Le dirigí una sonrisa tranquilizadora.
— No, me siento muy bien.
En realidad, estaba pensando en Joseph. Lo hacía a menudo en esos pocos días
transcurridos desde nuestro beso.
En ese preciso instante recordaba como lo
veía el día anterior, cuando habíamos estudiado juntos en la sala de su casa.
Nos hallábamos sentados cada uno en un extremo del sofá, y nuestros pies,
descalzos pero con medias, se tocaban.
El Pelo de Joseph estaba tan revuelto como siempre. Incluso
cuando leía, tenía la cara más animada que yo conocía. Sus cejas se juntaban,
sus ojos recorrían las páginas con rapidez, su boca se movía con intima
diversión…
— ¡Demi! — me llamó al orden el señor Bob.
Un auto acababa de estacionar junto al sistema de
intercomunicación.
— lo siento —balbuceé. Apreté el botón del intercomunicador ―BienvenidosalaCafeteriadelaCampanaSirva-sehacersupedido.‖ Ustedes también lo dirían así si lo tuvieran que repetir tan a
menudo como yo.
— QuisieraunaCocaporfavor — dijo una voz.
Oh, estupendo, un sabelotodo. Puse los ojos en blanco. ¿Cuándo
se va a dar cuenta la gente se que los pobres infelices como yo que deben
trabajar en una cafetería no tienen mucho sentido del humor al respecto?
El señor Bob puso un vaso de Coca y una pajita en una bolsa y me
entrego todo. Me asome por la ventanilla de atención a los clientes.
— son noventa centavos, por favor.
Joseph me sonrió desde su auto.
— Ah, caramba — dije sin darme cuenta —Estaba pensando en ti.
— ¿De veras?
Me ruboricé. Muy sumisa, tome su dólar y le di el vuelto.
— Gracias, señorita — dijo en voz demasiado alta —. Usted tiene
un excelente estilo para atender a los clientes. Estoy seguro de que la espera
una brillante carrera aquí. Ah, y se la ve adorable con ese uniforme.
Luego se alejo a toda velocidad.
Tapé mi sonrisa con una mano. El señor Bob me miró con expresión
sombría, pero evitó mis ojos. Me pregunté adonde iría Joseph ¿A la biblioteca? ¿A algún sitio con Marty
Richards?
El intercomunicador volvió a sonar.
— ¿Hola? — dije distraída.
— ¡Demi — dijo el señor Bob, escandalizado.
La persona que estaba en el auto se echo a reír.
— ¡Hola! — gritó, rea Joseph de nuevo. — Lo siento, pensé que estaba en
la ventanilla de la cafetería. No me di cuenta de que era una residencia
privada.
Yo me eché a reír, sin importar la expresión atónita del señor
Bob. Joseph pidió otra Coca. Yo
seguí sonriendo después de dársela y luego observé cómo se alejaba en su auto.
— Por dios, Demi — protestó el señor Bob —.Pensé que podía
confiar en que no se te ocurriera hacer que tu novio te visitara en horas de
trabajo.
— ¡Mi Novio! — Exclamé.
Alcé la vista hacia el cielorraso y vi mi imagen reflejada en el
enorme espejo de seguridad que el señor Bob había instalado allí.
Por supuesto,
llevaba mi uniforme de estilo militar y el pelo se me escapaba con
desprolijidad del estúpido gorro que me obligaban a usar, pero mis mejillas
estaban sonrojadas y mis ojos brillaban.
— ¿Novio? — repetí para mis adentros. De repente, me sentí
hermosa.
Esa noche soñé que unos albañiles levantaban una construcción
sobre mi dormitorio. Oía el ruido de sus herramientas de trabajo y los gritos
que cruzaban entre ellos. Uno sonaba como Joseph, el otro como Marty Richards.
―No, aquí — decía el
albañil Joseph —. Quiero que ella
lo vea apenas se despierte.‖
―Es un gesto en verdad
romántico — decía el albañil Marty —. Pero esto pesa una tonelada.‖
―Bueno, así está bien
— decía el albañil Joseph —. ¿Todavía tienes
los guantes puestos? Correcto, no tenemos que dejar huellas digitales…‖
Me di vuelta en la cama y caí en un sueño profundo.
Al día siguiente, estaba sentada a la mesa, en pijama, llevándome
cereal a la boca en una especie de letargo matutino, cuando papá dijo desde la
sala:
— ¿Qué demonios hay en el jardín?
Mamá y yo nos miramos sorprendidas. Ella puso
una galletita entre las manos regordetas de Debbie y enseguida fuimos a la
sala.
— ¿Dijiste que había algo en el jardín, querido? — dijo mi
madre. Su cara todavía estaba adorablemente hinchada de sueño.
— ¡Miren! — Exclamó papá indignado—. ¡Miren la monstruosidad que
hay sobre el césped!
Mi madre espió por la ventana.
— ¿de dónde habrá venido?
Mi padre levantó los brazos.
— ¡Ni siquiera sé qué es, y menos de donde vino! ¿Qué vamos
hacer con eso? Ya se está hundiendo en el pasto. Probablemente va a perjudicar
la tierra…— Me miró. — ¿Por qué sonreías?
— Por nada — Dije con rapidez. Me acerqué más a la ventana,
rozando las cortinas con la cara. El objeto que había en nuestro jardín
delantero era la campana gigantesca que previamente había estado instalada en
el techo de la Cafetería de la Campana.
Joseph arrojó otro puñado de hojas sobre la enorme
pila que había armado después de rastrillar toda la tarde junto al camino de
entrada.
― A propósito, gracias
por ayudarme a rastrillar.
Yo también arrojé hojas sobre la pila.
― No te ofendas, pero
no lo hice para ayudarte ― dije ― Fue mi regalo del
Día del Padre para papá.
― ¿Rastrillar hojas?
Hice un gesto de asentimiento.
― Papá es una de esas
personas que nunca sabe que pedir, entonces dice que quiere regalos caseros.
― Oh, caramba igual
que mi abuelo ― comentó Joseph.
― Para el Día del
Padre le di un ridículo bono de regalo válido por un día de rastrillar hojas en
otoño, un día de juntar nieve en invierno, ese tipo de cosas.
Joseph dejó caer su rastrillo se estiró.
― ¿Eso no te da ganas
de jurar que siempre les dirás a tus hijos que cosas bonitas y concretas
querrás de regalo? ― Preguntó Luego se reanimó ― Sin embargo, tu padre estuvo muy bien al permitirnos hacer una
fogata con las hojas.
― Lo sé-dije ― Fue algo muy extraño de su parte. Es probable que ahora esté
adentro llamando a los bomberos.
Joseph se echó a reír y miró el jardín vacío.
― Bueno, creo que ya
hemos terminado, ¿Lo encendemos?
― Claro ― dije ― y fui a la cocina en busca de combustible y
fósforos.
― Demi ― Llamó mamá desde la sala ― ¡tengan cuidado!
― Está bien…
― Puse un termo con
chocolate caliente sobre la mesada, es para ustedes ― dijo.
― Oh que bien ― dije, apoderándome
de él ― Gracias
Volví a salir y me di cuenta de que ya casi había anochecido.
Entregué el termo a Joseph y luego, con mucho
cuidado, derramé combustible sobre nuestra pila de hojas
Le mostré los fósforos.
― ¿Quieres encargarte
de hacer los honores?
Él estaba bebiendo directamente del termo. Hizo una pausa y se
limpió la boca con la manga.
― Por supuesto.
Encendió un fósforo y lo arrojó a la pila, que ardió casi blanca
durante un segundo, para luego empezar a encenderse con más fuerza. Las hojas
despedían un intenso olor a madera.
Bebí directamente del termo y contemplé el fuego.