Joe
Cuando llega el
viernes y Demi entra en clase de la señora P., todavía estoy pensando en el
modo de devolvérsela por haberme tirado las llaves en los arbustos el fin de
semana pasado. Tardé cuarenta y cinco minutos en encontrar las jodidas llaves,
y durante todo ese tiempo, no dejé de maldecirla. Vale, fui yo quién lo empezó
todo. Y también tengo que darle las gracias por ayudarme a hablar de la noche
en la que murió mi padre porque, después de hacerlo, llamé a los miembros más
antiguos de los Latino Blood para preguntarles si sabían quién podría guardarle
tanto rencor.
Demi lleva toda la
semana muy desconfiada. Está esperando que le gaste alguna broma por el
incidente de las llaves. Después de ciase, cuando estoy en la taquilla cogiendo
los libros para regresar a casa, se acerca a mí hecha una furia enfundada en su
uniforme de animadora.
- Sígueme a la
clase de lucha libre.
Tengo dos opciones:
seguirla hasta donde me pide o marcharme del instituto. Cojo los libros y entro
en el pequeño gimnasio. Demi me espera, con su llavero sin llaves en la mano.
- Mis llaves han
desaparecido por arte de magia, ¿dónde están?–pregunta-. Voy a llegar tarde al
partido si no me lo dices. La señora Small me echará a patadas del equipo si no
aparezco.
- Las he tirado por
ahí. Deberías comprarte un bolso con cremallera. Nunca sabes cuándo pueden
meter la mano y quitarte algo.
- Me alegra
descubrir que eres un cleptómano. ¿Puedes darme una pista de dónde las has
escondido?
Me apoyo contra la
pared de la clase de lucha libre, pensando en lo que la gente diría si nos
encontrara aquí juntos.
- Es un lugar
mojado. Muy, muy mojado -digo, dándole la pista que exige.
- ¿En la piscina?
- ¿Creativo,
verdad? -digo, asintiendo con la cabeza.
Ella intenta
empujarme contra la pared.
- Voy a matarte.
Será mejor que vayas a por ellas.
Si no la conociera,
diría que está intentando ligar conmigo. Creo que le gusta el jueguecito que
nos traemos entre manos.
- Cariño, a estas
alturas deberías conocerme mejor. Tendrás que encontrarlas sola, como hice yo
cuando me dejaste tirado en el aparcamiento.
Demi ladea la
cabeza, me lanza una mirada triste y hace un puchero. No debería concentrarme
en la expresión de sus labios; es peligroso. Pero no puedo evitarlo.
- Dime dónde están,
Joe , por favor.
La dejo en ascuas
un minuto antes de darme por vencido. Ahora mismo, el instituto está casi
vacío. La mitad de los estudiantes están de camino al partido de fútbol. Y la
otra mitad se alegra de no estar de camino al partido de fútbol.
Caminamos hasta la
piscina. Las luces están apagadas, pero los rayos del sol que aún atraviesan
las ventanas la iluminan lo suficiente. Las llaves de Demi están justo donde
las he lanzado, en mitad de la zona más profunda. Señalo las brillantes llaves
bajo el agua.
- Ahí las tienes. A
por ellas.
Demi se queda
inmóvil, con las manos sobre su falda corta, reflexionando sobre el modo de
hacerse con ellas. Se acerca pavoneándose al largo palo que cuelga de la pared
y que se utiliza para sacar a la gente del agua.
- Muy fácil -dice.
Pero cuando
introduce el palo en el agua, comprende que no le va a resultar tan sencillo.
Reprimo una carcajada mientras la observo intentar lo imposible desde el borde
de la piscina.
- Siempre puedes
quitarte la ropa y lanzarte desnuda. Vigilaré por si viene alguien.
Ella se acerca a mí
con el palo firmemente agarrado entre las manos.
- ¿Te gustaría que
lo hiciera, verdad?
- Pues claro
-replico, aunque no hace falta que lo haga-. Aunque he de advertirte que si
llevas braguitas de abuela, se me caerá un mito.
- Para que lo sepas,
son de seda rosa. Y ya que estamos compartiendo información personal, ¿tú
llevas bóxers o calzoncillos cortos?
- Ninguna de las
dos cosas. Llevo a los chicos al aire, ya sabes a qué me refiero. -En realidad,
no los llevo al aire, pero eso tendrá que averiguarlo por sí misma.
- ¡Qué asco, Joe!
- No digas eso
hasta que no lo pruebes -sugiero, antes de encaminarme hacia la puerta.
- ¿Te vas?
- Pues... si.
- ¿No vas a
ayudarme a recuperar las llaves?
- Pues... no.
Si me quedo, me
veré tentado a pedirle que no vaya al partido de fútbol y que se quede conmigo.
No estoy preparado para oír la respuesta a esa pregunta. Jugar con ella no me
hace ningún daño. Demostrarle de qué estoy hecho en realidad, como hice el otro
día, me hizo bajar la guardia. No estoy dispuesto a hacerlo otra vez. Abro la
puerta de un empujón después de mirar a Demi por última vez, preguntándome si
dejarla plantada ahora me convierte en un idiota, un capullo, un cobarde o todo
a la vez.
Una vez en casa,
lejos de Demi y de las llaves de su coche, busco a mi hermano. Me prometí que
hablaría con Carlos esta semana y ya lo he retrasado mucho. Antes de que pueda
evitarlo, habrá entrado en la banda y recibirá la paliza de iniciación en los
Latino Blood, tal y como me ocurrió a mí.
Encuentro a Carlos en
nuestra habitación, intentando ocultar algo bajo la cama.
- ¿Qué es eso? -le
pregunto.
- Nada -contesta.
Se sienta en la cama y se cruza de brazos.
- No me digas que
no es nada, Carlos -grito, apartándolo de un empujón y mirando bajo la cama.
Tal y como esperaba, encuentro una resplandeciente Beretta 25 devolviéndome la
mirada. Riéndose de mí. La cojo y la sujeto en una mano-. ¿De dónde la has
sacado?
- No es asunto
tuyo.
Por primera vez en
mi vida quiero darle un susto de muerte a Carlos. Me apetece ponerle el arma
entre los ojos y mostrarle a qué deben enfrentarse los miembros de una banda a
todas horas, qué se siente al sentirte amenazado o inseguro, preguntándote qué
día será el último.
- Soy tu hermano
mayor, Carlos. Papá ya no está aquí, de modo que me toca a mí hacerte entrar en
razón.
Vuelvo a mirar el
arma. Por el peso diría que está cargada. Joder, si se dispara accidentalmente,
Carlos podría acabar muerto. Si Luis la encontrara... mierda, esto no pinta
nada bien.
Carlos intenta
levantarse pero le obligo a sentarse de nuevo de un empujón.
- Tú vas por ahí
armado –protesta-. ¿Por qué no puedo hacerlo yo?
- Ya sabes por qué.
Yo soy miembro de una banda. Tú no. Tú estudiarás, irás a la universidad y
tendrás una vida normal.
- Crees que puedes
planificar nuestras vidas, ¿verdad? -suelta Carlos-. Bueno, pues yo también
tengo planes.
- Pues mejor será
que esos planes no incluyan entrar en la banda.
Carlos guarda
silencio.
Tengo la sensación
de que ya le he perdido. Se me tensan los músculos. Puedo evitar que entre en
los Latino Blood, pero solo si me deja ayudarle. Miro la fotografía de Destiny
que hay encima de la cama de mi hermano. La conoció este verano en Chicago,
cuando fuimos a ver los fuegos artificiales al Navy Pier, el cuatro de Julio.
Su familia vive en Gurnee y, desde que la conoció, Carlos ha estado obsesionado
con ella. Hablan por teléfono todas las noches. Es inteligente, chicana, y
cuando Carlos intentó presentarnos y ella reparó en mí y en mis tatuajes, su
rostro se transformó, como si fueran a dispararle solo por estar a un metro y
medio de mí.
- ¿Crees que
Destiny querrá salir contigo si te conviertes en un pandillero? -le pregunto.
No hay respuesta, lo que es buena señal.
Está reflexionando.
- Te dará una
patada en el culo tan rápido que ni lo notarás.
Carlos desvía la
mirada hacia la foto colgada en la pared.
- Carlos,
pregúntale a qué universidad irá. Estoy seguro de que ya ha pensado en eso. Si
quieres, tú puedes hacer lo mismo.
Mi hermano me mira.
En su interior está librándose una batalla: intenta elegir entre lo que parece
más fácil (la vida de gánster) y las cosas por las que quiere luchar (Destiny).
- No salgas más con
Wil. Búscate nuevos amigos y entra en el equipo de fútbol del instituto o algo
así. Empieza a comportarte como un chico normal y deja que yo me ocupe del
resto.
Me meto la pistola
en la cinturilla de los vaqueros y salgo de casa. Me dirijo al almacén.