jueves, 14 de febrero de 2013

El Amante De la Princesa Capitulo final





Miley apenas pudo pegar ojo esa noche y se pasó el día entero en casa para evitar un encuentro con Nick. Todo el tiempo rezando para que apareciese en su puerta, dispuesto a confesarle amor eterno. Rezaba para que ocurriese el milagro y, a la vez, lo temía con todo su corazón.

 Porque, como diez años antes, tendría que dejarlo ir.
El domingo por la tarde, desde la ventana de su estudio, vio que los criados guardaban las maletas de Nick en el coche para llevarlo al aeropuerto.
Y supo entonces, sin ninguna duda, que todo había terminado.

Le dolía el corazón pero, a la vez, se sentía aliviada. Era más fácil así. Al menos, eso era lo que se diría a sí misma a partir de aquel momento.
—Veo que el señor Rutledge se marcha —comentó Wilson.
—Sí, parece que sí.

— ¿Y está segura, alteza, de que es lo mejor? —le preguntó el mayordomo.
Oh, no, él también no. Miley respiró profundamente, pasándose una mano por la cara. ¿Todo el mundo tenía que meterse en sus asuntos?
—Wilson, ni siquiera te cae bien…

—Quizá fui un poco apresurado en mi juicio Y sienta yo lo que sienta por el señor Rutledge, la verdad es que la hace feliz.
¿Pero durante cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo antes de que volviera a romperle el corazón?

Además, no tenía energía para otra discusión sobre su vida amorosa.
—Voy a darme una ducha y luego me meteré en la cama. Voy a dormir durante un mes y sería estupendo que nadie me molestara.
— ¿Durante un mes?

Miley se encogió de hombros.
—Por lo menos doce horas sin interrupción.
Wilson asintió con la cabeza antes de salir del estudio.
—Como desee, alteza.

No estaba de acuerdo, era evidente. Claro que nunca lo diría en voz alta. ¿Por qué nadie confiaba en su buen juicio?

Miley fue a su habitación y se encerró en el cuarto de baño. Quería relajarse en la ducha, pero cuando salió se sentía tan tensa y tan triste como antes. Era como si le faltara algo, como si alguien hubiese metido una mano en su interior para arrancarle el alma.

Una sensación que recordaba muy bien porque le había pasado lo mismo la primera vez que Nick salió de su vida.

Aunque Nick no había salido, ella lo había echado.
El sol se había puesto y su habitación estaba a oscuras, de modo que encendió una lámpara…

Y dio un salto al ver una figura frente a la ventana.
Nick se volvió con una expresión… en fin, no podría definir su expresión en ese momento.

—Empezaba a pensar que no ibas a salir nunca. Parece que en esta casa no se piensa en ahorrar agua.

Miley apretó la toalla contra su pecho. Aquello era tan extraño, tan irreal…
—Seguro que no has venido para hablar del medio ambiente. De hecho, me gustaría saber cómo has logrado llegar aquí sin que Wilson te detuviera.
—A punta de pistola. Lo he atado y lo he metido en la despensa —contestó él.
—Sí, claro.

—No, bueno, la verdad es que Wilson me dejó entrar.
¿Ah, sí? Pues iba a tener una seria charla con Wilson sobre seguir instrucciones y meterse en sus asuntos.

—Vas a perder el avión —le dijo, mirando el reloj.
—No voy a perder el avión porque no hay ningún avión que perder.
No podía querer decir que iba a quedarse en Morgan Isle por ella. Miley levantó la barbilla e intentó mirarlo con frialdad, cuando por dentro estaba cayéndose a pedazos.

—¿No vas a preguntarme por qué?
Tenía miedo de hacerlo. Y fuera cual fuera la razón, en realidad daba igual.
—No vas a ponérmelo fácil, ¿verdad? —suspiró Nick entonces.
— ¿Y por qué iba a hacerlo?
—He venido para disculparme.
— ¿Por qué?

—Por decir que no eras digna de amor. Además de ser una grosería no es verdad, Miley. Pregúntame cómo sé eso. Vamos, pregúntamelo.
— ¿Cómo lo sabes?

—Porque te quiero —Nick dio un paso adelante y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse en sus brazos—. Y no pienso dejar que me eches de aquí otra vez. Hace diez años debería haber insistido, pero el orgullo me lo impidió. Y fue un error que no pienso cometer nunca más.

Después alargó una mano para acariciarla y, con el corazón golpeando sus costillas, Miley enterró la cara en su camisa, agarrándose a él como si no quisiera soltarlo nunca.

—Me has utilizado —le recordó.
—Y tú me utilizaste a mí. Pero, ¿qué importa eso ya?
No, no importaba. Miley levantó la mirada.

—Te hice daño, Nick, y ni una sola vez te he dicho que lo sentía. Pero lo siento, lo siento muchísimo…

—Estás perdonada —sonrió él.
—¿Y si lo nuestro no funcionase?
Él acarició su pelo mojado.

—¿Cómo vamos a saberlo si no lo intentamos?
—Soy cabezota, independiente, vuelvo loco a todo el mundo…
—Sí, pero todo eso es lo que me gusta de ti —la interrumpió Nick, inclinando la cabeza para besarla—. Eres perfecta para mí.

Miley había esperado toda su vida para escuchar esa frase.
—Te quiero, Nick. Nunca he dejado de quererte.
—Lo sé —sonrió él.

—¿Y tú me llamas egocéntrica?
—Bueno, se puede decir que tenemos mucho en común —rió él.
—Tú sabes que esta relación podría ser una pesadilla. Tú a un lado del mundo, yo al otro…
—Entonces tendré que venirme a vivir aquí.

—Oh, Nick, no puedo pedirte que hagas ese sacrificio.
—No me lo has pedido tú y no es un sacrificio. De hecho, lo he estado pensando desde que llegué a Morgan Isle. Y, por cierto, no tengo el menor interés en un noviazgo largo.
—¿Ah, no?
—Durante diez años he sabido que eras la mujer de mi vida. Ahora tenemos que compensar esos años perdidos y creo que deberíamos olvidarnos del noviazgo y casarnos inmediatamente.

—¿Y dónde viviríamos?
—Aquí, en el palacio, donde tú digas.
—Pero acabas de divorciarte…

—En realidad, nunca estuve casado con Cynthia. Al menos no estuve casado en mi corazón. Ya menos que tú no quieras casarte…

A pesar de todo lo que había dicho en los últimos años sobre no atarse a nadie, sobre no querer sacrificar su libertad, estar con Nick no sería ningún sacrificio. De hecho, no se le ocurría mejor manera de pasar el resto de su vida.
De modo que sonrió.
— ¿Por qué no me lo pides oficialmente y así nos enteramos?
Nick clavó una rodilla en el suelo y apretó su mano.


—Miley Renee Agustus Cyrus, ¿me harías el honor de ser mi esposa?
—Sí —contestó ella, con más alegría de la que había pensado posible en su corazón—. Seré tu esposa.

Él se incorporó para tomarla entre sus brazos.
—Pues ya era hora, cariño.



Fin

Un Refugio Para El Amor Capitulo 46





Ella debería encontrar la forma de dejar algún rastro por el camino. Demonios, ¿cómo no se le había ocurrido antes? Quizá no fuera demasiado tarde. Pero ¿qué clase de señales? Pruitt le había atado las manos a las riendas, así que no tenía mucha libertad de movimientos. Sin embargo, llevaba la bolsa de los pañales colgando de la silla, y se dio cuenta de que el rabo de Bruce asomaba por el borde.
Demi lo había metido allí pese a las protestas de Elizabeth cuando se lo había quitado, porque había pensado que era muy probable que a la niña se le cayera de las manos por el camino.
Lo cual habría sido un plan perfecto.
Tenía que seguir distrayendo a Pruitt con la conversación, de modo que él no sospechara que estaba haciendo algo a escondidas.
—¿Y te gustaba ser reportero? —preguntó despreocupadamente, como si quisiera cambiar de tema. Mientras, lentamente, comenzó a mover la bolsa para que el mono se saliera por el borde del plástico.
—No estaba mal, pero seguirte a ti durante todo el verano ha sido mejor. Como el espionaje, o algo así. Empecé a preguntarme si tú también te estabas divirtiendo. Confiesa, Demi, ¿no tuviste algunos momentos de emoción?
—Lo siento, supongo que no tengo el mismo sentido de la aventura que tú —respondió ella. Era evidente que aquel tipo necesitaba una fuerte medicación.
—Deberías haber salido conmigo en la universidad, Demi.
—Quizá.
Ella sintió un segundo de remordimientos por sacrificar a Bruce, pero si no dejaba alguna pista para Joseph perder a Bruce sería la menor de sus preocupaciones. Pensando una rápida disculpa para Elizabeth, le dio un golpe a la bolsa con la rodilla, disimuladamente, y el mono cayó al suelo. Demi temió que el caballo lo pisara.
Sin embargo, lo más importante de todo era que Pruitt estaba tan absorto en su fantasía que no se daba cuenta de nada.
Joseph llegó al rancho a la hora de comer. Sebastian abrió la puerta, le echó un vistazo y llamó a Matty a gritos.
—Se las ha llevado —dijo Joseph, respirando entrecortadamente.
—¡Oh, Dios mío! —Sebastian se puso blanco.
Matty llegó corriendo y vio a Joseph.
—¿Qué...? Ay, no. No —se agarró la barriga y comenzó a tambalearse.
Sebastian y Joseph se apresuraron a sujetarla.
—La tengo —dijo Sebastian, agarrándola con cuidado—. Vamos, Matty. Te llevaré al sofá.
¿Dónde están? —preguntó Matty.
—Sólo sé la dirección que tomaron. Él me golpeó y me dejó sin sentido, y se las llevó a caballo.
Sebastian guió a Matty hacia el sofá y la ayudó a sentarse. Después se volvió hacia Joseph.
—¿Y qué ocurrió con la maldita alarma? Se suponía que estabais protegidos. ¿Dónde estaba ese sistema de seguridad tan moderno?
Joseph había estado pensando en aquello durante todo el camino de vuelta. La culpa era suya. Se enfrentó a Sebastian y le dio la explicación que le estaba pidiendo.
—Tuvimos una discusión. Yo me fui a cortar leña y la desconecté para salir. Le dije que la conectara cuando yo hubiera cerrado la puerta, pero ella no sabía hacerlo. Nunca llegué a enseñárselo. 
¡Oh, Dios! —se le cerró la garganta y se dio la vuelta. No podía permitirse el lujo de derrumbarse. Tenía cosas que hacer.
Sebastian le puso una mano en el hombro.
—Las encontraremos. Voy a llamar a Boone y a Travis. Las encontraremos.
Joseph respiró profundamente y encontró la fuerza necesaria para mirar a Sebastian a los ojos.
—Las encontraré. Y las traeré de vuelta.
—No te dejaremos solo. Tú y yo vamos a ensillar los caballos mientras Matty llama a Boone y a Travis.
Joseph lo miró.
—Está bien. Gracias, Sebastian. Mientras Matty los llama, yo también he de hacer otra llamada. Quiero llamar al padre de Demi.
Joseph sabía lo que suponía aquello y Sebastian también. La prensa se arremolinaría alrededor de su rancho, esperando conseguir la historia de la heredera que había sido secuestrada en el Rocking D.
 El rancho podía convertirse en un infierno. Además, Russell P. lovato querría tomar las riendas de la situación y eso afectaría a las vidas de todos aquellos a quienes Joseph más apreciaba.
Sebastian lo miró fijamente.
—Está bien.
Joseph comprendió que ningún otro hombre del mundo haría el sacrificio personal que Sebastian estaba haciendo por él en aquel momento.
—Ve a la cocina. Matty llamará a Boone y a Travis con mi teléfono móvil. Nos vemos en el establo —dijo su amigo.
Joseph asintió brevemente y fue hacia la cocina.
— y Joseph... —dijo Sebastian.
Joseph se volvió.
—No te preocupes. Nosotros cuatro podemos manejar a un tipo de Nueva York. No importa el dinero que tenga.

Un Refugio Para el Amor Capitulo 45





A Joseph le dolía la cabeza de una forma insoportable y tenía tierra en la boca. Se incorporó y escupió. ¿Qué había ocurrido? Entonces lo recordó todo.
Tenía el pecho oprimido mientras se ponía en pie. No tenía tiempo para vomitar. Demi. Elizabeth. Corrió, como pudo, hasta la puerta de la cabaña, gritando sus nombres.
Sin embargo, sabía que allí no encontraría nada. Recorrió el perímetro de la cabaña, pero, aparte de los pájaros que revoloteaban asustados, no había señales de vida junto a la casa.
Finalmente, se obligó a pensar. ¿Cómo se las había llevado? Buscó huellas de un vehículo, pero no encontró ninguna salvo las de su camioneta. Sin embargo, había huellas de caballos. Automáticamente, Joseph comenzó a seguirlas, pero miró al sol, y por su posición en el cielo, supo que hacía mucho tiempo que se habían marchado. Nunca los alcanzaría a pie.
Tenía que ponerse en contacto con el rancho. Corrió hacia la casa, entró y buscó el teléfono móvil. Lo encontró destrozado en la cocina. ¡Dios mío!.
Tenía que irse rápidamente en la camioneta. Rebuscó las llaves en los bolsillos del pantalón mientras salía de la cabaña. Entonces, miró con atención el vehículo y soltó un grito de angustia y de dolor. Las ruedas estaban pinchadas.
Lentamente, el sonido de su grito se acalló en el bosque. Pero, mientras estaba allí, inmóvil, con la cabeza a punto de explotar, tuvo la certeza de que iba a encontrarlas. Encontraría a Demi y encontraría a su hija, y mataría al hombre que se había atrevido a llevárselas. Era tan sencillo como eso.
Volvió a la cabaña y tomó el revólver de Sebastian. Comprobó que estaba cargado y salió de la cabaña hacia la camioneta. Guardó el revólver en la guantera y arrancó el motor. Destrozaría las llantas, pero no le importaba. Después las cambiaría. Tenía que llegar al rancho cuanto antes.
Cuando llegara, ensillaría un caballo. Sebastian podía llamar a la policía si quería, pero él no iba a esperar a que llegaran. Sin embargo, antes de montar, tendría que hacer algo que no podía hacer nadie más. Era cosa suya llamar a Russell P. Lovato.
Demi se había acordado de tomar el arnés para llevar a la niña antes de que se marcharan, y Pruitt le había permitido transportar a Elizabeth en él. Ella no quería que aquel monstruo tocara a su hija, así que se había puesto a Elizabeth a la espalda y se había subido al caballo, tal y como le ordenó Pruitt.
Como no estaba acostumbrada al peso, al principio se encontraba un poco inestable mientras montaba, pero sabía que aquélla era la única forma de que Elizabeth viajara con una relativa seguridad. La niña estaba callada a su espalda, posiblemente dormida. Demi agradecía aquello, pero el peso muerto a la espalda hacía que le dolieran mucho los hombros.
Por el camino, pensó que debería estar planeando su huida, pero mantenerse sobre el caballo en aquellas condiciones requería todo su esfuerzo y su atención. Intentó memorizar el camino que estaban recorriendo. Aparte de un riachuelo que siguieron durante kilómetros, el bosque comenzó a parecerle igual al poco tiempo de comenzar la marcha.
—Así que tu padre nunca te mencionó que yo trabajaba en uno de sus periódicos de Los Angeles —comentó Pruitt.
—No.
—¿Te acuerdas de aquel senador de California al que secuestraron el año pasado?
—Supongo.
—¿Supones? Fue la historia más seguida a nivel nacional durante varias semanas. Yo la cubrí y firmé bastantes notas de Associated Press.
Demi no respondió. Era evidente que Pruitt quería fanfarronear, pero ella no tenía por qué animarlo.
—Cuando atraparon a los secuestradores, conseguí que accedieran a hablar conmigo y contarme toda su historia. Tenía perfilado el guión de una serie de artículos que se iba a titular «En la mente de un secuestrador». Habría sido un brillante ejercicio de periodismo. Sin embargo, mi editor habló con tu papá antes de firmar el contrato, y Russell P. ordenó que no se llevara a cabo el proyecto y me confiscó todo el material con el que había trabajado. 
Dijo que aquello le daría ánimos a otra gente enferma para hacer lo mismo y que él no quería ser responsable. ¡Maldito idiota! Yo podría haber ganado el Pulitzer para él y para su asqueroso periódico.
—Mi padre tiene principios —dijo ella, y se dio cuenta de que sentía orgullo. Nunca había concedido ningún mérito a la integridad de su padre. Estaba demasiado ocupada rebelándose contra el control que ejercía sobre ella como para pararse a pensar en sus puntos positivos. Y había muchos.
Tenía que admitir que la conversación la estaba distrayendo del dolor que sentía en los hombros. Aquello, más que la curiosidad, fue lo que la impulsó a hacer una pregunta.
—¿Y lo dejaste?
—No, demonios, no lo dejé. Comencé a ofrecer la historia en otras publicaciones, y creo que tu padre tuvo miedo de que me aceptaran en otro lugar. Me despidió y consiguió que se me hiciera el vacío en la profesión. Ningún editor quiso hablar conmigo. ¿Te parece justo?
—Me parece propio de mi padre —admitió Demi. No tenía ninguna duda, de que cuando alguien de la organización de Russell Lovato amenazaba el imperio por el que él había trabajado tanto, su padre usaba todo el poder del que disponía para aniquilar a esa persona.
 Y también creía que en aquel caso, los contactos de su padre en el negocio habían convenido con él en que había que pararle los pies a Steven Pruitt.
—Bueno, pues se metió con el hombre equivocado. Acababa de hacer un curso intensivo en secuestros, y no tardé mucho en pensar quién sería mi objetivo.
—¿Y cómo me encontraste?
—Gracias a mi excelente memoria. Cuando estábamos en la universidad, una vez me dijiste que si pudieras vivir en donde tú quisieras, elegirías Aspen, en Colorado. Nunca habías estado allí, pero creías, por las fotos, que era muy bonito, y estabas segura de que te encantaría.
Ella recordaba vagamente aquella conversación. Estaba claro que se sentía fascinada con Aspen. Después de conocer a Joseph allí, había decidido quedarse en esa ciudad a seguir su destino. ¡Oh, Dios!. 
Joseph. El instinto de protección hacia su hija bloqueaba los pensamientos sobre Joseph pero en aquel momento, la visión de su cuerpo tendido en el suelo surgió en su mente.
Pero no, él no podía estar... No quiso pensar en aquello. Seguramente, sólo se había quedado inconsciente por un golpe en la cabeza. Y cuando se despertara, iría a buscarla.

Un Refugio para el Amor Capitulo 44




—No quiero hacerlo. No confío en mí mismo.
— ¿Estás bromeando?
—No.
Joseph caminó hacia la puerta y tomó del perchero su chaqueta y su sombrero. Después, apretó unos cuantos botones de una pequeña caja que estaba adosada a la pared.
—Voy a desahogarme cortando leña para la estufa. Acabo de desconectar la alarma, conéctala de nuevo en cuanto salga.
Completamente asombrada, ella presenció su salida. No podía creer que Joseph se hubiera rendido tan fácilmente. Y además, cuando él ya estaba fuera, cortando troncos, se dio cuenta de que el día anterior, él se había olvidado de enseñarle cómo funcionaba la alarma, y ella no se había acordado de preguntárselo.
Notó que se le erizaba el vello de la misma forma que cuando pensaba que el secuestrador estaba cerca, vigilándola. Sin embargo, pensó que aquello era el poder de sugestión: no sabía cómo conectar la alarma, así que estaba asustada. Se había convertido en una adicta a los sistemas de seguridad.
Bien, hasta que Joseph no volviera a casa no podría hacer nada por solucionar el problema de la alarma, así que decidió tomar el control de la situación. Puso a Elizabeth en su trona y comenzó a vestirse rápidamente. 

Mientras se subía la cremallera de los pantalones, miró por la ventana y vio a Joseph a lo lejos. Ya debía de haber entrado en calor por el trabajo y se había quitado la chaqueta. Pronto volvería a casa y podrían hablar de lo que había sucedido.
Tenían que hablar de aquello. Se estaban jugando mucho aquella semana.
Joseph cortó troncos como si con cada hachazo pudiera partir los demonios que tenía dentro. Nunca había sentido tanto dolor. Había querido creer que no podría hacerle daño a la niña en un ataque de ira, pero teniendo en cuenta su pasado, 
¿cómo podía saberlo con seguridad? Ella pensaba que era imposible, pero había tenido una vida muy protegida y seguramente, no entendía que un hombre quisiera hacerle daño a un niño.
Él, sin embargo, lo entendía muy bien. A lo largo de los años había leído revistas de psicología y en varios artículos, había encontrado la teoría de que los niños maltratados, corrían el peligro de convertirse en maltratadores cuando llegaban a adultos. Así que había decidido no correr aquel riesgo, no casarse nunca y no tener hijos.
Luego había conocido a Demi. No había pensado que pudiera encontrar nunca una mujer como ella, una que le hiciera creer que podía alcanzar todas las cosas a las que había renunciado. 
Sin embargo, nadie podía cambiar lo que era y esa mañana, cuando Elizabeth lo había mirado aterrorizada y había comenzado a llorar, había sentido una oleada de ira. Probablemente, la misma ira que había sentido su padre justo antes de tomar el cinturón o el látigo que había comprado en México.
Y aun así... él debía admitir que no se había dejado llevar por aquel sentimiento. Quería a Demi más que a nada en la vida, y sí, también quería a aquella niñita que lloraba con el rostro congestionado.
 ¿Y si Demi tenía razón y él había superado el modelo que le había dejado su padre? Pero si estaba equivocado, estaba apostando con las vidas de las dos personas a las que más amaba en la vida, y no tenía el derecho a hacer eso.
Tras él, oyó el crujido de una rama al partirse. Demi. Su corazón se llenó de amor. Y lo intentaría de nuevo, porque las quería mucho.
 Después de todo, tenían una semana para intentarlo. Comenzó a darse la vuelta justo en el momento en el que un millón de estrellas explotaban en su cráneo. Después, todo se volvió negro.
Demi estaba sentada en una silla, dándole el desayuno a Elizabeth y pensando aún en la alarma. Ojalá supiera cómo conectarla. Aquella sensación extraña en la nuca persistía. Se dijo que no debía preocuparse de nada, porque Joseph estaba fuera, de guardia.
Al cabo de unos minutos se dio cuenta de que había dejado de oír el ruido de los troncos al partirse en dos y dejó escapar un suspiro de alivio. Joseph volvería a la cabaña y le enseñaría a conectar la alarma. Después, se sentarían a hablar sobre su relación con Elizabeth.
Debía estar a punto de entrar, pero los segundos pasaban rápidamente y Demi no oía nada. Dio a Elizabeth otra galleta, se levantó y se asomó a la ventana para ver qué hacía Joseph.
La puerta se abrió de par en par en el mismo momento en el que ella se daba cuenta de que Joseph estaba tirado, boca abajo, junto a una pila de troncos. Dio un grito y se volvió. Antes de que pudiera moverse, el hombre de sus pesadillas estaba dentro, apuntándole a Elizabeth a la cabeza con una pistola. Por un instante, su mente se negó a asimilar aquella visión.
Cuando lo hizo, la sangre se le heló en las venas y comenzó a temblar. Dio un paso hacia él, preparada para matarlo.
—No hagas ninguna estupidez o le volaré la cabeza —dijo el hombre—. Para mí no sería una gran pérdida. Todavía te tendría a ti.
« ¿Has matado a Joseph?». No podía preguntárselo, porque la respuesta podía dejarla paralizada y Elizabeth necesitaba que ella se mantuviera alerta.
No parecía que la niña estuviera asustada. Con curiosidad, se volvió hacia el hombre, de modo que la pistola le apuntó a la cara. Intentó agarrar el cañón del revólver y Demi abrió la boca para gritar, pero no pudo emitir ningún sonido.
 Entonces él le apartó la mano a Elizabeth de un golpe y el bebé comenzó a llorar.
Demi vio aquello a través de una neblina roja. Dio otro paso hacia su hija.
— ¡No! —gritó el hombre—. Te advierto que no voy a dudar en apretar el gatillo. En realidad, no quiero tener nada que ver con la niña, aunque me imagino que su abuelo pagara una buena cantidad extra por ella.
Demi apenas reconoció su propia voz.
—Si le haces algo, te mataré con mis propias manos. Te juro que lo haré.
—El plan es conseguir mucho dinero de tu papá por vosotras dos. Si es posible, sin haceros daño. Cómo salga todo esto es cosa tuya. Ahora, ven aquí y tómala en brazos. Nos vamos.
— ¿Adonde?
—Eso no te importa. Nos vamos. Prepara rápidamente lo que necesites. De lo contrario, la mocosa llorará todo el tiempo. Te doy dos minutos.
Mientras ella tomaba la bolsa de los pañales, buscó con la mirada el teléfono móvil, por si acaso tenía la oportunidad de meterlo a escondidas en la bolsa. Sin embargo, él ya lo había visto sobre la encimera de la cocina y lo destrozó con un golpe de la culata del revólver. Desesperada, Demi tomó unos cuantos frascos de comida para la niña.
—No me reconoces, ¿verdad?
—Claro que sí —dijo ella mientras guardaba los frascos—. Eres el mismo que lleva siguiéndome seis meses.
—Eso también. Pero nos conocimos antes, en la universidad de Columbia. Te pedí que salieras conmigo unas cuantas veces.
Ella agarró con fuerza una lata de melocotón en almíbar y se estremeció. No era de extrañar que le hubiera resultado tan familiar las pocas veces que lo había visto de lejos. En aquel momento, lo recordó. 
No le había resultado atractivo, pese a su inteligencia, pero había sentido lástima de él. Se lo había contado a su padre y le había dicho que quizá saliera con el pobre tipo, después de todo.
Y entonces, ¡puf! El tipo había desaparecido.
—¿Nunca te preguntaste qué fue de mí?
«No mucho tiempo», pensó ella.
—Claro. ¿Qué te ocurrió? —¿cómo se llamaba? Estando tan loco, era posible que se enfureciera si ella no recordaba su nombre.
—Tu padre me compró.
Ella soltó un jadeo de sorpresa.
—Estaba seguro de que no lo sabías. Me dio dinero para que me trasladara a la universidad de Northwestern y terminara allí mi último semestre, y me prometió un trabajo en uno de sus periódicos después de que me licenciara, siempre y cuando me mantuviera apartado de ti.
El cerebro de Demi comenzó a trabajar a toda velocidad. Tenía que preguntarse cuántos de sus pretendientes había eliminado su padre del camino de aquella manera. Los hombres con los que salía se marchaban de Columbia con una frecuencia alarmante. Pero nunca había pensado que...
—¿Te acuerdas de mi nombre?
Ella sabía que era una prueba. Quizá su nombre empezara con S. ¿Sam? ¿Scott? Demonios, ¿cómo se llamaba?
—No te acuerdas —dijo él, y su mirada se endureció—. Bueno, eso hace que toda esta aventura sea aún más dulce. Para tu información, me llamo Steven Pruitt. No creo que tu familia ni tú volváis a olvidar mi nombre después de esto. Y ahora, recoge a esa niña y vamonos de aquí.

lunes, 11 de febrero de 2013

El Amante De la Princesa Capitulo 18





—Jonah, ahora no puedo seguir hablando. Te llamo más tarde — Nick cortó la comunicación y se volvió hacia Miley que lo miraba con una expresión indescifrable. Esperaba sentirse vengado, pero no era así. Sabía que debía decir algo, aquél era su gran momento, pero tenía la mente en blanco.

Pero Miley no. A ella nunca le faltaban las palabras.
—No te molestes en negarlo, lo he oído todo.
—No iba a hacerlo.
—Supongo que eso lo explica todo — Miley levantó el periódico que llevaba en la mano. En la portada había una fotografía en blanco y negro de Nick llevándola en brazos hasta el coche y sobre la fotografía un titular que decía: ¡La princesa me ha robado a mi marido!
Miley
—Pero se te había olvidado mencionar que tu mujer y tú estabais a punto de reconciliaros.
—¿Qué?
Nick tomó el periódico, incrédulo. Cynthia quería destrozarle la vida, como era habitual. Pero no sabía que haciendo eso estaba ayudándolo. O lo estaría haciendo si se hubiera ajustado al programa.
¿Qué le pasaba?
—No vas a negarlo, ¿verdad?
—Si ha salido en el periódico, será verdad —dijo él, encogiéndose de hombros.
Ella asintió. Si estaba enfadada, no lo parecía. Se mostraba fría como el hielo.
—Has sido una distracción estupenda —le dijo, levantando la barbilla—. Como lo fuiste hace diez años. Aunque entonces nuestra relación tuvo un propósito.
—¿Tu billete para la libertad?

—Mi billete para ir a Francia a estudiar, sí. Muy sencillo, yo te dejaba plantado y mis padres me permitían ir.

Eso debería haberle dolido, pero no fue así. Porque no era verdad. Durante todos esos años había querido creerla egoísta y mimada y ahora que demostraba serlo… ¿por qué le parecía que estaba mintiendo? Porque aquélla no era la Miley que él conocía. Esa fachada arrogante sólo era eso, una fachada.

—¿Qué pasa, Nick? ¿No es ésta la reacción que esperabas? Ya te dije que sólo era sexo. Es difícil vengarse de alguien a quien no le importas —le espetó, mirándolo con compasión—. ¿De verdad creías que volvería a enamorarme de ti? — Miley inclinó a un lado la cabeza—. ¿O es que tú te has enamorado de mí?

Él no estaba acostumbrado a dar golpes bajos pero, quizá por la rabia, por la frustración, eligió herirla donde sabía que le dolería más:
—Una vez me dijiste que tus padres eran tan fríos que te hicieron creer que no eras digna de amor.
—¿Y?
—Bueno, alteza, pues tenían razón.
Miley permaneció impasible, pero se había puesto pálida. Se quedó allí unos segundos más, mirándolo, y luego se dio la vuelta y salió de la habitación sin decir una palabra.
Y, en ese instante, Nick supo que había ganado.

El único problema era que ya no sabía por qué estaba luchando.
Miley bajó a toda prisa la escalera, intentando controlar las lágrimas. Si Nick le hubiera arrancado el corazón no le habría dolido más que esas palabras. Había bajado la guardia, había confiado en él… había sido tan tonta como para creer que le importaba. Pero todo era mentira, un plan para hacerle daño.

Y se moriría antes de hacerle saber cuánto le había dolido.
Estaba llegando al pie de la escalera cuando oyó palmas y se volvió, sorprendida.
—Enhorabuena, hermanita. Menuda interpretación.
Evidentemente, Phillip había oído la conversación entre Nick y ella.
—Métete en tus asuntos.
—Tú eres asunto mío.
De nuevo, ¿para qué molestarse en discutir? Tenía razón. Phillip era el cabeza de familia, el jefe de la casa real, de modo que ella siempre sería asunto suyo. Después de treinta años debería aceptarlo de una vez.
— ¿Estás enfadado?
— ¿Por qué iba estarlo después de haber hecho todo lo posible para que volvierais a estar juntos?
Para que volvieran a estar juntos…
Miley estaba tan sorprendida que se quedó con la boca abierta.
— ¿Sabías que Nick y yo…?
—Tendría que haber estado ciego para no verlo Cuando vino hace diez años no podíais dejar de miraros, de sonreíros a todas horas…
—Pensé que habíamos engañado a todo el mundo.
—Cuando Nick volvió a su país tú estabas inconsolable y no has vuelto a ser la misma desde entonces Era como si algo hubiera muerto dentro de ti. Sencillamente… te rendiste.
Tenía razón, se había rendido. La parte que podía ser capaz de amar había muerto con él. Y, desde entonces, hiciera lo que hiciera no se sentía satisfecha. Estaba buscando… algo, no sabía qué. Pero quizá lo que le faltaba era Nick.
El único hombre al que había amado en toda su vida. Quizá el único hombre al que podría amar. Aunque él no pudiera devolverle ese amor.
—Entonces, ¿todo eso sobre mi comportamiento inapropiado, sobre que esto era un trabajo…?
—La mejor manera de convencerte para que hagas algo es decirte que no puedes hacerlo.
—Sí, seguramente tenía razón.
—O sea, que has estado jugando conmigo.
Phillip se limitó a sonreír.
— ¿Y Hannah? ¿Ella también lo sabía?
—Sí, claro.
La habían engañado los dos. Ella pensando que lo tenía todo controlado… y sólo era una ilusión. Debería enfadarse, pero estaba cansada de luchar.
Cansada de pelearse con las personas que más le importaban.
—No puedo creer que lo hayas sabido durante todo este tiempo…
—Eres tan cabezota, Miley. Pero quiero evitar que cometas el mayor error de tu vida —Phillip apretó su mano—. No hace mucho tiempo yo estuve a punto de hacer lo mismo. De hecho, creo que tus palabras exactas fueron: «eres un idiota, Phillip». Bueno, pues ahora pienso devolverte el favor. Miley, estás siendo una idiota. Y si no haces algo volverás a perderlo. Dile lo que sientes.
—¿Para qué? Ya le has oído, sólo estaba utilizándome.
—¿De verdad crees eso?
Miley ya no sabía qué creer.
Podría haber querido engañarla al principio, pero algo había cambiado. Nick había cambiado. Al menos, eso pensaba.
Pero si era así, ¿por qué no se lo había dicho?
Aunque daba igual. Nick nunca sería feliz allí, viviendo en una familia real. Podría ser feliz durante un tiempo, pero acabaría cansándose de las obligaciones oficiales.
—¿Estás enamorada de él, Miley?
Ella se encogió de hombros.
— ¿Qué más da?
—Estoy seguro de que a él no le da igual. Ojalá pudiera creer eso, pero otro golpe directo a su autoestima era algo que no podría soportar.
—A veces conseguir lo que uno quiere significa correr riesgos. Tú me enseñaste eso —insistió su hermano.
¿Pero y si ella no sabía lo que quería? ¿Y si estaba equivocada?
Entonces hizo algo que no había hecho en años: se echó en los brazos de su hermano.
—Gracias.
—Te quiero mucho, Miley, ya lo sabes. Sé que no lo digo suficientes veces y quizá no lo demuestro mucho, pero te quiero.
—Yo también te quiero.
Phillip la miró a los ojos.
—No vas a hablar con él, ¿verdad?
Miley se encogió de hombros.
—Era un buen consejo, pero no puedo hacerlo.
—Y me dices a mí que soy cabezota…
—Hazme un favor: no le cuentes nada. Ni siquiera le digas que lo sabes. Y, por favor, no dejes que esto afecte a tu relación con Nick. Prométemelo.
—Te lo prometo.
—Gracias.
Ella se dio la vuelta para salir de palacio, pero su hermano la llamó:
—Aunque tú seas una cabezota, espero que Nick tenga suficiente sentido común como para intentar recuperarte.
También lo esperaba Miley, pero no contaba con ello.