Anillo de
amistad.
Cuando Nick se marchó, Miley
no pudo parar quieta en toda la mañana. No quería quedarse a solas con sus
dudas, que la martilleaban la cabeza como cien pelotas de ping-pong.
Acosada por
pensamientos que no quería pensar y por sentimientos que no debería sentir, Miley
decidió mantenerse ocupada durante el resto del día. Había terminado los
exámenes y sólo le quedaba esperar a que llegaran las notas. Lissa Roberts no
se le había quitado de la cabeza, así que Miley la llamó y la invitó a ir de
compras o al cine.
Lissa aceptó, y Miley
fue a buscarla a su casa. Cuando llegó al porche de los Roberts, volvió a mirar
el anillo emocionada. Era una joya exquisita y cada vez que pensaba que Nick lo
había elegido para ella se le iba la cabeza.
«¿Anillo de
amistad?» Sí, eran amigos. Pero también eran amantes. Miley tamborileó con los
dedos en el volante. Que Dios la ayudara, no sabía como se habían complicado
tanto las cosas. ¿Qué iba a ocurrir con su corazón cuando pasaran los treinta
días?
Sintió una
punzada de miedo y cerró los ojos para tranquilizarse. Se dijo que era una
superviviente, había hecho frente a muchas cosas en su vida, y también
soportaría eso.
—Además —murmuró
cuando salía del coche—. No estoy enamorada
de Nick. Cerró
la puerta de un golpe, para acallar la protesta de su conciencia.
Lissa salió
corriendo, como un pájaro recién liberado. Llevaba gafas oscuras y un gorro,
pero su sonrisa hizo que Miley se sintiera mejor.
—¿Prefieres ir
de compras o al cine?
—Las dos cosas
—dijo Lissa—. Fui al cine la semana pasada, estaba oscuro y fue genial. Nadie
se fijó en mí. También quiero comprar regalos de Navidad para mi familia.
Entraron en el
coche y Miley se volvió para mirar a Lissa.
—¿Son
imaginaciones mías o las cicatrices están mucho mejor?
—Llevo maquillaje
para ocultar la rojez, pero el doctor dice que quizá no sean tan profundas como
pensaba —Lisa sonrió de felicidad—. Siempre tendré cicatrices, pero no tantas y
seguramente no tan horribles. Lo único malo es que van a tardar una eternidad
en curarse.
—¿Una eternidad?
—Hasta que acabe
el instituto.
—Supongo que eso
te parece un eternidad —Miley hizo una mueca—. ¿Has dejado que vengan a verte
tus amigos?
—La semana
pasada vino mi mejor amiga —asintió Lissa—. Yo estaba nerviosa y ella me hizo
muchas preguntas, pero se alegró de verme. Está intentando convencerme de que
vuelva a clase.
—¿Lo estás
pensado?
—Para nada. No
soporto que la gente me mire.
Miley asintió
lentamente y arrancó el coche. La recuperación era lenta, pero había señales de
vida en Lissa.
Primero hicieron
las compras, porque el centro comercial estaba menos lleno por la mañana.
Tomaron un tentempié y fueron a la primera sesión de cine. Después, Miley
encontró una mesa libre en una esquina y se sentaron a tomar un helado.
Lissa miró con
envidia a un grupo de adolescentes que paseaban por el centro riendo a
carcajadas.
—Yo solía hacer
eso con mis amigas —suspiró.
—Y volverás a
hacerlo —dijo Miley—. Necesitas tiempo para que tu corazón y tu rostro se
curen.
—Mi madre quiere
que asista a terapia psicológica, pero no quiero hablar del accidente. Y no
quiero darle lástima a nadie —dijo Lissa, con voz acalorada.
—Has pasado por
una experiencia muy traumática —apuntó Miley—. Tu madre quiere que te pongas
mejor.
—No necesito un
psicólogo.
—Puede que no
—concedió Miley, evitando una confrontación directa—. Pero podrías probarlo un
par de veces —sonrió—. Como si fueras a que te hicieran la manicura.
Lissa calló,
como si considerara la perspectiva de Miley. Dio un bocado al helado.
—Hay una cosa
que sé con seguridad, ningún chico me pedirá que salga con él.
—Claro que sí —Miley
notó que Lissa necesitaba algo de esperanza—. Saldrás con unos cuantos tontos y
luego encontrarás a un chico que adore tu pelo rojizo, tus ojos y tu sonrisa. Y
lo que es más importante aún, te adorará por haber sobrevivido a tus
cicatrices.
—¿Es así el
señor Nolan contigo?
¿Te quiere como siempre deseaste que te amaran?
Miley se mordió
el labio. Se sentía como un fraude. Sobre todo en ese momento, cuando quería
ser honesta con Lissa.
—Él no mira sólo
las apariencias —dijo, sabiendo que eso al menos era verdad—. Esa es una de las
razones por las que es tan especial.
—Tienes suerte
—dijo Lissa.
Miley consiguió
esbozar una sonrisa forzada. No se sentía especialmente afortunada. Tuvo que
recordarse a sí misma que en realidad era una suerte tener a Nick como amigo.
—¿Pensáis tener
niños en cuanto os caséis?
—¿Perdón? ¿Niños?
—Miley se quedó sin respiración al imaginarse teniendo un bebé de Nick—. No tendré
niños hasta que acabe la universidad.
—¿A él no le
importa?
—No —Miley tragó
saliva y decidió seguir adelante—. Él quiere que acabe la carrera. Sabe que es
muy importante para mí. Mi madre nunca hizo nada fuera de casa porque mi padre
la desanimó, y Nick
no será así conmigo. Nunca.
—Debe ser
agradable tener a alguien que te quiera tanto. Tienes mucha suerte.
Miley volvió a
sonreír, pero le costó un esfuerzo doloroso. No sabía que le molestaba más:
sentirse deshonesta por decir que
Nick y ella estaban prometidos, o saber que todo lo que había dicho sobre
él era cierto.
Cuando llegó a
casa, después del trabajo, Nick
abrió la boca para llamar a Miley, pero calló al oírla hablar por
teléfono.
—Claro que iré a
casa en Navidad, mamá —decía Miley, paseando descalza por la cocina—. Simplemente
no iré pronto. He quedado en…, en cuidarle la casa a un amigo —dijo cruzando
dos dedos— que me deja quedarme gratis el resto del mes.
Siguió un
silencio.
—Supongo que tendré
buenas notas —dijo Miley—. Eso no es problema. Pero me alegro de no haber
buscado trabajo este semestre, porque algunas clases eran difíciles —otra
pausa—. No. El dinero no es problema —dijo, cruzando más dedos y poniendo los
ojos en blanco—. Sí, tengo otro apartamento apalabrado desde el uno de enero
—dijo, cruzando los dedos de la otra mano —hizo una mueca de contrariedad—. Sí,
me estoy manteniendo apartada de los hombres —cruzó dos dedos más y cerró los
ojos—. Sí, mamá, desde luego que me voy a mudar más cerca de la universidad en
enero —descruzó todos los dedos—.
Yo también te quiero. No trabajes demasiado.
Pronto nos veremos —colgó el teléfono y suspiró—. Ay, qué telarañas tejemos
—murmuró—. Cuando mentimos como perros.
Nick se acercó por detrás y le tiró suavemente del pelo