miércoles, 28 de noviembre de 2012

Seductoramente Tuya Capitulo 10






—Déjame un poco de oreja, preciosa dijo Demi, desenredando los dedos de Abbie. Puede que la necesite alguna vez.
—Quizá sea mejor que la tenga yo se ofreció Joseph.
—Cálmate, Joe Demi le frunció el ceño. Abbie y yo nos llevamos muy bien, gracias.
Abbie rió, como si las palabras de Demi le pareciesen graciosísimas. Joseph se quedó en silencio.
Sam tiró a Demi de un brazo, celoso porque su hermana hubiese acaparado toda la atención:
—Tengo unas zapatillas nuevas dijo, apuntando hacia ellas. Las otras se me habían quedado pequeñas.
— ¿Sí? Demi trató de sonar impresionada— ¡Qué rápidamente estás creciendo!
—Papá dice que me va a poner un ladrillo encima de la cabeza  comentó Sam con una risilla. Le dije que era una tontería. Aun así, seguiría creciendo.
—Cierto. Y estarías muy raro paseando con un ladrillo en la cabeza todo el tiempo, ¿verdad?
Sam rió de nuevo y se acercó un centímetro más a Demi.
Claire, que había estado dormida en un cochecito a los pies de Wade, empezó a lloriquear.
—Será mejor que nos vayamos dijo Emily, poniéndose de pie. A pesar de lo agradable que ha sido la velada, va siendo hora de que bañemos y acostemos a los niños.
Clay no pareció muy entusiasmado, pero obedeció sin rechistar y fue junto a sus padres mientras los mayores se despedían. Demi los saludó desde el sofá, todavía con Abbie en brazos.
—Por mucho que me guste sujetar a esta niña, creo que ya es hora de irme yo también a casa anunció Demi minutos después de que los Davenport se hubieran ido. Le dio un besito a Abbie y se la entregó a Joseph antes de ponerse de pie y dirigirse a Bobbie. Muchas gracias por invitarme a cenar, señóla... quiero decir, Bobbie.
—Ha sido un placer, cielo Bobbie se levantó. Sé que quieres que dejemos de darte la lata, pero necesito darte las gracias una última vez por lo que hiciste en la piscina. Ninguno de nosotros lo olvidará jamás.
Consciente de que Joseph y Sam estaban de pie tras ella, Demi murmuró algo apropiado para la ocasión y se giró hacia Caleb.
—Buenas noches, Demi le dijo él, dándole una palmada en un brazo paternalmente. Ven a vernos cuando quieras.
—Encantada. Gracias.
—Joseph, acompaña a Demi hasta el coche. Yo me quedó con Abbie  Bobbie agarró a la niña, dando por sentado que sus instrucciones serían obedecidas, como solía ocurrir.
—Yo voy también dijo Sam.
—No, cariño, quédate conmigo y con el abuelo Bobbie detuvo a su nieto. Despídete de la señorita Lovato. Ya la verás otro día.
—Buenos días, señorita Lovato dijo Sam, desilusionado, extendiendo una mano como había visto hacer a los mayores.
—Buenas noches, Sam Demi le estrechó la mano. Ya nos veremos, ¿de acuerdo?
—Eso espero.
Joseph avanzó hacia la puerta del salón:
—Después de usted, señorita Lovato  dijo con marcada cortesía.
—Vaya, muchas gracias, señor Jonas Demi sonrió. Buenas noches de nuevo a todos.
Luego, disimuladamente, miró a Bobbie mientras acompañaba a Joseph fuera del salón. La mirada de la mujer la dejó dubitativa: ¿qué había sido aquello exactamente?, ¿una cena de agradecimiento... o una cita enmascarada?
—Mi madre no es la persona más sutil  murmuró Joseph mientras salían a la calle.
A fin de esquivar sus ojos, Demi se concentró en admirar las estrellas del cielo.
—Es muy agradable dijo en tono ausente.
—Sí, pero también puede ser muy testaruda cuando se le mete una idea en la cabeza.
Como prefería no andarse con rodeos, Demi se apoyó contra su coche y miró a Joseph a la cara:
— ¿Y a qué idea te refieres?
—Seguro que te has dado cuenta de que ha tratado de que estuviéramos juntos toda la noche.
—Teniendo en cuenta que éramos los únicos solteros, supongo que es natural, ¿no? Demi se encogió de hombros.
—Puede. Pero en caso de que tenga algo más en mente, espero que no te resulte embarazoso.
—No es fácil que hagan que me ruborice dijo ella, sonriente.
— ¿Por qué no me sorprende esto que dices?
En ocasiones, Demi no podía contenerse. Estiró un brazo para acariciar con un dedo la barbilla de Joseph.
— ¿Y tú, Joseph?, ¿te ruborizas con facilidad?
—Normalmente no murmuró él.
Impulsada aún por el mismo impulso incontenible, Demi deslizó ambas manos por el pecho de Joseph, hasta detenerlas sobre sus hombros.
— ¿Y qué necesitas para ruborizarte?
Joseph esbozó una leve sonrisa al responder:
—No me ruborizo desde el instituto.
— ¿Y cuál fue la causa entonces? Demi jugueteó con el cuello de su camisa y lo acarició suavemente con un dedo.
—Creó que fue una sugerencia que me hiciste.
Demi rió por el tono tan seco de la respuesta.
— ¿Y aprovechaste el ofrecimiento?
—No. Dejé pasar la oportunidad...
Sus bocas estaban a escasos centímetros. Demi deseó que su sonrisa relajada disimulara el frenético ritmo de su corazón:
— ¿Y ahora? le preguntó con voz ronca.
—Ahora... Joseph notaba el aliento de Demi en los labios. Vaciló un segundo y, finalmente, se retiró. Creo que la volveré a dejar pasar.
—Lástima murmuró Demi.
Joseph le abrió la puerta del coche:
—Conduce con cuidado. Y vigila la velocidad.
—Tranquilo contestó ella. Me parece que ya he puesto a prueba mis límites demasiado por esta noche.

Seductoramente Tuya Capitulo 9





—Y no cantaba un carajo murmuró Caleb. Sonaba como un gato al que le pillan el rabo con una puerta. Si aguanté hasta el final fue porque Bobbie me estaba agarrando por el brazo.
—La señora Lynch elegía a los chicos de las familias más ricas cuando yo iba al instituto convino Joseph. Todos sabíamos quiénes se llevarían los mejores papeles... y rara vez eran los más cualificados.
—A mí nunca me dio un buen papel  se sumó Demi. Como mucho me daba un par de líneas, aunque la señora Lynch me decía a menudo que tenía talento.
—Si pensaba que tenías talento preguntó Wade, que había llegado a Honoria solo un par de años atrás, ¿cómo justificaba que no te diera mejores papeles?
—Decía que suscitaría controversia si intentaba burlar el sistema establecido Demi se encogió de hombros, y Joseph sospechó que había un mundo repleto de sentimientos oculto tras el tono desenfadado que imprimía a sus palabras. Le daba miedo que disminuyeran las contribuciones y sabía que la gente no protestaría porque me relegaran a papeles menores.
—Suena como si hiciera tiempo que debiera haberse jubilado comentó Wade.
—Lo hacía lo mejor que podía a defendió Botíbie. Ya sabes lo difícil que puede ser desafiar el orden establecido, Wade. Tú mismo has recibido algunas críticas por negarte a hacer la vista gorda cuando alguno de los ciudadanos ricos infringe alguna ley.
—Las leyes son iguales para ricos y para pobres sentenció Wade.
—He oído que tienes pensado montar Grease para primavera le dijo Emily a Demi. Ya sabes que Joannie McQuade te exigirá hacer de Sandy, ¿verdad? —añadió, refiriéndose a la hija del alcalde.
—Ninguno de mis estudiantes me exigirá un papel. Harán una prueba aseguró Jessie. Si son buenos, participarán. Si tienen potencial, trabajaré con ellos hasta que estén preparados. Si no tienen ni el menor destello de talento, les dejaré que sean figurantes o les asignaré otras responsabilidades. Hay muchos trabajos interesantes en el teatro aparte de actuar: iluminación, decoración, sonido, vestuario...
— ¿Vas a poner a Joannie McQuade de figurante? Preguntó Emily, incrédula. Su madre irá al instituto para que te expulsen antes de que termines el primer ensayo.
—He estado siete años trabajando en Nueva York. Puedo manejar a Charlotte McQuade replicó Demi, nada intimidada.
—Estoy seguro de que sabrá arreglárselas dijo Joseph.
Jamie le lanzó una mirada fugaz con la que le expresaba su agradecimiento... ¿y cierta sorpresa?
—Voy a ir al colegio le anunció Sam a Demi.
—En otoño, ¿verdad? preguntó esta. ¿Te hace ilusión?
—Me asusta un poco reconoció el niño.
Joseph estaba asombrado. Sam no solía compartir sus sentimientos, menos aún con personas a las que no conocía bien. Claro que tampoco solía aceptar a la gente con la rapidez con que había aceptado a Demi.
—No debes tener miedo del colegio lo alentó Demi. Casi todo es divertido. ¿Por qué si no iba a querer volver como profesora?
— ¿Serás mi profesora? Demi sonrió y acarició el pelo del niño.
—No hasta dentro de unos años, Sammy. Pero tengas a quien tengas de profesor, seguro que pasarás un año estupendo.
Joseph miró resignado mientras su hijo se enamoraba un poco más de Demi Lovato

Más tarde, esa misma noche, los adultos estaban sentados en el salón, tomando café y charlando mientras los chicos competían por llamar la atención. De nuevo sentada en el sofá, junto a Joseph, Demi sonrió a Abbie, la cual la sorprendió estirando los bracitos hacia ella.
— ¿Echas de menos Nueva York? le preguntó Emily mientras Demi acogía a Abbie en su regazo.
—Echo de menos a los amigos que he hecho, por supuesto. Echo de menos el teatro. Y que allí siempre había algo que hacer y algún sitio adonde ir. Ah... y la comida Demi suspiró nostálgicamente. No me vuelve loca lo de cocinar para mí sola y echo de menos la variedad de restaurantes con comida para llevar de Nueva York. En Honoria ni siquiera hay un restaurante chino.
—Tenemos pizza le recordó Clay. Mamá me deja pedir pizza de vez en cuando para cenar.
—Me gusta la pizza, pero me acaba cansando si la como demasiado a menudo.
—A mí no me pillas viviendo en un sitio así enfatizó Bobbie. ¡Con tanta violencia y contaminación! De verdad, no le veo el atractivo.
Demi reprimió las ganas de reírse ante aquel estereotipo en el que Bobbie parecía creer a pies juntillas.
—En realidad no está tan mal murmuró aquella. Yo siempre me he sentido segura. Basta con usar el sentido común.
Abbie, atraída por los pendientes de Demi, alzó las manos para alcanzarle una de las orejas. Tanto esta como Joseph fueron a impedírsele, de manera que sus manos se chocaron.
Demi notó que los músculos del estómago se le contraían. La piel de Joseph estaba especialmente cálida al contacto con la de ella.
Entonces, de pronto, los dos separaron las manos, permitiendo que Abbie alcanzara el pendiente. Demi puso una mueca de dolor cuando el bebé le pegó un tirón.

Seductoramente Tuya Capitulo 8





Demi se giró hacia Joseph, que estaba acariciando el pelo enmarañado de Abbie. La naturalidad de sus movimientos evidenciaban su experiencia y le permitían verlo como un padre responsable de dos hijos muy pequeños y muy vulnerables. De él dependía que comieran, se bañaran y tuvieran ropa, llevarlos al médico y al dentista, arroparlos en la cama, secarles las lágrimas y aplacar sus miedos. Demi, que nunca había tenido que cuidar más que de sí misma, apenas podía imaginar una responsabilidad tan grande.
De nuevo, se preguntó por la madre de los hijos, que había muerto lamentablemente joven. La mujer de Joseph. ¿Seguiría llorando por ella? ¿Habría regresado a Honoria para que su madre lo ayudara con los niños, o para escapar del doloroso recuerdo de su esposa y el hogar que habían compartido en Washington? ¿Quizá las dos cosas?
Cuando se preguntó si podría volver a enamorarse alguna vez, cambió el rumbo de sus pensamientos de golpe y se dirigió a Wade:
—He oído que Lucas reapareció hace un par de años comentó Demi en alusión a un hermano de Emily. Los chismosos se pondrían las botas.
—Volvió en navidades y se quedó para asistir a nuestra boda en Nochebuena, hace año y medio dijo Wade tras asentir con la cabeza. Y, sí, los chismosos le dieron bien a la lengua cuando se presentó después de estar fuera quince años. Más de la mitad de la ciudad creía que había asesinado a Roger Jennings cuando se marchó y no estaban muy contentos con su vuelta.
—Tengo entendido que se ha ganado el favor de todos ahora que se sabe que fue el tío de Roger quien lo mató en realidad. No podía creérmelo cuando me enteré: ¡Sam Jennings fue mi dentista de niña! ¿Quién iba a imaginarse que ya había matado a dos personas y que volvería a hacerlo?
—La inocencia de Lucas cambió el concepto que la gente tenía de él, por supuesto apuntó Joseph. Pero creo que influyó más el hecho de que se había hecho rico en el sector informático durante su estancia fuera, en California.
—Me lo creo murmuró Demi, recordando las veces que la habían despreciado en Honoria por la familia de que procedía. Hija única de dos alcohólicos cuyas batallas maritales conocía toda la ciudad, sabía de sobra lo que era crecer en aquella sociedad tan clasista y estirada. Me alegro de que le hayan ido bien las cosas. Creo que se casó con Rachel Jennings y están viviendo en California, ¿no?
—Parecen muy felices confirmó Caleb. Lucas necesitaba a alguien como Rachel para tranquilizarlo. Esta misma semana nos han anunciado que están esperando un bebé. Será curioso ver qué tal padre sale Lucas.
—Tu familia está creciendo rápidamente comentó Demi.
Caleb asintió, visiblemente satisfecho. Era el único miembro vivo de su generación y debía de complacerlo que el apellido Jonas siguiera propagándose.
—Tío Lucas diseñó este juego apuntó Clay, demostrando que había estado atendiendo a la conversación de los adultos aunque pareciera absorto en su partida. Está guay.
—Tienes que enseñármelo después de cenar repuso Demi. Tengo debilidad por las maquinitas.
—Yo también tengo .una añadió Sam. Me la regalaron por mi cumpleaños. Puedes verla si vienes a mi casa.
—Puede que algún día contestó ella, sonriendo a su joven admirador. No miró a Joseph al hablar, aunque se preguntó qué tal le habría sentado que su hijo la hubiese invitado a su casa. Bueno, ya solo me falta preguntar por Savannah. Sé que se casó con Christopher Pace, el escritor, y que dividen su tiempo entre Los Ángeles y Georgia. ¿Le va bien?
Caleb asintió a la mención sobre la hija única de su difunto hermano.
—Parece muy contenta. Su marido es un buen tipo, a pesar de que se junta con esa gente de Hollywood.
— ¿Y sus gemelos? preguntó Demi, sonriente.
—Ya son adolescentes. Buenos chicos, los dos. Y están locos por Kit. Los adoptó legalmente. A mí no me gustó nada que renunciaran al apellido de la familia, pero parece que eso los hace sentirse más unidos, así que supongo que tomaron la decisión correcta.
Demi no había olvidado el escándalo que se armó cuando Savannah Jonas, ganadora del concurso de belleza de Honoria, quedó embarazada de gemelos con solo dieciséis años. Demi era menor que ella, pero recordaba la polémica que se había desatado cuando Savannah había nombrado a Vince Hankins como el padre... acusación que este había rechazado por completo. Se alegraba de que Savannah y sus hijos hubieran salido adelante felizmente.
Los Jonas llevaban dando pábulo a los chismosos de Honoria desde hacía años, pensó Jamie. Lo cual la había hecho sentir cierta afinidad y simpatía hacia ellos, pues también ella había sido víctima de murmuraciones en su adolescencia.
— ¿Y tu familia? Se interesó Caleb entonces ¿Cómo está tu madre?
—Bien repuso Demi sin efusión. Está viviendo en Birmingham, cerca de su hermana.
— ¿Y tu padre?
—Lo último que oí es que estaba en Montana contestó ella, súbitamente tensa—. No estamos casi en contacto.
—Entiendo.
Sobrevino un breve e incómodo silencio, hasta que Abbie balbuceó algo, Claire empezó a llorar y Bobbie entró en el salón para anunciar que la cena estaba servida. Aliviada por que la atención dejara de recaer en ella, Demi alzó la barbilla, sonrió y se levantó para acompañar a los demás al comedor.
Ya estaban terminando el primer plato cuando Joseph llegó a la conclusión de que su hijo estaba como hechizado. Sam no había despegado los ojos de Demi desde que esta había llegado. Por desgracia, Joseph tenía un problema similar.
Demi no podía ser más diferente, en apariencia al menos, de su difunta esposa, Melanie, una mujer tranquila, noble y elegante siempre como la porcelana. Si alguien las pusiera juntas, podría comparar a Demi con el sol, brillante, caliente y llena de vida, y a Melanie con la luna, pálida, fría y serena. Como la luna, Melanie había ocultado su cara oscura incluso a su marido.
Abbie interrumpió la ensoñación de Joseph con un golpe de cuchara sobre la bandeja de su silla alta. Chilló encantada por el sonido y volvió a golpear la bandeja.
—No, Abbie. Come Joseph dirigió la atención de la niña hacia el plato irrompible del bebé.
—Papi dijo la niña, sonriente.
—Cómete la cena insistió Joseph con ternura, al tiempo que le acercaba un trocito de plátano a la boca.
Como sucedía con frecuencia, Bobbie dominó la conversación de la cena. Joseph quería mucho a su madre y sabía que era muy generosa y tenía buen corazón; pero no por ello dejaba de ver lo autoritaria que podía ser. Si bien había algunas personas que no la soportaban, la mayoría pasaba por alto sus defectos, debido a sus muchas virtudes. Había dado clases en el colegio desde antes de que él naciera y pocos se atrevían a cuestionar su competencia.
—Hablé ayer con Arnette Lynch dijo Bobbie mirando a Demi, en alusión a la antigua profesora de teatro.
— ¿Cómo está su marido?
—Me temo que sigue muy débil por la quimioterapia; pero Arnette dice que se encuentra un poco mejor. Está segura de que ha hecho bien jubilándose.
—Por supuesto.
—Y me alegro mucho de que estuvieras libre para ocupar su puesto. Los estudiantes están encantados de tener a una verdadera actriz enseñándolos.
—Me gusta trabajar con actores jóvenes contestó Demi. Son muy activos y tienen muchísima ilusión. Algunos tienen bastante talento.
— ¿Qué tiene que ver el talento con las obras del instituto? Preguntó Emily con acritud. La señora Lynch siempre les daba el papel protagonista a los estudiantes que provenían de las familias más prominentes, con independencia de que supieran cantar o actuar.
—No es muy amable por tu parte, Emily Bobbie frunció el ceño.
—Pero es verdad, tía Bobbie. Vi la representación de West Side Story del pasado otoño, ¿recuerdas? La hija del alcalde interpretó a la protagonista y no tenía ni idea de actuar.

martes, 27 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 22




A la mañana siguiente, el despertador de Nick los despertó bruscamente. Él dio un manotazo al botón y la alcanzó cuando ella se iba hacia un lado de la cama.
—Oh, no, nada de eso —masculló, acercándola hacia sí—. Creo que hoy iré tarde.
—Me apuesto que no has llegado tarde un sólo día de tu vida —rió ella retorciéndose en sus brazos.
—¿Por qué estás tan segura? —preguntó, irritado porque era cierto.
—Porque eres un hombre superior —replicó ella, burlándose y tentándolo al mismo tiempo—. No te rebajarías a hacer algo tan mediocre.
—Superior ¿eh?

—Sí, pero no te hace ninguna falta que yo te lo diga —lo empujó—. A decir verdad, me pregunto cómo consigues ser tan creído. ¿Cómo lo haces? —preguntó, parpadeando con inocencia.
—¿Siempre estás de tan mal humor por la mañana? ¿O es sólo porque voy a marcharme pronto y no podrás abusar de mi tierno cuerpo hasta que vuelva a casa?
Miley le golpeó el brazo, hundió la cabeza en su pecho y gruñó con desesperación. Él disfrutó de la vibrante sensación de sus labios sobre la piel.

—¿No contestas? ¿Ya te estás acogiendo a la quinta enmienda?
—No pienso discutir con un hombre que lo hace para ganarse la vida.
—Eso no te ha parado antes. Creo —dijo— que voy a ir tarde para enterarme de cómo vive el resto de la gente. Puede que ser ligeramente humano no sea tan terrible después de todo.
—¿Es la primera vez? —preguntó ella recelosa.
—Nunca he tenido una buena razón antes —dijo, anticipándose a la mirada inquieta que conocía tan bien. Con lo que había planeado para ella, Nick estaba seguro de que su nerviosismo iba a aumentar, más que disminuir. Era justo, se dijo, si se tenía en cuenta que ella lo había vuelto del revés. Jugueteando con el tirante del diminuto camisón rosa, sonrió al recordar que lo había sacado de un cajón lleno de camisones de franela, cuando ella insistió en ponerse algo para dormir.

—Tengo algo para ti —dijo con tono casual.
— ¿Qué? —preguntó ella curiosa.
—Algo que quería que tuvieras —respondió, sentándose sobre la cama.
—Eso suena muy vago —dijo.
—Cierra los ojos —ordenó.
—Quiero…
—Creí que no ibas a discutir conmigo.
Le tapó los ojos con la mano y sacó una pequeña caja de terciopelo del cajón de la mesilla. Intentando no pensar que podría rechazar su regalo, sacó el anillo de rubíes y diamantes de la caja. Ella consiguió entreabrir sus dedos.
— ¡Es un anillo! —exclamó.

—Sí, lo es —sonrió él al oír la mezcla de asombro y felicidad en su voz.
—Es precioso —balbuceó—. Rubíes y diamantes. Dios mío, Nick, ¡es precioso! —acercó la mano e inmediatamente la retiró como si se hubiera quemado—. No puedes… —comenzó, sacudiendo la cabeza—. No puedo…, nosotros…
—Puedo —corrigió, intentando calmar su pánico antes de que se le escapara de las manos—. Puedo y lo he hecho. Sólo es un anillo, Miley —dijo, quitándole importancia, pues quería que lo aceptara.

—Sólo un anillo —bufó ella, apartándose el flequillo de un soplido—. No has sacado esto de una máquina de chicles.
—No es un anillo de compromiso —le aseguró—. Pero cuando la gente te pregunte por el anillo, puedes enseñárselo.
—Nick, no vamos a estar comprometidos mucho más. Mis treinta días están a punto de acabar —dijo, mirándolo muy seria.
—Ya lo sé. Por eso he dicho que no es un anillo de compromiso —dijo Nick, intentando ignorar que sus palabras habían sido como una puñalada.
—¿Entonces qué es? —Miley movió la cabeza con incredulidad.

Él calló. Lo había pillado por sorpresa. Algo raro en él. Había supuesto que le iba a costar convencerla de que aceptara el anillo, pero no había calculado que llegaría a este punto. Cualquier otra mujer ya lo llevaría puesto, masculló para sí.
—El anillo es un regalo, maldita sea. Sin obligaciones. Quiero que lo lleves todo el tiempo —dijo—. Incluso cuando ya no estemos prometidos.
—Pero…

—Pero nada —espetó, cada vez más frustrado—. Es un anillo de amistad. Está muy claro —dijo. Los rubíes y diamantes, que le recordaban su fuego y su brillantez, parecían burlarse de él—. Te aseguro que nunca he tenido una amiga como tú, Miley, y nunca la tendré. Si quiero regalarte el maldito diamante Hope, estoy en mi derecho. No hay ley que me lo impida. ¿Vas a dejar de discutir y probarte el maldito anillo?
Miley parpadeó, movió la cabeza y sonrió. Se puso el anillo.

Por un momento me has preocupado, Nick. Podría haber llegado a pensar que esto era un gesto romántico. Pero me has devuelto a la tierra cuando has empezado a quejarte —se volvió hacia él y lo rodeó con sus brazos—. Gracias, Nick —dijo con suavidad—. Quiero ser tu amiga para siempre.
Nick la estrechó con fuerza. Se había puesto el anillo y estaba entre sus brazos, pero él quería más que eso.

Amor Desesperado Capitulo 21





—Alejandro el Grande —declaró ella, moviendo la cabeza—. ¿Cómo es posible que te acuerdes de todo eso?
—Estudié historia como optativa —dijo—. ¿Quieres sacar un sobresaliente? —preguntó—. Sigue aquí conmigo.
Durante el resto de la noche, eso hizo. Mientras comían unos sándwiches, Nick la acribilló sin piedad, preguntándole todo lo imaginable, desde el Imperio Romano, pasando por la Edad Media, hasta el Renacimiento. Convirtió el repaso en un duelo alocado y juguetón, que imbuyó a Miley de seguridad en sí misma. Al final de la noche, Nick le lanzaba una uva por cada respuesta correcta.
—¡Para! No puedo comer más —se quejó, riéndose.
—Llena de la fruta del saber —dijo Nick.
—Llena de uvas —corrigió ella.

Siguió un momento de silencio, y Miley notó que la asaltaban sus emociones. Hasta ese momento el examen improvisado las había mantenido a raya. Ahora volvía a sentirse totalmente seducida por Nick. Había comenzado la noche asustada por todo lo que no se sabía para el examen. Ahora rebosaba confianza por todo lo que sí se sabía.
Se preguntó qué había hecho él para conseguirlo. ¿Cómo podía haberle hecho tal regalo? ¿Por qué? Podría haber salido con cualquier mujer para celebrar su victoria. En cambio, se había quedado en casa con ella y la había ayudado a prepararse para el examen.
Miley se fijó en la camisa blanca desabrochada y en su pelo revuelto. Ni siquiera se había quitado la ropa de trabajo. Ella le importaba. Notó aleteo de mariposas en el estómago.
—Gracias —dijo.

—¿Por torturarte? —Nick mordió una uva y se la tragó.
Ella sonrió y dio la vuelta a la mesa, acercándose.
—Lo haces muy bien. Torturar —recalcó. Él esbozó una sonrisa, pero a sus ojos asomaron emociones más sombrías.
—Eso es algo totalmente recíproco.
Rodeó su muñeca con el pulgar y el índice y la atrajo hacia él, sosteniendo su mirada. A Miley le resultó tan natural agachar la cabeza y besarlo que casi le dio miedo.
Él bebió sus labios, chupando con suavidad, explorando su boca con la lengua. Ella notó el beso recorrerla hasta los pies. Sus pezones se endurecieron, aunque sólo la había tocado la muñeca y la boca. Su piel comenzó a arder. Cuando él deslizó la lengua por sus labios, recordó un momento más íntimo y sintió calor entre los muslos.
Él debió notar que se había excitado. Ella sabía que él también lo estaba. Aún así, Nick se apartó y la miró largamente.

—Vete a descansar, Miley. Vas a hacer un gran examen.
—Gracias —dijo ella. Inhaló lenta y deliberadamente para despejarse la cabeza. Luego se apartó—. Buenas noches.
Al subir las escaleras, sabía que tenía algo más que agradecerle. Dos segundos más con esos labios besándola y se hubiera olvidado por completo de la civilización occidental.
Nick abrió la puerta e inmediatamente notó el aroma agripicante de comida china. Miley corrió hacia él, con el pelo flotando a la espalda, los ojos oscuros chispeantes de alegría.
—¿Qué tal te…?

—¡Lo hice! ¡Lo hice! —se arrojó en sus brazos—. No aprobé el examen. ¡Lo conquisté! —Miley daba saltos por el vestíbulo—. Estuve genial.
Su exuberancia lo contagió, y se sintió orgulloso de ella. Se echó a reír.
—Ya me imagino que estuviste genial, señorita Miley. ¿Estuviste tan abrasadora que tuvieron que llamar a los bomberos? —se burló.
—No —Miley le dio un puñetazo cariñoso en el hombro—. Pero lo hice muy bien. Y tú eres responsable en parte.
—No —negó Nick con la cabeza—. Tú…
—Claro que sí. Deja de discutir. Te pasas el día discutiendo —le dijo, empujándolo hacia la cocina—. No he tenido tiempo de preparar una buena cena, así que compré comida china y una botella de champán barato. No es mucho —dijo—. Pero gracias.
Nick la miró a los ojos y sintió una patada de deseo en el estómago. Miley tenía razón. Tenía que dejarla en paz. Era demasiado emocional, demasiado poco convencional, demasiado vulnerable. El único problema era que ahora que la había probado, no la deseaba menos. La deseaba más.

—Fue un placer —le dijo, sentándose a la mesa.
Compartieron gambas con nueces, pollo con bambú y setas, y arroz. Nick no sabía si Miley estaba borracha por su éxito o por las dos copas de champán que había bebido. Sólo sabía que no podía quitarle los ojos de encima.
Después del postre, ella insistió en volver a llenarle el vaso y acabó derramándole parte del líquido en la camisa. Dio un gritito, arrepentida.
—Lo siento mucho.
—No pasa nada —él se desabrochó los puños—. La camisa es de algodón y mañana le tocaba tintorería.
—Menos mal. Lo siento —repitió con una mueca—, pero si no hubieras movido el vaso, no lo habría derramado.
Él se sorprendió al oír el suave reproche. Le echaba la culpa por haber derramado el champán. Riéndose, se puso en pie.
—¿Eso crees? —preguntó, rodeando la botella con las manos e inclinándola hacia su pecho.

Miley aulló cuando el frío líquido la empapó la camisa. Lo miró con la boca abierta.
—¡Me has tirado el champán por encima!
—No lo he tirado —se burló él—. He derramado un poco —dijo. Se dejó llevar por un impulso malvado y quitándole la botella, le echó más—. Esto es tirártelo por encima.
—No me lo puedo creer —le dio un empujón—. Siempre tan ordenado, controlado y perfecto y ¡me has empapado!

Él dejó la botella de champán, de acuerdo con ella. Llevaba tiempo evitando todo tipo de desorden y perdiéndose muchas cosas. Aún riendo, se desabrochó la camisa.
—Se me había olvidado lo divertido que puede ser descontrolarse de vez en cuando. Ven —dijo, alcanzándola—. Deja que te ayude.
—¡Ayudarme! —rugió ella—. Después de tirármelo por encima.
—Sólo quiero ayudarte a quitarte la blusa mojada —dijo, encerrándola entre sus brazos, húmeda y escurridiza.

—¿Y qué más? —preguntó ella con tono seco, pero sin apartarse.
—Todo lo demás —dijo él, acariciándole la mejilla—. Sabes que te deseo.
—Creí que ibas a dejar de enredarme los enchufes —musitó ella, con un destello de pasión en los ojos, que cerró inmediatamente.
—Iba a hacerlo. No funcionó.
Ella suspiró, abrió los ojos y se enfrentó a su mirada.
—¿Qué voy a hacer contigo?
—Tengo algunas sugerencias —dijo Nick, acercando su boca—. Pero me gustaría empezar a mí. 1313
—Maldito seas —se quejó ella, pero aceptó el beso.

Su boca era suave, dulce y cálida. La pasión se encendió como dinamita. Nick estaba acostumbrado al control y Miley no sólo le hacía perderlo, hacía que disfrutara perdiéndolo. Apartó las cajas de comida a un lado, desabrochó la blusa y el sujetador y la reclinó suavemente sobre la mesa de la cocina.
Deslizó la boca hasta su pecho y paseó la lengua entre sus senos, probando la embriagadora combinación del sabor de su piel y el champán. Tomó un pezón en su boca y lo chupó suavemente. Ella se estremeció bajo él y tiró de sus pantalones mientras él le bajaba los vaqueros.

Nick quería todo al mismo tiempo. Quería tomarla con las manos, con la boca y con el cuerpo. Quería estar dentro de ella. «Tranquilo», se dijo, inhalando una bocanada de aire. Agarró la botella de champán y derramó un poco en su vientre.
Ella gritó sobresaltada, clavándole los dedos en los brazos.
—¿Que vas a…?
Él vio el líquido deslizarse por su abdomen y desaparecer entre sus muslos.
—Tranquila —dijo, y siguió las gotas con la lengua. Quería disfrutar de toda la intimidad que un hombre puede tener con una mujer. Quería sentirse lo más cerca posible de ella. Probó la suavidad aterciopelada de su femineidad, acariciándola y sintiendo cómo se hinchaba con el contacto de su lengua y de sus labios. Con cada movimiento de su cuerpo, él se excitaba más y más. Ella enredó los dedos en su cabello y gritó de placer.
Su sabor y sus gemidos eran como una droga, y no podía parar. Una y otra vez, la tomó con la boca, llevándola más allá del límite.

—¡Para! —suplicó ella por fin, con voz ronca—. No puedo… Quiero… —movió la cabeza. Sus ojos oscuros expresaban todo lo que no podía decir con palabras. Lo acarició con la mano y Nick volvió a sentir que lo consumía el deseo de hacerla suya.

Se puso protección y la penetró. Ella lo apretó con sus músculos internos, y Nick la siguió a un lugar donde Miley era el centro del mundo. Notó que el control lo abandonaba como una espiral, y en medio de su ansiedad por poseerla, se preguntó si no sería ella quien lo estaba poseyendo.