VOLVER al
trabajo fue un alivio para Miley y esa mañana se entregó diligentemente a su
quehacer. Ajustó el microscopio binocular y lo centró sobre el delicado engarce
que estaba ejecutando. Para ella el intrincado diseño era un desafío tanto
profesional como personal.
Quería lo
mejor y dedicaba su atención a los detalles minúsculos que la llevarían al
resultado deseado... la perfección.
No le
importaba continuar trabajando durante el descanso para comer ni quedarse hasta
más tarde en el taller; nada importaba salvo la calidad de su trabajo.
El
establecimiento necesitaba contar con medidas de seguridad. Era fácil
deshacerse de las gemas sueltas, por lo tanto se convertían en blanco preferido
para robos. Allí había piedras preciosas de incalculable valor, así como un
equipo muy caro. Por tanto, las medidas de seguridad eran muy rigurosas y la
empresa contaba con una de las mejores cámaras acorazadas. Puertas de cristal a
prueba de balas protegían al personal que trabajaba en el interior y un costoso
sistema de seguridad se encargaba del resto.
Sin embargo,
había que tener precaución, algo a lo que ella se había acostumbrado a lo largo
de los años y que nunca descuidaba.
Una de las
reglas de oro de la casa era que dos personas, nunca una sola, estuvieran en el
taller. Si por casualidad algo desagradable le sucedía a uno, el otro podría
hacer sonar la alarma.
En los tres
años que llevaba trabajando para la firma nadie había intentado forzar el
sistema de seguridad a la luz del día.
¡Por el amor
de Dios! ¿Por qué le rondaban esos pensamientos en la cabeza? ¿Instinto,
premonición? ¿O se debía a su aguda vulnerabilidad actual?
Por más que
se esforzara, era incapaz de alejar a Miley de su mente. Era una fuerza intrusa
que invadía cada minuto del día
Podía sentir
su contacto sin ninguna dificultad. Sentir su boca en la suya. «No sigas por
ahí», pensó. Los recuerdos eran demasiado vividos, demasiado intoxicantes.
Tuvo que
admitir que fue maravilloso mientras duró. Una fugaz aventura orquestada por
razones incorrectas. Y la peor de ellas había sido la manipulación.
¿Entonces
por qué sufría por él?
El trato
había acabado. Cyrus florecería bajo la dirección de Nick. La vida privada de Cameron
se mantendría en el anonimato. ¿Y en cuanto a ella? Había cumplido todas las
obligaciones y era libre.
Miley sintió
una risa cavernosa en la garganta. ¡Seguro que sí! ¡Pero la verdad era que
nunca había estado más atada en su vida!
Apenas
comía, raramente dormía bien. Algo de eso podría haberlo atribuido a la
tristeza por la pérdida de su padre. Y todo el resto era culpa de Nick.
El timbre
electrónico sonó por encima de la música ambiental y Miley alzó la vista. Al
otro lado de la puerta vio una figura familiar con una bolsa de comida en cada
mano.
Era Sally,
camarera de una cafetería cercana con su pedido para el almuerzo.
-¿Quieres ir
a recibir los bocadillos o voy yo? De acuerdo, iré yo -dijo Miley al darse
cuenta de que Glen se encontraba empeñado en la delicada tarea de calentar un
metal fino.
Tras dejar a
un lado las herramientas fue hacia la puerta, quitó el seguro y abrió el
picaporte.
Y en ese
instante se desencadenó el infierno.
Tuvo una
fugaz visión de la expresión aterrorizada de Sally en el momento en que un
hombre con la cara oculta bajo un gorro de lana para esquiar la catapultaba al
interior del taller.
La pesadilla
comenzó al verlo blandir un horrible cuchillo.
En tales
circunstancias el cometido era claro. Obedecer las órdenes y no jugar a
convertirse en héroe.
Un cuchillo
no era una pistola, además Miley estaba entrenada en autodefensa. ¿Podría
arriesgarse a desarmarlo?
El hombre
sacó una pistola.
-Ni se te
ocurra -ordenó en un tono tan perentorio que le heló la sangre en las venas.
Con un
rápido movimiento le rodeó los hombros con un brazo y la atrajo hacia sí
mientras presionaba la punta del cuchillo contra la garganta.
Tranquila,
tenía que permanecer tranquila. Lo que no era fácil ante la proximidad de la
pistola, para no mencionar la amenaza del cuchillo.
Con el
rabillo del ojo tuvo una visión de Glen que movía sigilosamente un pie hacia el
botón de alarma colocado en el suelo. Una llamada que enviaría una alerta
electrónica al busca del supervisor, a la empresa de seguridad y a la comisaría
de policía.
Miley rezó
para que el delincuente no lo hubiera notado.
-Abre la
cámara acorazada -dijo con una voz gutural que hizo que Glen alzara las manos
en un gesto impotente.
-No sé la
combinación.
Una
respuesta para ganar tiempo y el intruso lo sabía.
-¿Crees que
soy tonto? -preguntó en un tono perverso mientras apretaba los hombros de Miley-.
Ábrela ahora mismo o usaré el cuchillo.
Ella sintió
la punta en la base de la garganta, una punzada en la piel y luego un cálido
hilillo de sangre.
Glen no
vaciló. Se acercó a la puerta de la cámara, marcó una serie de dígitos y luego
abrió la puerta.-Mete todo en un bolso. ¡Vamos!
Glen
obedeció tardando todo lo que se atrevía.
-¿Quieres
que le haga daño de verdad?
El cuchillo
presionó con más fuerza y Miley gimió de dolor.
-Lo hago lo
más rápido que puedo -dijo Glen al tiempo que vaciaba bandejas echando el
contenido en una bolsa-. Esto es todo lo que hay.
-¡Dámelo!
-dijo el delincuente al tiempo que soltaba
a Miley y se dirigía a la puerta.
Pero ella
vio lo que él no podía ver y deliberadamente mantuvo una mirada inexpresiva
mientras dos guardas de seguridad armados se colocaban a ambos lados de la
puerta de calle.
Una
sorpresiva patada bien dirigida era todo lo que se necesitaba para desarmar al
intruso y proporcionar los pocos segundos esenciales de confusión para dar a
los guardas la oportunidad de entrar y derribarlo.
En una
fracción de segundo el pie de Miley le golpeó la muñeca y la pistola saltó por
el aire.
Con una
sarta de obscenidades el hombre se abalanzó hacia ella y Miley apenas pudo ver
cómo la puerta se abría de golpe y entraban los guardas antes de que el
delincuente volviera a aferraría contra su cuerpo.
La presión
contra las costillas era agudísima y apenas podía respirar.
Sally empezó
a llorar en silencio.
-Déjala
marcharse -ordenó uno de los guardias y se ganó una mirada mordaz.
-¿Estás
loco? Ella será mi salvoconducto para salir de aquí.
-Tira el
cuchillo.
-Ni soñarlo,
colega.
Lo que había
empezado como un atraco se convertía en una tentativa de secuestro.
Entonces Miley
escuchó el sonido distante de una sirena que se acercaba velozmente al taller y
luego se detenía.
Segundos más
tarde sonó el teléfono.
-¡Atiende
tú!
Moviéndose
con todo cuidado el guarda obedeció la orden y luego le tendió el auricular al
hombre.
-Es para ti.
-Dile al
policía que quiero que me dejen salir de aquí sin trampas y luego que me den
quince minutos para marcharme. Ese es el trato.
La escena se
parecía mucho a la de una película. Peor que eso, porque el hombre estaba
desesperado y no vacilaría en hacerle daño a Miley.
En una
fracción de segundo vio toda su vida desfilar ante sus ojos. Vio a su madre, a
su padre, a Cameron. Y a Nick. Demonios, ¿por qué Nick?
Ella no
tenía futuro con Nick. ¡Maldición, era posible que no tuviera futuro alguno!
-Os quiero a
todos afuera. ¡Ahora! -ordenó furioso el delincuente y ella contuvo la
respiración.
Los
guardias, Sally y Glen desfilaron hacia la salida con calma y la puerta se
cerró dejando a Miley y al hombre en el taller.
-Tú y yo
vamos a dar un paseo juntos -oyó la voz del hombre junto al oído-. Y Si eres
muy buena podría dejarte marchar cuando nos hayamos alejado de aquí.
-Sí.
Seguro que
sí. Y a medianoche el sol resplandecía en Alaska.
La mano del
hombre apretó el pecho de Miley.
-O tal vez
podríamos corrernos una juerga dentro de un rato.
-Sí, en tus
sueños.
El hombre la
empujó brutalmente contra un mostrador.
-Toma el
maldito teléfono y dile a esos bastardos que se pongan en acción.
Ella apenas
podía creer que lo dejarían salir
solo de allí. Las piedras preciosas costaban una fortuna. Y su vida estaba en
peligro.
Al tomar el
auricular vio que le corría sangre de una herida en la mano.
-Manténgase
tranquila. Haga lo que le dice. Hemos bloqueado las calles así que no podrá ir
muy lejos -la voz masculina era clara y directa.
-Un
movimiento equivocado por parte de ellos y tú pasarás a la historia, ¿me oyes?
Lo que
sucedió a continuación fue una pesadilla de acciones, ruidos y miedo; todo en
un calidoscopio de movimiento mientras la obligaba a llevar la bolsa con las
gemas, la utilizaba como escudo humano y, ya en la calle, la movía a empellones
hacia su coche.
En esos
terribles segundos ella se preparó para cualquier cosa, y no fue hasta que la
empujó por el asiento del conductor y luego casi se sentó encima de ella que
pudo darse cuenta de que lograría escapar. Y la llevaría consigo.
El hombre
hizo girar la llave de contacto y arrancó el coche. Miley oyó el chirrido de
las ruedas mientras el vehículo escapaba a una velocidad temeraria.