lunes, 22 de abril de 2013

Química Perfecta Capitulo 52




Joe
    
- Sí -responde Demi.
    - ¿Y tú? ¿Has pensado alguna vez en hacer el amor conmigo?
    Todas las noches sueño despierto, fantaseando con ella, con dormir a su lado... con hacerle el amor.

    - Ahora mismo, no puedo pensar en otra cosa. -Miro el reloj. Pronto tendré que irme. A los traficantes de drogas no les importa mucho la vida sentimental de cada cual. No puedo llegar tarde, pero deseo tanto a Demi -. Lo próximo que tendrás que quitarte será el abrigo. ¿Estás segura de que quieres seguir?

    Me quito el otro calcetín. Lo único que me falta para quedarme completamente desnudo son los vaqueros y los calzoncillos.

    - Sí, quiero seguir -asegura, sonriendo de oreja a oreja, con sus preciosos labios rosados brillando bajo la luz-. Apaga las luces antes de que... me quite el abrigo.
    Apago las luces del taller y la observo mientras se pone de pie sobre la manta y se desabrocha el abrigo con dedos temblorosos. Estoy en trance, sobre todo porque mientras lo hace, me mira con esos ojos claros llenos de deseo.

    Cuando se abre lentamente el abrigo, no puedo apartar la mirada del regalo que oculta en su interior. Se acerca a mí, pero tropieza con un zapato.
    La cojo a tiempo y la ayudo a recostarse sobre la suave manta. Entonces me coloco encima de ella.

    - Gracias por evitar que me caiga -dice. Le cuesta respirar.
    Le retiro un mechón de la cara y me pongo a su lado. Cuando ella me rodea el cuello con los brazos, lo único que deseo es protegerla durante el resto de mi vida. Le quito el abrigo y me alejo un poco para observarla. Solo lleva puesto un sujetador de encaje rosa. Nada más. - Como un ángel -susurro.

    - ¿Ha terminado el juego? -pregunta con nerviosismo.
    - Sí, nena. Lo que viene a continuación lo es todo menos un juego.
    Apoya sus uñas perfectamente arregladas sobre mi pecho. ¿Sentirá los latidos de mi corazón con la palma de la mano?
    - He traído preservativos -dice.

    Si hubiese sabido... si hubiera imaginado que esta noche sería «la noche», habría venido preparado. Supongo que no imaginaba que esto pudiera suceder de verdad con Demi. Introduce la mano en el bolsillo del abrigo y una docena de preservativos se esparcen sobre la manta.

    - ¿Tenías planeado hacerlo varias veces?
    Avergonzada, se cubre la cara con ambas manos.
    - Solo he cogido un puñado.

    Le aparto las manos y froto mi frente contra la suya.
    - Estoy bromeando. No seas tan tímida conmigo. -Cuando se deshace de la chaqueta, sé que me odiaré por tener que dejarla allí cuando me vaya. Ojalá pudiéramos pasar juntos toda la noche. Y, sin embargo, sé que los deseos solo se cumplen en los cuentos de hadas.

    - ¿No vas... a quitarte los pantalones? -me pregunta. Tranquila.
    Ojalá pudiera tomarme mi tiempo y hacer que esta noche durase para siempre. Es como estar de excursión en el paraíso y saber que has de regresar al infierno. Le recorro el cuello y los hombros con mis besos, lentamente.
    - Soy virgen, Joe. ¿Y si hago algo mal?

    - Nada va a salir mal. Esto no es un examen de la Peterson. Solo estamos tú y yo. El resto del mundo no importa ahora mismo, ¿vale?
    - Vale -contesta ella en voz baja.

    Tiene los ojos brillantes. ¿Estará llorando?
    - No te merezco. Lo sabes, ¿verdad?
    - ¿Cuándo te darás cuenta de que eres un buen chico? -suelta, y al ver que no respondo, me obliga a acercar la cabeza a la suya-. Esta noche mi cuerpo es tuyo Joe -me susurra muy cerca de los labios-. ¿Lo deseas?

    - No sabes cómo. -Mientras nos besamos, me deshago de los vaqueros y de los calzoncillos y la abrazo con fuerza, sintiendo la suavidad y el calor de su cuerpo contra el mío-. ¿Estás asustada? -le murmuro al oído cuando creo que está preparada. Yo lo estoy y ya no puedo esperar más.
    - Un poco, pero confío en ti.
    - Relájate, preciosa.

    - Lo intento.
    - Esto no funcionará a no ser que te relajes -le digo, apartándome un poco para coger uno de los preservativos con una mano temblorosa-. ¿Estás segura de esto?
    - Sí, estoy segura. Te quiero, Joe -confiesa-. Te quiero -repite, esta vez casi con desesperación.

    Dejo que sus palabras fluyan a través de mí y me contengo. No quiero hacerle daño. ¿A quién pretendo engañar? Para una chica, la primera vez siempre es dolorosa, por muy cuidadoso que sea el chico.

    Quiero decirle cómo me siento, confesarle cómo ha llegado a convertirse en el centro de mi existencia. Pero no puedo. Soy incapaz de pronunciar palabra alguna. - Hazlo -ruega ella, notando mi vacilación. Así que obedezco, pero cuando ella ahoga un gemido, deseo poder evitarle todo el dolor que siente.

    Aspira por la nariz y se enjuga una lágrima que le resbala por la mejilla. No puedo soportar verla sufrir. Por primera vez desde que vi morir a mi padre, se me escapa una lágrima.
    Ella me sujeta la cabeza entre las manos y me borra la lágrima con sus besos.
    - Estoy bien Joe.

    Pero a mí no me lo parece. Tengo que hacer que sea perfecto. Porque puede que nunca tenga otra oportunidad y ella tiene que saber lo hermoso que puede llegar a ser este momento. Me concentro totalmente en ella, desesperado por convertirlo en algo muy especial.

    Más tarde, la acerco hacia mí. Demi se acurruca entre mis brazos mientras yo le acaricio el pelo, ambos deseosos de alargar aquella intimidad todo el tiempo que podamos.

    No puedo creer que haya compartido su cuerpo conmigo. Debería sentirme exultante. Pero en lugar de eso, me siento como una mierda.
    No podré proteger a Demi durante el resto de mi vida de los tipos que quieran estar con ella, verla como yo la he visto, tocarla como la he tocado hoy. No quiero dejarla marchar nunca.

    Pero ya es demasiado tarde. No puedo perder más tiempo. Al fin y al cabo, ella no será mía para siempre y no puedo fingir por más tiempo.
    - ¿Te encuentras bien? -le pregunto.
    - Sí. Más que bien.

    - Tengo que marcharme -le digo, mirando el reloj digital que hay apoyado sobre una de las cajas de herramientas.
Demi apoya la barbilla en mi pecho.
    - Vas a renunciar a los Latino Blood, ¿verdad?
    El cuerpo se me agarrota.

    - No -le digo con la voz cargada de angustia. Joder, ¿por qué me pregunta eso?
    - Ahora todo es diferente, Joe. Hemos hecho el amor.
    - Lo que hemos hecho ha sido genial. Pero no cambia nada.
    Ella se pone en pie, recoge su ropa y empieza a vestirse en un rincón.
    - Entonces, ¿solo soy otra chica que puedes añadir a la lista de tías con las que te has acostado?
    - No digas eso.
    - ¿Por qué no? Es la verdad, ¿no?
    - No.
    - Pues demuéstramelo, Joe.

    - No puedo. -Ojalá pudiera decirle otra cosa. Tiene que saber que las cosas siempre serán así. Tendré que dejarla plantada una y otra vez porque los Latino Blood no dejarán de reclamarme. Demi, que ama con el corazón y con el alma, es como una droga. Se merece algo mejor-. Lo siento -le digo después de ponerme los pantalones. ¿Qué otra cosa puedo decirle?

    Ella aparta la mirada y camina hacia la salida del garaje como si fuera un robot.
    Cuando oigo el chirrido de neumáticos, se me disparan todas las alarmas. Un coche se dirige hacia nosotros... el RX-7 de Lucky.
    Esto no pinta nada bien.
    - Sube al coche -le ordeno.

    Pero ya es demasiado tarde. El RX de Lucky se detiene frente a nosotros con un frenazo. Le acompañan unos cuantos chicos de los Latino Blood.
    - ¡No me lo puedo creer! ¡Has ganado la apuesta! -grita Lucky desde el interior del vehículo.
    Intento esconder a Demi detrás de mí, pero es inútil. Pueden ver con total claridad sus piernas desnudas y sexys sobresaliendo del abrigo.

    - ¿A qué se refiere? -me pregunta. Siento la necesidad de quitarme los pantalones y dárselos para que se los ponga. Si se entera de la apuesta, pensará que esa es la razón por la que me he acostado con ella. Tengo que conseguir que se marche, y rápido.
    - Nada. Solo son gilipolleces -le aseguro-. Sube al coche. Si no lo haces, te subiré yo mismo.

    Oigo cómo se abre la puerta del coche de Lucky al mismo tiempo que la del de Demi.
    - No te enfades con Paco -me ruega antes de acomodarse en el asiento del conductor.
    - ¿De qué está hablando?
    - Vete -insisto, sin tiempo a preguntarle qué ha querido decir con eso-. Hablaremos más tarde. - Demi acelera y se pierde en la noche.

    - Joder, tío -masculla Lucky, mirando la parte posterior del BMW con interés-. Tenía que averiguar si Enrique me estaba tomando el pelo. Te has tirado a Demi Lovato, ¿verdad? ¿Lo has grabado en vídeo?

    Mi respuesta es un fuerte puñetazo en el estómago de Lucky, quien cae de rodillas al suelo. Me monto a horcajadas sobre la moto y enciendo el motor. Cuando diviso el Camry de mi primo, me detengo a su lado.

    - Escucha Joe -dice Enrique a través de la ventanilla abierta-. Lo siento mucho...
    - Me largo -interrumpo antes de lanzarle las llaves del taller y marcharme.
        De camino a casa, no dejo de pensar en Demi y sobre lo mucho que significa para mí.
    Entonces, la realidad me golpea.
    No quiero hacer el intercambio.
    Ahora entiendo todas esas películas románticas de las que tanto me he reído. Porque, en este instante, me convierto en el idiota sensiblero que lo arriesga todo por su chica. Estoy enamorado...

    Que les den a los Latino Blood. Puedo proteger a mi familia y, al mismo tiempo, ser coherente conmigo mismo. Demi tenía razón. Mi vida es demasiado importante como para tirarla por la borda traficando con drogas. Lo cierto es que quiero ir a la universidad y hacer algo positivo con mi vida.

    No soy como mi padre. Mi padre era un hombre débil que eligió el camino más fácil. Yo aceptaré el reto para abandonar los Latino Blood, sin pensar en las consecuencias. Y si sobrevivo, regresaré a Demi como un hombre libre. ¡Lo juro!
    No soy ningún traficante. Héctor se llevará una decepción, pero solo entré en la banda para proteger a mis vecinos y a mi familia, no para traficar con drogas. ¿Desde cuándo se ha convertido eso en una necesidad?

    Desde la detención, todo ha pasado muy rápido. Estuve en la cárcel, y Héctor pagó la fianza. Después de preguntar a otros miembros de la banda sobre la noche en la que murió mi padre, Héctor y mi madre tuvieron una discusión acalorada. Y ella tenía moratones. Y ahora Héctor me presiona con el tema del intercambio.
    Paco intentó avisarme, estaba convencido de que algo no encajaba.

    Me devano los sesos y las piezas empiezan a encajar lentamente. Joder, tenía la verdad delante de las narices y no he sido capaz de verla. Solo hay una persona que puede decirme lo que sucedió la noche que asesinaron a mi padre.
    Entro hecho una furia en mi casa y encuentro a mi madre en su habitación.
    - Sabes quién mató a papá, ¿verdad?
    - Joe, no.
    - Fue alguien de los Latino Blood, ¿no? La noche de la boda te vi hablando con Héctor.
    Él sabe quién fue. Y tú también.
    Las lágrimas empiezan a inundarle los ojos.
    - Te lo advierto Joe. No lo hagas.
    - ¿Quién fue? -pregunto, ignorando sus súplicas.
    Ella aparta la mirada.

    - ¡Dímelo! —grito con todas mis fuerzas. Mis palabras la sobresaltan.
    Me he pasado tanto tiempo deseando alejarla del sufrimiento, que nunca se me ha ocurrido preguntarle si sabía algo acerca del asesinato de mi padre. O quizás no quería saberlo porque la verdad me asustaba. Ya no puedo soportarlo más.
    Se lleva una mano a la boca; respira lentamente, con dificultad.

    - Héctor... fue Héctor. -A medida que asimilo la verdad, una mezcla de terror, conmoción y dolor se extienden por mi cuerpo como un fuego incontrolable. Mi madre me lanza una mirada cargada de tristeza-. Yo solo quería protegeros, a ti y a tus hermanos. Eso es todo. Tu padre deseaba salir de los Latino Blood y le asesinaron. Héctor quería que tú ocupases su lugar. 

Me amenazó, Joe, me dijo que si no entrabas en la banda, toda la familia acabaría como tu padre -No puedo escuchar más. Héctor lo organizó todo para que me arrestasen, para que le debiera un favor. Y también organizó lo del intercambio, engañándome para que creyera que era un paso adelante cuando, en realidad, tan solo era un paso más hacia su trampa. Probablemente sospechara que, tarde o temprano, alguien me contaría la verdad. Me dirijo a toda prisa hasta mi armario. Tengo muy claro lo que he de hacer: enfrentarme al asesino de mi padre.

    El arma ha desaparecido.
    - ¿Has husmeado en mi cajón? -le gruño a Carlos agarrándole por el cuello de la camiseta cuando le encuentro en el sofá del salón.

    - No, Joe -responde Carlos-. ¡Créeme! Paco ha estado aquí antes y entró en nuestra habitación, pero dijo que solo iba a coger prestada una de tus chaquetas.
    Paco se ha llevado mi pistola. Debería haberlo supuesto. ¿Pero cómo sabía Paco que no llegaría a casa y le pillaría con las manos en la masa?
    Demi.

Demi me ha estado entreteniendo toda la noche, a propósito. Me ha pedido que no me enfadara con Paco. Ambos están intentando protegerme, porque yo he sido demasiado estúpido y cobarde como para enfrentarme a lo que tenía delante de las narices.

    Las palabras de Demi cuando ha subido al coche resuenan ahora en mis oídos. «No te enfades con Paco».

    Vuelvo a la habitación de mi madre.
    - Si esta noche no regreso, llévate a Carlos y a Luis a México -le digo.
    - Pero, Joe...
    Me siento en el borde de su cama.
    - Mamá, Carlos y Luis están en peligro. Sálvalos de este destino. Por favor.
    Joe, no hables así. Tu padre hablaba así.
    «Yo soy como papá», quiero decirle. He cometido los mismos errores, pero no dejaré que a mis hermanos les ocurra lo mismo.

    - Prométemelo. Necesito oír cómo lo dices. Te hablo muy en serio.
    Las lágrimas le resbalan por las mejillas. Me besa y me abraza con fuerza.
    - Te lo prometo... Te lo prometo.

    Me monto en la moto y llamo a Gary Frankel, alguien a quien nunca pensé que llamaría para pedir consejo. E insiste en que haga algo a lo que jamás pensé que recurriría: llamar a la poli e informarles de lo que está sucediendo.

Química Perfecta Capitulo 51





Demi

   Estoy frente al Taller de Enrique, haciendo ejercicios de respiración para controlar los nervios. Sé que Joe está solo porque no veo el Camry del dueño del garaje por ningún lado.

    Estoy decidida a seducirle.
    Si lo que llevo puesto no llama su atención, nada lo hará. Voy a dar toda... voy a sacar toda la artillería. Llamo a la puerta, cierro los ojos y rezo para que todo salga tal y como tengo planeado.

    Me abro la chaqueta de satén larga y plateada y la fresca brisa nocturna me acaricia la piel desnuda. Cuando el chasquido de la puerta me alerta de la presencia de Joe, abro lentamente los ojos. Pero no son los ojos negros de Joe los que observan mi cuerpo semidesnudo. Es Enrique, que tiene la vista clavada en mi sujetador de encaje rosa y en mi falda de animadora como si acabara de tocar le la lotería.
    Muerta de vergüenza, me cubro con la chaqueta. Si también pudiera esconder la cabeza dentro de ella, lo haría.

    - Joe -grita Enrique, estallando en carcajadas-. Una niña que pide caramelos pregunta por ti.

    Es posible que tenga la cara de color rojo remolacha, pero estoy decidida a seguir adelante. Estoy aquí para demostrarle a Joe que no voy a abandonarle.
    - ¿Quién es? -pregunta la voz de Joe desde el interior del garaje.

    - Yo ya me iba -me dice Enrique, pasando por mi lado-. Dile a Joe que cierre el taller cuando se vaya. Hasta otra.

    Enrique cruza la sombría calle mientras canturrea en voz baja.
    - Enrique, ¿quién...? -La voz de Joe se desvanece cuando llega a la puerta del taller. Me mira con furia-. ¿Necesitas indicaciones para llegar a algún sitio en particular o has venido para que te arreglen el coche?

    - Ninguna de las dos cosas -respondo.
    - ¿Buscas caramelos en esta zona de la ciudad?
    - No.
    - Se acabó, nena, ¿lo entiendes? ¿Por qué sigues entrometiéndote en mi vida y atormentándome de este modo? Además, ¿no tendrías que estar en el baile de Halloween con algún tipo del instituto?
    - Le he dejado plantado. ¿Podemos hablar?
    - Mira, tengo un montón de trabajo por hacer. ¿A qué has venido? ¿Y dónde está Enrique?

    - Se ha ido -le informo, nerviosa-. Creo que le he asustado.
    - ¿Tú? No lo creo.
    - Le he enseñado lo que llevo debajo del abrigo.
    Joe arquea las cejas.

    - Déjame entrar antes de que acabe congelada aquí fuera. Por favor -le suplico, mirando hacia atrás. La oscuridad ahora me parece aterradora y el corazón me late con fuerza. Me encojo bajo el abrigo. Tengo la piel de gallina y empiezo a temblar.
    Joe deja escapar un suspiro, me conduce al interior del taller y cierra la puerta. Afortunadamente, hay un calefactor en medio del local. Me planto frente a él y empiezo a frotarme las manos.
    
  - Quiero que lo intentemos de nuevo. Fingir que solo somos compañeros de laboratorio ha sido una tortura. Te echo de menos. ¿Y tú, me has echado de menos?
    Parecen asaltarle las dudas. Ladéala cabeza, como si no estuviera muy seguro de haber oído bien.

    - Sabes que aún estoy en los Latino Blood, ¿verdad?
    - Lo sé. Aceptaré lo que me ofreces, Joe.
    - Nunca podré cumplir con tus expectativas.
    - ¿Y si te dijera que no tengo ninguna expectativa? Aspira una profunda bocanada de aire y la suelta lentamente. Sé que está reflexionando porque su expresión se ha vuelto muy seria.

    - Voy a decirte algo -dice finalmente-. Te quedarás mientras me termino la cena. No te preguntaré lo que llevas, o mejor dicho, lo que no llevas bajo el abrigo. ¿Trato hecho?
    Sonrío con vacilación y me aliso el cabello con las manos.
    - Trato hecho.

    - No tienes que hacer eso por mí -me asegura, apartándome la mano suavemente del pelo-. Traeré una manta para que no te ensucies.
    Espero hasta que saca una manta de lana de color verde de un armario. Nos sentamos sobre ella y Joe mira el reloj.
    - ¿Quieres un poco? -pregunta, señalando la comida. Tal vez si como algo consiga tranquilizarme.
    - ¿Qué es?

    - Enchiladas. Mi madre las hace deliciosas -explica cortando un pedacito con el cuchillo y pasándomelo-. Si no estás acostumbrada a la comida picante...
    - Me encanta el picante -le interrumpo, metiéndomelo en la boca. Empiezo a masticar, deleitándome con la mezcla de sabores. No obstante, al tragarlo la lengua me empieza a arder. En algún lugar remoto puedo distinguir el sabor, pero sigue picando mucho.

    - Pica. -Es lo único que puedo articular mientras intento tragar.
    - Te lo he advertido. - Joe me pasa su vaso-. Bebe. Es mejor la leche, pero solo tengo agua.

    Cojo el vaso. El líquido me enfría la lengua, pero cuando lo apuro siento que el fuego se reaviva.
    - Agua... -imploro.
Joe rellena el vaso.
    - Bebe lo que quieras, aunque no creo que sirva de mucho. Pronto se te pasará.
    En lugar de beber, esta vez meto la lengua en el líquido y la dejo ahí. Ahhh...
    - ¿Estás bien?

    - ¿A ti qué te parece? -replico como puedo.
    - Lo cierto es que resulta erótico verte así, con la lengua a remojo. ¿Quieres darle otro bocado? -pregunta con picardía, comportándose como el Joe de siempre.
    - Ni de coña -le espeto, aún con la lengua dentro del vaso.
    - ¿Todavía te pica?

    Aparto el vaso para contestarle:
    - Parece que tengo un millón de jugadores de fútbol clavándome las botas en la lengua.

    - Ay -se lamenta entre risas.. ¿Sabes? Una vez me dijeron que lo mejor para calmar el picor es besar a alguien,

    - ¿Es lo único que se te ha ocurrido para insinuar que quieres besarme?
    El me mira fijamente y me atrae con sus ojos negros.
    - Nena, yo siempre quiero besarte.

    - Me temo que no lo vas a conseguir tan fácilmente, Joe Quiero respuestas. Primero las respuestas y después los besos.

    - ¿Por eso has venido hasta aquí desnuda bajo esa chaqueta?
    - ¿Quién dice que vaya desnuda? -le digo, acercándome a él.

    Joe deja el plato sobre la manta. Si la boca me quema aún, apenas me doy cuenta. Ahora me toca a mí hacerme con el control de la situación.

    - Juguemos a algo, Joe. Lo llamo Haz una pregunta y desnúdate. Cada vez que formules una pregunta, tendrás que quitarte una prenda. Yo haré lo mismo.
    - Calculo que me da para unas siete preguntas. ¿Cuántas tienes tú?

    - Empieza, Joe. Acabas de hacer tu primera pregunta. -Él asiente con la cabeza y se quita uno de los zapatos-. ¿Por qué no empiezas con la camiseta? -le pregunto.
    - Confío que sepas que acabas de hacer una pregunta. Creo que es un ejemplo...
    - No es una pregunta -insisto.
    - Acabas de preguntarme por qué no empiezo por la camiseta -dice con una sonrisa.
    Se me acelera el pulso. Me bajo la falda de animadora y escondo las piernas bajo la chaqueta.

    - Ahora solo me quedan cuatro prendas. Joe intenta mantenerse distante, pero en sus ojos distingo un deseo que no había visto hasta ahora. Y la estúpida sonrisa desaparece de su rostro en cuanto se pasa la lengua por los labios.

    - Necesito un cigarrillo. Es muy difícil dejarlo. ¿Has dicho cuatro?
    - Eso ha sonado como una pregunta, Joe.
    Él niega con la cabeza.
    - No, listilla, no era una pregunta. Pero ha sido un buen intento. Veamos. ¿Cuál es la verdadera razón que te ha traído hasta aquí?

    - Porque quería demostrarte cuánto te quiero -respondo.
    Joe parpadea un par de veces, pero no demuestra emoción alguna. Esta vez se quita la camiseta y la deja a un lado, mostrando su torso bronceado y liso como una tabla.

    Me arrodillo a su lado, esperando poder tentarle y hacerle perder el control.
    - ¿Quieres ir a la universidad? Dime la verdad.
    Él vacila un instante.
    - Si mi vida fuera diferente, sí.
    Me quito una sandalia.
    - ¿Te has acostado alguna vez con Colin? -me pregunta.
    -No.

    Se quita el zapato derecho, sin dejar de mirarme en ningún momento.
    - ¿Lo hiciste con Carmen? -le pregunto yo.
    Duda antes de contestar: - No quieres saberlo.
    - Sí que quiero. Quiero saberlo todo. Las mujeres con las que has estado, la primera persona con la que te acostaste...

    Él se frota la nuca, como si le hubiera dado un tirón y quisiera aliviar el dolor.
    - Vaya, eso son muchas preguntas -dice-. Carmen y yo... bueno, sí, nos acostamos. La última vez fue en abril. Por entonces, aún no sabía que me estaba engañando con otro tío. No recuerdo muy bien las aventuras anteriores a Carmen. Atravesé un periodo de un año en el que me apetecía salir con una chica diferente cada semana. Y me acosté con la mayoría. Fue una tontería.
    - ¿Usaste siempre protección?
    - Sí.

    - ¿Quieres contarme tu primera vez?
    - Mi primera vez fue con Isabel.
    - ¿Isabel Ávila? -pregunto, confusa. Joe asiente.
    - No es lo que crees. Ocurrió el verano antes de entrar en el instituto y ambos queríamos zanjar el tema de la virginidad y averiguar por qué todo el mundo le daba tanta importancia al sexo. Fue horrible. Yo estuve muy torpe y ella se pasó casi todo el tiempo riendo. Ambos llegamos a la conclusión de que no había sido muy buena idea intentarlo con alguien que era casi como un hermano. Vale, ya te lo he contado todo. Ahora, por favor, quítate la chaqueta.

    - Aún no, nene. Si te has acostado con tantas chicas, ¿cómo sé que no has pillado alguna enfermedad? Dime que te has hecho pruebas.
    - Cuando me pusieron las grapas en el hospital, me hicieron varios análisis. Créeme, estoy sano.

    - Yo también. Por si te lo estás preguntando. -Me quito la otra sandalia, contenta por no sentirme como una estúpida ni que él se cabree por hacerle tantas preguntas-. Te toca.
    - ¿Alguna vez has pensado en hacer el amor conmigo? -suelta, quitándose un calcetín mientras espera mi respuesta.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 17





Joseph tomó el libro de cocina que ella había estado siguiendo a medias y leyó la página marcada, comprobando que todos los ingredientes estaban sobre el mostrador.

 Su cercanía le estaba haciendo imposible a Demi pensar con claridad. Le quitó el libro de recetas de la mano.

 –¡No deberías estar aquí! –le reprendió ella–. Deberías estar en el salón, trabajando. Me he esforzado mucho en bajar mi mesa desde el piso de arriba porque no podías conformarte con el sofá y la mesita de café.
 –Lo dices como si fuera un exigente.

 –Eres exigente –rezongó ella–. La mayoría de la gente se habría aguantado con lo que había.
 Joseph había tomado una cebolla de la mesa y estaba empezando pelarla. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se limpió con la manga.

 –Eres la única mujer que puede hacerme llorar así.
 Demi se sonrojó y, al instante, se reprendió a sí misma por su ingenuidad. Joseph solo estaba tomándole el pelo. Siempre había disfrutado haciéndolo. En una ocasión, le había dicho que le gustaba cómo se sonrojaba.

 Irritada, le dijo que dejara la cebolla de una vez y saliera de la cocina, que prefería cocinar sola.

 –Pero entre varios el trabajo se hace más ameno –repuso él, sin dejar de cortar la cebolla–. Y es justo que compartamos las tareas del hogar. Además, así tengo la oportunidad de convencerte de que trabajes para mí. Quiero encerrarte y tirar la llave, antes de que tengas tiempo de considerar otras opciones.

 –Es tentador –admitió ella–. Pero no quiero que nadie piense que he conseguido mi puesto por amiguismo. No estaría bien. Ni me gustaría que mis compañeros me vieran como una intrusa impuesta por el jefe.

 –Yo sería tu jefe en teoría, pero no en la práctica. La editorial ni siquiera está localizada en mi oficina. Tienen un viejo edificio victoriano al oeste de Londres, lejos del centro. Así que estarías lejos de mí.

Joseph se había puesto con los pimientos, cortándolos en tiras. Era rápido, pero manchaba mucho, observó ella. Había pedazos de pimiento esparcidos por el fregadero y alguno se había caído al suelo. Tal vez, la estaba ayudando, pero luego ella tendría que pasarse una hora limpiando y recogiendo. En vez de enfurecerse por eso, sonrió con indulgencia.

 Cielos, ¿qué le estaba pasando? ¿Se le estaban derritiendo los sesos?, se preguntó a sí misma.

 –No sé con cuánta antelación debería avisar a mi jefe en París –comentó ella, decidida a ignorar el efecto que él le provocaba–. Suele ser un mes, pero han sido muy buenos conmigo y no me gustaría dejarlos en la estacada.

 –Claro –respondió él y miró a su alrededor para ver si había algo más que cortar. Solo quedaban los champiñones, pero estaban llenos de tierra y decidió dejarlos. Así que se lavó las manos y se dedicó a servir dos copas de vino.

 Mientras, observó cómo Demi mezclaba los ingredientes, disculpándose de vez en cuando porque no tenía muchos conocimientos culinarios. No midió ni pesó nada. Era un soplo de aire fresco, pensó él.

 A Joseph no le gustaban las mujeres que trataban de impresionarlo o fingir algo que no eran. Había caído víctima de las artimañas de una de ellas hacía años y se había jurado no volver a cometer nunca el mismo error. Cuando una mujer comenzaba a alardear de su talento en la cocina, casi siempre, lo que pretendía era hacerle ver que sería buen partido como esposa.

 Pero él no pensaba casarse. Al menos, no en el futuro cercano. Algún día, quizá, empezaría a pensar en sentar la cabeza, pero no sería pronto.

 –Además, tendrías que dejar atrás a tus amigos –apuntó él y le dio un tragó a su copa.
 –Creo que puedo mantener el contacto con ellos –afirmó ella con tono seco. Mientras la salsa cocía en el fuego, se puso a recoger la mesa.

 Joseph quería preguntarle si iba a echar mucho de menos a su amiguito francés, pero no sabía cómo sacar el tema. Aunque tampoco entendía por qué se molestaba en pensar en el exnovio de Demi. De pronto, se sonrojó cuando ella se dio la vuelta de improviso y lo sorprendió mirándola.

 –Supongo que eso quiere decir que puedo contar contigo…

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 16




–No. De hecho, ni siquiera trabaja en el país –añadió él con una sonrisa y guardó silencio, esperando que ella empezara a comprender.
 –¡No puedo trabajar para ti, Joseph!

 –¿Por qué no? Tú misma has dicho que estás pensando en volver a Inglaterra, que tu padre se está haciendo mayor y que necesita tenerte cerca… ¿Has cambiado de idea?
 –No, pero…

 –No te ofrezco el trabajo por caridad. Tú misma me has hecho ver que hace falta. Todo lo que has dicho me ha dejado impresionado. Será el mayor reto de tu vida y te aseguro que te va a encantar.

 –Seguro que tienes empleados más cualificados para ese puesto.
 –Nadie tan apasionado como tú y nadie con experiencia para lidiar con una pequeña y tozuda editorial que no quiere amoldarse a los nuevos tiempos.
 –No sé qué decir…

 –Piénsalo –sugirió él y cerró los ojos–. ¿Qué habías dicho sobre prepararme una comida excitante…?

NUNCA he dicho que iba a ser excitante…
 –Así podrás darle vueltas a mi oferta mientras cocinas.
 –¿Estás seguro de que hablas en serio, Joseph? Nunca has trabajado conmigo. No quiero que, cuando regreses a Londres, pienses que te has equivocado porque no estabas en tu entorno natural. No puedo permitirme perder mi trabajo para descubrir que te habías equivocado.

 –Yo nunca me equivoco.
 –Y nunca te quedas incapacitado y aquí estás. Incapacitado.
 –¿No puedes hablar de nada sin discutir? –replicó él con una sonrisa–. Lo digo en serio. Serías perfecta para el trabajo. Puedes unirte a ellos y mantener largas conversaciones sobre las maldades del capitalismo y de las grandes multinacionales que se comen a los peces chicos.

 –¿Es eso de lo que te acusan ellos? –preguntó ella, sonriendo y pensando que iban a caerle bien.
 –Algo parecido. No había conocido a una gente más tozuda en mi vida. Les he permitido ocuparse de sus propias cuentas, gracias a la intercesión de su encantador jefe de ochenta y dos años, y ahora que les amenazamos con tomar el control, no quieren rendirse. No quieren aceptar que su editorial ya no les pertenece y que no tienen elección.
 –Pero tú no eres tan cruel como para forzarlos.


 –Como te he dicho, un empleado a disgusto es peor que no tener empleado.
Demi se emocionó. Tal vez, James Rocchi fuera poderoso e implacable, pero también era justo y compasivo.

 –¿Y qué pasa con ese jefe de ochenta y dos años? ¿Se han sentido vendidos por él?
 –No fue una operación hostil –explicó él–. Edward Cable era amigo de mi padre. Vino a pedirme dinero para salvar su empresa. Una gran editorial andaba detrás de ellos y Cable sospechaba que acabaría haciéndolos pedazos y despidiendo a sus empleados. Yo no tenía experiencia con editoriales y no había pensado en añadir una a mis negocios, pero…
 –Sentiste que era lo correcto.

 –Quizá fue por mi lado sensible y femenino…
Demi se contuvo para no reír.
 –Yo podía permitírmelo y Edward me lo agradeció mucho. De hecho, la editorial es una inversión muy prometedora. No les iba mal del todo.
 –¿Entonces por qué quería vender?

 –Cada vez hacían menos beneficios y Edward no tiene familia. No tiene hijos a quien dejar herencia.
 –Lo pensaré –dijo Demi tras un momento. Se puso en pie y se dirigió a la cocina dándole vueltas a su oferta de trabajo.

 ¿Debería aceptar un empleo que implicaba trabajar con Joseph? Si se lo hubieran preguntado en París, habría rechazado la idea de inmediato. Pero, teniéndolo allí delante, se estaba dando cuenta de que no era el mal tipo que su imaginación había forjado. Y el empleo sonaba divertido. Y adecuado para ella. ¿Iba a negarse solo porque se trataba de Joseph? ¿Dejaría que su orgullo tomara las riendas de su decisión?

 Sumida en sus pensamientos, Demi preparó la cena. Se estaban quedando sin verduras frescas, así que tuvo que arreglárselas con las latas. La despensa de su padre estaba bien repleta, tanto como para mantener a una pequeña familia durante semanas en caso de ataque nuclear.

 De pronto, la aterciopelada voz de Joseph la sacó de sus pensamientos. Se giró de golpe y se lo encontró parado en la puerta de la cocina.

 ¿Cómo era posible que su mera presencia cargara el aire de electricidad de esa manera?, se preguntó ella.

 –He venido a echarte una mano –indicó él y se acercó–. ¿Qué delicia estás preparando?
 –Nada.