domingo, 17 de marzo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 5





Pero, tal vez, fuera para bien. No podía seguir escondiéndose de él para siempre. Antes o después, ella iba a volver a Inglaterra. Su padre era cada vez más mayor y ella tenía buenas perspectivas de encontrar trabajo en su país natal. Cuando regresara, volvería a ver a Joseph de vez en cuando. Quizá, ese fuera su destino.

 –Igual tienes razón –respondió ella, fingiendo indiferencia–. En ese caso, es una suerte que estés aquí. Adoro a Patric, te lo aseguro, pero un artista no sería de mucha ayuda en una situación práctica como esta…

 ARTISTA? ¿Demi había salido con un artista? Joseph apenas podía creerlo. Ella nunca había mostrado especial interés por el arte, ¿cómo era posible que hubiera tenido una aventura con un artista? ¿Y con quién más habría salido? Desconcertado, admitió que su antigua amiga no encajaba dentro de la imagen que se había hecho de ella. Era comprensible. La gente cambiaba. Aunque, según Demi, él había cambiado muy poco, pues seguía saliendo con la misma clase de rubias…

 Cuando se levantó antes del amanecer a la mañana siguiente y miró por la ventana, Joseph supo que ninguno de los dos iba a salir de allí en un futuro próximo. La nieve caía todavía con más fuerza. Su coche había quedado enterrado bajo una densa capa de copos blancos.
 Por suerte, la electricidad seguía funcionando y había Internet.

 Revisó su correo electrónico y pidió a su secretaria que cancelara todas las reuniones que tenía durante los dos días siguientes. Luego, buscó el nombre de Patric Alexander en Internet, casi esperando no encontrar nada, pues había muchos más artistas desconocidos que famosos.

 Sin embargo, lo encontró. Joseph se llevó el portátil a la cocina y se preparó una taza de café. Patric tenía ya una consistente lista de admiradores y clientes y parecía un pintor de éxito. Había una imagen suya, rodeado de mujeres, delante de uno de sus cuadros. Era un hombre guapo, había que reconocerlo.

 Joseph cerró el portátil de golpe, se terminó el café y se fue a casa de Demi. Eran apenas las ocho y media de la mañana y estaba tan oscuro que había tenido que llevar la linterna. Aunque llevaba varias capas de ropa, el frío le calaba hasta los huesos. Cada vez de peor humor, esperó a que ella abriera.

 –¿Qué estás haciendo aquí tan pronto? –preguntó ella, sin dejarle entrar, abriendo solo una rendija.
 –Hace demasiado frío para que hablemos en la puerta. Abre y déjame pasar.
 –Cuando dijiste que vendrías a verme, no mencionaste que sería casi al amanecer.
 –Hay mucho que hacer. ¿Para qué vamos a seguir durmiendo?

 Dentro, Joseph se quitó el abrigo y la bufanda. Ella llevaba unos vaqueros gastados que le sentaban a la perfección. Su cuerpo también había cambiado. Parecía más alta y atlética. Se había hecho una trenza en el pelo.

 –Espero no haberte despertado. Me he levantado a las cinco y media.
 –Lo siento por ti, Joseph –repuso ella, sin sonreír.
 Entonces, la siguió a la cocina, donde Demi empezó a cascar huevos en un recipiente. Él no había desayunado y la perspectiva de hacerlo le encantó. Le preguntó si podía prepararle algo a él también.

 –Dijiste que tenías provisiones en tu casa.
 –Tengo la nevera llena, pero no me he preparado nada para desayunar.
 –¿Y llevas despierto desde las cinco y media? ¿No se te ocurrió servirte un bol de cereales o prepararte una tostada?

 –Cuando empiezo a trabajar, nada me distrae. Además… no me gustan los cereales. Son como pedazos de cartón, por mucho que digan que son saludables.
Demi había pasado muy mala noche. No estaba de humor.
 –Esto no va a funcionar, Joseph –le espetó ella, girándose hacia él de golpe.
 – ¿Qué?

 –¡Esto! ¡Que vengas cuando te da la gana como si estuvieras en tu casa! Si quieres ayudarme a enrollar las alfombras, de acuerdo. ¡Pero no es necesario que vengas aquí a pasar el día! Tengo muchas cosas que hacer.
 –¿Cuáles?
 –Tengo que limpiar armarios y tengo que ponerme al día en el trabajo, si es que no voy a poder irme mañana como planeaba –repuso ella y se volvió para echar los huevos en la sartén.

 –Es mejor que compartamos el mismo espacio, Demi. ¿Para qué voy a tener la calefacción a todo gas en mi casa cuando soy el único que la usa?
 –¡No quiero tenerte todo el día encima!

 –Voy a hacer el trabajo pesado para ti hoy, Demi.
 –Lo siento –murmuró ella–. Te agradezco la ayuda práctica que pretendes darme, pero…
 –De acuerdo. Tú ganas, Demi. No sé por qué quieres empezar una guerra, pero, si es tu deseo, no te lo impediré.
Joseph se levantó y ella se giró para mirarlo.

 ¿Era eso lo que quería de veras?, se preguntó Demi. ¿Necesitaba convertir a su amigo de toda la vida en un enemigo? ¿Solo porque le costaba estar en la misma habitación que él?


La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 4






Joseph se volvió y le ofreció una taza de café. Se sentó con las piernas estiradas sobre otra silla.
 –Con un hombre que conocí.
 –¡Un hombre!
 –Patrick Alexander. Alguien que conocí en una fiesta…
 –Bueno –dijo él, un poco conmocionado.

 Demi siempre había sido bonita, pero ella misma lo había ignorado. Esa era otra cosa que había cambiado. París le había hecho ser consciente de lo atractiva que era, adivinó Joseph.
 –¿Francés? –inquirió él, apretando los labios.

 –Medio francés. Su madre es inglesa –contestó ella, se bebió el café de un trago y se puso en pie, un poco tensa–. Ahora, creo que es hora de que te vayas a tu casa. Tengo que deshacer la maleta y preparar una lista de cosas por hacer. Me he dado cuenta de que ya has enrollado la alfombra del salón. Gracias.

 –¿Y cómo es que conoces a ese Patric?
 –Vive en París.

Demi frunció el ceño, al ver que él no se movía de la silla.
 –Su nombre no me suena. Estoy seguro de que tu padre no me lo ha mencionado…
 –¿Por qué iba a hacerlo?
 –¿Porque soy su amigo…? ¿Cuánto tiempo llevas saliendo con ese tal Patric?
 –No quiero hablar de esto contigo.
 –¿Te hace sentir incómoda?
 –¡Estoy cansada y quiero irme a dormir!

 –Me parece bien –dijo él al fin y, con suma lentitud, se puso en pie–. No quiero que pienses que meto las narices donde no me importa y tampoco quiero que te sientas incómoda…
 Entonces, comenzó a caminar hacia ella. Con cada paso, Demi se sentía más tensa.
 –No estoy incómoda.

 –Por si acaso –señaló él y se detuvo a solo unos pocos centímetros–. Me pregunto si me has estado evitando todos estos años porque no querías que conociera a ese hombre tuyo.
 –No te he estado evitando –repuso ella–. He respondido a todos tus correos…
 –Y, cada vez que yo iba a París, tú estabas muy ocupada. Y solo venías a Inglaterra cuando yo no estaba aquí…

 –Mala suerte –dijo ella, encogiéndose de hombros, aunque no pudo evitar sonrojarse. Patric y yo ya no estamos saliendo –confesó al fin, cuando el silencio se hizo insoportable–. Seguimos siendo buenos amigos. De hecho, es mi mejor confidente…

 Cuando ella lo miró, Joseph supo al instante que estaba diciendo la verdad.
 La chica que siempre había acudido a él se había convertido en una mujer madura y tenía a otro hombre al que acudir.

 –¿Y qué me dices de ti? –Preguntó ella, armándose de valor–. ¿Hay alguien en tu vida en este momento?

Joseph ladeó la cabeza, considerando la pregunta.
 –No. Hasta hace poco, salí con una actriz…
 –¿Rubia? –inquirió ella, sin poder resistirse.
Joseph asintió, frunciendo el ceño.

 –¿De baja estatura? ¿Amante de los tacones muy altos y los vestidos muy ajustados?
 –¿Te ha hablado mi madre de ella? Tengo la impresión de que no le gustaba mucho Amy…

 –No, tu madre no me ha mencionado a nadie. De hecho, tu madre y yo apenas hemos hablado de ti. Lo he adivinado porque esa es la clase de chicas con la que siempre sales. Rubias, de pelo largo, poca estatura, altos tacones y vestidos provocativos –indicó ella y respiró hondo, sintiendo de nuevo la inseguridad que había experimentado hacía años, cuando se había comparado con ellas, sintiéndose inferior.
 Joseph se sonrojó.

 –Nada ha cambiado.
 –¿De veras? Yo no diría eso.
 –Sigues saliendo con rubias despampanantes. Daisy sigue desesperada por eso. Tus relaciones apenas duran unos segundos.
 –Pero yo ya no te gusto…
 Aquel comentario, dicho con suavidad, quedó flotando en el aire como una pregunta. Demi dio un paso atrás como si la hubiera abofeteado.

 ¿En qué había estado pensando?, se reprendió a sí misma. Había estado tan sorprendida de encontrarlo en su casa que había olvidado el poderoso influjo que Joseph siempre había tenido sobre ella. Había conseguido, hasta el momento, evitar los temas personales, sin embargo…
 –Eso fue hace mucho tiempo, Joseph, y como te he dicho, no tiene sentido ahondar en el pasado.

 –Bueno… –murmuró él y comenzó a caminar hacia el perchero donde había dejado su abrigo–. Ya me voy. Pero volveré mañana y no me digas que no hace falta. Enrollaré las otras alfombras y las guardaré en un sitio seco hasta que alguien de la compañía de seguros pueda echarles un vistazo. Aunque, hasta que no pare de nevar, no creo que nadie pueda acercarse por aquí.

 –Estoy segura de que eso puede esperar. No voy a quedarme mucho tiempo. Pienso irme… mañana por la noche o a primera hora del día siguiente…

Joseph no dijo nada. Se tomó su tiempo en ponerse la bufanda y abrió la puerta de par en par.
 –Buena suerte con tus planes –le deseó él, mientras la nieve caía sin compasión sobre los campos–. Creo que existe la posibilidad de que los dos nos veamos atrapados aquí…

 Solos. Demi trató de no dejarse impresionar por esa perspectiva. Sabía que Joseph no iba a quedarse en su casa mientras sospechara que ella necesitaba ayuda. Lo cierto era que la nieve parecía decidida a quedarse y aquellos parajes no tenían muy buen acceso a las carreteras. Estaban en medio de ninguna parte y no sería la primera vez que una fuerte nevada los dejaba incomunicados.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 3





 Demi se encogió de hombros y se fue a cambiar. Se dio una ducha rápida y, en menos de media hora, volvió a la cocina, vestida con unos pantalones de chándal grises y una sudadera, con el pelo recogido en una cola de caballo.

 Siempre habían bromeado juntos de lo mal cocinero que era Joseph. Él solía meterse con el padre de Demi, que adoraba cocinar, diciéndole que eso era cosa de mujeres. A ella le encantaban esas pequeñas bromas entre los dos hombres y el modo en que Joseph solía guiñarle un ojo, para buscar su complicidad.

 Sin embargo, cuando entró, comprobó que él había hecho una tortilla con muy buen aspecto. Había una ensalada preparada y pan cortado.
 –Supongo que no soy la única que ha cambiado –señaló ella desde la puerta.
 –¿Me crees si te digo que he dado un curso de cocina?
 Demi se encogió de hombros.

 –¿Sí? –replicó ella, se sentó y miró a su alrededor–. El agua no ha causado tantos desperfectos como esperaba. He echado un vistazo antes de darme la ducha. Por suerte, el piso de arriba está intacto. Hay unas cuantas manchas en el sofá del salón e imagino que habrá que tirar las alfombras.

 –¿Ya hemos terminado de ponernos al día con nuestras vidas? –preguntó él y le tendió un plato para que se sirviera ensalada. A continuación, se sentó a la mesa, frente a ella.
 Demi pensó que esa era la razón por la que lo había estado evitando todos esos años. Ese hombre era demasiado.

 –No hay mucho más que contar, Joseph. El trabajo es lo más importante de mi vida en París. Si quieres que te describa mi piso, puedo hacerlo, pero no creo que te resulte muy interesante.
 –Has cambiado.
 –¿Qué quieres decir?

 –Apenas te reconozco. En el pasado, solías disfrutar de hablar y reír conmigo.
 Demi sintió que la furia crecía dentro de ella porque él no había cambiado. Seguía siendo el mismo tipo arrogante y seguro de sí mismo.

 –¿Por qué iba a reírme si todavía no has dicho nada gracioso, Joseph?
–¡A eso me refería! –Exclamó él y levantó las manos en un gesto de frustración–. O tu personalidad ha cambiado o tu trabajo en París es tan estresante que te ha quitado el sentido del humor. ¿Qué es, Demi?

 Puedes ser sincera conmigo. Siempre has sido honesta y abierta. ¿Es que tu empleo te está cobrando un precio demasiado alto?

 –Te gustaría que te dijera eso, Joseph, lo sé. Quieres que te diga que me siento perdida y que no soy capaz de manejarme en mi trabajo.
 –Eso es ridículo.
 –¿Ah, sí? Si te dijera que lo estoy pasando muy mal y que no puedo más, podrías mostrarme tu preocupación.

 Podrías rodearme con tus brazos y darme un pañuelo para que llorara. Pero mi empleo es maravilloso y, si no se me diera bien, no me habrían ascendido.
 –¿Es eso lo que crees? ¿Que soy tan ruin que me alegraría de tu fracaso?
Demi suspiró y apartó el plato.

 –Sé que no eres ruin, Joseph, y no quiero discutir contigo –afirmó ella, se puso en pie y empezó a fregar los platos, pensando en algo neutro que decir para suavizar la tensión.
 –¡Deja eso!

 –No quiero. Mañana va a ser un día muy largo y no quiero tener que ocuparme de la cocina. Por cierto, gracias por hacer la comida. Ha sido un detalle.

 Joseph murmuró algo inaudible y empezó a ayudarla a secar los platos. Demi sintió su cercanía como una corriente eléctrica. Estar en su presencia la privaba de su inmunidad y la asustaba, pero no iba a rendirse con tanta facilidad a aquellos sentimientos. Así que optó por iniciar una conversación superficial. Le contó que a su padre le gustaba mucho París.
 –Una vez, me dijo que su sueño había sido viajar por todo el mundo con mi madre y que, cuando mi madre murió, su sueño murió con ella.

 –Sí, la última vez que vine a pasar el fin de semana, lo encontré esperando un taxi y leyendo una guía de viajes sobre el Louvre.
 –¿De veras? –dijo Demi, riendo.

 Al escucharla, Joseph se quedó paralizado. Se dio cuenta de que todavía recordaba aquella risa, como la letra de una canción que nunca se olvidaba. De pronto, quiso saber mucho más de ella. Una oleada de curiosidad lo impulsó a seguir indagando.

 –Le has ofrecido a John una vida nueva –comentó él, secó el último plato y se apoyó en la mesa–. Creo que se ha dado cuenta de lo que se había estado perdiendo todos estos años. Al irte a París, lo has obligado a salir de su agujero. Me da la sensación de que, pronto, hasta París se le quedará pequeño.

 –No solo nos quedamos en París –explicó ella–. Hemos estado recorriendo Europa –añadió, emocionada por lo que Joseph le había dicho respecto a ofrecerle una nueva vida a su padre. Con comentarios como ese, se abrían sus recuerdos sobre todo lo que habían compartido a lo largo de los años. En realidad, él la había visto crecer.

 –De hecho, cuando el tiempo mejore, vamos a ir a Praga. Es una ciudad preciosa. Creo que le gustará.

 –¿Ya la conoces?
 –Estuve una vez.
 –¿Qué ha sido de la chica que nunca salía de su pueblo, a excepción de aquel viaje que hiciste con la escuela para esquiar? ¿Te acuerdas?

 Demi se acordaba muy bien. El padre de Joseph había muerto justo entonces y él había estado muy ocupado haciéndose cargo de la empresa que había heredado. Ella había estado seis o siete semanas sin verlo y, cuando al fin lo había hecho, le había contado entusiasmada todas las historias de su viaje.

–Sí, claro que sí.
 –¿Y con quién fuiste a Praga? –quiso saber él–. Yo he estado dos veces. Es una ciudad muy romántica –comentó y se giró para rellenar la cafetera, esperando su respuesta.

Demi frunció el ceño. Su primer impulso fue responderle que su vida privada no le incumbía. Pero, si lo hacía, él no pasaría por alto su falta de educación y volvería a preguntarle por el tema que ella más deseaba evitar: su último encuentro.
 –Sí. Es una ciudad muy romántica. Me gusta mucho. Me encanta su arquitectura. Parece un lugar suspendido en el tiempo, ¿no crees?
 –¿Y con quién fuiste? ¿O es un secreto?

Quimica Perfecta Capitulo 20





 Joe

    Miro los tropezones que me chorrean por los zapatos. Me han ocurrido cosas peores.
    Ella se incorpora, así que le suelto el pelo. No he podido evitar cogérselo para que no le cayera en la cara durante el episodio de los vómitos. Intento no pensar en la sensación que me ha provocado sentir su pelo deslizándose entre mis dedos como hilos de seda.

    Mi ilusión de hacerme pirata y raptarla para llevarla a mi barco vuelve a pasarme por la cabeza. Pero ni soy pirata, ni ella mi princesa cautiva. Solo somos dos adolescentes que se odian el uno al otro. De acuerdo, puede que no la odie de verdad.

    Me quito la bandana de la cabeza y se la doy.
    - Toma, límpiate la cara con esto.
    Mientras me limpio el zapato en las frías aguas del Lago Michigan, ella utiliza la bandana para presionarse las comisuras de los labios, como si fuera una servilleta de un restaurante de categoría.

    No sé qué decir ni qué hacer. Estoy solo... con Demi Lovato pedo. No estoy acostumbrado a quedarme a solas con niñas pijas a las que la bebida les hace ponerse sensibles, especialmente con una que me pone tanto. Tengo dos opciones: o aprovecharme de ella y ganar la apuesta, lo que, teniendo en cuenta el estado en el que se encuentra, sería una auténtica guarrada o...

    - Voy a buscar a alguien para que te lleve a casa -suelto antes de que mi embriagado cerebro piense en el millón de formas distintas de aprovecharme de ella esta noche. El alcohol me ha dejado tocado, y las drogas también. Y cuando tenga relaciones con esta chica, quiero contar con todas mis facultades.
    Ella frunce los labios, haciendo pucheros como un bebé.
    - No. No quiero ir a casa. A cualquier sitio menos a casa.
     Oh, mierda. En menudo lío estoy metido.
    Cuando me mira, la luz de la luna hace que sus ojos brillen como una joya única y valiosa.
    - Colin cree que me gustas, ¿sabes? Dice que discutimos porque es nuestra manera de tontear.

    - ¿Es cierto? -le pregunto, y contengo la respiración para oír su respuesta. Por favor, por favor, que sea capaz de recordarla mañana cuando me levante.
    Ella levanta el dedo y dice:
    - Espera un momento.

    Entonces, se arrodilla en el suelo y vuelve a vomitar. Cuando termina, se encuentra demasiado débil para caminar. Parece la última muñeca de trapo que queda en un rastro.
    La llevo hasta donde mis amigos han encendido una enorme fogata sin saber muy bien qué hacer.

    Cuando me rodea el cuello con los brazos, me da la sensación de que necesita que alguien la defienda. Y seguro que Colin no es ese tipo. Yo tampoco lo soy. He oído que en su primer año, antes de conocer a Colin, salió con un alumno de penúltimo curso.
    Esta chica debe de tener experiencia.
    Entonces, ¿por qué parece tan inocente? Puede que esté buenísima, pero sigue pareciendo inocente.

    Todas las miradas recaen sobre nosotros conforme nos acercamos al grupo. Ven a una niña rica y desmayada en mis brazos y enseguida piensan en lo peor. Se me ha olvidado decir que, durante el paseo, mi compañera de laboratorio se ha quedado dormida entre mis brazos.

    - ¿Qué le has hecho? -pregunta Paco.
    Lucky se pone en pie. Está muy cabreado.
    - Mierda, Joe. ¿He perdido mi RX-7?
    - No, imbécil. No me tiro a tías inconscientes.
    Por el rabillo de ojo puedo ver a una furiosa Carmen. Mierda. Me he pasado un montón con ella esta noche y merezco que esté cabreada conmigo.
    Le hago una señal a Isabel para que se acerque.
    - Isa, necesito tu ayuda.

    - ¿Y qué quieres que haga con ella? -pregunta, echando un vistazo a Demi.
    - Ayúdame a sacarla de aquí. Llevo un buen pedo y no puedo conducir.
    Isa niega con la cabeza.

    - ¿Te das cuenta de que tiene novio? ¿Y que es rica? ¿Y blanca? ¿Y que lleva ropa de diseño que tú nunca podrás permitirte?
    Sí, ya sé todo eso. Y estoy harto y cansado de que todos me lo recuerden continuamente.

    - Necesito tu ayuda, Isa. No un sermón, ¿vale? Ya tengo a Paco para que me dé el coñazo. Isa levanta en alto los brazos, a la defensiva, y añade: - Solo estoy afirmando lo evidente. Eres un chico listo, Joe. A ver, seamos lógicos. No importa cuánto desees que forme parte de tu vida, ella no pertenece a este mundo. No hay manera de hacer encajar un triángulo en un cuadrado. Ya me callo.
    - Gracias.

    No añado que si se trata de un cuadrado lo suficientemente grande, un triangulito puede caber perfectamente. Todo es cuestión de aplicar una ligera variación a la ecuación.
    Estoy demasiado bebido y fumado como para explicárselo ahora mismo.
    - He aparcado al otro lado de la calle -comenta. Deja escapar un suspiro de desesperación antes de rematar. - Sígueme.

    Acompaño a Isabel hasta el coche, deseando recorrer esa distancia en silencio. Pero no tengo tanta suerte.
    - El año pasado también estuve en clase con ella -dice Isa.
    - Bien.

    - Es buena chica. Lleva demasiado maquillaje -continúa, encogiéndose de hombros.
    - La mayoría de las tías la odian.
    - La mayoría de las tías desearían ser como ella, tener su dinero y su novio.
    Me detengo en seco y hago una mueca de desprecio.
    - ¿Cara Burro?

    - Venga ya, Joe. Colin Adams es guapo, es el capitán del equipo de fútbol y el héroe de Fairfield. Tú eres más bien como Danny Zuko en Grease. Fumas, estás en una banda y has salido con las chicas más malas y guapas. Demi es como Sandy... una Sandy que nunca aparecerá en el instituto con una chaqueta negra de cuero y con un cigarrillo colgando de la boca. Olvida esa fantasía.

    Dejo a mi fantasía en el asiento trasero del coche de Isa y me siento a su lado.
    Demi se acurruca contra mí, me utiliza como su almohada personal, sus rizos rubios se despliegan sobre mi cremallera. Cierro los ojos durante un segundo e intento quitarme la imagen de la cabeza. No sé qué hacer con las manos: la derecha está apoyada sobre el reposabrazos de la puerta, y la izquierda cuelga sobre Demi.
   Vacilo un momento. ¿A quién pretendo engañar? No soy virgen. Soy un chico de dieciocho años que puede soportar tener a una chica sexy y dormida a su lado. ¿Por qué tengo miedo de poner el brazo donde esté cómodo, justo sobre su pecho?

    Contengo la respiración mientras coloco el brazo sobre ella. Demi se acurruca más cerca de mí. Me siento raro y mareado. O son los efectos del porro o... no me apetece mucho pensar en la otra opción. Su larga melena me cae sobre el muslo. Sin pensarlo dos veces, deslizo la mano entre su cabello y lo observo mientras los sedosos mechones resbalan lentamente entre mis dedos. Me detengo. Tiene una zona enorme del cuero cabelludo sin pelo. Como si hubiera tenido que pasar un análisis de drogas para un trabajo o algo así y le hubieran arrancado un gran trozo como muestra.

    Cuando Isa da marcha atrás, Paco la detiene y se sube al asiento del copiloto. Me apresuro a tapar la calva de Demi; no quiero que nadie vea esa imperfección. No estoy dispuesto a analizar los motivos por los que actuó así... supondría comerme mucho la cabeza. Y hacerlo en este estado, podría ser mortal.

    - Eh, chicos. He pensado apuntarme a dar una vuelta con vosotros -dice Paco.
    Se vuelve y ve mi brazo descansando sobre Demi. Chasquea la lengua censurando el gesto y agita la cabeza.
    - Cállate -le advierto.
    - No he dicho nada.
    Empieza a sonar un teléfono móvil. Puedo sentir la vibración a través de los pantalones de Demi.
    - Es de ella -anuncio.
    - Pues cógelo -contesta Isa.

    Me siento como si acabara de secuestrarla. ¿Y ahora voy a responder a su móvil? Mierda.

    La inclino ligeramente y distingo el bulto en el bolsillo trasero de sus pantalones.
    - Contesta -susurra Isa.
    - Ya voy -siseo, aunque los dedos me responden con torpeza mientras intento sacar el teléfono.
    - Yo lo haré -sugiere Paco, inclinándose sobre el asiento y acercando la mano al trasero de Demi.
    Le aparto la mano de un manotazo.

    - No le pongas las manos encima.
    - Joder, tío, solo intentaba ayudar.
    A modo de respuesta, le dirijo una mirada asesina.
    Deslizo los dedos en el bolsillo trasero, intentando no pensar cómo sería poder acariciarla sin los pantalones. Sacó el teléfono poco a poco mientras sigue vibrando.
    Cuando logro sacarlo del todo, miro la llamada entrante.
    - Es su amiga Sierra.
    - Contesta -dice Paco.

    - ¿Estás pirado, tío? No voy a hablar con una de ellas.
    - Entonces, ¿por qué se lo has sacado del bolsillo?
    Esa es una buena pregunta. Una a la que no sé muy bien cómo responder.
    Isa niega con la cabeza.

    - Eso te pasa por meterte en camisa de once varas.
    - Deberíamos llevarla a casa -dice Paco-. No puedes retenerla contigo.
    Lo sé. Aunque todavía no estoy preparado para alejarme de ella.
    - Isa, llevémosla a tu casa.