Le dolió que oír que él lo admitía. Pasó por su lado sin mirarlo.
Su cuerpo estaba temblando y sentía que su corazón estallaba en pedazos.
No
quería irse, pero no tenía más remedio que hacerlo, después de lo que había
pasado.
Incluso mientras bajaba las escaleras, siguió oyendo como Betty
interrogaba suavemente a Joe.
Demi se dirigió a la puerta y oyó que alguien la llamaba desde la
sala de estar.
—Buen Dios, no nos estarás abandonado, ¿no? —le preguntó Bob,
atónito—. No sera por nuestra culpa, ¿verdad?
Ella lo miró sin expresión.
—Sí, me voy. Aunque supongo que tú eres tan víctima como yo —le dijo.
Bob abrió la boca para negarlo, pero la tristeza de sus ojos no
necesitaba palabras. Se encogió de hombros y sonrió brevemente.
—Supongo que sí. Pero he vivido con ello durante diez años, manteniendo
a Betty lejos de Joe y cerca de mi chequera.
Es curioso como la vida te hace
pagar el daño que has hecho antes.
Puedes obtener lo que quieres pero, a cambio,
tienes que pagar un precio por ello. Algunas elecciones llevan su propio
castigo.
—¿No es eso muy triste? —respondió ella—. Me parece demasiado.
—Realmente ella no lo quiere, —dijo suavemente, sin levantar la
voz—. Solo quiere una forma de vivir igual de bien que antes, con dinero, mucho
dinero para gastar.
He perdido mi estatus de millonario, por lo que me he
convertido en alguien de quien se puede prescindir. Quiere su dinero, no al
hombre. No se dé por vencida si lo ama.
Ella levantó la barbilla.
—Si él me amara, me quedaría y lucharía hasta perder mi último
aliento —contestó Demi—. Pero no me quiere.
Y no soy lo bastante valiente como
para ver como, día a día, mi corazón sufre, sabiendo que me mira a mí y la
quiere a ella.
Bob se estremeció.
—Eso es lo que tú has hecho durante diez años, ¿no? —continuó
perceptivamente—. Eres mucho más valiente que yo, Bob. Supongo que la amas
tanto que no importa.
—No es amor —dijo fríamente, con un absoluto desprecio por sí
mismo, que ella nunca había escuchado en una voz de hombre.
Ella suspiró. Las necesidades de los hombres eran extrañas e
inexplicables para ella.
—Creo que ambos estamos de suerte —dijo Demi mirando hacia la
escalera con los ojos oscurecidos por el dolor—.
Fui una tonta al venir aquí.
Me dijo que no tenía nada que ofrecerme Nada, excepto su dinero. Lo que habría
sido una vida vacía.
Bob Collins frunció el ceño.
—El dinero no significa nada para usted, ¿verdad? —preguntó,
como si no pudiera comprender que una mujer quisiera a un hombre pobre.
Ella le miró.
—Todo lo que quería era que me amara —dijo—. No hay peor pobreza
que la de ser privado de la única persona que te importan e el mundo —hizo un
gesto y escondió la cara—. Cuida de ti mismo, Bob.
La vio irse, vio como se cerraba la puerta, como si fuera la
tapa de un ataúd. ¡Qué tonto eres Joe, pensó, renunciando a una mujer que te
ama así!