— ¿Qué? —exclamó
Miley cuando recuperó la voz. El corazón le
latía a toda velocidad. Se sentía fatal por haber causado ese lío, pero no
podía haber entendido bien. Era imposible.
—Tenemos que
comprometernos —repitió él, con tanta calma que parecía estar en sus cabales.
—No. No, no, no
—negó Miley moviendo la cabeza con rapidez.
—Apesta, pero es
la mejor solución —explicó él—. Conseguir una rectificación no servirá de nada.
Mi jefe está dando volteretas de alegría. No es agradable, pero a veces hay que
resignarse a controlar los daños.
«Apesta. Control
de daños». El cerebro de Miley repitió las
palabras una y otra vez. No sonaba como una declaración de amor.
— ¿Apesta?
—repitió por fin.
—Desde luego que
sí —repuso él—. Tengo tan pocas ganas de comprometerme contigo como tú conmigo.
Eso es lo único bueno de la situación.
Él no la
deseaba. Sintió que se le encogía el estómago, pero intentó convencerse de que
era mejor así, no necesitaba para nada ese tipo de locura.
—Tus halagos me
abruman —se mofó— pero no creo que sea una buena solución.
—Dadas las
circunstancias, es la mejor —dijo él, con tanta convicción como si dictara un
decreto de ley incuestionable.
Ella cerró los
ojos a su actitud dominante y se concentró en sí misma unos instantes.
—No tengo tiempo
para comprometerme. Tengo que seguir concentrada en mis clases.
—Entonces
estamos a la par. Yo tampoco tengo tiempo para comprometerme.
— ¿Entonces por
qué quieres que lo hagamos? —se quejó Miley
abriendo los ojos.
—Control de
daños. A veces hay que darle a la gente lo que desea antes de volver a
quitárselo.
— ¿Qué quieres
decir?
—Es temporal
—respondió él, agitando la mano—. Estamos comprometidos unas semanas, luego
decimos que no funciona y rompemos el compromiso. Así tendrás alrededor de un
mes para buscar un sitio donde vivir.
—Pero tendríamos
que ir juntos a fiestas y reuniones ¿no? —objetó ella.
—De vez en
cuando —concedió Nick—.
Pero todo el mundo sabe que soy un ermitaño, así que no será muy a
menudo.
Tendría que simular
que estaba enamorada de él. Tendría que actuar como si fuera el hombre más
maravilloso del mundo. Él la miraría como si la adorara. Su corazón latió con
fuerza al tiempo que su mente se rebelaba. Su instinto de supervivencia clamaba
a gritos. Se pasó la lengua por los labios.
—No creo que sea
buena idea.
— ¿Se te ocurre
alguna mejor? —preguntó él, de manera tan directa y penetrante que ella se hizo
una idea de cómo actuaba ante los tribunales.
Miley
rebuscó desesperadamente en su mente.
—No quería tener
que jugar esta carta —dijo Nick,
con un deje de inflexibilidad en la voz—. Estás en deuda conmigo.
—Por salvarme la
vida —apuntó Miley, con el corazón en la
garganta.
—No —frunció el
ceño—. Por defenderte a ti y a tus Barbies de tu hermano y conseguir que me rompiera la nariz.
A la mañana
siguiente deslizó un papel junto a su plato, cuando Nick acababa su
desayuno. Se ajustó la mochila a la espalda y lo miró de reojo.
Él apartó el
resumen del caso que leía y echó una ojeada al papel.
—«Normas
básicas» —leyó en voz alta—. ¿Es un contrato?
Negando con la
cabeza, Miley agarró un bollo y lo metió en el
tostador. No había dormido bien, y no por culpa de sus estudios, sino por culpa
de Nick.
—No es tan
complicado. Sólo unas normas básicas para que sepamos a qué atenernos.
—«El compromiso
durará treinta días y la separación será amistosa» continuó leyendo Nick—. A mí me suena
como un contrato. Algo primitivo, pero…
—No he utilizado
términos legales —protestó ella, irritada por su actitud—. ¿Es que ya no
entiendes un lenguaje normal?
—Lo intentaré
—murmuró, intentando controlar la sonrisa—. «El compromiso no interferirá con
los estudios de Miley.» De acuerdo, eso está
bien. ¿Qué es esto? —masculló—. «Si la madre de Miley se entera del compromiso, Nick tendrá que explicarle
toda la historia.» ¿Por qué?
A Miley se le tensaron todos los músculos del cuello. El
bollo saltó del tostador, lo agarró y lo puso sobre una servilleta de papel.
—Porque le
prometí que no volvería a comprometerme si no estaba segura de que el compromiso
acabaría en matrimonio.
— ¿Volver a
comprometerte? ¿Cuántas veces te has comprometido?
—Sólo dos
—admitió Miley con desgana—. Las dos desastrosas
—añadió, pensando que eso era un eufemismo.
—Desastrosas
—murmuró él—. ¿En qué sentido?
Ella tragó un seco
trozo de bollo y se sirvió zumo.
—¿Es
imprescindible que te lo cuente?
—Voy a ser tu
prometido durante los próximos treinta días, necesito estar enterado.
—Bueno, el
primero duró casi un año. Intenté romperlo varias veces, pero Brad era muy
agradable y me daba pena. Era el hijo menor de un hombre de negocios acaudalado
y su padre lo había ignorado casi toda la vida.
— ¿Brad…? —animó él.
—Worthingham
—replicó ella. Nick se
atragantó.
—¿Te refieres a
los Worthingham que son dueños de Maryland
y casi todo Delaware?
—Ajá —asintió Miley—. Mis padres nunca me han perdonado que no me
casara con él. Decían que era mejor que un seguro de vida. Pero no hubiera
estado bien, no lo amaba lo suficiente. Era agradable, pero no tenía ninguna
meta en la vida. Yo necesitaba admirarlo, y no podía.
—Habrías sido
una mujer muy rica si te hubieras casado con él.
Miley
puso los ojos en blanco.
—Eso es lo que
dice mi padre cada vez que voy de visita. Era su dinero, no el mío. Soy más
feliz arruinada y estudiando Análisis que si estuviera con Brad.
Tras un momento
de silencio Miley sintió la mirada de Nick y vio en sus
ojos azules un destello de fascinación; desapareció tan rápido que se preguntó
si se lo había imaginado.
—Eres una mujer
fuera de lo común.
—Nunca lo he
creído —replicó ella, encogiéndose de hombros.
— ¿Y el segundo
compromiso?
Miley
suspiró. Ese recuerdo dolía.