— ¿Sí? —Al instante, unos pasos se acercaron al baño—. ¿Estás
bien? ¿Quieres que llame a un médico?
—No, gracias. Estoy perfectamente —respondió ella—. Pero me
gustaría pedirte un favor. ¿Te importaría que me pusiera el albornoz del hotel,
que está colgado en el armario? Mi ropa está... bueno, no está... Es que yo...
—Toma —dijo Joseph,
mientras por la rendija asomaba una prenda blanca—. Que lo disfrutes.
—Gracias —respondió ella, y abrió un poco más la puerta para
tomar el albornoz. Oh, sí. Algodón egipcio. Se sintió como si estuviera en el
cielo cuando se lo puso y se ató el cinturón. Por primera vez, desde hacía
meses, se sentía ella misma.
Y en ese momento, tenía que enfrentarse a Joseph. Pensó en arreglarse el pelo y pintarse los
labios, pero ¿para qué? Posiblemente, Joseph
ya no la quería. Su aspecto no tenía importancia. Lo único que importaba en
todo aquel lío era Elizabeth.
— ¿Demi? — Joseph dio unos golpecitos en la puerta—. ¿Seguro
que estás bien?
—Sí.
—Entonces ¿por qué tardas tanto?
—Estaba... eh... pensando.
—Bueno, ¿y no podrías pensar aquí fuera? Tenemos que hablar.
—Sí, es cierto —respondió Demi.
Inspiró profundamente, dejó escapar en aire y abrió la puerta del baño. Se
encontró frente a la pechera de la camisa de Joseph.
Él estaba en el umbral, invadiendo su espacio vital.
—Tengo que preguntarte algo —dijo él sin rodeos.
Ella lo miró asombrada.
— ¿Qué?
— ¿Hay alguien más?
Demi sintió una intensa alegría. Aleluya. Él todavía la deseaba.
No. Nadie.
Con un sonoro suspiro, Joseph
la abrazó.
—Disculpa la barba —murmuró.
Luego la besó.
Aunque Demi estaba
rebosante de alegría al saber que él todavía tenía interés por ella, al
principio la barba la distrajo. Besarlo era como besar a un animal disecado.
Pero entonces... entonces él la persuadió para que abriera la boca.
Ella olvidó
la barba mientras redescubría por qué el hecho de besar a Joseph había
sido una de las emociones más grandes que había experimentado en la vida. Podía
transmitir más sensualidad en un beso que cualquier hombre en una hora de sexo.
Se acurrucó contra él, intentando pegarse aún más a su cuerpo.
Joseph cambió el ángulo de su boca y tiró del cinturón del albornoz
mientras murmuraba algo que sonaba como «no puedo resistirme».
Bueno, ella tampoco podía. Comenzó a desabotonarle la camisa.
Pero... en aquel momento se dio cuenta de que aquello no era lo que había
planeado.
—Te necesito —murmuró él empujándola hacia la cama mientras
continuaba besándola hasta hacerle perder el sentido.
—Espera —dijo ella, jadeando.
—No puedo —él le abrió el albornoz y tomó uno de sus pechos
en la mano con un suave gruñido.
— Joseph...
Demi quería decirle que ya no estaba tomando la píldora, pero él
continuó besándola. Sintió que la parte trasera de sus rodillas tocaba el borde
de la cama. Demi sobre contra la colcha y
él, encima de ella.
Jadeando, Demi blo intentó
de nuevo.
—No...
Él la silenció una vez más. Oh, Dios. Cuántas veces había
fantaseado con aquello. Lo abrazó con fuerza, se arqueó para recibir sus
caricias y gimió.
—Dios, te necesito —gruñó él.
—Yo también... —pero un bebé sin planear era más que
suficiente. Demi se obligó a pronunciar las
palabras—. Pero ya no estoy tomando la píldora. No podemos...
—Sí podemos —dijo él, y recorrió el cuello de Demi con los labios, hasta su boca.
Al principio, ella creyó que se refería a que no le
importaría que ella quedara embarazada.
— ¿Podemos?
—Sí —respondió él, y le cubrió la cara con un millón de
besos—. Podemos. Quiero estar dentro de ti Demi.
¿Le estaba diciendo que había cambiado de opinión en cuanto a
los hijos? Su corazón se llenó de gozo al pensarlo.
— ¿Por qué podemos?
—Le pedí al servicio de habitaciones que dejara preservativos
en la habitación. No te preocupes —él le besó las mejillas, los párpados, la
nariz—. No te dejaré embarazada.
Ella se quedó inmóvil.
— ¿Y eso sería tan terrible?
Él se detuvo y la miró a los ojos. Aunque con un gran
esfuerzo, controló su deseo y respiró profundamente.
—No quiero empezar con una pelea,
Demi.
—Yo tampoco, pero necesito saberlo. ¿Sería tan terrible que
me dejaras embarazada?
— ¿Quieres decir en éste momento? Sí. Tenemos mucho de lo que
hablar, y ésa es una de las cosas que tenemos que tratar, pero no querría hacer
un movimiento como ése sin tener en cuenta todo lo demás.
Estoy dispuesto a
pensarlo. Mucho más dispuesto que cuando me marché. Quizá... No estoy diciendo
que vaya a ocurrir, aunque quizá algún día... Pero no ahora.
La esperanza que Demi había
sentido se desvaneció.
Aquel hombre era imposible. Ella había querido encontrar
una forma de darle la noticia con suavidad, pero de repente, ya no quería ser
suave con ese nombre tan increíblemente sexy y tan frustrantemente obstinado.
Quería darle un golpe entre las cejas.
—Es demasiado tarde para hablar de ello, Joseph —dijo—. Hace ocho meses tuve una hija.