Demi
Estoy frente al
Taller de Enrique, haciendo ejercicios de respiración para controlar los
nervios. Sé que Joe está solo porque no veo el Camry del dueño del garaje por
ningún lado.
Estoy decidida a
seducirle.
Si lo que llevo
puesto no llama su atención, nada lo hará. Voy a dar toda... voy a sacar toda
la artillería. Llamo a la puerta, cierro los ojos y rezo para que todo salga
tal y como tengo planeado.
Me abro la chaqueta
de satén larga y plateada y la fresca brisa nocturna me acaricia la piel
desnuda. Cuando el chasquido de la puerta me alerta de la presencia de Joe,
abro lentamente los ojos. Pero no son los ojos negros de Joe los que observan
mi cuerpo semidesnudo. Es Enrique, que tiene la vista clavada en mi sujetador
de encaje rosa y en mi falda de animadora como si acabara de tocar le la
lotería.
Muerta de
vergüenza, me cubro con la chaqueta. Si también pudiera esconder la cabeza
dentro de ella, lo haría.
- Joe -grita
Enrique, estallando en carcajadas-. Una niña que pide caramelos pregunta por
ti.
Es posible que
tenga la cara de color rojo remolacha, pero estoy decidida a seguir adelante.
Estoy aquí para demostrarle a Joe que no voy a abandonarle.
- ¿Quién es?
-pregunta la voz de Joe desde el interior del garaje.
- Yo ya me iba -me
dice Enrique, pasando por mi lado-. Dile a Joe que cierre el taller cuando se
vaya. Hasta otra.
Enrique cruza la
sombría calle mientras canturrea en voz baja.
- Enrique,
¿quién...? -La voz de Joe se desvanece cuando llega a la puerta del taller. Me
mira con furia-. ¿Necesitas indicaciones para llegar a algún sitio en
particular o has venido para que te arreglen el coche?
- Ninguna de las
dos cosas -respondo.
- ¿Buscas caramelos
en esta zona de la ciudad?
- No.
- Se acabó, nena,
¿lo entiendes? ¿Por qué sigues entrometiéndote en mi vida y atormentándome de
este modo? Además, ¿no tendrías que estar en el baile de Halloween con algún
tipo del instituto?
- Le he dejado
plantado. ¿Podemos hablar?
- Mira, tengo un
montón de trabajo por hacer. ¿A qué has venido? ¿Y dónde está Enrique?
- Se ha ido -le
informo, nerviosa-. Creo que le he asustado.
- ¿Tú? No lo creo.
- Le he enseñado lo
que llevo debajo del abrigo.
Joe arquea las
cejas.
- Déjame entrar
antes de que acabe congelada aquí fuera. Por favor -le suplico, mirando hacia
atrás. La oscuridad ahora me parece aterradora y el corazón me late con fuerza.
Me encojo bajo el abrigo. Tengo la piel de gallina y empiezo a temblar.
Joe deja escapar un
suspiro, me conduce al interior del taller y cierra la puerta. Afortunadamente,
hay un calefactor en medio del local. Me planto frente a él y empiezo a
frotarme las manos.
- Quiero que lo
intentemos de nuevo. Fingir que solo somos compañeros de laboratorio ha sido
una tortura. Te echo de menos. ¿Y tú, me has echado de menos?
Parecen asaltarle
las dudas. Ladéala cabeza, como si no estuviera muy seguro de haber oído bien.
- Sabes que aún
estoy en los Latino Blood, ¿verdad?
- Lo sé. Aceptaré
lo que me ofreces, Joe.
- Nunca podré
cumplir con tus expectativas.
- ¿Y si te dijera
que no tengo ninguna expectativa? Aspira una profunda bocanada de aire y la
suelta lentamente. Sé que está reflexionando porque su expresión se ha vuelto
muy seria.
- Voy a decirte
algo -dice finalmente-. Te quedarás mientras me termino la cena. No te
preguntaré lo que llevas, o mejor dicho, lo que no llevas bajo el abrigo.
¿Trato hecho?
Sonrío con
vacilación y me aliso el cabello con las manos.
- Trato hecho.
- No tienes que
hacer eso por mí -me asegura, apartándome la mano suavemente del pelo-. Traeré
una manta para que no te ensucies.
Espero hasta que
saca una manta de lana de color verde de un armario. Nos sentamos sobre ella y Joe
mira el reloj.
- ¿Quieres un poco?
-pregunta, señalando la comida. Tal vez si como algo consiga tranquilizarme.
- ¿Qué es?
- Enchiladas. Mi
madre las hace deliciosas -explica cortando un pedacito con el cuchillo y pasándomelo-.
Si no estás acostumbrada a la comida picante...
- Me encanta el
picante -le interrumpo, metiéndomelo en la boca. Empiezo a masticar,
deleitándome con la mezcla de sabores. No obstante, al tragarlo la lengua me
empieza a arder. En algún lugar remoto puedo distinguir el sabor, pero sigue
picando mucho.
- Pica. -Es lo
único que puedo articular mientras intento tragar.
- Te lo he
advertido. - Joe me pasa su vaso-. Bebe. Es mejor la leche, pero solo tengo
agua.
Cojo el vaso. El
líquido me enfría la lengua, pero cuando lo apuro siento que el fuego se
reaviva.
- Agua... -imploro.
Joe rellena el vaso.
- Bebe lo que
quieras, aunque no creo que sirva de mucho. Pronto se te pasará.
En lugar de beber,
esta vez meto la lengua en el líquido y la dejo ahí. Ahhh...
- ¿Estás bien?
- ¿A ti qué te
parece? -replico como puedo.
- Lo cierto es que
resulta erótico verte así, con la lengua a remojo. ¿Quieres darle otro bocado?
-pregunta con picardía, comportándose como el Joe de siempre.
- Ni de coña -le
espeto, aún con la lengua dentro del vaso.
- ¿Todavía te pica?
Aparto el vaso para
contestarle:
- Parece que tengo
un millón de jugadores de fútbol clavándome las botas en la lengua.
- Ay -se lamenta
entre risas.. ¿Sabes? Una vez me dijeron que lo mejor para calmar el picor es
besar a alguien,
- ¿Es lo único que
se te ha ocurrido para insinuar que quieres besarme?
El me mira
fijamente y me atrae con sus ojos negros.
- Nena, yo siempre
quiero besarte.
- Me temo que no lo
vas a conseguir tan fácilmente, Joe Quiero respuestas. Primero las respuestas y
después los besos.
- ¿Por eso has
venido hasta aquí desnuda bajo esa chaqueta?
- ¿Quién dice que
vaya desnuda? -le digo, acercándome a él.
Joe deja el plato sobre la manta. Si la boca
me quema aún, apenas me doy cuenta. Ahora me toca a mí hacerme con el control
de la situación.
- Juguemos a algo, Joe.
Lo llamo Haz una pregunta y desnúdate. Cada vez que formules una pregunta,
tendrás que quitarte una prenda. Yo haré lo mismo.
- Calculo que me da
para unas siete preguntas. ¿Cuántas tienes tú?
- Empieza, Joe.
Acabas de hacer tu primera pregunta. -Él asiente con la cabeza y se quita uno
de los zapatos-. ¿Por qué no empiezas con la camiseta? -le pregunto.
- Confío que sepas
que acabas de hacer una pregunta. Creo que es un ejemplo...
- No es una
pregunta -insisto.
- Acabas de
preguntarme por qué no empiezo por la camiseta -dice con una sonrisa.
Se me acelera el
pulso. Me bajo la falda de animadora y escondo las piernas bajo la chaqueta.
- Ahora solo me
quedan cuatro prendas. Joe intenta mantenerse distante, pero en sus ojos
distingo un deseo que no había visto hasta ahora. Y la estúpida sonrisa
desaparece de su rostro en cuanto se pasa la lengua por los labios.
- Necesito un
cigarrillo. Es muy difícil dejarlo. ¿Has dicho cuatro?
- Eso ha sonado
como una pregunta, Joe.
Él niega con la
cabeza.
- No, listilla, no
era una pregunta. Pero ha sido un buen intento. Veamos. ¿Cuál es la verdadera
razón que te ha traído hasta aquí?
- Porque quería
demostrarte cuánto te quiero -respondo.
Joe parpadea un par
de veces, pero no demuestra emoción alguna. Esta vez se quita la camiseta y la
deja a un lado, mostrando su torso bronceado y liso como una tabla.
Me arrodillo a su
lado, esperando poder tentarle y hacerle perder el control.
- ¿Quieres ir a la
universidad? Dime la verdad.
Él vacila un
instante.
- Si mi vida fuera
diferente, sí.
Me quito una
sandalia.
- ¿Te has acostado
alguna vez con Colin? -me pregunta.
-No.
Se quita el zapato
derecho, sin dejar de mirarme en ningún momento.
- ¿Lo hiciste con
Carmen? -le pregunto yo.
Duda antes de
contestar: - No quieres saberlo.
- Sí que quiero. Quiero saberlo todo. Las
mujeres con las que has estado, la primera persona con la que te acostaste...
Él se frota la
nuca, como si le hubiera dado un tirón y quisiera aliviar el dolor.
- Vaya, eso son
muchas preguntas -dice-. Carmen y yo... bueno, sí, nos acostamos. La última vez
fue en abril. Por entonces, aún no sabía que me estaba engañando con otro tío.
No recuerdo muy bien las aventuras anteriores a Carmen. Atravesé un periodo de
un año en el que me apetecía salir con una chica diferente cada semana. Y me
acosté con la mayoría. Fue una tontería.
- ¿Usaste siempre
protección?
- Sí.
- ¿Quieres contarme
tu primera vez?
- Mi primera vez
fue con Isabel.
- ¿Isabel Ávila?
-pregunto, confusa. Joe asiente.
- No es lo que
crees. Ocurrió el verano antes de entrar en el instituto y ambos queríamos
zanjar el tema de la virginidad y averiguar por qué todo el mundo le daba tanta
importancia al sexo. Fue horrible. Yo estuve muy torpe y ella se pasó casi todo
el tiempo riendo. Ambos llegamos a la conclusión de que no había sido muy buena
idea intentarlo con alguien que era casi como un hermano. Vale, ya te lo he
contado todo. Ahora, por favor, quítate la chaqueta.
- Aún no, nene. Si
te has acostado con tantas chicas, ¿cómo sé que no has pillado alguna
enfermedad? Dime que te has hecho pruebas.
- Cuando me
pusieron las grapas en el hospital, me hicieron varios análisis. Créeme, estoy
sano.
- Yo también. Por
si te lo estás preguntando. -Me quito la otra sandalia, contenta por no
sentirme como una estúpida ni que él se cabree por hacerle tantas preguntas-.
Te toca.
- ¿Alguna vez has
pensado en hacer el amor conmigo? -suelta, quitándose un calcetín mientras
espera mi respuesta.