Almorcé en mi dormitorio porque mamá había decidido invitar a Joseph a comer. Traté de decirme que no me estaba
escondiendo, que sólo se trataba de no pasar toda la comida mirando la cara
sonriente de Joseph.
Dados los
resultados, podía haber comido sola en el comedor, puesto que mi familia y Joseph lo hicieron afuera, en la mesa de picnic.
Comí un sándwich tostado de queso y luego me senté en la cama,
tratando de ensimismarme en la obra de Dickens, ya que de todas maneras tenía
que estudiarla para la escuela.
Las voces provenientes de la mesa de picnic
flotaron con claridad a través de mi ventana abierta.
― Veo que casi
terminaste con los árboles del costado norte de la casa, Joseph.
― Papá, ¿por qué
siempre dices norte y sur en lugar de izquierda o derecha o algo así?
― Porque es más
preciso.
― ¡Claro, la gente
inteligente habla con precisión, Liz!
Dejé a un lado el libro y me arrastré hasta la ventana.
― Anne, preciosa, no
muerdas de ese modo ― estaba diciendo mamá con su tono de gentil
reproche. Acarició la espalda de Liz.
― Algunas personas
usan unos términos otras, otros… No tiene nada que ver con la inteligencia.
― Muchas gracias ― dijo papá con tono de disgusto, pero estaba sonriendo.
― Mi padre usa norte y
sur, digamos, en forma exclusiva ― dijo Joseph ―. Y, francamente, eso
me vuelve loco.
Anne estaba sentada a su lado.
― ¿Qué quieres decir?
― Bueno, por ejemplo
si lo estás ayudando a mover algo, como esa pesadísima silla que mi madre no
deja de hacernos trasladar de un cuarto a otro. Justo cuando te estás
tambaleando debajo de todo ese pero, él dice: ―Ten cuidado, que el
lado este no raye la pared‖.
Y entonces tiene
que detenerte y calcular dónde está el este, mientras tu columna vertebral se
acorta dos centímetros.
Mamá se echó a reír.
― Abandono el caso.
―Cierra la ventana y
vuelve a tu libro‖, me ordené a mí misma, pero no pude hacerlo.
Permanecí junto a la ventana, hipnotizada, observando cómo almorzaban. Había
viento, y el pelo ondulado de mamá y los suaves rizos de Liz aleteaban.
Joseph e estaba sentado en el extremo del banco,
junto a Anne, con Debbie en su sillita alta a la cabecera, y la ayudaba a
llevarse pedazos de queso a la boca. Mi hermanita todavía no es un as en
materia de percepción de profundidad.
No logré apartar los ojos del grupo reunido alrededor de la mesa
de picnic. Eran la viva imagen de la familia perfecta. A todos se los veía muy
bien juntos, incluso a Joseph. De repente me
pareció que él encajaba allí con toda naturalidad.
Dormí una larga siesta y, cuando me desperté, la casa estaba en
silencio. Miré por la ventana y vi que el auto no estaba en el camino de
entrada. Probablemente, toda la familia se había ido a algún lugar.
Tal vez habían llevado a Joseph con ellos. Tal vez estaban en el juzgado,
empezando los trámites de adopción
Decidí probarme mi vestido para el baile frente al espejo de
cuerpo entero de mis padres. Mamá me había ayudado a elegirlo unos días antes
–estaba en medio de uno de sus poco frecuentes momentos dispendiosos- y quiso
regalarme uno aun cuando todavía no me habían invitado.
Saqué el vestido del placard. Era muy sencillo, de seda negra,
sin breteles, aunque tenía unas cosas misteriosas de poner y sacar a mitad de
camino entre mangas y guantes, que se colocaban en los brazos.