martes, 11 de septiembre de 2012

Errores Del Ayer Cap 32


—Siéntate, por favor —Joe tomó unos papeles de su escritorio—. Tenemos que hablar de los términos de nuestro contrato.
Demi  parpadeó mientras se sentaba.
—¿No te parece que es un poco tarde para renegociarlo, Jonas?
—No —Joe se sentó en el borde del escritorio frente a ella y separó uno de los papeles—. Considero que nuestro contrato es totalmente inaceptable.
—Un momento, vaquero. Aceptaste que…
—Quiero un nuevo acuerdo.
Demi  se puso en pie.
—Ese contrato es legal y vinculante. No puedes decidir de pronto que quieres cambiar los términos.
Joe  rompió el documento en dos pedazos.
—Sí puedo.
Demi entrecerró los ojos.
—Eso no sirve para nada. Yo aún tengo mi copia.
—Quiero que las condiciones sean totalmente distintas.
—¿Cómo?
—Quiero fusionar tu trabajo de adiestramiento con mi programa de cría y que te dediques exclusivamente a «nuestros» caballos.
— ¿Y?
—Como pago por tu trabajo voy a darte a Black Satin. Vivirás aquí. El Rocking M será la casa que siempre has querido, y compartiremos los beneficios de la fusión —Joe entregó a Demi los papeles en los que aparecía como dueña de Satin y luego la tomó entre sus brazos para besarla. Cuando se apartó, añadió—: También compartiremos mi cama.
La mirada de sus ardientes ojos marrones dejó a Demi sin aliento.
—¿Qué tratas de…?
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de lo que faltaba en la repisa. El collar de diamantes había desaparecido.
Mientras miraba el espacio vacío, trató de reprimir la esperanza que empezó a florecer en su interior. La ausencia del collar podía significarlo todo… o nada.
Miró a Joe mientras su corazón latía desbocado.
—¿Dónde está el collar, Joe?
—Depositado en una caja de seguridad en el banco.
— ¿Por qué?
—Ya que perteneció a Nicole, he supuesto que Ryan querrá tenerlo algún día.
Demi asintió.
—Seguro que sí.
—Pero no quiero hablar de eso ahora —Joe sonrió—. Tenemos cosas más importantes que discutir.
— ¿La fusión?
Él asintió.
—Quiero que quede perfectamente claro qué debe esperarse de cada uno de nosotros.
—Mi contrato lo especifica todo.
Joe  apartó un mechón de pelo de la frente de Demi y la besó en la mejilla.
—Faltan demasiados detalles, querida.
El amor que Demi vio reflejado en los ojos de Joe hizo que se le pusiera la carne de gallina.
— ¿Qué… detalles?
—Por un lado, no hubo testigos cuando firmamos el primer contrato. Cuando el nuevo documento quede finalizado, quiero que medio Texas sea testigo de las condiciones que acordemos.
—¿Y qué condiciones serán esas?
Joe sonrió.
—Es bastante sencillo. Yo prometeré permanecer contigo en la pobreza y en la riqueza, en la enfermedad y en la salud mientras vivamos.
Los ojos de Demi se llenaron de lágrimas mientras su corazón se colmaba de amor y felicidad.
— ¿Y qué prometeré yo?
Joe la miró con expresión embelesada.
—A cambio, tú prometerás amarme, honrarme y…
—No lo digas, vaquero.
Joe rio.
—¿Y respetarme?
Demi asintió, sonriente.
—¿Lo dices en serio?
Joe  la abrazó.
—Nunca he dicho nada más en serio. ¿Querrás casarte conmigo, Demi? —preguntó—. ¿Querrás ser la madre de Ryan y de los hijos que tengamos juntos?
Pero aún no había dicho las palabras que quería oír Demi.
— ¿Por qué, Joe? ¿Por qué quieres que me case contigo?
—Porque no puedo vivir sin ti.
— ¿Y?
—Y porque te amo, Demi. Te amo con cada aliento, con todo mi corazón.
Joe hizo que Demi volviera a sentarse antes de sacar una pequeña cajita de terciopelo del bolsillo de sus vaqueros. Rodilla en tierra frente a ella, abrió la cajita y sacó un anillo de compromiso con un diamante y un zafiro. Se lo puso en el dedo anular y la miró a los ojos.
—Y ahora, ¿vas a decir que sí?
—¡Oh, Joe! ¡Sí! ¡Claro que sí! —Inmensamente feliz, Demi lo rodeó por el cuello con los brazos—. Te quiero, vaquero.
—Y yo te quiero a ti, muñeca.

Errores Del Ayer vCap 31




Joe  permaneció largo rato mirando el collar después de colgar. Lo había guardado para no olvidar nunca lo que realmente querían las mujeres de los hombres. Pero Demi no era como Nicole, y ya era hora de que dejara de compararlas. Sabía que Demi nunca le pediría que se librara del collar. No era su estilo.
Se levantó, fue hasta la repisa de la chimenea y levantó la urna de cristal. Tomó el collar y miró sus brillantes piedras. Estaba dispuesto a hacer lo necesario para que Demi fuera feliz el resto de su vida. Y el día siguiente por la mañana sería un momento tan bueno como cualquier otro para dejar atrás el pasado. Tenía intención de desmoronar la única barrera que se interponía entre él y la mujer que amaba.
De pie en el corral, Demi observaba a Satin mientras corría por el pasto. El día que tanto temía había llegado. Había terminado de adiestrar al caballo y Joe podía ocuparse de seguir enseñándole a partir de ese momento.

Además, era evidente que Joe quería que se fuera. Sabía que esa mañana terminaba su trabajo y que se iba del rancho. Pero se había ido por la mañana temprano y aún no había vuelto. Probablemente quería evitar una situación incómoda cuando ella y Cooper se fueran.
Respiró profundamente y regresó hacia la casa. Seis años atrás le costó mucho recoger los trozos de sus sueños rotos y seguir adelante con su vida. Pero en esa ocasión sabía con certeza que nunca se recuperaría del dolor de amar a Joe y no ser correspondida.
Se volvió al oír el sonido de un vehículo acercándose y vio que llegaban Whiskers y Ryan. Esperaba haberse ido antes de que llegaran. Irse del Rocking M iba a ser una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida, y pensar en tener que despedirse de ellos iba a hacer que resultara aún más difícil.
—Demi! —Ryan corrió hacia ella y se arrojó entre sus brazos—. Te he echado de menos. ¿Me has echado de menos tú a mí?
—Claro que sí —Demi tomó al niño en brazos y lo estrechó contra sí, emocionada—. No he tenido a nadie con quien jugar a las cartas desde que te fuiste.
—Ahora ya estoy aquí. ¿Quieres que vaya buscar unas?
—Yo, er… —Demi no se animaba a decirle que tenía que irse. Pero los ladridos de los perritos corriendo hacia ellos pusieron fin a su dilema. Abrazó una vez más a Ryan y lo dejó en el suelo—. Tus cachorros también te han echado de menos.
Mientras el niño correteaba por el patio con los perros siguiéndolo, Whiskers se acercó a Demi y sonrió.
—Me alegro de verte, pequeña.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Todos te hemos echado de menos, Whiskers.
Al parecer, el viejo cocinero vio a través de la actitud aparentemente animada de Demi. Frunció el ceño.
— ¿Qué sucede?
—Nada —mintió ella.
Whiskers movió la cabeza.
—Ya no veo tan bien como antes, pero no estoy ciego, pequeña.
Demi apartó la mirada.
—Me… me voy del rancho dentro de un par de horas.
— ¿Lo sabe Joe?
—No —Demi tragó con esfuerzo—. No está aquí.
—¿Dónde está?
—No lo sé. Se fue esta mañana antes de que me levantara.
—En ese caso, no te vayas a ningún sitio hasta que regrese —ordenó Whiskers.
Demi sonrió con tristeza.
—No puedo hacer eso.
Whiskers se quitó el sombrero, lo tiró al suelo y lo pisoteó.
—Aunque viviera trescientos años, creo que nunca volvería a encontrarme con dos personas más testarudas que tú y que Joe. No habéis dejado de dar largas al asunto desde el día que os conocisteis, y ya empezáis a tenerme harto —recogió su sombrero, lo sacudió contra su pierna y se alejó hacia la casa.
Demi vio cómo cerraba la puerta a sus espaldas. Sabía que, más que enfadado, estaba decepcionado. Desde el primer momento dejó bien claro que le habría gustado que se quedara en el Rocking M.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Le habría encantado que el Rocking M se hubiera convertido en el hogar que siempre había anhelado, pero la ausencia de Joe indicaba claramente que quería que se fuera.

Irguió los hombros y alzó la barbilla. Nunca había implorado por nada en su vida, y no iba a empezar a hacerlo. Si Joe decidía que podía dejar su pasado y su desconfianza atrás, tendría que ir a buscarla. Ella no quería crear una situación embarazosa estando allí cuando regresara. Tenía más caballos que adiestrar y una vida con la que seguir adelante.
—¿Has tratado de hablar con ella? —preguntó Whiskers a Cooper.
—Hasta que me he quedado afónico —Cooper metió otra camisa en su bolsa de viaje—. Pero una vez que toma una decisión, es imposible hacerle cambiar de opinión.
Whiskers se rascó la cabeza.
—¿Y no hay ninguna manera de retenerla hasta que vuelva Joe?
—No creo. Ya me he tomado tres veces más tiempo del que suelo necesitar para hacer el equipaje.
— ¿Y tu espalda? —preguntó Whiskers, esperanzado—. ¿No te está empezando a doler un poco?
—Eso ya lo he intentado —Cooper sonrió—. Me ha hecho tomar una pastilla.
Para cuando Demi consiguió que Cooper se animara a irse, ya empezaba a atardecer. Le había puesto tantas excusas para retrasar su marcha que había acabado echando su bolsa de viaje en la parte trasera de Daisy y exigiéndole que se metiera en ella.
Cuando puso la furgoneta en marcha tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por contener las lágrimas. Joe no había aparecido, y el significado de su ausencia era devastador.
—Después de que vayamos a recoger mi furgoneta en Amarillo, ¿vamos a ir un hotel a esperar hasta mañana para marcharnos a Houston? —preguntó Cooper.
—Lo haremos si quieres. Pero Daisy no tiene aire acondicionado, y viajar de noche puede resultar más agradable.
—A mí no me importa el calor —Cooper miró por la ventanilla y exclamó—. ¡Para la furgoneta!
Demi pisó el freno.
— ¿Por qué?
Su hermano frunció el ceño y salió.
—He oído un ruido sibilante. Puede que se esté desinflando una rueda.
Demi bajó de la furgoneta y comprobó el estado de las cuatro ruedas.
—Yo no he oído nada. ¿Estás seguro?
—Parece que Joe ha vuelto —dijo Cooper, y se apoyó contra el parachoques. Parecía muy satisfecho de sí mismo.
Demi  se volvió y vio el todo terreno de Joe acercándose. Luego miró a su hermano y le soltó una retahíla de frases realmente creativas.
—Lo has visto venir —concluyó.
—Alguien tenía que salvarte de ti misma —cuando Demi abrió la puerta de Daisy para volver a entrar, Cooper la tocó en el hombro para que se detuviera—. Creo que al menos deberías hablar con él.
Demi sintió el ardor de las lágrimas en los ojos.
—No sé si podré hacerlo.
Cooper se encogió de hombros mientras Joe detenía si vehículo a unos metros de distancia.
—¿Qué puedes perder?
—El orgullo, la dignidad, el respeto por mí misma…
Joe se acercó a ellos, se detuvo con firmeza ante Demi y se cruzó de brazos.
— ¿A dónde crees que vas?
Demi  alzó la barbilla ante su tono imperativo.
—Ya he terminado mi trabajo con Black Satin. Es hora de que me vaya.
Joe negó con la cabeza.
—Aún tenemos unos asuntos que aclarar —se volvió hacia Cooper—. ¿Puedes llevar a Daisy de vuelta a la casa?
Una amplia sonrisa distendió el rostro de Cooper.
—No hay problema.
Joe tomó a Demi del brazo y la llevó hasta su todo terreno.
—Entra —ordenó.
—No.
—Si así es como quieres que sean las cosas, así serán —Joe la tomó en brazos y la dejó en el asiento del copiloto. Luego se sentó tras el volante y dirigió el coche hacia la casa—. Aún no te he pagado por tu trabajo.
—Puedes enviarme el cheque por correo.
Joe aparcó el todo terreno junto a la casa.
—Yo no hago así los negocios.
—Pues ya es hora de que empieces.
Cuando salieron, Joe esperó a que Cooper aparcara a Daisy.
—También tengo que hablar contigo.
—Cooper, ¿vas a quedarte ahí parado mientras se dedica a dar órdenes a todo el mundo? —preguntó Demi.
—Sí —cuando su hermana le dedicó una mirada furibunda, Cooper sonrió y se encogió de hombros—. Aún no estoy en condiciones como para atizarlo.
—No lo harías aunque pudieras.
Cooper miró a Flint y luego a su hermana.
—No.
Joe llevó a Demi al estudio.
—Quédate aquí mientras hablo con tu hermano.
Cerró la puerta antes de que pudiera protestar e hizo una seña a Cooper para que lo acompañara a la cocina.
— ¿Has pensado en lo que vas a hacer cuando terminen tus días de rodeo?
—En realidad no.
—Bien —Joe le entregó unos papeles—. Acabo de hablar con un amigo mío. Está buscando un comentarista para su compañía de rodeos. ¿Te interesaría algo así?
— ¡Claro! —Cooper estrechó efusivamente la mano de Joe—. Gracias, Jonas.
Joe se encogió de hombros.
—Tendrás que hablar con él, pero el trabajo es tuyo si lo quieres —hizo una pausa—. Tengo otra cosa que preguntarte. ¿Tienes algún problema en que me case con tu hermana?
Cooper rio.
—No, pero te advierto que es una mujer de armas tomar.
Joe también rio.
—Eso hará que la vida resulte más interesante.
Whiskers salió en ese momento de la despensa con el rostro radiante.
—Ya era hora de que volvieras —señaló con un dedo hacia el pasillo—. Y ahora, echa el lazo a esa chiquilla antes de que se te escape.
¿Por qué no le dejaba irse con al menos un poco de dignidad?, pensó Demi mientras caminaba de un lado a otro del estudio con los puños cerrados. Estaba furiosa con Joe por haberla obligado a tener el enfrentamiento que se avecinaba.
Cuando se acercó a la repisa se detuvo en seco. Algo no encajaba. Faltaba algo. Antes de que pudiera deducir de qué se trataba, Joe entró en el estudio.

domingo, 9 de septiembre de 2012

The Duff Jemi



Esto se estaba poniendo feo.
Una vez más, Selena y Miley estaban haciendo completamente el ridículo, moviendo el culo como bailarinas de un vídeo de rap. Pero supongo que los chicos comen mierda, ¿no? Sinceramente, podía sentir mi IQ cayendo mientras me preguntaba, por enésima vez esa noche, ¿por qué había dejado que me arrastren de nuevo aquí?

Cada vez que llegamos a Nest, pasa lo mismo. Selena y Miley bailan, coquetean, atraen la atención de todos los varones a la vista, y, finalmente, son llevadas fuera de la fiesta por su mejor amiga protectora −yo− antes de que cualquiera de los perros con tentáculos pueda aprovecharse de ellas. Mientras tanto, me senté en el bar toda la noche hablando con Robert, el camarero treintañero, sobre “los problemas con los chicos en estos días”.

Pensé que Robert se ofendería si le dijera que uno de los mayores problemas era este maldito lugar. Nest, que solía ser un bar real, había sido convertido en un salón adolescente hace tres años. La barra de roble desvencijada seguía en pie, pero Robert servía únicamente refrescos mientras los chicos bailaban y escuchaban música en vivo. Odiaba el lugar por la simple razón de lo que les hizo a mis amigas, que podrían ser algo más sensibles la mayoría de veces, allí actuaban como idiotas. Pero en su defensa, no eran las únicas. La mitad del instituto Hamilton se presentaba los fines de semana, y nadie abandonaba el club con su dignidad intacta.

Quiero decir en serio, ¿dónde estaba la diversión en todo esto? ¿Quieres bailar la misma música tecno pesada semana tras semana? ¡Claro! Entonces tal vez golpearé ese sudoroso, jugador de fútbol ninfómano. Tal vez tengamos discusiones significativas sobre política y filosofía, mientras nos movemos al ritmo de Bump. Ugh.
Sí, claro.
Selena se dejó caer en el taburete junto al mío.
—Deberías venir bailar con nosotras D, —dijo ella, sin aliento por su botín de agitación.
—Es muy divertido.
—Claro que lo es—, murmuré.
— ¡Oh Dios mío! —Miley  se sentó en mi otro lado, su cola de caballo rubio miel rebotando contra sus hombros. — ¿Vieron eso? ¿Lo vieron? ¡Harrison Carlyle se me quedó mirando fijamente ¿Has visto eso? ¡Oh mi Dios!—.

Selena puso los ojos en blanco. —Te preguntó dónde habías comprado tus zapatos, Miley. Es totalmente gay—. —Es demasiado guapo para ser gay.
Selena la ignoró, pasándose los dedos por detrás de la oreja, como si estuviera tejiera trenzas invisibles. Era un hábito de antes de que se cortara el pelo en su actual corte rubio duende vanguardista.

D, deberías bailar con nosotras. Te hemos traído aquí para poder pasar el rato contigo, no es que Robert no sea divertido. —Ella le guiñó un ojo al camarero, probablemente con la esperanza de conseguir algunos refrescos gratis. —Pero somos tus amigas. Deberías venir a bailar. ¿No debería, Miley?
—Totalmente—, coincidió Miley, mirando a Harrison Carlyle, que estaba sentado en el otro lado de la habitación. Hizo una pausa y se volvió hacia nosotras. —Espera. ¿Qué? No estaba escuchando.
—Sólo te ves tan aburrida aquí, D. Quiero que te diviertas también—.
—Estoy bien−, mentí. —Lo estoy pasando muy bien. Saben que no puedo bailar. Me cruzaría en su camino. Vayan a... vivir la vida o lo que sea. Voy a estar bien aquí.
Selena entrecerró los ojos color avellana. — ¿Estás segura?—, Preguntó.
—Afirmativo—.
Frunció el ceño, pero después de un segundo se encogió de hombros y cogió a Miley por la muñeca, tirando de ella hacia la pista de baile.
— ¡Santa mierda! — Exclamó Miley. — ¡Reduce la velocidad, Sel! ¡Me vas a arrancar el brazo! —Entonces se abrieron paso alegremente hacia la mitad de la pista, ya sincronizando las caderas con la pulsante música tecno.
— ¿Por qué no les dices que estás triste? —, Preguntó Robert, empujando un vaso de cola de cereza hacia mí.
—No estoy triste—.

—No eres una buena mentirosa tampoco—, respondió antes de que un grupo de estudiantes de primer año comenzara a gritar por bebidas en el otro extremo de la barra.
Le di un sorbo a mi cola de cereza, mirando el reloj encima de la barra. El segundero parecía estar congelado, y yo rezaba por que la maldita cosa se hubiera roto o algo así.

No les pediría a Selena y Miley irnos hasta las once. Algo antes y sería la aguafiestas. Sin embargo, según el reloj ni siquiera eran las nueve, y ya podía sentir que me estaba dando una migraña por la música tecno, que sólo empeoraba con la luz pulsante estroboscópica. Muévete, ¡segunda mano! ¡Muévete!
—Hola—.
 Giré los ojos y me volví para mirar al intruso no deseado. Esto pasaba de vez en cuando. Algún chico, por lo general borracho o con un grado de olor corporal informal, toma un asiento a mi lado y hace un intento a medias de una pequeña charla. Es evidente que no han heredado el gen atento, porque la expresión en mi cara era muy, muy obvia de que no estaba de humor para estar platicando con nadie.

Sorprendentemente, el chico que había tomado el asiento a mi lado no olía a marihuana o axilas. De hecho, podría haber sido colonia lo que olía en el aire. Pero mi disgusto sólo Aumentó cuando me di cuenta de a quién pertenecía la colonia. Habría preferido el confuso de cabeza borracho.
Joseph. Joder. Rápido.

— ¿Qué quieres? —Exigí, ni siquiera me tomé la molestia de ser educada.
— ¿No eres del tipo amigable? — Joseph preguntó con sarcasmo. —En realidad, he venido a hablar contigo.

—Bueno, una mierda para ti, no hablo con la gente esta noche.
Sorbí de mi bebida en voz alta, esperando que tomara la sugerencia no muy sutil de irse. No hubo suerte. Podía sentir sus ojos de color gris oscuro arrastrándose sobre mí. Ni siquiera podía fingir mirarme a los ojos, ¿podía? ¡Uf! 

jueves, 6 de septiembre de 2012

Amor Desesperado Cap 2




A él le habría gustado detenerse.
Se le ocurrió que ella intentaba calmarse, borrar su aprensión con el masaje. Posiblemente sufría de ansiedad, y era de las que llevaban el corazón a flor de piel.
Una lianta, se dijo, aún mirándola. Seguro que no escondía sus risas ni sus lágrimas. Ni su pasión.
Inspiró lentamente cuando una imagen erótica invadió su mente. Nunca había tenido que calmar a una mujer sexualmente. No había conocido a ninguna que necesitara ese tipo de ternura.

Nick la vio levantar un pie y apoyarlo en una silla. Se untó aceite en el pie y la pantorrilla, moviendo las manos hacia el muslo. Era un movimiento increíblemente femenino y sexual al mismo tiempo.
Nick soltó una maldición. Tenía que dejar de mirar. Solo era una mujer que estudiaba todas las noches. Una mujer con un cuerpo que le estaba haciendo papilla el cerebro. Tan sólo una mujer con una botella de aceite corporal. Se preguntó qué sensación le provocarían las manos de ella.

Volvió a maldecir. ¿De dónde había salido esa Idea? Un exceso de autonegación, supuso, y apartó la vista. Dio un trago de cerveza y consideró la posibilidad de echársela por la cabeza.
Sintiéndose ridículo, decidió bajar la persiana. Comenzó a bajarla y volvió a verla, esta vez con un camisón transparente. Ella levantó los dedos hacia la boca, como si tomara una pastilla, y bebió de un vaso.
Nick frunció el ceño, pero bajó la persiana y se encaminó a la ducha.

Lo despertó el olor a humo. Nick se sentó en la cama esperando oír la alarma de incendios, pero no sonó. Se levantó y recorrió toda su casa. No vio nada extraño. Volvió al dormitorio y pensó en la mujer que le había hecho recordar sus debilidades humanas; subió la persiana. Salía humo por una claraboya.
Se le contrajo el estómago. Rápidamente, agarró el teléfono. El 911 atendió su llamada, pero Nick sabía que en situaciones así una vida se perdía en cuestión de segundos. Se vistió rápidamente, corrió escaleras abajo y cruzó la explanada que lo separaba de la casa vecina.
Golpeó la puerta y gritó varias veces sin recibir respuesta. Se preguntó por qué. Recordó la última imagen que había visto y comprendió que ella había tomado un somnífero. Estaba demasiado dormida para notar el humo.
Alarmado, decidió entrar. Rompió el cerrojo con facilidad. El vestíbulo estaba lleno de humo. Gritando, subió los escalones de dos en dos hasta el segundo piso, donde las llamas crepitaban con furia.
Una lluvia de chispas cayó sobre él y se agarró a la barandilla de metal, abrasándose las palmas de las manos. El calor y el dolor le habrían cortado la respiración, si no hubiera sido porque él ya la estaba conteniendo.

«Podría estar muerta». Ese pensamiento pudo más que todo. Nick dio una patada a la puerta. El dormitorio era una neblina de humo. Agachando la cabeza para respirar, corrió hacia la cama.
La levantó en brazos y la cubrió con una sábana. Le pareció ligera y muy relajada. Inconsciente. Sintió una opresión en el pecho. Eso no era bueno. Se agachó para inhalar de nuevo y corrió fuera del dormitorio y escaleras abajo. Oyó el ruido de las sirenas por encima del crepitar de las llamas.
Salió de la casa corriendo y casi tropezó con su vecina, la concejala, envuelta en un albornoz.
— ¿Es Clarence?
Nick negó con la cabeza e inspiró con deleite el aire puro y fresco.
—Es una mujer. Supongo que alquila el piso de arriba.
—Creo que él está de viaje. El cableado eléctrico de la casa está hecho un desastre. Debería haberlo renovado hace años. Tendrá suerte si no lo demanda.
—Sí —musitó Nick, dejando a la mujer en el suelo. La adrenalina aún corría por sus venas. Su profesión era demandar, pero estaba preocupado por la mujer. Ojalá se moviera.
— ¿Está bien?
Nick no contestó. Levantó la sábana de su cara para ver si respiraba. Dormía tranquilamente.
—¡Menudo somnífero! —exclamó asombrado.
Las sirenas anunciaron la llegada de los bomberos y del equipo de salvamento. Saltaron del vehículo casi antes de que se detuviera.
—¿Está inconsciente? —preguntó un enfermero, acachándose junto a Nick para comprobar las constantes vitales de la mujer.
—Creo que ha tomado un somnífero.
El enfermero asintió y pasó un frasco de amoníaco por la nariz de la mujer.
Ella tosió y se estremeció. Abrió lo ojos con alarma.
— ¿Qué… qué…?
Sus ojos intrigaron a Nick. Estudió su rostro. Algo en ella le resultaba familiar, una especie de dulzura que le hizo sentir nostalgia.
Ella miró del enfermero a él y de nuevo al enfermero, con cara confusa. Levantó la mano y se apartó el pelo.
A la luz de los faros, Nick vio una marca en su frente. ¿Cicatriz o marca de nacimiento? Entrecerró los ojos. ¿Un mordisco de cigüeña? Lo invadió una extraña sensación.
Con voz tranquila, el enfermero explicó lo que había sucedido y comenzó a hacer preguntas, que ella intentó contestar.
—Estuve levantada hasta tarde, estudiando para un examen. No recuerdo nada desde que apoyé la cabeza en la almohada.
— ¿Su nombre? —preguntó el enfermero.
—Miley —respondió ella.
—Miley Polcenek —murmuró Nick con asombro, al comprender quién era. Después de tantos años. Se había preguntado varias veces qué habría sido de ella después de que él y su familia se mudaran de barrio.
— ¿Quién eres tú? —preguntó ella confusa.

—Es el hombre que te salvó la vida —replicó la concejala—. Entró en el edificio y te sacó de allí —explicó. Miró hacia el otro lado—. ¡Uy! ¿Esos son periodistas? Tengo que vestirme.
—Periodistas —repitió Miley con disgusto. Se irguió y estrechó la sábana contra sí. Con la mirada aún fija en Nick, se estremeció ligeramente—. ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres?
Sin saber por qué, a Nick lo incomodó tener que contestar.
—Soy Nick Nolan, tu vecino —replicó. Ella abrió los ojos con sorpresa, lo recorrió de arriba abajo con la mirada y negó con la cabeza.
— ¿Machácalos Nick Nolan? —Preguntó incrédula—. Pero, no pareces… —calló y buscó sus ojos—. Has cambiado.
—Sí —asintió él. Ya no era un chico escuchimizado y vulnerable. Su nivel de adrenalina comenzó a descender y Nick sintió que sus manos palpitaban.

Amor Desesperado Cap 1



Era muy tarde y ella seguía levantada, como él.
Nick Nolan se apartó de la ventana del dormitorio, negando su curiosidad sobre su nueva vecina. Pero su imagen se le quedó grabada. Todas las noches paseaba de un lado a otro de la habitación vestida con un ligero camisón y con un libro en la mano. Una lámpara silueteaba el movimiento de su largo pelo castaño y las curvas de su cuerpo. Notaba preocupación en su forma de andar, y eso lo intrigaba. ¿Una estudiante preparando un examen? Parecía más madura que otras universitarias.

Nick tenía sus propias razones para estar insomne. Su profesión de abogado era demasiado absorbente. En contra de sus normas, había aceptado un caso fuera de horas de trabajo, y la cara desfigurada de la adolescente lo estaba obsesionando. Estaba cansado físicamente, por una reciente sesión de ejercicio, pero su mente seguía trabajando en el caso, estimulándolo a pesar de su agotamiento.
En los años que había dedicado a la abogacía Nick había comprendido la triste verdad: el sistema judicial americano no siempre cumplía su función. Los criminales no siempre pagaban las consecuencias.
Lo de esa noche era un ejemplo perfecto. Un conductor borracho, hijo de un acaudalado y respetado médico, había atropellado a una adolescente. El conductor sólo había recibido unas palabras de advertencia del juez, la chica quedaba desfigurada para siempre.

Su trabajo comenzaba entonces. En los juicios civiles las reglas eran distintas y Nick había desarrollado una habilidad especial para conseguir que el malo pagara. Aunque en muchos casos habría sido preferible el linchamiento, Nick había llegado a la conclusión de que golpear a alguien en la cuenta bancaria era el equivalente adulto a darle una patada a un matón del colegio donde más le doliera. El malo sufría y la víctima recibía una compensación; Nick creía que así ayudaba a equilibrar la balanza de la justicia.
Dio un trago a su cerveza y paseó por la habitación. Hacía varios años que se había mudado a Fan, un distrito de moda de Richmond, Virginia, porque no le apetecía vivir en la periferia. Las casas eran viejas y estaban muy cerca unas de otras, los comercios eran una mezcla de tiendas antiguas y ultramodernas, y los vecinos iban desde pensionistas a universitarios. A Nick le gustaba esa ecléctica mezcla.
La vecina de un lado era concejala. El del otro, un artista que alquilaba la buhardilla de su casa para poder subsistir. La mujer que veía pasear por la habitación ocupaba esa buhardilla.

Volvió a mirar por la ventana: estaba envuelta en una toalla. Supuso que acababa de ducharse. Tenía el pelo recogido, pero sacudió la cabeza y el pelo se derramó como una cascada sobre sus hombros desnudos.
La toalla cayó al suelo y Nick se olvidó del trabajo por primera vez en varios meses.
Tenía el cuello largo y grácil, los senos llenos y exuberantes. Estaba demasiado delgada, pensó, viendo como la luz de la lámpara jugueteaba con sus costillas y su estrecha cintura. Sus caderas y muslos dibujaban atractivas curvas.
Verla le hizo recordar lo que se había perdido por culpa del trabajo. Diablos, pensó, irritado consigo mismo, no era por escasez de mujeres. Desde que la revista Richmond Magazine publicó el maldito artículo que lo nominaba «Soltero del año», había recibido tantas llamadas que tuvo que cambiar su número de teléfono y eliminarlo de la guía telefónica.
El problema con las mujeres que revoloteaban a su alrededor era que como siempre le parecía que faltaba algo. No sabía exactamente qué, y como no le gustaba aprovecharse de la situación, pasaba muchas noches solo.
Siguió observando a la mujer y se preguntó cómo sería el tacto de su piel, qué vería si la mirara profundamente a los ojos. El deseo comenzó a quemarlo. Intentó parpadear, pero no podía apartar la vista.
Había cautivado su atención con la misma facilidad con la que estaba sujetando un frasco que parecía de loción, o aceite. Ella vertió un poco sobre la mano y comenzó a extendérselo sobre la piel. Era una fresca noche de noviembre y la ventana no cerraba bien, pero Nick sintió calor.

Con movimientos descuidados, pero sensuales, ella masajeó el aceite desde el cuello hasta su torso y senos. Se le erizaron los pezones y él sintió una rigidez similar. Él hubiera dedicado más tiempo a esos pezones, acariciándolos con las manos, con la boca.
Ella extendió el aceite desde los hombros hasta la punta de los dedos, e incluso entre los dedos; eso le pareció excitante a Nick.
Sus manos continuaron moviéndose espalda abajo, hasta llegar a su redondo trasero. Él respiró con dificultad. Era lo más sexy que había visto nunca. Tenía un cuerpo precioso, pero sobre todo lo afectaba su manera de tocarse: durante el tiempo suficiente para sentir placer pero sin detenerse.

Amor Desesperado


Prologo

Más que nada en el mundo Nick Nolan deseaba tener músculos.
Quería ser tan alto y tan fuerte que a los abusones del barrio ni siquiera se les ocurriera pegarle. Por muchas hamburguesas, patatas fritas y batidos que tomara, Nick sabía que era el chaval más debilucho del Club de los Chicos Malos. Estaba harto de recibir golpes, sobre todo del peor matón de la calle, Butch Polcenek.
Mientras los demás chicos del club jugaban al fútbol en el jardín de Ben Palmer, Nick estaba sentado en una esquina porque se había roto un dedo del pie en clase de gimnasia. Se colocó las gafas, que habían resbalado nariz abajo y, masticando un trozo de hierba, estudió con atención el anuncio que había en la última página del cómic. Quizá fuera la solución a sus problemas.

Ponte fuerte. Conviértete en un Hombre de Verdad, anunciaba Johnny Universo, Yo puedo enseñarte la fórmula secreta para que seas un hombre de «verdad», lo conseguirás con sólo doce minutos al día.
Tener los músculos de Johnny Universo sería hacer un sueño realidad. En vez de salir corriendo podría darle a Butch un puñetazo en la nariz.
Además, pensó, recibiría tres regalos y una medalla de Hombre de Verdad. Decidido, Nick sacó un bolígrafo del bolsillo y comenzó a rellenar sus datos en el cupón.
Sintió una sombra sobre él y levantó los ojos.
Miley Polcenek. A pesar de ser la hermana pequeña de Butch, era una chica agradable, aunque rara. Tenía siete años, todavía jugaba con muñecas y le gustaba cortarles el pelo.
Nick frunció los ojos al ver su flequillo irregular y sospechó que también había sufrido el ataque de sus tijeras. Miley, delgada como un poste, tenía grandes ojos oscuros, pelo fino y oscuro, y una marca de nacimiento en la frente, que la madre de Nick llamaba «mordisco de cigüeña». Su madre la obligaba a llevar vestidos y siempre tenía las rodillas magulladas, seguramente porque se pasaba la vida escapando del peor hermano del mundo.
Tenía una pinta tan rara que casi parecía fea. Hasta a la madre de Nick le parecía rara. Pero Olivia era agradable y a Nick le daba pena; Butch la atormentaba casi tanto como a él.
Ella frotó el dedo índice contra el pulgar varias veces y movió la cabeza de lado a lado, arrugando la frente.
—He practicado mucho, pero aún no puedo chasquear los dedos.
—Utiliza el dedo corazón con el pulgar —explicó Nick, chasqueándolos él—. Y hazlo con fuerza.
Ella se concentró, probó de nuevo sin éxito, y se dejó caer junto a él.
—Nunca lo conseguiré.
—Claro que sí. Todavía eres pequeña.
—No tanto —protestó ella. Se inclinó para mirar la portada del cómic Súper Comandos Guerreros. ¿Está bien?
A Miley le gustaban los cómics, incluso los de monstruos sangrientos. Otra cosa a su favor.
—Sí, el Malvado Rey del Submundo captura a los Súper Comandos Guerreros como rehenes. No pueden utilizar sus súper-poderes para escapar, así que tienen que engañarlo.
— ¿Puedo leerlo?
—Claro.
—Miley —se oyó la horrible voz de Butch, como una nube tormentosa en la soleada tarde primaveral—. Decidí que a tus Barbies le hacía falta otro corte de pelo.
Miley inspiró con pánico y se volvió para mirar a su hermano. Nick vio las muñecas, calvas y mutiladas, y movió la cabeza disgustado.
— ¡Mis Barbies! —gritó Miley con todas sus fuerzas, poniéndose en pie de un salto.
—Las usé para reconstruir la batalla de Pearl Harbour con mis Action Men —dijo Butch—. Las Barbies son las víctimas.
—Eres el peor hermano del mundo. Eres horrible, malo —gritó Miley, corriendo hacia Butch. Él la paró con el brazo y se rió de ella.
Indignado, Nick se levantó. Solía huir de Butch, pero esta vez no podía. Quizás esa fuera la manera de empezar a ser un hombre «de verdad». Irguió la barbilla con determinación.
—¿Cómo te atreves a fastidiar a una niña pequeña? A tu propia hermana.
—¿Y qué piensas hacer tú, Chico Malo? —gruñó Butch, volviéndose hacia Nick.
—Voy a decirte que pares —dijo Nick, sudando.
—Con la ayuda de ¿qué ejército? —preguntó Butch, acercándose a él.
—No necesito un ejército —dijo Nick, tragando saliva con miedo, y pensó que uno no le vendría nada mal.
Butch le sacaba diez centímetros de altura y unos veinte kilos de peso. Butch lo empujó y Nick retrocedió, tropezando. Se hizo daño en el dedo del pie, pero no echó a correr.
— ¡Para! —gritó Nick.
— ¡Párame tú! —dijo Butch empujándolo de nuevo, con más fuerza.
Miley se puso en medio y comenzó a dar saltos.
— ¡Déjalo en paz! Tienes envidia —le dijo a Butch—. Tienes envidia porque no te dejan jugar en su casa del árbol.
— ¡Boba! —Insultó Butch—. Es un blandengue.
—No. Es listo. Si no paras yo… yo…—Miley respiró profundamente y dio una patada contra el suelo—. Les diré a todos que ¡tienes lombrices!.
Butch rugió con ira, agarró a Miley por los hombros y comenzó a sacudirla. Nick hizo lo que tenía que hacer. No tuvo otra opción. Agachó la cabeza y arremetió con ella contra el costado de Butch, haciendo que la soltara.
Un resquicio de su mente escuchó los gritos de sus amigos.
— ¡Eh! ¿Qué hace Nick con Butch?
—Butch lo matará.
—Tenemos que ayudarlo.
Butch miró por encima del hombro de Nick y le lanzó un directo a la nariz. El dolor fue tan fuerte que lo cegó. Nick cayó el suelo, toda la cabeza le vibraba. Dolía tanto que tuvo miedo de echarse a llorar. Volvió a oír voces.
— ¡Butch tiene lombrices! ¡Butch tiene lombrices! —gritó Miley a voz en cuello.
— ¡Machácalos Nick, estás sangrando! —gimió Stan inclinándose sobre él.
Machácalos Nick, pensó él, mareado. Era su apodo en el Club de los Chicos Malos.
— ¡Uy! ¿Crees que está rota? —preguntó Ben agachándose.
— ¿Estás bien? —Joey le apretó el hombro.
Nick intentó asentir, pero notaba cañonazos dentro de la cabeza.
—Sí —mintió. Los demás lo rodearon y Nick decidió que más le valdría aprenderse la fórmula mágica de Johnny Universo, por si acaso se le volvía a ocurrir actuar como un Hombre de Verdad.

Errores Del Ayer Cap 30



— ¿Qué diablos haces tú aquí? —preguntó Jed.
—Cooper ha recordado por fin por qué le resultabas familiar Demi se encogió de hombros—. Al parecer, cuando bebes te vuelves muy hablador.
Jed soltó un juramento brutal.
—Debería haber muerto.
Demi entrecerró los ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Os vi hablando junto al arroyo el día que fue a visitarte, pero vosotros no me visteis a mí. Después de haber abierto el pico en el bar, supuse que debía cubrirme las espaldas. De manera que hice algunas averiguaciones y me enteré de que el primer toro que le había tocado montar a tu hermano era The Shredder. La mañana siguiente al incendio, entré en su camioneta, le robé el chaleco protector y saboteé su equipo —movió la cabeza—. Si esa correa se hubiera roto un salto antes…

Demi  ya había tenido suficiente. El toro que había mencionado Jed era famoso por su agresividad, y Jed ya había dicho que tenía intención de matar a Cooper.
—Tira el rifle o juro por Dios que te disparo.
Jed rio despectivamente.
—Esa es una pistola muy grande para una señorita. Hace falta mucho valor para apretar el gatillo, y no creo que…
Demi  apuntó al sombrero de Jed y disparó.
El sombrero cayó a varios metros de distancia.
— ¡Maldita sea! ¡Vuelve a hacer eso y mato a Joe! Esto es algo entre él y yo.
—Ya no —dijo Demi, furiosa—. También intentaste librarte de mí cortando la cincha de la silla. Luego fuiste por mi hermano. Así que esto también es asunto mío.
—Suponía que meterías el rabo entre las piernas y saldrías corriendo —dijo Jed en tono despectivo—. Después de todos mis intentos, deberías haber captado el mensaje.
—No me asusto fácilmente. Y tampoco me da miedo disparar. Ya te lo he demostrado. Y ahora, deja caer el rifle.
— ¡Antes dispararé a Joe!
—Aún no he firmado la escritura —dijo Joe—. Tu plan no funcionará a menos que lo haga.
—¡Firma!
—No.
Con los ojos desorbitados, Jed volvió el rifle hacia Demi.
—¡Firma o le pego un tiro a ella!
Demi ya estaba apuntando al rifle que Jed sostenía en la mano, y en cuanto vio que lo apartaba de Joe, volvió a disparar.
La bala rozó la mano de Jed, que dio un grito, soltó el rifle y cayó de rodillas. Sujetándose la mano, miró a Demi.
— ¡Lo has estropeado todo!
—Vigílalo —dijo Joe mientras se agachaba a recoger los rifles. Los dejó apoyados en la pared de la cabaña y luego tomó su lazo de la silla del caballo.
— ¿Por qué, Jed? —preguntó tras atarlo firmemente—. ¿Por qué has hecho todo esto?
Jed le lanzó una mirada llena de odio.
—Tú y tu maldita familia me robasteis lo que era mío por derecho. Yo debería ser el dueño del Circle S, no tú.
—Tu padre vendió esta tierra hace veinticinco años —le recordó Joe—. Cuando le notificaron que habías sido dado por desaparecido en Vietnam se deprimió profundamente y no fue capaz de seguir adelante.
—Y vosotros los Jonas estabais listos para aprovecharos de su desgracia —Jed contrajo el rostro en una mueca de profundo desagrado—. No teníais bastante con vuestra tierra. También tuvisteis que quedaros con la mía.
Joe negó con la cabeza.
—Tu padre nos ofreció el Circle S antes que a nadie porque bordea la parte norte del Rocking M. Pagamos un precio justo por él.
Jed rio histéricamente.
—Para cuando volví a los Estados Unidos se había matado bebiéndose todo el dinero y yo me quedé sin nada.
—Si te sentías así, ¿por qué empezaste a trabajar para los Jonas? —Preguntó Demi—. No puedes culparlos a ellos por algo que hizo tu padre.
Jed volvió su rabiosa mirada hacia Demi.
—Quería recuperar mi rancho.

— ¿Pero por qué ahora? —Preguntó Joe—. ¿Por qué has esperado todo este tiempo?
—Todos los Jonas habéis hecho algo para que el Rocking M crezca —espetó Jed—. Cuando recuperaste a ese mocoso tuyo, no pude soportar ver cómo crecía para acabar quedándose con todo. Entonces supe con certeza que nunca recuperaría mis tierras.

— ¿Por qué no intentaste comprarlas? —preguntó Demi.
Joe notó que algo se quebraba dentro de Jed y este empezó a balbucear incoherentemente. El hombre había dejado que años de enfado y resentimiento desembocaran en un afán de venganza totalmente enloquecido.
Apartó a Demi para no correr riesgos.
—Vamos a esperar aquí —dijo, y la llevó junto a la cabaña.
Las manos de Demi temblaban tanto que parecía que iba a dejar caer en cualquier momento la pistola que sostenía.
— ¿De dónde has sacado eso? —Joe la retiró con cuidado de sus manos y la dejó junto a los rifles—. Parece un cañón.
—Cuando empecé a viajar sola, Cooper me la compró y me enseñó a dispararla. Recuerdo que dijo que probablemente nunca me haría falta utilizarla; solo con enseñarla disuadiría a cualquiera que quisiera molestarme.

Se estremeció y Joe pasó un brazo por sus hombros mientras el sonido de unas sirenas distantes llegaba hasta ellos. Jed tenía razón. Hacía falta mucho valor para apuntar a alguien y disparar.
—No sabes cuánto me alegro de que hayas venido, cariño —Joe la besó en la frente y la estrechó con fuerza—. Empezaba a pensar que había visto mi último amanecer.
Ya había oscurecido cuando Joe llamó a Whiskers para decirle que ya podía volver al rancho con Ryan.
— ¿Dices que esa pequeña te salvó el trasero? —Whiskers soltó una carcajada de satisfacción—. ¿No te había dicho que era una chica estupenda?
Joe sonrió.
—Sí.
—Supongo que ahora vas a echarle el lazo, ¿no?
Joe miró el collar en la repisa.
—Estoy pensando en ello.
—Serás tonto si no lo intentas —la voz de Whiskers sonó sospechosamente temblorosa a través del teléfono—. Me he acostumbrado a tenerla en el rancho.