viernes, 9 de noviembre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 19




Y ahora aquella pelirroja está a punto de hacerlo de nuevo.
***
—Yo no estoy enojada. Sólo es por curiosidad. —Sí. Si ella lo gritara en voz alta
unas cuantas veces más a lo mejor, en realidad se lo crearía. Después de todo,
¿Qué otra emoción le haría hacer algo tan estúpido? Y, Demi tuvo que admitirlo,
caminar en el bosque al atardecer, la luna llena alzándose o no, era estúpido.
Realmente estúpido.
Pero tenía que hablar con él. Ella quería saber por qué había esperado Joseph
veintiún años para dar a la abuela el medallón.
—Veintiún años. Eso era mucho tiempo para aferrarse a algo que no era tuyo. No
es que yo esté loca por él.
Ella lo estaba en realidad. Era sólo una excusa. Más que nada quería saber dónde
lo había encontrado.
La abuela dijo que Joseph había estado allí en el accidente. Pero ella estaba tan
contenta con tener el medallón de regreso que no le importaba lo que
significaba que estuviera allí. Podía responder a las preguntas que nadie más
podía.
¿Qué había visto? ¿Qué sabía? ¿Sus padres habían dicho algo? ¿Estaban vivos?
¿Vio al lobo que los había matado? Ella lo tenía que saber.
Cada vez que le había hecho ese tipo de preguntas a la abuela, o cualquier otra
persona que pudiera saber, sólo había conseguido unos ojos tristes, ojos de perro
mirando hacia ella, y ninguna respuesta sólida.
—Sólo déjalo detrás, querida. —Diría la abuela—. Eso no los traerá de vuelta.
Considérate bendecida porque no lo puedes recordar.
Esta vez, ella tenía una buena excusa para abordar el tema. Ella tenía una fuente
de primera mano que le diera algunas respuestas. Ella no se conformaría con los
ojos tristes y no la tranquilizarían como los clichés. Esta vez tendría respuestas y
eso, más que cualquier otra cosa, la impulsó hacia el bosque, a un lugar al que
no había ido en años.
La linterna de Demi brillaba a la izquierda. El camino estaba claro, cubierto de
tierra, con hierbas altas y matorrales mantenían la distancia. Hizo un pequeño
giro de su muñeca hacia la derecha y expuso una franja de hierba corta a través
del bosque de ocho pies de ancho. Debajo estaban los restos de una carretera
olvidada hacia mucho tiempo. Aún podía ver los surcos dobles como huellas de
llantas viejas a través de los tallos de hierba, aunque lo que recordaba nunca
había sido una carretera realmente.

Este camino llevaría a la subdivisión, a la cabaña, al lugar que alguna vez había
llamado casa. Esperaba que también la llevara más cerca de la mansión secreta
de Joseph en el bosque. Tenía que encontrarla otra vez. Tenía que encontrarlo a él.
Demi tembló por sus nervios y empezó a caminar. Sus piernas dividían las malas
hierbas con cada paso. Semillas verdes, hojas pegajosas se aferraron a su
pantalón, y dejaban rayas oscuras de rocío a lo largo de la tela gris en los muslos y
rodillas. Su mente volaba, analizando constantemente los sonidos, las sombras y
movimientos extraños.
Éste era un riesgo estúpido teniendo en cuenta que se había encontrado cara a
cara con el lobo de plata grande una vez. Y estaba bastante segura de que la
persiguió al lago, el otro día. El lobo había sido cualquier cosa, menos mortal. Por
supuesto, su actitud paciente podría haber sido pura suerte.
Si tan sólo pudiera recordar la ruta que Joseph había tomado hacia el lago no
tendría que andar por ahí tratando de encontrar la casa por accidente. Ella
debería haber esperado hasta mañana. Pero ella quería respuestas y ni siquiera
puso atención en que tendría que lidiar con su extraña familia. Ella ya había
esperado bastante.
Demi había verificado todos los mapas de la zona que podía encontrar. Ninguno
de ellos mostraba más allá de las carreteras, caminos de grava a la Reserva de la
caza silvestre. El bosque era como un punto en blanco, el Triángulo de las
Bermudas de Pennsylvania.

De esta manera, un camino recto a pie, Demi estaba convencida de que era
más rápida. Por lo menos si se perdía estaría en la parte derecha de la selva.
Su ritmo estaba acelerado, pero sin ninguna buena razón que ella conociera.
Estaba oscuro, no completamente todavía, pero ella usó la linterna para explorar
los bosques, mientras caminaba, en primer lugar de un lado al otro. Una pequeña
parte de su cerebro se dio cuenta que la linterna la mantenía en una situación de
desventaja. La luz brillante señalaba su ubicación a cualquier persona o cualquier
cosa que pudiera seguirla.
Ella siguió caminando, con su cuerpo firme, mirando a ambos lados de ida y
vuelta, con la esperanza de la linterna alcanzará a cualquier atacante antes de
que él saltara. Las posibilidades eran escasas, pero eso no le impidió tener
esperanza. El camino cubierto viajó hacia arriba, y cuando brilló la luz a su
izquierda, vio las copas de los árboles.
Una mejor visión la hizo darse cuenta de que el suelo del bosque desaparecía a
pocos metros de la ruta. Un viajero audaz aventurero podría caerse aquí, era una
ladera muy empinada, era muy alto. Demi no quería pensar en ello. Escalar la
ladera desde abajo era algo que sabía demasiado, aunque no podía recordarlo.
Ella siguió caminando, reasumiendo la exploración con su linterna a la derecha y
la izquierda mientras el bosque se volvía a nivelar.

Después de más de una hora, la oscuridad había llegado por completo, la luz
blanca de la luna suave apenas penetraba en el pabellón grueso del bosque. Por
último, Demi se filtró para ver algunos pequeños destellos de luz a través de los
árboles delanteros.
—Las viviendas Wood Haven. —Exhaló las palabras. Aliviada. Tenía que ser el
alumbrado público pintoresco del barrio. Demi se permitió una pequeña sonrisa
a pesar de una pizca de decepción.
Ella no había tropezado con la casa de Joseph , como había esperado, pero ella
había caminado a través del bosque sin ser devorada por cualquier gran lobo
malvado.
La civilización estaba a menos de quinientos metros de distancia, su confianza
volvió. Sus hombros se relajaron, dirigió la linterna en frente de ella. Ella confiaba en que llegaría a la calle más cercana y esperaría en un sitio donde pudiera llamar a un taxi.
Tres pasos y la confianza de Demi se evaporó con el roce de un movimiento a su
izquierda. Ella se quedó helada, sintió el hormigueo de la adrenalina corriendo por
su columna vertebral. Trasladó la luz a la izquierda. Un árbol y un grupo de altos
helechos se tambaleaban. ¿Había algo pasando junto a ellos o se había movido
por una brisa que sólo ahora ella noto a través de su pelo?
Demi movió la luz más a la izquierda, observando todo lo que podía. No había
nada ahí, sólo la vegetación. Ella exploró el otro lado y no encontró nada fuera
de lo común.
Forzó una risa que no sentía—. ¿Muy paranoica?
Tan pronto como las palabras salían de su boca hubo otro movimiento, esta vez
sobre su lado derecho, la heló hasta los huesos. Movió la luz, tratando de echar un
vistazo a lo que se movía por ahí. Nada.

Ella miró durante varios minutos. Sin mover los pies, arrastro la luz de la linterna en
un círculo a su alrededor, girando su cuerpo para cubrir la mayor área posible.
Ella comenzó a dar marcha atrás y sintió el repiqueteo familiar de dedos invisibles
en la base de su cuello.
La luz volvió rápidamente en la dirección en que había venido y se reflejó en dos
ojos blancos brillantes—. ¡Oh, mierda!
Sus pies se revolvieron hacia atrás sin el beneficio del pensamiento o del equilibrio
para mantener su posición vertical. Ella aterrizó duro en su trasero, pero no dudó ni
un segundo. Olvido la linterna, sus manos y los pies se clavaron en el suelo,
camino comó cangrejo tan rápido como fuera humanamente posible.
Sin la reflexión de la luz, los ojos blancos se volvieron azules en la oscuridad fresca
y se fijaron en ella. Demi no podía apartar la mirada, no se atrevió, no podía
arriesgarse a acelerar un ataque inevitable del animal, la advirtió su inconsciente.
En algún lugar de su cerebro una voz gritó: ¡Levántate! ¡Levántate! Pero Demi no
pudo encontrar un momento para desperticiar en ponerse de pie, en ves de
alejarse.

Ver esos ojos, el mismo tipo de ojos del lobo de su infancia, los mismos ojos de
miedo de cientos de pesadillas y noches de insomnio, significaba que ella no estaba viendo por dónde iba. El duro golpe de un árbol contra su cabeza paró
todo el progreso.
Se dejó caer en su trasero con un juramento. Por un latido de su corazón, cerró los
ojos, su mano fue a su cabeza en el reflejo. Ella abrió sus ojos con de nuevo y
encontró los orbes azules que la perseguían y todavía la miraban, más cerca. Ella
podía ver el cuerpo completo del lobo ahora, grande, musculoso y... color mielmarrón.
Este no era el mismo lobo del que su abuelita le había hablado. Este no era el
lobo de plata travieso de Demi. Esto no era ni siquiera la bestia salvaje que la
había perseguido la otra noche. Este era un hombre lobo y grande, con una
mirada enloquecida en sus ojos.

El animal gruñó, sus labios se encrespaban detrás de sus enormes dientes blancos,
su piel gruesa vibraba. Demi presionó su espalda contra el árbol, sus zapatillas de
deporte excavaron en el suelo como si ella se pudiera empujar a sí misma a través
del grueso tronco hacia el otro lado.
—Perrito bonito. Ahora, vete. Vete a casa. —Valió la pena intentarlo. Pero el lobo
enorme se acercaba. Con pasos lentos y deliberados, sus ojos se centraron tan
intensamente que podía sentir el frío helado que trabajaba para paralizar su
cuerpo.
Ella tenía que huir. Demi  se inclinó a su derecha, girando contra el tronco del
árbol, lista para girar en torno a la otra parte. Pero justo cuando cambió su peso a
su cadera, una corriente de aire caliente ondeó por encima de su hombro y al
lado de su cara.
Ella miró de reojo y escuchó el gruñido de un segundo lobo. Su pelaje era de color
marrón claro, los extremos con puntas rubias. La loba que la había perseguido el
otro día. Estaba lo suficientemente cerca para que su saliva goteara sobre su
hombro, la humedad caliente, la empapó a través de su blusa.
Mierda, ¿Cómo había llegado tan cerca sin que ella lo notara? Demi no perdió
tiempo preguntando. Se volvió hacia otro lado y se puso de rodillas delante de un
tercer lobo miel-marrón que se ponía cara a cara, ojo con ojo con ella.
—¡Mierda!

Demi  se deslizó hacia atrás por reflejo, aterrizando en su trasero de nuevo. Se
presionó contra el árbol, se empujó a sí misma y consiguió estar de pie. El más
bajo de los tres lobos llegó a su cadera con la cabeza. El más alto, el varón con la
piel miel-marrón, era sólo un centímetro más bajo de lo que era su lobo de plata.
Los gruñidos mezclados se combinaron, convirtiéndose en un sonido bajo que la
hizo vibrar a través de su cuerpo, nada parecido a lo que hubiera escuchado o
sentido antes. Estaban demasiado cerca, el lobo se arrastraba más cerca,
gruñendo y babeando. Enjaulada con los lobos en el frente y en ambos lados,
con el árbol a su espalda, ella se estaba quedando sin las vías de un escape
rápido.

Demi se deslizó alrededor del árbol y salió corriendo. La suave piel del lobo la
esperaba a su izquierda presionándose contra su pierna, enganchado a través sus
`dedos´, mientras se lanzaba para tratar de detener su huida. Ella se escapó.
No. La dejó escapar. En algún nivel Demi sabía que era verdad. ¿Por qué? Al
diablo. A ella no le importaba por qué la había dejado ir.
Estaba libre, corriendo a toda velocidad hacia el parpadeo de las luces del
Wood Haven. Demi con el pánico en su mente corría, intentando trazar un mapa
con la ruta más directa, pero algo andaba mal.
Sólo podía ver una luz ahora y era más débil, como si una espesa capa de
árboles bloqueara la vista.

¿Dónde estaban las otras luces? ¿La docena de farolas, la luz cálida de las salas y
las pantallas de televisión? Debería haber más luces. Debería haber estado más
cerca. Por un segundo cambió su atención con la esperanza de ver alguna luz
parpadeante, en la selva a su alrededor.
El camino cubierto que había estado siguiendo se había ido. El pánico debió de
hacer que se equivocara de camino. Entonces, ¿Cuál era la luz a la que estaba
corriendo, si no de era Wood Haven?
El sonido que del golpe de pisadas suaves acolchadas y crujidos detrás de ella
alejó la pregunta de su cerebro. Ellos venían. Los lobos le darían caza. La cacería
había comenzado. ¿Es por eso que la dejo ir? ¿Así podría perseguirla?
El corazón de Demi retumbó en sus oídos, bombeo adrenalina en la sangre rica
en oxígeno que corría a través de su cuerpo. Sus pulmones quemaban pero no se
detendría, no podía, o corría el riesgo de ser descubierta, Me comerán. Oh, Dios.
Más adelante, un enorme árbol caido bloqueaba el camino y se desvió a la
izquierda para ir a su alrededor. Ella se deslizó a través de las viejas ramas,
reduciendo la distancia que tenían que recorrer por varios metros. En ese instante
se rompió todo su mundo, se cerró a su fin.

Un lobo. Un cuarto, tan alto como su lobo grande de plata y sólo con unos pocos
kilos menos, estaba delante de ella. Su piel era del mismo color miel-marrón de los
otros dos, con ojos de un azul luminoso inquietante. Sus labios subieron sobre sus
colmillos, temblando con un gruñido bajo amenazador.
Una trampa. Ella había sido conducida a la masacre como una oveja estúpida. El
bosque crujía y crujía mientras los otros tres lobos la atrapaban en un círculo, el
lobo rubio se inclinó y saltó al árbol caído, sobresaliendo por encima de su
hombro derecho. El otro lobo mas pequeño permaneció detrás, el gran lobo de
pelo más oscuro, dio la vuelta a su izquierda.
Los músculos de Demi temblaron con rapidez, temor y el deseo irresistible de
correr. Su cuerpo se estremeció, los instintos volaron en conflicto con el sentido
común y las probabilidades de éxito. Tenía que haber algo que pudiera hacer.
Alguna manera de salir de esto, obtener ayuda. Sólo una tenue luz de esperanza
vino a su mente.
Joseph. —Hablaba casi en un tono normal, sin saber cuál sería la reacción de los
lobos. Los gruñidos aumentaron en volumen, pero se quedaron donde estaban,
cada uno, a algunos buenos cuatro metros de distancia.
—¡Joseph, ayuda! ¡Ayúdame! Alguien-Ayu… — El lobo frente a ella dio dos pasos
más cerca y se detuvo.
Al aliento de Demi se detuvo. Cállate. Cierra la boca. Cállate. Cállate. El instinto
la detuvo y el miedo le gritó que no hiciera otro sonido o se arriesgaría al ataque
de las bestias.
Inteligencia se dijo, su voz era su única esperanza. Que necesitaba utilizarla
mientras todavía podía. Respiró profundo para obtener el mayor volumen que
pudo.
—Ayuuudaaaaaaaaaaaaaa...
El lobo grande oscuro se lanzó a su izquierda, se estrelló contra ella, quitándole el
resto del aire de sus pulmones. Demi abrió la boca con un grito silencioso, sin
aliento, mientras sus dientes afilados se enganchaban en el dobladillo de su blusa,
casi rozándole la piel. El lobo mas grande se abalanzó hacia ella, pero su enorme
cuerpo se estrelló contra el lobo oscuro y ambos cayeron en la maleza.
Un instante después su hombro estalló en dolor, mientras el lobo más pequeño
traspasaba con afilados dientes el músculo y la carne. En el siguiente momento,
Demi contuvo su aliento e hizo un grito más fuerte y ruidoso. Pero las poderosas
mandíbulas del lobo apretaron más fuerte.

Demi se retorcía bajo el peso de su cuerpo, sus manos frenéticas, empujando
contra su cuello, los dedos arrancaban pedazos de piel. La bestia no la soltó. Miró
a su alrededor, buscando algo, cualquier cosa para utilizar contra su agresor,
pero lo único que vio fue un rápido desenfoque de la piel de la loba-rubia.
Contuvo la respiración, se preparó para la próxima puñalada de dolor, la
mordedura siguiente.
Llegó desde el mismo punto exacto de su hombro, cuando los dientes del lobo
perdieron el control sobre ella, y su cuerpo voló varios metros. La loba-rubia lo
había golpeado. ¿A quién le importaba por qué?
La herida era profunda y dolía como el infierno. Incluso el más mínimo movimiento
enviaba una lluvia de dolor palpitante desde el interior. No importaba. Tenía que
salir de allí. Demi movió la cadera, empujadose, tratando de llegar a sus rodillas y
esperando estar en pie. Ella no pudo llegar a sus rodillas antes de que su instinto
le dijera que las cosas de pronto habían cambiado jodidamente para mal, más
allá del reconocimiento.

Su mirada se desplazó al lobo de piel-marrón entre ella y la única luz que podía
ver. Él se arrastraba más cerca, bajo, como acechando para herir a su presa. Y
ahí estaba.
Miró hacia atrás y vio el gran lobo de miel-oscuro sin parpadear mirando con sus
ojos azules, reconociéndola como lo que era, la comida. A su derecha estaban
los dos lobos que la habían atacado y él que la liberó. Este último todavía estaba
alrededor, pero ambos tenían su atención fija en Demi.
Ella estaba sangrando. La misma mancha roja en todas partes. Había suficiente
sangre, el olor de ella debía estar impregnado en el aire, provocando unos
instintos que no tenían ninguna razón para ignorar. Definitivamente váyanse a la
mierda.
El lobo en el frente, el más oscuro de los cuatro, se lanzó primero. Demi lo vio
venir a tiempo para girar lejos su cadera, pero no lo suficientemente rápido para
evitar que sus enormes colmillos blancos se clavaran en su pantorrilla,
hundiéndolos dentro. Ella gritó y otra serie de poderosas mandíbulas capturaron la
parte trasera de su blusa. La tela se rompió mientras el tercero mordía su pierna,
capturando su saliva en sus dientes, rasguñando su piel por debajo.
—¡Ayúdenme! ¡Ayuda! ¡Ayuuudaaaaa!

Demi metió la cabeza entre sus brazos, protegiendo su cara. Las patas traseras la
arañaban su espalda, presionadas contra ella, caminando sobre ella, luchando
por ella. Miró sobre su cuerpo la enorme cabeza peluda, mordiendo y
rasgándola, desgarrando su ropa, uno al otro. Y después había uno menos.
Ella parpadeó justo a tiempo para ver a otro lobo navegar hacia atrás en el
bosque. Una mano grande apretó el cuello de la piel del lobo, lo levanto, y lo
envió volando, todo su cuerpo se retorcía y giraba por el aire. Por último, las dos
manos presionaron contra la boca del lobo, el lobo, cuyos dientes aún estaban
profundamente en la pantorrilla de Demi.

Una mano en la parte superior, y la otra por debajo, y abrió la quijada del lobo.
Demi movió la pierna libre, lanzando su mirada a la cara de las manos—. Joseph.
Sin soltar las mandíbulas en sus manos, Joseph torció el cuello del lobo, forzándolo a
ir lejos. Las largas piernas del lobo se tambalearon hacia atrás y Joseph lo dejó ir.
Sacudió su cabeza grande, después resopló como si tratara de volver a centrar
sus sentidos. Fulminó con la mirada a Joseph, gruñendo, sus hombros bajos como si
fuera a atacar.
—Ella no te salvará de esto, Shawn. No puede. Empuja más lejos y vas a morir
aquí. Ahora, dijo Joseph.
—¿Qué vas a ser, muchacho?
El lobo miel-marrón se detuvo. Se balanceaba sobre sus patas delanteras, como si
dilucidara una línea de conducta. Un resoplido duro de nuevo, y entonces se dio
la vuelta y corrió lejos.
Joseph miró a Demi, todavía tirada en el suelo.
—¿Qué haces en mi bosque?
—Santo cielo —dijo—. ¿Dónde aprendiste a hablar lobo?

Durmiendo Con Su Rival Capitulo 27 Final



Demi estaba de pie ante el espejo de cuerpo en­tero que había en el dormitorio que compartía con Joe, su futuro marido. El esperaba abajo mientras las mujeres de la familia de Demi revolo­teaban alrededor de ella.
Habían decidido casarse en casa, y arreglaron todos los papeles para celebrar la ceremonia lo an­tes posible.
-Estás preciosa.
Moira Lovato, la emocionada madre de Demi, ajustó la corona de flores sobre la cabeza de su hija, y luego se detuvo un instante para secarse los ojo humedecidos.
-Mamá, por favor, no llores.
 -No puedo evitarlo.
Demi se giró para abrazarla, y las lágrimas roda­ron por fin por las mejillas de Moira. Lágrimas de felicidad, pensó Demi mientras trataba de conte­ner las suyas propias.

Cuando se separaron, ambas mujeres se queda­ron mirándose en silencio durante un rato.
Colleen, la hermana mayor y la única que no vi­vía en la casa de piedra, se acercó al instante para acudir en ayuda de su madre, que necesitaba desesperadamente un pañuelo.
Demi tenía tres hermanas y cuatro hermanos, y la mayoría de ellos estaban presentes aquel día.
-Esto no estaría pasando si no fuera por ti -ase­guró cruzando la mirada con Colleen a través del espejo.
En cierto sentido, Colleen era indirectamente responsable de haber llevado a Joe a la vida de Gina. Gavin, el amor de Colleen, era amigo de Joe, y quien había sugerido que los Lovato lo contrataran como asesor.
-Hace un mes no me dabas las gracias -bromeó Colleen.

Era cierto. Demi había evitado adrede a Colleen y a Gavin, enfurecida por la proposición de éste. Pero ahora, se la agradecería eternamente.
Rita y María sonrieron pensando en todas las noches que Demi se había pasado maldiciendo a Joe Jonas.
El hombre al que amaba.
-Cielos —dijo la madre de la novia secándose de nuevo las lágrimas—. Ya es casi la hora, niñas. Será mejor que bajemos. Seguro que tu padre ya te está esperando, cariño -aseguró mirando a Demi-. Le diré que bajarás dentro de un minuto.
Todas las mujeres salieron de la habitación, de­jándola sola.
Demi observó su apariencia durante un ins­tante, admirando la seda italiana de su vestido y el collar de perlas.
Preparada para abrazar su futuro, salió del dor­mitorio para encontrarse con su padre al pie de la escalera. Cario Lovato le dedicó una sonrisa ra­diante y la tomó del brazo. Ella tomó el ramo de orquídeas salvajes que le ofrecía y esperó a que so­nara la música.

-Ya le he advertido a ese hombre tuyo que más le vale tratarte bien -aseguró el patriarca de los Lovato con la voz rota por la emoción-. Y él me ha contestado que te honrará con su vida.
Justo cuando los ojos de Demi comenzaban a llenarse de lágrimas, sonó la marcha nupcial. Pa­dre e hija descendieron por la escalera de caracol y llegaron hasta el salón, en el que cientos de velas blancas brillaban como un mar de estrellas.
Y allí, en medio de tanta belleza mística, estaba el hombre más atractivo que había visto nunca.
Joe se giró hacia ella y sus ojos se encontraron. Estaban a punto de entrar en el círculo que ambos compartirían durante el resto de sus vidas.

FIN

Durmiendo con su Rival Capitulo 26




Ambos se giraron, y Joe vio a Demi. Tara dejó caer las manos, pero ya era demasiado tarde. El es­taba frente a frente con su antigua amante, y Demi dio por supuesto lo peor.
Joe vio el dolor reflejado en sus ojos antes de que ella se diera la vuelta para regresar a aquella fiesta repleta de mirones.
Demi se abrió paso entre la multitud, buscando desesperadamente una vía de escape. Joe le ha­bía mentido. Había insistido en que ya no se sen­tía atraído por Tara, pero sus actos hablaban me­jor que sus palabras.
Mucho mejor.
Los ojos de Demi se llenaron de lágrimas, pero se negaba a llorar. Conteniendo su pena, siguió abriéndose camino entre los invitados y los perio­distas que estaban allí para la ocasión.
Alguien la agarró del brazo, y Demi forcejeó para soltarse.
Demi, espera!

Escuchó la voz de Joe, y se esforzó aún más por escapar, pero la estaba sujetando con dema­siado fuerza.
Ella se dio la vuelta para mirarlo y contempló su expresión de remordimiento. Era todo un ac­tor. Como de costumbre, estaba interpretando su papel a la perfección.
Todos los invitados miraban hacia ellos para contemplar la escena.
-No es lo que tú piensas -aseguró Joe soltán­dole el brazo-. Tara me estaba arreglando la cor­bata. Sé que suena estúpido, pero es la verdad.
Efectivamente, sonaba estúpido. No era más que una excusa barata. Y Demi no podía compren­der por qué se molestaba ni en decirla.
Demi pidió en silencio reunir la fuerza necesa­ria para continuar con aquella pantomima pública. Su pelea ya no era fingida, sino que se había convertido en real. Y ahora tenía que improvisar y convencer a Joe de que no le importaba en abso­luto.
-No me interesa lo que haya ocurrido -aseguró remarcando cada sílaba con orgullo—. Es deni­grante, pero lo superaré.

-No ha pasado nada, Demi. Te lo juro -repitió él acercándose para rozarle la mano con las yemas de los dedos—. Lo siento. Nunca quise herirte, ni provocarte confusión.
Demi retiró la mano de inmediato. No podía so­portar el dolor de sus caricias, de sus mentiras, de su traición.
-Ya te he dicho que no importa. Y tú tampoco me importas. No vale la pena que malgaste mi tiempo contigo. Ya no.
Joe permaneció de pie, mirándola fijamente con el dolor reflejado en los ojos. Un dolor fin­gido, se recordó Demi. Sólo estaba molesto porque lo hubieran pillado.
-Te amo, Demi. De eso estábamos hablando Tara y yo cuando entraste —aseguró Joe con los ojos humedecidos-. Te iba a pedir que te casaras conmigo, pero ahora sé que no aceptarías.
La multitud continuaba observándolos. Algu­nos invitados susurraron algo, y otros carraspea­ron. Demi pensó que iba a desmayarse.

 -No estás hablando en serio —dijo.
-Sí. No he hablado más en serio en toda mi vida. Lo eres todo para mí: Eres mi corazón, mi alma, mi amiga, y mi amante. Pero tienes razón. Ahora ya no importa. No puedo obligarte a que sientas lo mismo por mí.
-Pero lo siento -respondió Demi con los ojos arrasados en lágrimas-. Aunque no podía decír­telo. No después de lo que creí que estabas ha­ciendo con Tara.
-¡Oh, cariño! -susurró Joe estrechándola en­tre sus brazos y sintiendo su corazón contra el suyo, igual de acelerado.
-¿Podemos ir a un sitio más tranquilo? -pre­guntó Demi
A un lugar en el que no los mirara todo el mundo, donde los periodistas no estuvieran escu­chando cada palabra que dijeran.

Cada hermosa, emocionante y maravillosa pala­bra.
Joe la guió entre la multitud, y, cuando pasa­ron al lado de Tara, la actriz sonrió. Demi le devol­vió la sonrisa. Nunca hubiera esperado que la otra mujer fuera su aliada, pero Tara ya estaba dirigién­dose a la prensa, distrayéndola mientras ella y Joe se escapaban.
Él la llevó hasta la salita del jardín, donde esta­ban rodeados de cientos de flores mientras la llu­via golpeaba contra las paredes y el techo de cris­tal. A solas por fin, él la besó.
Joe tenía el cuerpo duro y fuerte, y la boca cá­lida. Demi cerró los ojos y lo abrazó.
Él dio un paso atrás para acariciarle la mejilla y recorrerle la mandíbula con el dedo pulgar. Ella abrió los ojos para mirarlo, para memorizar cada uno de sus rasgos.

-¿Cuándo lo supiste, Joe? ¿Cuándo supiste que me amabas?
-No estoy muy seguro, pero fue anoche cuando por fin lo admití. Llevaba toda la semana aterrorizado ante la idea de perderte cuando llegara la fiesta. Creo que todo el tiempo he sabido que te amaba, pero estaba demasiado asustado como para enfrentarme a mis sentimientos.
-Yo también luchaba contra mis sentimientos.
-¿De verdad? ¿Desde cuando?
-Desde que me mudé a vivir contigo.
-¿Te quieres casar conmigo, Demi? -preguntó Joe tomándola de las manos-. ¿Quieres ser mi es­posa?
-Te amo, y nada desearía más -respondió ella con el corazón encogido-. Pero no quiero dejar mi carrera, Joe.

-No te estoy pidiendo que lo hagas -aseguró él tomándose un respiro antes de comenzar a expli­carse—. Antes nunca me importó pensar que mi fu­tura esposa trabajara. Creía que esa era una deci­sión que debería tomar ella. Pero cuando me enteré de lo del suicidio de mi madre, cambié de opinión. Ahora sé que puedo enfrentarme a la verdad sobre Danielle -dijo abrazándola-. Gracias a ti. Porque tú eres la pieza que le faltaba a mi co­razón.

Los ojos de Demi se humedecieron. También él era parte de su corazón. Abrazados, ambos escu­charon en silencio unos minutos el sonido de la lluvia, y entonces ella recordó la fiesta en la que se habían conocido.
-Aquella primera noche soñé contigo. Enton­ces también llovía -recordó con una sonrisa-. Me embaucaste desde el principio, pero me alegro que me metiera usted en este asunto del escán­dalo, señor Jonas.
-¿Ah, sí? -respondió Joe dando un paso atrás para componer una mueca burlona-. Me alegro, porque pienso seguir metiendo las narices en su trabajo, señorita Lovato. ¿Recuerdas aquel con­curso que querías hacer para encontrar un nuevo sabor para Lovato? Pues voy a ayudarte.

Demi se lanzó de nuevo a sus brazos. Él la le­vantó del suelo y comenzó a dar vueltas, y ella soltó una carcajada. Sabía que aquel hombre, aquel hombre insistente, sensible y obstinado, era suyo para siempre.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Durmiendo con su rival capitulo 25




Tara Shaw entró en la mansión abarrotada de gente con un vestido de pedrería hasta la rodilla y boina a juego. Se había maquillado la línea de los ojos adecuadamente para la ocasión, y también eran del mismo estilo sus medias con ligas y el ci­garrillo con boquilla.
Los fotógrafos la rodearon al instante como una manada de borregos.
-Disculpadnos un momento, por favor -dijeron los padres de Joe yendo a su encuentro para reci­birla.
-Ojalá no tuviéramos que pasar por esto, Demi -aseguró Joe mirándola-. Pero te pido que con­fíes en mí.
-No confío en Tara, Joe -respondió ella exha­lando un suspiro.
Aquello significaba que tampoco confiaba en él. Demi estaba convencida de que caería engatu­sado por los encantos de su ex amante. Yeso le do­lía.

-Me duele que pienses así de mí -confesó Joe.
-Lo siento, pero no puedo evitarlo -aseguró Demi-. Para mí es una humillación que Tara esté aquí. Aunque nuestra aventura esté oficialmente a punto de terminar, me sigue resultando como una bofetada en la cara.
-Entonces, estamos en paz -respondió él-. Por­que tu falta de confianza en mí es como un puñe­tazo en los dientes.
Ambos permanecieron entonces en silencio. Demi se arregló conscientemente el vestido, y Joe se dio cuenta de que los reporteros los estaban ob­servando desde el otro extremo de la sala, en la que permanecía Tara a la espera de que él fuera a saludarla.
Fuera, la lluvia se había convertido en tor­menta, descargando su furia contra los elementos. Los truenos brillaban en el cielo, y la lluvia golpea­ba contra las ventanas.
-Será mejor que vayas -dijo Demi.
-Ya no me siento atraído por Tara -aseguró Joe, decidido a defenderse.
-Es una de las mujeres más bellas del mundo, Joe. ¿Cómo podrías no sentir algo por ella, des­pués de vuestro pasado en común?
«Porque te amo a ti», pensó.
-Pues no me atrae, y ya está. ¿Por qué no me crees?
-Lo estoy intentando.
-Sigue intentándolo. Pon mi lealtad a prueba. Haz lo que creas que debes hacer.
-Tal vez lo haga.
Demi lo miró a los ojos, con la mirada brillante por la emoción. Tras un segundo, parpadeó y se apartó de él.

Cinco minutos más tarde. Joe y Tara estaban solos en el estudio, rodeados de madera noble y li­bros. El tiempo seguía revuelto, y la fiesta seguía en su esplendor. Se escuchaba la música mezclada con el sonido de las voces y las carcajadas. Joe se preguntó qué estaría haciendo Demi, si estaría sola o si los periodistas la habrían cercado, acosándola como avispas asesinas.
Joe levantó la vista y se encontró con Tara mi­rándolo. Ella encendió el cigarrillo que había co­locado en el extremo de su boquilla y se apoyó so­bre el escritorio de caoba sin dejar de mirarlo fijamente.
-Bien, ¿qué ocurre? —preguntó Joe.

-¿De verdad no lo sabes? -preguntó Tara a su vez sonriendo maliciosamente.
-No, no lo sé -respondió él, irritado por sus evasivas mientras se quitaba la chaqueta y la colo­caba en el respaldo de una silla-. Dime qué estás buscando. Por qué estás aquí.
-Adivínalo tú, Joe -respondió Tara lanzando al aire una bocanada de humo-. Piénsalo durante un minuto. Después de todo, eres un joven y bri­llante asesor. No debería resultarte muy difícil.
-Lo sabes, ¿verdad? -preguntó él, dándose cuenta de que lo había descubierto.
-¿Que tu escándalo es un montaje? Por su­puesto que lo sé. Y también sé que me has metido a mí en el asunto.
-Las revistas se inventaron esa historia sobre Demi y tú peleándoos por mí. No fue idea mía.
-Tal vez no -respondió ella mirándolo fija­mente con dureza-. Pero no hiciste absoluta­mente nada para acallar los rumores. De hecho, seguro que añadiste algo de tu cosecha.
-Es mi trabajo, Tara.

-¿Arruinar la vida de la gente?
-Yo no quería causarle ningún daño a nadie.
-Pues lo has hecho -aseguró Tara sentándose en la esquina del escritorio-. Derrick y yo estamos luchando por salvar nuestro matrimonio, y toda esa basura de las revistas del corazón no nos está ayudando. ¿Puedes imaginarte cómo se siente él cuando lo enfrentan contigo? ¿Con mi antiguo amante, un hombre joven al que yo amé?

Sí. De pronto, Joe podía imaginar perfecta­mente cómo se sentiría Derrick. ¿No eran acaso las mismas emociones contra las que luchaba Demi?
-Lo siento -aseguró Joe-. A veces estoy tan metido en lo que hago que pierdo el sentido de lo que es realmente importante. Nunca quise herir a nadie -continuó mientras se aflojaba la corbata, que de pronto parecía una soga atada a su cuello-. Lo siento de verdad.

Tara jugueteó con un mechón de pelo que se le escapaba de la boina. Estaba algo mayor, pero se­guía siendo hermosa, una mujer de sustancia. Joe la había amado en el pasado, pero no en el modo en que amaba a Demi. Tara había sido un icono, la introducción hacia un mundo que an­siaba conocer. Pero Demi, con su carácter fuerte y su corazón angelical, era sencillamente todo su mundo.
-Esta farsa tiene que terminar, Joe -continuó diciendo Tara mientras aspiraba de nuevo el humo de su cigarrillo embocado-. Y cuanto antes, mejor.
-Y así será. Quiero decir, se supone. Pero ahora mismo las cosas están algo revueltas.
-¿Qué cosas? -preguntó ella mirándolo con cu­riosidad.
-Las cosas de mi interior -confesó Joe gol­peándose levemente el pecho—. Estoy enamorado de ella, Tara. Me he enamorado de Demi. Y si ella quisiera, me casaría con ella ahora mismo. Pero me temo que no soy correspondido.
-¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho ella?
-No exactamente. Pero tampoco me ha confe­sado nada.
-Los hombres sois todos idiotas —aseguró Tara poniendo los ojos en blanco en gesto teatral-. Jó­venes o mayores, no os enteráis de nada. Por el amor de Dios, Joe, dile lo que sientes. Da tú el primer paso.
Joe sintió cómo se le aceleraba el pulso. Tara tenía razón. Tenía que entregarle a Demi su cora­zón, pedirle que fuera su esposa, y arrojarse a sus pies si era necesario.

-¿Me cubrirás con la prensa, Tara? -preguntó ansioso, pasándose la mano por el cabello.
-Ni lo dudes -aseguró ella agarrando la cha­queta de Joe para dársela-. Les contaré toda mí vida. Será mi entrevista más larga.
-Gracias.
Joe se alisó las solapas, y Tara se acercó para estirarle la corbata y ofrecerle un poco de ánimo.
Y fue entonces cuando la puerta se abrió.

Durmiendo con su rival capitulo 24




De pronto, las nueve de la noche parecían la hora encantada, la hora en la que Demi perdería el zapato de cristal que su príncipe nunca reclama­ría. Dejar marchar a Joe era más de lo que podía soportar, pero dejarlo en brazos de su ex amante se le antojaba completamente imposible.
-¿Quieres que simulemos la pelea antes de que Tara llegue? —preguntó Demi, deseando que él op­tara por cancelar la actuación.
-Maldita sea, no lo sé -contestó Joe pasándose la mano por el cabello alborotado-. Ya sea antes o después, la prensa va a culpar a Tara de nuestra ruptura. Y los cotillees provocarán nuevas menti­ras. Este asunto no se terminará nunca.
¿Este asunto? ¿Llamaba «este asunto» a su ro­mance, a las noches que habían pasado el uno en los brazos del otro?
Demi se dio la vuelta para contemplar el cielo y divisó la luz grisácea de las nubes, la promesa de la lluvia.
-No me has dicho tus noticias -dijo entonces Joe.
Cielo Santo. Se le había olvidado todo el asunto de su madre. Pero ahora tenía que contárselo. Te­nía que poner sobre la mesa otro tema emocional-mente puntiagudo.
-Tal vez Danielle estaba enferma, Joe.

-¿Enferma? —Exclamó él mirándola con re­celo-. ¿De qué estás hablando?
-Algunas mujeres sufren un trastorno emocio­nal después de dar a luz. Se llama depresión post parto. Y hay un grado más fuerte que está conside­rado como una psicosis.
-Por favor, Demi, no inventes excusas para justificar a mi madre -respondió Joe poniéndose en pie.
-No lo hago —se defendió ella incorporándose a su vez-. Puede llegar a ser una enfermedad muy grave. Mi hermana Rita, que es enfermera, me ha­bló de ello, y luego estuve horas buscando infor­mación en Internet. Incluso he contactado con un grupo de apoyo para hacerles algunas preguntas.
-Mi madre estaba deprimida por haber dejado su carrera.
-Sí, pero tal vez eran sentimientos que no era capaz de controlar. Si hablamos con tu padre y conseguimos su historial médico, tal vez llegue­mos a la verdad.

-¿«Lleguemos» No pienso meterte en este lío. Y, para ser sinceros, no creo que tenga ya impor­tancia. Lleva treinta años muerta.
«Importa porque te sigue doliendo y necesitas respuestas», pensó Demi.
-Según los expertos, la psicosis post parto está considerada una enfermedad mental grave y debe ser tratada de inmediato.
-¿Y qué pasa si descubrimos que Danielle no es­taba enferma? -preguntó Joe frunciendo el ceño—, ¿Y si simplemente odiaba la vida, y a mí?
 -No creo que nadie pueda odiarte, Joe.
 El se acercó un poco más, y cuando estaban tan solo a unos centímetros el uno del otro, abrió los brazos. Su contacto, su afecto, le hacían daño, pero Demi aceptó su abrazo y lo estrechó contra sí.
-Será mejor que nos arreglemos -murmuró Demi al cabo de un instante-. Nos esperan en casa de tus padres a las siete.
-No importa. Podemos llegar tarde.

Joe la abrazó un rato más, y de pronto el viento cambió, dejando paso a una lluvia tran­quila.
Mientras el agua caía del cielo, Demi cerró los ojos y deseó encontrar la manera de dejar de amar a Joe. Pero mientras aspiraba el aroma de su piel y sentía la maravilla de tener su cuerpo pegado al suyo, supo que lo amaría para siempre. Amaría siempre a aquel hombre que no podía tener.
La fiesta de los años veinte estaba en su apogeo cuando Joe y Demi llegaron. La hacienda de los Jonas se había transformado en un escenario propio de los años del jazz, en los que los que rei­naba la prohibición de alcohol y el sexo.

Y todo el mundo que había acudido a la fiesta de su madrastra estaba dispuesto a demostrar a los demás que no carecía de esto último.
Las mujeres se paseaban por la mansión vesti­das con trajes de charlestón, modelos elegantes o esmóquines de corte masculino. Los hombres invi­tados se habían esforzado al máximo para emular a las estrellas del celuloide como Douglas Fairbanks o Rodolfo Valentino. Por supuesto, algunos habían optado por una aproximación más diver­tida, imitando a Charles Chaplin o a Buster Keaton. Y luego estaba el estilo gángster, los tipos du­ros que lucían sus sombreros a modo de Al Capone.
Joe solía divertirse mucho en aquellas fiestas, pero ese día estaba demasiado nervioso como para dejarse llevar por la alegría del momento.

Se giró para mirar a Demi. Caminaba a su lado, tan espectacular como una estrella del cielo. Su vestido tenía una cola que llegaba hasta el suelo como si fuera una cascada de plata. Llevaba el pelo sujeto en un moderno recogido adornado con una diadema a juego con el collar de perlas que rodeaba su cuello.
¿Por qué estaría tan callada? ¿Estaría interpre­tando un papel para la prensa? La heredera real. La princesa de Boston preparada para enfrentarse a la estrella de cine.
Joe sabía que Demi estaba preocupada por la inminente aparición de Tara. Él también. No tenía ni idea de qué querría Tara. Y aquella noche no podía enfrentarse a más problemas. Bastante tenía con perder a la mujer que...
¿Qué? ¿La mujer que deseaba, la mujer que le gustaba...?
No. Joe sabía que iba mucho más allá que eso. En algún momento, Demi se había convertido en algo más que una adicción.
Se había convertido en parte de él, en parte de su respiración, de cada palabra que pronunciaba, de cada sonrisa, de cada movimiento que le ha­cían ser quien era.
Que Dios lo ayudara. Joe sintió que las rodillas le temblaban.
La amaba. La amaba profundamente.
Y ya era demasiado tarde. Demi estaba de acuerdo en acabar con su relación.
¿Y por qué no habría de hacerlo? Joe nunca le había ofrecido nada más que sexo, nada más que un temblor erótico bajo las sábanas.

Ella no tenía ningún motivo para corresponder a su amor. Joe no había hecho nada para ganárselo. Él la había llamado egoísta por querer com­paginar su carrera con tener una familia. Y sin em­bargo, Demi estaba allí con él como una amiga, tra­tando de mitigar su dolor por la madre que lo había abandonado.
Demi —dijo Joe volviéndose hacia ella y ha­blando sobre el sonido de la música-. ¿Quieres co­nocer a mis padres?
-Por supuesto.
Joe la tomó del brazo y la llevó a un saloncito en el que James y Faith Jonas charlaban con al­gunos de sus invitados. Tras presentársela, los tres iniciaron una pequeña charla convencional mien­tras Joe veía toda su miserable vida aparecer de­lante de sus ojos en un destello. Su vida de soltero.
¿Se casaría Demi con alguien? Por supuesto que sí, se respondió al instante. Ella quería un hogar, un marido, hijos... y también quería conservar su trabajo. Algo que él tendría que haber apoyado, pero había dejado que el suicido de su madre lo cegara, convirtiendo en problemático un asunto que en el pasado no había supuesto ningún incon­veniente para él.

De pronto, una perturbación interrumpió la charla de sus padres con Demi, captando toda su atención, al igual que la de Joe. Todos se dieron la vuelta al mismo tiempo, y Joe soltó una pala­brota entre dientes.
Había llegado Tara.

Durmiendo con su Rival capitulo 23




El sábado por la tarde, Demi regresó a su casa de piedra. Necesitaba estar sola, tener unas horas de soledad antes de volver a casa de Joe y prepararse para la fiesta, la gala de los años veinte en la que ter­minaría su relación con el hombre al que amaba.
Demi se sentó en el sofá con la mirada perdida, como si fuera un zombi. ¿Cómo iba a arreglárselas para entrar en la hacienda de los Jonas y ac­tuar como si no tuviera el corazón roto en mil pe­dazos?
Parpadeó y recorrió con la mirada su equipo de imagen y sonido: la televisión, el estéreo, el repro­ductor de Dvd... Luego detuvo la vista ante su co­lección de películas y pensó en la madre de Joe, la hermosa actriz que había cometido un acto trá­gico y egoísta.

«Maldita seas, Danielle», pensó para sus aden­tros. «Maldita seas por haber herido a tu hijo, por haberlo hecho tan cauteloso, por transformar su visión del matrimonio y la maternidad».
Joe se merecía algo mejor. Se merecía una ma­dre a la que le importara, que hubiera permane­cido a su lado para verlo crecer.
El sonido de la puerta interrumpió sus pensa­mientos. Demi exhaló un profundo suspiro y pensó que alguna de sus hermanas debía estar en la puerta. Al abrir comprobó que se trataba de Rita. La enfermera le dedicó una sonrisa triste.
Rita, ¿qué te ocurre? Pareces abatida.
-He recibido otro regalo de mi admirador se­creto. Y necesitaba hablarlo con alguien.
-Vamos, pasa -dijo Demi—. Tal vez se trata de un regalo por tu cumpleaños -aseguró, recordando la cercanía de la fecha.

Rita negó con la cabeza mientras entraba en el apartamento y se sentaba en el sofá.
-No. Si no, llevaría una tarjeta.
-¿Te preocupa que ese tipo pueda ser peli­groso? -le preguntó
Demi sentándose a su lado mientras estudiaba la expresión preocupada del rostro de su hermana.
-No lo sé. Tal vez.
-¿Es un regalo demasiado personal? ¿Algo se­xual?
-No -respondió Rita pasándose la mano por la melena-. El regalo no tenía nada perturbador. De hecho, nunca me ha regalado nada que no pa­rezca bienintencionado, pero no puedo apartar de mí esta incómoda sensación.
-¿Intuición femenina? -preguntó Demi.
-Tal vez. O a lo mejor es un miedo ancestral ali­mentado por mi imaginación. Hay mucho tipo raro por ahí suelto.
-¿Has pensado en llamar a la policía? -pre­guntó su hermana frunciendo el ceño.
-No creo que sirviera para nada -aseguró Rita con un suspiro-. No tengo ninguna prueba de que sea un acosador. Ni siquiera sé quién es.

-De todas maneras, tal vez podrías poner una denuncia —insistió Demi.
-Lo haré si hace algo que pueda interpretarse como amenazador. Pero por ahora, sólo tenía ga­nas de desahogarme -concluyó Rita antes de mi­rar fijamente a su hermana-. ¿Y qué me dices de ti? ¿Te va todo bien?
Demi sintió cómo se le encogía de pronto el co­razón. No le había contado a su hermana sus fan­tasías respecto a convertirse en la esposa del ase­sor, pero seguramente sus ojos reflejaban la verdad.
-Digamos que voy tirando.
-Eso no suena muy alentador.

-Lo sé, pero hago lo que puedo —aseguró Demi clavando la vista de nuevo en su colección de pelí­culas-. Rita, ¿qué sabes del suicidio? ¿Qué lleva a una persona a cometerlo?
-Oh, Dios mío... ¿A qué viene esto ahora? ¿Se­guro que estás bien?
-Lo siento, tenía que haberme explicado mejor -aseguró observando la preocupación en el rostro de Rita-. Tengo un amigo que lo está pasando muy mal por el suicido de su madre. Ocurrió cuando él era un bebé, pero se ha enterado hace poco.
-¿Dejó alguna nota?
-Sí. Al parecer, se deprimió profundamente cuando él nació. Estaba obsesionada por haber de­jado su carrera y sentía pánico por tener que criar a un hijo. ¿Puedes imaginarte a una madre prime­riza así de desesperada, así de egoísta?
-Claro que puedo -respondió Rita en tono pro­fesional-. ¿No has oído hablar nunca de la psicosis post parto?

-¿Te refieres a la depresión post parto? -pre­guntó Demi acercándose un poco más a ella.
-Algo parecido, pero un grado mucho mayor. Las madres primerizas afectadas por este sín­drome experimentan síntomas graves y en ocasio­nes exhiben un comportamiento muy extraño. Los casos más leves desaparecen por sí mismos, pero si es un caso grave y no se le trata a tiempo, puede llevar al desastre.
-¿Al suicido, por ejemplo? -preguntó Demi.
-Desde luego. Pero no puedo hablar del caso concreto de la madre de tu amigo sin ver su histo­rial médico.
-Claro.
Pero eso no significaba que no pudiera mencio­narle el asunto a Joe.
Demi regresó unas horas más tarde a casa de Joe. Lo encontró en el patio, con el cabello albo­rotado por el viento.

Se estaba tomando una taza de café mientras observaba la puesta de sol. El aire era frío, y el cielo estaba cubierto de nubes.
-Ya has vuelto... -dijo Joe girándose al oírla llegar.
Demi se sentó frente a él, deseando de corazón poder calmar su dolor, deseando que juntos pu­dieran descubrir la verdad que se ocultaba tras el suicidio de Danielle.
-Tengo algo que decirte, Joe.
-Yo también tengo algo que decirte —respondió él clavando de nuevo la vista en el horizonte con el ceño fruncido.
-¿Qué ocurre? —preguntó Demi pensando que, al verlo tan preocupado, sus noticias podían esperar.
-Tara va a venir a la fiesta —respondió Joe mi­rándola a los ojos.
Demi sintió que la sangre se le subía a la cabeza. ¿Su ex amante iba a asistir a su ruptura?
 -¿La has invitado tú?
-No. Llamó su agente para decir que vendría.
-¿Por qué?

-No lo sé. Pero dijo que ella quería hablar con­migo. En privado. De algo importante.
¿Cómo de importante?, se preguntó Demi. ¿Tendría pensado Tara interpretar una obra para él, decirle que lo echaba mucho de menos, que su matrimonio hacía aguas y que necesitaba con­suelo, amor, o sexo?
Demi se abrazó a sí misma y consiguió por orgu­llo mantener una apariencia de calma. ¿Cómo po­dría competir con Tara Shaw, el único y verdadero amor de la vida de Joe?
-¿Estás nervioso por volver a verla?

-Histérico. No puedo creer que esto vaya a su­ceder. Y menos esta noche.
Demi estaba de acuerdo. Aquella noche, cuando su pelea simulada dejaría libre a Joe.
-¿Cómo es posible que se haya autoinvitado? Eso no está bien.
-Tal vez no, pero en las revistas ya se rumorea­ba que iba a venir a la fiesta.
Rumores que él mismo había comenzado, pensó Demi. Tal vez, en el fondo de su corazón, Joe quería que Tara apareciera. Tal vez deseaba volver a verla aunque fuera una vez.
-¿Vendrá acompañada por su marido? -pre­gunto esperanzada.
-No. Su agente dijo que llegaría sola. O con su guardaespaldas, supongo. Sobre las nueve.