Ella sintió el beso. Por todos lados. Cualquier pensamiento fugaz
que hubiera
tenido de recusarse desapareció. Sus emociones se atascaron en su
pecho,
pensamientos sobre su madre, perdiéndola, perdiendo la comodidad y
seguridad
de sus padres, danzaban sobre su corazón.
Joseph entendió qué era lo que ella
había perdido. Él entendió lo que ella necesitaba. Ella no podía rehusarse a
él, incluso si quisiera.
Sus labios eran fuertes, pero muy suaves. La lengua de el recorrió
el labio inferior,
probando la lengua de ella, seduciéndola dentro de su boca. Y
cuando ella se
deslizó a través de sus labios, él realmente ronroneó. El sonido
vibró por todo su
cuerpo bajando hacia su sexo.
Su gran mano cubrió la parte trasera de su cuello, manteniéndola
presionada
contra sus labios. La posición era torpe, inclinados sobre sus
encorvadas piernas.
Pero a ella no le importó. Este sentimiento tan maravilloso.
Hormigueos recorrían su
piel desde su cabeza hacia la punta de sus dedos, su cuerpo se
calentó tan
rápido, se sintió encendida.
Una mano se balanceó sobre la mesa, y alcanzó con la otra sus
mejillas. Él lucia
un limpio afeitado pero ella podía sentir la áspera textura del
nuevo crecimiento
con sus dedos. Su colonia impregnó su nariz, dulce, viril,
mezclada con los aromas
propios de la naturaleza. Intoxicante. Ella lo olió, dejando que
el aroma de él la
hiciera marearse.
Ella pudo saborear una insinuación de whisky escoses en su beso.
Juntos, su olor y
el rápido golpeteo de su pulso, era todo lo que Demi podía hacer para no
desmayarse y caer en sus brazos.
Ella se movió, levantando su cuello y él la recompensó con un
duro, fuerte beso.
Era muy fácil, el beso, el deseo. Su cuerpo parecía reconocer su
tacto, cálido
ante la posibilidad. Ella era un poco más chica que él y su mano
se deslizó desde
su cuello hacia su cintura. Todavía la empujaba hacia él, tan
cerca como ella
nunca había estado antes.
Sosteniéndola, su mano libre se deslizó suavemente sobre las
costillas cercanas a
sus senos. La respiración de Demi se detuvo incluso después de
que su palma
tomara su pecho, después de que sus dedos lo apretaran. Cada
músculo en su
cuerpo trabajaba por más, más placer, más sensaciones, más…
Un placentero temblor traspasó su vientre. Sus muslos temblaron,
los músculos en
su sexo pulsaron, húmedo y necesitado. Ella quería sentarse a
horcajadas sobre él,
presionar su coño contra él, dejar claro lo que él le hacia a
ella, lo que quería que
él le hiciera a ella. Lo que él le hizo necesitar. El vestido era
muy apretado, había
sido afortunada de subirlo hasta sus rodillas.
Su mano masajeó su pecho, encontrando su duro y deseoso pezón. Él
jugó con el,
induciéndola a algo más pesado, presionando innegablemente sobre
la
fabricación de su corpiño y vestido. Demi gimió y cayó a su tacto, sus
caderas
presionando su ingle. A ella no le importaba donde estaba, quien
era él, qué
había echo. Ella lo quería. Ahora. Llenar el vacío entre sus
piernas.
Sus dedos pellizcaron duro y Demi echó la cabeza hacia atrás,
jadeando. Ella
arqueó su espalda y sintió su caliente y húmeda boca a través de
su vestido, sus
dientes mordiendo los pequeños y ásperos nudos de la tela. Su
cuerpo se curvó
hacia el otro lado, sus brazos rodeando su cuello, sosteniendo su
cabeza contra
su pecho.
Joseph se puso de rodillas,
recogiéndola en sus brazos, presionando todo su cuerpo
contra él. La dura línea de su polla presionaba a través de sus
pantalones contra
su muslo, burlándose de ella sin piedad. La tomó de nuevo por la
boca, frenético,
con hambre. La finura de su primer beso perdido en una explosión
de pasión.
Uno de los brazos rodeaba su espalda, él dejó caer la otra mano
hacia su culo.
Apretó. Duro. La levantó y presionó su coño contra su polla, su
necesidad por ella
estaba clara, tan clara como la suya propia.
Ella trató de fundir más sus piernas, pero el vestido mantenía sus
muslos
capturados. No daría nada, y ella no podía bajar sus manos y
subirlo.
—Demasiada maldita ropa —murmuró dentro de su boca. Todo el cuerpo
de
Joseph se puso duro, tenso. Sus
labios empujaron los de ella.
—Cristo… —Estaba sin aliento, todavía sintiendo la descarga de su
cuerpo—.
¿Qué demonios estoy haciendo?
Demi abrió sus ojos. Él lucia
horrorizado, sus pálidos ojos escaneando su cara, su
frente ceñida, como si buscara alguna pista de comprensión. Él la
liberó y se puso
de pie tan rápido que ella cayo cerca por la fuerza misma.
Joseph se paseo por la alfombra, se
limpió el beso de sus labios con el dorso de la
mano, y colocó agitado su flequillo en su lugar, lejos de la cara.
Mantuvo sus caderas en una ida y vuelta, sus ojos hacia abajo, la
frente ceñida.
¿Fue algo que ella haya dicho? ¿Qué dijo ella? La mente bebida de Demi se
apresuró a desenredar el misterio. Aturdida, se sentó sobre su
almohada, su mano
limpiando la humedad que bordeaba el labio inferior. El pincel de
su dedo
hormigueo a lo largo de su boca, todo su cuerpo sensible por la
inactividad de sus
toques. ¿Qué había ocurrido?
—Esto no es para lo que te traje aquí. Joseph no la miró. Él
mantuvo el movimiento
de sus caderas—. Yo… lo siento.
—¿Lo sientes? ¿Por qué? ¿Por besarme sin sentido o detenerte?
Él se detuvo, sus enojados ojos llameando en los de ella—. Si, por
supuesto que lo
siento. Tu no pensaste que yo quería… —Él debió haber leído algo
en su
expresión, decepción, vergüenza, duda. Él parecía estar
reconsiderando sus
palabras—. No quise decir… ¡Diablos! Obviamente, quería… quiero
decir. Yo era
el que… Mierda. Demi, hay algo sobre ti que me despista.
Su mirada se suavizó, esperaba. Demi forzó una sonrisa, no
grande, pero era lo
mejor que podía lograr. Ella podía aceptar “despistado”. Era mejor
que “lo
siento”.
Joseph gruñó a su tácita tregua y
se puso a andar de nuevo—. Esto debería ser algo
sencillo. Mensaje de texto. Un picnic. Sucesivamente entendible.
Todos los
favoritos de las mujeres. (Se refiere a las cosas que más les
gustan a las mujeres).
Un poco de coqueteo inofensivo para atraparlas mirando cosas en mi.
No
esperaba que…
Demi se encogió de hombros,
fingiendo indiferencia—. Misión cumplida.
—¿Qué? —Joseph se detuvo, mirándola.
—Si todo esto era para tratar de convencerme de que la abuela no
vendiera las
tierras, entonces has estado seduciendo equivocadamente, por así
decirlo.
Él se ruborizó y alejó el rostro por un momento, pero lo subió
rápidamente—. Es
fácil decirlo, pero cada uno tiene un precio, Demi. ¿Cuál es el tuyo?
Ella trató de no sentirse insultada. Demi sabía qué tipo de hombre
era Joseph Jonas.
Un vehículo todo terreno, un comerciante. Un playboy, rico,
poderoso, de los que
consiguen lo que quieren, sin importar los medios ni tampoco la
pequeña pelirroja
que se vio atrapada en su camino.
El tipo al que le gustaba pasar tiempo con su madre, el hombre que
compartía su
placer, se había ido.
Fue insultada. Fue herida. Y le estaba tomando demasiada maldita
energía
negarlo. Se puso rígida, dejando su temperamento hervir sobre su
orgullo herido.
—¿Mi precio? Por la felicidad de mi abuela. Si ella quiere las
tierras, quiere
proteger a ese lobo que insiste en correr hasta aquí, entonces voy
a mantener la
tierra. —Él palideció. A ella no le importó el por qué—. Si ella
quiere vender hasta
la última parcela, entonces voy a venderlas todas mañana. Voy a
hacer lo que
tenga que hacer para hacerla sentir segura.
Demi se puso de pie, acomodando
su vestido—. Voy a dejar mi negocio ir a
bancarrota. Voy a mudarme a esa desolada casa. Voy a hacer
cualquier cosa
para asegurarme que no estas pretendiendo ser mi padre muerto,
tratando de
convencer a la abuela de vender la única cosa que significa el
mundo para ella.
—Ella tomó una bocanada de aire, tratando de calmar la ira y el
dolor que
sacudió sus brazos. Juntó sus manos—. Nos vemos Sr. Jonas, mi precio es simple y
no negociable. ¿Feliz?
Ella cruzó los brazos bajo su pecho, la barbilla alta. Su estomago
contraído, con
las rodillas temblándoles y un torrente de lagrimas que obstruía
la parte posterior
de su garganta, pero maldita sea, no le dejaba ver nada de eso.
Joseph la recorrió con la mirada,
las manos apoyadas en la cintura, la chaqueta
enganchada detrás de las muñecas. El silencio se estableció entre
ellos como un
árbitro que llamaba a un tiempo de espera.
Su nariz aleteaba con cada respiración, su musculoso pecho con
cada
inhalación y exhalación. Un viento suave agitaba las puntas de su
cabello a
medida que su mirada viajaba por su cuerpo. El estudio era tan
intenso que ella
podía sentir la ruta. Ella juraría que estaba borracho. ¿Quién no
lo estaría después de toda esa perorata? Pero
la mirada en sus ojos, el calor, ella esperaba que no fuera ira.
Él gruñó. Las manos cayendo de sus caderas—. Al diablo con eso.
Sus grandes zancadas comieron el suelo en un borrón. En un segundo
estaba en
sus brazos, la recogió contra su duro pecho, una mano contra su
cadera, la otra
contra su cabeza. Y luego se congeló. Su cálido aliento acarició
sus labios, tan
cerca que ella pudo imaginar la sensación del besó. Pero él no la
besó. Él se
mantuvo, observándola. Después de un largo momento, preparado,
impregnado
de anticipación. Demi se retorció.
Los brazos de Joseph se endurecieron a su alrededor—. Sshh.
Ella conocía esa mirada, sus ojos distantes por un momento hasta
que se
centraron en los de ella. Él no dijo ninguna palabra, pero ella
entendió el
significado en su mirada. Él quería que ella escuchara. Algo no
estaba bien. Ellos
no estaban solos.
Demi se enderezó, empujando desde
el abrazo de Joseph. Ella mantuvo sus ojos
en él, pero su mente buscaba, sus sentidos escuchando, oliendo,
saboreando el
aire.
El chasquido de una rama sonó a su izquierda, luego un largo
susurro de hojas. Los
bellos de su cuello se erizaron, dedos invisibles rengueando hacia
su espalda,
congelando su espina dorsal—. ¿Qué es eso?
—La manada. Lobos. Ellos creen que es un juego, pero están muy
disgustados. No
es seguro. Las cosas se pueden salir de las manos.
—Bueno, volvamos al auto. —Se dio vuelta para irse, pero él atrapó
su brazo,
empujándola hacia dentro.
—No podemos hacerlo. Mi casa está cerca. Ellos pensaran más claro
ahí.
—¿Quiénes?
Joseph tomó su mentón con los
dedos, y la obligó a mirarlo—. Quédate conmigo.
Estarás bien. No mires atrás. No mires alrededor.
—Pero…
—No. Sólo… confía en mí. —Su voz era suave y firme. Totalmente
segura. Ella dejó
que el sonido la lavara, calmando los nerviosos hormigueos de sus
músculos,
terminando con su pánico instintivo.
Sin apartar los ojos de ella, se agachó y tomó su palma con su
enorme mano,
tragándosela, sujetándola con fuerza y firmeza. El simple toque
hizo más por ella
que cualquier otra droga. Ella estaba a salvo. Sin importar nada.
Sin otra palabra, se volvió y aprovechó su largo paso para
guiarlos por el bosque.
Descalzo, sin nunca vacilar en su ritmo, pero remarcando cada
paso, para
encontrar un terreno suave y flexible.
Los caminos de los que siempre había sido consiente aparecían
desde ningún
lado. Joseph hizo su propio camino a su manera, cortando ramas, cayeron arboles
y
zarzas espinosas sin esfuerzo. Sin dolor.
El suelo boscoso debería ser duro contra sus pies. Pero no lo era.
¿Por qué? Se
movían rápido, los pasos de Joseph
más largos que los de ella, pero se esforzó por
mantenerse a su lado.
Su cuerpo estaba liviano, fácilmente empujado y girado como un
cometa con
cadena.
A cada lado suyo, el bosque era una mancha borrosa, los árboles
eran una
mancha verde, con destellos de luz, y una maraña de marrones. El
viento silbaba
pasando por sus orejas, rastrillando a través de su pelo, soltando
el moño y
dejando que cayera suelto, enganchándose en las ramas. Se mantuvo
en
movimiento. No fue difícil. Como una gota de agua cayendo a un
río. Una parte
de todo, pero separada.
Las sensaciones y los sonidos del bosque caían sobre ella, la
madre selva, el
graznido de un cuervo, savia de los pinos, una madriguera de
conejo. Todo
mezclado y fundido en ella. A través de ella. Rodeándola. Ella era
el bosque,
cada parte de él, y el bosque era ella, uno y el mismo… Y entonces
se detuvieron.
Ella casi estrella su nariz con su hombro. Ella sostuvo su cabeza
con su brazo por un
momento esperando a que el mundo dejara de dar vueltas. Ella miró
por encima
de su hombro.
—Qué diablos fue eso, —ella preguntó—. Se sintió como si
estuviéramos haciendo
un suave vuelo. Eso no es posible. ¿Verdad?
Joseph echó una mirada sobre su
hombro hacia ella—. Te explicaré después.
¿Okay?
Él lucia preocupado, o como si tuviera cosas mas importantes de
las que
preocuparse en ese momento, y deseara que ella no agregara a la
lista estar
insistiendo por respuestas. Ella podía hacer eso. Por ahora. Se
dieron la vuelta
hacia ¿La mansión?
Demi parpadeó, su cerebro
tratando de reconciliar lo que creía posible y lo que
estaba ante sus ojos.
—De ninguna manera. Cherri estaba en lo cierto. Tienes una mansión
escondida
en el bosque.
De tres pisos de altura, del tamaño de un pequeño hotel, la enorme
estructura era
de piedra gris, sin embargo era eclipsada por el bosque
circundante. La mirada
de Demi se focalizó a través de ellos. El borde del bosque era de por lo
menos
de diez pies de ancho, denso y sombreado. Se imaginaba caminando
dentro del
terreno de Joseph, y no ver la enorme mansión a través del follaje.
Joseph tomó su mano y Demi
camino después de él hacia las escaleras de su
patio. Tres enormes puertas de cristal se abrían en el porche de
la casa desde el
patio ofreciendo una clara vista de la habitación del lado. Al
final de la
habitación, escaleras alfombradas hasta la pared del fondo. Ella
podía ver una
enorme chimenea de piedra, un sofá grande y un sector para
fumadores del bar.
Demi miro al tiempo que tres mujeres
de largas piernas bajaban las escaleras
para quedar a la vista.