martes, 2 de abril de 2013

Quimica Perfecta Capitulo 38




Joe
   
Si sigo mirando sus largas piernas, voy a acabar provocando un accidente.
    - ¿Cómo está tu hermana? -le pregunto para cambiar de tema.
    - Está deseando ganarte otra vez a las damas.
    - ¿En serio? Bueno, dile que me dejé ganar. Estaba intentando impresionarte.
    - ¿Perdiendo a las damas?

    - Funcionó, ¿verdad? -digo, encogiéndome de hombros.
    Reparo en que no deja de colocarse el vestido, como si necesitara ponérselo bien para causarme buena impresión. Con la intención de disipar sus nervios, le recorro el brazo con los dedos antes de cogerla de la mano. - Dile a Shelley que volveré para la revancha -le digo.

    Ella se vuelve hacia mí y me mira con sus resplandecientes ojos azules.
    - ¿En serio?
    - Por supuesto.

    Durante el trayecto, intento mantener una conversación intranscendente. Pero no funciona, no soy el tipo de chico al que le gusten ese tipo de conversaciones. Me alegro de que Demi parezca contenta aunque estemos en silencio.
    Poco después, aparco delante de una casa de ladrillo, pequeña, de dos plantas.
    - ¿La boda no es en la iglesia?
    - No. Elena quiere casarse en casa de sus padres.

    Le rodeo la cadera con el brazo cuando nos acercamos a la casa. No me preguntéis por qué razón siento la necesidad de presumir de ella. Tal vez en el fondo sea cierto que no soy más que un Neanderthal. Cuando entramos en la casa, nos llega la música de los Mariachi procedente del patio, y hay gente ocupando cada centímetro del espacio. Compruebo la reacción de Brittany, preguntándome si siente que ha sido transportada por arte de magia a México. Mi familia no tiene casas enormes con piscinas como a las que ella está acostumbrada.

    Enrique y algunos de mis primos nos dan la bienvenida a gritos. Todos hablan en su argot; no sé si Demi los entiende. Estoy acostumbrado a que mis tías me besuqueen sin parar y que mis tíos me den vigorosos manotazos en la espalda. Pero no creo que a ella le haga mucha gracia aquello. Me acerco a Demi para que sepa que no me he olvidado de ella. Empiezo a presentarle a toda la familia pero me doy por vencido cuando comprendo que no hay manera de que recuerde todos los nombres.
    - ¡Eh! -exclama una voz a nuestra espalda.

    Me vuelvo y veo a Paco.
    - ¿Qué pasa? -le saludo, dándole una palmada en la espalda-.Demi, seguro que ya conoces a mi mejor amigo del instituto. No te preocupes, sabe que no tiene que decirle a nadie que te ha visto aquí.

    - Mis labios están sellados -asegura, y luego se pone a hacer el tonto, fingiendo cerrarse los labios con una cremallera y lanzar la llave.
    - Hola, Paco -le dice ella con una sonrisa.

    Jorge se une a nosotros, con su esmoquin blanco y una rosa roja en la solapa. Recibo a mi futuro primo con otra palmada en la espalda.
    - Vaya, tío, vas hecho un pincel,

    - Tú tampoco estás nada mal. ¿Vas a presentarme a tu amiga o qué?
    Demi, este es Jorge. Es el pobre que... quiero decir, el afortunado que va a casarse con mi prima Elena.

    - Los amigos de Joe son nuestros amigos -le dice a Demi, dándole un abrazo.
    - ¿Dónde está la novia? -pregunta Paco.
    - Arriba, llorando en la habitación de sus padres.
    - ¿De felicidad? -intervengo yo.

    - No, tío. Subí para darle un beso y ahora está barajando la posibilidad de cancelarlo todo, porque dice que ver a la novia antes de la boda trae mala suerte -añade Jorge, encogiéndose de hombros.

    - Me alegro de no estar en tu piel -le suelto-. Elena es supersticiosa. Probablemente hará alguna locura para ahuyentar la mala suerte.

    Mientras Paco y Jorge especulan sobre los recursos que podría emplear Elena para librarse de ella, cojo a Demi de la mano y la llevo afuera. Un grupo toca música en directo. Aunque seamos chicanos y nos hayamos adaptado bien, seguimos manteniendo nuestra cultura y nuestras rediciones. La comida es picante, las familias son numerosas y todos estamos muy unidos. Y nos encanta moveros al ritmo de la música que llevamos en la sangre.

    - ¿Paco es tu primo? -me pregunta Demi.
    - No, pero le gusta pensar que sí. Carlos, esta es Demi -informo a mi hermano cuando llego a su lado.

    - Si, ya lo sé -dice Carlos-. Recuerdo haberos visto en pleno intercambio de saliva.
    Demi se queda muda por la sorpresa.
    - Ten cuidado con lo que dices -le advierto, dándole una colleja.
    Demi me pone la mano en el pecho.

    - No te preocupes, Joe. No tienes que protegerme de todos.
    Carlos adopta una postura presumida.

    - Es cierto, hermano. No tienes que protegerla. Bueno, tal vez de mamá sí.
    Se acabó. Llevo a mi hermano a un lado y me enzarzo con él en una discusión.
    - Lárgate y no molestes.

    ¿Está intentando estropearme la cita? Carlos se dirige a la mesa, resoplando.
    - ¿Y tu otro hermano? -pregunta Demi.
    Nos sentamos en una de las muchas mesitas alquiladas que hay en medio del patio. Coloco el brazo sobre el respaldo de su silla.

    - Luís está ahí -digo, señalando un rincón del patio, donde mi hermano es ya el centro de atención gracias a su imitación de animales de corral. Todavía tengo que explicarle que ese talento no le valdrá para atraer a las chicas cuando entre en el instituto.

    Demi tiene la mirada puesta en los cuatro niños de mi prima; todos tienen menos de siete años y corretean por todos lados. Marissa, de dos años, ha decidido que no estaba a gusto con su vestido y se lo ha quitado, arrojándolo a un lado del patio.

    - Seguramente pensarás que no son más que un puñado de ruidosos mexicanos.
    Ella sonríe. - No. Parece un puñado de gente que se divierte en una boda al aire libre. ¿Quién es ese? -pregunta cuando un chico vestido con uniforme militar pasa a nuestro lado-. ¿Otro primo?

    - Sí. Paul acaba de regresar de Oriente Medio. Aunque no lo creas, antes era miembro de Python, una pandilla de Chicago. Antes de ser soldado estaba muy metido en las drogas.

    Ella gira la cabeza de inmediato para mirarme.
    - Ya te lo dije, yo no consumo drogas. Por lo menos ya no -le aseguro con decisión, deseando que me crea-. Y tampoco trafico con ellas.
    - ¿Me lo prometes?

    - Sí -respondo, recordando la noche en la playa en la que estuve tonteando con Carmen. Aquella fue la última vez-. No importa lo que hayas oído, me mantengo alejado de la coca. Es algo muy serio. Lo creas o no, me gustaría conservar todas las neuronas con las que nací

    - ¿Y Paco? -pregunta Demi-. ¿Consume drogas?
    - A veces.
    Dirige la mirada a Paco, que ríe y bromea con mi familia.
    Intenta desesperadamente formar parte de ella, ya que no dispone de una propia. Su madre se largó hace años, dejando a su padre y a él en una situación lamentable, no lo culpo por desear escapar.

    Mi prima Elena aparece finalmente con un vestido blanco de encaje, y la ceremonia da comienzo. Mientras recitan los votos, me quedo detrás de Demi estrechándola entre mis brazos, arropándola suavemente. Me pregunto qué llevará ella el día de su boda. Probablemente diversos profesionales capturarán el momento para toda la eternidad.

    - Y yo os declaro, marido y mujer -recitó el sacerdote. Los novios se besan y la gente prorrumpe en aplausos. Demi me aprieta con fuerza la mano.

domingo, 31 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 37




Demi
   
- No puedo creer que hayas cortado con Colon -dice Sierra mientras se pinta las uñas sobre mi cama después de la cena-. Espero que no acabes lamentándolo, Demz. Lleváis juntos mucho tiempo. Pensaba que le querías. Le has roto el corazón, ¿sabes? Llamó a Doug llorando.

    - Quiero ser feliz -le digo, sentándome a su lado-. Y con Colin hacía tiempo que no lo era. Ha admitido que este verano me engañó con otra chica. Se acostó con ella, Sierra.

    - ¿Qué? No me lo puedo creer.
    - Pues créetelo. Colin y yo ya habíamos terminado cuando llegó el verano. Lo que pasa es que tardé mucho en darme cuenta de que ya no podíamos seguir con esta farsa.

    - Así que has hecho progresos con Joe ¿eh? Colin cree que estás mezclando algo más que tubos de ensayo con tu compañero de laboratorio.

    - No es verdad -le miento. Aunque Sierra sea mi mejor amiga, ella sigue pensando que deben respetarse las divisiones sociales. Quiero decirle la verdad, pero soy incapaz de hacerlo. Al menos por el momento.
    Sierra cierra el esmalte de uñas y resopla:
    Demz, lo creas o no, soy tu mejor amiga. Y sé que me estás mintiendo. Admítelo.
    - ¿Qué quieres que te diga?

    - Quiero que por una vez me digas la verdad. Joder, Demz. Entiendo que no quieras que Darlene se entere de tus cosas porque le encanta criticar a los demás. Y también puedo entender que quieras dejar al margen al factor triple M. Pero estás hablando conmigo, tu mejor amiga.  La única que está al corriente de lo de Shelley, la única que ha sido testigo de cómo tu madre pierde los papeles.
    Sierra coge el bolso y se lo cuelga del hombro.

    No quiero que se enfade conmigo, pero me gustaría hacerle entender lo importante que es todo esto.

    - ¿No irás luego a contárselo a Doug? No quiero poner entre la espada y la pared, en la tesitura de tener que mentirle.

    Sierra hace una mueca de desprecio muy parecida a la que yo suelo hacer.
    - Vete a la mierda, Demz. Gracias por hacerme sentir que mi mejor amiga no confía en mí -espeta, y antes de salir de mi habitación, se da la vuelta y añade-: ¿Sabes esas personas que tienen oído selectivo? Pues lo tuyo es confesión selectiva. Esta mañana te he visto hablar muy animadamente con Isabel Ávila en el pasillo. Si no te conociera, diría que estabas compartiendo secretitos con ella -dice, levantando las manos-. Vale, admito que me puse celosa porque mi mejor amiga estaba compartiendo sus secretos con otra. Cuando te des cuenta de que lo único que me importa es que seas feliz, llámame.

    Tiene razón. Pero lo de Joe es tan reciente que aún me siento vulnerable. Isabel es la única que sabe lo que hay entre nosotros, por eso recurrí a ella.

    - Sierra, eres mi mejor amiga y lo sabes -le digo con la esperanza de convencerla de mi sinceridad. Puede que tengamos un problema de confianza, pero eso no significa que no siga siendo mi mejor amiga.

    - Pues entonces empieza a comportarte como tal -dice antes de marcharse.
       Me seco la gota de sudor que desciende lentamente por mi ceja mientras me dirijo en coche a recoger a Joe para acompañarlo a la boda.

    He elegido para la ocasión un vestido de tirantes ajustado y de color crema. Como mis padres estarán en casa cuando regrese, he cogido una muda y la he guardado en la bolsa de deporte. Mi madre se encontrará con la Demi de siempre cuando llegue a casa: la hija perfecta. ¿Qué importa que tenga que representar un papel? Mientras ella sea feliz. Sierra tiene razón, soy selectiva con ciertas cosas.

    Doblo la esquina y me dirijo hacia la entrada del taller. Cuando diviso a Joe junto a su moto, me da un vuelco el corazón.
    Ay, madre. En menudo lío estoy metida.

    No lleva puesta la bandana. Su negra y espesa melena le cae sobre la frente, invitándome a apartarla a un lado. Unos pantalones negros y una camisa de seda negra sustituyen sus habituales vaqueros y camiseta. Tiene el aspecto de un chicano joven y temerario. No puedo evitar esbozar una sonrisa cuando aparco a su lado.
    - Nena, parece que ocultas un secreto.
    Pues sí, pienso mientras salgo del coche. A ti.
    - Vaya. Estás... preciosa.

    Doy una vuelta sobre mí misma.
    - ¿Qué te parece el vestido?
    - Ven aquí -ordena, atrayéndome hacia él-. Ya no quiero ir a la boda. Prefiero tenerte para mí solo.

    - De ninguna manera -contesto, recorriéndole la línea de la mandíbula con un dedo.
    - Muy graciosa.
    Me encanta este Joe juguetón. Consigue que me olvide todos sus demonios.
    - He venido para asistir a una boda chicana, y eso es lo que voy a hacer -le explico.
    - Vaya, y yo que pensaba que venías para estar conmigo.
    - Tienes mucho amor propio, Jonas.
    - No es lo único que tengo.

    Me arrincona contra el coche. Siento su cálida respiración sobre mi cuello, más caliente que el sol de mediodía. Cierro los ojos y espero el contacto de sus labios, pero en lugar de eso, oigo su voz.

    - Dame las llaves -exige, alargando las manos y arrebatándomelas.
    - ¿No irás a lanzarlas a los arbustos, verdad?
    - No me tientes.

    Joe abre la puerta del coche y se instala en el asiento del conductor.
    - ¿No vas a invitarme a entrar? -pregunto, confusa.
    - No. Voy a aparcar tu coche dentro del taller para que no te lo roben. Esto es una cita oficial. Yo conduzco.

    - ¿No creerás que voy a ir en esa cosa? -le pregunto, señalando la moto.
    Joe  enarca las cejas un segundo.

    - ¿Por qué no? ¿Julio no es lo suficientemente bueno para ti?
    - ¿Julio? ¿Llamas Julio a tu moto?

    - En honor a mi tío abuelo. Ayudó a mis padres a emigrar desde México.
    - Me gusta Julio. Pero no quiero montarme en él con este vestido tan corto. A no ser que quieras que todo el que venga por detrás me vea las bragas.
    Se frota la barbilla, reflexivo.

    - Pues le alegrarías la vista a más de uno.
    Me cruzo de brazos.

    - Estoy de coña. Vamos en el coche de mi primo.
    Nos acercamos a un Camry que hay aparcado al otro lado de la calle.
    Después de conducir durante unos minutos, Joe saca un cigarro de un paquete que hay sobre el salpicadero. El chasquido del mechero me provoca náuseas.

    - ¿Qué? -pregunta, con el cigarrillo encendido colgándole de los labios.
    Puede fumar si quiere. Puede que esta sea una cita oficial, pero no soy su novia oficial ni nada de eso.

    - Nada -respondo, negando con la cabeza.
    Le oigo exhalar y el humo del tabaco me molesta más que el fuerte perfume de mi madre. Bajo la ventanilla mientras intento contener la tos.
    Cuando nos detenemos en un semáforo, me mira y dice:
    - Si te molesta que fume, dímelo.

    - Vale, me molesta que fumes -confieso.
    - ¿Y por qué no lo has dicho antes? -responde, apagando el cigarrillo en el cenicero del coche.

    - No puedo creer que te guste fumar -digo cuando reemprende la marcha.
    - Me relaja.

    - ¿Te pongo nervioso?
    Su mirada me recorre lentamente. Los ojos, el pecho, los muslos.
    - Con ese vestido, no te lo puedes ni imaginar.

Química Perfecta Capitulo 36



Joe
    
- Tío, estaba besándote como si fuera el último beso de su vida. Si besa así, me pregunto cómo...
    - Cállate, Enrique.

    - Va a acabar contigo, Alejo - continúa Enrique, llamándome por mi mote-. Mírate, anoche en el calabozo y hoy no vas a clase para ganar dinero y recuperar la moto. No cabe duda de que la tía está muy buena, pero ¿realmente merece la pena?
    - Tengo que ponerme a trabajar -suelto, mientras las palabras de Enrique resuenan en mi cabeza. Me paso toda la tarde currando debajo de un Blazer, pensando únicamente en besar una y otra vez a Demi.

    Sí que merece la pena. No tengo la menor duda.
    - Joe, Héctor está aquí. Ha venido con Chuy -anuncia Enrique a las seis, cuando estoy a punto de irme a casa.

    Me limpio las manos en el mono de trabajo.
    - ¿Dónde están?

    - En mi oficina.
    A medida que me acerco al despacho, me invade una sensación de terror. Abro la puerta y veo a Héctor cómodamente instalado, como si estuviera en su propia casa. Chuy está en un rincón, un espectador no del todo inocente.
    - Enrique, es un asunto privado.

    No me he dado cuenta de que mi primo me ha seguido hasta allí, actuando como un secuaz que no necesito. Le hago un gesto para que nos deje solos. Siempre he sido leal a los Latino Blood, no hay razón para que Héctor dude ahora de mi compromiso para con la banda. La presencia de Chuy le añade importancia a la reunión. Si solamente estuviéramos Héctor y yo, no me sentiría tan tenso.
    - Joe. -Héctor se dirige a mí en cuanto Enrique desaparece-. Está bien quedar aquí en lugar de en el almacén, ¿no te parece?

    Le miro con una tímida sonrisa y cierro la puerta.
    Héctor señala el pequeño y estropeado sofá que hay al otro extremo de la habitación.

    - Siéntate -ordena, y espera a que tome asiento para añadir—: Necesito que me hagas un favor, amigo.
    De nada sirve aplazar lo inevitable.
    - ¿Qué tipo de favor?

    -Hay que hacer un intercambio el 31 de octubre.
    Aún queda un mes y medio. La noche de Halloween.
    - No quiero tener nada que ver con asuntos de drogas -le digo-. Lo sabes desde el primer día.

    Miro a Chuy, quien parece haberse puesto tenso, como el perro del pastor cuando las ovejas se alejan demasiado del rebaño.

    Héctor se pone en pie y me apoya una mano en el hombro.
    - Debes olvidar lo de tu padre. Si quieres llegar a dirigir a los Latino Blood, tendrás que involucrarte en el tráfico de drogas.
    - Entonces, no cuentes conmigo.

    Héctor me estruja el hombro y Chuy da un paso adelante. Es una amenaza silenciosa.
    - Ojalá fuera tan simple -confiesa Héctor-. Necesito que hagas esto por mí. Y, para serte sincero, me lo debes.

    Mierda. Si no me hubieran arrestado, no le debería nada a Héctor.
    - Sé que no me decepcionarás. Por cierto, ¿cómo está tu madre? Hace mucho que no la veo.

    - Está bien -replico, preguntándome qué tiene que ver mi madre en esta conversación.
    - Dile que le mando saludos, ¿lo harás?
    ¿Qué coño significa esto?

    Héctor abre la puerta, le indica a Chuy que le siga con un gesto y me deja solo para que piense en ello. Me vuelvo a sentar, observando la puerta cerrada, y me pregunto si seré capaz de traficar con drogas. Si quiero mantener a salvo a mi familia, no tengo otra opción.

Química Perfecta Capitulo 35




Demi
    
Los rumores de que Joe ha sido arrestado se extienden por el instituto como la pólvora. Tengo que averiguar lo que hay de cierto en ellos. Encuentro a Isabel en el descanso entre la primera y segunda hora. Está hablando con un grupo de amigas pero las deja un momento y me lleva aparte.

    Me dice que Joe fue arrestado ayer pero que salió bajo fianza. No tiene ni idea de dónde está, pero preguntará por ahí y volveremos a vernos en el descanso entre la tercera y cuarta hora, junto a mi taquilla. Cuando llega el momento, echo a correr hasta allí, anticipándome y estirando bien el cuello para ver si puedo encontrarla. Isabel está esperándome.

    - No le digas a nadie que te he dado esto -dice, pasándome un trozo de papel plegado.

    Fingiendo buscar algo en mi taquilla, lo desdoblo. Una dirección.
    Nunca antes había hecho campana. Aunque tampoco han arrestado nunca al chico que he besado.

    Esto es lo que sucede cuando me muestro tal y como soy. Y ahora voy a ser auténtica  con Joe, tal y como siempre ha deseado él. Tengo miedo, y no estoy muy convencida de que esté haciendo lo correcto, pero no puedo ignorar la atracción magnética que nos une.

    Introduzco la dirección en el GPS. Me lleva hacia la zona sur, a un lugar llamado El Taller de Enrique. Hay un chico frente a la puerta. Se queda boquiabierto al verme.
    - Estoy buscando a Joe Jonas.
    El tipo no responde.

    - ¿Está aquí? -le pregunto, incómoda. Tal vez no se fíe de mí.
    - ¿Por qué buscas a Joseph? -pregunta finalmente.
    El corazón me late con tanta fuerza que la camiseta se mueve con cada latido.
    - Tengo que hablar con él.

    - Será mejor que lo dejes en paz -responde.
    - Está bien, Enrique -interviene una voz conocida.

    Me vuelvo hacia Joe. Está apoyado en la puerta del taller con un trapo colgándole del bolsillo y una llave inglesa en la mano. El pelo que le sobresale de la bandana está alborotado y tiene un aspecto más masculino que el de ningún otro chico que haya visto hasta ahora.

    Deseo abrazarle. Necesito que me diga que todo va bien, que no volverán a encerrarlo.
    Joe sigue mirándome a los ojos.
    - Supongo que será mejor que os deje solos -me parece oír que dice Enrique, pero estoy demasiado absorta como para estar segura.

    Tengo los pies pegados al suelo, así que es un alivio ver que es él quien se acerca.
    - Eh... -empiezo. Por favor, que no me cueste acabar con esto-. Yo... esto... he oído que te arrestaron. Quería saber si estabas bien.

    - ¿Has hecho campana para comprobar si estoy bien?
    Asiento con la cabeza porque la lengua se niega a obedecer.
    Joe da un paso atrás.

    - Bueno, pues ahora que has visto que estoy bien, vuelve al instituto. Tengo que... ya sabes, volver al trabajo. Anoche me confiscaron la moto, y necesito ahorrar para recuperarla.

    - ¡Espera! -le grito. Aspiro profundamente. Ha llegado el momento. Voy a soltarlo todo-. No sé cuándo ni por qué empecé a sentir algo por ti, Joe, pero así están las cosas. Desde el día en el que casi me llevo por delante tu moto, no he podido dejar de imaginar cómo sería estar contigo. Y el beso... Dios, te juro que nunca había experimentado algo semejante. Significó mucho para mí. 

Si el mundo no se acabó en aquel momento, no veo por qué tiene que hacerlo ahora. Sé que es una locura porque somos muy diferentes, y que si ocurre algo entre nosotros no quiero que la gente del instituto lo sepa. No te pido que aceptes una relación secreta conmigo, pero al menos tengo que saber si existe esa posibilidad. He roto con Colin, con el que tenía una relación bastante pública. Estoy preparada para una secreta. Real y secreta. Sé que estoy parloteando como una idiota, pero si no dices algo pronto o me das una pista de lo que estás pensando, yo...
    - Dilo otra vez -me dice.
    - ¿Todo el discursito?

    Recuerdo haber dicho algo sobre que no se acaba el mundo, pero me siento demasiado mareada como para recitarlo todo otra vez.
    Joe se acerca a mí.- No. Solo esa parte en la que aseguras sentir algo por mí.
    Le miro a los ojos.

    - Pienso en ti todo el tiempo, Joe. Y deseo volver a besarte, de verdad.
    Se le levantan las comisuras de los labios y esboza una sonrisa.
    Soy incapaz de mirarle a la cara, de modo que me decido por el suelo.
    - No te rías de mí -le ruego. Ahora mismo puedo soportar cualquier cosa menos eso.

    - No te alejes, nena. Nunca me reiría de ti.
    - No quería que ocurriera de este modo -admito, mirándole de nuevo a los ojos.
    - Lo sé.

    - Es probable que esto no funcione -añado.
    - Probablemente no.
    - Mi vida no es tan perfecta como la gente cree.
    - Ya somos dos -señala.
    - Estoy deseando saber a dónde nos lleva esto. ¿Y tú?

    - Si no estuviéramos aquí fuera –advierte-, te mostraría...
    Le interrumpo deslizando una mano por la densa melena que le cae por la nuca y tirando de su hermosa cabeza. Si en este momento no podemos disponer de algo de intimidad, me encargaré de hacerla real. Además, todos los que no deben enterarse de esto ahora están en el instituto.

    Joe sigue manteniendo las manos a ambos lados. Guando separo los labios, suelta un gemido a pocos centímetros de mi boca y deja caer la llave inglesa al suelo con un ruido sordo.

    Cuando me rodea con sus fuertes brazos, me siento protegida. Su lengua de terciopelo se enreda con la mía, provocando una sensación de intimidad en lo más profundo de mi ser hasta ahora desconocida. Esto es algo más que darse el lote, es... bueno, sé que es algo más.

   Joe  no deja de mover las manos en ningún momento. Con una traza círculos sobre mi espalda; la otra juguetea con mi pelo.

    Él no es el único que se dedica a explorar. Recorro su cuerpo con las manos, sintiendo sus músculos tensos bajo mis dedos, haciendo más intensa nuestra complicidad.

    Al rozarle la mandíbula, su barba de dos días me araña la piel.
    Oigo el fuerte carraspeo de Enrique y nos separamos, Joe me mira con una pasión desbordante en los ojos.

    - Tengo que volver al trabajo -susurra entre jadeos.
    - Ah. Está bien -respondo. Súbitamente avergonzada por nuestro despliegue de afecto en público, doy un paso atrás.

    - ¿Podemos quedar más tarde? -me pregunta.
    - Mi amiga Sierra viene a cenar a casa.
    - ¿La que no deja de mirar su bolso?
    - Eh, sí -admito. Tengo que cambiar de tema o me sentiré tentada de invitarlo a él también. Ya puedo imaginármelo: mi madre rebosante de desprecio hacia Joe y sus tatuajes.

    - Mi prima Elena se casa el domingo. Ven conmigo a la boda -sugiere.
    - No puedo permitir que mis amigas se enteren de lo nuestro. Ni mis padres -admito, bajando la mirada.
    - No les contaré nada.

    - ¿Y la gente de la boda? Todo el mundo nos verá juntos.
    - No habrá nadie del instituto. Solo mi familia, y me aseguraré de que mantengan la boca cerrada.

    No puedo. Mentir y escaparme a hurtadillas nunca se me ha dado bien. Lo aparto de un empujón.
    - No puedo pensar cuando te tengo tan cerca.
    - Bien. Hablemos de la boda.

    Ay, madre, solo con mirarlo siento el deseo de acompañarlo.
    - ¿A qué hora?
    - A mediodía. Será una experiencia que nunca olvidarás. Confía en mí. Te recogeré a las once.
    - Todavía no he dicho que sí.

    - Ya, pero estás a punto de hacerlo -asegura con un tono suave y misterioso.
    - ¿Por qué no nos encontramos aquí, a las once? -le sugiero, señalando el taller con la cabeza. Si mi madre se entera de lo nuestro, todo se habrá terminado.
    Joe me levanta la barbilla para obligarme a mirarle a los ojos,
    - ¿Por qué no te da miedo estar conmigo?

    - ¿Bromeas? Estoy aterrada -confieso, fijándome en los tatuajes que se extienden a lo largo de sus brazos.

    - No puedo engañarte. No llevo una vida envidiable precisamente. -Me coge de la mano y la levanta, mi palma contra la suya. ¿Estará evaluando el contraste de color de nuestra piel, en sus dedos rugosos contra mis uñas perfectamente arregladas?-. Somos tan diferentes en ciertas cosas -dice finalmente.
    Nuestros dedos se entrelazan.

    - Si, aunque en otras somos muy parecidos.
    Me gano una sonrisa con esas palabras, hasta que Enrique carraspea de nuevo.
    - Nos vemos aquí el domingo, a las once -le digo.

Joe da un paso atrás, asiente y me guiña un ojo.
    - Esta vez sí es una cita.