Evento parte 1.
Se suponía que el baño de asiento
con burbujas la relajaría, pero no había surtido efecto. Probó tomando una de
esas siestas que compiten con la hibernación de los osos, pero al despertar se
sentía igual de vacía.
En un acto desesperado por no sucumbir a los reclamos de
su cerebro, rebusco en el mini refrigerador de su habitación algo de alcohol.
Las muestras de licores finos, no eran suficiente para ponerla ebria. No lo
comprendía realmente ¿Por qué dejaban botellas tan pequeñas? Eso no pondría
ebrio ni a un Liliputiense.
Molesta con la administración de
ese condenado hotel y con la asociación de escritores, se embutió en sus botas
de montañés y se calzo una de sus chaquetas con capucha.
Al subir en el
elevador, se observó en el espejo del interior y de la impresión tuvo que
contener el chillido en la garganta. No se había molestado en alisarse el
cabello y como pocas veces, lo llevaba al natural.
O sea una maraña de risos
chocolate, que si se lo observaba de distintos ángulos conseguía emular la
silueta de animales salvajes. Demi conocía a centenares de mujeres que sabían lucir sus
rizos, pero ella no era una de esas.
Nunca había tenido la habilidad de
mostrarlos y presumirlos. No es como si hubiese mucho que presumir de todas
formas. Se encogió de hombros y se tiró la capucha encima de su puercoespín
muerto para no asustar a la gente, no estaba de humor para traumar niños. Solo
iba al bar de la planta baja a pedir alcohol, no a encontrarse un magnate
griego que la secuestrara para casarse. Eso era algo que nunca había entendido
¿Por qué griego?
Hasta la fecha, no había conocido
a ningún griego que fuese capaz de causarle un orgasmo con la mirada. Y ella no
exageraba, las novelas casi eróticas de los griegos, siempre los ponían en un
maldito pedestal. Los griegos que ella conocía eran vagos, flojos, dormilones y
bastante cabrones.
¿Dónde estaban los de las novelas románticas? ¿Acaso estaba
buscando en el lado incorrecto de Grecia? Era de no creerse que las mujeres
fantasearan con griegos, Joseph
era un maldito inglés y estaba más bueno que comer con las manos. Pero no, no
iba a pensar en Joseph. Eso era
mal karma. Necesitaba alcohol, nunca en su vida llego a pensar cuanto
necesitaría distraer su mente. Pero esa noche lo requería, era casi una exigencia
fisiológica.
………………………………………………………………………………………..
Jerry, el hombre de la barra,
tenía alrededor de sesenta años, las manos temblorosas y una paciencia que
rayaba en lo absurdo. Demi llevaba los últimos quince
minutos viéndolo limpiar una copa, escuchándolo hablar sobre sus nietos y aguardando por
ese milagroso Manhattan del que tanto había presumido.
Pero ni la bebida
inexistente, ni el parloteo hacían nada por mejorar su situación mental. Aunque
Jerry pareciera amable y ella en cualquier otra ocasión hubiese disfrutado de
su conversación, ésa noche no se sentía capaz de fingir.
—Y debería verlo correr, si hasta
hace unos días no se separaba de los brazos de su madre…ahora parece todo un
rebelde—Ella asintió ausente, al parecer uno de sus veinticinco nietos había
aprendido a caminar.
—Sabes, puedes darme un
tequila—El hombre mayor la miró, como si por primera vez cayera en cuenta de
que debía atenderla.
— ¿No va a querer el
Manhattan?—Tal vez lo tendría más rápido, si se hacía una escapada hasta esa
ciudad.
—Con el tequila estoy
bien—respondió dócilmente, a sabiendas que Jerry no tenía la culpa de su mal
humor. Tan solo esperaba que pedir una bebida Mexicana, no le acarreara una
espera más larga.
—Tequila entonces—Aceptó de muy
buen grado, dándole la espalda para dirigirse a sus botellas.
Demi tamborileó los dedos en la barra
de madera lustrosa y con un suave movimiento de su cabeza, inspecciono a los
pocos comensales que decoraban el bar.
A esas horas la mayoría estaba en sus
habitaciones, aunque aún prevalecía el hombre con el periódico del día, abierto
sobre sus manos. La pareja que nunca parece poder separarse más de diez
centímetros el uno del otro; y la mujer de la esquina oscura esa que a más de
un escritor, provoca investigar con el estigma de que en su memoria guarda una
gran historia.
El diminuto vaso de tequila
golpeo su mano y ella se volvió exaltada hacia Jerry, él le obsequio una
sonrisa antes de dejarla a solas con su bebida. Era tan pequeño ese vaso que
provocaba carcajear por lo absurdo de su poder, ella sabía que con dos de esos
quedaría de cama.
Y era exactamente lo que quería, olvidar, distraerse, no
pensar, no planear, no especular, no nada. Solo quería que ese día, esa mañana
nunca hubiese ocurrido. Pero como eso solo pasaba en las novelas, ella debía
recurrir a cosas un poco menos eficaces.
Alzo el vasito en el aire y le
dedico un brindis a la chica del espejo que la enfrentaba, esa que parecía una
criminal convicta con su capucha y su cabello queriendo escapar por las esquinas.
—Mala idea—Su vaso se alejó al
momento en que sus labios, rozaban la superficie cristalina.
Una oleada de indignación, corrió
por su torrente sanguíneo hasta agolparse con furia en su corazón. La
respiración se le enturbio tan solo de sentir su tacto, posándose sobre la mano
que aferraba el vaso. Se apartó, como si el tequila estuviese maldito. Y lo
estaba.
— ¿Qué quieres? —Lo increpó
poniéndose de espaldas e intentando una vez más entrarle un buen trago a su
bebida.
—Deja eso—Él volvió a detenerla a
medio camino.
—Tú déjame en paz—Y tras luchar a
los jalones por el pequeño vaso, el contenido termino vertiéndose en cada parte
de la barra, menos en su boca. Demi casi llora por el camarada
caído—Mira lo que has hecho.
—Solo evitándote el ridículo, no
sabes manejar el alcohol— Joseph
la tironeó de un brazo hasta lograr sacarla de su taburete.
— ¡Oye! No me toques.
—Necesito hablar contigo.
— ¿Si? Pues yo necesito un
tequila, las desilusiones abundan—Él la miró con un amago de sonrisa y ella se
limitó a bufar como un animal encabritado—Suéltame Rhone, no tengo ganas de
verte.
— ¿Y crees que me importa lo que
tengas o no ganas de hacer?
Demi frunció el ceño antes de
fulminarlo con la mirada ¿Acaso tenía el letrero de jódeme pintado en la
frente? Sacudió el brazo por el cual aún la sostenía y con toda la clase que
fue capaz de emular, se alejó de él airosamente.
—Cárgalo a mi habitación—Oyó que Joseph murmuraba por detrás, Demi estuvo a punto de detenerse para
gritarle que no necesitaba una mierda de él. Pero lo pensó mejor y continuó su
camino, sin inmutarse. Si podía sacarle dinero, lo haría ¿Qué más daba? Él se
lo debía de alguna forma.
Y no, no estaba resentida por el
acercamiento fallido en la carretera. Estaba molesta por la manera que tuvo él
de afrontar las cosas, podía e incluso soportaba que Joseph no la encontrara atractiva. Pero ¿tenía que ser tan hijo de
puta? No se conformó con denigrarla, sino que también admitió que solo su
cuerpo reaccionaba a su cercanía. Había expuesto la problemática, como si se
tratara de una enfermedad que solo se podía curar si se la tiraba.
No, ella no
estaba resentida. Pero ¿Quién no se molestaría si alguien la trata como un
objeto? Como un método para calmar una irracional necesidad. «No me agradas,
pero mi cuerpo reacciona solo» Era como si un asesino le dijera; no quería
matarte, pero el arma se me dispara a voluntad. En cierto punto, hasta casi causaba
risa.
Bueno quizás no en ese instante,
pero ella estaba casi segura que Fiona moriría de risa al oír aquello.
— ¿Quieres escucharme un segundo?
Ella seguía caminando por el
lobby sin un destino aparente, tan solo quería dejarlo rezagado o de lo contario
le gritaría algunas verdades y por extraño que sonora, no quería rebajarse al
papel de chica lastimada. ¿Por qué? ¿Es que acaso Joseph siquiera merecía su enfado? Ella no merecía su cortejo,
entonces lo justo era que él no esperara nada a cambio.
Ni resentimiento, ni
indignación o molestia. Solo indiferencia, la misma que Joseph le mostraba con sus desdeñosas maneras. Pero a pesar de que
se había convencido de eso, su mente obraba sin su consentimiento. Y por un
mísero segundo, creyó comprender lo que él le decía. Pero lo desecho
rápidamente, no quería comprenderlo quería ignorarlo.
—Lárgate.
Joseph masculló algo que Demi prefirió pasar por alto y cuando
finalmente logro divisar las puertas de entrada, corrió hacia ellas como si del
otro lado la esperaran todas sus mascotas de la infancia. Sí, había tenido
varias mascotas antes de los hermanitos, esos eran los métodos con los que su
madre le mostraba afecto.
Salió al exterior y el aire
húmedo de Bristol la abrazó por unos segundos, robándole el aliento y los
pensamientos. Una pena que la sensación fuese tan efímera.
Demi tomo asiento en un escalón, dejando que su cabeza descansara
sobre las palmas de sus manos. Él se quedó de pie a su lado, observándola.
Parecía un niño pidiendo limosnas con esa chaqueta negra y los pantalones de
chándal de su pijama. Se quedaron en silencio por largo rato, Joseph no se hacía una idea de lo que
ella pudiese estar pensando y a decir verdad no quería saberlo.
En algún
momento un hombre pasó a su lado y ella lo detuvo para pedirle algo, él no
logro oír el rápido intercambio pero cuando el extraño se metió en el hotel,
ella tenía un cigarrillo en la mano.
—Pensé que no fumabas.
—Adquirí el mal hábito de
escucharte—hizo una pausa dando una calada—Si puedo manejar eso, te aseguro que
puedo manejar esto— Joseph presionó
la mandíbula para guardarse una réplica mordaz. Tenía la intención de explicar
el pequeño incidente de la mañana y sabía que peleando no conseguiría nada.
— Demi …tenemos un trabajo que nos liga, en el evento de mañana habrá
escritores y editores que esperan vernos juntos—No la miraba, pero sabía que
ella tenía los ojos fijos en su perfil—Aunque estés molesta conmigo, deberás
superarlo para mañana en la noche.
Ella soltó un silbido entre
dientes que claramente denotaba su ira, él continuó hablando antes de que
decidiera ignorarlo nuevamente.
—No tiene que gustarte, no tiene
que hacerte feliz. Pero bien sabes que no todo es como nosotros queremos…— Demi no dijo nada y él no se atrevió a enfrentar su
escrutinio—Estamos juntos en esto, lo quieras o no. Mañana te pasare a buscar
por tu habitación a las ocho y espero que estés lista para montar nuestro
número.
—Eres un imbécil—No iba a negar
aquello, no podría aunque así lo quisiera.
Metió las manos en los bolsillos
de su sudadera y volvió la mirada al piso, a la pequeña mujer que le hablaba
desde las escaleras.
—Ya te dije que no me importa si
te agrado o no, tenemos que…
— ¡No tenemos nada!—exclamó
poniéndose de pie repentinamente. Joseph
le sacaba varios centímetros de altura, pero a pesar de ello Demi casi lucia imponente—No puedo…
— Demi, tienes un contrato…tenemos un contrato.
—No me importa, no quiero
trabajar contigo. ¡No puedo! —Ella lo miro con la desilusión trasluciendo en
sus ojos. Y él tuvo que admitir para sus adentros que estaba haciendo todo mal.
Pero ninguna palabra salía de sus labios para redimirlo, era como si algo lo
detuviera, lo censurara. Demi sacudió la cabeza y se dio la
vuelta para entrar en el hotel.
—Olvídalo todo, olvida lo que
dije y lo que hice—Ella se detuvo pero sin volverse—Eso…eso ya no importa. Empecemos
de nuevo, solo…—Caminó hasta posarse a su lado—Olvidemos esta mañana…
— ¿El beso? ¿O lo idiota que
fuiste después? — Joseph suspiro
pesadamente, pero de alguna forma sabía que debía tomar ese camino.