Pero, tal vez, fuera para bien.
No podía seguir escondiéndose de él para siempre. Antes o después, ella iba a
volver a Inglaterra. Su padre era cada vez más mayor y ella tenía buenas
perspectivas de encontrar trabajo en su país natal. Cuando regresara, volvería
a ver a Joseph de vez en cuando. Quizá, ese fuera su destino.
–Igual tienes razón –respondió ella, fingiendo
indiferencia–. En ese caso, es una suerte que estés aquí. Adoro a Patric, te lo
aseguro, pero un artista no sería de mucha ayuda en una situación práctica como
esta…
ARTISTA? ¿Demi había salido con
un artista? Joseph apenas podía creerlo. Ella nunca había mostrado
especial interés por el arte, ¿cómo era posible que hubiera tenido una aventura
con un artista? ¿Y con quién más habría salido? Desconcertado, admitió que su
antigua amiga no encajaba dentro de la imagen que se había hecho de ella. Era
comprensible. La gente cambiaba. Aunque, según Demi, él había cambiado
muy poco, pues seguía saliendo con la misma clase de rubias…
Cuando se levantó antes del amanecer a la
mañana siguiente y miró por la ventana, Joseph supo que ninguno de los dos iba
a salir de allí en un futuro próximo. La nieve caía todavía con más fuerza. Su
coche había quedado enterrado bajo una densa capa de copos blancos.
Por suerte, la electricidad seguía funcionando
y había Internet.
Revisó su correo electrónico y pidió a su
secretaria que cancelara todas las reuniones que tenía durante los dos días
siguientes. Luego, buscó el nombre de Patric Alexander en Internet, casi
esperando no encontrar nada, pues había muchos más artistas desconocidos que
famosos.
Sin embargo, lo encontró. Joseph se llevó el
portátil a la cocina y se preparó una taza de café. Patric tenía ya una
consistente lista de admiradores y clientes y parecía un pintor de éxito. Había
una imagen suya, rodeado de mujeres, delante de uno de sus cuadros. Era un
hombre guapo, había que reconocerlo.
Joseph cerró el portátil de golpe, se
terminó el café y se fue a casa de Demi. Eran apenas las ocho y media de
la mañana y estaba tan oscuro que había tenido que llevar la linterna. Aunque
llevaba varias capas de ropa, el frío le calaba hasta los huesos. Cada vez de
peor humor, esperó a que ella abriera.
–¿Qué estás haciendo aquí tan pronto?
–preguntó ella, sin dejarle entrar, abriendo solo una rendija.
–Hace demasiado frío para que hablemos en la
puerta. Abre y déjame pasar.
–Cuando dijiste que vendrías a verme, no
mencionaste que sería casi al amanecer.
–Hay mucho que hacer. ¿Para qué vamos a seguir
durmiendo?
Dentro, Joseph se quitó el abrigo y la bufanda.
Ella llevaba unos vaqueros gastados que le sentaban a la perfección. Su cuerpo
también había cambiado. Parecía más alta y atlética. Se había hecho una trenza
en el pelo.
–Espero no haberte despertado. Me he levantado
a las cinco y media.
–Lo siento por ti, Joseph –repuso ella, sin
sonreír.
Entonces, la siguió a la cocina, donde Demi empezó a cascar
huevos en un recipiente. Él no había desayunado y la perspectiva de hacerlo le
encantó. Le preguntó si podía prepararle algo a él también.
–Dijiste que tenías provisiones en tu casa.
–Tengo la nevera llena, pero no me he
preparado nada para desayunar.
–¿Y llevas despierto desde las cinco y media?
¿No se te ocurrió servirte un bol de cereales o prepararte una tostada?
–Cuando empiezo a trabajar, nada me distrae.
Además… no me gustan los cereales. Son como pedazos de cartón, por mucho que
digan que son saludables.
Demi había pasado muy
mala noche. No estaba de humor.
–Esto no va a funcionar, Joseph –le espetó ella,
girándose hacia él de golpe.
– ¿Qué?
–¡Esto! ¡Que vengas cuando te da la gana como
si estuvieras en tu casa! Si quieres ayudarme a enrollar las alfombras, de
acuerdo. ¡Pero no es necesario que vengas aquí a pasar el día! Tengo muchas
cosas que hacer.
–¿Cuáles?
–Tengo que limpiar armarios y tengo que
ponerme al día en el trabajo, si es que no voy a poder irme mañana como
planeaba –repuso ella y se volvió para echar los huevos en la sartén.
–Es mejor que compartamos el mismo espacio, Demi. ¿Para qué voy a
tener la calefacción a todo gas en mi casa cuando soy el único que la usa?
–¡No quiero tenerte todo el día encima!
–Voy a hacer el trabajo pesado para ti hoy, Demi.
–Lo siento –murmuró ella–. Te agradezco la
ayuda práctica que pretendes darme, pero…
–De acuerdo. Tú ganas, Demi. No sé por qué
quieres empezar una guerra, pero, si es tu deseo, no te lo impediré.
Joseph se levantó y ella
se giró para mirarlo.
¿Era eso lo que quería de veras?, se preguntó Demi. ¿Necesitaba
convertir a su amigo de toda la vida en un enemigo? ¿Solo porque le costaba
estar en la misma habitación que él?