jueves, 31 de enero de 2013

El Amante De La Princesa capitulo 12





Nick lo pasó bien cazando con Phillip. Era la primera oportunidad para los dos viejos amigos de charlar a fondo, de pasar un rato juntos. Y eso hizo que se diera cuenta de cuánto había echado de menos esa amistad. Jonah siempre sería su mejor amigo, su hermano prácticamente, pero también resultaba agradable pasar algún tiempo con alguien que no lo conocía tan bien. Alguien que no juzgaría cada uno de sus movimientos.
Pero el jueves por la tarde Hannah llamó para decir que Frederick tenía fiebre. Y aunque el médico había dicho que no tenían por qué preocuparse, Phillip insistió en volver a casa inmediatamente.
—Espero que no te importe.
—No, claro que no. La familia es lo primero —dijo Nick.
—El médico ha dicho que es una reacción normal porque le están saliendo los dientes… pero me siento mejor si estoy con él.
Si Nick fuera padre pensaría lo mismo. Pero si su ex y él hubieran tenido hijos, los pobres habrían sido meros peones en el divorcio. Un arma más para Cynthia, que no había tenido ningún reparo en mentirle a su familia y retorcer la verdad para su propio beneficio—. Y lo peor de todo era que parecían creerla a ella más que a alguien de su propia sangre.
Su ex había pasado años creando una maraña de mentiras y cuando Nick se dio cuenta ya era demasiado tarde porque había engañado a todo el mundo.
Y sí, pensó mientras subía al coche con Phillip, quizá había transferido parte de esa animosidad hacia Miley. Si su única motivación para acostarse con ella hubiera sido la venganza, ¿la habría echado tanto de menos ese día? ¿Y sería su cara lo primero que quisiera ver cuando llegase a palacio? Un viaje que parecía durar una eternidad, por cierto.
Se preguntó entonces si Sophie estaría libre o si se habría ido ya a la cama…
Cuando por fin llegaron, Hannah estaba en el vestíbulo, paseando con Frederick en brazos.
—Acaba de dormirse —les dijo en voz baja.
Phillip puso una mano sobre la frente del niño.
—Sigue teniendo fiebre.
—Cada vez que intento dejarlo en la cuna se pone a llorar. Me duelen los brazos de estar así todo el día.
—Dámelo, yo intentaré meterlo en la cuna.
A Nick seguía sorprendiéndolo ver a Phillip convertido en padre de familia. Y tan satisfecho.
—Nos vemos mañana —se despidió su amigo antes de subir a la habitación.
—Ciento haberos hecho volver antes de lo previsto —se disculpó Hannah—. Podría haberme quedado sola con el niño otra noche, pero Phillip es un padre tan dedicado… supongo que porque sus propios padres eran tan fríos. Miley y él fueron criados por niñeras y amas de llaves y creo que eso los marcó a los dos.
—Hablando de Miley —murmuró Nick, mirando su reloj—. ¿Crees que es demasiado tarde para ir a verla?
No dijo por qué y esperaba que Hannah no le preguntase.
—Creo que no está en casa. Estuvo ayudándome un rato con Frederick, pero cuando le dije que Phillip volvía a palacio se marchó. Dijo algo sobre una cita…
¿Una cita? ¿Miley sabía que volvía a palacio y, en lugar de esperar, había encontrado a otro con el que pasar el tiempo? Aunque a él le daba igual, claro.
Pero si le daba igual, ¿por qué sentía como si le hubieran dado una patada en el estómago?
—No sé si debería habértelo contado —suspiró Hannah—. Pero como lo que hay entre vosotros es algo temporal, pensé…
—No pasa nada —la interrumpió Nick. Porque no debía pasar. No tenía por qué esperar fidelidad de una mujer con la que, oficialmente, no mantenía una relación—. Sólo quería preguntarle una cosa sobre la cena benéfica de mañana.
—¿Tienes el número de su móvil?
—No es importante, puedo hablar con ella en otro momento.
—Bueno, yo voy a subir a ver cómo está Frederick —sonrió Hannah.
—Hasta mañana.
Una vez en su habitación, sorprendentemente abatido, Nick se sirvió una copa y se acercó a la ventana para mirar la residencia de Miley. Había luz en el piso de arriba, de modo que debía estar en casa. Quizá no tenía ninguna cita, pensó. A lo mejor sólo se lo había contado a Hannah para despistarla.
Y si eso era verdad, al menos debería hacerle saber que estaba de vuelta.
Se acercó al teléfono y marcó el número que aparecía en el directorio, pero no fue Miley quien contestó, sino Wilson. Y cuando le preguntó por ella el mayordomo le informó de que la princesa había salido.
Nick colgó, sintiéndose como un tonto por haber llamado. Y por sentirse tan decepcionado. No debería importarle dónde estuviera Miley o lo que hiciera.
Suspirando, llevó su copa al dormitorio y encendió la lámpara que había al lado de la cama… y, por segunda vez aquel día, se quedó estupefacto. Porque sobre la cama, durmiendo profundamente, estaba Miley.
No sabía qué hacía allí, pero no podía negar que se sentía feliz de verla. Tan feliz que era desconcertante. No debería emocionarle tanto.
Pero era evidente que Miley quería estar con él. Tanto como él quería estar con ella.
Después de quitarse zapatos y calcetines, se tumbó a su lado sin hacer ruido. Quería despertarla pero le gustaba tanto estar así que se quedó mirándola, memorizando su rostió, preguntándose qué demonios estaba haciendo.
Luego, impaciente, rozó su mejilla con los labios. Miley arrugó la nariz y murmuró algo, en sueños.
—Despierta, Bella Durmiente.
Ella abrió los ojos, desconcertada al principio.
—Ah, por fin has vuelto —sonrió.
— ¿Una cita aburrida?
Miley lo miró, confusa por un momento, pero enseguida sonrió.
—Se lo dije a Hannah para despistarla y luego me colé aquí a esperarte. Pero supongo que estaba cansada.
Llevaba un pantalón pirata blanco y una camisola de seda rosa que dejaba al descubierto su estómago bronceado. Tenía un aspecto tan joven, tan alegre. Y absolutamente irresistible.
Nick alargó una mano para apartar el flequillo de su frente. Una excusa para tocarla.
—Bueno, pues aquí estamos.
—Aquí estamos —repitió ella.
—Siento que Frederick no se encuentre bien, pero ese niño ha elegido el momento perfecto — Nick la apretó contra su pecho—. ¿Cómo vamos de tiempo nosotros, por cierto?
Miley le echó los brazos al cuello y enredó una pierna en su cintura.
—¿Quieres decir cuándo tengo que marcharme?
—Exactamente.
—Phillip y Hannah no saben que estoy aquí y le dije a Wilson que esta noche dormiría en palacio.
Ésa era precisamente la respuesta que Nick esperaba porque tenía intención de disfrutar durante muchas horas.
— ¿Recuerdas la primera noche, cuando vine a tu habitación? Nos besamos, nos tocamos y hablamos durante toda la noche. No hicimos el amor hasta que empezó a salir el sol.
Nick metió la mano bajo la camisola para acariciar su espalda.
—Sí, me acuerdo.
Miley enredó los dedos en su pelo, besándolo suavemente en el cuello.
—Me gustaría hacer eso otra vez.
—Pero no vamos a hacer el amor —le recordó él—. Vamos a acostarnos juntos. 131313
—Sí, es verdad — Miley lo miró con un brillo travieso en los ojos—. Y seguramente no es necesario que hablemos tanto.
—¿Ah, no? Entonces sólo nos quedan los besos y las caricias.
—Y el sexo. Aunque no sé si quiero esperar toda la noche para eso —dijo ella, mordisqueando su labio inferior.
Nick acarició sus pechos, atrapando un pezón entre el pulgar y el índice.
—¿Qué tal esto?
Miley lo miró, sus ojos cargados de deseo.
—Ahora que lo pienso, ¿por qué no nos olvidamos de esa primera noche y creamos recuerdos nuevos? —sugirió, mientras empezaba a desabrochar los botones de su camisa.
Tenían toda la noche, de modo que no había prisa, pensó él, sujetando sus manos.
—Ve más despacio.
—No quiero ir despacio —sonriendo, Sophie siguió con su tarea—. Te quiero desnudo ahora mismo.
Alex iba a sujetarla de nuevo, pero ella rozó su mano con los dientes y tuvo que apartarla, riendo. Estaba seguro de que lo hubiera mordido. Y sólo por eso, no iba a verlo desnudo en mucho rato.
Cuando había desabrochado la camisa y se lanzaba a hacer lo mismo con el pantalón, Nick sujetó sus manos poniéndolas sobre su cabeza y colocándose encima.
—Esto no es justo —protestó Miley, intentando soltarse.
No luchaba con todas sus fuerzas, pero él se dio cuenta de que si no le hacía saber quién llevaba el mando, aquélla iba a ser una pelea interminable.
—Nadie ha dicho que la vida sea justa.
Luego volvió a besarla apasionadamente y, poco después, Miley dejaba de luchar por fin. Cuando soltó sus manos, ella se las echó al cuello, enterrando los dedos en su pelo. Era más fiera, más ardiente de lo que recordaba.
Nick le quitó la camisola y la tiró al suelo. Llevaba un sujetador rosa de encaje que no dejaba nada a la imaginación. Sus pezones eran pequeños y oscuros… nunca había visto nada tan precioso.
Inclinó la cabeza para rozar uno con la lengua y Miley se arqueó hacia él. Cuando intentó apartarse, ella lo sujetó. Y esta vez decidió no protestar.
Riendo, apartó a un lado el sujetador, desnudando sus pechos para acariciarlos con la boca. Miley gemía, arqueándose hacia él, y como le gustó la reacción hizo lo mismo con el otro pecho. La besó y la chupó hasta que empezó a restregarse contra él…
Pero intentaba guiar su boca hacia la suya, luchando por recuperar el control de nuevo, de modo que Nick empezó a besar su estómago, sus costados. Cuando se puso de rodillas para desabrochar el pantalón ella alargó la mano, pero Nick la apartó.
—Voy a tener que atarte.
En los labios de Miley había una sonrisa llena de sensualidad; en sus ojos había un infierno.
—Lo dices como si fuera algo malo.
Quizá más tarde, ahora tenía otros planes.
Ella, juguetona, se quitó el sujetador y lo tiró al suelo. Sus pechos eran perfectos, pequeños pero firmes y suaves.
Nick se inclinó para besar uno, luego el otro… y después siguió bajando su pantalón hasta que quedó con un diminuto triángulo de encaje que apenas podía llamarse braguita. Y debajo no había nada más que piel suave y dorada.
Besó su estómago por encima de las braguitas ella echó la cabeza hacia atrás. Tenía un cuello precioso, largo y delicado. Cuando la besó por encima del encaje, Miley dejó escapar un gemido. Su aroma era ligero, fresco, femenino.
Sonriendo, Nick le quitó las braguitas y se sentó en cuclillas para mirarla.
—¿Qué?
—Nada
.—¿Por qué me miras así?
—Porque me gusta mirarte.
—Ah, bueno.
Se quedó así durante un minuto, admirando aquel cuerpo perfecto. Tenía los pies pequeños para ser una mujer tan alta, los tobillos delicados y unas piernas tan largas… unas piernas que estaba deseando sentir alrededor de su cintura.
—¿Por qué soy la única que está desnuda? —preguntó Miley.
—Porque aún no es mi turno.
—¿Quién lo dice?
—Yo.
—Ah, ya lo entiendo. Eres tímido y te da miedo admitirlo.
Él estaba besando su estómago, sus caderas…
—Tú sabes que eso no es verdad, alteza.
—Supongo que no podría convencerte para que dejaras de llamarme alteza.
—Me lo pensaré — Nick pasó la lengua por el interior de uno de sus mulos y luego la miró, sonriendo—, alteza.
Miley podría haber protestado… si no estuviera tan excitada y húmeda. Y también Alex estaba preparado. Había pasado demasiado tiempo. Demasiado desde la última vez que se sentía tan a gusto con una mujer. Desde que el sexo había sido tan divertido.
Y no quería ir deprisa, pero Miley parecía pensar que iba demasiado lento.
—Tócame —le rogó.
Nick la rozó con los dedos donde estaba húmeda y ella dejó escapar un gemido, mordiéndose los labios. Más atrevido, deslizó un dedo en su interior y Miley levantó las caderas hacia su mano.
— ¿Quieres más?
—Sí —musitó ella, con los ojos desenfocados. Le gustaba saber que la hacía disfrutar así, que era tan fácil.
Introdujo uno más, luego un tercero, pero podía ver que aún no era suficiente, de modo que inclinó la cabeza y la tocó con la lengua. Y fue recompensado con un gemido ronco de placer.
Cuando la tomó con la boca, Miley estuvo a punto de saltar de la cama. Sabía más dulce y más deliciosa que su postre favorito… y era mucho más satisfactorio. Luego ella puso esas preciosas piernas sobre sus hombros, encerrándolo como si temiese que fuera a parar. Aunque no iba a hacerlo. No había nada mejor que aquello.
Siguió acariciándola con los dedos y la lengua despacio porque no quería que terminase demasía do rápido y era evidente que casi había llegado. Con los dedos enredados en su pelo, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, los talones clavándose en su espalda, Nick creía estar en el cielo.
Pero, aunque tenía cuidado, podía sentir que se le escapaba, que se acercaba al orgasmo cada vez más rápido sin que él pudiera evitarlo. Poco después se puso tensa y cerró las piernas, aplastando su cabeza entre sus muslos, estremeciéndose, sacudida por los espasmos.
Pero Nick no quería que terminase tan pronto, quería ver hasta dónde podía llevarla. Así que, en lugar de parar, incrementó la presión de su boca, de su lengua. Ella emitió un suspiro de protesta, intentando apartarlo, pero Nick insistió. Y un minuto después Miley hacía justo lo contrario: jadeando, se rompía casi inmediatamente.
Nick con el corazón acelerado, besaba su estómago, su piel suave y húmeda.
—Me ha gustado mucho…
Él siguió besando el valle entre sus perfectos pechos, su garganta, su barbilla, su cara.
—Afortunadamente para ti, alteza, sólo estaba calentando motores.

El Amante De La Princesa capitulo 11





Nick no pudo estar a solas con Miley después de comer… y no porque no lo intentase sino porque siempre había empleados y gente a su alrededor. Afortunadamente, poco antes de las tres volvieron al puerto y fueron conducidos a palacio. Y apenas tuvo tiempo de cambiarse antes de ir a jugar al golf con Phillip.
En circunstancias normales disfrutaba mucho jugando al golf, pero aquel día estaba distraído. Y Phillip se dio cuenta.
—¿No tienes la cabeza en el juego? Si no recuerdo mal, eras mucho mejor que yo.
—Creo que me he quemado un poco en el yate.
Y era cierto. Le escocían los hombros a pesar de la crema solar que se había puesto poco después de subir al yate… algo que Miley hubiera visto de no haberse desplomado sobre una tumbona en cuanto zarparon. Y dudaba que estuviera tan escandalizada como quería hacerle creer. Sophie lo había deseado en ese dormitorio tanto como él.
Y aunque disfrutaba del juego, estaba listo para la noche. En realidad, era en lo único que podía pensar; la razón por la que estaba jugando tan mal al golf. Pero no podía contarle eso a Phillip.
—¿Quieres que el médico te eche un vistazo?
—No, gracias. Mañana se me habrá pasado.
Después de dejar los palos en la taquilla fueron al bar del club para esperar a Hannah. Una atractiva camarera les sirvió dos copas, pero Phillip apenas pareció fijarse en ella. Se mostraba amable, pero distante, nada que ver con el Phillip al que había conocido en la universidad. Ese Phillip no era nada tímido y cuando alguna mujer le gustaba se lo hacía saber. Pero ahora sólo tenía ojos para su esposa.
Nick se preguntó cómo sería amar a alguien de tal forma. Lo que había entre Phillip y Hannah tenía que ser muy especial.
—¿Lo habéis pasado bien en el yate? —le preguntó su amigo.
—Sí, muy bien.
—Creo recordar que tú también tenías un yate.
—Sí, pero se lo ha quedado mi ex —suspiró Nick. Cynthia hubiera querido quedarse con las joyas de la familia de haber podido arrancárselas. Y no se refería a los diamantes de su abuela—. Ha sido muy agradable volver al mar.
—¿Cómo te llevas con Sophie?
—Bien. Tu hermana es… — Nick buscó palabras para describirla, pero sólo se le ocurría: sexy, inteligente y cabezota. Y estaba seguro de que Phillip no querría oír eso—. Una anfitriona excelente.
—Conoce esta isla mejor que nadie.
—Sí, ya me he dado cuenta.
—Seguro que sí.
Nick tuvo la impresión de que su amigo sabía más de lo que quería dar a entender. Pero Hannah apareció en ese momento y los dos se levantaron para saludarla.
Desde allí fueron al comedor privado de la familia real. El camarero acababa de marcharse después de tomar nota cuando sonó el móvil de Phillip.
—Tenemos por norma no contestar al teléfono mientras estamos cenando, pero tengo que atender esta llamada —suspiró, después de mirar la pantalla.
—No pasa nada, cariño —dijo su mujer.
—Si me perdonáis un momento…
—Eso es lo que pasa cuando te casas con un rey —sonrió Hannah—. Pero así tendremos un momento a solas para charlar. ¿Estás disfrutando de tus vacaciones?
—Mucho. Es exactamente lo que necesitaba —contestó Nick.
—Phillip me ha contado que tu divorcio ha sido una pesadilla.
Era tan amable, tan dulce. Había algo muy agradable en ella. Elegante, refinada y, sin embargo, muy sencilla. Nadie diría que era una reina y, siendo tan joven, tampoco resultaba fácil creer que ya tuviera un hijo. Claro que no habría nadie en el país, en el mundo probablemente, que no reconociera a la reina Hannah, famosa por sus obras benéficas y por su filantropía.
—Ningún divorcio es divertido — Nick se encogió de hombros—. Pero me alegro de que haya terminado por fin.
—Si necesitas algo, dínoslo. Por cierto, ¿Miley y tú habéis tenido tiempo de… charlar?
Podría jurar que lo había preguntado con doble sentido… pero no, era imposible.
—Sí, la verdad es que no ha cambiado mucho.
—¿Y sabe lo que sientes por ella?
Y él pensando que sabía esconder sus sentimientos. O era más transparente de lo que pensaba o su majestad era muy perceptiva.
—¿Por qué crees que siento algo por ella?
Hannah se encogió de hombros.
—No sé, me pareció notar algo en la cena. A lo mejor estaba confundiendo el desdén con la atracción.
Y a lo mejor también lo estaba confundiendo él.
Miley es dura por fuera, pero no dejes que eso te engañe. En el fondo es un trozo de pan… aunque tengo la impresión de que eso ya lo sabes. De hecho, creo que lo sabes desde hace tiempo.
Evidentemente, Hannah sospechaba que había algo entre ellos. ¿Sabría lo personal que era ese algo?
Miley y yo… en fin, es complicado.
—Las relaciones sentimentales suelen serlo. Y más aún cuando se trata de una casa real.
Eso era verdad, desde luego.
Nick se preguntó entonces si Phillip albergaría las mismas sospechas. Pero de ser así, ¿por qué nunca le había dicho nada?
—Phillip no lo sabe —Hannah sonrió, como si hubiera podido leer sus pensamientos.
Y con un poco de suerte nunca se enteraría, pensó Nick. Aunque acostarse juntos había sido idea de Sophie, dudaba que a Phillip le hiciera mucha gracia.
—Bueno, como estás recientemente divorciado supongo que tu relación con mi cuñada será… en fin algo pasajero.
—Imagino que sí —asintió él. Era una forma diplomática de decir que estaban teniendo una aventura, pero no quería mentirle. Además, no había sido idea suya.
Muy bien, quizá lo había sido. Pero su plan era seducirla contra su voluntad, no pedir permiso. En cualquier caso, había conseguido lo que quería. Miley podía pensar que no se enamoraría de él, pero no sabía con quién estaba tratando.
Aunque debía admitir que aquello empezaba a parecer menos una venganza y más… en fin, sinceramente, ya no estaba seguro de lo que era.
—Es una pena —dijo Hannah—. Tengo la impresión de que podríais llevaros muy bien.
Hubo un tiempo en el que estuvo de acuerdo con ella, pero aquella vez no se quedaría el tiempo suficiente como para descubrirlo.
—Imagino que no querrás que le diga nada a Phillip.
—No te pediría que ocultases secretos a tu marido.
—Pero me agradecerías que lo hiciera —sonrió Hannah—. Claro que Miley es, además de mí cuñada una de mis mejores amigas. Y si le haces daño, la ira de Phillip no será nada en comparación con la mía.
—Me considero advertido —sonrió Nick.
—Estupendo.
Phillip reapareció en ese momento.
—Buenas noticias: la reunión que tenía planeada para mañana se ha cancelado.
Nick no sabía por qué ésa era una buena noticia y Phillip debió notar su confusión porque añadió:
—Si no tengo una reunión a primera hora, podemos irnos de caza muy temprano.
—Ah, genial —murmuró Nick. Aunque salir temprano significaba menos tiempo con Miley
—De hecho, no veo ninguna razón para esperar hasta mañana —siguió Phillip—. La cabaña sólo está a una hora de aquí, así que nos iremos esta noche.
Normalmente a Miley le encantaba cuidar de su sobrino, pero aquella noche estaba nerviosa. Después de meterlo en la cama, a las ocho, no había dejado de pasear, mirando por la ventana para ver si llegaba el coche de su hermano. Cuando por fin llegó, a la nueve y media, prácticamente había dejado sus huellas en la alfombra. Suspirando, se dejó caer en el sofá y abrió el libro que había llevado con ella. Pero tardaban un siglo en subir…
—¿Cómo está mi angelito? —fue lo primero que preguntó Hannah.
—Durmiendo —contestó Miley, mirando hacia la puerta. Pensaba que Nick iría con ellos, pero no era así.
—¿Cómo está? —preguntó Phillip.
—¿Quién?
—Frederick.
—Ah, bien. Ha sido muy bueno, como siempre.
—Me alegro mucho —suspiró Hannah—. Le están saliendo los dientes y lleva unos días quejándose.
—¿Qué tal la cena? —preguntó Miley.
—Muy agradable —contestó su hermano—. Bueno voy a cambiarme de ropa.
—¿Por qué? ¿Vas a algún sitio?
—Phillip y Nick han decidido irse a la cabaña esta misma noche —contestó Hannah.
¿Se marchaba esa noche?
¡No, no, no! No podían irse esa noche. Nick y ella tenían planes. Iban a acostarse juntos, porras.
—Es un poco tarde, ¿no?
Hannah se encogió de hombros.
—Ya sabes que a los hombres les encanta tener un rifle en la mano.
—¿Y no te importa que se marche?
—No pasa nada. Yo me voy a la cama de todas formas, estoy agotada.
Tenía que detener aquello, pensó Miley. Tenía que hablar con Nick
—Bueno, si no me necesitas, me voy a casa.
—Gracias por cuidar de mi angelito.
—De nada, ya sabes que me encanta. Dale un beso a mi hermano.
Miley salió de la suite, pero en lugar de volver su residencia se dirigió a la zona de invitados y llamó a la puerta de la habitación de Nick.
Él abrió haciendo un gesto de disculpa.
—Supongo que te lo han dicho.
—¿Te marchas esta noche?
—No es culpa mía.
—¡ Nick!
—¿Qué querías que hiciera? Ha sido idea de tu hermano…
—Se te podría haber ocurrido alguna excusa.
Nick miró su reloj. —Mira, tengo que hacer la maleta. He quedado con él abajo en quince minutos.
Aunque quince minutos no era mucho tiempo seguramente podrían arreglárselas, pensó Miley, cerrando la puerta. Claro que si sólo iban a hacerlo una vez, no quería ir con prisas.
—Por cierto, Hannah lo sabe.
—¿Qué sabe?
Nick entró en el vestidor y sacó una bolsa de viaje.
—Lo nuestro.
—¿Qué? ¿Y qué le has dicho?
—Nada —contestó él—. Pero me dijo que había notado algo durante la cena.
—¿Lo dijo delante de Phillip?
—No, no. Él había salido para hablar por teléfono. Hannah me prometió que no diría nada… y me amenazó con hacérmelo pagar caro si te hacía daño.
—¿Hannah ha hecho eso?
—Sí, a mí también me ha parecido un poco raro. Es tan dulce…
—¿Pero qué es lo que sabe?
—No lo sé, no me dijo nada concreto —suspirando Nick empezó a guardar sus cosas en la bolsa—. Aunque parece saber que no tenemos una relación seria.
—¿Y no va contárselo a mi hermano?
—No creo que lo haga.
Miley lo seguía por la habitación mientras iba guardando sus cosas. No era justo. Aquélla debía ser su noche. Y no sería tan horrible si al menos hubiera disfrutado del aperitivo en el yate. Aunque eso podría haber sido peor.
—Tengo que irme.
Ella no quería que se fuera, ¿pero qué podía hacer? ¿Suplicarle que no se marchara? ¿Pedirle que inventase alguna excusa absurda para no ir con su hermano? No podía hacerle saber lo importante que era para ella. Después de todo, no quería darle falsas esperanzas. Porque si alguien iba a enamorarse, seguramente sería él.
Había ocurrido antes.
—Bueno, que lo pases bien… matando bichos.
—Intentaré convencer a Phillip para que volvamos el jueves.
—Si lo hacéis, y yo estoy libre, quizá podríamos pasar la noche juntos.
—Si estás libre, ¿eh? —riendo, Nick la tomó por la cintura y le dio un beso que la dejó mareada—. Piensa en esto mientras estoy fuera… y luego dime que no estás libre.
Miley abrió la boca para protestar, pero para cuando su cerebro pudo formar una réplica adecuada, Nick había desaparecido.

domingo, 27 de enero de 2013

Un Refugio Par El Amor Capitulo 35





—Tienes toda la razón, cariño. Sólo tú, yo y Bruce.
— ¿Hay sitio para uno más?
Al oír la voz de Joseph desde la puerta, a Demi se le aceleró el corazón. Sujetó a Elizabeth con una mano y miró hacia atrás por encima de su hombro.
Joseph estaba apoyado en el quicio de la puerta, mirándola fijamente. Se había comprado una camisa azul para la fiesta que intensificaba el brillo de sus ojos. Estaba como para comérselo.
—¿Es la primera vez que te quedas a solas con ella? —preguntó Joseph.
—Sí —respondió Demi. Miró a Elizabeth y se dio cuenta de que la niña estaba observando a su padre con gran curiosidad, pero no con miedo.
—Entonces será mejor que no entre.
Animada por el triunfo con la niña, Demi fue valiente.
—Me encantaría que entraras —dijo.
No habían vuelto a estar solos los tres desde el primer día, cuando habían entrado a la habitación de Elizabeth para mirarla mientras dormía. Ella aún recordaba la magia de aquel momento, y quería experimentarlo de nuevo.
—Puedo quedarme aquí, para no arriesgarnos.
—¿Sabes una cosa? Estoy harta de que no nos arriesguemos.
Él sonrió con timidez.
—¿De verdad?
—Sí.
Él entró lentamente a la habitación mientras paseaba la mirada por la ropa que llevaba Demi. Era un vestido verde de punto que había comprado durante un rápido viaje al pueblo con Matty y Sebastian. Y para ser sincera consigo misma, tenía que admitir que al comprarlo esperaba despertar la lujuria que estaba percibiendo en la mirada de Joseph.
—¿Por eso llevas ese vestido? —preguntó él—. ¿Por qué estás cansada de no arriesgarte y quieres ponerme al límite?
—Quizá —respondió ella. Se le aceleró el pulso al sentir el ardor que desprendían los ojos de Joseph. De repente, no supo si había intentado abarcar más de lo que podía. Volvió a fijar su atención en Elizabeth y tomó un vestidito de volantes que había colgado en el cambiador.
—¿He oído de verdad que decías «quizá»? —murmuró él, y se acercó a su lado—. Eso está bastante lejos de una negativa. ¿Te das cuenta?
—Sí. No. Oh, Joseph, no sé qué pensar. Salvo que te echo mucho de menos.
—Vaya, pues eso es una buena señal —dijo Joseph con voz ronca de emoción.
Elizabeth agitó su mono en el aire.
— ¡Pa, pa!
Joseph se quedó inmóvil.
— ¿Ha dicho lo que yo creo que ha dicho?
Demi lo miró. No tuvo la valentía de decirle que probablemente, Elizabeth no sabía lo que estaba diciendo, y que ya había pronunciado aquellas sílabas más veces, cuando no había ningún hombre presente. Daba la casualidad de que era uno de los sonidos que había exclamado más veces, pero no significaba que lo estuviera etiquetando a él. De todos modos, tampoco sabía aquello con seguridad...
Él miró a la niña con el alma en los ojos.
—¿Sabes quién soy, Elizabeth? ¿Papá?
Ella agitó el mono de nuevo y sonrió.
—¡Pa, pa!
—Dios mío...
Joseph estaba atónito. Y orgulloso, como si le hubieran concedido el primer premio de una competición.
Demi atesoró aquel momento en la memoria.
Salieran como salieran las cosas, siempre recordaría la expresión de Joseph mirando a su hija en aquel momento. Ella deseaba con todas sus fuerzas cerrar la puerta de la habitación y prolongar la intimidad de aquel momento para siempre.
Pero no sería posible. La fiesta iba a empezar muy pronto.
—Será mejor que le pongamos la ropa —dijo suavemente—. Siéntala y mantenía erguida mientras le pongo el vestido, ¿de acuerdo?
—¿No se enfadará?
—¿Por qué iba a enfadarse? Después de todo, tú eres su «pa, pa».
—Tengo las manos muy frías —dijo. Se las frotó con fuerza y se las puso en las mejillas—. No, todavía están frías.
—Está bien. Yo la sostendré mientras tú le metes el vestido por la cabeza —dijo. Le entregó el vestidito y sentó a Elizabeth sobre el cambiador.
—Pero a ella le gusta jugar al escondite cuando le pones algo por la cabeza —respondió él, como si esa fuera una tarea que estaba más allá de su capacidad.
—Estoy segura de que tú sabes jugar al escondite.
—No sé si...
Joseph —dijo ella mirándolo a los ojos—. No sé mucho de tu experiencia con niños, pero sí sé que eres un amante tierno, sensible y creativo. Estoy segura de que podrás jugar al escondite con una niña pequeña.
La mirada se volvió apasionada.
—Estás coqueteando conmigo, Demi.
Ella sonrió y señaló el vestido con la cabeza.
—Ponle el vestido a la niña.
—Sí —respondió Joseph. Y sin previo aviso, agarró a Demi por la nuca y la besó con fuerza, buscando su lengua con movimientos descarados y agresivos. Era un gesto de posesión, de mareaje. Y entonces, con la misma rapidez, la soltó.
Ella se quedó temblorosa, con un cosquilleo en la boca, incapaz de decir una palabra. Si hubiera podido hacerlo, le hubiera pedido más.
Joseph le dedicó una sonrisa perezosa y sensual antes de volverse hacia el bebé.
—Bueno, Elizabeth, ¿estás preparada? —Con cuidado, Joseph le puso el vestido sobre la cabeza de forma que la abertura se deslizara suavemente hacia abajo sin hacerle daño a la niña—. ¿Dónde está Elizabeth? —preguntó—. ¿Dónde está? —abrió el cuello del vestido y se lo metió—. ¡Aquí está!
Elizabeth se rió alegremente, enseñando los dientes.
—¡Te pillé! —le dijo Joseph.
—¡Pa, pa! —respondió Elizabeth, con una sonrisa espléndida.
—Claro que sí —dijo Joseph en voz baja.
—Claro que sí —repitió Demi, mirándolo.
Él la miró también, con los ojos brillantes de felicidad.
Demi, yo...
—Bueno, ¿qué tal marcha todo por aquí? —preguntó Sebastian mientras entraba en el dormitorio—. Parece que casi tenéis vestida a la pequeñaja. Pero esos lacitos del pelo son difíciles de poner. Pensé que quizá necesitarais ayuda.
Por mucho que Demi quisiera a su buen amigo Sebastian, en ese momento le habría dado un puñetazo.
La expresión alegre de Joseph se desvaneció mientras se apartaba del cambiador.
—Quizá tú deberías encargarte del resto. Yo voy a ver si Matty necesita ayuda en la cocina.

hola chicas como estas ya estoy de regreso espero que les gusten los capitulos de las novelas que les subi saludos

Un Refugio Para El Amor Capitulo 34




Demi siempre había pensado que su niñez había sido solitaria y que por lo tanto, le encantaría vivir en una casa llena de gente y de actividad. Sin embargo, para sorpresa suya, no le gustaba. Después de varios días de visitas constantes de todo el mundo que tenía relación con Elizabeth, la falta de privacidad en Rocking D comenzó a hacer mella en los nervios de Demi.
Aunque Matty y Sebastian habían puesto la cuna de Elizabeth en su habitación para que no hubiera más escenas desagradables cuando la niña se despertaba, Demi había comenzado a tenerla en brazos durante cortos períodos de tiempo. Aun así, alguien en quien Elizabeth confiara siempre tenía que permanecer en la habitación. Si esa persona se marchaba, la niña comenzaba a llorar.
En circunstancias normales, Demi les hubiera pedido que lo hicieran para comprobar si Elizabeth dejaba de protestar, pero las circunstancias no eran normales. Demi no pensaba que podía exigir el control de la situación y molestar a la gente que había sido tan maravillosa con ella y con su bebé.
Lo más frustrante de todo era que la tercera persona que se quedara con ellas nunca podía ser Joseph. Él tenía que ser la persona número cuatro, o Demi se veía obligada a marcharse para que él tuviera la oportunidad de tomar a la niña en brazos. Demi se había dado cuenta de algo más.
Cuando ella tenía a Elizabeth, o le cambiaba el pañal, o le daba de comer, nadie le decía cómo tenía que hacerlo. Pero cuando era el turno de Joseph, todo el mundo daba su opinión.
Las mujeres no intervenían tanto como sus maridos, que constantemente hacían sugerencias y se ofrecían a enseñarle un detalle a Joseph. Eso hacía que Joseph no estuviera desarrollando ninguna confianza en sí mismo ni en sus habilidades con la niña.
De todos modos, él continuaba intentándolo con valentía, y aquello era lo importante. No había rechazado a Elizabeth, pero aprender a sentirse cómodo con ella mientras todo el mundo le dirigía podía ser una tarea imposible. Demi lo sentía muchísimo por él.
Además, lo deseaba. No podía evitarlo. Dormir sola en la cama doble con Joseph al otro extremo del pasillo se estaba convirtiendo en algo cada vez más difícil. Sin embargo, aquello era ya algo establecido, y cambiarlo en aquel momento despertaría los comentarios de todos. Si Demi invitaba a Joseph a dormir con ella de nuevo, y se sentía muy inclinada a hacerlo, quería que fuera en un lugar más privado.
Aparte de la frustración que pudiera sentir en algunas ocasiones, se sentía agradecida por todo lo que Sebastian, Matty y los demás habían hecho por ella, y por cuánto seguían ayudándola. Además, estaba con su hija, aunque no pudieran estar solas todavía, y se sentía segura.
El amigo de Sebastian, Jim, había aumentado la seguridad alrededor del rancho, y parecía que su perseguidor se había desanimado y se había marchado. Habían pasado muchos días durante los cuales ella no se había sentido vigilada ni una sola vez, y estaba empezando a pensar que el tipo se había rendido.
En resumen, su vida iba mejorando, como era de esperar pensó, mientras ayudaba a Matty a vestir a Elizabeth para la fiesta de cumpleaños de Gwen.
Recién bañada y con un pañal nuevo, Elizabeth estaba tumbada en el cambiador, con el mono bien sujeto, mordiéndole el brazo vigorosamente. Demi se había preparado para otra noche viendo cómo los amigos de Joseph lo instruían en el arte de cuidar a un bebé.
Más temprano, Matty y ella habían decorado la casa para el cumpleaños. Sebastian y su mujer habían declarado que no permitirían que Gwen cumpliera treinta años sin armar un buen jaleo.
—Voy muy retrasada —dijo Matty mientras le ponía a Elizabeth un calcetín blanco y Demi le ponía el otro.
—¿Qué queda por hacer, además de arreglar a Elizabeth?
—Tengo que poner las velas en la tarta y envolver las treinta botellas de vino que vamos a regalarle.
Jessica miró a Matty.
—Yo podría terminar de vestir a Elizabeth mientras tú haces eso.
Matty titubeó.
—Tenemos que comprobar si ya se ha adaptado —insistió Demi.
—Lo sé, pero puede que éste no sea el mejor momento. Quizá Sebastian haya terminado. Él puede...
—Matty —dijo Demi —, yo creo que la niña ya está lista.
A Matty se le humedecieron los ojos.
—Yo también. Llevo pensándolo un par de días, pero no quería admitirlo.
Demi sintió pena por Matty. Con una sonrisa dulce, le dio un abrazo.
—Yo no voy a quitaros a Elizabeth ahora mismo. E incluso cuando nos marchemos, no la apartaré de vuestras vidas. Vendremos mucho a visitaros.
Matty tragó saliva.
—Lo sé. Pero nunca será igual.
—Oh, Matty. Yo nunca quise haceros daño....
—Eh —Matty esbozó una sonrisa—, tú no has hecho nada más que mejorar nuestras vidas al dejar aquí a Elizabeth. Sin la niña, yo no estaría casada con Sebastian, Travis no estaría con Gwen y Boone no habría encontrado a Shelby y a Josh —dijo. Se sacó un pañuelo de papel del bolsillo y se sonó la nariz—. Te agradezco mucho que nos dieras la oportunidad de tenerla aquí, pero no voy a mentirte. Cuando te la lleves, la echaré mucho de menos.
—Tu hija ayudará.
Matty se dio unos golpecitos en el abdomen e intentó ser valiente.
—Claro que sí. Rebecca ayudará, y Jeffrey también.
— ¿Quién?
—El hermano de Rebecca. Sebastian está seguro de que vamos a tener otro, y que será un niño —explicó. Después, dejó escapar un suspiro—. Bueno, me voy a la cocina. Hasta luego, pequeña —dijo a Elizabeth. Después se dio la vuelta y se marchó.
Elizabeth volvió la cabeza para observar cómo se marchaba Matty. Después miró de nuevo a Demi.
—Solas tú y yo, nena —dijo Demi, con el estómago encogido mientras esperaba a ver si Elizabeth iba a llorar—. ¿Crees que podrás soportarlo?
Elizabeth la miró como si se lo estuviera pensando.
El nudo del estómago de Demi comenzó a deshacerse cuando se dio cuenta de que Elizabeth no iba a llorar. El bebé estaba evaluando la situación, pero pareció que decidía que se podía confiar en Demi. Por fin.
—Solas tú y yo, nena —repitió Demi, con una sonrisa—. Suena muy bien, ¿no te parece?
Elizabeth agitó al mono frente a la cara de Demi.
— ¡Pa! —exclamó.