lunes, 12 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 9 Niley






— ¿Qué? —exclamó Miley cuando recuperó la voz. El corazón le latía a toda velocidad. Se sentía fatal por haber causado ese lío, pero no podía haber entendido bien. Era imposible.
—Tenemos que comprometernos —repitió él, con tanta calma que parecía estar en sus cabales.
—No. No, no, no —negó Miley moviendo la cabeza con rapidez.
—Apesta, pero es la mejor solución —explicó él—. Conseguir una rectificación no servirá de nada. Mi jefe está dando volteretas de alegría. No es agradable, pero a veces hay que resignarse a controlar los daños.
«Apesta. Control de daños». El cerebro de Miley repitió las palabras una y otra vez. No sonaba como una declaración de amor.
— ¿Apesta? —repitió por fin.
—Desde luego que sí —repuso él—. Tengo tan pocas ganas de comprometerme contigo como tú conmigo. Eso es lo único bueno de la situación.
Él no la deseaba. Sintió que se le encogía el estómago, pero intentó convencerse de que era mejor así, no necesitaba para nada ese tipo de locura.
—Tus halagos me abruman —se mofó— pero no creo que sea una buena solución.
—Dadas las circunstancias, es la mejor —dijo él, con tanta convicción como si dictara un decreto de ley incuestionable.
Ella cerró los ojos a su actitud dominante y se concentró en sí misma unos instantes.
—No tengo tiempo para comprometerme. Tengo que seguir concentrada en mis clases.
—Entonces estamos a la par. Yo tampoco tengo tiempo para comprometerme.
— ¿Entonces por qué quieres que lo hagamos? —se quejó Miley abriendo los ojos.
—Control de daños. A veces hay que darle a la gente lo que desea antes de volver a quitárselo.
— ¿Qué quieres decir?
—Es temporal —respondió él, agitando la mano—. Estamos comprometidos unas semanas, luego decimos que no funciona y rompemos el compromiso. Así tendrás alrededor de un mes para buscar un sitio donde vivir.
—Pero tendríamos que ir juntos a fiestas y reuniones ¿no? —objetó ella.
—De vez en cuando —concedió Nick—. Pero todo el mundo sabe que soy un ermitaño, así que no será muy a menudo.
Tendría que simular que estaba enamorada de él. Tendría que actuar como si fuera el hombre más maravilloso del mundo. Él la miraría como si la adorara. Su corazón latió con fuerza al tiempo que su mente se rebelaba. Su instinto de supervivencia clamaba a gritos. Se pasó la lengua por los labios.
—No creo que sea buena idea.
— ¿Se te ocurre alguna mejor? —preguntó él, de manera tan directa y penetrante que ella se hizo una idea de cómo actuaba ante los tribunales.
Miley rebuscó desesperadamente en su mente.
—No quería tener que jugar esta carta —dijo Nick, con un deje de inflexibilidad en la voz—. Estás en deuda conmigo.
—Por salvarme la vida —apuntó Miley, con el corazón en la garganta.
—No —frunció el ceño—. Por defenderte a ti y a tus Barbies de tu hermano y conseguir que me rompiera la nariz.
A la mañana siguiente deslizó un papel junto a su plato, cuando Nick acababa su desayuno. Se ajustó la mochila a la espalda y lo miró de reojo.
Él apartó el resumen del caso que leía y echó una ojeada al papel.
—«Normas básicas» —leyó en voz alta—. ¿Es un contrato?
Negando con la cabeza, Miley agarró un bollo y lo metió en el tostador. No había dormido bien, y no por culpa de sus estudios, sino por culpa de Nick.
—No es tan complicado. Sólo unas normas básicas para que sepamos a qué atenernos.
—«El compromiso durará treinta días y la separación será amistosa» continuó leyendo Nick—. A mí me suena como un contrato. Algo primitivo, pero…
—No he utilizado términos legales —protestó ella, irritada por su actitud—. ¿Es que ya no entiendes un lenguaje normal?
—Lo intentaré —murmuró, intentando controlar la sonrisa—. «El compromiso no interferirá con los estudios de Miley.» De acuerdo, eso está bien. ¿Qué es esto? —masculló—. «Si la madre de Miley  se entera del compromiso, Nick tendrá que explicarle toda la historia.» ¿Por qué?
A Miley se le tensaron todos los músculos del cuello. El bollo saltó del tostador, lo agarró y lo puso sobre una servilleta de papel.
—Porque le prometí que no volvería a comprometerme si no estaba segura de que el compromiso acabaría en matrimonio.
— ¿Volver a comprometerte? ¿Cuántas veces te has comprometido?
—Sólo dos —admitió Miley con desgana—. Las dos desastrosas —añadió, pensando que eso era un eufemismo.
—Desastrosas —murmuró él—. ¿En qué sentido?
Ella tragó un seco trozo de bollo y se sirvió zumo.
—¿Es imprescindible que te lo cuente?
—Voy a ser tu prometido durante los próximos treinta días, necesito estar enterado.
—Bueno, el primero duró casi un año. Intenté romperlo varias veces, pero Brad era muy agradable y me daba pena. Era el hijo menor de un hombre de negocios acaudalado y su padre lo había ignorado casi toda la vida.
— ¿Brad…? —animó él.
—Worthingham —replicó ella. Nick se atragantó.
—¿Te refieres a los Worthingham que son dueños de Maryland y casi todo Delaware?
—Ajá —asintió Miley—. Mis padres nunca me han perdonado que no me casara con él. Decían que era mejor que un seguro de vida. Pero no hubiera estado bien, no lo amaba lo suficiente. Era agradable, pero no tenía ninguna meta en la vida. Yo necesitaba admirarlo, y no podía.
—Habrías sido una mujer muy rica si te hubieras casado con él.
Miley puso los ojos en blanco.
—Eso es lo que dice mi padre cada vez que voy de visita. Era su dinero, no el mío. Soy más feliz arruinada y estudiando Análisis que si estuviera con Brad.
Tras un momento de silencio Miley sintió la mirada de Nick y vio en sus ojos azules un destello de fascinación; desapareció tan rápido que se preguntó si se lo había imaginado.
—Eres una mujer fuera de lo común.
—Nunca lo he creído —replicó ella, encogiéndose de hombros.
— ¿Y el segundo compromiso?
Miley suspiró. Ese recuerdo dolía.

Seductoramente Tuya Capitulo 5





—He pasado demasiado tiempo en Broadway, sin llegar a estar dentro de Broadway Demi frunció la nariz. Me apetecía cambiar. He firmado otro año más en el instituto de Honoria. Los chicos quieren representar Grease la primavera que viene y les he prometido que los ayudaría.
—Parece todo un reto.
—Llevará la mayor parte del año prepararlo.
—Entonces, ¿vas a dejar la interpretación?
—Yo no he dicho eso. Solo me estoy tomando un respiro un par de años.
Joseph sabía lo que un respiro de un par de años podía suponer en la carrera de una actriz... y más para una mujer que se acercaba a los treinta. Estaba claro que Demi no le estaba contando todo, aunque tampoco era de su incumbencia, claro. Simplemente, se preguntaba cuánto tiempo estaría contenta viviendo en Honoria después de su vivencia en Nueva York.
—Tengo que volver con los chicos  dijo tras volver a consultar el reloj. Gracias de nuevo, Demi. Si alguna vez necesitas algo... te debo una.
—Lo recordaré Demi esbozó una sonrisa divertida. Luego se levantó del sofá y lo acompañó a la puerta. Me he alegrado de verte, Joe.
—Igualmente contestó él, lo cual era cierto de alguna extraña manera—. Buenas noches, Demi.
Esta lo rozó con un brazo al ir a abrir la puerta. Y la reacción de Joseph a un contacto tan insignificante fue desproporcionada... lo que demostraba lo estresante que había sido el día, decidió él. Lo había dejado agotado. Nada más...
Demi esperó a que Joseph hubiera cerrado la puerta para desplomarse sobre el sofá. «Guau», pensó aturdida. Si ya era un chico increíble en el instituto, se había convertido en un hombre todavía más atractivo.
Seguía pareciendo tan distante y evasivo con ella como entonces. Y seguía mirándola de un modo que le aceleraba el corazón. Al menos había logrado ocultar la reacción de su cuerpo ante él.
No, en esa ocasión no permitiría que Joseph le rompiese el corazón. Si ocurría algo entre los dos, lo cual no había descartado, sería según sus propias condiciones.
Como en la mayoría de las ciudades pequeñas, comprar en el supermercado de Honoria era un gran acontecimiento social. Antes o después, todos acababan allí. Era casi imposible pararse a comprar un artículo sin toparse, con algún conocido.
Vestida con un top a rayas, pantalones cortos color caqui y unas sandalias, Demi se atusó el cabello y aplicó una barra de cacao sobre sus labios antes de entrar en el almacén el viernes por la tarde. Se cruzó con tres personas antes de conseguir el carrito para la compra. Todos querían hablar con ella de lo que había ocurrido en la piscina días atrás, esa misma semana.
La exasperaba, aunque no la sorprendía en exceso, que el incidente se hubiera ido exagerando de unos a otros; en especial, la intervención de ella.
— ¡Arriesgaste la vida para salvar a ese niño! —Dijo la canosa Mildred Scott con admiración—. Deberían concederte una medalla, Demi.
—Mi vida no estuvo nunca en peligro, señora Scott —replicó Demi con paciencia tras agarrar por fin un carrito—. Solo saqué al chico del agua.
—¡Qué modesta! —Dijo la señora Scott, la cual prefería claramente la versión que le había llegado a ella—. Aun así, creo que le pediré al alcalde que te conceda esa medalla.       
—Señora Scott, le agradecería que no... Pero la mujer se alejó sin esperar a que la disuadieran. Demi suspiró y empujó el carrito hacia el sector de cosméticos. Un trío de adolescentes con las manos llenas de cosméticos la abordaron.
—Hola, señorita Lovato la saludaron a coro, adoptando el tono que emplea cualquier chico ante un profesor.
Aunque sabía que en esos momentos no tenía aspecto de profesora, también Demi adoptó un tono de maestra:
—Hola, chicas. ¿Contentas con las vacaciones?
Las tres asintieron efusivamente y luego se marcharon entre risillas y susurros. De pronto, Demi se sintió mayor. Era curioso lo relativa que era la edad, pensó mientras tomaba una caja de toallitas desmaquillado-ras y avanzaba hacia los dentífricos. Para la anciana señora Scott, Demi era una chiquilla. Pero las adolescentes debían considerarla una anciana a sus casi veintinueve años, se dijo mientras echaba hilo dental al carrito, para dirigirse hacia la sección de artículos de limpieza acto seguido.
Agarró un limpia cristales de un estante y lo tiró sobre el resto de la compra.
Dos cosas más y habría terminado con la lista.
De pronto, notó que tiraban de sus pantalones. Demi miró hacia abajo y alzó las cejas al reconocer al niñito rubio al que había salvado.
—Hola, Sam.
—Hola —contestó este en tono tristón, sin apartar sus azules ojos de la cara de Demi.
— ¿Has venido con tu papá? —preguntó ella, mirando en derredor.
—Estoy con la abuela —repuso el niño tras negar con la cabeza.
—¿Dónde está?
—Ahí —Sam apuntó hacia un lado vagamente.
—¿Sabe dónde estás?
El chico se encogió de hombros, claramente despreocupado.
Un niño curioso, pensó Demi mientras examinaba su seria carita. Seguro que alguna vez se reiría, pero todavía no lo había oído. Sam seguía mirándola, como esperando que dijese o hiciese algo interesante.
—¿Cómo estás?
—Bien —contestó el niño. Luego se calló de nuevo sin dejar de mirarla.
Estaba ya pensando en ponerse a bailar claque, solo para no decepcionarlo, cuando Bobbie, Jonas apareció:
— ¡Estás aquí! ¿Por qué te has ido corriendo como...? Ah, hola, Demi.
Con la misma sensación que debían de haber tenido las alumnas adolescentes de antes, Demi contestó a su antigua profesora de instituto con educación:
—Hola, señora Jonas .
—Te he dicho que me llames Bobbie — respondió esta—. Ahora somos colegas. Además, estoy en deuda contigo por haber salvado a mi nieto.
Dado que Bobbie ya la había llamado por teléfono para expresarle su gratitud, no veía necesario volver sobre el tema. A fin de cambiar de conversación, sonrió a la hermanita de Sam, sentada en el carrito de la compra.
—Hola, Abbie. ¿Cómo estás?
—Muu —contestó la niñita.
—Estábamos jugando a los animales — explicó Bobbie—. Acaba de decirte cómo hacen las vacas.
—Muy bien, Abbie.
La niña rió y aplaudió. Su hermano, todavía serio, volvió a tirarle de los pantalones:
—Tengo un libro nuevo le dijo cuando hubo captado su atención.
—¿De verdad? Enséñamelo lo animó Demi. Los osos ingeniosos leyó después de que Sam se lo dejara.
—Es sobre un oso y su hermanita, que pasan la noche en casa de su abuela comentó Sam.
—Seguro que está muy bien Demi le devolvió el cuento. ¿Te gusta leer, Sam?
Bobbie, que no era de las que están calladas mucho tiempo, respondió por su nieto:
—Sam siempre tiene un libro en las manos... igualito que su padre cuando era pequeño.
—Está claro que a Joseph le dio sus frutos murmuró Demi, que en su día había considerado a Joseph Jonas como el chico más inteligente del instituto. Y el más atractivo de Honoria. Recordó su aspecto de la otra noche, con el pelo rubio impecablemente peinado, sus ojos azules y serios, su afeitado apurado y sus pómulos y mentón pronunciados, y comprendió que no había cambiado su opinión al respecto.
—Me gustaría invitarte a cenar le propuso Bobbie de repente. En agradecimiento por rescatar a Sam.
—Es muy amable por tu parte, pero no es...
— ¿Estás libre mañana por la tarde?, ¿a las siete?
—Yo...
—Perfecto. Entonces te esperamos. Venga, Sam, tenemos que irnos.
Sam siguió mirando a Demi:
— ¿Vas a ir a cenar a casa de la abuela?
Demi se preguntó si alguien habría logrado rechazar alguna vez una invitación de Bobbie.

Seductoramente Tuya Capitulo 4





Eran casi las ocho cuando Joseph llamó al timbre de Demi. Vivía a pocas manzanas de él, aunque su bungaló era considerablemente más pequeño que el dúplex de cuatro dormitorios que Joseph había comprado al regresar a Honoria diez meses antes.
Jamás pensó que acabaría en el umbral de su casa.
Llamó al timbre de nuevo. Podía oír música en el interior. Música rock a todo volumen. No lo extrañaba que no oyese el timbre. Llamó una vez más y, de pronto, la música se detuvo.
— ¡Ya va! —dijo Demi. Abrió la puerta y, tras una breve pausa, ladeó la cabeza y se plantó una mano en la cintura—. ¡Vaya, Joseph Jonas! ¡Qué raro verte por aquí!
La última vez que Joseph había visto a Demi esta cursaba el segundo año del instituto, mientras que él ya era alumno preuniversitario. Aunque lo había reconocido de inmediato, Joseph sabía que había cambiado mucho desde entonces. Ella, en cambio, apenas había cambiado, salvo el color del pelo. Los años habían sido muy generosos con Demi.
Se tomó un momento para estudiarla. El cabello le caía despeinado sobre la cara, sofocada y bruñida con gotas de sudor. Llevaba una toalla alrededor del cuello, una camiseta turquesa, pantalones cortos negros y unas zapatillas de deporte caras. Tenía varios pendientes en ambas orejas, pero ninguna otra joya. Y no estaba maquillada.
Aquel estilo informal, en general, nunca le había gustado. Pero, en el caso de Demi, resultaba de lo más seductor. Siempre se había sentido atraído hacia ella, por mucho que se hubiera esforzado en contenerse.
Lo cual, al parecer, tampoco había cambiado.
La miró a la cara y se vio reflejado en los ojos verdes de Demi.
— ¿Interrumpo algo?
—Ful contacto —Demi se secó la cara con un extremo de la toalla—. ¿Quieres practicar un poco?
—No, gracias —rehusó él con educación.
—La última vez que nos vimos creo que te pregunté si querías esconderte conmigo en el gimnasio para magrearnos un poco —comentó Demi, sonriente—. Y estoy segura de que aceptaste.
Joseph se aclaró la garganta, reticente a dejarse arrastrar por sus indiscreciones juveniles. Recordaba perfectamente la primera vez que la había besado en el gimnasio. Como recordaba haberle dicho que aquello no podía volver a suceder. Aunque había vuelto a ocurrir en un par de ocasiones.
—La razón por la que estoy aquí...
Demi rió... tal como se había reído de él hacía casi quince años.
—Ya sé por qué estás aquí —dijo ella—. Y no tiene nada que ver con nuestro pasado.
—No. Quería...
—Pasa, Joe. Necesito beber —lo interrumpió Demi, echándose a un lado de la entrada.
Nadie más lo había llamado Joe. No se lo habría permitido a ninguna otra persona. Pero, de alguna manera, siempre le había parecido natural que Demi lo llamase así.
—No puedo quedarme mucho —dijo él, mirando el reloj—. Mi madre está con los niños y...
—No tardaremos mucho.
Tenía dos opciones: seguirla a la cocina o quedarse solo en el umbral. Miró de reojo hacia su coche y, finalmente, entró en el búngalo y cerró la puerta.
No lo sorprendió que la decoración de la casa de Demi fuera tan alegre y poco convencional como ella. Un conjunto abigarrado de colores y tejidos se mezclaban y competían con diversos objetos que Demi había coleccionado. Detuvo la mirada en una Estatua de la Libertad de plástico de unos quince centímetros, en una figurita de porcelana de Marilyn Monroe y luego observó una de las muchas fotografías enmarcadas de la habitación, en la que Demi aparecía junto a un famoso humorista de la televisión. Al lado, había una instantánea de Jamie pegada a una actriz ganadora de un Osear.
Había más, pero no se detuvo a mirarlos todos. Ni permitiría sentirse impresionado.
Después de todo, la carrera de Demi como actriz en Nueva York había durado menos de diez años y, en esos momentos, estaba enseñando teatro en el instituto. Al igual que él, Demi había terminado justo donde había empezado.
Se preguntó si su regreso habría sido más dichoso que el de él.
Sin molestarse en preguntarle si quería algo, Demi sacó una botella de agua fría, llenó dos vasos y le entregó uno a Joseph. Ella se bebió la mitad del suyo de un solo trago; luego dejó el vaso en la encimera.
—Antes de que sueltes el discurso que tendrás meticulosamente preparado, quiero decirte que no hace falta. Estaba cerca cuando tu hijo se cayó al agua esta tarde y me tiré a sacarlo. Cualquier -otra persona habría hecho lo mismo.
—Pero no lo hizo ninguna otra persona —replicó él—. Has salvado la vida de Sam, Demi puedo encontrar la manera de expresarte mi gratitud.
—Dejémoslo en gracias y de nada, ¿te parece?
—No es suficiente —contestó Joseph—. No después de lo que has hecho.
—Simplemente, me alegro de haber estado ahí —Demi se encogió de hombros.
—Yo también —dijo él, emocionado.
—Vamos al salón —Demi agarró su vaso.
De nuevo, tuvo que seguirla para no quedarse solo. Dio un sorbo de agua y dejó el vaso sobre la encimera justo antes de salir de la cocina.
—Demi...
Esta se quitó las zapatillas y se hizo un ovillo sobre el sofá, invitándolo con un gesto de la mano a que tomara asiento en una silla cercana.
—Tus hijos son adorables, Joseph.
—Gracias —contestó él sin saber qué más decir. Ya le había dado las gracias, en la medida en que Demi le había dejado, que era todo cuanto había pretendido hacer.
—¿Qué edad tienen?
—Sam cumplió cinco años el mes pasado. Abbie tiene catorce meses.
—He oído que tu mujer murió el año pasado. Lo siento.
No tenía intención de hablar de su difunta esposa, de modo que se limitó a asentir con la cabeza en respuesta a la sincera simpatía que había apreciado en la voz de Demi.
— ¿Eres buen padre? —le preguntó esta seriamente, como si esperara que él pudiese contestar sí o no sin vacilar. —Lo hago lo mejor que puedo. —Tu niñera...
—La he despedido esta noche.
—¿La has despedido? —Demi parpadeó.
—Ha dejado que mi hijo casi se ahogue. Dice que no lo vio caerse al agua. La había avisado de que no sabe nadar.
—Estaba jugando con Abbie. Parecía encariñada con ella.
—Sí, con Abbie era buena —concedió Trevor—. Pero no conectaba con Sam. Como no lograba comunicarse con él, tendía a no prestarle atención. Tengo dos hijos. Necesito que alguien cuide de ambos mientras trabajo.
Demi lo miró a la cara.
—Siempre fuiste un poco intolerante con los fallos de los demás.
—Tratándose de la seguridad de mis hijos, siempre exigiré la perfección respondió él con sequedad, curiosamente dolido por la crítica de Demi.
—Por supuesto.
Joseph no supo cómo interpretar la expresión que acompañó a aquellas palabras.
—Y mañana me aseguraré de que ese socorrista incompetente pierda su trabajo también.
—Ojala no lo hagas. Es joven. Estaba totalmente impactado por lo que ha pasado esta tarde. Estoy seguro de que estará mucho más atento a partir de ahora.
—No en la piscina donde nadan mis hijos.
—Qué raro —dijo Demi con suavidad—, recuerdo que eras estirado y arrogante; pero nunca te consideré un idiota.
—Jamie, mi hijo casi se ahoga por su culpa!
—Cometió un error. Muy grande, lo reconozco; pero creo que se merece una segunda oportunidad. ¿Pretendes que me crea que tú nunca te has equivocado, Joseph Jonas?
—No —contestó este con acritud—. No pretendo que lo creas.
—Dale al chico otra oportunidad. Regáñalo si quieres, pero no hagas que lo despidan.
Incluso de jóvenes, incluso a sabiendas de que Demi solo le ocasionaría problemas, esta siempre había sido capaz de manejarlo.
—Está bien —Joseph suspiró—. No pediré que lo echen. Pero espero que tengas razón y haga mejor su trabajo en adelante.
—Lo hará le aseguró Demi.
—Te tomo la palabra Joseph la miró cambiar de postura. Así, con las piernas dobladas, los pantalones ofrecían una intrigante vista de sus muslos. Irritado por la reacción de su cuerpo ante aquella panorámica, optó por mirarla a la cara. Oí que habías vuelto. La verdad es que me sorprendió.
Vine en marzo concretó ella. Mi tía, que sigue enseñando en el colegio, me informó de que en el instituto estaban buscando un profesor de teatro para lo que quedaba del segundo semestre. La profesora anterior no tenía pensado marcharse hasta dentro de un par de años, pero cuando le diagnosticaron un cáncer a su marido, dejó el puesto para cuidar de él. Necesitaban a alguien urgentemente y yo estaba disponible.
—¿Y piensas quedarte ahora que ha terminado el curso, o vas a volver a Broadway?

domingo, 11 de noviembre de 2012

Sedutoramente Tuya Capitulo 3





Según se iban alejando los espectadores, Demi oyó una sirena que se acercaba. Alzó la mirada hacia la joven que sostenía al bebé. Apenas tendría veinte años. Estaba pálida y miraba a Sam horrorizada.
— ¿Es tuyo? —le preguntó Demi.
—Soy su niñera. Dígame, por favor, ¿está bien? Nunca me lo perdonaría si...
—Está bien —interrumpió Demi, empleando un tono de voz pensado para calmar tanto al niño como a la niñera—. No le pasará nada.
—Estaba sentado en el borde —balbuceó esta—. No quería meterse en el agua, así que le dije que se estuviese quieto mientras yo jugaba con Abbie. Miré un par de veces para asegurarme y estaba bien. Luego miré a Abbie otra vez y lo siguiente que sé es que lo estabas sacando de la piscina. Sam, ¿por qué te has metido en el agua? No sabes nadar.
—Me he resbalado —murmuró el niño contra el cuello de Demi—. Iba a ponerme de pie y me caí.
—Está bien —dijo Demi—. Nadie te está echando la culpa.
Dos paramédicos entraron en la piscina a toda prisa. Tuvieron que agarrar a Sam de los brazos para que soltara el cuello de Demi. Al parecer, era tan tímido con los desconocidos, que se negó a responder a los paramédicos cuando estos trataron de hablar con él, y se puso a llorar cuando le dijeron que iban a llevarlo a que lo examinaran. - —Ven conmigo —le pidió a Demi.
—Tu niñera y tu hermanita te acompañarán, Sam —contestó ella, sorprendida por aquel ruego, al tiempo que le acariciaba el pelo.
—Voy a llamar a tu papá para que venga al hospital -f-le prometió la niñera—. Llegará en seguida.
— ¿Mi papá estará allí? —preguntó el niño, menos asustado.
—En cuanto lo llame —la niñera no parecía tener la menor duda al respecto.
—Sam —dijo la pequeña Abbie, agitando los bracitos alegremente hacia su hermano.
Sam dejó que se lo llevaran, aunque miró apenado hacia Demi, la cual se pasó los dedos sobre el pelo, corto y aún mojado, mientras los miraba marchar. El socorrista le sonrió tímidamente:
—No sabe cómo me alegro de que estuviera aquí, señorita.
—Pero haz el favor de estar atento a tu trabajo de ahora en adelante —contestó Demi.
— ¡Sí! —afirmó el socorrista con ardor, y corrió de vuelta a su puesto.
Las adolescentes se habían agrupado de nuevo en el otro extremo. Las tres mujeres que habían estado sentadas junto a la parte de la piscina poco profunda estaban recogiendo sus cosas, listas para irse a cenar. Susan, que se había mantenido al margen mientras había durado la intervención de Demi, le puso una mano sobre el hombro:
— ¿Estás bien?
—Sí...
—Has estado increíble, Demi. Te has movido rapidísimo. Si no hubieras estado...
—Tuve la suerte de darme cuenta —dijo Demi—. Deformación profesional de ex socorrista.
—Al menos a ti sí te sirvió tu formación de primeros auxilios — Susan miró hacia el socorrista, que estaba en su puesto vigilando concentrado la casi vacía piscina—. Con toda la gente que había, seguro que se correrá la voz. Seguro que se llevará una buena reprimenda por lo que ha estado a punto de pasar.
Demi recordó la mirada espantada del joven.
—Creo que ha aprendido la lección.
—Toma —Susan le entregó las gafas de sol.
—Gracias —repuso Demi, acomodándoselas sobre la nariz.
— ¡Y pensar que había bajado para relajarme unos minutos! —Susan suspiró. ¿Cómo iba a imaginar que venir a la piscina podía ser tan emocionante?
—La verdad, creo que podría haberme ahorrado la emoción —murmuró Demi, segura de que el recuerdo de Sam en el fondo de la piscina la perseguiría en una temporada.
—Lo que has hecho ha sido fantástico — insistió Susan—. Puede que lo hubiera localizado alguien a tiempo, pero no hay garantía. Y gracias a tu rápida intervención, es probable que no tenga secuelas graves.
—Me alegro de haber podido ayudar — dijo Demi, violenta por los halagos de su amiga, mientras echaban a andar hacia la salida.
—Seguro que Joseph Jonas se alegrará mucho más.
Estuvo a punto de tropezarse.
— ¿Qué pinta Joseph Jonas en todo esto?
— ¿No lo sabías? —Susan alzó las cejas—. Es el padre de Sam.
—No —Demi giró la cara para ocultar su expresión—. No lo sabía.
El padre de Sam. El incidente cobraba un significado totalmente distinto de repente.
Pues de haberse hecho realidad las fantasías de Demi, ella habría sido la madre de sus hijos.
— ¿Seguro que está bien? ¿No tengo que preocuparme de nada más? — Joseph  no parecía capaz de soltar a su hijo, que llevaba veinte minutos colgado a su cuello.
—Está perfectamente, señor Jonas — el médico sonrió—. Le entró muy poca agua y parece que no perdió la consciencia en ningún momento. Según la niñera, estuvo muy poco tiempo bajo el agua. Estaba más asustado que otra cosa. Simplemente, esté atento a posibles repercusiones emocionales. Quizá debiera apuntarlo a clases de natación, para evitar que desarrolle una fobia permanente al agua.
—Gracias, lo tendré en cuenta.
La mera mención de las lecciones de natación había bastado para que Sam volviera a ocultar el rostro. Nunca le había gustado el agua, y no confiaba en los desconocidos lo suficiente como para seguir sus instrucciones... algo que Joseph esperaba que cambiase cuando empezara a ir al colegio.
Becky Rhodes, la niñera que Joseph había contratado hacía solo un mes, estaba sentada en la sala de espera con Abbie, que se había dormido en su regazo. Miró hacia Joseph con ansiedad cuando este salió de la consulta del médico con Sam.
— ¿Está bien?
—Sí —contestó él con brevedad, resistiendo el impulso de añadir que no gracias a ella.
—No sabe cómo me alegro —Becky suspiró aliviada—. Lo siento muchísimo, señor Jonas. Estaba ocupada con Abbie y Sam se resbaló. No me di cuenta.
—Gracias a Dios que el socorrista lo vio —Joseph abrazó a Sam instintivamente.
—No fue el socorrista. Estaba demasiado ocupado coqueteando con un puñado de chicas. Si esa mujer no hubiera aparecido...
Joseph había ido corriendo al hospital y aún no había tenido ocasión de enterarse de los detalles.
— ¿Qué mujer?
—La nueva profesora de teatro del instituto. Ya sabes, la pelirroja que tiene tantos pendientes y una ropa tan moderna. Demi Lovato, creo que se llama.
—Demi Lovato —repitió Joseph, el cual recordó a una jovencita que lo había hecho desear ser salvaje y atrevido por primera vez en su vida—. ¿Demi Lovato le ha salvado la vida a mi hijo?
—Sí.
Joseph enmascaró sus sentimientos y avanzó hacia la salida.
—Te llevo a casa. ¿Puedes con Abbie?
—Por supuesto —Becky apoyó la cabeza de la niña sobre un hombro.
Joseph levantó la bolsa de los pañales y salió del hospital, pensando que tenía que ocuparse de varias cosas esa tarde... y sabedor de que ninguna sería fácil.
La última vez que había hablado con Demi le había dicho sin rodeos que sus planas de futuro no la incluían. Apretó a Sam contra el pecho y sintió una mezcla de gratitud y desmayo porque Demi hubiera reaparecido en su vida en aquel momento.

Sedcutoramente Tuya Capitulo 2




Era el primer día de las vacaciones de verano. Demi Lovato suspiró contenta y meneó las uñas, recién pintadas, mientras tostaba en una tumbona su casi desnuda piel. Se prometió no estar mucho tiempo fuera, consciente del peligro de exponerse demasiado al sol. ¡Pero era tan agradable dejarse rozar por los rayos durante unos minutos!
Al final se obligó a desplazarse hacia la sombra de uno de los toldos de la piscina. A escasos meses de su vigésimo noveno cumpleaños, no tenía intención de arriesgarse a que le salieran arrugas prematuras.

Se bajó las gafas de sol de la coronilla a la nariz y miró en derredor, censando al resto de vecinos que estaba disfrutando de la piscina aquella tarde de lunes de principios de junio. No eran muchos, ya que la mayoría trabajaba entre semana... salvo que, al igual que Demi, tuvieran la fortuna de tener libres los veranos. Cinco o seis chicos dominaban la parte menos profunda de la piscina mientras tres mujeres descansaban sentadas a poca distancia de ellos, charlando y vigilando a sus hijos.

Un chiquillo de cuatro o cinco años estaba sentado en el borde de la piscina, pataleando el agua por una zona más profunda. Su pelo, rubio, estaba seco, como si no hubiera llegado a entrar en la piscina. No parecía triste ni aburrido, pensó Demi. Simplemente, pensativo. Solo había un adulto en el agua, una mujer joven que jugaba con su bebé, sentado en una silla con flotador. La niñita era rubia y se parecía al chico pensativo. ¿Serían hermanos? - Y volvió a desviar su atención. En la parte más honda de la piscina, junto al trampolín, media docena de adolescentes posaban exhibiéndose. Un joven socorrista oteaba la escena desde un asiento elevado, más atento a los cuerpos de un par de guapas adolescentes que a sus deberes.

Demi se estiró en la tumbona y sonrió al recordar los lejanos tiempos en que ella y sus amigas se esforzaban, diligente y disimuladamente, por distraer a los socorristas.
—Conozco esa sonrisa. Siempre significa que estás tramando alguna diablura —comentó una voz familiar.
—Recordando diabluras, más bien —Demi apuntó con la barbilla hacia las adolescentes que posaban en biquini para el socorrista.
— ¡Dios! —Susan Schedler reposó su embarazadísimo cuerpo junto a la tumbona pegada a la de Demi—. ¿Alguna vez he sido tan joven y delgada?
—Estábamos muy buenas —Demi le dedicó una sonrisa cariñosa a su amiga de la infancia.
—Una de nosotras sigue estándolo —Susan apuntó al biquini de Demi.
—Muy amable, gracias.
—Las cosas como son —Susan se recostó en la tumbona y posó una mano sobre su vientre.
— ¿Qué tal te encuentras hoy?
Ya que lo preguntaba, Susan se embarcó en un análisis detallado de su estado y mostró su impaciencia por llegar al final de una vez. Mientras atendía a las palabras de su amiga, Demi dejó vagar la vista de nuevo. Las adolescentes habían dejado de coquetear. Una de las chicas se había colocado, por casualidad, de manera que el socorrista solo tuviera que mirar hacia abajo para contemplar la parte superior de su bi-quini. Demi frunció el ceño al advertir que el joven se estaba aprovechando de aquella oferta silenciosa.

Si bien se había identificado con las adolescentes, la molestaba que el socorrista estuviese permitiendo desviar su atención de la piscina. Demi había trabajado como socorrista tres veranos y sabía que habían entrenado al joven para resistir ese tipo de distracciones.

Miró de nuevo a la parte que menos cubría, donde los chicos seguían chapoteando y chillando. La mujer joven seguía jugando con la niña en el asiento con flotador. Murmuró vagamente a algo que Susan había dicho y deslizó los ojos hacia donde había estado sentado el niño. Se había movido, advirtió. Lo más probable era que hubiera cedido a la tentación del agua fría. Miró hacia la parte que no cubría, buscando su cabello rubio entre los otros chicos. Pero no lo localizó.
Algo la hizo devolver la mirada al sitio donde lo había visto la última vez. Sabía que había niños de menos de seis años que nadaban como peces, pero este le había parecido muy pequeño y solitario.

Miró automáticamente hacia el fondo de la piscina.
Y un segundo después, se levantó, llegó al borde en dos zancadas, se quitó las gafas de sol y se tiró de cabeza.
El niño estaba tumbado boca abajo en el fondo de la piscina. Demi lo agarró con un brazo y se dio impulso con las piernas para subir a la superficie. Cuando alcanzó el borde de la piscina, los demás ya habían tomado consciencia de lo que estaba ocurriendo. El socorrista, totalmente pálido, acudió al instante para recoger al chico de brazos de Demi.

Esta oyó un grito, oyó a un par de chicos que rompían a llorar, oyó las voces' nerviosas de las adolescentes; pero no quitó la vista del niño mientras salía de la piscina y corría a arrodillarse a su lado. Aturdido aún por que lo hubieran pillado desprevenido, el socorrista seguía indeciso, de modo que Demi tomó el mando. El niño tenía pulso, gracias a Dios, pero no parecía respirar. Lo puso de costado y elevó uno de sus brazos por encima de la cabeza para facilitarle la oxigenación de los pulmones. Estaba preparada para hacerle el boca a boca, pero sintió un enorme alivio cuando el niño empezó a toser y expulsar agua.

Demi vio el líquido que salía de su boca. Le había entrado algo de agua en los pulmones, pensó aliviada porque ya habían corrido a llamar a una ambulancia. No había estado debajo del agua más de un par de minutos, de modo que el riesgo de daños cerebrales era mínimo; pero siempre cabía que surgieran otras complicaciones. Como una pulmonía, recordó. Era imprescindible que lo viera algún médico.
El niño echó a llorar. Demi lo estrechó entre los brazos y trató de tranquilizarlo:
—No pasa nada, cielo.
—No lo he visto —murmuró el socorrista con voz trémula—. Ni siquiera lo oí caer.
—Un niño tan pequeño no hace mucho ruido al caer —respondió Demi, tratando de hablar con suavidad, a pesar de lo enojada que estaba con él. Bastante castigo tendría imaginándose lo que habría podido suceder de no haber estado ella cerca para intervenir.
—Dios, ¿está Sam bien? Su padre me va a matar —la mujer que había estado jugando con el bebé corrió hacia el niño, con su hermanita sobre la cadera.
El niño ocultó la cara en el cuello de Demi, sin parar de sollozar y temblar. Ella lo acunó con un instinto que jamás había sentido antes. De pronto, notó que un corrillo de curiosos los estaba mirando.
—Quizá deberías pedirles que vuelva cada uno a lo suyo —le sugirió al socorrista en voz baja.
Este asintió, recobró la compostura, se puso de pie e hizo sonar su silbato:
—Muy bien, todos atrás, tenéis que dejar espacio al chaval. Lo estáis poniendo nervioso.