domingo, 17 de marzo de 2013

Seductoramente Tuya Capitulo 30




—¿No te has hecho una prueba de paternidad? — Demi dio un paso hacia Joseph.
—No, me temo que no me he atrevido —reconoció este.
—¿Lo saben tus padres?
—No lo sabe nadie. En Washington sí, muchos hombres que la conocían mejor que yo —contestó Joseph con amargura—. Pero aquí he conseguido mantenerlo en secreto. Ya sé que parte de la culpa es mía. Estaba demasiado ocupado con mi trabajo y no le prestaba atención suficiente. Pero no contarme lo de Abbie... no sé si podré perdonárselo alguna vez.
—¿Así que decidiste que no podías volver a confiar en ninguna mujer?, ¿o solo dudabas de mi?
—Lo siento —se disculpó Joseph, sumamente arrepentido—. He sido muy injusto contigo. Me he dejado guiar por mis miedos y mi rabia.
—Me han traicionado más de una vez, Joseph; pero nunca me han hecho tanto daño como cuando me llamaste «ramera» — dijo Demi con serenidad.
—Yo no...
—Cuestión de semántica, Joseph. Primero sospechaste al verme con Clark y luego pensaste que tenía una cita con el profesor de biología después de haber hecho el amor contigo.
Deseó que lo llamase Joseph. Y que sonriera. No podía soportar haberle arrebatado las ganas de reír.
—¿Qué tengo que hacer para conseguir que vuelvas a confiar en mí? preguntó él con suavidad—. Porque, sea lo que sea, lo haré.
—No sé si puedes.
La puerta de la cocina se abrió y Sam entró, felizmente inconsciente de la tensión que había entre los adultos.
—Abbie se ha despertado. Te está llamando, papá.
—Voy a verla —Joseph miró a Demi antes de salir de la cocina. No te marches hasta que vuelva, por favor.
— Demi va a preparar espaguetis —dijo Sam—. ¿Verdad, Demi?
—Bueno, eso era antes de que supiera que tu papá iba a volver tan pronto.
—¡No, dijiste que harías espaguetis! —se enfurruñó Sam—. A papá también le gustan mucho.
—Me encantan los espaguetis —aprovechó Joseph.
Demi lo fulminó con la mirada, pero al verla asentir con la cabeza y saber que se quedaría un rato más, el resto le dio igual.
Con la solícita, aunque poco eficiente, ayuda de Sam, Demi se dispuso a preparar una ensalada y unos espaguetis para cenar. No le resultaba fácil concentrarse con todo lo que Joseph le había dicho. Tenía mucho en que pensar. Y necesitaba tiempo y estar a solas para hacerlo.
No se imaginaba lo horrible que debía de haber sido para Joseph enterarse de la infidelidad de su mujer cuando aún no se habría repuesto de su muerte. ¿Qué cicatrices dejaría un revés así en el corazón de un hombre?, ¿y cuánto valor requeriría arriesgarse a amar a otra mujer?
Demi frunció el ceño y se recordó que era ella la parte herida, no Joseph. Aunque pudiera comprender, más o menos, por qué se había comportado así, no se merecía que lo perdonara después de haberle roto el corazón.
— Demi, ¿estás enfadada por algo? —le preguntó Sam, que había notado la fuerza con que Demi había puesto los platos y los vasos sobre la mesa.
—No, Sammy. Es que tengo prisa por que esté todo listo para comer. Es que tengo mucha hambre —improvisó Demi —-. Anda, ¿por qué no le dices a tu papá que ya está la cena?
Pocos segundos después, Joseph entró en la cocinaron una sonrisa orgullosa.
—Abbie ha dado seis pasos hacia mí sin caerse —anunció mientras sentaba a la niña en su silla.
—Cualquier día correrá la maratón —comentó Demi al tiempo que tomaba asiento junto a Sam. Trató de no mirar a Joseph, pero sus ojos se negaban a colaborar. Era un padre estupendo, pensó mientras lo veía dar de beber a Abbie.
—Están muy ricos —dijo Sam—. Los ravioles también me gustan. Mamá hacia ravioles, ¿te acuerdas, papá?
—Tu mamá preparaba los mejores raviolis del mundo —contestó Joseph sin parpadear siquiera.
La conmovió comprobar que, a pesar de lo mucho que lo había hecho sufrir, Joseph pudiera hablar de Melanie con calidez, para que sus hijos no oyeran nunca una sola palabra desagradable sobre su madre.
—¿Vendrás a la piscina mañana a verme nadar, papá? —cambió de tema Sam. Demi me va a enseñar a nadar a espalda. Hay que mover los brazos así... ¡oh, oh...!
Demi se retiró y agarró un trapo de cocina para secar el borde de la mesa por el que goteaba la leche que había derramado el niño.
—Lo siento —se disculpó Sam—. No lo he hecho aposta, papá.
—Ya lo sé, Sam. Pero intenta tener más cuidado, ¿de acuerdo?
—Sí, siento que te haya caído en la pierna —dijo el niño, dirigiéndose a Jamie.
—No importa, Sammy —murmuró esta—. Todo el mundo comete errores. Y todo el mundo se merece una segunda oportunidad.
— Demi? —dijo Joseph con una mirada esperanzada.
—He olvidado hacer algo de postre — dijo ella—. ¿Por qué no sales a comprar unos helados? Estaré aquí cuando vuelvas —añadió, dirigiéndose a Joseph.
—Sí... —contestó este cuando logró reaccionar—. ¡Cómo no voy a traer unos helados a quienes más quiero en el mundo! — agregó sonriente.
—¿Quieres a Demi? —-preguntó Sam tras una risilla.
—Sí —contestó él con ternura. 
—Yo también. Date prisa con el helado, ¿de acuerdo? Se me hace la boca agua.
Demi rio... y también rio Joseph. Era la primera vez que lo oía reír de verdad. Y no cabía duda de que la espera había merecido la pena.
—El sol está subiendo.
—No es el sol. Es el brillo de tus ojos.
Demi desvió la mirada de la ventana por la que la luz se filtraba en el dormitorio de Joseph.
—No te hagas el poeta, Joseph. No te pega.
—Lo siento. Supongo que estoy un poco aturdido. Hacía tiempo que no pasaba la noche despierto, hablando... y eso.
—El «y eso» me ha gustado mucho Demi sonrió con picardía—. En fin, será mejor que vaya a la habitación de invitados. No quiero que Sam me encuentre aquí. No es buen ejemplo.
— ¿Significa que vamos a tener que buscarnos furtivamente hasta que estemos casados?
—No recuerdo que hayamos hablado de casarnos —repuso ella.
—Creo que deberíamos hacerlo en seguida, antes de que vuelva a haber rumores.
—¿No se te está olvidando algo?
—¿Como qué?
—¿Una declaración?
—Podrías decir que no. Es mejor que sigamos adelante.
—Muy ingenioso, Joseph.
—Te he pedido que no me llames así.
—Peores cosas te voy a llamar si no te declaras como es debido.
—¿Tengo que poner una rodilla en el suelo?
—No, pero quiero que digas las palabras.
— Demi, ¿quieres casarte conmigo? —le pidió Joseph finalmente.
—¿Por qué?


Joseph suspiró.
—¿Por qué no puedes responder nunca lo que espero? Es una pregunta sencilla: sí o no.
— ¿Por qué, Joseph?
—Porque te quiero contestó un segundo después, totalmente en serio. Porque no soy tan estúpido como para arriesgarme a perderte dos veces. Porque quiero pasarme el resto de la vida atento a qué cosa fascinante e impredecible vas a hacer a continuación. Porque tienes mucho que darnos a mis hijos y a mí y creo que nosotros podemos ofrecerte mucho a cambio. Me gusta formar parte de una familia y te juro que voy a esforzarme para que no te sientas abandonada ni tengas ganas de serme infiel. Creo que te quiero desde querrá adolescente, cuando coqueteabas conmigo en el gimnasio. Y sé que te amaré hasta el día en que me muera. ¿Te parece razón suficiente?
—Sí —contestó Demi, estremecida—. Más que suficiente. Yo también te quiero, Joseph Jonas. Y si estás seguro de que no te arrepentirás, me casaré contigo.
—Jamás me arrepentiré —Joseph la abrazó—. Y me voy a asegurar de que tú tampoco lo hagas.
—Jamás me he podido resistir a un desafío —murmuró Demi, buscando la boca de él.

Seductoramenete Tuya Capitulo 29





Demi esperaba una llamada el viernes por la tarde. Susan había dado a luz a un niño la noche del miércoles y le había prometido informarla de cómo iba en cuanto saliera del hospital. De manera que cuando sonó el teléfono, Demi descolgó inmediatamente. Aunque se alegraba por su amiga, no podía evitar pensar que, probablemente, ella nunca tendría hijos.     
— Demi, soy Joseph —oyó al otro lado de la línea.
Su primer impulso fue decirle de nuevo que no quería hablar con él, pero algo en el tono de su voz la hizo dudar:
—¿Ocurre algo?
—Es mi hermano, Trent —dijo Joseph, angustiado—. Se ha estrellado con el avión. Es posible que...
—¡Dios!, ¡lo siento...! —Exclamó Demi —. ¿Puedo hacer algo?
—Mis padres y yo vamos al aeropuerto para verlo ahora mismo. ¿Puedes cuidar de los niños?
La pregunta la sorprendió tanto, que tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Quieres que se queden conmigo?
—Sí, sería genial si pudieras venir a mi casa, pero te los acercaré a la tuya si te viene mejor. Sé que es pedir mucho... pero Sam me va a echar de menos. Si estás con él, le será más fácil. Aunque puedo llamar a otras personas si lo prefieres.
—No es que me importe —replicó Demi —. Pero tengo muy poca experiencia con niños. Me da miedo hacer algo mal.
—Si rio pensara que puedes hacerlo, no te habría llamado.
No le quedó más remedio que creerlo. Dejando de lado sus diferencias personales, sabía que Joseph jamás dejaría a sus hijos en manos de alguien en quien no confiara.
—¿Cuándo salís?
—Tan pronto como podamos.
—Voy para allá.
Demi colgó con lágrimas en los ojos, entró en el dormitorio y metió algunas prendas en una maleta. Tal vez estuviera utilizándola de nuevo, pero sabía que Joseph la necesitaba, al igual que sus hijos.
La recibió en la puerta en menos de media hora.
Joseph, lo siento tanto Demi le dio un abrazo y, durante varios segundos, permanecieron juntos, consolándolo ella y dejándose consolar él.
—Abbie está echándose la siesta —dijo Joseph cuando se retiró—. Sam está en su cuarto. Está triste porque me voy, pero creo que lo entiende. He dejado escrito todo lo que me ha parecido que puedes necesitar saber. Te llamaré tan a menudo como pueda.
—Estaremos bien —le aseguró ella—. Venga, ve con Trent. Seguro que sale adelante.
—Siempre tan optimista —murmuró Joseph, agradecido, tomándole una mano—. Ojala tengas razón.
—Ya lo verás. ¿Quieres decirle adiós a Sam antes de irte?
—Ya me he despedido de los dos. Será mejor que me vaya. Mis padres están ansiosos por llegar al aeropuerto.
—Cuidaré bien de los niños.
—Lo sé — Joseph le dio un beso en la mejilla—. Cuando vuelva, tenemos que hablar. Y esta vez me escucharás.
A Demi se le hizo un nudo en la garganta cuando Joseph agarró la maleta y se marchó. Había acudido a ella en un momento de necesidad. Le había confiado a sus hijos. Y eso tenía que significar algo.
De pronto, se dio cuenta de que nunca había estado en su casa. Miró en derredor y no tardó en encontrar el cuarto de Sam, el cual estaba sobre la cama, leyendo un cuento.
—¿Se ha ido papá? —preguntó sin sonreír.
—Sí, se ha ido a cuidar a tu tío Trent — Demi se sentó en la cama junto a Sam—. Volverá lo antes que pueda.
—Mi mamá no volvió —dijo el niño con un hilillo de voz.
—Pero tu papá sí lo hará —le aseguró Demi, conmovida—. Mientras tanto, vamos a tener que cuidar de Abbie, ¿crees que podremos arreglarnos?
—Yo te ayudo —se ofreció Sam—. Sé lo que hay que hacer.
—Me alegro. Porque soy nueva en esto.
Sam dejó el cuento y se acercó a Demi, la cual lo acogió entre los brazos y lo apretó contra el pecho con todo su amor.
La casa estaba en silencio cuando Joseph regresó cinco días más tarde. Había conseguido llegar en un vuelo anterior al previsto y lo desilusionó no encontrarse a Demi y a los niños para recibirlo.
Se mesó el cabello y fue a la cocina. Durante aquellos días tan espantosos, se había consolado pensando que ella estaba allí... y había decidido que haría todo lo que fuese necesario por recuperarla.
Por arriesgado que fuera, estaba dispuesto a amarla.
Entonces, vio una nota en el frigorífico, erí la que indicaban que estaban en la piscina. Demi Lovato, siempre tan optimista, le había dejado un mensaje por si llegaba antes de lo esperado.
Caminó hasta la piscina, vigilada atentamente por, el joven socorrista con el que Joseph había, tenido una larga charla después de que Sam casi se ahogara.
No tardó en localizar a Demi dentro del agua. Tenía una mano en una silla con flotador sobre la que estaba sentada Abbie, y estaba charlando con Sam, el cual, sorprendentemente, parecía haberle perdido el miedo al agua.
—¡Papá! —lo llamó el niño nada más verlo—. ¿Me has visto? Demi me ha enseñado a nadar —añadió tras haber dado un par de brazadas.
—Ya te he visto, ya. Lo haces genial.
Demi ya había salido de la piscina con Abbie y ambas se acercaban sonrientes a Trevor, seguidas de cerca por Sam.
—¡Papi! —exclamó la niña, estirando los bracitos hacia Joseph.
Este la estrechó entre los brazos y aceptó los besos llenos de babas de la niña mientras Sam se agarraba fervientemente a una de sus piernas.
—¿Cómo está mi princesa? —preguntó, haciéndole una carantoña a Abbie.
—Ha andado —anunció Sam—. Sin agarrarse a nada.
—Suena como si hubiera dejado a mis niños con Mary Poppins —bromeó Joseph.
—No exactamente — Demi sonrió—. Tengo experiencia como profesora de natación y Abbie ya estaba preparada para andar. solo, a la cara, en vez de deleitarse con la expansión de piel que dejaba al descubierto su biquini rosa.
—¿Qué tal Trent? —preguntó ella mientras se cubría con una camiseta.
—Bueno... está fuera de peligro, gracias a Dios; pero tiene una larga recuperación por delante. Es un milagro que no se haya matado.
—¿No te dije que se pondría bien?
—Sí —respondió Joseph —. ¿Vamos a casa, o queréis quedaros un rato más?
—Nos vamos —dijo Demi —. Los niños llevan suficiente tiempo al sol.
Joseph empujó el carrito de Abbie, Demi agarró la silla flotador y Sam se metió entre ambos y no paró de hablar en todo el camino de lo mucho que se había divertido con Demi. No parecía que los niños lo hubieran echado de menos demasiado. Aunque tampoco podía culparlos de que estuvieran hechizados con Demi.. igual que él.
Una hora después, Abbie estaba echándose la siesta, y Sam estaba enfrascado frente al televisor.
—Tengo que irme —dijo Demi.
—No, anda, ¿por qué no te tomas un café? —le propuso Joseph r—. Y me cuentas todo lo que me he perdido.
Después de vacilar unos segundos, entró en la cocina y accedió a sentarse.
—Bueno, cuéntame. ¿Qué va a pasar con Trent? —le preguntó Demi.
—Estará varias semanas más ingresado. Mis padres se quedarán con él hasta que le den el alta — Joseph se mesó el cabello—. Ha sido un susto tremendo, pero tenemos que dar gracias porque sigue vivo.
—¿Y su carrera en la Academia del Aire?
—Se ha acabado —sentenció Joseph —. En toda su vida, lo único que ha querido ha sido volar. Está tan amargado, que apenas habla con nadie.
—Tendrá que buscarse un nuevo sueño.
—Eso es fácil de decir —replicó él.
—Hazme caso yo he aprendido a renunciar a varios sueños —aseguró Demi. De pronto, apartó la taza de café y se levantó—. De verdad, tengo que irme. Tengo cosas que hacer en casa.
—Espera —la detuvo Trent, que no soportaba la idea de dejarla marchar. Tengo que darte las gracias por lo que has hecho esta semana.
—De nada —respondió Demi sin mirarlo a la cara—. Lo he pasado bien con los niños.
—Quiero que volvamos a estar juntos, Demi. Como estábamos antes.
—¿Los viernes por la noche? contestó ella con hostilidad—. ¿Tú con tu vida y yo con la mía? Lo siento, para mí ya no es suficiente.
—No me refería a eso. Quiero una relación de verdad. No te volveré a apartar de mis hijos.
—Muy práctico ahora quieres que haga de niñera para ellos —repuso Demi. Pues lo siento, pero a pesar de que los quiero mucho, voy a tener que pasar.
—Maldita sea, Demi — Joseph respiró profundo—. Te quiero.
Ella se quedó quieta. No se atrevió a mirarlo.
—Te quiero —repitió él, por si no lo había oído.
—No puede haber amor sin confianza.
—No confío en nadie tanto como en ti. Te he hecho daño y he estado a punto de arruinarme la vida, pero es verdad.
—No me has hecho daño Joseph: me has destrozado, el corazón —espetó ella, furiosa, por fin mirándolo a los ojos—. ¿Qué te hace pensar que yo voy a poder confiar en ti?
—Yo...
—Me niego a pasarme el resto de mi vida intentando demostrarte que no soy como tu esposa —atajó Demi —. No sé lo que te hizo, porque nunca me has hablado de ella, pero no quiero...
—Cabe la posibilidad de que Abbie no sea mi hija —confesó Joseph r de golpe, con un tono de voz desgarrador.
De pronto, Demi se quedó pálida.
Joseph..
—Después de que Melanie muriera, descubrí que había tenido aventuras con otros hombres —continuó él—. Después de leer su diario, me di cuenta de que ni siquiera ella sabía quién era el padre de Abbie. La niña tenía tres meses cuando me enteré y ya la quería más que a nada en mi vida. Y sigo haciéndolo. Pero no sé si ella...
Joseph, lo siento muchísimo. Tiene que haber sido...
—Devastador —completó él—. Primero pierdo a mi esposa. Y luego descubro que apenas la conocía en realidad. Y mi hija...

miércoles, 13 de marzo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 2




Demi se quedó petrificada.
 Cielos, no había cambiado nada. Seguía siendo el más guapo de los hombres. Llevaba vaqueros y una sudadera gastada, remangada hasta los codos. Tenía los ojos azules fijos en ella, de una forma que la hacía temblar.

 Sin poder evitarlo, Demi se sintió otra vez como una ingenua quinceañera enamorada.
 – Joseph, ¿qué diablos haces aquí? ¡Me dijiste que ibas a marcharte del país!
 –Debería estar en el avión ahora, pero el mal tiempo me ha obligado a cancelar los planes. Hace mucho tiempo que no nos vemos, Demi

 Hubo un largo silencio. Nerviosa, Demi notó cómo los cuatro años que había pasado lejos de él, cortando los vínculos que la habían atado a ese hombre, se esfumaban ante sus narices. Tuvo ganas de llorar. Pero la rabia fue más fuerte. Se quitó el abrigo mojado por la nieve.
 –Sí. ¿Qué tal estás? –preguntó ella, forzándose a sonreír.
 –Estaba esperándote. Quería asegurarme de que llegabas sana y salva. No estaba seguro de si ibas a venir en tren o en coche.

 –He venido en tren –informó ella. Había dejado el coche en Londres–. Pero no era necesario que me esperaras. Ya sabes que puedo cuidarme sola.

 –Seguro que sí. Mi madre me ha tenido al tanto de tus progresos en París.
 Demi seguía sin moverse, como si estuviera clavada al sitio.

 Tomando la iniciativa, Joseph se giró y entró en la cocina, dejándola para que lo siguiera.
 No había hecho ningún comentario sobre lo mucho que ella había cambiado, se dijo Demi. ¿Acaso no se había dado cuenta? Aunque lo cierto era que él nunca se había fijado…

 –Estoy muy contenta en el trabajo –señaló ella, incómoda, tratando de mantener la conversación con educación–. Nunca imaginé que acabaría quedándome allí cuatro años, pero cada vez he ido aceptando más responsabilidades y me han ascendido un par de veces.
 –Pareces una invitada, ahí parada. Siéntate. Esta noche no vas a arreglar nada. Podemos hacer una lista de lo que necesita arreglo mañana.

 –¿Podemos? Como te he dicho, no hace ninguna falta que me ayudes. Planeo terminar mañana, pues tengo que irme pasado mañana a primera hora.
 No era así como se suponía que debían actuar dos amigos que llevaban largo tiempo sin verse. Demi lo sabía.

 Era consciente de que estaba tratando a Joseph con excesiva frialdad, pero también sabía que necesitaba hacerlo para protegerse. Solo de mirarlo, tan atractivo y viril, su mente amenazaba con llevarla de nuevo al mismo lugar de hacía años.
 –Buena suerte con el tiempo.

 –¿Qué haces en la nevera? –preguntó ella, mientras Joseph rebuscaba algo.
 –Huevos, queso. Tienes pan también, de ayer. Cuando empezó a nevar, me di cuenta de que igual me quedaba atrapado aquí, o tú, por eso fui a la tienda y compré unas cuantas cosas.
 –Muy amable, Joseph, gracias.

 –Esto es divertido, ¿no? –comentó él, sacando una botella de vino de la nevera. Sirvió dos vasos–. Hace cuatro años que no nos vemos y no sabemos qué decirnos. ¿Qué has estado haciendo en Francia?

 –Ya te lo he dicho. Mi trabajo me gusta. Y tengo una casa muy bonita.
 –Así que todo te ha salido a pedir de boca –observó él y se sentó. Mientras le daba un trago a su vino, la miró por encima de la copa.

 En cuatro años, Demi había cambiado mucho, caviló Joseph. No había podido verla en todo ese tiempo, pues ella había hecho todo lo posible por cortar ataduras con él. Y todo por lo que había pasado aquella horrible noche. Por supuesto, él no lamentaba cómo había actuado. No había podido hacer otra cosa. Ella había sido joven y vulnerable y demasiado atractiva. Se había ofrecido a él con ingenuidad y llena de confianza, no como las mujeres interesadas a las que estaba acostumbrado.

 Sin embargo, Joseph no había sospechado nunca que, al rechazarla, la perdería para siempre.
 –Sí –dijo ella, sin tocar su copa de vino–. Todo me ha ido muy bien. ¿Y qué me dices de ti? He visto a tu madre unas cuantas veces, pero no sé mucho de tus andanzas.

 –He estado abriendo nuevas brechas de mercado en Oriente, pero no creo que te interese mucho hablar de negocios. Dime, ¿qué te parece París? Es muy distinto de estos bosques helados, ¿a que sí?
 –Sí, lo es.

 –¿Vas a decir algo más al respecto o quieres que sigamos bebiendo mientras pienso nuevos temas de conversación?

 –Lo siento, Joseph. Ha sido un viaje muy largo y estoy cansada. Creo que es mejor que te vayas a tu casa. Podemos ponernos al día en otro momento.
 –No lo has olvidado, ¿verdad?
 –¿El qué?
 –La última vez que nos vimos.
 –No tengo ni idea de qué estás hablando.
 –Sí. Creo que sí, Demi.
 –No creo que tenga sentido escarbar en el pasado, Joseph –se defendió ella, poniéndose en pie con los brazos cruzados.

 No solo se habían convertido en extraños, sino que eran enemigos. Y, para colmo, Demi se daba cuenta de que, todavía, algo dentro de ella seguía respondiendo a su influjo. No sabía si eran los recuerdos compartidos o su atractivo masculino, pero tampoco quería averiguarlo.
 –¿Por qué no vas a cambiarte? Te prepararé algo de comer y, si me dices que estás demasiado cansada para comer, pensaré que estás inventando excusas para evadir mi compañía. Y no creo que sea eso, ¿o sí?

 –Claro que no –contestó ella, sonrojándose.
 –No será nada complicado. Sabes que mi talento culinario es muy limitado.
 La sonrisa de Joseph fue un doloroso recordatorio de los buenos tiempos que habían pasado juntos.

 –Y no me digas que no hace falta –continuó él, levantando una mano–. Ya te he dicho que sé que eres muy independiente.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 1




PASARON dos, tres y cuatro años sin que Demi volviera a ver a Joseph. Cada Navidad, había invitado a su padre a reunirse con ella en París. Mientras tanto, había ido ascendiendo en la compañía y había logrado un buen sueldo. Podía permitirse pagarle las vacaciones a su padre. Y las pocas veces que había vuelto a Inglaterra, se había asegurado de que las visitas fueran breves y de que Joseph no estuviera cerca.

 Aunque había pasado mucho tiempo desde la noche en que él se había ido de su casa, todavía le dolía. Demi no quería volverlo a ver y evitarlo se había convertido en un hábito. Joseph le había enviado correos electrónicos y a ella no le había importado responder. Pero, las veces que él había estado de viaje en París y la había llamado para verla, siempre se había buscado una excusa.
 Hasta que…

 Demi se había quedado dormida en el tren y, cuando se despertó, vio que ya estaban llegando a Kent. Tras recoger sus maletas, bajó al frío helador y nevado de su pueblo natal.

 No pensaba quedarse mucho tiempo. Solo lo bastante para solucionar un problema que había surgido en su casa. Joseph le había escrito un correo electrónico informándole de que había pasado por delante y había visto agua saliendo por debajo de la puerta principal. Su padre estaba fuera, se había tomado unas vacaciones de tres semanas para visitar a su hermano en Escocia.

 El mensaje que había recibido había sido el siguiente:
 Puedes pasarle esto a tu padre, si quieres, pero como creo que estás en el país, supongo que igual quieres verlo tú misma, para que él no interrumpa sus días de pesca. Claro, si es que puedes encontrar un hueco en tu apretada agenda.

 El tono del mensaje había sido la gota que había colmado el vaso para romper su larga amistad. Demi había huido sin mirar atrás y, en el presente, el abismo que los separaba parecía insalvable. Los correos electrónicos de Joseph habían sido cálidos al principio, se habían ido volviendo más fríos y más formales, en proporción directa a las tácticas evasivas de ella. Desde el último, habían pasado por lo menos seis meses.

 En París, a Demi no le había importado demasiado pensar que su amistad había seguido su curso natural, como no había podido ser de otra manera. Sus esperanzas infantiles habían sido muy poco realistas, al fin y al cabo. Un hombre rico que vivía en una gran mansión poco había tenido que ver con su vecinita más joven y pobretona.
 Sin embargo, al llegar a Kent, cada vez recordaba más sus sentimientos hacia él en el pasado.

 Demi llegó con las maletas hasta una fila de taxis cubiertos por la nieve.
 Joseph le había informado de que habían secado el agua, pero había causado muchos daños, que ella debería valorar para comunicárselo a su compañía de seguros.

 También, le había informado de que había encendido la calefacción para que, cuando llegara, no se quedara congelada. También sabía que él se había ido a Singapur para unas reuniones de trabajo.

 Cuando Demi pensaba en cómo había terminado su amistad, no podía evitar sentir un nudo en la garganta. Entonces, se recordaba a sí misma la terrible noche donde había quedado como una tonta. Si hubiera sido más fuerte y más madura, habría podido superarlo y seguir manteniendo su relación con él. Pero no había podido.

 Para ella había sido una dura lección. Y no pensaba tropezar más veces con la misma piedra. Mirando por la ventanilla del taxi, Demi se acomodó, preparándose para el viaje de una hora que la llevaría a casa de su padre.

 Hacía mucho que no iba a Kent. Su padre y ella habían pasado las vacaciones en Mallorca, dos semanas de sol y mar, y cada seis semanas, lo invitaba a visitarla en París. Le encantaba poder permitírselo. También, había quedado de vez en cuando con Daisy, la madre de Joseph, en Londres. Y le había dado respuestas evasivas cuando Daisy había querido saber por qué su hijo y ella ya no se veían.

 Al pensar que Joseph había estado dentro de su casa, se estremeció un poco. A veces, recordaba su aroma, masculino y limpio, y se quedaba sin aliento. Esperaba que su olor no se hubiera quedado en la casa. Estaba cansada y tenía demasiado frío como para estar abriendo las ventanas para ventilar.

 –El informe del tiempo ha dicho que seguiremos así una semana –informó el conductor del taxi cuando llegaron, señalando la carretera llena de nieve.
 –No durará mucho –vaticinó ella, sin darle importancia–. Tengo que estar de regreso en Londres pasado mañana.
 –Trae mucha ropa para quedarse solo un par de días –comentó el hombre, llevando su maleta hacia la puerta.
 –Pienso dejar aquí algunas cosas –repuso ella, pagó y entró en casa.

 Su forma de vestir había cambiado mucho en los últimos años. Se había dejado seducir por la moda parisina. Había perdido peso y su figura atraía silbidos y miradas de extraños. Por eso, ya no le daba vergüenza ponerse ropas que resaltaran sus curvas. Su pelo rebelde había sido domado gracias a las expertas tijeras de su peluquero. Todavía lo llevaba largo, pero con capas estratégicas que resaltaban sus rizos.

 La cerradura de la puerta principal estaba abierta. Dentro, estaba oscuro. Jennifer entró, cerró los ojos y respiró hondo, disfrutando de la calidez que la envolvía antes de encender y tener que enfrentarse a los daños que el agua hubiera causado.

 Entonces, abrió los ojos y allí estaba él.
 Apoyado en la puerta que daba a la cocina, iluminado por una débil luz que salía de dentro..