Squeak, un perrillo paticorto al que Demi adoraba, se tumbó
exhausto a su lado y no advirtió, pues hacía tiempo que había perdido el oído,
el ruido de un motor que se acercaba.
Demi comenzó a devorar la revista y pronto estuvo completamente
inmersa en el mundo de las celebridades, de la moda y del cotilleo.
De repente, el atronador ruido de una moto la sacó de sus
ensoñaciones y, al girar la cabeza, comprobó con horror que iban a atropellar a
Squeak.
Rápidamente, se puso en pie y consiguió sacar al perro de debajo
de las ruedas de la motocicleta, cuyo conductor perdió el equilibrio ante la
repentina frenada y cayó al suelo.
Demi ahogó un grito de horror, pero pronto comprobó que al
conductor no le había sucedido nada, pues se ponía en pie tan tranquilo.
-¿Qué hace usted aquí? -gritó al ver que el hombre se acercaba a
ella.
Joe estaba furioso por haberse encontrado a una mujer sentada en
mitad del camino, como si estuviera esperando a que alguien se la llevara por
delante
Y, para colmo, le estaba gritando.
Nadie le había gritado jamás.
Sin embargo, la belleza de aquella mujer nubló su enfado. Lucía
una impresionante melena rubia que le llegaba a la cintura y tenía unos
maravillosos ojos verdes que parecían esmeraldas.
Joe se sintió atrapado por su belleza.
-¿Cómo se atreve a entrar en esta propiedad? Es delito -insistió
Demi.
-Le aseguro que no soy ningún delincuente -contestó el
motociclista con el casco puesto.
¿Ah, no? ¿Y qué es la persona que entra en una propiedad que no
es suya? -contestó Demi enfadada porque todavía no le había pedido perdón por
el incidente-. ¿No se ha dado usted cuenta de que iba muy rápido?
-Sé perfectamente la velocidad a la que iba -contestó Joe.
Demi se dio cuenta de que aquel hombre no hablaba como un
gamberro, aunque se comportara como uno de ellos. Era imposible no advertir su
acento inglés de clase alta, pero a Demi le dio igual.
Se estaba comportando fatal y eso era lo único que importaba,
así que levantó el mentón y lo miró en actitud desafiante.
-¡Nos ha dado un susto de muerte a mi perro y a mí! -exclamó
dejando a Squeak en el suelo.
Squeak se acercó a Joe, movió el rabo, se hizo un ovillo a su
lado y descansó al sol.
-Por lo menos, él no me grita -comentó Joe.
-Yo no estoy gritando -se defendió Demi-. ¡Lo único que quiero
que comprenda es que podría haberme usted matado o haberse matado usted!
Joe se levantó la visera del casco y Demi se quedó de piedra.
Lo primero que se le pasó por la cabeza al ver sus ojos fue la
imagen de un halcón de los que tenían en el castillo. Aquel hombre poseía una
mirada penetrante y dura, pero también un espectacular brillo dorado en los
ojos y unas pestañas negrísimas.
Demi sintió que el corazón le daba un vuelco y comenzaba a
latirle aceleradamente.
-No sea usted exagerada -aulló Joe.
-Iba usted demasiado deprisa... -insistió Demi.
Joe no pudo evitar quedarse mirando el reflejo cegador del pelo
de aquella mujer bajo el resplandor del sol y por primera vez en su vida olvidó
qué iba a decir.
-¿De verdad? -preguntó quitándose el casco y revolviéndose el
pelo.
Demi sintió que la boca se le secaba.
Aquel hombre era tan increíblemente guapo, que no pudo evitar
quedarse mirándolo fijamente.
Tenía un rostro imposible de olvidar, una estructura ósea
fantástica con unos maravillosos y altos pómulos, una nariz fuerte y masculina
y cejas oscuras. Su complexión morena y su pelo oscuro sugerían unos ancestros
de otras tierras.
Aquel hombre la sedujo rápidamente y Demi sintió que se mareaba
como si hubiera estado dando vueltas sobre sí misma y, de repente, sintió en la
pelvis algo que jamás había sentido antes.
-¿Cómo? -murmuró confusa.
Joe sonrió y Demi se sintió embrujada por aquella sonrisa.
-Es cierto que conduzco muy deprisa, pero le aseguro que soy muy
buen conductor -apuntó Joe.
-Pero a esa velocidad es imposible ver el camino -insistió Demi.
-Desde luego, lo que uno no espera ni a esa velocidad ni a
ninguna otra es encontrarse con una chica y un perro sentados en mitad del
camino.
-En cualquier caso, esto es propiedad privada...
-Ya lo sé y sé perfectamente que no hay ganado suelto por aquí
porque esta tierra es mía -contestó Joe.
-No, esta tierra no es suya. Da la casualidad de que yo vivo
allí, bajando la colina, y sé perfectamente a quién pertenece esta tierra, así
que no me puede usted engañar -sonrió Demi.
Joe se dio cuenta de que aquella mujer no lo había reconocido.
-Así que no es la primera vez que entra en estas tierras, ¿eh?
-comentó Demi recordando las huellas que había visto cerca de casa de su
padre-. Para que lo sepa, ha estropeado usted el camino de la colina.
-Le aseguro que yo no he sido -contestó Joe ofendido.
-¿Ah, no? ¿Cuántos motoristas como usted hay por aquí?
-Señorita, le agradecería que, teniendo en cuenta que no tiene
usted pruebas, no me acuse de algo que yo no he hecho -se defendió Joe-, Es una
gran ofensa -añadió en tono frío y distante.
Demi palideció.
-A mí lo que me parece una gran ofensa es que todavía no me haya
usted pedido perdón por haberme dado el susto de mi vida -contestó ofendida.
Joe se sonrojó, pues siempre se había tenido por un hombre
extremadamente cortés.