lunes, 22 de abril de 2013

Química Perfecta Capitulo 51





Demi

   Estoy frente al Taller de Enrique, haciendo ejercicios de respiración para controlar los nervios. Sé que Joe está solo porque no veo el Camry del dueño del garaje por ningún lado.

    Estoy decidida a seducirle.
    Si lo que llevo puesto no llama su atención, nada lo hará. Voy a dar toda... voy a sacar toda la artillería. Llamo a la puerta, cierro los ojos y rezo para que todo salga tal y como tengo planeado.

    Me abro la chaqueta de satén larga y plateada y la fresca brisa nocturna me acaricia la piel desnuda. Cuando el chasquido de la puerta me alerta de la presencia de Joe, abro lentamente los ojos. Pero no son los ojos negros de Joe los que observan mi cuerpo semidesnudo. Es Enrique, que tiene la vista clavada en mi sujetador de encaje rosa y en mi falda de animadora como si acabara de tocar le la lotería.
    Muerta de vergüenza, me cubro con la chaqueta. Si también pudiera esconder la cabeza dentro de ella, lo haría.

    - Joe -grita Enrique, estallando en carcajadas-. Una niña que pide caramelos pregunta por ti.

    Es posible que tenga la cara de color rojo remolacha, pero estoy decidida a seguir adelante. Estoy aquí para demostrarle a Joe que no voy a abandonarle.
    - ¿Quién es? -pregunta la voz de Joe desde el interior del garaje.

    - Yo ya me iba -me dice Enrique, pasando por mi lado-. Dile a Joe que cierre el taller cuando se vaya. Hasta otra.

    Enrique cruza la sombría calle mientras canturrea en voz baja.
    - Enrique, ¿quién...? -La voz de Joe se desvanece cuando llega a la puerta del taller. Me mira con furia-. ¿Necesitas indicaciones para llegar a algún sitio en particular o has venido para que te arreglen el coche?

    - Ninguna de las dos cosas -respondo.
    - ¿Buscas caramelos en esta zona de la ciudad?
    - No.
    - Se acabó, nena, ¿lo entiendes? ¿Por qué sigues entrometiéndote en mi vida y atormentándome de este modo? Además, ¿no tendrías que estar en el baile de Halloween con algún tipo del instituto?
    - Le he dejado plantado. ¿Podemos hablar?
    - Mira, tengo un montón de trabajo por hacer. ¿A qué has venido? ¿Y dónde está Enrique?

    - Se ha ido -le informo, nerviosa-. Creo que le he asustado.
    - ¿Tú? No lo creo.
    - Le he enseñado lo que llevo debajo del abrigo.
    Joe arquea las cejas.

    - Déjame entrar antes de que acabe congelada aquí fuera. Por favor -le suplico, mirando hacia atrás. La oscuridad ahora me parece aterradora y el corazón me late con fuerza. Me encojo bajo el abrigo. Tengo la piel de gallina y empiezo a temblar.
    Joe deja escapar un suspiro, me conduce al interior del taller y cierra la puerta. Afortunadamente, hay un calefactor en medio del local. Me planto frente a él y empiezo a frotarme las manos.
    
  - Quiero que lo intentemos de nuevo. Fingir que solo somos compañeros de laboratorio ha sido una tortura. Te echo de menos. ¿Y tú, me has echado de menos?
    Parecen asaltarle las dudas. Ladéala cabeza, como si no estuviera muy seguro de haber oído bien.

    - Sabes que aún estoy en los Latino Blood, ¿verdad?
    - Lo sé. Aceptaré lo que me ofreces, Joe.
    - Nunca podré cumplir con tus expectativas.
    - ¿Y si te dijera que no tengo ninguna expectativa? Aspira una profunda bocanada de aire y la suelta lentamente. Sé que está reflexionando porque su expresión se ha vuelto muy seria.

    - Voy a decirte algo -dice finalmente-. Te quedarás mientras me termino la cena. No te preguntaré lo que llevas, o mejor dicho, lo que no llevas bajo el abrigo. ¿Trato hecho?
    Sonrío con vacilación y me aliso el cabello con las manos.
    - Trato hecho.

    - No tienes que hacer eso por mí -me asegura, apartándome la mano suavemente del pelo-. Traeré una manta para que no te ensucies.
    Espero hasta que saca una manta de lana de color verde de un armario. Nos sentamos sobre ella y Joe mira el reloj.
    - ¿Quieres un poco? -pregunta, señalando la comida. Tal vez si como algo consiga tranquilizarme.
    - ¿Qué es?

    - Enchiladas. Mi madre las hace deliciosas -explica cortando un pedacito con el cuchillo y pasándomelo-. Si no estás acostumbrada a la comida picante...
    - Me encanta el picante -le interrumpo, metiéndomelo en la boca. Empiezo a masticar, deleitándome con la mezcla de sabores. No obstante, al tragarlo la lengua me empieza a arder. En algún lugar remoto puedo distinguir el sabor, pero sigue picando mucho.

    - Pica. -Es lo único que puedo articular mientras intento tragar.
    - Te lo he advertido. - Joe me pasa su vaso-. Bebe. Es mejor la leche, pero solo tengo agua.

    Cojo el vaso. El líquido me enfría la lengua, pero cuando lo apuro siento que el fuego se reaviva.
    - Agua... -imploro.
Joe rellena el vaso.
    - Bebe lo que quieras, aunque no creo que sirva de mucho. Pronto se te pasará.
    En lugar de beber, esta vez meto la lengua en el líquido y la dejo ahí. Ahhh...
    - ¿Estás bien?

    - ¿A ti qué te parece? -replico como puedo.
    - Lo cierto es que resulta erótico verte así, con la lengua a remojo. ¿Quieres darle otro bocado? -pregunta con picardía, comportándose como el Joe de siempre.
    - Ni de coña -le espeto, aún con la lengua dentro del vaso.
    - ¿Todavía te pica?

    Aparto el vaso para contestarle:
    - Parece que tengo un millón de jugadores de fútbol clavándome las botas en la lengua.

    - Ay -se lamenta entre risas.. ¿Sabes? Una vez me dijeron que lo mejor para calmar el picor es besar a alguien,

    - ¿Es lo único que se te ha ocurrido para insinuar que quieres besarme?
    El me mira fijamente y me atrae con sus ojos negros.
    - Nena, yo siempre quiero besarte.

    - Me temo que no lo vas a conseguir tan fácilmente, Joe Quiero respuestas. Primero las respuestas y después los besos.

    - ¿Por eso has venido hasta aquí desnuda bajo esa chaqueta?
    - ¿Quién dice que vaya desnuda? -le digo, acercándome a él.

    Joe deja el plato sobre la manta. Si la boca me quema aún, apenas me doy cuenta. Ahora me toca a mí hacerme con el control de la situación.

    - Juguemos a algo, Joe. Lo llamo Haz una pregunta y desnúdate. Cada vez que formules una pregunta, tendrás que quitarte una prenda. Yo haré lo mismo.
    - Calculo que me da para unas siete preguntas. ¿Cuántas tienes tú?

    - Empieza, Joe. Acabas de hacer tu primera pregunta. -Él asiente con la cabeza y se quita uno de los zapatos-. ¿Por qué no empiezas con la camiseta? -le pregunto.
    - Confío que sepas que acabas de hacer una pregunta. Creo que es un ejemplo...
    - No es una pregunta -insisto.
    - Acabas de preguntarme por qué no empiezo por la camiseta -dice con una sonrisa.
    Se me acelera el pulso. Me bajo la falda de animadora y escondo las piernas bajo la chaqueta.

    - Ahora solo me quedan cuatro prendas. Joe intenta mantenerse distante, pero en sus ojos distingo un deseo que no había visto hasta ahora. Y la estúpida sonrisa desaparece de su rostro en cuanto se pasa la lengua por los labios.

    - Necesito un cigarrillo. Es muy difícil dejarlo. ¿Has dicho cuatro?
    - Eso ha sonado como una pregunta, Joe.
    Él niega con la cabeza.
    - No, listilla, no era una pregunta. Pero ha sido un buen intento. Veamos. ¿Cuál es la verdadera razón que te ha traído hasta aquí?

    - Porque quería demostrarte cuánto te quiero -respondo.
    Joe parpadea un par de veces, pero no demuestra emoción alguna. Esta vez se quita la camiseta y la deja a un lado, mostrando su torso bronceado y liso como una tabla.

    Me arrodillo a su lado, esperando poder tentarle y hacerle perder el control.
    - ¿Quieres ir a la universidad? Dime la verdad.
    Él vacila un instante.
    - Si mi vida fuera diferente, sí.
    Me quito una sandalia.
    - ¿Te has acostado alguna vez con Colin? -me pregunta.
    -No.

    Se quita el zapato derecho, sin dejar de mirarme en ningún momento.
    - ¿Lo hiciste con Carmen? -le pregunto yo.
    Duda antes de contestar: - No quieres saberlo.
    - Sí que quiero. Quiero saberlo todo. Las mujeres con las que has estado, la primera persona con la que te acostaste...

    Él se frota la nuca, como si le hubiera dado un tirón y quisiera aliviar el dolor.
    - Vaya, eso son muchas preguntas -dice-. Carmen y yo... bueno, sí, nos acostamos. La última vez fue en abril. Por entonces, aún no sabía que me estaba engañando con otro tío. No recuerdo muy bien las aventuras anteriores a Carmen. Atravesé un periodo de un año en el que me apetecía salir con una chica diferente cada semana. Y me acosté con la mayoría. Fue una tontería.
    - ¿Usaste siempre protección?
    - Sí.

    - ¿Quieres contarme tu primera vez?
    - Mi primera vez fue con Isabel.
    - ¿Isabel Ávila? -pregunto, confusa. Joe asiente.
    - No es lo que crees. Ocurrió el verano antes de entrar en el instituto y ambos queríamos zanjar el tema de la virginidad y averiguar por qué todo el mundo le daba tanta importancia al sexo. Fue horrible. Yo estuve muy torpe y ella se pasó casi todo el tiempo riendo. Ambos llegamos a la conclusión de que no había sido muy buena idea intentarlo con alguien que era casi como un hermano. Vale, ya te lo he contado todo. Ahora, por favor, quítate la chaqueta.

    - Aún no, nene. Si te has acostado con tantas chicas, ¿cómo sé que no has pillado alguna enfermedad? Dime que te has hecho pruebas.
    - Cuando me pusieron las grapas en el hospital, me hicieron varios análisis. Créeme, estoy sano.

    - Yo también. Por si te lo estás preguntando. -Me quito la otra sandalia, contenta por no sentirme como una estúpida ni que él se cabree por hacerle tantas preguntas-. Te toca.
    - ¿Alguna vez has pensado en hacer el amor conmigo? -suelta, quitándose un calcetín mientras espera mi respuesta.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 17





Joseph tomó el libro de cocina que ella había estado siguiendo a medias y leyó la página marcada, comprobando que todos los ingredientes estaban sobre el mostrador.

 Su cercanía le estaba haciendo imposible a Demi pensar con claridad. Le quitó el libro de recetas de la mano.

 –¡No deberías estar aquí! –le reprendió ella–. Deberías estar en el salón, trabajando. Me he esforzado mucho en bajar mi mesa desde el piso de arriba porque no podías conformarte con el sofá y la mesita de café.
 –Lo dices como si fuera un exigente.

 –Eres exigente –rezongó ella–. La mayoría de la gente se habría aguantado con lo que había.
 Joseph había tomado una cebolla de la mesa y estaba empezando pelarla. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se limpió con la manga.

 –Eres la única mujer que puede hacerme llorar así.
 Demi se sonrojó y, al instante, se reprendió a sí misma por su ingenuidad. Joseph solo estaba tomándole el pelo. Siempre había disfrutado haciéndolo. En una ocasión, le había dicho que le gustaba cómo se sonrojaba.

 Irritada, le dijo que dejara la cebolla de una vez y saliera de la cocina, que prefería cocinar sola.

 –Pero entre varios el trabajo se hace más ameno –repuso él, sin dejar de cortar la cebolla–. Y es justo que compartamos las tareas del hogar. Además, así tengo la oportunidad de convencerte de que trabajes para mí. Quiero encerrarte y tirar la llave, antes de que tengas tiempo de considerar otras opciones.

 –Es tentador –admitió ella–. Pero no quiero que nadie piense que he conseguido mi puesto por amiguismo. No estaría bien. Ni me gustaría que mis compañeros me vieran como una intrusa impuesta por el jefe.

 –Yo sería tu jefe en teoría, pero no en la práctica. La editorial ni siquiera está localizada en mi oficina. Tienen un viejo edificio victoriano al oeste de Londres, lejos del centro. Así que estarías lejos de mí.

Joseph se había puesto con los pimientos, cortándolos en tiras. Era rápido, pero manchaba mucho, observó ella. Había pedazos de pimiento esparcidos por el fregadero y alguno se había caído al suelo. Tal vez, la estaba ayudando, pero luego ella tendría que pasarse una hora limpiando y recogiendo. En vez de enfurecerse por eso, sonrió con indulgencia.

 Cielos, ¿qué le estaba pasando? ¿Se le estaban derritiendo los sesos?, se preguntó a sí misma.

 –No sé con cuánta antelación debería avisar a mi jefe en París –comentó ella, decidida a ignorar el efecto que él le provocaba–. Suele ser un mes, pero han sido muy buenos conmigo y no me gustaría dejarlos en la estacada.

 –Claro –respondió él y miró a su alrededor para ver si había algo más que cortar. Solo quedaban los champiñones, pero estaban llenos de tierra y decidió dejarlos. Así que se lavó las manos y se dedicó a servir dos copas de vino.

 Mientras, observó cómo Demi mezclaba los ingredientes, disculpándose de vez en cuando porque no tenía muchos conocimientos culinarios. No midió ni pesó nada. Era un soplo de aire fresco, pensó él.

 A Joseph no le gustaban las mujeres que trataban de impresionarlo o fingir algo que no eran. Había caído víctima de las artimañas de una de ellas hacía años y se había jurado no volver a cometer nunca el mismo error. Cuando una mujer comenzaba a alardear de su talento en la cocina, casi siempre, lo que pretendía era hacerle ver que sería buen partido como esposa.

 Pero él no pensaba casarse. Al menos, no en el futuro cercano. Algún día, quizá, empezaría a pensar en sentar la cabeza, pero no sería pronto.

 –Además, tendrías que dejar atrás a tus amigos –apuntó él y le dio un tragó a su copa.
 –Creo que puedo mantener el contacto con ellos –afirmó ella con tono seco. Mientras la salsa cocía en el fuego, se puso a recoger la mesa.

 Joseph quería preguntarle si iba a echar mucho de menos a su amiguito francés, pero no sabía cómo sacar el tema. Aunque tampoco entendía por qué se molestaba en pensar en el exnovio de Demi. De pronto, se sonrojó cuando ella se dio la vuelta de improviso y lo sorprendió mirándola.

 –Supongo que eso quiere decir que puedo contar contigo…

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 16




–No. De hecho, ni siquiera trabaja en el país –añadió él con una sonrisa y guardó silencio, esperando que ella empezara a comprender.
 –¡No puedo trabajar para ti, Joseph!

 –¿Por qué no? Tú misma has dicho que estás pensando en volver a Inglaterra, que tu padre se está haciendo mayor y que necesita tenerte cerca… ¿Has cambiado de idea?
 –No, pero…

 –No te ofrezco el trabajo por caridad. Tú misma me has hecho ver que hace falta. Todo lo que has dicho me ha dejado impresionado. Será el mayor reto de tu vida y te aseguro que te va a encantar.

 –Seguro que tienes empleados más cualificados para ese puesto.
 –Nadie tan apasionado como tú y nadie con experiencia para lidiar con una pequeña y tozuda editorial que no quiere amoldarse a los nuevos tiempos.
 –No sé qué decir…

 –Piénsalo –sugirió él y cerró los ojos–. ¿Qué habías dicho sobre prepararme una comida excitante…?

NUNCA he dicho que iba a ser excitante…
 –Así podrás darle vueltas a mi oferta mientras cocinas.
 –¿Estás seguro de que hablas en serio, Joseph? Nunca has trabajado conmigo. No quiero que, cuando regreses a Londres, pienses que te has equivocado porque no estabas en tu entorno natural. No puedo permitirme perder mi trabajo para descubrir que te habías equivocado.

 –Yo nunca me equivoco.
 –Y nunca te quedas incapacitado y aquí estás. Incapacitado.
 –¿No puedes hablar de nada sin discutir? –replicó él con una sonrisa–. Lo digo en serio. Serías perfecta para el trabajo. Puedes unirte a ellos y mantener largas conversaciones sobre las maldades del capitalismo y de las grandes multinacionales que se comen a los peces chicos.

 –¿Es eso de lo que te acusan ellos? –preguntó ella, sonriendo y pensando que iban a caerle bien.
 –Algo parecido. No había conocido a una gente más tozuda en mi vida. Les he permitido ocuparse de sus propias cuentas, gracias a la intercesión de su encantador jefe de ochenta y dos años, y ahora que les amenazamos con tomar el control, no quieren rendirse. No quieren aceptar que su editorial ya no les pertenece y que no tienen elección.
 –Pero tú no eres tan cruel como para forzarlos.


 –Como te he dicho, un empleado a disgusto es peor que no tener empleado.
Demi se emocionó. Tal vez, James Rocchi fuera poderoso e implacable, pero también era justo y compasivo.

 –¿Y qué pasa con ese jefe de ochenta y dos años? ¿Se han sentido vendidos por él?
 –No fue una operación hostil –explicó él–. Edward Cable era amigo de mi padre. Vino a pedirme dinero para salvar su empresa. Una gran editorial andaba detrás de ellos y Cable sospechaba que acabaría haciéndolos pedazos y despidiendo a sus empleados. Yo no tenía experiencia con editoriales y no había pensado en añadir una a mis negocios, pero…
 –Sentiste que era lo correcto.

 –Quizá fue por mi lado sensible y femenino…
Demi se contuvo para no reír.
 –Yo podía permitírmelo y Edward me lo agradeció mucho. De hecho, la editorial es una inversión muy prometedora. No les iba mal del todo.
 –¿Entonces por qué quería vender?

 –Cada vez hacían menos beneficios y Edward no tiene familia. No tiene hijos a quien dejar herencia.
 –Lo pensaré –dijo Demi tras un momento. Se puso en pie y se dirigió a la cocina dándole vueltas a su oferta de trabajo.

 ¿Debería aceptar un empleo que implicaba trabajar con Joseph? Si se lo hubieran preguntado en París, habría rechazado la idea de inmediato. Pero, teniéndolo allí delante, se estaba dando cuenta de que no era el mal tipo que su imaginación había forjado. Y el empleo sonaba divertido. Y adecuado para ella. ¿Iba a negarse solo porque se trataba de Joseph? ¿Dejaría que su orgullo tomara las riendas de su decisión?

 Sumida en sus pensamientos, Demi preparó la cena. Se estaban quedando sin verduras frescas, así que tuvo que arreglárselas con las latas. La despensa de su padre estaba bien repleta, tanto como para mantener a una pequeña familia durante semanas en caso de ataque nuclear.

 De pronto, la aterciopelada voz de Joseph la sacó de sus pensamientos. Se giró de golpe y se lo encontró parado en la puerta de la cocina.

 ¿Cómo era posible que su mera presencia cargara el aire de electricidad de esa manera?, se preguntó ella.

 –He venido a echarte una mano –indicó él y se acercó–. ¿Qué delicia estás preparando?
 –Nada.


domingo, 21 de abril de 2013

Química Perfecta Capitulo 50




Joe   
  
A la mañana siguiente, tras la visita de Demi al almacén, interrumpo mi desayuno al reparar en una cabeza afeitada que asoma por la puerta principal de mi casa.
    - Paco, yo de ti, mantendría una distancia prudencial -le grito.
    Mi madre me da una colleja.

    - Esa no es manera de tratar a tus amigos, Joe.
    Sigo comiendo mientras ella va a abrirle la puerta a ese... traidor.
    - ¿No estarás todavía enfadado conmigo, verdad, Joe? -pregunta Paco.
    - Por supuesto que no está enfadado contigo, Paco. Siéntate y come algo. He hecho huevos con chorizo.

     Paco tiene el descaro de darme una palmada en el hombro.
    - Te perdono, tío.

    Entonces, levanto la mirada, primero hacia mi madre para asegurarme de que no esté prestando atención, y luego a Paco.
    - ¿Me perdonas?

    - Tienes el labio muy hinchado, Paco -señala mi madre, examinando la herida que le he provocado yo.
    Paco se palpa con cuidado el labio.
    - Sí, me tropecé con un puño. Ya sabe cómo es eso.

    - No, no lo sé. Tropiezas con demasiados puños. Un día acabarás en el hospital -sentencia, apuntándole con un dedo acusador-. Bueno, me voy a trabajar. Paco, intenta mantenerte alejado hoy de los puños, ¿vale? Alejandro, cierra con llave cuando te vayas, por favor.
    Miro a Paco.

    - ¿Qué?
    - Ya lo sabes. ¿Cómo pudiste llevar a Demi al almacén?
    - Lo siento -masculla mientras engulle nuestra comida.
    - No, no lo sientes.

    - De acuerdo, tienes razón. No lo siento.
    Observo asqueado cómo utiliza los dedos para coger la comida y llevársela a la boca.

    - No sé cómo te soporto.
    - ¿Qué ocurrió anoche con Demi? -me pregunta, siguiéndome fuera de la casa.
    El desayuno amenaza con volver a salir por donde ha entrado, pero esta vez no tiene nada que ver con los modales de mi amigo. Lo cojo por el cuello de la camiseta.
    - Demi y yo hemos roto. No quiero volver a escuchar su nombre nunca más.

    - Hablando del rey de Roma -canturrea mi amigo estirando el cuello. Le suelto y me doy la vuelta, esperando toparme con Demi. Sin embargo, no la veo por ningún lado, y cuando vuelvo a girarme, Paco me propina un puñetazo en pleno rostro.

    - Estamos en paz. Y tío, la señorita Lovato ha tenido que dejarte hecho polvo para que me amenaces solo por pronunciar su nombre. Sé que podrías matarme con tus propias manos -asegura Paco-, pero dudo que lo hagas.

    Saboreo la sangre mientras compruebo que aún tengo la mandíbula en su sitio.
    - Yo no estaría muy seguro de eso. Te voy a decir algo. Si no dejas de meterte en mi vida, te daré una paliza. Y eso incluye mis asuntos con Demi y con Héctor.

    - Pues yo también tengo que decirte algo. Meterme en tu vida es lo único que me hace seguir adelante. Joder, incluso la paliza que me dio ayer mi viejo cuando llegó borracho a casa no me entretiene tanto como tu vida.

    Agacho la cabeza.
    - Lo siento, Paco. No debería haberte golpeado. Ya tienes bastante con tu viejo.
    Paco murmura un «no te preocupes».

    Anoche fue la primera vez en la que me arrepentí de haber utilizado los puños contra alguien. A Paco le ha pegado tantas veces su viejo que probablemente llevará cicatrices el resto de su vida. Soy un auténtico gilipollas por haber actuado así. En cierto modo, me alegra que Demi y yo hayamos acabado. No soy capaz de controlar mis sentimientos y emociones cuando estoy con ella.

    Mi única esperanza es poder evitarla fuera de clase de química. Sí, eso es, porque aunque no esté cerca de ella, no puedo quitármela de la cabeza.

    Una de las ventajas de haber roto con Demi es que, durante estas dos semanas, he tenido tiempo para reflexionar sobre el asesinato de mi padre. La noche en cuestión ha empezado a regresar a mi mente en forma de destellos. Algo no encaja, pero no logro adivinar el qué. Mi padre sonreía, hablaba, y justo antes de que le dispararan, le vi sorprendido y nervioso. ¿No tendría que haberse sentido así durante todo el tiempo?

    Esta noche es Halloween. Y también es la noche que Héctor ha elegido para llevar a cabo la operación. He estado inquieto todo el día. He trabajado en siete coches diferentes, y les he hecho de todo, desde cambiarles el aceite hasta remplazar juntas desgastadas y agujereadas.

    Guardo la pistola de Héctor en el cajón de mi habitación, no quiero andar por ahí armado hasta que no sea necesario. Aunque en realidad es una estupidez, porque este será el primer trapicheo de los muchos que me esperan durante el resto de mi vida.
    «Eres como el viejo». Intento no darle importancia a la voz que resuena en mi cabeza y que me ha atormentado todo el día. «Como el viejo».

    No puedo evitarlo. Recuerdo todas las veces que mi padre me decía: «Somos colegas, Joe. Tú y yo nos entendemos muy bien. ¿Algún día serás tan fuerte como tu padre?», me preguntaba. Y yo siempre levantaba la mirada hacia él y le contestaba con absoluta devoción: «Claro, papá. Quiero ser como tú». '

    Mi padre nunca me dijo que podía llegar a ser mejor que él ni que había otra forma de hacer las cosas. Sin embargo, esta noche demostraré que soy como mi viejo. He intentado comportarme de otro modo asegurando a Carlos y a Luis que podían elegir otro camino. Soy un idiota por pensar que puedo ser un modelo para ellos.

    Mis pensamientos vuelven a centrarse en Demi. He intentado olvidar que irá con alguien al baile de Halloween. Su ex, según me ha parecido entender. Intento apartar de mi mente el hecho de que otro tío le ponga las manos encima.
    Estoy seguro de que intentará besarla. ¿Quién no iba a querer besar esos labios dulces, suaves, aterciopelados?

    Esta noche trabajaré hasta la hora en la que tengo que acudir a mi cita. Si me quedara en casa solo, me volvería loco dándole vueltas a todo.

    Me resbala de las manos el remachador y me golpea en toda la frente. Sin embargo, no me enfado conmigo mismo, sino con Demi. A las ocho estoy más enfadado con mi compañera de laboratorio que con nadie en este mundo, aunque no sé si tengo derecho a estarlo.

Química Perfecta Capitulo 49




Demi
    
   Tras dos paquetes de pañuelos, Sierra dejó de intentar animarme y me permitió llorar hasta que me quedé dormida. Por la mañana, le pido que deje las persianas bajadas y las cortinas cerradas. No hay nada malo en quedarse todo el día en cama, ¿verdad?

    - Gracias por no decirme “ya te lo había advertido”. -Busco algo que ponerme en su armario después de que me haya obligado a levantarme.

    Ella está de pie junto al vestidor, maquillándose,
    - No voy a decírtelo, pero puedes estar segura de que lo pienso.
    - Gracias -respondo con ironía. Sierra saca unos vaqueros y una camiseta de manga larga del armario.

    - Toma, ponte esto. No estarás ni la mitad de mona que con tu ropa, pero seguirás estando mejor que ninguna chica de Fairfield.
    - No digas eso.

    - ¿Por qué? Es la verdad.
    - No, no lo es. Tengo el labio superior demasiado grueso. 
    - A los chicos les encanta. Las estrellas de cine pagan un montón de dinero por ponerse labios gruesos.
    - Tengo la nariz torcida.
    - Solo desde cierto ángulo.

    - Tengo una teta más grande que la otra.
    - Demi, son grandes. A los chicos les obsesionan las tetas grandes. Les da igual que una sea más grande que la otra -dice, apartándome del espejo-. Admítelo, estás como un tren. Bien ahora mismo tienes los ojos muy rojos y te han salido bolsas después de llorar toda la noche. Pero eres preciosa. Mírate, Demi, y di en voz alta: «Estoy cañón».
    - No.

    - Venga. Te sentirás mejor. Mírate en el espejo y grita; ¡Mis tetas molan!
    - No.
    - ¿No puedes admitir por lo menos que tienes un pelo precioso?
    - ¿Hablas contigo misma delante de un espejo? -le pregunto.

    - Claro. ¿Quieres verlo? -Me aparta hacia un lado y se coloca frente al espejo-. No estás nada mal, Sierra -exclama-. Doug es un tipo con suerte -continúa, y volviéndose hacia mí, añade-: Ves, es fácil.

    Sin embargo, en lugar de estallar en carcajadas, me echo a llorar.
    - ¿Tan fea soy?

    Niego con la cabeza.
    - ¿Es porque no tengo ropa con pedrería? Sé que tu madre te ha echado de casa, pero ¿crees que nos dejará entrar para asaltar tu armario? No sé cuánto tiempo aguantarás con mi talla.

    Mi madre no llamó anoche para preguntar por mí. Creo que esperaba que lo hiciera, aunque raras veces cumple con mis expectativas. Y mi padre... bueno, probablemente no sepa que anoche no dormí en casa. Pueden quedarse con mi ropa. Aunque puede que más tarde me escape para ver cómo está Shelley.
    - ¿Quieres un consejo? -me pregunta Sierra.
    La miro con cautela.

    - No lo sé. Nunca te ha gustado la idea de que Joe y yo saliéramos juntos.
    - Eso no es verdad, Demi. Nunca te he dicho nada. Aun así, creo que cuando se relaja, es un buen chico. Nos divertimos mucho el día que fuimos al Lago Ginebra. Doug también. Me dijo que Joe era un tío guay. No sé lo que ha ocurrido entre vosotros dos, pero tienes dos opciones: o te olvidas de él o sacas toda la artillería.
    - ¿Es eso lo que haces tú con Doug?
    Sonríe.

    - A veces, digamos que Doug necesita un toque de atención. Cuando nuestra relación empieza a hacerse monótona, hago algo para reavivarla. No lo interpretes como una excusa para arrodillarte ante Joe. Pero si es realmente la persona que deseas, ¿qué te impide ir a por él? No me gusta verte triste, Demi.
    - ¿Me veías feliz con Joe?

    - Más bien obsesionada. Pero sí, también feliz. Más feliz de lo que habías estado en muchísimo tiempo. Guando alguien te gusta mucho, sueles estar o muy bien o muy mal. ¿Tiene sentido?

    - Sí, aunque me hace parecer bipolar.
    - El amor puede hacerte sentir así.