martes, 8 de enero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 21





Entonces ¿por qué tenía aquella necesidad de plantarse frente a ellos y pregonar a los cuatro vientos sus derechos, como si fuera un semental salvaje ahuyentando a sus rivales?
—Me alegro de haber tenido la oportunidad de hablar contigo —dijo Matty—. Supongo que todo el mundo estará aquí cuando lleguéis esta noche. Deberías estar preparado. Probablemente, te harán un interrogatorio sobre tus intenciones respecto a Elizabeth —continuó. Después, su voz se suavizó—. Es una niña preciosa Joseph. Cuando la veas, entenderás por qué los chicos son tan protectores. Por qué lo somos todos.
A Joseph había empezado a dolerle la cabeza.
—Te agradezco mucho la información, Matty —dijo—. Llegaremos lo antes posible.
—No corráis mucho, id con cuidado. Hasta esta noche.
—Hasta luego —se despidió Joseph, y colgó el auricular. Después miró a Demi que estaba mirándolo, inmóvil, junto a la cómoda de la habitación—. Se te olvidó mencionar las cartas que les escribiste a mis amigos.
—Es cierto. Bueno, eso era parte de mi plan para asegurarme de que Elizabeth tuviera muchos protectores. Les pedí a Sebastian, Travis y Boone que fueran sus padrinos. Me pareció muy ingenioso por mi parte.
—Oh, y lo fue.
—Entonces ¿por qué me miras con esa cara?
Él se puso en pie y se acercó a ella.
— ¡Porque cada uno de ellos pensó que era el padre de Elizabeth! ¡Por eso!
Ella se quedó boquiabierta.
— ¿Qué ocurrió la noche de la fiesta de la avalancha, Demi? —Preguntó Joseph, y rogó a Dios que ella se riera y le diera alguna explicación lógica—. ¿Por qué pensaron eso los tres?
Demi no se rió. En vez de eso, comenzaron a brillarle los ojos de ira.
— ¿Qué demonios quieres decir?
—No quiero decir nada —respondió Joseph. Quería desesperadamente escuchar su versión de la historia—. Matty dijo que los tres se emborracharon y que se te insinuaron. Sólo quiero saber...
—¿Cómo se te ocurre preguntarme eso? —Preguntó ella, temblando de rabia—. ¿Es ésa la opinión que tienes de mí?
—¡No! —él alzó la mano para acariciarle la mejilla, pero al ver su mirada, lo pensó mejor—. Yo sólo...
—¡Tú sólo querías que te diera mi palabra de que no me acosté con tus tres mejores amigos la misma noche! —gritó ella—. Bien, pues no te la voy a dar. Sólo un idiota insensible haría esa pregunta, y yo no voy a molestarme en darte explicaciones.
—Maldita sea, Demi. Hace menos de un minuto he sabido que otros tres hombres pensaban que podían ser los padres de mi hija. ¡Cualquiera querría saber de qué va todo esto!
En el fondo, Joseph sabía perfectamente que ella no había hecho nada, pero los celos lo tenían agarrado del cuello. Aquella noche había pasado algo. Y él quería que Demi le dijera que no había sido nada, o algo inofensivo, como había dicho Matty. Quería que ella le asegurara que no albergaba más que un sentimiento de amistad hacia aquellos hombres.
—¿Tu hija? Que yo sepa, no quieres tener nada que ver con ella.
—No se trata de eso. Ella es mi hija, y esos tipos no tienen derecho...
—Todos la han cuidado, como yo esperaba que hicieran, mientras tú estabas en un país al otro lado del Atlántico, imposible de localizar. Para mí, eso les da muchos derechos.
—¡Yo no sabía que la niña existía!
—Huiste, así que ¿cómo ibas a saberlo?
—Yo no huí —replicó Joseph, pero sabía que sí lo había hecho. Y ella también. Entonces, recordó el resto de lo que le había contado Matty. Se lo dijo a Demi con placer, sabiendo que se quedaría perpleja, exactamente igual que él—. Bueno, ahora todos están casados.
—¿De veras?
—Te sorprende, ¿verdad?
—¡Pues claro! No tenía ni idea...
—Así que si tu plan era atrapar a alguno de ellos para que se casara contigo en el caso de que yo fallara, ya te puedes ir olvidando. Ya no son libres.
La palma abierta de Demi se estrelló contra la mejilla de Joseph. Éste reprimió el impulso de llevarse la mano a la cara, que le dolía. Se quedaron mirándose el uno al otro, furiosos.
—Tenemos que irnos —dijo él.
—Muy bien. Cuanto antes me libre de ti y de tus insinuaciones, mejor —dijo.
Se dio la vuelta, tomó su mochila y se encaminó hacia la puerta.
—¡No salgas sola, maldita sea! —bramó él mientras la seguía.
—Quizá debiera dejarme secuestrar —replicó Demi con aspereza—. Vaya, si juego bien mis cartas, incluso podría convencer al tipo para que se casara conmigo. Después de todo, cualquier hombre vale, siempre y cuando yo consiga una alianza que ponerme en el dedo.
Él cerró de un portazo, la alcanzó y la tomó por el brazo. En realidad, no tenía ninguna gana de discutir con ella. Respiró profundamente y dijo:
—Quizá no debería haber dicho eso. Pero creo que me debes una explicación por...
—Yo no te debo nada —dijo Demi, y tiró del brazo para zafarse de Joseph.
Él no sabía dónde podía estar escondido el secuestrador, pero dejar que Demi se adelantara sola hacia el coche podía ser la invitación que aquel desgraciado estaba esperando. La alcanzó de nuevo y la agarró del brazo. Cuando ella se resistió, él apretó los dedos con más fuerza de la que hubiera querido.
—Suéltame.
—No —respondió él. Bajó la voz, y comenzó a arrastrarla hacia el coche tan rápidamente que ella estuvo a punto de tropezarse—. Es posible que no me debas nada, pero yo te debo algo: asegurarme de que llegues sana y salva junto a Elizabeth. Y ahora, no se te ocurra volver a alejarte de mí.
Ella le respondió con furia.
—Apuesto lo que quieras a que ahora estás tan enfadado que no me deseas.
Él abrió la puerta del coche y casi la tiró dentro.
—Perderías la apuesta —respondió.

Aquel día no se detuvieron. Desayunaron y comieron en el coche. Conducir sin parar estaba bien para Demi, pero pronto comenzó a sentirse mal por Joseph, que llevaba todo el peso del viaje. Aunque, en realidad, no debería sentirse mal por él. Después de todo, a la primera insinuación de que las cosas no eran perfectas, la había acusado de ser, prácticamente, una promiscua. Si él no confiaba en ella, Demi no quería tener nada que ver con él.
Aquello era falso. La única razón por la que las preguntas de Joseph le habían hecho daño era que estaba enamorada de él. Y parecía que jamás podría enamorarse de otra persona.
Y Joseph todavía la quería. Posiblemente, no confiaba del todo en ella, pero la quería. Demi lo veía en sus ojos cuando la miraba.
Antes de que llegaran a la frontera del estado de Kansas, él se disculpó.
—Mira, lo siento —dijo suavemente—. Tienes razón, no debería haberte hecho esa pregunta.
Ella suspiró y se relajó en el asiento. No se había dado cuenta de lo rígida que había estado durante todo el viaje.
—Gracias por decírmelo —respondió, y le miró el perfil tenso. Sabía que aquella disculpa le había costado mucho orgullo, y lo admiraba por sacrificarlo. Ella no podía ser menos.
—¿Quieres que te cuente lo que ocurrió aquella noche?
—No me interesa lo más mínimo.
—Mentiroso.
Él sonrió.
—Está bien, quiero saber hasta el último detalle, pero tú no tienes por qué contarme nada.
Ella no recordaba haber tenido nunca más ganas de besarlo que en aquel momento. Sin embargo, iba conduciendo y aunque el coche no hubiera estado en marcha, ella había dicho que no harían más el amor, lo cual, naturalmente, incluía los besos.
—Supongo que debo sentirme halagada porque estés celoso.
—Tú puedes sentirte halagada si quieres, pero yo estoy furioso conmigo mismo.
—Los celos son una emoción natural.
—Puede ser, pero en mi opinión, los únicos tipos que pueden sentirse celosos son los que van a casarse, así que yo quedo excluido.
Aquellas palabras le hicieron daño, pero Demi intentó no darles importancia.
—Oh, no sé. Ahora está muy de moda.
—No me digas.

domingo, 6 de enero de 2013

Un Redugio Para EL Amor Capitulo 20





— ¿Y no se le ha ocurrido a Sebastian que es posible que yo sea más lista que ese tipo y por eso no ha podido atraparme?
Él sonrió ligeramente.
—Oh, estoy seguro de que eso también ha influido. Es probable que tus disfraces se lo hayan puesto más difícil, y tú le has demostrado, con tus acciones, que eres inteligente. Él entiende que cuando intente el secuestro, tiene que hacerlo muy bien o te escaparás. Pero creo que hay algo más.
Ella estaba muy orgullosa de sus esfuerzos, y no le gustaron los comentarios de Joseph.
— ¿Como qué?
—Si es el matón que creo que es, está disfrutando con el hecho de asustarte. Está disfrutando tanto que no quiere terminar el trabajo demasiado pronto. Así acabaría también con su diversión.
La indignación de Demi se desvaneció y sintió un escalofrío.
—Eso es de enfermo.
—Sí, bueno, hay mucha gente enferma por ahí. Y algunas veces, parece que son completamente normales.
Ella lo miró, y supo al instante que Joseph estaba hablando sobre su padre. Él entendía bien a los matones, porque había crecido con uno.
—Será mejor que nos pongamos en camino —dijo—. Cuanto antes lleguemos al Rocking D, mejor. Ese tipo lo tendrá mucho más difícil cuando todos nosotros estemos protegiéndote. Y quizá, cuando se dé cuenta de que eres mucho menos accesible en el rancho, su frustración haga que cometa un error.
—¿Tú crees?
—Bueno, me lo imagino —dijo, y sonrió—. Yo también sé un poco de frustración —entonces la miró de pies a cabeza y comenzó a reírse—. ¿Es éste el disfraz para hoy?
—No es tan gracioso.
—No, no es gracioso en absoluto. Qué ropa más bonita llevas. ¿Lo has hecho por mí?
—Ayer dijiste que mi disfraz era sexy, así que...
Demi, te agradezco el esfuerzo. De veras. Pero ahora me doy cuenta de que le concedí demasiado mérito a tu ropa de ayer. No era el vestido ajustado lo que me excitaba, sino el cuerpo que había dentro. Y el hecho de que te pongas un mono enorme y una camiseta vieja sólo consigue que me entren ganas de quitártelos para verte mejor. No puedes ganar en esto.
—Entonces ¿qué se supone que tengo que hacer?
—Lo que quieras, cariño. El tipo ya sabe cuál es nuestra habitación, y nos va a ver salir. Yo diría que un disfraz no te va a servir de mucho hoy. ¿No tienes ropa normal en la mochila?
—Sí, unos vaqueros y un jersey —el jersey que Joseph le había regalado por Navidad.
—Pues póntelo —dijo él con suavidad—. Y arréglate lo antes posible. Llamaré a Sebastian y le diré que nos esperen hoy por la noche.
A ella le dio un vuelco el estómago.
— ¿Seguro?
—Podemos llegar hoy mismo si comemos por el camino.
—Está bien —respondió Demi.
Estaba deseando ver a Elizabeth, pero a medida que se acercaba el momento, temía más y más la reacción de su hija. Ella nunca había pensado que la separación sería tan larga, pero las semanas habían pasado muy rápido mientras esperaba que Joseph volviera a casa.
—Todavía falta mucho. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
—Claro que sí. Tú necesitas ver a tu hija y si paso otra noche en un motel contigo, probablemente moriré.
—Lo mismo digo —respondió ella mientras iba hacia el baño.
Joseph se vistió, se sentó sobre la cama y marcó el número de Sebastian. Fue Matty quien respondió de nuevo, y Joseph se preguntó por qué había sido ella la que había contestado al teléfono las dos veces que él había llamado.
—¿Está Sebastian? —preguntó después de saludarla y decirle que Demi y él estaban bien. Decidió no contarle lo de la nota que les habían metido por debajo de la puerta. No serviría de nada preocupar a sus amigos, dado que éstos no podían hacer nada.
—Está en el establo. ¿Quieres que lo avise?
—No, no es necesario. Sólo llamaba para decir que llegaremos esta noche, pero posiblemente tarde. Siento mucho que tenga que esperarnos, pero con este loco suelto por ahí será mejor que no deje la llave bajo el felpudo.
—No te preocupes porque tengamos que esperarte despiertos —dijo Matty—. De hecho, es posible que...
—Eh... ¿Matty?
—¿Sí?
—¿Ha habido... algún cambio en la casa mientras he estado fuera? Tú hablas siempre en plural, como si estuvieras... eh... no sé cómo decir esto sin meter la pata.
Matty se rió.
— ¿Quieres saber si estamos viviendo juntos?
—Supongo que sí —respondió Joseph, sonriendo—. ¿Estáis viviendo juntos?
—Es una forma de decirlo. Sebastian no ha tenido oportunidad de darte la noticia. Nos hemos casado.
— ¿De veras? —la sonrisa de Joseph se hizo más ancha. Qué buena pareja. Era asombroso que nadie lo hubiera pensado antes.
—Sí. Nos casamos hace cinco meses. Y tenemos que agradecérselo a Demi y a Elizabeth. Sebastian necesitaba ayuda con el bebé y aunque yo no sabía mucho más que él, los dos compartimos la tarea y nos fuimos uniendo, hasta que nos dimos cuenta de que no podíamos vivir el uno sin el otro.
—No sé cómo agradecértelo. Me alegro de que al menos, haya salido algo bueno de todo esto.
—Uy, han salido muchas más cosas buenas. Tener a Elizabeth aquí ha cambiado unas cuantas vidas. Mientras nosotros estábamos de luna de miel, Travis la cuidaba y cuando la niña tuvo un catarro, fue a pedirle ayuda a Gwen Hawthorne, y ahora...
—Bueno, que Evans tenga una novia no es nada nuevo, Matty —dijo Joseph, y apoyó la espalda contra el cabecero de la cama—. Se acabará, como todas las otras aventuras que ha tenido Travis.
—Lo dudo, si tenemos en cuenta que se han casado y están esperando un hijo.
— ¿Qué? — Joseph se irguió—. ¿Es una broma? ¿Estás segura de que hablamos del mismo Travis Evans?
—El mismo que viste y calza. Lo han domesticado, Joseph.
—Eso me resulta difícil de creer. Ahora me dirás que Boone...
—Ah, sí. Boone. Cuando venía hacia aquí desde Nuevo México para ocuparse de Elizabeth, conoció a Shelby McFarland, que hace dos meses se convirtió en la señora de Boone Connor.
— ¡Dios mío...! — Joseph se frotó la sien con la mano libre e intentó asimilar todo aquello—. ¿Por qué ha ido Boone a ocuparse de Elizabeth?
— ¿Demi no te ha contado lo que hizo?
—Bueno, sí. Dejó a la niña con Sebastian —respondió él y alzó la vista al oír que Demi salía del baño. Llevaba el jersey verde que él le había regalado en Navidad. Al verla con aquel jersey, sintió cosas raras en el corazón.
—¿No te contó que les había escrito una carta a cada uno de los chicos?
—No. ¿Qué cartas?
—Unas cartas en la que les pedía a los tres que fueran los padrinos de Elizabeth.
—Eso es muy bonito.
—Creo que no lo entiendes —respondió Matty—. Estaban tan borrachos aquella noche de la fiesta de la avalancha que Demi se los llevó a su cabaña y los dejó allí durmiendo. Elizabeth nació nueve meses más tarde, así que los tres pensaron que lo de ser el padrino de la niña era una cortina de humo.
Cuando oyó aquello, a Joseph se le encogió el estómago.
—Un momento. ¿A qué te refieres con lo de la cortina de humo?
—Quiero decir que cada uno de ellos pensó que era el padre de Elizabeth.
Joseph se quedó mirando fijamente a Demi mientras sentía que los celos lo abrumaban.
— ¿Y por qué demonios pensaban eso? —pregunto, subiendo demasiado la voz.
Demi lo miró alarmada.
—Oh, bueno —respondió Matty—. Porque los tres recordaban vagamente habérsele insinuado a Demi en su frenesí etílico. Haberle robado un beso. Estoy seguro de que todo era inofensivo, pero los tres se imaginaron que las cosas habían ido más allá y que alguno era el padre de esta niña.
Joseph apenas podía respirar. El hecho de que ninguno de sus amigos supiera que él tenía una relación con Demi era una cuestión lógica que no tenía importancia en aquel momento. Lo único que quería era retorcerles el pescuezo por haberse atrevido a pensar en tocarla.
—Ahora puede resultar divertido —continuó Matty, ajena a los pensamientos de Joseph —, pero en aquellos momentos no lo fue. Y ahora que me doy cuenta de que todo esto es nuevo para ti, debo advertirte que los chicos tienen sentimientos paternales muy fuertes hacia la niña. Son muy posesivos. Saben que ninguno es su padre, claro, pero el lazo ya está formado, y dudo que nunca se corte.
—Entiendo —dijo Nat. Estaba sintiendo emociones nuevas y extrañas. Debería estar contento por el hecho de que sus amigos estuvieran tan unidos a Elizabeth. Aquello le quitaba algo de culpabilidad y de responsabilidad. Demonios, posiblemente no lo necesitaban en absoluto, porque los tres estaban dispuestos a convertirse en el padre de la niña.

Un Refugio Para EL Amor Capitulo 19




Joseph no tenía la esperanza de conciliar el sueño, teniendo en cuenta que el más mínimo sonido de las sábanas de la otra cama hacía que apretara la mandíbula ante una nueva oleada de deseo. Cuando cerraba los ojos, veía a Demi sentada al borde de la cama, hirviendo de indignación al enterarse de cuáles eran sus planes para los huérfanos. Él había creído que se sentiría orgullosa. No se había imaginado cómo lo vería desde su perspectiva, y probablemente, tenía justificación para estar enfadada.
De hecho, tenía muchos motivos para estar enfadada. Él no iba a darle lo que necesitaba y se merecía, y aún así quería... lo quería todo de ella.
Era posible que Demi no lo recordara, pero algunas de las veces que mejor habían estado en la cama habían seguido a una discusión. A él le encantaba presenciar la transformación que se producía cuando sus relaciones sexuales barrían la ira de Demi y sólo dejaban lugar para la pasión.
Al recordarlo, se dio cuenta de que le dolía el cuerpo de deseo. Si había pensado que iba a conseguir dormir algo en aquella habitación de hotel, posiblemente había tirado el dinero.
Pero finalmente, el agotamiento debió de vencerlo, porque antes de que se diera cuenta, la luz se estaba filtrando por las cortinas. En algún lugar del pasillo se oía una aspiradora. Tenían que ponerse de nuevo en camino.
Debería levantarse por el lado de la cama opuesto a Demi y meterse directamente en el baño para darse una ducha, pero en vez de eso, volvió la cabeza para mirarla, lo cual fue un completo error.
Demi estaba dormida, pero debía de haberle costado mucho conseguirlo, porque estaba completamente enredada en las sábanas. Una de sus suaves piernas quedaba al descubierto hasta la línea de las braguitas. Irresistible.
Joseph se apoyó sobre un codo y estudió la pierna desnuda durante demasiado tiempo. Mientras reunía la fuerza de voluntad suficiente como para dejar de observarla e irse a la ducha, Demi abrió los ojos. La beligerancia de la noche anterior había desaparecido de su mirada y en su lugar, había la suave aceptación de una mujer que quería ser amada. Él contuvo el aliento, sin saber qué hacer. Las pupilas de Demi se dilataron y separó los labios.
Con el corazón acelerado, Joseph sostuvo su mirada hasta que comenzó a salir de la cama. Pero incluso antes de que hubiera posado los pies en el suelo, vio un cambio en sus ojos al mismo tiempo que ella tomaba conciencia de dónde estaba. La bienvenida se desvaneció y fue reemplazada por una grave determinación.
—No —susurró.
Él gruñó y se dejó caer sobre la cama de nuevo.
—Era un sí cuando te has despertado, y no intentes negármelo.
—No puedo controlar mis sueños.
— ¿Estabas soñando conmigo?
Ella no respondió, pero Joseph  supo por su expresión, que sí había estado soñando con él. Y había tenido sueños más que cálidos. Él conocía aquellas fantasías, porque lo habían acompañado durante diecisiete meses.
Joseph  sabía que quizá pudiera forzar la cuestión y seducirla, pero aquél no era su estilo. Demi le había dicho que retrocediera y eso era lo que pensaba hacer, a menos que ella cambiara de opinión.
—Me voy a duchar.
—De acuerdo.
Quizá su ego herido le provocara alucinaciones, pero Joseph  podría jurar que ella tenía un tono de decepción. Quizá habría preferido que él no hiciera caso de sus objeciones. Después de todo, ella nunca le había dicho que no antes, así que ¿cómo demonios iba a saber si se lo estaba diciendo de veras?
¡Demonios!, Demi había conseguido que se estrujara el cerebro. Y si estaba jugando a algún jueguecito, él estaba dispuesto a subir las apuestas. Quería que ella también se rompiera la cabeza.
—Y te agradecería que me concedieras privacidad mientras estoy en la ducha dijo.
No tienes por qué preocuparte por eso respondió Demi, enfurruñada.
Josep se dio cuenta de que ella no había comprendido el mensaje implícito en sus palabras, así que tendría que insinuárselo con menos sutileza.
—Lo que ocurre es que un hombre no puede aguantar mucho y tiene que encontrar alivio de algún modo. No quiero que entres y te sientas azorada por lo que esté ocurriendo.
Ella se sonrojó. Era obvio que ya lo había entendido.
—Por nada del mundo quisiera molestarte.
—Bien.
Él no tenía ninguna intención de llevar a cabo lo que le había dicho a Demi, pero quería que ella pensara que sí lo estaba haciendo. Por el calor que desprendía su mirada, Joseph supo que la idea la alteraba.
Más tarde, seguramente se avergonzaría de haberla torturado de aquella manera, pero en ese momento no podía remediarlo. La deseaba tanto que casi no podía andar.
Se puso de pie, entró en el baño y cerró la puerta. Aquello era un infierno. Nunca se había imaginado lo que podía llegar a ser tenerla cerca... y fuera de su alcance.

En cuanto Joseph cerró la puerta del baño, Demi se levantó y comenzó a rebuscar la ropa menos atractiva que tuviera. Cuando oyó el ruido de la ducha, intentó no pensar en lo que podía estar ocurriendo detrás de la cortina, aunque creía que Joseph no cumpliría su palabra, en realidad.
De todos modos, ella iba a intentar hacer todo lo posible por acabar con la tensión sexual que había entre los dos. Se vestiría con algo que no la hiciera parecer sexy, ni tampoco sentirse sexy.
Mientras sacaba un mono y una camiseta descolorida de la mochila, oyó un ligero ruido junto a la puerta de la habitación. Se volvió hacia allí y vio que había una nota en la alfombra. Pensando que era la factura del hotel, la recogió. El mensaje estaba escrito a máquina y era muy breve: No creas que tu novio puede protegerte.
A Demi se le escapó un grito agudo y se le cayó el papel de las manos al tiempo que se apartaba de la puerta.
En un instante, la puerta del baño se abrió y Joseph salió, empapado, con una toalla en la cintura.
— ¿Qué ha ocurrido?
Temblando, ella le señaló el papel que acababa de leer. Él lo recogió, lo leyó y soltó una imprecación. Tiró la nota al suelo de nuevo, se quitó la toalla, tomó los pantalones de una silla y se los puso.
— ¿Adonde te crees que vas? —gritó Demi mientras Joseph se dirigía a la puerta.
—Ciérrate con llave cuando salga —dijo él—, y no abras hasta que sepas que soy yo.
—¡No! ¡No puedes...!
—No voy a discutir esto contigo —respondió él, y salió—. ¡Ahora cierra con llave!
Demi tenía dos opciones: o hacer lo que decía Joseph, o correr tras él en camisón. No le seducía la idea de que la secuestraran en camisón, así que cerró la puerta y se puso rápidamente la camiseta y el mono, con el estómago encogido de miedo por Joseph. Estúpido. Estúpido impetuoso e irresponsable. Demi se estaba calzando cuando llamaron a la puerta, y oyó la voz de Joseph.
Ella abrió rápidamente. Parecía que él estaba de una pieza. Suspiró de alivio.
Joseph entró respirando agitadamente, con el pelo húmedo y los pantalones manchados de gotas de agua. Él mismo cerró la puerta con la cadena y se dobló hacia abajo, apoyando las manos en las rodillas para recuperar el aliento.
—No lo he encontrado —dijo por fin, mirándola, con el pelo sobre los ojos.
—¡Ni siquiera deberías haberlo intentado! ¿Qué creías que ibas a conseguir con salir corriendo vestido así?
—El elemento sorpresa. Aunque no lo haya encontrado, él me ha visto. Y eso es una buena cosa.
—¿Y cómo lo sabes?
Él se irguió y se apartó el pelo de la cara con la mano.
—Me conozco esto, Demi. Es un matón y no hay nada que le guste más que tener a una persona asustada. Lo he estado pensando. Sebastian preguntó si el tipo es un inepto, teniendo en cuenta que lleva seis meses persiguiéndote y no te ha atrapado.
Aquello irritó a Demi Se puso en jarras y lo miró fijamente.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 18





Boone Connor oyó la campanada de las dos y media de la madrugada mientras permanecía despierto en la cama, mirando la oscuridad y pensando en lo que le habían contado aquel día Travis y Sebastian. Por una parte, se alegraba de que el padre de Elizabeth no fuera un extraño. Por otra, le dolía pensar que Joseph no les hubiera contado que había tenido una relación con Demi que había durado un año.
Y lo más preocupante era la noticia de que Joseph no estaba entusiasmado con la perspectiva de ser el padre de Elizabeth. Boone sabía que Joseph había tenido una infancia horrible y que tenía miedo de no ser un buen padre, pero pensaba que su amigo debía intentar superar ese miedo. Y casarse con Demi de paso.
Pero tanto si Joseph cooperaba como si no, Demi iba a volver a llevarse a su hija, lo cual significaba que Boone no tendría el placer de estar con la niña una semana de cada tres. No quería pensar demasiado en ello. Llevaba a la niña en el corazón, y separarse de ella iba a ser una de las cosas más difíciles que hubiera hecho nunca.
Gracias a Dios que tenía a Shelby y Josh para mitigar el dolor. Con un suspiro, se tumbó de costado y observó a su mujer, que estaba dormida junto a él. No podía verla con nitidez en la penumbra de la habitación, pero la veía claramente en su corazón. Nunca hubiera pensado que podría ser tan feliz.
Tener a Shelby era lo suficientemente maravilloso, pero después de haber adoptado oficialmente al sobrino de ella, Josh, el mundo de Boone era casi perfecto. El padre de Josh estaba entre rejas a la espera de ser juzgado por asesinato y con las pruebas que había contra él, no era probable que volviera a molestar a Shelby y a Josh.
Boone adoraba tener su propia familia, y pensaba que Joseph era un idiota por rechazar la oportunidad de tener la suya. La familia completaba a un hombre.
La mano de Shelby, tan pequeña y delicada, estaba posada en la almohada, junto a su mejilla. Boone se la acarició con la punta del dedo. Él no se dio cuenta de que estaba despierta hasta que ella habló:
—Estás pensando en ese asunto de Joseph y Demi ¿verdad? —murmuró.
—Sí. Siento haberte despertado, cariño —dijo él, y la atrajo hacia su cuerpo—. Estoy preocupado por lo que va a ocurrir. Joseph es uno de mis mejores amigos, pero yo no podría soportar que le hiciera daño a Elizabeth. Y si la rechaza, va a hacerle daño. Quizá no ahora, pero a la larga, sí. Ella se preguntará por qué motivo su padre no le hizo caso.
—Yo no creo que Joseph la rechace —respondió Shelby mientras le acariciaba la nuca—. Todos vosotros os preocupasteis muchísimo cuando supísteis que teníais la responsabilidad de cuidar a un bebé hasta que visteis a Elizabeth, ¿no te acuerdas? Cuando Joseph la vea, no podrá rechazarla. Será un buen padre.
—Espero que tengas razón, pero tendrá que demostrarlo antes de que se la entreguemos.
—Oh, estoy seguro de eso. Elizabeth tiene a sus defensores.
—Sí —dijo él.
Abrazar a Shelby de aquella manera tenía un efecto predecible en él, lo cual era muy adecuado para llevar a cabo sus planes de tener un hijo. Ella estaba en el mejor momento del mes para concebir, y un hombre tenía que cumplir sus deberes de marido con su esposa. Su preciosa y sexy esposa. El cuerpo comenzó a latirle de impaciencia.
—Bueno, ya está bien —susurró, y le levantó el camisón.
—Me estaba preguntando si ibas a seguir hablando durante toda la noche —dijo Shelby.
—Pues no.
Boone encontró sus labios en la oscuridad. Mientras ella lo besaba, la pasión creció tanto en él que bloqueó todos sus pensamientos, salvo uno. Quizá en aquella ocasión su semilla encontraría terreno fértil, y Shelby y él engendrarían un hijo. %%%%%
Demi intentó recordar todas las razones por las que no debía acostarse con Joseph mientras lo veía quitarse la camisa. No cabía duda: diecisiete meses de trabajo físico lo habían convertido en un dios del amor. Posiblemente él no se daba cuenta, pero había pasado de tener un cuerpo bonito a tener uno magnífico. Incluso su pelo, más largo de lo que nunca lo hubiera tenido, añadía atractivo a su imagen. Demi tuvo que hacer un esfuerzo por apartar los ojos de él.
Él la desafió con la mirada y le habló en un tono peligrosamente suave.
— ¿Vas a desvestirte para meterte a la cama o estás esperando a que te ayude?
A ella se le aceleró el pulso.
—Yo... —se interrumpió y carraspeó—. Me voy a desvestir al baño.
—Como quieras —respondió Joseph mientras se sentaba en la cama para quitarse una bota.
Demi se encerró en el baño y rebuscó en su mochila la camiseta que usaba como camisón. Se desnudó, se la puso y después se quitó el maquillaje y se lavó los dientes. Cuando terminó, abrió la puerta lentamente y asomó la cabeza. Con cierta decepción, se dio cuenta de que Joseph no estaba allí. Parecía que no iba a usar ninguna táctica de cavernícola para convencerla.
Apagó la luz del baño y entró en la habitación. Entonces se dio cuenta de que él ya se había metido en la cama más cercana a la puerta, y estaba tumbado con las manos detrás de la nuca, mirando al techo. Había dejado encendida la lámpara de la mesilla de noche que había entre las dos camas, y sólo se había tapado hasta la cintura. Tenía el pecho desnudo.
Ella se preguntó si se daría cuenta de lo guapo que era. Posiblemente no. Nunca había sido consciente de su atractivo sexual. Y demonios, ella quería saber si estaba desnudo bajo las sábanas. Nunca lo había visto acostarse con una prenda de ropa.
Apartó la mirada de aquella seductora visión y se acercó a su cama.
—Tienes razón, ¿sabes? —dijo él.
—¿En qué? — Demi se acostó y se tapó hasta la barbilla.
—En no querer acostarte conmigo.
Su tono de voz le atravesó el corazón.
—No sé si tengo razón —replicó ella—. Lo único que sé es lo que tengo que hacer por la niña. No puedo permitirme el lujo de tener una relación con alguien que no esté dispuesto a quererla tanto como yo.
Él siguió mirando al techo.
—Sabía que serías una madre excelente, y que estarías dispuesta a hacer cualquier sacrificio por tus hijos. Eso está bien. Tú estabas destinada a tener hijos, Demi. Es una pena que hayas tenido la primera conmigo.
—Como ya te he dicho, no lo lamento —replicó ella. Alargó el brazo para apagar la luz, pero se detuvo. Había algo que la había tenido inquieta desde la noche anterior y en aquel momento, quiso saberlo—. Joseph, ¿por qué fuiste a ver a mis padres?
Él suspiró.
—Porque soy débil. Aunque no sea hombre para ti, sigo pensando que debe de haber una manera de que esto funcione, porque te deseo demasiado como para rendirme.
«Es decir, si eres capaz de superar tus miedos», pensó ella, pero no dijo nada. Los dos estaban cansados y ésa no era la mejor ocasión de sacar ese tema de conversación.
—Llamé a tu apartamento antes de tomar el avión en Londres para decirte que volvía a casa —continuó él—. Cuando descubrí que la línea estaba fuera de servicio, decidí que tenía que encontrarte como fuera. Y empecé por tus padres.
El hecho de saber que había ido a buscarla la animó considerablemente. Quizá no todo estuviera perdido.
—¿Y accedieron a verte sólo porque preguntaras por mí? No parece propio de ellos.
—Accedieron a verme porque les dije que quería hablar con ellos sobre una fundación de ayuda a los huérfanos de los campos de refugiados. No te mencioné hasta más tarde.
Ella se apoyó en un codo y lo miró.
—¿Qué fundación?
—Ese era mi objetivo principal al ir a aquel país. Quería averiguar si podía establecer un programa para cuidar a los niños y encontrarles un hogar, o allí o aquí.
—No tenía ni idea.
Él se entusiasmó.
—Será estupendo. Tengo a gente muy buena que lo administrará allí, y he usado mi propio dinero para poner las cosas en marcha, pero será un gran proyecto. Es evidente que necesito más fondos, sí, pero creo que puedo conseguir que...
—No doy crédito —dijo Demi. La injusticia de lo que le estaba contando hizo que se incorporara de un salto y se sentara al borde de la cama—. Recuerdo vagamente que mencionaste la idea de adoptar a un huérfano en el futuro, pero no tenía ni idea de que hubieras montado toda una organización.
—Todavía lo estoy haciendo. Es muy necesaria y una vez que resolvamos la situación con ese tipo que quiere secuestrarte, le dedicaré toda mi atención.
— ¿De veras? — Demi cada vez estaba más furiosa—. No es que no crea que es una idea maravillosa, Joseph. Lo es. Estoy segura de que serás un héroe. Pero ¿cómo puedes lanzarte con tanto entusiasmo a salvar a niños a los que ni siquiera conoces cuando no quieres ni siquiera pensar en ser el padre de tu propia hija?
—No lo entiendes, ¿verdad? Estoy ayudando a esos niños porque es lo que puedo hacer. Los entiendo y por eso, no espero mucho de ellos. Yo no puedo establecer una relación con una niña que no ha conocido más que el cariño, porque posiblemente esperaría que fuera perfecta, y no le impondría límites. No sabría ser severo y la estropearía.
Ella lo miró con frustración.
—Cuando te aferras a una idea, no hay forma de sacártela de la cabeza, ¿verdad?
Él le pasó la mirada por el cuerpo.
—Eso creo. Y tápate.
Ella entendió lo que quería decir y se metió bajo las sábanas.
—De todas formas, estoy demasiado enfadada como para hacer el amor —dijo Demi.
—Pues hay una diferencia entre nosotros —dijo él, y apagó la luz—. Que duermas bien.
—Igualmente —farfulló ella, y con un gruñido, le dio la espalda.
Aquella noche no iba a conseguir dormir.

viernes, 4 de enero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 17




Joseph condujo todo el día y buena parte de la noche. Demi se ofreció a ponerse al volante, pero él sabía que si ella conducía, él se quedaría dormido. Aun cuando el desfase horario estaba haciendo estragos en su organismo, no quería quedarse dormido mientras ella conducía y dejarla a merced de los peligros que hubiera por el camino.
Demi se inquietó en la cafetería en la que pararon a cenar. Dijo que tenía la sensación de que el secuestrador estaba por allí. No lo había visto, pero le aseguró a Joseph que había desarrollado un sexto sentido para notar su presencia, y Joseph la creyó. Él mantuvo los ojos bien abiertos, pero sabía que sería muy difícil descubrir al tipo. Demi se lo había descrito como alguien de estatura media y pelo castaño, y aquél era el aspecto de un millón de hombres.
Parecía que el mejor plan era seguir conduciendo, así que continuaron el viaje hasta que Joseph temió que sería un peligro en la carretera. Finalmente el agotamiento lo venció.
—Tenemos que parar a dormir —dijo a las dos de la mañana, y tomó la salida hacia un motel que estaba muy cerca de la autopista.
—Claro —dijo ella, con un bostezo—. Estaba empezando a pensar que habías decidido viajar sin paradas desde Nueva York a Colorado.
Él detuvo el coche frente al motel.
—No confiaba en mí mismo tanto como para parar a dormir hasta que estuviera completamente exhausto.
—Ah.
Por la expresión de Demi, él supo que no tenía que explicarle nada más.
—Vamos a pedir sólo una habitación por cuestiones de seguridad, pero no tendrás que temer que te ataque. Estoy demasiado cansado.
—Yo nunca he temido que tú me atacaras.
Él la miró fijamente.
—Pues quizá deberías hacerlo.
A Joseph no le volvía loco la peluca rubia y el pesado maquillaje que ella había elegido como disfraz aquel día, pero por otra parte, era algo distinto. Nunca había hecho el amor con ella disfrazada como si fuera una rubia explosiva, y aquello podría ser divertido. Su vestido, con un estampado de cebra, era demasiado ajustado como para ser elegante, pero estimulaba la imaginación.
—Ven conmigo a la recepción. No quiero que te quedes sola en el coche.
—No te preocupes, yo tampoco quiero quedarme —respondió Demi.
Después de inscribirse en el motel, volvieron al coche y condujeron hasta el módulo en el que estaba su habitación. Él sostuvo la puerta para que ella pasara y cuando la vio entrar vestida como una chica de revista erótica, comenzó a perder la paciencia.
Sería mejor que Demi no le tomara el pelo, pensó, y cerró la puerta con más de fuerza de la necesaria.
—Has dado un portazo. ¿Ocurre algo?
—No, nada. Sólo estoy cansado.
—Bueno —dijo Demi a recorriendo la habitación—. No es el Waldorf, pero es mucho más agradable que la mayoría de los lugares en los que he estado últimamente.
Dejó su abrigo y el bolso sobre una silla y se acercó a la ventana para correr las cortinas. Joseph observó las rayas de cebra del vestido moviéndose al compás de su cuerpo. Demonios, aquella mujer era explosiva. Dejó las mochilas en el suelo y dijo con sequedad:
—Deja de enredar por el cuarto y elige cama. Tenemos que dormir.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
—Estás enfadado.
Joseph dejó su sombrero sobre la cómoda y comenzó a quitarse la cazadora.
—Supongo que no tenías otro disfraz mejor para hoy —dijo con sarcasmo.
—¿Qué quieres decir?
—Anoche, cuando te subiste al taxi, ibas disfrazada de vagabunda. En estas circunstancias, ¿no podías haber elegido otro disfraz?
—¿Qué circunstancias? ¡Ah, «esas» circunstancias!
—Pues sí. Primero, me anuncias que no vamos a hacer más el amor. Y después, te vistes con el vestido más ajustado que he visto en mi vida. ¿No te parece que es un poco injusto?
—Para tu información, yo considero que tu traje es igualmente inapropiado.
— ¿El mío? —sorprendido, Joseph extendió los brazos y se miró los botones de perlas de su camisa negra del oeste—. ¿Qué tiene de malo el mío?
—Esta mañana, cuando dijiste que ibas a salir a comprar algunas cosas, yo no tenía ni idea de que habías pensado comprarte ese traje.
Él se había sentido orgulloso por ser capaz de encontrar algo decente que ponerse en tan poco tiempo. Les había dejado a los refugiados toda su ropa, salvo una cazadora de piel de cordero que le había prestado Travis, y la ropa que llevaba puesta. Después de su salida relámpago para hacer compras, se había sentido contento de haber adquirido un traje que podría llevar cuando comenzara a tratar de nuevo con sus clientes.
—No entiendo qué tiene de malo —repitió.
—El corte de esos pantalones es muy... descarado.
—Son ajustados. ¿Es que acaso es un crimen llevar pantalones ajustados?
—¡Querrás decir que son más ajustados que un guante! Llevo todo el día viéndote con esos pantalones, y ahora lo único que me apetece es... —Demi se interrumpió, sonrojada—. Bueno, no importa lo que me apetezca.
«Oh, sí». Si ella se rendía primero, entonces no podría echarle la culpa, ¿verdad? Joseph comenzó a desabotonarse la camisa.
—Tú eres la que impone las reglas, cariño —dijo suavemente.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 16




—Mmm —él continuó pasándose la cuchilla por la mandíbula, pero su pulso ya no era tan firme como antes—. ¿Estás intentando chantajearme?
—No, en absoluto.
—Es posible que funcionara —dijo él—. Te deseo con todas mis fuerzas.
—Ése no es mi estilo. Lo único que quiero es protegernos a los dos.
—Pues quizá hubiera sido mejor que no me lo hubieras contado envuelta en una toalla. Es gracioso pensar que cuando alguien te dice que no puedes tener una cosa, quieras esa cosa por encima de todo.
Ella también lo deseaba. En aquel mismo instante.
—Creo que es lo mejor, ¿no te parece?
Demi, a los hombres nunca les parece que pasarse sin sexo es lo mejor. Pero si es así como quieres que sean las cosas, así serán.
Ella paseó la mirada por la parte trasera de sus vaqueros. Se le había olvidado lo maravilloso que era el trasero de Joseph. Se humedeció los labios.
—Sí, eso es lo que quiero —dijo.
—Pues entonces, deja de mirarme —ordenó él en voz baja—, y ve a vestirte.
—Muy bien —dijo Demi.
Y, con el corazón acelerado, salió del baño.




Steven estuvo a punto de no darse cuenta de que Demi salía del hotel. Sabía que usaría alguna de sus estúpidas pelucas. En aquella ocasión, era rubia. Le producía un gran entusiasmo saber que la chica se estaba tomando tantas molestias para engañarlo, sobre todo porque sabía que al final, iba a perder. El hecho de estar jugando con ella le hacía excitarse de una forma casi sexual. Cuando la atrapara y consiguiera el dinero de Demi., el desafío habría terminado. Quizá fuera tan rico como para que ya no le importaran más los desafíos, pero no estaba seguro de aquello.
El novio de la chica podría representar algún obstáculo, pero la perspectiva de tener un nuevo jugador en la partida hacía que la sangre corriera por sus venas con renovado ímpetu. El novio era, evidentemente, más listo de lo que Steven había pensado al principio.
Steven había estado esperando a que apareciera un tipo desaliñado con barba. Se había dado cuenta de que un hombre alto y bien afeitado había salido a recoger un coche de alquiler, pero no había establecido la conexión porque tenía un aspecto desenvuelto y suave. El traje y el sombrero que llevaba eran del estilo del oeste, pero su apariencia era mucho más elegante que la de ningún otro vaquero que hubiera visto Steven. Incluso su pelo, un poco largo, resultaba moderno. Él no se había dado cuenta de que era el novio de Demi hasta que ella había salido tras él y había subido apresuradamente al coche.
Durante los seis meses anteriores, Steven se había convertido en un excelente ladrón de coches. Su intuición le permitía adivinar qué coche no tenía cerrada la puerta del pasajero. En aquel momento, encontró uno. Ninguno de los viandantes que caminaba por la abarrotada calle se dio cuenta de que entraba en un coche gris y con calma, ponía el cañón de una pistola de juguete en las costillas del conductor.
Cuando le hubo explicado al hombre que lo único que quería era que siguiera al coche blanco de alquiler, el tipo, tembloroso y jadeante, obedeció, tal y como había hecho todo el mundo hasta aquel momento. En cuanto estuvieron en carretera, él soltó el discurso habitual, que estaba llevando a cabo una operación secreta, y le enseñó al conductor el arma de juguete. Su identificación de prensa alterada parecía lo suficientemente oficial como para que la mayoría de la gente lo creyera. En ninguno de sus robos de coches había tenido que sacarse el revólver verdadero de la bota.
Siempre conseguía que los conductores se sintieran cómplices de algo importante, de un alto secreto relacionado con la seguridad nacional. Cuando Demi y su novio se detuvieron en una gasolinera, él dejó que el conductor volviera a su casa y localizó otro chófer. El método funcionó perfectamente, como lo había hecho durante seis meses. Hasta el momento, nadie había resultado herido, y él estaba orgulloso de ello.