acabaría yendo a ninguna parte.

Ella había regresado para descansar, a enseñar, a enterrar recuerdos dolorosos y a decidir qué hacer con el resto de su vida una vez que había decidido que su carrera de actriz había llegado tan lejos como estaba dispuesta a llevarla. Y había tratado de convencerse de que era una mera coincidencia que hubiese aceptado el puesto de profesora al poco de enterarse de que Joseph Jonas había vuelto a Honoria.

Pasion Peligrosa Capitulo 12







Demi no estaba segura si debía considerar ese dato como una bendición o una condena.
La habitación en la que se encontraba Demi había sido originariamente la cocina. Los fregaderos y los armarios estaban reformados, recubiertos de acero inoxidable, pero casi todo lo demás había desaparecido. Ahora se utilizaba en calidad de recepción y era el punto de entrada de los cuerpos al depósito. Había carteles en toda la habitación que proclamaban que la estancia cumplía todos los requisitos federales y estatales de higiene. Pese a que no era una habitación habilitada para los cuerpos, Demi pudo oler un desinfectante que le revolvió el estómago.

Había varias puertas en la recepción, la mayoría claramente señalizadas. La sala de embalsamar estaba de frente. A la derecha, junto a ella, estaba el crematorio. A su izquierda estaban los depósitos. Más a su derecha había una puerta que seguramente conducía a las otras dependencias de la funeraria.

Apenas llevaría unos minutos a los empleados y al policía dejar el cuerpo en una de las neveras y regresar a la recepción. El policía seguramente se quedaría de guardia toda la noche, pero Demi confió en que regresaría a su coche patrulla. Si decidía quedarse en la recepción, junto al depósito, Demi tendría un serio problema. Pero no le parecía muy probable. La mayoría de los habitantes de Moriah's Landing eran bastante supersticiosos y eso incluía al departamento de policía.

Tan solo necesitaba encontrar un escondite hasta que el camino se despejara. Estudió sus alternativas una vez más. Finalmente se decidió por la puerta que carecía de indicación. Un pasillo estrecho se abrió ante ella. Vaciló en el umbral de la puerta mientras trataba de orientarse. Pero aquello no tenía sentido. El pasillo no tenía ventanas y la circulación se antojaba precaria. Demi odiaba la idea de encender la linterna, pero no tenía más remedio si no quería tropezar en la oscuridad y arriesgarse a que la descubrieran. Apretó el interruptor y dirigió el haz de luz hacia el pasillo.

Si podía localizar el vestíbulo o la capilla se sentiría segura. Podría encontrar un banco y sentarse a esperar. Y meditar acerca de la situación en la que se encontraría si Joe llegaba a descubrirla. Quizá llegara a amenazarla con… funestas repercusiones. Por un momento, dejó volar su imaginación sobre las posibles consecuencias. Pero enseguida se sacudió esas fantasías. Eran pensamientos pervertidos de una chica, una mujer, que apenas había sido besada.

Aguantó un suspiro justo en el instante en que vio una luz al final del pasillo y escuchó pasos. Alguien se acercaba por las escaleras. Su corazón comenzó a latir con una fuerza inusitada. Había una puerta frente a ella y se precipitó hacia allí. Las diversas capas del vestido rozaban entre sí con estrépito. Apagó la linterna y se coló en la habitación en el momento en que los pasos se acercaban.

Se acercaron más. Todavía más cerca. Y entonces aminoraron la marcha.
Demi contuvo la respiración. Miró alrededor, presa del pánico, en busca de un escondite. Pero no podía ver nada en la oscuridad de la habitación y no se atrevía a encender la linterna. La puerta se abrió y Demi se pegó a la pared, detrás de la puerta, rezando para que los múltiples pliegues de su falda no la delataran.

Por un momento, su suerte quedó en suspenso. No ocurrió nada. Nada se movió. Demi ni siquiera se atrevía a respirar. Se quedó paralizada, el pulso arrebatado en su garganta, mientras rezaba para que se marchase quienquiera que estuviera al otro lado de la puerta.
Entonces se encendió la luz y Demi parpadeó, convencida de que la habían descubierto. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz cegadora, miró en torno a ella. Quienquiera que estuviera en la puerta no había entrado en la habitación, pero Demi no estaba sola. A menos de dos metros de dónde estaba descansaba en un ataúd satinado una mujer que no conocía.
—Buenas noches, señorita Presco —susurró una voz desde el pasillo.
Treinta minutos más tarde, Demi salió de su escondite y se asomó al pasillo. La luz al final del corredor estaba apagada. El señor Krauter había desaparecido escaleras arriba y la impresión de Demi era que tenía el camino despejado.

Antes, había permanecido en la sala de visitas con la señorita Presco el tiempo necesario para dar tiempo al señor Krauter a que desapareciera y se encaminara a la recepción para aguardar la llegada de los restos mortales de Bethany. Mientras aguardaba, estrujada contra la puerta en la sala de visitas, había procurado convencerse de que el hecho de que el señor Krauter hablara con los muertos no tenía nada de raro. Era, incluso, bastante amable.

Pero en su mente comenzaron a formarse extrañas imágenes, visiones que la sumergieron en un sudor frío. No le habría dado tiempo al señor Krauter para llegar a la recepción, pero abrió la puerta de la sala de visitas y salió al pasillo. Después, encontró un nuevo escondite en el que esperar a que el señor Krauter deshiciera el camino y regresara a su mansión en el piso de arriba.

Satisfecha ante el hecho de que el señor Krauter no hubiera regresado por el pasillo, consciente de que los empleados ya se habían marchado y de que el policía estaría haciendo la guardia en algún lugar en el exterior, Demi decidió que ya había llegado la hora de dar el paso.

Se detuvo en medio del pasillo, atenta al silencio del depósito. Al igual que cualquier otro edificio Victoriano, la casa tenía su propia variedad de crujidos y ruidos. Pero nada que fuera realmente demasiado alarmante.

Aun así, no se encontraba muy a gusto. Se tapó con el chal y caminó de puntillas hacia la recepción. Habían dejado encendida una luz sobre uno de los fregaderos y pudo comprobar que la habitación estaba vacía. Sintió la tentación de entreabrir la puerta trasera para establecer con exactitud la posición del agente de policía. Pero si estaba de pie en la entrada, se delataría. Sería mejor seguir con el plan y asumir que estaría cómodamente arrellanado en el coche patrulla. Puede que incluso estuviera roncando a esas alturas de la noche.

Antes de que perdiera el valor o recuperase el sentido común, Elizabeth se apresuró hacia la puerta del depósito, la abrió y entró. La puerta se cerró tras ella con un leve chasquido y Demi refrenó el impulso de girar el pomo para asegurarse de que no se había quedado encerrada dentro. Si se había quedado atrapada, prefería prolongar la ignorancia de este hecho.

La habitación estaba completamente a oscuras. Demi avanzó a tientas, pegada a la pared, en busca del interruptor de la luz. Al no encontrarlo, comprendió que lo más probable era que estuviera en el exterior, junto a la puerta. Era razonable que los empleados de la funeraria desearan encender la luz antes de entrar en el depósito. Decidió utilizar la linterna. La habitación se iluminó lentamente al tiempo que el círculo de luz desvelaba unas instalaciones de acero inoxidable y un aparato bastante tortuoso, suspendido en el techo, que Demi presumió que se utilizaría para levantar y bajar los cuerpos. Recordó que había leído que las lesiones de espalda estaban muy extendidas entre los empleados de las funerarias.

Pasion Peligrosa Capitulo 11






Un coche de la policía, sin luces y con la sirena apagada, seguía al coche fúnebre. Demi se agachó en su asiento, aunque estaba casi segura de que Joe se había quedado en la mansión. Tenía por delante un montón de entrevistas, además de recorrer la finca en busca de huellas, pero lo hubiera abandonado todo al instante si hubiera tenido la menor sospecha de lo que Joe estaba a punto de hacer.

De pronto la asaltaron algunas dudas. Sabía que lo que tenía planeado no era precisamente muy inteligente. Seguramente no fuera una buena idea. Iba a interferir con una investigación policial en curso. Recibiría una sanción, e incluso podría pasar un tiempo entre rejas si la sorprendían, pero no veía otra opción. Cuando había solicitado a Joe, en un segundo intento, que le permitiera examinar el cadáver, él se había mostrado taxativo. Por nada del mundo le daría permiso.
—Concédeme tan solo un minuto, Joe. Es todo lo que te pido. Necesito ver el cuerpo una vez más. Creo que he visto algo…
— ¿Qué has visto?
—Yo… no estoy segura.

Se pasó la mano por el pelo negro, un gesto tan familiar como atrayente, de no haber sido porque Demi estaba profundamente enojada con él. Un sentimiento que, a todas luces, era mutuo.
—No tengo tiempo para esto, Demi.

— ¿Por qué eres tan cabezota? ¿No puedes admitir que quizá necesites mi ayuda?
— ¿Para qué?
—La investigación, ¡por todos los santos!
Joe miró a Demi durante un instante eterno, henchido de tensión. Sus ojos grises parecían fríos y distantes. Y cautivadores.
— ¿Acaso no conoces el refrán, Demi? Los que pueden hacerlo, lo hacen. Y los que no pueden hacerlo, lo enseñan.
Eso había dolido. Demi  le dedicó una mirada de desprecio.
— ¿Tienes miedo de enseñarme el cuerpo, Joe?
— ¿Por qué iba a tener miedo?
—Quizá pienses que puedo encontrar algo que tú pasarías por alto.
La expresión de Joe se endureció y Demi comprendió que había ido demasiado lejos, una vez más. Lo había presionado más de la cuenta hasta enfurecerlo. Quizá hasta despertar su desprecio.

—Mantente fuera de mi camino, ¿de acuerdo? Y procura que no te descubra jugando a ser Nancy Drew en este caso. Te lo advierto, Demi…

¡Nancy Drew! Demi echaba pestes, arrebujada en su asiento de cuero, al pensar en la osadía de Joe al compararla con Nancy Drew. ¿Acaso ella se había doctorado en Criminología? ¿Había mantenido una correspondencia fluida con uno de los más famosos analistas del comportamiento de Quántico? ¿Acaso tenía un coeficiente intelectual de…?
Demi dejó de mortificarse en silencio. Era cierto que nunca había sabido cuándo era el momento de abandonar, pero siempre había considerado la perseverancia una virtud, nunca un vicio. Y estaba segura de que podía ayudar a Joe a resolver el caso si le daba una oportunidad.

Pero estaba obsesionado con su edad, igual que el resto. Si fuera un hombre, si hubiera empleado el tiempo normal para completar su carrera y sus prácticas, nadie habría cuestionado su pericia. Nadie lo habría pensado dos veces antes de solicitar su colaboración en el caso.

Pero tan solo tenía veinte años, aparentaba menos edad y, por esa razón, Joe le estaba cerrando todas las puertas. Una vocecilla interior empezó a burlarse de ella. ¿Se sentía ofendida porque Joe no le permitía cooperar en la investigación o porque aún la consideraba una estudiante inmadura? Una persona por la que nunca podría sentir nunca el menor interés, desde un punto de vista romántico o… sexual.

Demi suspiró. Podía ser un cerebro sin cuerpo si tenía en cuenta la atención que suscitaba entre los hombres. A excepción del Doctor Paul Portier, profesor de Biología en Heathrow, al que no podía considerar seriamente una conquista a tenor de su reputación en lo referente al sexo contrario.

Además, no estaba segura de que no hubiera hecho la vista gorda con ella. Tenía fiebre muy alta cuando se acercó a ella unas semanas atrás en una reunión del claustro de profesores. Era perfectamente posible que hubiera malinterpretado sus gestos y sus palabras. En todo caso, había algo en aquel tipo que le ponía la carne de gallina. El modo en que su mirada había recorrido todo su cuerpo cuando la miraba. El modo en que se le había erizado la piel cuando él la había tocado.

Estremecida, se incorporó en su asiento y miró por la ventana. Las ruedas silbaron sobre el pavimento mojado cuando el coche fúnebre y el coche de policía giraron en la entrada del edificio de tres plantas que albergaba, además de la funeraria y el crematorio, la residencia privada de Ned Krauter, propietario de ambos negocios.

Quizá por respeto a los muertos, o en virtud de la hora, las puertas se cerraron con sigilo cuando los empleados salieron del coche fúnebre, y el agente de policía se deslizó fuera de su coche. Los tres hombres intercambiaron unas palabras y Demi dejó vagar su mirada hacia la funeraria. Las ventanas de la segunda planta, que era la vivienda del señor Krauter, estaban iluminadas. También había luz en la planta baja, donde estaba instalado el servicio de pompas fúnebres.

La tercera planta se había convertido en un apartamento para alquiler. A pesar de toda la actividad que se llevaba a cabo en la entrada, las luces permanecían apagadas. Demi no podía imaginar qué clase de persona alquilaría un apartamento encima de una funeraria y un crematorio. Pero su preocupación no pasaba por el inquilino del señor Krauter, sino por el mismo señor Krauter. Todavía no sabía cómo lograría colarse en el edificio sin que su propietario se diera cuenta. Era una apuesta arriesgada, pero necesitaba desesperadamente examinar de cerca el cuerpo de Bethany. Una vez efectuada la autopsia sería demasiado tarde. Y se perdería para siempre la prueba que tanto la había perturbado.

Después de un momento de conversación, los empleados abrieron las puertas traseras del furgón y sacaron el cuerpo en una camilla. Una sábana, mecida por el viento, cubría el cadáver. Empujaron la camilla hasta la entrada posterior del depósito. Una vez que, acompañados del policía, desaparecieron por la puerta, Demi bajó de su coche, cruzó la calle a la carrera y se apostó contra la pared del depósito, arropada con su mantón de terciopelo. Ahora que la tormenta había pasado la temperatura había descendido drásticamente y podía sentir cómo el frío calaba en sus huesos.

Tal y como había esperado, la entrada posterior estaba temporalmente abierta. Demi entreabrió la puerta con cautela y atisbo en el interior. No había nadie a la vista y Demi entró como un animal furtivo. Nunca había estado en esa ala del depósito, pero la distribución del edificio era muy parecida a la de docenas de casas en Moriah’s Landing.