Demi se puso tensa por
su empleo de la palabra «problema».
–Parece la mejor solución. Tú no querías esto
y no voy a martirizarte por ello, ni voy a obligarte a estar conmigo te guste o
no.
–No puedo creer lo que estoy oyendo. Somos
amantes, ¿pero has olvidado que somos amigos?
Demi no había olvidado ninguna de las
dos cosas, pero ¿cómo podía explicarle que un bebé necesitaba más que una
pareja unida por la pasión?
Ni siquiera la amistad bastaba para eso.
–Bueno, dime, ¿cómo lo ves tú? Quizás te
gustaría que te dejara ocuparte tú sola de todo.
–Si es lo que tú quieres, lo aceptaré.
–Si piensas que soy capaz de hacer una cosa
así, es que no me conoces en nada.
Esa era la razón por la que ella había tomado
precauciones y había decidido romper con él. Sabía que Joseph no se iba a
desentender de la situación.
Ella nunca se habría enamorado de pies a cabeza de
un hombre capaz de eso. Y ese era el problema. Joseph le ofrecería un compromiso.
Querría hacer lo correcto, aunque no lo sintiera de corazón. Su afecto por ella
acabaría desvaneciéndose bajo el estrés que suponía tener un hijo que no había
esperado y verse atrapado con una mujer con la que no había pensado estar a
largo plazo.
–Tenemos que casarnos –dijo él con firmeza.
–Esa es la razón por la que he empezado
diciéndote que lo nuestro ha terminado –repuso Demi en voz baja–. Sé
que quieres hacer lo correcto, pero no sería justo para ninguno de los dos
tener que convivir para siempre por culpa de un bebé.
Cuando el camarero llegó a tomarles el pedido,
se quedaron callados. Joseph no se molestó en consultar la carta. Él pidió
pescado y ella lo imitó. Lo que menos le importaba era qué comer. Se había
quedado sin apetito.
–¡Encima me hablas de matrimonio! –exclamó
ella, inclinándose hacia delante–. Apuesto a que nunca se te había pasado por
la cabeza casarte, ¿verdad?
–No se trata de eso.
–Lo mismo pienso yo –gritó Demi –. El matrimonio
es algo serio. Es un compromiso entre dos personas que quieren unir sus vidas
para siempre.
–Al menos, esa es la visión romántica del
matrimonio.
–¿Qué otra interpretación podría hacerse?
–Algo más práctico. Piénsalo. Uno de cada tres
matrimonios termina en divorcio. Y seguro que todas esas parejas de divorciados
se habían sentado a cenar de la mano antes de casarse, soñando con hacerse
viejos juntos.
–Pero, en dos de cada tres, la cosa funciona.
Terminan juntos.
–Eres una optimista. La experiencia me ha
enseñado a ser más cauto. De todas maneras, no importa. Podríamos seguir dando
vueltas a lo mismo durante toda la noche. La realidad es que estamos en una
situación en la que no podemos elegir.
A Jennifer se le encogió el corazón. Si no lo
amara, quizá hubiera sido más fácil aceptar su propuesta. Pero, si se casaba
con él, se sentiría desgarrada.
–Lo siento, Joseph –murmuró ella con
voz temblorosa–. Mi respuesta tiene que ser no. No puedo casarme contigo por
que creas que es lo correcto. Cuando me case, quiero que sea por la razón
adecuada. No quiero conformarme con un marido reticente que ha tenido la mala
suerte de verse atrapado. ¿Acaso crees que sería bueno para nuestro hijo?
¿Cómo era posible que la vida hubiera cambiado
tanto en unas pocas horas?, se preguntó él, contemplando la expresión tozuda de
su acompañante.
Una oleada de rabia lo atravesó.
–Y dime una cosa. ¿Crees que sería bueno para
nuestro hijo crecer sin su padre a su lado? ¡Eso también debes tenerlo en
cuenta! ¡No se trata solo de ti y tu idea romántica de un matrimonio de cuento
de hadas!
Demi se encogió y apartó la mirada. seguró ella, reuniendo todas sus fuerzas.
–¿No? Entonces, deja que te presente la otra
opción. Nuestro hijo crece en una familia separada y, en su momento, descubre
que podríamos haber estado juntos, pero que tú no quisiste porque estabas
esperando al príncipe azul.
Y, si ese príncipe apareciera… te aseguro que no
iba a dejarle educar a mi hijo y que lucharía por quedarme con la custodia.
Demi apenas podía
pensar tan a largo plazo.
–¿Y tu padre? ¿Qué pretendes contarle? –le
espetó él.
–No había pensado…
–¿Es que no tienes valor para decirle que te
he ofrecido casarnos? Pues que sepas que pienso dejarles claro a mi madre y a
John que te he pedido matrimonio y que tú has decidido que prefieres hacerlo
sola. Ya veremos qué les parece.
–No quiero discutir por esto…
–Quizá deberías haber pensado en darme la
noticia bomba de otra manera…
–Habría dado lo mismo. El resultado habría
sido el mismo y lo siento. Mira, no puedo seguir comiendo. He perdido el
apetito. Quiero irme a casa –afirmó ella, se puso en pie, se tambaleó y volvió
a sentarse.
Al instante, Joseph corrió a su lado,
olvidando por completo la discusión.
Demi apenas fue
consciente de que él pagaba la cuenta y dejaba una generosa propina al
camarero. Agachó la cabeza entre las manos.
–De verdad, estoy bien, Joseph –aseguró ella con
voz débil, mientras salían del restaurante.
–¿Hace cuánto tiempo que tienes estos mareos?
–De vez en cuando. No es nada preocupante…
–balbuceó ella. Sin embargo, era agradable que la rodeara con sus brazos.
Joseph paró un taxi y la ayudó a entrar
como si fuera de porcelana.
–¿Qué ha dicho el médico?
–No se lo he comentado. Me quedé demasiado
estupefacta al saber que estaba embarazada.
–Deberías volver y hacer que te examinen bien.
¿Qué les pasa a los médicos? ¿Es que no saben hacer su trabajo?
–No te preocupes. ¡No pasa nada!
Por primera vez desde que había descubierto
que estaba embarazada, Jennifer se preguntó si estaría haciendo bien al
rechazar su propuesta. La amara o no, era un hombre fuerte y ella necesitaba su
protección. Sobre todo, iba a necesitarla cuando fuera madre. Él quería hacer
lo correcto. ¿Estaba siendo una egoísta al aferrarse a sus principios por
encima de todo? ¿Tenía Joseph razón? ¿Sería lo más adecuado aceptar un
matrimonio sin amor?
Se hizo mil veces las mismas preguntas durante
todo el camino a su casa. Cuando llegaron, el mareo había desaparecido. Solo
estaba agotada.
–Podemos seguir hablando mañana –sugirió ella
ante su puerta.
Joseph la miró lleno de
frustración, con los puños apretados dentro de los bolsillos.
–No hemos hablado todavía. Tú has dictado tus
condiciones, esperando que yo escuchara y obedeciera.
–También es difícil para mí, Joseph, pero el
matrimonio es algo muy serio para mí y quiero casarme con un hombre que desee
hacerlo por las razones adecuadas.
–¿No eras feliz conmigo? –preguntó él,
malhumorado.