sábado, 18 de mayo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 34





–¡Pues claro! ¿Es que crees que soy idiota? Sé que vamos a tener muchas complicaciones, pero al menos hemos solucionado la primera. Yo ya había pensado que igual no era buena idea compartir piso con Ellie, teniendo al bebé. Además, está en una zona llena de gente. 

Tendría que llevar el carrito sorteando a la multitud, haciendo malabarismos con el tráfico…
 –Te ayudaré a mudarte antes de la semana que viene. No tendrás que mover ni un dedo.

 Escuchar sus palabras era una delicia para sus oídos. Demi no quería ser una carga para un hombre que no la amara, pero no podía evitar la tentación de cerrar los ojos y apoyarse en su fortaleza.

Joseph se puso en pie, se acercó a la nevera y la informó de que se había tomado la libertad de hacer que les prepararan la cena.

 –Siéntate –ordenó él cuando ella empezó a levantarse–. Yo me ocupo.
 –Me siento como en una montaña rusa de la que no tengo los mandos –protestó ella, aunque de buen humor.

 Joseph le lanzó una sonrisa provocativa.
 –Pues acostúmbrate.
 –Pero no quiero que te creas obligado a cuidar de mí –insistió ella–. No es necesario. Bastante me has ayudado al permitirme mudarme a esta casa.

 –No me has escuchado. Pretendo ayudarte en todo. No tengo intención de dejarte jugar a ser independiente y hacerlo todo sola mientras esperas a tu príncipe azul –señaló él. Solo de pensarlo, se ponía tenso.

 Tras calentar la comida en el microondas, Joseph la llevó a la mesa y colocó dos platos y los cubiertos.
 –Tenemos que superar esta… fase –dijo él con los dientes apretados.

 Joseph había tenido tiempo de pensar en el cambio de actitud de Demi y había llegado a una conclusión. Aunque su relación siempre había sido de sincera amistad y se habían convertido en algo más al convertirse en amantes, el embarazo había dejado al descubierto sus carencias. Sin duda, Demi ya no podía sentirse relajada con él porque se sentía atrapada en una situación que no podía cambiar y con un hombre con quien no había pensado estar a largo plazo. No había elegido por sí misma estar embarazada.

 Sin embargo, eso no significaba que él fuera a quedarse a un lado para dejar que ella buscara a su hombre ideal. De ninguna manera.

 Y ese punto lo llevaba a la parte más delicada de las negociaciones.
 Sumido en sus pensamientos, Joseph se esforzó en terminarse su plato, medio escuchando cómo Demi le aseguraba que estaba contenta porque estuvieran comportándose como adultos. Él levantó la mano para interrumpirla.

 –¿Por qué no vamos a relajarnos al salón?
 –Me siento rara, como si estuviera ocupando la casa de otras personas.
 –Deja que te lo aclare –se ofreció él, poniéndose en pie–. La casa quedó vacía hace diez meses. La acabo de reamueblar.
 –¿De veras? ¿Por qué? ¿Ibas a alquilarla de nuevo?
 –No importa –contestó él, sonrojándose.
 –Entonces… ¿por qué son nuevos todos los muebles? –quiso saber ella, maravillada porque todo parecía elegido según sus gustos.

 –Hice que mi gente la equipara bien –afirmó él, omitiendo el hecho de que les había dado instrucciones precisas sobre cómo hacerlo.

 –No podían haberla decorado mejor –se admiró ella, posando los ojos en el cómodo sofá. Todo estaba cuidado hasta el máximo detalle, desde las cortinas color granate a la alfombra persa que cubría el suelo de madera barnizada.

 Demi se sentó con las piernas debajo de ella.
 –Bueno… –comenzó a decir él, tras sentarse a su lado.
 –¿Qué? –preguntó ella, nerviosa por tenerlo tan cerca, pues había planeado mantener las distancias.

 –Quiero que me expliques por qué las cosas han cambiado entre nosotros de la noche a la mañana.

–¿No es obvio? –replicó ella y parpadeó, tratando de calmarse. Sí, era cierto que las cosas habían cambiado. Hacía dos días, se hubiera echado a sus brazos y habrían hecho el amor. No obstante, ella no podía seguir comportándose de la misma manera…
 –No –negó él, sin dejar de mirarla.

Demi se quedó sin saber qué responder. De pronto, se sintió excitada por su cercanía.
 –Pues debería serlo…

 –¿Por qué razón? –insistió él y se pasó las manos por el pelo en un gesto de frustración–. ¿Es que el embarazo te ha afectado a las hormonas? ¿Te ha quitado las ganas de tener sexo? ¿O es que ya no te atraigo porque estás embarazada de mi hijo?
 –¡No! –exclamó ella, sin pensárselo–. Quiero decir…

 –Quieres decir que todavía te atraigo –murmuró él con satisfacción.
 –¡No se trata de eso!
 –¿Y de qué se trata?
 –Se trata de que hay más cosas en juego que la atracción que sentimos y la relación sin ataduras que manteníamos, solo para divertirnos.

 –Dices eso de solo para divertirnos como si fuera un crimen.
 –Deja de confundirme –gritó ella, poniéndose en pie. Se quedó delante de él, mirándolo, presa de un mar de emociones contradictorias.

 Entonces, sin previo aviso, Joseph alargó la mano y la posó en el vientre de ella. Demi se quedó petrificada.

 –Quiero sentirlo –susurró él. Nunca había pensado en tener hijos, pero en ese momento, tenía la necesidad de sentir una prueba de su existencia, de tocar el vientre más abultado de Jennifer–. ¿Cuándo puede notarse si se mueve?
 – Joseph, por favor…

 –Yo he tomado parte en su creación. ¿No irás a negarme la posibilidad de sentirlo? –preguntó él, le deslizó las manos debajo del vestido y le palpó el vientre. ¿Cómo había podido no darse cuenta antes? Tenía el abdomen bastante más pronunciado que cuando habían empezado a ser amantes.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 33





 –Estamos en una de las zonas más verdes de Londres.
 –No sabía que las hubiera. Al menos, no como esta…
 Demi no podía apartar los ojos de la casa que tenía delante. El pequeño jardín estaba rebosante de flores de colores. Un camino llevaba a la puerta principal de la casita, que era pequeña, pero exquisita.

 Parecía el dibujo infantil de una casa, con enormes ventanas en el piso de abajo, una chimenea en el tejado, paredes de piedra con hiedra. A un lado, tenía un garaje y, al otro, un gran árbol y un camino que llevaba a la parte trasera.

 –¿Quién vive aquí? –preguntó ella con desconfianza–. Si me hubieras dicho que íbamos a visitar a amigos tuyos, me habría puesto algo distinto –comentó y le molestó darse cuenta de que estaba dispuesta a cambiar su vestuario por atuendos más amplios y menos ajustados, a pesar de que había asegurado lo contrario.

 –Es una de mis propiedades –explicó él, mientras abría la puerta principal y se hacía a un lado para dejarla pasar.
 –¡No me lo habías mencionado!

 –No lo había creído necesario.
 –Es preciosa, Joseph.
 Las paredes color crema parecían recién pintadas y una escalera de madera barnizada conducía al piso de arriba.
 Demi dio unos pasos con timidez y, poco a poco, comenzó a explorar la casa. Era mucho más grande por dentro de lo que parecía por fuera.

 Abajo, había varias habitaciones alrededor del pasillo central. Había un salón pequeño, pero acogedor, un comedor, un despacho con estanterías y armario, una sala para ver la televisión y, por supuesto, la cocina, que tenía una gran mesa en el centro. Unas puertas correderas daban al jardín, perfectamente dispuesto. Tenía árboles frutales y un banco desde el que se podía contemplar la casa, rodeada de arbustos y flores.

 –Cielos –dijo ella con ojos brillantes–. No puedo creer que vivas en tu piso teniendo la opción de vivir aquí.

 –¿Por qué no subes a ver el piso de arriba? –propuso él, sin contestar–. Creo que te gustará la cama con dosel que hay en el dormitorio principal. Se ha decorado con la mejor calidad, manteniendo su estilo original.

 –Hablas como si fueras agente inmobiliario –bromeó ella, sintiéndose de mejor humor.
 Joseph se percató de su cambio de estado de ánimo. Al parecer, la casa había logrado lo que él no había podido conseguir, pensó. Y, antes de que ella pudiera volver a ponerse a discutir, la condujo al piso de arriba para que admirara los dormitorios y los baños y el cuarto vestidor, junto a la habitación principal.

 –Bueno, ¿qué te parece? –preguntó él cuando hubieron regresado a la cocina, que había ordenado amueblar con piezas de madera porque Demi le había expresado en una ocasión que no le gustaban los muebles de cristal y metal.

 –Ya sabes lo que me parece, James. Supongo que se me ve en la cara.
 –Bien. Porque es uno de los detalles de los que quería hablarte. No creo que sea adecuado para el bebé vivir en un piso compartido. Esta casa, por otra parte… –comentó, señalando a su alrededor.

 Joseph percibió la indecisión en el rostro de ella. Tuvo que contener su deseo de decirle que no tenía elección. Sin embargo, sabía que no serviría de nada presionarla.

 –Creo que los niños viven mejor en una casa a las afueras que en el centro de Londres –continuó él, sin dejarla hablar–. ¿Recuerdas lo divertido que fue para ti crecer en el campo? Claro que esto no es como el campo, pero tiene un jardín, bastante grande para estar en Londres, y todas las tiendas que necesitas están a poca distancia.

 –¿Pero no tienes planes para esta casa? ¿No la tenías alquilada? Espero que no hayas echado a tus inquilinos, Joseph.

 –Desde luego, tu opinión de mí me halaga –repuso él con sarcasmo. Al mismo tiempo, intuyó que había ganado parte de la batalla–. No he echado a nadie. Te gusta el sitio y yo creo que sería ideal. Está bien comunicado con el centro. En cuanto a tu trabajo…
 –Mi trabajo… no había pensado…

 –No sería buena idea.
 –¿Es que quieres decirme que ya no tengo trabajo? –protestó ella, echando chispas.
 –Nada de eso. Pero piénsalo. Estás embarazada. No vas a poder mantenerlo en secreto y, antes o después, se sabrá que soy el padre. Puede que no sea una situación muy cómoda para ti…

 –Y si lo dejo, ¿de qué voy a vivir?
 –Detalle práctico número dos. El dinero. Claro, si no quieres mantener tu puesto, yo no voy a impedírtelo. No me preocupan los cotilleos a mis espaldas y, si tú quieres quedarte en la empresa, tendrás todo mi apoyo –señaló él y guardó unos segundos de silencio para que ella sopesara sus opciones–. De todas maneras, tanto si sigues trabajando como si no, debes saber que a ningún hijo mío va a faltarle de nada y me da igual que tu orgullo te impida aceptar mi dinero. Sobre ese punto, no hay discusión.

 –No tengo objeciones a que mantengas a nuestro hijo, Joseph –murmuró Demi, mientras le daba vueltas a la posibilidad de que sus compañeros de trabajo cuchichearan a sus espaldas. A ella le encantaba su empleo, pero no sabía si iba a ser capaz de aguantar que todos cotillearan, echándole en cara que había estado acostándose con el jefe y se había quedado embarazada. Eso podía ser un infierno.

 –Y tú estás incluida en el paquete, Demi –aseguró él con suavidad–. Tengo la intención de ocuparme de tu cuenta bancaria, para que siempre tengas libertad para hacer lo que quieras. Puedes seguir trabajando en la editorial. O buscar otro empleo. O dejar de trabajar. Las tres cosas me parecen bien. Depende de ti. Entonces, doy por hecho que vas a mudarte aquí…

 –Bueno, puede que sea buena idea salir del centro de Londres –respondió Demi, sin querer demostrar su alivio por poder dejar el piso. Ellie era joven y no tenía pareja estable. Le gustaba poner la música alta y quedar con amigos en su casa. Ella se había preguntado cómo iba a vivir con un bebé en ese ambiente.
 –¿Y respecto al trabajo?
 –Tendré que pensarlo.

 –Espero que no mucho. Si decidieras dejarlo, tendría que buscar un sustituto –murmuró él–. En cuanto al tema de nuestros padres…

 –Ya te lo he dicho. Voy a darle la noticia a mi padre el fin de semana.
 –Me gustaría que mi madre también estuviera presente.
 –Claro. Claro –admitió ella. No había pensado mucho en ese mal trago. Pero era lógico que Daisy estuviera también.

 –¿Cómo crees que se tomarán la noticia?
 –¿Por qué quieres hablar de esto? –preguntó ella con desesperación–. No puedo pensar en tantas cosas a la vez.
 –Pero hay que enfrentarse a los problemas.
 –Lo sé.
 –¿Ah, sí?

jueves, 9 de mayo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 32





Estaba recién salido del trabajo, todavía con traje, aunque sin chaqueta, con las mangas remangadas, la corbata aflojada y dos botones de la camisa desabrochados.

 –Oh –dijo Demi y se quedó paralizada–. ¿Acabas de llegar de trabajar? Deberías haberme llamado para que viniera un poco más tarde. No me habría importado.

 Una vez más, ella experimentó su poderoso influjo, sintiéndose atraída hacia él como por un imán.
 Joseph frunció el ceño. El comentario formal de Demi le recordaba que su situación había cambiado.

 Con las manos en los bolsillos, se tomó su tiempo para mirarla. Se había puesto un vestido de punto por las rodillas en tonos verdes y… podía percibirse su embarazo. ¿O sería su imaginación? Sus curvas eran más pronunciadas, sus pechos más grandes…

 Al instante, Joseph uvo una erección y, dado lo inapropiado del momento, trató de ignorarla, acercándose hacia Demi con la mirada enfocada en su rostro.
 –No te preocupes. Los planes han cambiado. No vamos a mi casa.
 –¿Adónde vamos?

 –¿Tenías que ponerte ese vestido tan ajustado? Ahora que estás embarazada… –comentó él. Estaba demasiado sexy. No le extrañaría que más de uno se diera contra un poste al girarse para admirar su cuerpo sensual–. ¡Se te salen los pechos por el escote!

 –Sí, he engordado un poco –admitió ella y se sonrojó, pensando que, tal vez, a él no le gustaba el cambio. Pero, si esperaba que se ocultara en ropa amplia con solo unos meses de embarazo, ¿qué querría que hiciera cuando se pusiera como un globo?–. 

No necesito ponerme ropa de premamá todavía. Algunas mujeres, no se la ponen nunca. ¿Es que no sabes lo poco atractiva que es esa ropa?

 –Tú tendrás que usarla –informó él, recordando con desagrado la foto de una modelo embarazada que había visto en la portada de una revista, una actriz cuya ropa no había hecho nada para disimular su enorme vientre.

 –¡Tú no eres quién para decirme qué me puedo poner o no!
 –Acabo de hacerlo. Mañana, iremos de compras. Te compraré atuendos menos ajustados.
 –¿Es ese uno de los detalles de los que querías hablar? –preguntó ella, irritada, y se sentó dentro del coche cuando el chófer le abrió la puerta–. ¡Si es así, dalo por zanjado y táchalo de la lista!

 Joseph apretó los dientes, frustrado. La reunión no estaba empezando nada bien.
 En el silencio que siguió, Demi estuvo a punto de disculparse por haberse puesto así, pero decidió no hacerlo.

 –¿Adónde vamos? –repitió ella, tras unos minutos.
 –Quiero enseñarte algo.
 –¿Ah, sí? Creí que íbamos a hablar de… cómo vamos a enfrentarnos a la situación.
 –Lo que voy a enseñarte forma parte de eso. ¿Fue todo bien cuando volviste a casa anoche?
 –¿Qué quieres decir?

 –En el restaurante, parecías a punto de desmayarte.
 –Ah, sí. Eso era por los nervios –afirmó ella y apoyó la cabeza en la ventanilla–. Sé que crees que no soy nada razonable, Joseph

 –Tenemos que dejar de dar vueltas sobre lo mismo, Demi. Es más productivo que nos centremos y seamos positivos, ¿no te parece? –indicó él–. Por cierto, ¿cuándo piensas darle la noticia a John? Me gustaría estar presente.
 –No veo por qué.
 –¿Todo lo que voy a sugerirte va a terminar en discusión?
 –Lo siento. No es mi intención.

 –Bien. Al menos, estamos de acuerdo en una cosa. ¡Por algo se empieza!
 –No tienes por qué ponerte sarcástico, Joseph

Estoy haciéndolo lo mejor que puedo –aseguró ella y apartó la vista. Sin embargo, tuvo que reconocer para sus adentros que no era verdad. Hasta el momento, él no había hecho más que intentar arreglar las cosas y ella solo se las ponía más difíciles. ¿Acaso podía culparlo porque él no le dijera las palabras que ansiaba escuchar?

 Por lo menos, Joseph no la había culpado de nada. Aunque, quizá, la culpara dentro de su cabeza. Le había ofrecido hacer lo correcto y lo más probable es que estuviera molesto porque ella hubiera rechazado casarse con él. 

No tenía ninguna intención de dejarla en la estacada. Sin embargo, estaba segura de que, en el fondo, él quería salir corriendo y esconderse en la otra punta del planeta. Ser padre era un lastre para un hombre que no quería compromisos.

Joseph quería hacer lo mejor para el bebé, su bebé. Y Demi solo podía pensar en que no la amaba, en que no quería ser una carga para él, en que terminaría odiándola. Él pensaba en el bebé. Ella pensaba solo en sí misma.

 Presa de un repentino ataque de culpabilidad, Demi miró por la ventanilla. Habían salido del centro de la ciudad, hacia el noroeste y estaban entrando en un barrio con cada vez más zonas verdes.

 Todavía no tenía ni idea de adónde iban y le sorprendió ver que se adentraban entre pequeñas calles, hasta parar delante de una casa que parecía sacada de un cuento.
 –¿Dónde estamos? –preguntó ella, confundida.
Joseph esbozó una ligera sonrisa.

 Hacía treinta y seis horas, la casa habría sido una emocionante sorpresa para ella, pensó él. En el presente, se había convertido en su único as en la manga.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 31




Amedrentada por lo directo de su pregunta, Demi asintió.
 –Y ahora que hay un bebé en la ecuación, ¿por qué ibas a dejar de serlo?
 –Porque no se trata de tener mucho sexo, hasta que la chispa desaparezca y nos digamos adiós –contestó ella con impotencia.

 –El sexo es el comienzo.
 –Para ti es lo único importante, Joseph –señaló ella y se estremeció al recordar las cientos de veces que habían hecho el amor. Nunca las olvidaría.
 –El taxista se va a cansar de esperar.

 –¿Por qué? Cada segundo que pasa es más dinero para él. Tenemos que seguir hablando. Ahora que lo dices, voy a deshacerme de él. Entraré contigo en casa. Las luces están todas apagadas, lo que significa que tu compañera de piso no debe de estar. Podemos hablarlo en privado…

 Lo que él quería era que hicieran el amor, adivinó Demi. Era el idioma que James mejor hablaba y ella sabía que no podía resistirse.

 –Ambos tenemos que pensar en esto –señaló ella y posó una mano en su pecho para impedir que la siguiera–. Mañana pensaremos en los detalles. Y, por cierto, nunca le diría a mi padre que no has reaccionado de la forma más honorable, Joseph.

 Él asintió, sin saber qué decir. ¿Acaso a ella no le parecía que un hijo era razón suficiente para casarse? Además, tampoco se llevaban mal. En la cama, se entendían muy bien.

Joseph se sentía frustrado por no poder convencerla. Se preguntó si debería hacerse a la idea y abandonar su propósito de casarse. Desde el principio, ella le había dejado muy claro que no quería comprometerse. 

Tal vez, había sido un arrogante al pensar que se sometería a sus deseos. Sin embargo, ¿cómo era posible que no se diera cuenta de que casarse era la solución más práctica? ¿Y qué pasaba con ellos? ¿Iban a disolver su relación porque, al estar embarazada, ella había confirmado que no lo quería como pareja a largo plazo?
 Joseph se sintió hundido, furioso e impotente.

 En cualquier caso, no iba a ganar nada con seguir presionándola. Estaba claro que ella no le iba a dejar entrar en su casa y parecía destrozada. Él sabía que lo mejor que podía hacer era irse y dejarla descansar. Sin embargo, titubeó, porque no soportaba separarse de ella.

 Volvió a pensar en la casita perfecta que había preparado para Jennifer, modernizada, con su propio jardín, a un tiro de piedra de varias pequeñas tiendas, como a ella le gustaba. Había planeado ofrecérsela con indiferencia, como si hubiera sido algo sin importancia. 

Se la habría alquilado a un precio muy bajo y le habría dicho que, si la rechazaba a causa de su orgullo, la vendería. Sabía que, ante esa posibilidad, ella no habría podido resistirse.
 Bueno, la casa seguía ahí, pero tendría que guardarse esa carta para otra mano.

 El angustioso sentimiento de impotencia que se había apoderado antes de él comenzó a disiparse. Joseph era un hombre que pensaba rápido y tomaba decisiones a la velocidad de la luz. Era un hombre que encontraba soluciones. La que había propuesto había sido rechazada pero, por suerte, tenía otra bajo la manga.

 –Tienes razón –dijo él–. Aunque no me gusta dejarte así. Pareces a punto de derrumbarte.
 –Ha sido un día muy largo –señaló ella y, por un instante, estuvo a punto de invitarlo a pasar para poder dormir acurrucada entre sus brazos. Quería que él la abrazara, que la hiciera sentir a salvo.

 –Entonces, hasta mañana –murmuró él y dio un paso atrás, a pesar de que se moría de ganas de abrazarla–. Si quieres que quedemos en territorio neutral, lo haremos. Pero, si aceptas venir a mi casa, haré que nos preparen algo de comer. Podemos hablar de lo que vamos a hacer…

SÍ, TENÍAN que hablar de lo que iban a hacer. Discutir los detalles… Claro, se dijo Demi. Pero, lo que quería preguntarle en realidad, era si no estaba emocionado, aunque solo fuera un poco.

 Después de que ella se había recuperado de la conmoción de saber que estaba embarazada, le había entusiasmado la idea de tener un bebé. El bebé de Joseph. Le había dado vueltas al aspecto que tendría, a si sería niño o niña, a si lo llevaría a un colegio mixto o no, qué carrera elegiría, a cómo serían sus amigos o a qué edad se casaría.
 Estaba emocionada.

 Sin embargo, no creía que Joseph pudiera reaccionar de la misma manera. Lo mejor que podía esperar era, tal vez, aceptación o, incluso, resignación.
 Un matrimonio por resignación nunca podía funcionar.

 Sin embargo, Demi no pudo evitar imaginar cómo sería estar casada con él. Era curioso lo cerca que había estado de hacer realidad todas sus fantasías con él, aunque de una forma con la que no había contado.

 Se preguntó si, durante la noche, al darle más vueltas al asunto, Joseph se habría puesto furioso. ¿Habría perdido el sueño pensando que, por culpa de la estupidez de ella, todos sus planes de vida se habían hecho pedazos? Al no estar en un comedor lleno de testigos involuntarios, ¿sacaría él toda su rabia y le demostraría lo decepcionado que estaba por la situación?

 En cualquier caso, iban a tener que llegar a un acuerdo respecto a cómo afrontar el tema. Demi no podía ocultárselo a su padre durante mucho más tiempo. De hecho, cuando lo visitara el fin de semana siguiente pensaba hacerle partícipe de la noticia.

 Con la proximidad del verano, los días eran cada vez más largos. Todavía había luz cuando llegó a casa de Joseph, poco después de las seis. No tuvo tiempo de prepararse para su encuentro, pues él la estaba esperando en el vestíbulo de mármol cuando llegó.