jueves, 29 de noviembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 32






Demi sabía que Annette estaba allí antes de que abriera sus ojos. Su perfume de opio llenó la habitación. Era difícil para Demi respirar sin cubrir su nariz o llenar su garganta con el olor. Se alzó sobre un brazo, tratando de limpiar el gusto del perfume de cerezo del paladar de su boca con la lengua y parpadearon para hacer que desapareciera el sueño.
—Buenos días.
Annette se quedó inmóvil, con un par de jeans medio doblados en sus manos, y con la mirada fija en Demi desde el pie de la cama de Joseph. Una sonrisa sincera se dibujó en su pequeño rostro.
—Buenos días. En realidad, buenas tardes.
Mierda. No de nuevo. Demi notó la almohada vacía a su lado.
—¿Y cómo he llegado hasta aquí?
—El Sr. Jonas la dejó aquí anoche. Después de que, eh, se desmayó. —Sus mejillas se ruborizaron. Bajó su barbilla y miró a Demi con sus largas pestañas y rápidamente devolvió la mirada hacia la ropa. Ella las dobló y las colocó en el closet.
Demi pensó en eso por un minuto, se levantó hasta sentarse, aferrando la sábana sobre su pecho desnudo. Recordó a Joseph, su confesión, la admisión de su conexión extraña e íntima. Se había arrodillado a su lado cuando no pudo levantarse y luego... nada.
—¿Me llevó todo el camino? Wow.
Las cejas delgadas de Annette subieron por encima del marco de sus grandes gafas, con un gesto rápido y feliz.
—El Sr. Jonas dijo que te has convertido. No creo que le importe. De hecho, apuesto que disfrutó mucho tenerte tan cerca. Desde luego te miró de esa manera esta mañana.
La pequeña mujer se echó a reír, su sonrisa con brillantes dientes. Juntó las manos
en su pecho y, por un segundo, Demi esperaba que las frotara con una alegría impaciente.
—¿Esta mañana? ¿Entonces él estuvo aquí hace un momento conmigo? Demi trató de no demostrar demasiado el hecho de que necesitaba a alguien más para confirmar que su pareja estuvo en su cama.

—Por supuesto. Él la pasó mal dejándote sola aquí, pero tenía una reunión de negocios.
Un cosquilleo caliente llenó el vientre de Demi. Él la había sostenido toda la noche. Ahora recordó la sensación cálida de él, la seguridad de sus brazos, la fuerza, la ternura. Dios mío, le gustaba la forma en que parecía atesorarla. Le gustaba la forma en que ella le atesoró. Las cosas estaban bien. Demi gruñó desde la cama, sacó el pelo de su cara y luchó contra la tonta sonrisa que amenazaba con descontrolar su boca. Ellos estaban destinados el uno al otro, como en un cuento de hadas, pero de la vida real.
Annette parloteaba.
—Él se aseguró de que yo le consiguiera ropa limpia y algo de comer y todo lo que usted pueda necesitar. Hay vaqueros, camisetas y ropa interior aquí para usted. Adiviné su talla, pero soy bastante buena en ello. Hay un sándwich de mantequilla de maní y un vaso de leche para cuando esté lista. —Ella hizo un gesto a la mesa de noche—. El señor Jonas pensó que le gustaría, pero si prefiere…
—No. —Demi echó un vistazo a la bandeja de plata mostrando una sonrisa—. Es, uhm, perfecto. Es absolutamente perfecto.
Annette rió en silencio otra vez, sus hombros elevados.
—Lo es, ¿cierto? Es tan romántico.
De acuerdo, ahora su interés sobre la vida amorosa de Demi empezaba a ser raro.
—Wow, tú eres realmente cercana a tu jefe, ¿eh?
—Oh, sí. Él es justo así, bueno, él es así de maravilloso.
—Está bien. ¿Qué tan cercanos son los dos
—Él significa mucho para mí. —Ella se encogió de hombros. Se arregló la arruga de su alta blusa abotonada por un momento—. Yo lo amo.
—De verdad.
¿Así que porque ella estaba tan feliz de ver a Demi en su cama? ¿Juntos?
No era que realmente le importara. Annette era hermosa y pequeña, de unos treinta años, dulce, de pelo castaño, con un moño, gafas grandes, parecía una bibliotecaria. Ella tenía unos hermosos ojos marrones y una figura absolutamente perfecta que iba con su copa-B, piernas bien formadas en unos cómodos zapatos de tacón bajo, si ella realmente era la competencia por el cariño de Joseph, Demi sería la que terminara fuera de la cama.

—Así que… —Demi pensó una manera discreta de hacer su pregunta y fracasó—. ¿Ustedes dos han tenido relaciones sexuales? Estaba agotada, su cuerpo se sentía como si hubiera sido descuartizado, y su fuerte vínculo con Joseph había convertido su cerebro en puré. Ella no tenía
neuronas de sobra como para andarse por las ramas, y pensando en la forma enque se comportaba el resto de la familia, parecía una pregunta legítima.
Annette arrugó la frente.
—No. claro que no. Yo nunca podría... Bla... —Un estremecimiento la sacudió de pies a cabeza. Parecía como si ella fuera a vomitar.
—Hey, no te contengas. Dime cómo te sientes. —La ofensa de Joseph hacia la repulsión de la mujer era demasiado rebuscada para pensarlo.
Annette miro rápidamente a Joseph.
—No. No es eso. Yo lo amo. Pero no de esa manera.
—Muy bien, estoy perdida.
Annette se echó a reír.
—Lo siento. No, mira, yo he conocido a Joseph, el Sr. Jonas, casi toda mi vida. Sería como dormir con mi padre.
Las mejillas de Demi se calentaron. Eso sin duda explicaba el estremecimiento de Annette. Joseph no parecía lo suficientemente mayor para ser su padre, a menos que se partiera del hecho de que era un hombre lobo. ¿Él realmente envejecía lentamente?
—¿Cómo lo conociste?
Sus manos se entrelazaron delante de ella, muy apropiadamente. Annette camino y pasó al extremo de la cama, apoyando su cadera contra el borde del colchón.
—Él me rescató.
Por supuesto que lo hizo.
—Mi padre, mi padre biológico, era un hombre abusivo —dijo Annette—. Y las cosas empeoraron después de que mi madre murió de cáncer. Tenía seis años cuando me encontró Joseph. Había estado caminando delante de mi casa y escuchó a mi padre atacarme.
—¿Atacarte?
—Él abusaba sexualmente de mí…
—Dios, lo siento. —Demi de repente quería abrazarla. Annette se encogió de hombros—. Fue hace mucho tiempo y Joseph me sacó de allí ese mismo día. Él sólo irrumpió en la casa, caminó hasta el dormitorio y lanzó a mi padre a través del cuarto. Le dijo que me estaba llevando a un lugar seguro y si alguna vez intentaba ponerse en contacto con cualquiera de nosotros, lo mataría. Creo que él lo hubiese matado allí mismo si no fuera por mí.
—Eso es horrible, Annette. Me alegro de que Joseph estuviera allí.
Ella asintió con la cabeza, sus dedos jugaban distraídamente con un hilo del edredón.
—Nunca hemos oído hablar de él. Ni siquiera presentar una denuncia policial.
Sólo una especie de... desaparición.
Esa última declaración hizo que la sangre de Demi se enfriara. Ella lo ignoró.
Existían demasiadas posibilidades de que hubiera esqueletos en el armario. Además, esto no era una película. Ser un hombre lobo no te convierte automáticamente en un asesino. Incluso si el chico se lo merecía.

—Desde entonces Joseph  se encarga de mí. Él y Donna eran como mis padres. Cuando su matrimonio empezó a ir mal, yo estaba aterrada, pero yo sabía que los estaba destruyendo el permanecer juntos.
—¿Conocías a Donna?
Annette volvió a asentir y se acercó más al lado de la cama.
—Ella era una gran señora. Hermoso cabello castaño arenoso, ojos verdes y una cálida sonrisa. Se amaban, pero nunca estaban a gusto juntos. ¿Ya sabes a qué me refiero? Como ellos no coincidían... fuego.
—Sí. —Ella sabía exactamente lo que quería decir Annette con fuego. La misma forma en que ella se sentía con Joseph, como si fueran dos mitades de un mismo rompecabezas. Un ajuste perfecto.
—Por eso me alegré mucho cuando él te trajo a casa. —Annette se acercó un poco más hacia Demi—. Nunca ha traído a casa a nadie. Y cuando lo vi sonriendo sabía....
El vientre de Demi se agitó. Dios mío, ella estaba profundamente... No le importaba. Era exactamente donde quería estar.
—Es un buen hombre. Se merece ser feliz. Y ahora que te tiene. Tú eres una
de ellos, una de la familia. —Annette se colocó por última vez en la misma posición, ahora enfrente de Demi—. Yo haría cualquier cosa para cambiar de lugar contigo.
—Pensé que habías dicho que no pensabas en Joseph de esa manera —No lo hago. Él no es mi tipo. Quise decir cambiar de lugar contigo con esta familia, en la manada.
El corazón de Demi saltó.
—¿Sabes?
—¿Qué? —Se rió Annette—. ¿Que todos ustedes son hombres lobo? Por supuesto.
—Y no estás sorprendida. ¿No tienes miedo? —Demi recordó su lucha por creer, y llegar a un acuerdo con la verdad.
—No. Son como mi familia y usted también lo será, salvo... —Annette se enfurruño, los hombros caídos—. No soy realmente uno de ellos. Todavía soy humana.
—¿Y tú quieres ser como ellos, me refiero a nosotros?
Annette capturó su labio inferior entre los dientes, con la mirada abatida.
Ella asintió con la cabeza.
—Pero Joseph no te convertirá —supuso Demi.
—No. Dice que nunca morderá a nadie para que se convierta. Él fue mordido, no nacido como su esposa y el resto de ellos. Pero como no eran verdaderos compañeros de vida, su experiencia ha sido dura.... No puedo imaginar que alguien elegiría esa vida. No es que él no quiera que yo sea uno de ellos, simplemente no se atreve a hacerlo.
—¿Qué pasa con Lynn y Rick y los demás?

Annette mantuvo la mirada fija en las piernas estiradas de Demi, su mano encontró la rodilla de Demi a través del edredón. Ella la apretó, el pulgar masajea un lado.
—Ellos siguen posponiéndome. Pero yo estaba pensando, ya que te has adaptado al virus probablemente podrías transformarme. Podríamos hacerlo más divertido.
Un olor caliente almizclado cosquilleó la nariz de Demi y agitó su cuerpo.
Annette se despertó... un mordisco. Los fuertes sentidos de hombre lobo hacían que el aire pareciera maduro con el entusiasmo cada vez mayor de la mujer. La idea de Annette de diversión se hacía bastante clara.
—Uhm, Annette. —Una risa nerviosa burbujeó de Demi. Ella se retorció, sintiendo la fiebre del calor familiar de su sexo—. Estoy muy halagada, pero no me balanceo de esa manera. No es que no estés... Me refiero a que eres, en realidad estás... es decir, que nunca... bueno, siempre he... Me gustan los chicos.
Annette tiró sus gafas de su cara con una mano, la otra caliente aún en las rodillas de Demi. Ella las arrojó a la mesa de noche para caer fuerte en la bandeja de plata. Esos ojos marrones muy ratoniles cerrados sobre Demi, el ratón había cambiado a una leona en celo.
—¿Cómo sabes si nunca lo has intentado?

Levantó la mano y tiró de los alfileres de su cabello, dejándolo caer en sus hombros suaves como la seda. Ella sacudió la cabeza y el aliento de Demi la sorprendió, sus músculos sexuales se encorvaron. La mujer era atractiva. No había ninguna discusión de esto...
¡Whoa! ¿Qué pasaba con ella? Se había convertido en una maníaca sexual. Demi se deslizó en el colchón con la mano libre, tratando de deslizarse lejos.

Oye, yo no soy así. Me refiero a que realmente... pero no puedo...
—No te preocupes. No hay nada de malo. Los hombres Lobo han aumentado los sentidos, el apetito. Todas las cosas. —Ella comenzó a desabrocharse la blusa, dejando al descubierto el sujetador dulce de encaje—. Además, aunque el virus es neutralizado, su cuerpo todavía está adaptándose. Hice cierta investigación. Usted estará excitada como el infierno por unas semanas. Como he dicho, Joseph no es mi tipo, pero sí compartimos gustos similares.
—Oh, por favor no muevas las cejas así —dijo Demi—. Es preocupante en muchos niveles.
Ella echó la cabeza hacia un lado, sus pestañas parecían más largas, gruesas, le daba sombra a su mejilla.
¿No te has preguntado alguna vez qué se siente estar con una mujer? No es como tocarte a ti misma. Cada mujer es diferente, pero somos bastante parecidas, sé que se sentirá bien para nosotras dos.
Era el turno de Demi para estremecerse, pero no era la repulsión que ondulaba bajo su espalda, que reunía entre sus muslos. Esto era la lujuria.
Disparando. Su mirada cayó al bonito sostén de encaje, a las elevaciones de carne asomándose por los bordes. Se humedeció los labios, tenía la boca seca de repente.
—Podemos ir despacio. Vamos a esperar tu turno. —La mano de Annette se deslizó más arriba en la pierna de Demi resbalando al lado para rastrear el interior de su muslo.
Demi tomó aliento y Annette se paró, pero no antes de que las piernas de Demi se abrieran media pulgada sobre el reflejo.

—Date la vuelta.
—Uh-huh. —Annette asintió con la cabeza, con la mirada fija pasó la mano, caliente y pesada contra la parte interna del muslo de Demi, a su cara y a la espalda de nuevo—. Puedes ir primero. Lo que me hagas, te lo haré a ti. Así no haré nada que tú no quieras.
—Pero realmente no quiero…
La expresión de Annette dejó las palabras en la garganta de Demi. Incredulidad, tal vez un poco de ambos, en cualquier caso, ella tenía razón. Una parte de Demi estaba curiosa y la otra parte simplemente estaba caliente. La inundación repentina de calor entre sus muslos fue prueba de ello.
El vientre de Demi se estremeció, su corazón se aceleró, la anticipación del hormigueo a lo largo de su piel.
—No sé qué hacer.
El masaje de Annette comenzó de nuevo, lento y firme, erótico. Demi sintió la pulgada más cerca, los dedos de Annette frotando perversamente cerca de su coño.
—Eres una mujer hermosa, Demi, con un gran cuerpo. Sinceramente, me encantaría tocarte en cualquier lugar: en todas partes. Así que donde quiera que me toques es perfecto.
La mirada de Annette cayó en la mano de Demi que estaba frunciendo la sábana en el pecho.
—Tienes pechos increíbles. Los míos no son tan grandes, pero mi piel es suave. Puedes tocarlos. Descúbrelo por ti misma.
Demi tragó saliva, miró los montículos pequeños por debajo del encaje blanco. Alargó la mano y Annette se arqueó hacia ella. Sus dedos rozaron lo largo de la correa, el rastreo hasta el encaje que hizo a lo largo de una línea agitando un pecho hacia el centro. Ella apenas tocó la carne de Annette, pero la era carne suave, cubriendo su pecho, y contuvo el aliento.
Envalentonada, Demi abrió la mano, presionó su palma de la mano al pecho de Annette, sentía el corazón acelerado por debajo. La respiraciones de Annette venían rápidamente y superficiales. Demi lo ahuecó en su mano, se deslizó más bajo, tomó todo su pecho en su palma.
El peso, el calor, el suave tacto de ella, ella era la mujer, era divino y el cuerpo de Demi tarareaba a la vida.
Ella cogió el pezón de Annette y apretó, suavemente, y lo hizo rodar entre su pulgar. Annette gimió, con los ojos cerrados, con la espalda arqueada en el firme apretón de Demi.
Los propios senos de Demi le dolían por atención, sus pezones, erectos, duros contra las sábana. El corazón le martilleaba en el pecho, flexionando los músculos de su coño, necesitados y listos. Deslizó sus dedos sobre la correa del sujetador de Annette, la empujó fuera de su hombro y deslizó su mano por debajo.

Al igual que los pétalos de rosa, la piel satinada de Annette era suave, incluso cuando era dura, arrugada y aterciopelada. Una chispa de calor sobre el cuerpo de Demi, un cosquilleo, disparó directamente a su sexo, abriendo sus piernas a las persistentes caricias de Annette. La mano de Annette se deslizó hasta el vértice de los muslos de Demi, expertamente acariciando su coño a través de las sábanas. Sus jugos empapando en cuestión de segundos, moldeando la sábana los detalles de su coño eran palpables.
La sensación del pecho de una mujer en la mano era pecaminosamente erótica, tan nueva, tan suave, tan sensible a su tacto, Demi quiso más. Ella se inclinó encima, ahuecando debajo, ofreciéndose un pezón muy excitado hasta su boca.
Demi chasqueó la lengua, degustando de la carne dulce por el polvo.
Annette jadeó empujando sus pechos hacia Demi, su cuerpo pidiendo más. Demi abrió los labios y succionó a Annette en su boca. La textura adictiva se rizó sobre su lengua, dura y blanda a la vez. Inmediatamente, las tripas de Demi se apretaron, el endurecimiento de los músculos bajo su cuerpo.
El pecho de Annette llenó su boca, moldeada por el apretón de su mano, cálida y flexible. Ella cogió el pezón con los dientes, le dio un mordisco pequeño que hizo que Annette suspirara, luego retrocedió.
Annette se lamió sus labios, sus ojos revoloteaban abiertos para encontrar los de Demi.
—Dios, se sentía bien. Quiero hacer lo mismo por ti.
Cogió la sábana todavía en su cuello. Demi dejó caerla, permitió que se moviera hasta su regazo, dejando al descubierto sus pechos desnudos.

—Eres tan hermosa, Demi —dijo Annette, su mirada fija en el duro pezón de sus pechos. Ella no dudó, alisando la mano por los contornos inclinados.
Su pequeña mano ahuecó debajo, sostuvo el peso de ella. Demi nunca había estado con un hombre cuyas manos estuvieran tan pequeñas y delicadas como las de Annette. La diferencia era extrañamente excitante.
Su suave palma, los dedos delgados, la mezcla perfecta de presión y suavidad que sólo una mujer podía saber, Demi se encontró presionando al toque de Annette.
Incluso cuando la mano de Annette guardó un ritmo delicioso en el sexo de Demi, ella se inclinó y tomó su pecho en su boca. Demi se quedó sin aliento en la succión húmeda, hormigueos corrían sobre su piel, calor desbordaba a través de su cuerpo. Su lengua jugaba con el pezón duro de Demi chasqueando y arremolinándose, dibujándolo.

Los músculos sexuales de Demi se doblaron, por dolor a estar llenos. Ella apoyó las manos en el colchón a ambos lados de sus caderas, al no poder negar a Annette el placer, acarició a través de ella. El olor dulzón de su perfume, su pelo largo hacía cosquillas en su vientre, su piel suave como la seda, las sensaciones fueron enloquecedoras.
Demi la miró por un momento y observó el dulce rostro femenino presionado su pecho. Su pequeño oído con el arete de plata, su piel suave y labios sensuales. Vio cómo la lengua de Annette jugueteaba.
Con el pezón, notó sus largas pestañas cubiertas de rímel, la sombra en sus mejillas. Ella era una mujer. La visión era todo lo malo y tanto más erótico.
El cerebro de Demi giró con una mezcla caliente de sensación y razón, no era natural. No para ella.
Su cuerpo tenía una mente propia, queriendo algo, todo, reconociendo la satisfacción en cualquier forma. Pero el cerebro de Demi no podía permitirlo, no podía dejar de lado las preferencias instintivas.
—No. —La voz de Demi estaba apenas allí, su aliento caliente y jadeante—. Para. No puedo, Annette, para.
Annette se apartó de su pecho, sus dedos seguían acariciando el coño de Demi. Se humedeció los labios, los ojos entornados. Se acercó a los labios de Demi.
—Pero te gusta esto. —Su voz era ronca, sus labios rozando los de Demi—. Puedo decir que te gusta esto.
—Sí. Me gusta, pero no... No de esta manera. Esto... esto... No, no, esto no es... Mierda. —Annette siguió acariciando, las caderas de Demi se apretaban hacia su toque a pesar de ella. No podía pensar.
—Annette… —demi agarró su muñeca, tiró su mano de su sexo—. Por favor. Para. —Annette se enderezó, parpadeando. Con sus cejas arrugadas, el labio inferior en un puchero, evitó los ojos de demi.
—Lo siento. Pensé que te gustaba esto. No pensé que te forzara.
—No me forzaste —dijo demi, luchando por recuperar el aliento, para calmar el golpeteo de su corazón, la necesidad de saltar a través de su cuerpo—. Me he dejado llevar. Tal vez sea el virus. Pero yo estoy con Joseph.  No estaba segura de lo que significa, pero lo puedo sentir y esto... esto es un error. No sólo porque eres una mujer, pero...
—Oh. Yo no había pensado en eso. Dispara. —Los ojos de Annette se abrieron ampliamente y esperanzados—. ¿Vas por lo menos a morderme?
No tenemos que tener sexo para que me conviertas.
Demi no pudo evitar la sonrisa tirando de su boca. ¡Qué extraño mundo en el que ella había caído!
—Lo siento, pero no puedo. Ahora no. No estoy segura de cómo me siento acerca de ser... lo que soy. Yo no me sentiría bien condenándote a la misma suerte.
La sonrisa esperanzada de Annette vaciló, pero después de un aliento  profundo ella la forzó más brillante, aunque la expresión todavía no fuera convincente.
—Yo entiendo. Usted y Joseph  se parecen mucho, yo calculo que tal vez en algunas semanas o meses usted cambie de opinión.

—Tal vez.  Demi sonrió, odiando la desilusión que rodeaba el tono de Annette.
—Gracias. —La sonrisa de Annette vaciló como si ella luchara para guardarla en sus labios. Ella retrocedió, fijando su sujetador, metiéndose en su blusa—. Diría que lamento lo de la tentativa de seducirle, pero no lo lamento. Me encanta Joseph, pero tenía que intentarlo. Sé bien cómo se siente, así que usted no tiene que preocuparse de que vuelva a ocurrir.
Las mejillas de Maizie se calentaron. Ella tiró de la sábana hasta el cuello y sonrió.
—Está bien.
Annette cogió las gafas y se torció el pelo en un moño y ella se fue.
Joseph no volverá de su reunión con el Sr. Cadwick durante una hora o más. Así que si necesita algo utilice el intercomunicador. Algunos de nosotros no tienen la audiencia de un superhombre lobo —dijo ella, bromeando cuando cerró la puerta detrás de ella.
Voraz, Demi devoró el sándwich de mantequilla de maní de tres pisos y se bebió el vaso de leche antes de que considerara incluso una ducha. Se tomó su tiempo bajo el agua caliente, memorias destellaban por su mente. Estaban segadas por los ojos de su mitad lobo, nublados y siniestros como si algo sobre ellos fuera importante. Ella no podía poner dar con ello, sin embargo. Había secado su pelo y había terminado de vestirse antes de que la golpeara.
Cadwick. —La memoria cristalizó en su mente en el momento en que ella dijo su nombre.
¿Aquellos papeles, qué fue de ellos? El estómago de Demi le dijo que no era nada bueno. Annette había dicho que Joseph estaba en una reunión con Cadwick ahora. Si ella pudiera llegar a Joseph tal vez podría usar su conexión para conseguir que el hombre lobo dejara en paz a la abuela y sus tierras.
Demi corrió hacia el teléfono en el lado opuesto de la cama. El intercomunicador zumbó y zumbó, pero nadie lo cogió. Ella no podía esperar. Tenía que encontrar una manera de contactar a Joseph antes de que su reunión hubiese terminado, un teléfono celular o un número o algo.
Ella se dirigió de lleno por los pasillos largos, sus pisadas resonaban en los techos altos y paredes revestidas. Encontró la enorme escalinata que  conducía al vestíbulo de entrada y tomó tres escalones a la vez. La puerta alta de la entrada estaba delante de ella, el arco de la sala y las salas a la derecha, Demi se volvió hacia las puertas de madera de doble anchura a su izquierda.

Había visto a Annette salir de esa habitación el primer día que Joseph la había llevado a la mansión. Había vislumbrado estanterías y alfombras gruesas y un gran escritorio de roble. Tenía que ser su oficina de la casa.
Primero llamó. No hubo respuesta. Llamó más duro, golpeó, y aún no hubo respuesta. Demi intentó abrir la puerta. Con un clic se abrió y ella se deslizó en el interior.
La mesa que había visto a través de la puerta abierta era más corta de los dos.
Las pilas de papeles, carpetas de archivos abiertos y las notas adhesivas cubriendo la parte superior del organizador, caótica. Demi adivinó que el escritorio pertenecía a Annette. Había un gran monitor de pantalla plana en un rincón que hacía juego con el de la esquina de la otra mesa, más grande.
Demi miró hacia la mesa de madera más grande y elegante, limpia y ordenada, con su escritorio de conjunto de cuero oscuro. Casi podía ver a Joseph sentado detrás de él, frunciendo el ceño mientras garabateaba notas o enviando correos electrónicos importantes a una de sus conexiones de alta potencia.
Su vientre se estremeció, una sonrisa pellizcó sus mejillas. Ella rompió sus pensamientos del pelo plateado y músculos duros con un esfuerzo decidido. Rodeó alrededor de la mesa de Annette y buscó una libreta de direcciones o un botón de marcación rápida en el teléfono. Tenía que haber alguna forma rápida y fácil para ponerse en contacto con Annette o Joseph.

Demi cogió el teléfono en la esquina opuesta de la pantalla del ordenador cuando algo en la mesa le llamó la atención. Una carta abierta, papel recortado en un sobre, el membrete de oro brillando en una corriente de luz solar. Ella reconoció el nombre, el juez Charles Woodsmen, de la factura de teléfono de la clínica de asilo de la abuela. Las llamadas de la clínica de ancianos tanto entrantes como salientes por razones de seguridad.
Ella no había pensado nada de ello entonces, imaginándose que el tipo lo molestaba para votos de reelección o algo. ¿Era sólo una coincidencia o Joseph lo sabia? Ella exploró la carta.

Joseph,
Se adjuntan los documentos y procedimientos que discutimos para obtener la tutela de Ester Lovato. Hablé con ella por teléfono y no preveo un problema en apoyar un argumento a favor de incapacidad mental, siempre que no haya miembros de la familia para protestar por su presentación. Si se presentase un conflicto, yo, por supuesto,
completamente examinaré su argumento. Mientras tanto, como usted habrá deducido, deberá mantener un control total de las explotaciones.
Todas las ventas y las transferencias realizadas durante este tiempo no se pueden volcar con facilidad. Espero que esta información sea de utilidad para usted.
Espero nuestro juego del domingo. Tengo un nuevo siete de hierro que me muero por probar.
Atentamente, Chuck
Juez Charles Woodsmen
Juez del distrito de Pittsburgh Tribunales de Condado.

Demi no podía respirar. Tragó saliva, el corazón le latía en sus oídos. Ella había estado en lo cierto. joseph después de todo quería las tierras de la Abuelita.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Pasion Peligrosa Capitulo 10





Pero ¿había podido Bryson perdonarse a sí mismo? ¿O acaso el sentimiento de culpa lo había conducido a hacer cosas terribles, tal y como sostenían algunos habitantes de la ciudad? Demi trató de calmarse para que la imaginación no se apoderase de su raciocinio. No existía la menor relación entre David Bryson y la muerte de Bethany Petéis. Nada excepto una natural desconfianza hacia la figura de aquel hombre, y Demi sabía que formaba parte de un prejuicio. Ashley había sido su amiga.

Debía tener cuidado. Una perspectiva tan sesgada terminaría por probar el punto de vista de Joe y le daría la razón con respecto a que ella no tenía cabida en una investigación policial.
—No van a encontrar nada —murmuró Geoffrey Pierce con displicencia, con la mirada fija en la puerta del solario—. Esa chica estaba muerta antes de que la colgaran.
Demi había llegado a la misma conclusión, pero no fue admiración lo que sintió por la aguda observación de Geoffrey.
Anteriormente, cuando todos habían entrado corriendo en el solario, el resto de los miembros de la familia Pierce habían sufrido una fuerte conmoción ante la visión del cadáver. En especial Zachary, que había perdido el color cuando su padre sugirió que él y Drew buscaran una forma de bajar el cuerpo. La misma expresión de horror y compasión habían reflejado los ojos azules de todos los Pierce, excepto en el caso de Geoffrey.
Sus ojos solo se habían iluminado con una cierta curiosidad objetiva.
Demi no tuvo más remedio que interesarse por un hombre, ajeno a ese mundo, que podía guardar la calma de un modo tan estoico frente a semejante escena.
— ¿Por qué cree que Joe no encontrará ninguna prueba? —preguntó.
—Porque, quienquiera que hiciera algo así sabía lo que hacía.
— ¿Un hombre?
—Teniendo en cuenta su amplia experiencia en este campo, estoy seguro que sabrá tan bien como yo que esta clase de crímenes es perpetrado casi siempre por hombres de raza blanca. Aparentemente, los asesinos en serie son una desgracia que solo sufre nuestra raza y nuestro género —concluyó sin excesiva preocupación.
— ¿Un asesino en serie? —Demi fingió sorpresa—. ¿Quién ha hablado de un asesino en serie?
—No me diga que no ha pensado en eso mismo cuando ha descubierto el cuerpo —Geoffrey le dedico una enigmática sonrisa—. ¿No se ha fijado en cómo estaba expuesto el cadáver? ¿Qué otra cosa puede ser?
—Un acto salvaje —dijo Demi—. Un crimen pasional.
—Usted no cree eso —sacudió la cabeza—. Sabe tan bien como yo a lo que nos enfrentamos en esta ocasión.
Demi había estudiado casos similares en sus cursos de doctorado. Sabía perfectamente qué implicaba que un asesino firmara sus muertes. Pero no dejaba de preguntarse cómo lo sabía Geoffrey Pierce.
¿Acaso un nuevo cuerpo vendría a corroborar en las próximas horas su teoría?

La tormenta se había alejado hacia el mar hacía una hora, pero Demi todavía podía distinguir los destellos de los relámpagos desde el interior de su coche, aparcado un poco más abajo de la Funeraria Krauter. El aguacero había amainado y había dado paso a una persistente llovizna que brillaba sobre el adoquinado de la calle, semejando un cuadro impresionista.
Era muy tarde, pasadas las tres de la madrugada, y por un momento Demi sintió sobre su piel el sobrecogedor silencio, la paz sobrenatural que se había instalado en la noche tras el despertar de la espeluznante violencia.
Amparada por los sillones de su nuevo coche, apenas podía creer lo acontecido en las últimas horas. Pero era real. Una estudiante había sido asesinada y ella había descubierto el cadáver. Ningún seminario, ninguna clase y ningún título la habían preparado para una visión tan atroz.

Demi contempló con nerviosismo cómo el coche fúnebre que transportaba el féretro de Bethany Peters se deslizaba lentamente a su lado. Los cristales tintados eran tan oscuros que no pudo distinguir a ninguno de los ocupantes, pero sabía que detrás del conductor iba otra persona. Había estado presente en la mansión de los Pierce cuando los empleados de la funeraria se llevaron el cuerpo. Al día siguiente lo trasladarían a un hospital cercano donde se determinaría la causa de la muerte. Pero esa noche descansaría en una sala de Krauter.

Pasion Peligrosa Capitulo 9





—Hay una escalera apoyada en una de las paredes —dijo Demi.
— ¿Qué? —preguntó ceñudo.
—Has preguntado cómo habría subido el cuerpo hasta ahí arriba. Vi una escalera en el solario. El señor Pierce me dijo que la utilizaban para cortar las hojas muertas de las enredaderas y para cambiar los tubos de neón de las luces ultravioletas.
— ¿Te fijaste si alguien tocó la escalera?
—No. El señor Pierce sugirió a sus hijos que la utilizaran para bajar el cuerpo, pero yo se lo desaconsejé. Advertí que teníamos que dejar el cuerpo tal y como lo habíamos encontrado —añadió Demi.
Al menos, admitió para sí Joe, había hecho lo correcto.
—Examinaremos la escalera en busca de huellas —indicó sin prestar atención a la mirada expectante de Demi.
Estudió el área que quedaba justo debajo del cuerpo. El suelo estaba lleno de barro y pedazos de cerámica de las macetas rotas, esparcidos sobre las losas y junto a las puertaventanas. Joe reconoció la huella de una pisada sobre el lodo.
— ¿listaba todo esto así cuando tú entraste? —dijo y se agachó.
—El suelo estaba mojado —se mordió el labio—, pero yo choqué con las macetas al resbalar y las tiré al suelo.
— ¿Esta huella es tuya? —preguntó con seguridad.
—Sí, eso creo.
—Lo comprobaremos de todos modos. Necesitaré tus zapatos para la prueba.
—Desde luego.
Los dos guardaron silencio un momento y Demi tomó la palabra.
—Te has dado cuenta, ¿verdad?
— ¿A qué te refieres?
—No hay sangre en el cuerpo ni en el suelo. Y fíjate en el color de la piel. Parece que el cuerpo ha estado expuesto a una temperatura extrema, pero no hay signos de congelación —apuntó Demi.

Joe había observado esos mismos detalles, pero los había omitido. Hacía tiempo que había aprendido que no debía dar nada por supuesto.
—Yo diría que la mataron en otra parte y la trajeron hasta aquí —dijo Demi—. Quizá lleve muerta varios días. Puede que el asesino haya escondido el cuerpo en un congelador hasta hoy.
— ¿Y eso qué significa? —preguntó Joe con curiosidad.
Tanto si quería admitirlo como si no, había algo en la seguridad que mostraba Demi al exponer sus teorías que llamaba su atención.
—Quizá haya esperado el momento oportuno para que alguien encontrara el cuerpo —levantó la vista hacia el cuerpo de Bethany Peters—. Yo diría que quería exhibir a su víctima. Hay una razón para que eligiera este lugar. El asesino intenta decirnos algo.
Joe comprendió al instante lo que ella quería decir. Los asesinos pasionales tan solo tratarían de esconder el cuerpo o alejarlo lo más posible para despistar a la policía. Nunca se pavonearían. Y tampoco lo haría un asesino profesional. Tan solo existía un tipo de asesino que actuaría de ese modo.

Demi se volvió hacia Joe y su mirada reveló una intensa preocupación.
—Este es un asunto muy grave, Joe.
Levantó los ojos hacia el cuerpo inerte. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que se enfrenaban a un caso terrible.
Tan pronto como llegó el médico forense, Demi fue expulsada del solario.
—Sacaremos el cuerpo de aquí —dijo Joe con firmeza.
—Pero me gustaría ayudar…
—Si necesitamos tu ayuda, te llamaremos —gritó y, al instante, consciente de que había hablado con excesiva dureza, suavizó un poco su tono—. Te agradezco todo lo que has hecho hasta ahora, pero esto es una investigación policial. Tienes que esperar fuera con el resto de los testigos.
Al ver que ella se resistía, Joe la agarró del codo con más fuerza.
—Vamos, Demi. ¡Dame un respiro!
—Pero no puedes pensar en serio que soy sospechosa —protestó—. Si escucharas a tu cerebro en vez de hacer caso a tu ego, comprenderías que puedo serte muy útil.
Demi se estremeció. No había tenido intención de decir aquello. No había querido provocarlo pero, por alguna razón, siempre acababa metiendo la pata cuando Joe estaba cerca.
—Ya has hecho más que suficiente —dijo con frialdad.
—Si te refieres al hecho de que los Pierce entraran en el solario, no tenía ninguna autoridad para impedirles el paso —se defendió—. No soy agente de policía.
—En eso estamos de acuerdo —y Joe enarcó las cejas.
—Solo quiero que me dejes estar presente mientras el doctor Vogel examina el cuerpo. Me gustaría escuchar su dictamen acerca de la causa de la muerte.
—Sal de aquí.
— ¡Joe!
— ¡Sal de aquí!
Abrió la puerta del solario y dio un leve empujón a Demi hacia el pasillo. La puerta se cerró a continuación con cierta violencia. Los Pierce seguían en el pasillo y la miraron con cierta curiosidad.
—Deduzco que sus servicios ya no son requeridos —comentó Drew.
—Los policías pueden ser tan… irritantes —dijo mientras se despojaba de los guantes de látex con cierto estrépito.
—No acostumbran a tener más de una idea en la cabeza —corroboró William—. Pero en este caso tengo que estar de acuerdo con el detective Jonas. La escena de un crimen no es el lugar idóneo para una señorita.
—Yo enseño Criminología —protestó Demi—. Estoy familiarizada con los asesinatos.
—No creo que tengas más de veinte años. Eres casi una cría. Si Ashley todavía estuviera viva, no me gustaría que presenciara una escena tan espantosa.

El dolor se reflejó en los ojos azules de William. Todo el enojo que había sentido hacia él a causa de sus comentarios sobre su corta edad se desvaneció al instante. La muerte de Ashley había afectado a toda la comunidad, pero sobre todo a su familia. Era obvio que su padre todavía lloraba su pérdida. Esa era la razón por la que nunca había sido capaz de perdonar a David Bryson y nunca podría.

Pasion Peligrosa Capitulo 8





—Un pánico excesivo a los lugares cerrados —explicó.
—Ya sé lo que quiere decir —dijo Joe—, pero solo tú lo expondrías de ese modo.
— ¿De qué modo?
—Apuesto a que solo tú darías la definición exacta del diccionario, palabra por palabra.
— ¿Y qué tiene de malo hablar con propiedad? —preguntó con su orgullo herido.
—Nada —Joe pensaba que las personas con un elevado coeficiente intelectual vivían aisladas en su pequeño mundo y nunca atendían a razones—. Pero no tengo claustrofobia. Solo que no me gustan demasiado todas estas malditas plantas.
—Bueno, quizá le tengas pavor a las plantas.
—En todo caso no me sobra tiempo —zanjó con firmeza—.Tenemos mucho que hacer.
—Desde luego.
Demi le dirigió una mirada fría, se giró y se encaminó hacia el fondo del solario sin decir una sola palabra.
Joe confiaba en no haber herido sus sentimientos, pero a veces podía llegar a ser terriblemente irritante. Tenía tanta información inútil almacenada en su cabeza que resultaba agobiante. Siempre había sido mucho más lista y superior al resto en opinión de Joe. Y esa era una de las razones por la que había tenido tantos problemas en la escuela. Bastante malo era ser una lumbrera pero ¿qué necesidad había tenido de restregárselo a todo el mundo en las narices?

Era una lástima porque no era una chica desagradable. Joe pensó que habría gente que podría considerarla atractiva, desde un punto de vista afectuoso. Tenía un bonito pelo, unos bonitos ojos y era delgada.
Había madurado desde que él había abandonado la ciudad seis años atrás, pero seguía siendo muy joven. Lo había pasado mal pensando en ella como en una mocosa indefensa a la que había procurado defender frente a las burlas de los matones del colegio. Y aún no comprendía por qué se había molestado. Ella había dejado muy claro desde el principio que no necesitaba ayuda de tipos como él.

Supuso que aquello era lo justo. No solo era muy inteligente, también era enormemente rica. Provenía de la parte adinerada de la ciudad, mientras que él había crecido en los muelles. Los padres de Demi eran científicos. Sin embargo, su padre había sido un borracho. Nunca se habían movido en los mismos círculos sociales.
Demi se detuvo nuevamente frente a él y levantó la vista hacia el cielo. Joe miró hacia el techo. El cuerpo colgaba de una viga de hierro, a unos tres metros de altura, y se mecía suavemente de lado a lado. Joe notó cómo se le helaba la sangre al descubrir el cuerpo, pese a que había tenido tiempo más que suficiente para prepararse. Pero, a pesar de su predisposición y de su experiencia, el asesinato siempre lo sobrecogía.
Sobre todo cuando la víctima era muy joven.

No podía tener más de dieciocho o diecinueve años. Sería la hija de alguien, la hermana de alguien. Y un asesino de sangre fría había extinguido su llama y colgado su cuerpo inerte igual que un pedazo de carne en la cámara frigorífica de un carnicero.
—No se trata de un suicidio —murmuró Demi.
Joe pensó que, efectivamente, no se trataba de un suicidio.
—Desde aquí no se aprecia ninguna herida —añadió Demi—. Pero estoy segura de que la mataron antes de colgarla. En caso contrario, habría… signos visibles.
Joe pensó que la víctima tendría la lengua fuera.
— ¿Cómo demonios ha podido subirla hasta ahí arriba? —murmuró Joe.
Advirtió, con el rabillo del ojo, que Demi estaba temblando. Había sido la alumna aventajada del profesor en Heathrow, pero estaba dispuesto a apostar a que no había más de uno o dos años de diferencia entre ellos. Muy a su pesar, Joe sintió cómo se despertaba su instinto de protección. Ella no debería estar allí. No tendría que haber permitido que volviese a entrar.
—Esto no nos llevará mucho tiempo —dijo Joe—. Necesito hacerte algunas preguntas sobre el descubrimiento del cadáver. Quiero que me indiques la posición exacta de los Pierce cuando entraron aquí. Cuéntame cómo reaccionaron, qué fue lo que dijeron, cualquier cosa que recuerdes. Después puedes esperar fuera con el resto.
Se volvió hacia él y lo miró con gesto serio.
—La verdad es que me gustaría quedarme hasta que el doctor Vogel examine el cuerpo —señaló Demi.
—Eso es imposible —negó Joe.
— ¿Por qué?
—¿Acaso no resulta evidente? Tú has encontrado el cuerpo.
— ¿Y eso qué importa…? —Se calló y abrió los ojos de par en par—. ¿Insinúas que soy sospechosa de asesinato?
—Todo el mundo es sospechoso —confirmó Joe—. No voy a descartar a nadie de momento.
—Pero… —y su voz se quebró de nuevo—. Naturalmente. Lo entiendo. Tienes que establecer las pautas. Pero creo, sinceramente, que puedo ayudarte. Tengo experiencia en la investigación científica. Soy una profesional, igual que tú.
—No eres como yo. Tú no llevas una placa —dijo abruptamente—. Si quieres ayudar, limítate a contestar a mis preguntas. Es todo lo que necesito de ti.

Parecía que fuera a protestar, pero no lo hizo. Frunció los labios y le dio la espalda. Seguramente había herido sus sentimientos, pero no había marcha atrás. A pesar de su doctorado, Joe no estaba dispuesto a involucrar a un civil en la investigación. En primer lugar no estaba bien visto recurrir a la ayuda externa. Eso podía herir la sensibilidad de más de uno y, en segundo lugar, no estaba convencido de que Demi fuera muy competente.

Era, sin duda, una mujer muy inteligente. Pero Joe había comprobado que, por mucho conocimiento teórico y por muchos libros que hubiese leído, nada podía sustituir el olfato adquirido patrullando las calles. Y pese a sus muchos títulos y a su exquisita educación, Joe dudaba de que alguna vez se hubiera visto en la tesitura de poner en práctica sus conocimientos. Una vez que hubiera contestado a sus preguntas, la mandaría a su casa.

Pasion Peligrosa Capitulo 7




— ¿Por qué no?
—Ya he dicho antes que me escapé de la fiesta para estar a solas unos minutos. No quería que nadie me viera.
— ¿Tenías miedo de que alguien pudiera seguirte hasta el solario? —preguntó Joe.
—No —Demi sabía que eso era una utopía—. Pensé que alguien podría ver la luz y sentir curiosidad. Además, era mejor observar la tormenta en la oscuridad.
—Entiendo. ¿Viste el cuerpo cuando te volviste para cerrar la puerta?
—Me resbalé y caí al suelo —asintió—. Por alguna razón miré al techo y descubrí su cuerpo colgando de una de las vigas de hierro.
Demi notó cómo se le quebraba la voz y empezó a temblar a su pesar.
La muerte no le era desconocida. En sus cursos de Investigación Criminal en Heathrow había enseñado a sus alumnos a analizar la escena del crimen y a observar a las víctimas de asesinato con objetividad. Después de graduarse había trabajado como interina en el Departamento de Policía de Worcester para completar su investigación y la tesis doctoral. Y apenas unos meses atrás había asistido a una serie de seminarios dirigidos por un investigador del FBI. Estaba acostumbrada al crimen. Vivía de cara al asesinato.
Pero cuando la víctima era conocida… alguien tan joven…
—Necesitaré tomarles declaración a todos —dijo Joe dirigiéndose a los Pierce, que permanecían apiñados detrás de Demi.
—Por ahora, prefiero que todos ustedes salgan de aquí —indicó Joe—. Necesitamos preservar la escena de crimen en el mejor estado posible.
—Me temo… —Demi hizo una mueca de disgusto— que ya hemos puesto en peligro el solario.
— ¿Alguien más ha entrado aparte de ti? —preguntó Joe.
—Entramos sin pensar en las consecuencias cuando Demi nos contó lo que había visto —explicó Drew—. Ella trató de mantenernos al margen, pero teníamos que asegurarnos de que la chica estaba muerta. Creímos que podríamos ayudarla.
— ¿Cuántos entraron? —preguntó Joe a Demi.
—Todos —admitió con pesadumbre.
—En ese caso, tendremos que comprobar las huellas dactilares de todos —y sacudió la cabeza con evidente frustración— También necesitaré la lista completa de invitados.
Se volvió hacia uno de los agentes uniformados que tenía a su espalda.
Asegúrate de que todas las salidas están cubiertas. No quiero que entre ni salga nadie sin mi permiso. Y no haré ninguna excepción —añadió mirando a los Pierce—. No me importan las excusas que puedan esgrimir.
—No esperará que todo el mundo espere aquí indefinidamente —apuntó Geoffrey Pierce, tío de Drew, con impaciencia—.Tengo cosas qué hacer.
— ¿A estas horas? —Demi le dirigió una mirada sospechosa—. ¿Qué clase de cosas?
Geoffrey no contestó y se limitó a permanecer de pie con aire de fastidio. Era un hombre alto, delgado, de pelo rubio y lacio. Pero no había llegado a la madurez en tan buen estado como su hermano mayor, William. Y no parecía tan compasivo como él. Era un hombre atractivo, al igual que todos los miembros de la saga, pero había algo en su expresión, una cierta crueldad en la forma de sus labios, que lo convertían en alguien siniestro y débil a un tiempo. Drew apoyó la mano en el brazo de su tío.
—El detective Jonas tiene razón, tío Geoffrey. Lo hemos fastidiado todo. Será mejor que no empeoremos las cosas —y se volvió hacia Joe—. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para colaborar.
—Cuento con ello —afirmó.
Joe sacó unos guantes de látex del bolsillo de su abrigo y se los puso. Entregó otro par a Demi.
—Enséñame el cuerpo, Demi.
Lo primero que llamó la atención de Joe al entrar en el solario fue la temperatura. La habitación seguía helada pese a que Demi había asegurado que había cerrado la puerta exterior. Podía sentir cómo el frío traspasaba su abrigo, pero recordó que todavía tenía la prenda mojada a causa de la lluvia.
Mientras caminaba detrás de Demi y avanzaban hacia el fondo del solario, se preguntó si habría podido evitar la tragedia de haber aceptado el puesto de guarda de seguridad en la mansión de los Pierce. Probablemente, no. Hasta el momento, parecía que el presunto asesino había sido capaz de deslizarse hasta allí y desaparecer sin ser visto ni por los guardas de seguridad ni por los invitados. Eso sugería a Joe que el sospechoso era alguien que estaba familiarizado con la finca de los Pierce. Alguien que había accedido a la fiesta en calidad de invitado o que se había colado por la puerta trasera con ayuda de un compinche.
Pero eso no limitaba mucho el campo de acción. Habían acudido invitados desde todos los puntos del Estado. Y tan solo en Moriah's Landing la mitad de la población había recibido una invitación o había sido contratada esa noche para cubrir algún puesto específico. La verdad era que el asesino podía ser cualquiera. Joe, algo abrumado ante esa idea, se aflojó el cuello del suéter con un dedo.
El solario estaba repleto de plantas. Algunos helechos habían crecido hasta lo alto de la cúpula mientras que un laberinto de parras nervudas se había enrollado en las vigas del techo y caían hacía el suelo, alejándose muy lentamente de los rayos del sol. Había macetas colgantes que derramaban las hojas como una fronda perezosa y chocaban contra los hombros de Joe, que no dejaba de pensar en arañas. El ambiente dentro del solario era sofocante. Era como si las plantas estuvieran aspirando todo el oxígeno de la habitación.
Demi se había parado frente a él y lo miraba con cierta curiosidad.
— ¿Estás bien?
—Perfectamente —admitió de un modo sucinto.
—Esto está muy cerrado, todo rodeado de plantas —dijo y señaló a su alrededor con la cabeza—. ¿No serás claustrofóbico, verdad?
— ¿Claustrofóbico? —la miró con recelo.